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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Martín Fierro - La vuelta de Martín Fierro - José Hernández - capítulos I y II

Viene de Martín Fierro - José Hernández - capítulos XI, XII y XIII

Aquí inicia La vuelta de Martín Fierro 


I
Martín Fierro

1 Atencion pido al silencio
y silencio á la atencion,
que voy en esta ocasion,
si me ayuda la memoria,
5 a mostrarles que á mi historia
le faltaba lo mejor.

Viene uno como dormido
cuando vuelve del desierto;
veré si á esplicarme acierto
10 entre gente tan bizarra,
y si al sentir la guitarra
de mi sueño me dispierto.

Siento que mi pecho tiembla,
que se turba mi razon,
15 y de la vigüela al son
imploro á la alma de un sabio,
que venga á mover mi labio
y alentar mi corazon.

Si no llego á treinta y una,
20 de fijo en treinta me planto,
y esta confianza adelanto
porque recebí en mi mismo,
con el agua del bautismo
la facultá para el canto.

25 Tanto el pobre como el rico
la razon me la han de dar;
y si llegan á escuchar
lo que esplicaré á mi modo,
digo que no han de reir todos,
30 algunos han de llorar.

Mucho tiene que contar
el que tuvo que sufrir,
y empezaré por pedir
no duden de cuanto digo,
35 pues debe crerse al testigo
si no pagan por mentir.

Gracias le doy á la Vírgen,
gracias le doy al Señor,
porque entre tanto rigor,
40 y habiendo perdido tanto,
no perdí mi amor al canto
ni mi voz como cantor.

Que cante todo viviente
otorgó el Eterno Padre;
45 cante todo el que le cuadre
como lo hacemos los dos,
pues solo no tiene voz
el ser que no tiene sangre.

Canta el pueblero... y es pueta;
50 canta el gaucho... y ¡ay Jesús!,
lo miran como avestruz,
su inorancia los asombra;
mas siempre sirven las sombras
para distinguir la luz.

55 El campo es del inorante;
el pueblo del hombre estruido;
yo que en el campo he nacido,
digo que mis cantos son
para los unos... sonidos,
66 y para otros... intencion.

Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar,
mas no quieren opinar
y se divierten cantando,
65 pero yo canto opinando,
que es mi modo de cantar.

El que vá por esta senda
cuanto sabe desembucha,
y aunque mi cencia no es mucha,
70 esto en mi favor previene;
yo sé el corazon que tiene
el que con gusto me escucha.

Lo que pinta este pincel
ni el tiempo lo ha de borrar;
75 ninguno se ha de animar
a corregirme la plana;
no pinta quien tiene gana
sinó quien sabe pintar.

Y no piensen los oyentes
80 que del saber hago alarde;
he conocido, aunque tarde,
sin haberme arrepentido,
que es pecado cometido
el decir ciertas verdades.

85 Pero voy en mi camino
y nada me ladiará,
he de decir la verdá,
de naides soy adulon;
aqui no hay imitacion,
90 esta es pura realidá.

Y el que me quiera enmendar
mucho tiene que saber;
tiene mucho que aprender
el que me sepa escuchar,
95 tiene mucho que rumiar
el que me quiera entender.

Mas que yo y cuantos me oigan,
mas que las cosas que tratan,
mas que los que ellos relatan,
100 mis cantos han de durar;
mucho ha habido que mascar
para echar esta bravata.

Brotan quejas de mi pecho,
brota un lamento sentido;
105 y es tanto lo que he sufrido
y males de tal tamaño,
que reto á todos los años
a que traigan el olvido.

Ya verán si me despierto
110 cómo se compone el baile;
y no se sorprenda naides
si mayor fuego me anima;
porque quiero alzar la prima
como pa tocar al aire.

115 Y con la cuerda tirante,
dende que ese tono elija,
yo no he de aflojar manija
mientras que la vos no pierda,
sinó se corta la cuerda
120 o no cede la clavija.

Aunque rompí el estrumento
por no volverme á tentar,
tengo tanto que contar
y cosas de tal calibre,
125 que Dios quiera que se libre
el que me enseñó á templar.

De naides sigo el ejemplo,
naide á dirigirme viene,
yo digo cuanto conviene
130 y el que en tal güeya se planta,
debe cantar, cuando canta,
con toda la voz que tiene.

He visto rodar la bola
y no se quiere parar;
135 al fin de tanto rodar
me he decidido á venir
a ver si puedo vivir
y me dejan trabajar.

Sé dirigir la mansera
140 y tambien echar un pial;
sé correr en un rodeo,
trabajar en un corral;
me sé sentar en un pértigo
lo mesmo que en un bagual.

145 Y empriestenme su atencion
si ansi me quieren honrar,
de no, tendré que callar,
pues el pájaro cantor
jamas se pone a cantar,
150 en árbol que no dá flor.

Hay trapitos que golpiar,
y de aqui no me levanto.
Escuchenme cuando canto
Si quieren que desembuche:
155 tengo que decirles tanto
que les mando que me escuchen.

Dejenme tomar un trago,
estas son otras cuarenta:
mi garganta está sedienta,
160 y de esto no me abochorno,
pues el viejo, como el horno,
por la boca se calienta.


