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lunes, 28 de octubre de 2013

Enemigo mío - Barry B. Longyear - 6

Viene de "Enemigo mío - Barry B. Longyear - 5"





El invierno pareció pasar rápidamente: Zammis estaba ocupado con la tienda y yo dedicaba mi tiempo a redescubrir el arte de hacer botas. Dibujé los contornos de nuestros pies en piel de serpiente y, de hacer varios experimentos, descubrí que hirviendo el pellejo con el fruto de las bayas, éste quedaba blando y gomoso.

Escogí varias de estas capas elásticas, y las dejé aparte para que secaran; el resultado fue una suela resistente y flexible. Cuando acabé las botas de Zammis, el dracón ya necesitaba un par nuevo.

-Son demasiado pequeñas, tío.
-¿Qué significa «demasiado pequeñas»?

Zammis señaló sus pies.

-Hacen daño. Me aprietan mucho los dedos.

Me agaché y toqué la parte superior del calzado por encima de los dedos del niño.

-No lo entiendo. Sólo han pasado veinte o veinticinco días desde que tomé las medidas. ¿Estás seguro de que no te moviste entonces

Zammis negó con la cabeza.

-No me moví.

Arrugué la frente, y me levanté.

-Ponte de pie, Zammis.

El drac se levantó y yo me acerqué más. La parte superior de la cabeza de Zammis llegaba al centro de mi pecho. Otros sesenta centímetros y sería tan alto como Jerry.

-Quítate las botas, Zammis. Haré un par más grande, y procura no crecer tan deprisa.

Zammis montó la tienda dentro de la cueva, puso brasas en interior y después frotó la piel con grasa para impermeabilizarla. Había crecido más, y yo había aplazado la confección de sus botas hasta asegurarme del tamaño que precisaba. Intenté planear el crecimiento midiendo los pies de Zammis de diez en diez días y prolongando hasta la primavera. Según mis cálculos cuando la nieve se derritiese el chico tendría unos pies como dos naves de transporte. En primavera, Zammis habría completado el crecimiento. Las viejas botas de vuelo de Jerry estaban destrozadas antes de que Zammis naciera, pero yo había guardado los trozos. Usé las suelas para trazar las medidas de mis pies, y confié en tener éxito.
Yo estaba ocupado Con las botas nuevas y Zammis vigilaba el revestimiento de la tienda. El dracón se volvió para mirarme.

-¿Tío?
-¿Qué?
-¿La existencia es el primer supuesto?

Me encogí de hombros.

-Eso dice Shizumaat. No lo sé.
-Pero, tío, ¿cómo sabemos que la existencia es real?

Dejé mi trabajo, miré a Zammis, sacudí la cabeza y seguí cosiendo las botas.

-Te doy mi palabra.

El drac hizo una mueca.

-Pero tío, eso no es Conocimiento. Eso es fe.

Suspiré al recordar mi segundo año en la universidad de las Naciones: un puñado de adolescentes que malgastaban el tiempo en un piso barato experimentando con alcohol, drogas y filosofía. Teniendo poco más de un año terrestre, Zammis estaba convirtiéndose en un intelectual latoso.

-Bien, ¿qué hay de malo en la fe?
-Vamos, tío - Zammis rió con disimulo-. ¿Fe?
-A algunos nos ayuda en esta barahúnda fangosa.
-¿Barahúnda?

Me rasqué la cabeza.

-Esta mortal confusión, el tumulto de la vida. Shakespeare, creo.

Zammis arrugó la frente.

-Shakespeare no está en el Talman.
-No. Shakespeare era un humano.

Zammis se levantó, se acercó al fuego y tomó asiento frente a mí.

-¿Fue un filósofo, igual que Mistan o Shizumaat?
-No. Escribía obras de teatro..., historias representadas.

Zammis se rascó la barbilla.

-¿Recuerdas alguna cosa de Shakespeare?

