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viernes, 4 de octubre de 2013

Elal y Teluj

Tiempo atrás, publiqué una leyenda en la que se mencionaba a Elal. Era una leyenda Tehuelche y nos contaba los inventos de Elal. En un párrafo decía "Cuentan que hasta la Luna y el Sol están donde están por obra de Elal, que los echó de la Tierra porque no querían darle a su hija por esposa". Esa muchacha, la hija del sol y la luna, amada por Elal era Teluj. 
Hoy traigo dicha historia, la de Elal y Teluj, recopilada y adaptada por Mario Echeverria Baleta en  "Vida y Leyendas Tehuelches". El libro está presentado de tal manera que es una anciana quien cuenta la historia a los niños de la tribu. La tribu de chonkes o tehuelches, está de viaje (eran nómades) y cada noche la anciana Tama les narra las historias de su pueblo... 
Tomé el relato sobre Elal y Teluj completo. El mismo está formado por los capítulos "Viaje al Sol", "Las pruebas", "Más pruebas", "Elal y Teluj" y "Elal triunfa"  pero son muchas las narraciones de Tama a los niños tanto antes como después de esta leyenda... si quieren leer el resto, encontrarán el libro completo en este link.
Punto y a parte, me gustaría comentar algo sobre la mención de avestruces. En la Patagonia no vive el tipo de avestruz que uno imagina cuando lee esa palabra. El avestruz de aquí recibe el nombre de ñandú o choique y, aunque tiene cierta similitud, es un ave de mucho menor tamaño.


Viaje al Sol 
Durante la noche había llovido un poco, muy suavemente, de manera que por la mañana una bruma espesa cubría los cerros hasta la mitad. A medida que avanzaba el día la neblina se fue disipando. La calma era total. El lago semejaba un gran espejo.

Los niños aprovecharon la calma del agua para jugar al "tamle", consistente en arrojar piedritas planas sobre el agua, para que se deslicen rebotando. (Jugar al "patito" para nosotros)

Caminando por la costa, donde el bosque llega hasta el borde, la vegetación es cada vez más exuberante; tiene caracter´sticas de selva. Esto los motivó a jugar casi todo el día. Allí pudieron observar al diminuto colibrí de copete rojo, libando el néctar de las flores, disputando el espacio con los mangangá y la mariposa grande de alas multicolores dibujando arabescos en el aire. Esta mariposa se puede ver únicamente en las regiones de los bosques australes.

Ningún pajarito patagónico emite los gritos fuertes, de manera que hay que tener el oído muy educado para distinguirlos.

Los niños se sentaban sobre algún palo caído, escuchando con suma atención y al captar algún canto trataban de identificarlo. De pronto, un golpeteo rápido e intermitente interrumpió la quietud. A muy poca distancia de ellos una pareja de pájaros carpinteros cumplía su faena de agujerear palos para sacar los codiciados gusanos cabeza naranja.

Para quien haya vivido siempre en las pampas, entrar a un bosque cordillerano significa algo así como entrar al paraíso. Todo es distinto, se viven experiencias desconocidas.

Los pequeños disfrutaron de las maravillas del paisaje y juntaron hongos de los árboles, que llevaron a su regreso como obsequio a la abuela Tama, que los recibió con la dulce sonrisa de siempre. 

- ¡Ua ingue koone Tama! - corearon los pequeños visitantes y de inmediato contaron acerca del paseo por el hermoso bosque y de las cosas que los sorprendieron.

La abuela los escuchó con atención y luego comenzó su relato acostumbrado:

- Tanto hablaban los cazadores de la hermosura de la hija de la Luna y el Sol, que Elal sintió deseos de conocerla. La hija se llamaba Karró, también Teluj, otros la llamaban Peten, la poderosa y es en realidad el lucero del amanecer. Elal le comentó sus intenciones a la madrina, pero ella intentó disuadirlo diciéndole: "Tu irás allá y no volverás", y él le respondió: "Yo iré, veré a la hija del Sol y volveré". Elal comenzó a preparar boleadoras, arcos y flechas. Entonces la madrina le preguntó: ¿Para qué lo haces?", y él repuso: "Para matar a un pajarito". "¡Déjalo vivir, pobre pajarito! ¿Para qué lo quieres matar?", le dijo ella, pero en realidad se estaba preparando para el gran viaje. Cuando estuvo listo salió al campo y se encontró con Kokn (el cisne), que ascendió a llevarlo, aunque para ello tuvo que convertir a Elal en pajarito. Kokn, en realidad, era su vieja madrina convertida en cisne - explicó la anciana narradora. 
-¿Pudieron viajar tan lejos? - preguntó Keóken.
-Si, pudieron viajar. Se elevaron sobre Aoni Güent y tomaron rumbo hacia el oriente - respondió la abuela.
-¿No se cansaba Kokn? - inquirió Ótilkel.
-Cuando se cansaba, descendía hasta el mar, tocaba el agua con el pico y aparecía una isla donde reponía energías. Esa es la razón porque haya tantas islas en el mar...
-¿Qué pasó cuando llegaron? - consultó Tako.
-Cuando llegaron al país de Keengenken (Sol) se encontraron con Télgalon (Ratonera). Elal le dijo a qué venía y ella le respondió: "Cuando vayas a hablar con el Sol, no vayas por allí, ya que hay un Kámeter (Lagarto) que te pegará un colazo y tirará al Koluel (Pantano) de donde no se sale".
-¿Elal le hizo caso?- preguntó Losha.
-Si, le hizo caso, además le informó: A la chica que buscas no la podrás ver, la tienen escondida en un toldito. Keengenkon (Luna) saca a pasear a dos sirvientas vestidas de fiesta para que los pretendientes se equivoquen.
-¿Pudo Elal llegar a hablar con el Sol? - consultó Güenta.
-Antes de llegar a hablar con el Sol, al pasar junto a un menuco, se le vino encima un kámeter, pero Elal lo traspasó de un flechazo. Después desparramó tierra seca fina sobre el pantano y losecó. Así fue como llegó a la presencia del Sol, al que le contó su viaje y que su intención era conocer a su hija Teluj. Mañana les seguiré contando esta hermosa historia - dijo la anciana y se despidió de los niños con un:
- Mas itáinko tálenke.
-Mas itáinko koone Tama - respondieron ellos y se alejaron comentando lo que les había narrado la vieja. 

 Las pruebas

En el último tramo del viaje, los chonkes consiguieron abundante caza por lo que podrían preparar sus enseres. la comida estaba asegurada.
Para atraer a los guanacos y avestruces habían criado a uno de cada especie, teniendo la precaución de atarle a una pata una correa con una piedra redonda, de manera que el animal pudiese desplazarse muy poco. Estos animales oficiaban de señuelo atrayendo a sus congéneres.

Uno de los juegos preferidos de los chonkes era, sin duda, "auken" (cazar), consistente en disfrazar a un muchacho de aveztruz utilizando flechas con la punta cubierta de lana y embebida en pintura, darle caza.

Los cazadores se ubicaron en línea, prudentemente separados, rodilla en tierra. el muchacho disfrazado era llamado "Uenkoóiu". Se escondía entre las matas y salía imprevistamente para cruzar corriendo frente a ellos a unos treinta pasos. En la carrera imitaba los movimientos del ave, pero trataba de esquivar los flechazos. Al ser alcanzado por algún proyectil, se determinaba el cazador según el color. Los niños colaboraban buscando las flechas erradas. En este juego se convenía la cantidad de disparos de cada uno, los que una vez cumplidos daban por terminada la prueba, contándose los aciertos. En algunos casos se apostaba dejando una prenda que sería el premio ganador. El “auken” concitaba la atención general y las mujeres oficiaban de espectadores vivando a sus preferidos, que generalmente era el “Uenkoóiu”.

La diversión concluía cuando se cansaban los participantes. Luego vendrían los comentarios.

El juego terminó al anochecer, momento que aprovecharon los chicos para acercarse al fogón de la abuela Tama, saludando como de costumbre:

- ¡Ua ingue koone Tama!
- ¡Uái, uái, tálenke!-, respondió la anciana, sentándose junto al fuego para comenzar su narración:
- Impuesto Keengenken del motivo del viaje le dijo: “Si superas algunas pruebas que te daré, tendrás mi consentimiento. Si quieres ser mi “ikorker” (yerno) debes traerme dos huevos de avestruz para hacer una tortilla, pero cuídate, porque los vigila un “makseush” (avestruz macho) muy malo-, contó la abuela.
- ¿Cómo hizo para traerlos?-, preguntó Átele.
- Elal salió a buscar su pedido y se encontró con un hombre que le informó: “Aquí cerquita hay una avestruz con una nidada”, y le señaló el sitio. Para allá se fue Elal, pero, por las dudas, se hizo un casco con unas lajas de roca, atadas con tientos. Alguien le arrojó dos huevos de avestruz que estallaron sobre el casco sin lastimarlo.
- ¿Encontró al avestruz que buscaba?-, se interesó Keóken.
- Lo vio echado en su nido y empezó a arrimarse despacio y atento. Mekseush se ponía inquieto y quiso levantarse para atacarlo, pero Elal le disparó un flechazo que le atravesó el cogote y lo mató. Después sacó dos huevos y se los llevó a la futura suegra, la que al verlos, exclamó: ¡Qué has hecho! ¡No debiste quitarle los huevos a Mekseush, que es de mi familia! Y se puso a llorar.
- ¿Qué opinó el Sol?-, se interesó Tankelou.
- El Sol dijo: “Eres muy astuto…Ahora me traerás un cuero de cogote de guanaco para hacer una aljaba…”. Elal salió presuroso y se encontró con “Gijer” (Arco Iris), quien le dijo: “Arriba de aquella loma hay un guanaco grande.”
- ¿Era cierto que había un guanaco?-, preguntó Pol.
- Sí, era cierto. Elal lo vio y fue bordeando una laguna para acercarse. “Chaki” (guanaco macho) lo vio y vino corriendo a atacarlo, pero Elal se convirtió en “Tool” (guanaquito) y disparó hacia la laguna perseguido por “Chaki”, que cortando camino se metió en el agua. La madrina, convertida en “Koluel” (pantano), le dijo: “Tú no entres”. “Chaki” de pronto se encontró empantanado sin poder moverse y “Tool” recobró su forma de hombre matando al viejo guanaco de un bolazo. Sacó el cuero en bolsa y se lo llevó a la Luna.
- Grande fue la sorpresa de la Luna, ya que ese guanaco estaba puesto especialmente para matar a la gente.
- ¿Le dio más pruebas el Sol, abuela?-, inquirió Átele.
- Sí, le dio más pruebas, en las que tenía que poner inteligencia, astucia y coraje para salir airoso-, respondió
la abuela-. Mañana les contaré.
- ¡Mas itáinko tálenke!
- ¡Mas itáinko koone Tama!

 Más pruebas

Aprovechando la bondad del clima, tanto grandes como chicos disfrutaban de juegos y competencias. Las tejedoras pudieron armar sus telares y hacer las tramas.

Los chicos del grupo, caminaron hasta la costa del lago, buscando piedras de colores y trocitos de cristal de roca, en los que admiraban los matices del arco iris al exponerlos al sol.

Cerca del arroyo asomaba una barranca de rocas festoneada de musgo y allí se detuvieron un momento a observar las cuevitas de los tucu-tucu, para ver si asomaban. Les agradaba ver su piel tan suave y los movimientos rápidos que hacían. Sabían que a ese animalito debían respetarlo y no permitir que nadie los matara.

- ¡Miren, aquí estuvo el mar!-, dijo Pol.
- ¿Aquí, el mar? ¿Cómo lo sabes?-, se sorprendió Keóken.
- Porque aquí veo las mismas cosas que se ven en el mar y dijo la abuela Tama que hace mucho tiempo, tanto que no se puede contar, que donde ahora hay tierra antes hubo mar.
- Es cierto, yo lo recuerdo-, acotó Losha.
- ¡Cuánto sabe la abuela!-, se admiró Tankelou.
- ¡Aquí hay un hormiguero!-, avisó Tako, levantando una laja y dejando al descubierto miles de hormigas que desesperadas trataban de esconder sus huevos. Para ellas aquello debió ser una catástrofe.
- ¿Sabrán las hormigas quién era Elal?-, pensó Ótilkel.

Los niños no se preocuparon en absoluto por regresar a los kau, lo estaban pasando muy bien, disfrutando de un ambiente grato y distinto de los que estaban habituados en las áridas mesetas o en las desoladas pampas. El niño que vive en el campo no se acuerda del hambre, hasta que regresa. Puede andar todo el día en actividad, sólo calma su sed, tendiéndose a beber boca abajo donde encuentra agua. ¡Qué hermosa libertad!

Llegaron a la cita inefable con la abuela Tama, trayéndole hongos y raíces comestibles recién cosechadas.

