7
¡La fuga!
Cuando Susan regresó de Hyper Base, Alfred Lanning la
estaba esperando. El buen hombre no hablaba nunca de su edad, pero todo el
mundo sabía que tenía setenta y cinco años. No obstante, su mente era despierta
y si había permitido que lo nombrasen Director Honorario de Investigaciones,
actuando Bogert de director efectivo, aquello no le impedía asistir
cotidianamente a la oficina.
--¿Cómo está el trabajo de la Zona Hiperatómica?
--No lo sé -respondió ella, irritada-. No lo he
preguntado.
--¡Ejem!... Quisiera que se diesen prisa. Porque si no
se la dan, Consolidated puede ganarles la mano, y ganárnosla a nosotros de
paso.
--¿Consolidated? ¿Qué tiene que ver con eso?
--Pues..., no somos los únicos que nos dedicamos a crear
máquinas. Las nuestras pueden ser positónicas, pero esto no quiere decir que
sean mejores
Robertson ha convocado una gran reunión para mañana.
Estaba esperando que regresase usted. Robertson, de la U.S. Robot / Mechanical
Men Corporation, hijo del fundador, señaló con su aguda nariz al director
general y su nuez pegó un salto hacia arriba mientras decía:
--Empiece usted. Vamos directamente el asunto.
--He aquí el caso, jefe -comenzó el director general con
vivacidad-. Consolidated Robots se dirigió a nosotros hace un mes con una
curiosa proposición. Vinieron con cinco toneladas de cifras, ecuaciones, y toda
clase de cálculos. Era un problema, y querían una contestación para el Cerebro.
Las condiciones eran las siguientes...
Fue contando con los dedos.
--Cien mil para nosotros si no hay solución y podemos
decirles cuáles son los factores que faltan. Doscientos mil si hay solución,
más el coste de construcción de la máquina afectada, más el cuarto de los
intereses en todos los beneficios de ello derivados.
El problema se refiere al desarrollo de una máquina
interestelar... Robertson frunció el ceño y su afilado rostro se endureció.
--A pesar del hecho de que ya poseen una máquina
pensadora. ¿Exacto?
--Lo cual demuestra claramente que esta proposición en
un engaño, jefe. Leu-ver, siga adelante.
Abe Leu-ver levantó la mirada desde la mesa del extremo
de la sala de conferencia y se pasó la mano por la rasposa barbilla.
--La cosa es así, jefe -dijo sonriendo-. Consolidated
"tenía" una máquina pensante. Se ha estropeado.
--¿Cómo? -dijo Robertson incorporándose a medias.
--Es así. ¡Rota! ¡"Kaput"! Nadie sabe por qué,
pero he llegado a ciertas conclusiones..., como, por ejemplo, que le pidieron
que les diese una máquina interestelar con la misma serie de informaciones que
nos han mandado a nosotros y que esto estropeó su máquina. Ahora es chatarra,
nada más que chatarra.
--¿Comprende, jefe? -dijo el director general
entusiasmado-. ¿Lo comprende? No hay ningún grupo industrial de investigación
que no esté tratando de desarrollar una máquina que abarque el espacio, y
Consolidated y U.S. Robots vamos a la cabeza en este terreno con nuestros
robots cerebrales. Ahora que han conseguido estropear la suya, tenemos el campo
libre. Este es el... supuesto motivo. Necesitarán seis años por lo menos para
construir otra y están hundidos, a menos que puedan estropear la nuestra
también, sometiéndola al mismo problema.
El presidente de la U.S. Robots tenía los ojos abiertos
y grandes como platos.
--¡Qué asquerosas ratas...!
--Espere, jefe. Hay algo más. ¡Lanning, hable!... -dijo
describiendo con el dedo un amplio círculo.
El doctor Lanning hizo un resumen de la situación con un
leve tono de desprecio; reacción natural contra las empresas y sectores de
venta mucho mejor pagadas que él. Sus increíbles cejas grises se cerraban y su
voz era seca.
--Desde un punto de vista científico, la situación, si
no enterarmente clara, es susceptible de un inteligente análisis. El problema
del viaje interestelar en las actuales condiciones de teoría física es vaga. La
cuestión es muy vasta y la información dada por la Consolidated referente a su
máquina pensante, era similarmente vaga. Nuestro departamento matemático ha
procedido a un análisis profundo, y parece que la Consolidated lo ha incluido
todo. Su material de sumisión contiene todos los adelantos conocidos de la
teoría curvo-espacial de Franciacci y, al parecer, todos los datos astrofísicos
y electrónicos pertinentes. Es un buen bocado.