Levanté un dedo.

-Ser o no ser. Ésa es la cuestión.

Zammis se quedó boquiabierto. A continuación movió la cabeza de arriba abajo.

-Sí ¡Sí! Ser o no ser. ¡Ésa es la cuestión! -Zammis extendió las manos-. ¿Cómo sabemos que el viento sopla fuera de la cueva si no estamos allí para verlo? ¿Se agita el mar cuando no estamos allí para notarlo?
-Sí.
-Pero, tío, ¿cómo lo sabemos?

Miré de soslayo al drac.

-Zammis, tengo una pregunta que hacerte: Dime si la siguiente afirmación es cierta o falsa: «Lo que digo en este momento es falso».

Zammis parpadeó.

-Si es falsa, entonces la afirmación es cierta. Pero... si es cierta..., la afirmación es falsa, aunque... - Zammis volvió á parpadear, se puso de espaldas y siguió frotando la tienda con grasa-. Lo meditaré tío.
-Hazlo, Zammis.

El drac pensó cerca de diez minutos, luego se volvió.

-La afirmación es falsa.

Sonreí.

-Pero eso es lo que dice la afirmación, por lo tanto es cierta y en ese caso...

Dejé en suspenso el acertijo. ¡Oh, presunción, tú alteras incluso a los santos!

-No, tío. La afirmación es absurda en su contexto presente. -Hice un gesto de indiferencia-. Mira, tío, la afirmación supone la existencia de valores reales que pueden comentarse sin ninguna otra referencia. Creo que la lógica de Lurrvena en el Talman es muy clara al respecto, y si lo absurdo se iguala a falsedad...

Suspiré.

-Sí, bueno...
-¿Comprendes, tío? Primero debes establecer un contexto en el que tu afirmación tenga un significado.

Me incliné hacia adelante, arrugué la frente y me rasqué la barba.

-Comprendo. ¿Quieres decir que yo estaba poniendo la carreta delante de los bueyes, y empezando la casa por el tejado?

Zammis me miró de un modo extraño, y su asombro aumentó cuando me dejé caer en el colchón, riendo como un loco.

-Tío, ¿por qué el linaje de los Jeriba tiene sólo cinco nombres? Dijiste que los linajes humanos tienen muchos nombres.

Asentí.

-A los cinco nombres de este linaje Jeriba, sus portadores deben agregar hazañas. Las hazañas son importantes, no los nombres.
-Gothig es el padre de Shigan igual que Shigan es mi padre.
-Naturalmente. Lo sabes por tus recitaciones.

Zammis se puso muy serio.

-Entonces, ¿debo llamar Ty a mi hijo cuando sea padre?
-Exacto. Y Ty debe llamar Haesni a su hijo. ¿Ves algo incorrecto en eso?
-Me gustaría llamar Davidge a mi hijo, igual que tú.

Sonreí y moví la cabeza.

-El nombre Ty ha sido, llevado por grandes banqueros, comerciantes, inventores y... bueno, ya sabes tu recitación. El nombre Davidge no ha sido llevado por gente importante. Piensa en lo que Ty perdería no siendo Ty.

Zammis pensó un poco, después asintió.

-Tío, ¿crees que Gothig vivirá?
-Sí, por lo que yo sé.
-¿Cómo es Gothig?

Recordé la charla de Jerry sobre su padre, Gothig.

-Enseñaba música, y era muy fuerte. Jerry... Shigan dijo que su padre podía doblar barras de metal con los dedos. A Gothig también lo honran mucho. Supongo que Gothig estará muy triste ahora mismo. Debe creer que el linaje de Jeriba ha terminado.

Zammis se puso muy serio y su frente amarilla se arrugó.

-Tío, tenemos que llegar a Draco. Debemos decirle a Gothig que el linaje continúa.
-Así lo haremos.