- ¡Ua ingue koone Tama!-, corearon los niños.
- ¡Ua ingue tálenke!-, respondió la anciana. Se sentó en su lugar, guardó silencio y luego comenzó su relato:
- Keengenkon le pidió a Elal que fuera a buscar piedras para hacer raspadores, ya que debía preparar unos cueros. ¡Allá (le dijo, señalando una loma) hay de la piedra que necesito! Pero debes tener cuidado, a veces revienta y mata a la gente.
- Esta prueba parece más fácil-, opinó Ótilkel.
- En realidad, lo mandaba allá en la seguridad que al explotar las piedras lo matarían. Pero Elal fue muy cauteloso. Miró bien el lugar y construyó un refugio bajo las rocas, desde donde tiró una piedra con la honda contra el cerrito que hizo tres explosiones, haciendo un desparramo de piedras.
- ¿No le hizo nada a Elal?-, preguntó Tako.
- ¡No, estaba bien protegido!-, respondió la abuela. Cuando salió de allí recogió cuantas piedras quiso y se las llevó a Keengenkon.
- ¿Qué dijo Keengenkon?-, preguntó Keóken.
- Quedó muy sorprendida y llorando decía: ¡Qué hombre! ¡Todo lo puede! ¿Qué haremos? No podemos matarlo… Tendremos que darle nuestra hija Teluj… Luego dirigiéndose a Elal, le dijo: Vuelve mañana, tengo que esperar el regreso de Keengenken…
- ¿Le dieron el permiso que pedía Elal para casarse con Teluj?-, consultó Pol.
- Al día siguiente, muy temprano Elal se presentó ante el Sol, quien le dijo: Has cumplido las pruebas con inteligencia, astucia y coraje, pero para casarte con mi hija tendrás que rescatar el brazalete de boda que un “shoikn” le robó escondiéndolo dentro de una caverna.
- No parece tan difícil-, opinó Tankelou.
- ¡No hubiera sido difícil, si no fuese porque la caverna se hallaba custodiada por un terrible guanaco que mataba al mirar; además, el brazalete estaba escondido dentro de un huevo de avestruz, podrido y envenenado!
- ¿Cómo hizo Elal para rescatar el brazalete sin ser visto por el guanaco?-, preguntó Átele.
- Primero tuvo que ubicar la barranca donde se hallaba la caverna; después, la madrina convertida en mosca le susurró al oído: Escóndete para que no te vea el guanaco y yo lo molestaré para distraerlo, entonces lo matas. Voló la mosca y se le posó en una oreja, luego en la otra, después en los ojos… El guanaco cabeceaba tratando de ahuyentarla, pero el insecto se le introdujo en la nariz, haciéndolo cerrar los ojos para estornudar, momento que aprovechó Elal para arrojarle el “shome”, pegándole un terrible bolazo que lo mató.
- ¡Bravo, bravo!-, exclamaron los niños.
- ¿Cómo hizo con el huevo? Porque al romper un huevo podrido explota-, dijo Tako.
- Primero encendió una antorcha con la que entró en la oscura caverna, hasta que halló el huevo, pero no lo tocó. Señaló el lugar y regresó hasta la entrada donde estaba el guanaco muerto y le sacó el cuero con el que regresó al lugar, con mucho cuidado lo extendió sobre el huevo, luego se retiró a una distancia prudencial, tomó el arco, tensó la cuerda y disparó un flechazo. Una sorda explosión indicó el éxito. Esperó un momento y con sumo cuidado, utilizando una varilla, retiró el brazalete. ¡No lo toques!, le dijo la mosca-madrina. ¡Está envenenado!-, explicó la abuela Tama.
- ¿Cómo hizo para llevarlo?-, preguntó Güenta preocupado.
- Lo quemó en la antorcha, con lo que eliminó el veneno y después salieron de la caverna para ir a entregarlo.
- ¿Le si
guieron dando más pruebas, abuela?-, consultó Keóken.
- Mañana se los contaré-, dijo la anciana y se despidió de los niños, que prometieron regresar. 



Elal y Teluj

Yalo y Mafulco, dos cazadores, preparaban sus enseres de cuero, consistentes en lazos y tientos para las boleadoras.

Para lazos, cortaron el cuero de guanaco comenzando por el cogote, siguiendo por el costillar hasta la cola para pasar al otro lado y terminar la vuelta donde comenzaron, continuando en forma circular. Con el resto, desde los ijares a la panza inclusive, hicieron tientos para boleadoras.