Robertson los seguía atentamente. Al fin interrumpió.
--Es muy difícil para que el Cerebro lo resuelva.
--No -intervino Lanning moviendo la cabeza con
decisión-. No hay límites para la capacidad del Cerebro. Es una cuestión
distinta. Es cuestión de Leyes Robóticas; por ejemplo: no podrá jamás dar una
solución a un problema que le haya sido sometido, si esta solución trae
aparejada la muerte o daño de seres humanos. En cuanto a él hace referencia, un
problema que no tuviese más que esta solución sería insoluble. Se este problema
estuviese unido a una urgente demanda de respuesta, sería posible que el Cerebro,
que es sólo un robot al fin y al cabo, se encontrase ante un dilema según el
cual no podría ni contestar ni negarse a hacerlo. Algo por el estilo puede
haberle ocurrido a la máquina de la Consolidated.
Hizo una pausa, pero el director general insistió:
--Siga, doctor Lanning. Explíqueselo en la forma como me
lo explicó a mí.
Lanning arqueó las cejas apretando los labios, y miró
hacia Susan Calvin, que levantó por primera vez la vista de sus manos cruzadas
en el regazo. Habló en voz baja y sin entonación.
--La naturaleza de la reacción robótica ante un dilema
es impresionante -comenzó-. La psicología del robot está muy lejos de ser
perfecta, como especialista puedo asegurárselo, pero puede ser discutida en
términos cualitativos, porque a pesar de todas las complicaciones introducidas
en el cerebro positónico de un robot, está construido por los humanos, y por lo
tanto, conformado de acuerdo con los valores humanos. Ahora bien, un humano
enfrentado con una imposibilidad, responde frecuentemente con una retirada de
la realidad; penetra en un mundo de engaño, entregándose a la bebida, llegando
al histerismo, o tirándose de un puente. Todo esto se reduce a lo mismo, la
negativa o la incapacidad de enfrentarse serenamente con la situación. Y lo
mismo ocurre con los robots. Un dilema, en el mejor de los casos, creará un
desorden en sus conexiones; y en el peor abrasará su cerebro positónico sin
reparación posible.
--Comprendo -dijo Robertson, que no había comprendido
nada-. ¿Y qué me dice de esta información que nos pide Consolidated.
--Encierra indudablemente un problema de un género
prohibido -dijo Susan Calvin-. Pero el Cerebro difiere considerablemente del
robot de la Consolidated.
--Eso es cierto, doctora, es cierto -interrumpió el
director general con energía-. Quiero que sepa bien esto, porque es el punto
esencial de la situación.
Los ojos de Susan relucían detrás de sus lentes y continuó
pacientemente:
--Estas máquinas de la Consolidated, comprende, su
Superpensador entre ellas, están construidas sin personalidad. Se rigen por un
funcionarismo, obligatoriamente; sin las patentes básicas de la U.S. Robots
para los senderos emocionales del cerebro. Su Pensador es una mera máquina
calculadora en gran escala y un dilema la aniquila instantáneamente. Sin
embargo, el Cerebro, nuestra máquina, tiene una personalidad, una personalidad
de chiquillo. Es un cerebro supremanente deductivo, pero se parece a un
"idiot savant". En realidad, no entiende lo que hace, se limita a
hacerlo. Y porque es realmente un chiquillo, es más reacio. "La vida no es
tan seria", parece decir.
La doctora en psicología, hizo una pausa y prosiguió:
--He aquí lo que vamos a hacer.
Hemos dividido toda la información de la Consolidated en
partes lógicas. Vamos a introducir cada una de las partes en el Cerebro,
separada y cautelosamente. Cuando entre el "factor", el que crea el
dilema, la personalidad infantil del Cerebro vacilar. Su sentido enjuiciador no
está maduro. Se producirá un intervalo perceptible antes de que reconozca el
dilema como tal. Y durante este intervalo, rechazará automáticamente la unidad,
antes de los senderos cerebrales puedan ser puestos en movimiento y
estropearlos. La nuez de Robertson se estremeció.
--¿Está usted segura, ahora?
--La cosa no tiene mucho sentido, lo admito -dijo Susan
Calvin con disimulada impaciencia-, en lenguaje vulgar; pero no concibo que tenga
la utilidad de presentarlo en forma matemática. Le aseguro que es como le digo.
El director general saltó a la brecha, con calor.