El hielo invernal empezó a hacerse más delgado y tanto las botas como la tienda y las mochilas estaban listas. Nos encontrábamos dando los últimos toques a nuestras nuevas ropas aislantes. Jerry me había entregado el Talman para que aprendiera; ahora el cubo dorado pendía del cuello de Zammis. El dracón
separaba el minúsculo libro del cubo y lo estudiaba varias horas seguidas.

-¿Tío?
-¿Qué?
-¿Por qué los dracs hablan y escriben en un idioma y los humanos en otro?

Me eché a reír.

-Zammis, los humanos hablan y escriben en muchos idiomas. El inglés es simplemente uno de ellos.
-¿Cómo hablan los humanos entre ellos?

Me encogí de hombros.

-No siempre lo hacen. Cuando lo hacen, usan intérpretes..., gente que sabe hablar ambos idiomas.
-Tú y yo hablamos inglés y drac. ¿Eso nos hace intérpretes?
-Supongo que sí, en el caso de que encontráramos un drac y un humano que desearan conversar. Recuerda, hay una guerra en medio.
-¿Cómo cesará la guerra si no conversan?
-Supongo que acabarán por hablar.

Zammis sonrió.

-Creo que me gustaría ser intérprete y contribuir a que termine la guerra.

El dracón dejó a un lado su labor y se tendió en el nuevo camastro. Zammis había crecido tanto que ahora usaba el viejo colchón como almohada.

-Tío, ¿crees que encontraremos alguien al otro lado del bosquecillo?
-Espero que sí.
-En ese caso, ¿vendrás conmigo a Draco?
-Prometí a tu padre que lo haría.
-Hablo de después. Después de que yo haga mi recitación, ¿qué harás tú?

Miré fijamente el fuego.

-No lo sé. -Me encogí de hombros-. La guerra podría impedir que fuéramos a Draco durante bastante tiempo.
-Y después de eso, ¿qué?
-Supongo que me reintegraré al servicio.

Zammis se irguió apoyándose en un codo.

-¿ Volverás a ser un piloto militar?
-Naturalmente. Eso es prácticamente lo único que sé hacer.
-¿Y matar dracs?

Dejé mi labor y examiné al dracón. Las cosas habían cambiado desde que Jerry y yo nos peleamos... Habían cambiado más cosas de las que yo captaba. Moví la cabeza.

-No. Es probable que no sea piloto..., no piloto militar. Quizá pueda encontrar trabajo para pilotar naves comerciales. -Hice un gesto de indiferencia-. Quizá el ejército no me deje elección.

Zammis se sentó y quedó inmóvil un instante. Luego se levantó, se acercó a mi lecho y se arrodilló junto a mí en la arena.

-Tío, no quiero abandonarte.
-No seas tonto. Vivirás entre los de tu raza. Tu abuelo, Gothig, los hermanos de Shigan, sus hijos... Te olvidarás de mí.
-¿Y tú, te olvidarás de mí?

Miré aquellos ojos amarillos; después, extendí la mano y toqué la mejilla de Zammis.

-No, no te olvidaré. Pero recuerda esto, Zammis: tú eres un drac y yo soy un humano, y así está dividida esta parte del universo.

Zammis apartó mi mano de su mejilla, abrió los dedos y los examinó.

-Suceda lo que suceda, tío, jamás te olvidaré.

El hielo había desaparecido, y el dracón y yo nos encontrábamos ante la tumba de Jerry, bajo la lluvia y el viento, con las mochilas a la espalda. Zammis ya era tan alto como yo, es decir, un poco más alto que Jerry. Con gran alivio por mi parte, las botas le iban bien. Zammis se ajustó la mochila, después se volvió y miró hacia el mar. Seguí la mirada del dracón y contemplé las olas enormes que cobraban fuerza y rompían en las rocas. Miré al drac.

-¿En qué piensas?

Zammis bajó los ojos y luego se volvió hacia mí.

