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domingo, 16 de marzo de 2014

La reina de las nieves - Hans Christian Andersen - Capítulo VI

Viene de "La reina de las nieves - Hans Christian Andersen - Capítulo V"



 SEXTO EPISODIO
La mujer lapona y la mujer filandesa

Se detuvieron ante una pequeña cabaña. Tenía un aspecto muy pobre, con un tejado que descendía hasta el suelo y una puerta tan baja que para entrar o salir de ella había que arrastrarse por el suelo. Vivía allí una vieja lapona que estaba cociendo pescado en una lámpara de aceite de bacalao; el reno le contó toda la historia de la niña, aunque antes le había contado la suya, que consideraba mucho más importante; Gerda estaba tan entumecida por el frío que apenas podía hablar.

- ¡Ah, pobres de vosotros! - dijo la lapona -. Os queda todavía un largo camino! Tenéis que hacer más de cien leguas para llegar a Finlandia; allí, donde las auroras boreales aparecen cada noche, tiene la Reina de las Nieves su morada. Como no tengo papel, os escribiré una nota en un rozo de bacalao seco; deberéis entregárselo a una mujer finlandesa, amiga mía, que vive por allí; ella podrá informaros mejor que yo.

Cuando Gerda hubo entrado en calor, después de haber comido y bebido algo, la lapona escribió unas palabras sobre el bacalao, recomendando a Gerda que tuviese buen cuidado de no perderlo; ésta lo colocó sobre el reno, que, de un salto, reemprendió la marcha. Tuvieron la ocasión de contemplar deliciosas auroras boreales de hermosos tonos azulados ... y llegaron a Finlandia.

Llamaron a la chimenea de la mujer finlandesa, pues su casa era una chimenea que ni siquiera tenía puerta. Dentro, el calor era tal que la mujer estaba casi desnuda; era pequeña y muy sucia; desvistió en seguida a la pequeña Gerda, le quitó las manoplas y los zapatos, pues de lo contrario no habría podido soportar el calor, y puso un trozo de hielo sobre la cabeza del reno; luego, leyó lo que su amiga lapona había escrito en el bacalao seco; tres veces lo leyó, hasta aprenderlo de memoria, y después echó el bacalao a la olla: era comida y ella nunca dejaba que la comida se echara a perder.

- Tú eres muy hábil - dijo el reno; sé que puedes atar todos los vientos del mundo con un hilo; si el capitán de barco deshace un nudo, tiene buen viento, si deshace el segundo, el viento arrecia, y si deshace el tercero y el cuarto, se levanta un huracán capaz de asolar los bosques. ¿No quieres dar a la niña una poción que le dé la fuerza de veinte hombres y le permita llegar hasta la Reina de las Nieves?
- ¿La fuerza de veinte hombres...? - repitió la finlandesa- Sí, eso sería suficiente.

Se acercó a una estantería y cogió un gran rollo de piel que desenrolló cuidadosamente; había escritos en él unos extraños signos; la mujer leyó y unas gotas de sudor aparecieron en su frente.

El reno intercedió de nuevo por la niña y ésta miró a la finlandesa con ojos tan suplicantes que la mujer parpadeó y se llevó al reno a un rincón donde, poniéndole otro trozo de hielo en la cabeza, le dijo en voz baja:
- El pequeño Kay está efectivamente en casa de la Reina de las Nieves; allí se encuentra a gusto y nada echa en falta; cree que está en el mejor lugar del mundo, aunque eso es debido tan sólo a que un pedacito de cristal se le clavó en el corazón y otro se le introdujo en el ojo; si no se le extirpan esos cristales, jamás volverá a ser un hombre y la Reina de las Nieves conservará para siempre su dominio sobre él.
- ¿No puedes dar a la niña alguna poción que le confiera poder para lograr su propósito?
- No puedo procurarle un poder mayor del que ya tiene. ¿No ves el alcance de su poder? ¿No ves cómo hombres y animales la ayudan y cómo, descalza, ha recorrido un camino tan largo? Su fuerza reside en el corazón y nosotros no podemos acrecentarla. Su poder le viene dado por el hecho de ser una niña dulce e inocente. Si por sí misma no consigue llegar a Kay, nada podremos hacer nosotros. A dos leguas de aquí comienza el jardín de la reina de las Nieves; llévala hasta allí y déjala junto al arbusto de bayas rojas; no pierdas tu tiempo charlando y apresúrate a volver.
La finlandesa cogió en sus brazos a la pequeña Gerda y la subió de nuevo sobre el reno que corrió con todas sus fuerzas.

- ¡Oh, no llevo mis zapatos! ¡Ni tampoco las manoplas! - gritó Gerda.

Acaba de darse cuenta al sentir el horrible frío que hacía fuera, pero el reno no se atrevió a detenerse; siguió corriendo, hasta llegar al arbusto de las bayas rojas; allí depositó a Gerda en el suelo, le dio un beso y unas lágrimas gruesas corrieron por la mejilla del animal; se volvió y regresó tan rápidamente como pudo. Allí se quedó la pobre Gerda, sin zapatos ni guantes, en plena Finlandia, terrible y glacial.
Echó a correr y un verdadero regimiento de enormes copos de nieve le salieron al encuentro; no caían del cielo, que estaba muy claro e iluminado por una aurora boreal; los copos corrían a ras de tierra y cuanto más se le acercaban, mayor era su tamaño; Gerda recordó lo grandes y perfectos que le habían parecido cuando los había observado con la lupa; pero éstos eran la vanguardia de la Reina de las Nieves y tenían un aspecto terrible, como seres vivos que tomaban las formas más extrañas: unos parecían horrorosos puercoespines, otros eran como madejas de serpientes enmarañadas que adelantaban amenazadoramente sus cabezas, otros, por fin, recordaban a pequeños osos rechonchos de pelo crespo; todos los copos de nieve parecían dotados de vida y tenían una blancura resplandeciente.

La pobre Gerda se puso a rezar un Padrenuestro; el frío era tan intenso que podía ver su propio aliento saliéndole de la boca como una espesa humareda; y este aliento se iba haciendo más denso y se convertía en pequeños ángeles luminosos que crecían a medida que tocaban tierra; portaban un yelmo en la cabeza, un escudo en una mano y una espada en la otra; su número iba en aumento y cuando Gerda terminó su Padrenuestro formaban todo un batallón a su alrededor; descargaron sus lanzas contra los horribles copos que estallaron en mil pedazos y la pequeña Gerda avanzó con paso seguro e intrépido. Los ángeles le frotaron las manos y los pies, sintió menos frío y se dirigió sin perder tiempo hacia el palacio.

Pero vemos ahora dónde se encuentra Kay. Apenas se acordaba de su amiga Gerda ni se podía imaginar que en aquel momento ella se encontraba delante del palacio.


4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Que lindo José! En el blog encontrarás todos los capítulos :D

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  2. Queremos el final!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! POr favor!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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    1. Hola, evidentemente me olvide de pegar el link en la entrada jajajaa pero el capítulo VII (final) era la siguiente entrada en el blog, es decir, está publicado hace muuuucho :P
      Ahi corrijo la entrada para que quede el link

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