La gente de campo, indios o no, son sus propios artesanos, fabricando cada uno lo que necesita, aprendiendo desde niños a ser ingeniosos y valerse por sí mismos.

Los dos paisanos habían cavado un pocito junto al manantial donde dejaron las pieles en remojo varios días para que larguen el pelo, después las dejaron secar, no del todo, a la sombra, hasta que estuvieron maleables y comenzaron el sobado, utilizando, al principio, una mordaza de madera de calafate, con lo que lograron un graneado especial. Después, sobre una piedra, procedieron a golpear con un palo grueso la larga tira de cuero, siempre sobre el doblez, desplazándolo en cada golpe.

Terminaron el trabajo del sobado apoyando el cuero sobre la rodilla y haciendo un movimiento de amase. Después vendría la presilla con un botón de cuatro tientos y una argolla de cuero sin sobar en el otro extremo. Al fin, el retorcido y un engrase. Los lazos quedaron tensados entre mata y mata durante dos o tres días.

Los chicos siguieron atentamente los trabajos realizados por los dos cazadores, tratando de no perder detalles y preguntando los por qué y para qué de cada cosa. Los mayores se complacían en explicar secretos de su artesanía, sabiendo que con ello aseguraban el futuro.

Al caer la tarde, el kau de la abuela Tama recibió las alegres voces de los niños.

- ¡Ua ingue koone Tama! ¿Konke nue?
- ¡Shaionk! ¡Uái, uái! - respondió la abuela y se sentó al lado de su fueguito apenas encendido, para empezar la narración:

- Elal había cumplido la prueba de rescatar el brazalete (1). Su madrina, convertida en mosca, se escondía junto a su oreja para indicarle lo que debía hacer y avisarle los peligros. Fueron ante la presencia de Keengenken, quien le dijo: conversaremos acerca de la boda, siéntate. ¡No te sientes!, le dijo la madrina, bajo el asiento hay un pozo sin fondo por donde caen los que se sientan. Elal no se sentó. ¡Eres muy astuto!, reconoció el Sol. Vamos a dar un paseo. Caminaron hacia donde estaban las mujeres jóvenes y elegantes, una linda y otra fea; allí el Sol le dijo: Nos has ganado, no hemos podido contigo, y señalando a las dos mujeres, acotó: Una de ellas es Teluj, ¡elige!
-¿Qué hizo, eligió a la más linda? -, consultó Keóken.
- ¡Ninguna de las dos! La madrina le había previsto que era otra trampa, de manera que miró atentamente todo y dando un fuerte soplido volteó la mampara de cueros de un toldo que había allí y dejó al descubierto a una mujer de aspecto horrible.
-¿Era una bruja? -, se apresuró a preguntar Átele.
- No, no era una bruja... ¡Era Teluj!... Keegenkon, su madre, la había disfrazado para que no fuera reconocida, pero la madrina de Elal le susurró al oído: es ella, está disfrazada para que no la reconozcas. Y continuó el siguiente diálogo:
-¡Esta es Teluj! - dijo Elal -. ¡Con ella me casaré!
- ¡No, no! - decía el Sol -. ¡No te cases con ella! ¡Mira cómo está de fea!

Pero Elal no cedió, entonces la luna dijo:

-¡Cásate con ella, total está horrible!

Elal dio tres soplidos y la hija del Sol y la Luna volvió a su estado natural, resultando la mujer más hermosa jamás vista.

-¿Cómo pudieron casarse? - se interesó Losha.

La luna dijo por lo bajo: dejemos que se casen, total la noche de bodas él morirá, como murieron todos los que la pretendieron. La mosca-madrina le habló al héroe diciéndole: ¡Escápate con ella esta noche! ¡Ni el Sol ni la Luna te la darán jamás!

- ¿Huyeron juntos entonces? - preguntó Átele.
-Esa misma noche escaparon y Teluj nunca más se dejó ver ya que en cuanto el Sol sale, ella se esconde, temiendo la ira de su padre.

La anciana se despidió:

-Ketouans tálenke!
- ¡Mas itáinko koone Tama!-, respondieron los niños.


Elal triunfa

El grupo de niños caminaba cerca de la desembocadura del arroyo, observando los pequeños pececitos que, como veloces nubes, se desplazaban bajo el agua y de pronto quedaban inmóviles.

Continuaron caminando hacia arriba, mientras descubrían el milenario misterio del ciclo ecológico en todas sus expresiones. Se detuvieron en unos rápidos, donde se asombraron de la velocidad del Pato de los Torrentes y su habilidad para nadar bajo el agua.