-Tío, no había pensado en esto antes, pero... echaré de menos este lugar.

Reí.

-¡Absurdo! ¿Este lugar? -Di una palmadita en el hombro del drac-. ¿Por qué ibas a echar de menos este lugar?

Zammis volvió a mirar el mar.

-Aquí he aprendido muchas cosas. Aquí me has enseñado muchas cosas, tío. Mi vida ha transcurrido aquí.
-Solo es el principio, Zammis. Tienes toda una vida por delante. - Señalé la tumba con la cabeza-. Di adiós.

Zammis se volvió hacia la tumba y quedó inmóvil, después puso una rodilla en el suelo y empezó a quitar rocas. Al cabo de unos segundos, había dejado al descubierto la mano de tres dedos de un esqueleto. Zammis bajó la cabeza y lloró.

-Lo siento, tío, pero tenía que hacerlo. Esto no era más que un montón de rocas para mí. Ahora es algo más.

Zammis volvió a poner las rocas en su sitio y se levantó. Incliné la cabeza hacia el bosquecillo.

-Ve tú delante. Te alcanzaré enseguida.
-Sí, tío.

Zammis avanzó hacia los árboles desnudos, y yo miré la tumba.

-¿Qué te parece Zammis, Jerry? Es más alto que tú. Supongo que al chico le va bien la serpiente.

Me agaché, cogí una piedra y la añadí al montón.

-Supongo que ésta es la cuestión. O llegamos a Draco, o morirnos en el intento. - Me levanté y miré hacia el mar-. Sí, creo que he aprendido algunas cosas aquí. Lo echaré de menos, en cierto sentido.

Miré la tumba otra vez y recogí mi mochila.

-Ehdevva sahn, Jeriba Shigan. Adiós, Jerry.

Di media vuelta y seguí a Zammis hacia el bosque. Los días que siguieron estuvieron llenos de maravillas para Zammis. El cielo siguió siendo el mismo, gris apagado, y las escasas variaciones de vida vegetal y animal que encontramos no eran nada notable. En cuanto salimos del bosquecillo, trepamos una suave pendiente durante un día, y después nos encontramos en una interminable llanura sin árboles. Caminamos entre una maleza púrpura que teñía nuestras botas del mismo color y nos llegaba hasta el tobillo. Las noches seguían siendo demasiado frías para caminar, y nos quedábamos en la tienda. La
tienda engrasada y las ropas daban buen resultado, protegiéndonos de la lluvia que casi nunca paraba de caer.

Habrían transcurrido quizá dos largas semanas de Fyrine IV cuando vimos aquello. Rugió sobre nuestras cabezas, y desapareció en el horizonte antes de que ninguno de los dos lograra pronunciar una palabra. No me quedaron dudas de que la nave que había visto estaba a punto de aterrizar.

-¡Tío! ¿Nos habrán visto?

Negué con la cabeza.

-No, lo dudo. Pero estaban aterrizando. ¿Me entiendes? Estaban a punto de aterrizar en algún punto allí delante.
-¿Tío?
-¡Sigamos andando! ¿Qué te ocurre?
-¿Era una nave drac, o una nave humana?

Me quedé quieto donde estaba. Nunca me había parado a pensar en ello. Agité la mano.

-Vamos. Eso no importa. Sea lo que sea, tú irás a Draco. Eres un no combatiente, de manera que las fuerzas terrestres no podrán hacer nada, y si son dracs, volverás a casa sin problemas.

Nos pusimos a caminar.

-Pero, tío, si es una nave drac, ¿qué será de ti?
-Prisionero de guerra. -Hice un gesto de indiferencia-. Los dracs dicen que respetan los acuerdos bélicos interplanetarios, así que estaré perfectamente.

¡Estás listo!, le dijo una parte de mi mente a la otra. La cuestión principal era si prefería ser un prisionero de guerra drac o un residente a perpetuidad de Fyrine IV y yo había resuelto ese dilema hacía mucho tiempo.