II

Triste suena mi guitarra
y el asunto lo requiere;
165 ninguno alegrías espere
sinó sentidos lamentos,
de aquel que en duros tormentos
nace, crece, vive y muere.

Es triste dejar sus pagos
170 y largarse á tierra agena
llevándose la alma llena
de tormentos y dolores,
mas nos llevan los rigores
como el pampero á la arena.

175 Irse á cruzar el desierto
lo mesmo que un foragido,
Dejando aqui en el olvido,
como dejamos nosotros,
su mujer en brazos de otro
180 y sus hijitos perdidos!

Cuantas veces al cruzar
en esa inmensa llanura,
al verse en tal desventura
y tan lejos de los suyos,
185 se tira uno entre los yuyos
a llorar con amargura!

En la orilla de un arroyo
solitario lo pasaba;
en mil cosas cavilaba
190 y, á una güelta repentina,
se me hacia ver á mi china
o escuchar que me llamaba.

Y las aguas serenitas
bebe el pingo, trago á trago,
195 mientras sin ningun halago
pasa uno hasta sin comer
por pensar en su mujer,
en sus hijos y en su pago.

Recordarán que con Cruz
200 para el desierto tiramos;
en la pampa nos entramos,
cayendo por fin del viage
a unos toldos de salvajes,
los primeros que encontramos.

205 La desgracia nos seguia,
llegamos en mal momento:
estaban en parlamento
tratando de una invasion,
y el indio en tal ocasion
210 recela hasta de su aliento.

Se armó un tremendo alboroto
cuando nos vieron llegar;
no podiamos aplacar
tan peligroso hervidero;
215 nos tomaron por bomberos
y nos quisieron lanciar.

Nos quitaron los caballos
a los muy pocos minutos;
estaban irresolutos,
220 quién sabe que pretendian;
por los ojos nos metian
las lanzas aquellos brutos.

Y dele en su lengüetéo
hacer gestos y cabriolas;
225 uno desató las bolas
y se nos vino enseguida:
ya no creiamos con vida
salvar ni por carambola.

Allá no hay misericordia
230 ni esperanza que tener;
el indio es de parecer
que siempre matar se debe,
pues la sangre que no bebe
le gusta verla correr.

235 Cruz se dispuso á morir
peliando y me convidó;
aguántemos, dije yó,
el fuego hasta que nos queme:
menos los peligros teme
240 quien mas veces lo venció.

Se debe ser mas prudente
cuando el peligro es mayor;
siempre se salva mejor
andando con alvertencia,
245 porque no está la prudencia
reñida con el valor.

Vino al fin el lenguaraz
como á trairnos el perdon;
nos dijo: “La salvacion
250 ”se la deben á un cacique,
”me manda que les esplique
”que se trata de un malon.

”Les ha dicho á los demas
”que ustedes quedan cautivos
255 ”por si cain algunos vivos
”en poder de los cristianos,
”rescatar á sus hermanos
”con estos dos fugitivos”.

Volvieron al parlamento
260 a tratar de sus alianzas,
o tal vez de las matanzas;
y conforme les detallo,
hicieron cerco á caballo
recostándose en las lanzas.

265 Dentra al centro un indio viejo
y allí á lengüetiar se larga;
quien sabe que les encarga;
pero toda la riunion
lo escuchó con atencion
270 lo menos tres horas largas.

Pegó al fin tres alaridos,
y ya principiaba otra danza;
para mostrar su pujanza
y dar pruebas de ginete
275 dió riendas rayando el flete
y revoliando la lanza.

Recorre luego la fila,
frente á cada indio se para,
lo amenaza cara á cara
280 y en su juria aquel maldito
acompaña con su grito
el cimbrar de la tacuara.

Se vuelve aquello un incendio
mas feo que la mesma guerra;
285 entre una nube de tierra
se hizo allí una mescolanza,
de potros, indios y lanzas,
con alaridos que aterran.

Parece un baile de fieras,
290 sigún yo me lo imagino:
era inmenso el remolino,
las voces aterradoras,
hasta que al fin de dos horas
se aplacó aquel torbellino.

295 De noche formaban cerco
y en el centro nos ponian;
para mostrar que querian
quitarnos toda esperanza,
ocho ó diez filas de lanzas
300 al rededor nos hacian.

Allí estaban vigilantes
cuidándonos á porfia;
cuando roncar parecian
“Huaincá” gritaba cualquiera,
305 y toda la fila entera
“Huaincá” “Huaincá” repetía.

Pero el indio es dormilon
y tiene un sueño projundo;
es roncador sin segundo
310 y en tal confianza es su vida,
que ronca á pata tendida
aunque se dé güelta el mundo.

Nos aviriguaban todo,
como aquel que se previene,
315 porque siempre les conviene
saber las juerzas que andan,
donde estan, quienes las mandan,
que caballos y armas tienen.

A cada respuesta nuestra
320 uno hace una esclamacion,
y luego, en continuacion,
aquellos indios feroces,
cientos y cientos de voces
repiten el mesmo son.

325 Y aquella voz de uno solo,
que empieza por un gruñido,
llega hasta ser alarido
de toda la muchedumbre
y ansi alquieren la costumbre
330 de pegar esos bramidos.

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