--De manera que la situación es ésta: Si aceptamos la
proposición, podemos proceder de esta forma. El Cerebro nos dirá cuál de las
unidades es la que encierra el dilema. De donde podremos calcular "por
qué" existe el dilema. ¿No es esto, doctor Bogert? Ya lo ve usted,
doctora, y el doctor Bogert es el mejor matemático que encontrará en parte
alguna. Damos a la Consalidated la respuesta de "Sin Solución", con
el motivo que la justifica, y cobramos cien mil. Ellos se quedarán con una
máquina estropeada y nosotros con una entera. Dentro de un años, dos quizáá, tendremos
una máquina curvo-espacial, o un motor hiperatómico, como lo llaman algunos.
--Llámela como quiera, será la cosa más grande del
mundo.
Robertson se echó a reir y tendió la mano.
--Veamos este contrato. Voy a firmarlo.
Cuando Susan Calvin entró en la bóveda del Cerebro,
fantásticamente guardada, uno de los turnos de técnicos acababa de preguntarle:
"Si una gallina y media pone un huevo y medio en un día y medio, ¿Cuántos
huevos pondrán nueve gallinas en nueve días?". Y la máquina había
contestado: "Cincuenta y cuatro". Y los técnicos se habían mirado
perplejos unos a otros. La doctora
Calvin tosió y se produjo una súbita confusión de energías. La doctora hizo un
breve gesto y se quedó sola con el Cerebro.
El Cerebro era un mero globo de medio metro de diámetro
-que contenía en su interior una atmósfera totalmente acondicionada de helio,
un volumen de espacio totalmente ausente de vibraciones y libre de radiaciones-
y dentro del cual había una inaudita complejidad de senderos cerebrales
positónicos que formaban el Cerebro.
El resto de la habitación estaba atestada de
dispositivos que eran los intermediarios entre el Cerebro y el mundo exterior,
su voz, sus brazos, sus órganos sensoriales.
--¿Cómo estás, Cerebro? -preguntó suavemente la doctora
Calvin.
La voz del Cerebro respondió vibrante y con entusiasmo.
--¡Muy bien, doctora Calvin! Me vas a hacer alguna
pregunta, llevas siempre un libro en la mano.
--Bien, pues tienes razón, pero todavía no -sonrió
Susan-. Pero es tan complicada que te la vamos a dar por escrito. Pero más
tarde. Me parece que voy a hablarte primero.
--Perfectamente, no me importa hablar.
--Escucha, Cerebro, dentro de un momento, el doctor
Bogert y el doctor Lanning estarán aquí con su complicada pregunta. Te daremos
muy poco cada vez y muy lentamente, porque queremos que te andes con cuidado.
Vamos a pedirte que saques algo en conjunto, si te es posible, de la
información, pero tengo que advertirte que la solución puede comportar un
cierto peligro para los seres humanos.
--¡Cáspita! -exclamó con voz ronca, seca, el Cerebro.
--Ahora, mucho cuidado. Cuando lleguemos a un punto que
pueda significar peligro, incluso quizá muerte, no te excites. Comprendes,
Cerebro, en este caso, no nos importa..., ni siquiera la muerte; nos tiene sin
cuidado. De manera que cuando llegues a este punto, te detienes, nos la
devuelves y se acabó. ¿Comprendes?
--¡Sí, sí, seguro! Pero..., ¡cáspita, muerte de los
humanos...! ¡Oh!
--Y ahora, Cerebro, oigo llegar al doctor Bogert y al
doctor Lanning. Ellos te explicarán en qué consiste el problema y empezaremos.
Sé buen muchacho, ahora...
Lentamente las hojas fueron siendo insertadas. Después
de cada una se producía un intervalo de un curioso ruido, como el ahogado
cuchicheo que era el Cerebro en acción. Después venía un silencio, que quería
decir que estaba en disposición de recibir una nueva hoja. Era cuestión de
horas, durante las cuales el equivalente de unos doscientos diecisiete gruesos
volúmenes de física-matemática fue tragado por el Cerebro.
A medida que se
iba procediendo a la operación, todos fruncían el ceño. Lanning refunfuñaba
ferozmente en voz baja. Bogert, primero, se contempló pensativo las uñas y
después empezó a morderlas de una forma abstraída. Sólo cuando la última de las
hojas del grueso montón hubo desaparecido, Susan, con el rostro pálido, dijo:
--Hay algo que no va.
Lanning hizo un supremo esfuerzo por pronunciar unas
palabras.
--No puede ser. Está..., muerto.