-Vamos, más deprisa. No sabemos cuánto nos costará llegar allí, ni cuánto tiempo estará en tierra la nave.

Izquierda, derecha, izquierda, derecha... Excepto por algunos descansos breves, no nos detuvimos... ni siquiera cuando llegó la noche. Nuestro esfuerzo nos protegió del frío. El horizonte nunca daba la impresión de acercarse. Debieron de haber pasado días, con mi mente tan aterida como mis pies, cuando atravesé la maleza púrpura y caí en un agujero. Inmediatamente todo se hizo oscuro y sentí
dolor en la pierna derecha. Noté el desmayo inminente, y di la bienvenida a su calidez, su descanso, su paz.

-¿Tío? ¿Tío? ¡Despierta! ¡Por favor, despierta!

Noté que me abofeteaban, aunque la sensación parecía estar muy lejos de mí. La agonía retumbó en mi cerebro, haciendo que me despertara por completo. Sería muy raro que no me hubiese roto la pierna. Miré hacia arriba y vi los bordes del agujero cubierto de maleza. Tenía el trasero en un charco de agua. Zammis estaba en cuclillas a mi lado.

-¿Qué ha sucedido?

Zammis señaló la parte superior con la mano.

-Este agujero sólo estaba cubierto con una delgada capa de tierra y plantas. El agua debe de haberse llevado la tierra. ¿Estás bien?
-La pierna. Creo que me la he roto. -Apoyé la espalda en la pared fangosa-. Zammis, tendrás que seguir solo.
-¡No puedo abandonarte, tío!
-Mira, si los encuentras, puedes mandarlos aquí para que me recojan. -¿Y si el agua sube? -Zammis palpó mi pierna hasta que me hizo dar un respingo-. Tengo que sacarte de aquí. ¿Qué debo hacer para la pierna?

El chico tenía razón. Ahogarme no estaba en mi programa.

-Necesitamos algo rígido; sujetar la pierna para que no se mueva.

Zammis se quitó la mochila, se arrodilló en el agua y el barro y buscó en su equipaje, luego en el fardo de la tienda. Usando los palos de ésta, envolvió mi pierna en pieles de serpiente arrancadas del toldo. A continuación, empleando más pieles, Zammis hizo dos lazos, los deslizó en mis piernas, me puso de pie y pasó los lazos por sus hombros. Empezó a subir, y yo perdí el conocimiento.

Me encontraba en el suelo, cubierto con los restos de la tienda, y Zammis estaba sacudiendo mi brazo.

-¿Tío? ¿Tío?
-¿Sí? -murmuré.
-Tío, estoy listo para marchar. -Señaló hacia un lado-. Tu comida está aquí, y si llueve, ponte la tienda por encima de la cara. Señalaré el camino que siga para poder volver aquí.
-Cuídate.

Zammis meneó la cabeza.

-Tío, puedo llevarte. No deberíamos separarnos.

Negué débilmente con la cabeza.

-Dame un descanso, chico. No puedo seguir. Encuéntralos y que vengan aquí. -Mi estómago se contrajo y un sudor frío empapó mis pieles de serpiente-. Vete, ponte en marcha.

Zammis alargó una mano, cogió la mochila y se levantó. Con el bulto a la espalda, Zammis se volvió y empezó a correr en la dirección que la nave había seguido. Lo seguí con la mirada hasta perderlo de vista. Luego levanté el rostro y contemplé las nubes.

-Casi acabas conmigo esta vez, kizlode hijo de puta, pero no pensabas en el drac... Sigue olvidando... que somos dos...

Floté entre la conciencia y la inconsciencia, noté la lluvia en la cara, tiré de la tienda y me tapé la cabeza. Varios segundos después volví a desmayarme.

Continúa leyendo esta historia en "Enemigo mío - Barry B. Longyear - 7 - Final"  

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