Allí el bosque estaba constituido por lengas y coihues muy altos y gruesos, cosa que les asombraba; además, en la sombra escasa de vegetación se destacaban los hongos 26 grandes y redondos, apenas adheridos al suelo, sin columna. Ótilkel partió uno para ver el interior y luego lo mostró a sus compañeritos. Parecía una masa blanca muy liviana. Güenta recordó que cuando esos hongos están secos, por fuera los contiene una fina cáscara marrón y por dentro se convierten en polvo del mismo color. Ese polvo es utilizado por el “shoikn” para curar quemaduras, dando un excelente resultado.

- Al regreso recogeré uno para llevarle al “shoikn” por haber salvado a Peuche - manifestó Tankelou, siendo aprobado por el grupo.

Luego continuaron subiendo por la orilla del arroyo, hasta que comenzaron a oír un ruido continuo que acrecentaba en la medida que se acercaban. A poco de andar descubrieron su origen: una cascada con una fosa a manera de pileta, donde nadaban unos macacitos zambullidores y en cuyas aguas transparentes se veían algunas truchas y puyenes.

Atrás de la cascada, contra la barranca, crecían, adheridos a las rocas, los “bálsamos de las cascadas” (Alpinia), con sus flores rojas en forma de campanitas pequeñas y sus lustrosas hojas grandes acorazonadas; además de las estrellitas del agua y los musgos asomando por las fisuras de las piedras. Rodeando la cascada, una variedad de hierbas y matas se disputaban el espacio. Allí, las condiciones de fertilidad se multiplicaban, haciendo superior el tamaño de las flores y la vivacidad de sus colores, lo que atraía a mariposas e insectos para alegría de los pajaritos.

Los chicos treparon la barranca para mirar desde allí el paisaje. A lo lejos, en la orilla del lago, los toldos semejaban diminutos medios hongos.

- ¿Volvemos?-, propuso Pol, que no tenía ganas de continuar ascendiendo.

La propuesta fue aceptada y comenzó el descenso, durante el cual prometieron volver a ese hermoso lugar. La abuela Tama los recibió con la alegría de siempre, conociendo el interés demostrado por los pequeños.

- ¡Ua ingue koone Tama!-, saludaron los chicos.
- ¡Ua ingue tálenke!-, repuso ella.

Luego, comenzó el relato:

- Keengenkon estaba segura que Elal moriría sin consumar el matrimonio con su hija Teluj y decía: Ella regresará mañana en cuanto descubra que él murió.
- ¿Por qué estaba segura que moriría?-, preguntó Keóken.
- ¡Porque la Luna había pactado con un espíritu maligno la muerte de los pretendientes de su hija y las dos veces anteriores había tenido éxito!-, explicó la abuela.
- ¿No pudieron matarlo, verdad abuela?-, consultó Pol.
- No Pol, nada pudo hacer el mal espíritu. Elal era superior a todo, además estaba amparado por su madrina que lo prevenía de los peligros.
- ¿Qué decía la Luna al ver pasar los días?-, inquirió Losha.
- La Luna se lamentaba diciendo: ¡Este hombre nos ha vencido! ¿Qué podré hacer? ¡Nada! ¡No lo he podido vencer! ¡Y allí anda…vivo y feliz…! Teluj estaba embarazada y eso le hacía lamentar aún más a la Luna que no se resignaba.
- ¿Se amigaron al fin?-, consultó Ótilkel, anhelando un final feliz.
- Elal, viendo la contrariedad de su suegra y no pudiendo convencerla ni amigarse, comenzó a caminar hacia el mar. Teluj, que lo amaba, lo siguió. Él caminó sobre el agua para ir a una isla donde estaba el cisne y, no deseando llevarla, la convirtió en “Jono-pete” (leopardo marino-Higruga leptonyx), quedando para siempre en el mar.
- ¡Se quedó para siempre en el mar!-, exclamó Losha.
- Así dicen que fue-confirmó la abuela-. Cuando la Luna llena alumbra el agua, Teluj siente la presencia de su madre y juega alegremente, produciendo las mareas.

Los niños quedaron consternados por el extraño final de Teluj, pero decidieron regresar al día siguiente, interesados en la historia de Elal.

- ¡Mas itáinko koone Tama!-, se despidieron los pequeños.
- ¡Mas itáinko tálenke! 

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