--¿Cerebro?... -Susan Calvin estaba temblando-. ¿Me
oyes, Cerebro?
--¿Eh?... -respondió la máquina, abstraída-, ¿Qué
quieres?
--La solución.
--¡Ah!... Puedo darla. Os construiré la nave, con
facilidad..., si me dais robots. Una linda nave. Necesitaré dos meses, quizá .
--¿No ha habido... dificultad?
--Fue largo de calcular.
La doctora Calvin se echó a reír. El color no había
reaparecido en sus mejillas. Hizo signo a los demás de que se marchasen.
--No logro entenderlo -dijo, una vez en su despacho-. La
información, tal como se ha dado, tiene que envolver un dilema...,
probablemente la muerte. Si algo se ha estropeado...
--La máquina habla y razona. No puede haber dilema.
--¡Hay dilemas y dilemas! -exclamó la doctora con
calor-. Hay diferentes formas de evasión. Supongamos que el Cerebro se siente
sólo débilmente captado; sólo lo suficiente, digamos, para sufrir la ilusión de
que puede resolver el problema, cuando en realidad no puede. O supongamos que
está oscilando en el borde mismo de algo realmente malo, de manera que el menor
empuje lo hace pasar más allá.
--Supongamos -dijo Lanning- que no hay dilema.
Supongamos que la máquina de la Consolidated se rompió a causa de otra
pregunta, o por razones puramente mecánicas.
--Pero aun así -insistió Susan Calvin- no podemos correr
el riesgo. Oigan, a partir de ahora nadie debe ni respirar delante del Cerebro.
Me hago cargo del asunto.
--Muy bien -suspiró Lanning-, hágase cargo, pues. Y
entretanto, dejaremos que el Cerebro nos construya la nave. Y si nos la
construye, tendremos que probarla. Para esto necesitaremos nuestros mejores
hombres -añadió pensativo.
***
Michael Donovan se alisó la encrespada cabellera
pelirroja con un violento ademán, y la total indiferencia a que en el acto
volviese a erizarse.
--Llama el turno ya, Greg -dijo-. Dicen que la nave está
terminada. No saben lo que es, pero está terminada. Vamos, Greg. Vamos a tomar
el mando.
--Espera, Mike -dijo Powell, cansado-. La confinada
atmósfera que respiramos no es adecuada para tu entusiasmo y buen humor.
--Escucha -dijo Donovan. dándole otro tirón a su
cabello-. No me preocupa el genio éste de hierro ni su linda nave de hojalata.
¡Son mis vacaciones perdidas! ¡Y la monotonía! Aquí no hay más que bigotes y
cifras..., una fea especie de cifras. ¡Oh, por qué tienen que darnos siempre
estas misiones!
--Porque -respondió Powell amablemente -por lo visto les
convenimos. ¡O.K., descansa! Viene el doctor Lanning.
Lanning se acercaba con sus siempre pobladas cejas
grises y lleno de vida a pesar de su edad. Subió silenciosamente la rampa con
sus dos compañeros y salieron al campo abierto adonde, sin obedecer a ningún
ser humano, silencios robots estaban construyendo una nave. Mejor dicho:
¡Habían construido una nave! Porque Lanning dijo:
--Los robots se han parado. Ninguno se ha movido hoy.
--¿Está lista, entonces? ¿Definitivamente? -preguntó
Powell.
--¿Cómo puedo decirlo? -dijo Lanning, frunciendo el
ceño-. Parece lista. No se ven piezas sueltas por ninguna parte y el interior
tiene un brillo de cosa acabada.
--¿Ha estado usted dentro?
--Entrar y salir. No soy piloto del espacio
--¿Entiende alguno de ustedes algo en teoría de motores?
Donovan miró a
Powell y Powell miró a Donovan.
--Tengo mi licencia, doctor, pero en mis últimos textos
no hay nada referencia a hipermotores ni curvonavegación. Sólo el corriente
juego de niños de las tres dimensiones.
Alfred Lanning levantó la mirada con un gesto de neta
reprobación y soltó un ronquido con su larga nariz.
--Bien, mandaremos nuestros ingenieros -dijo en tono helado.
Powell lo agarró por el codo al ver que se disponía a
marcharse.
--Oiga, doctor, ¿es la nave un campo prohibido?
--Supongo que no -respondió Lanning después de haber
vacilado rascándose la nariz-. Para ustedes dos, en todo caso.
Donovan murmuró una frase expresiva a su espalda al
verlo marchar y se volvió hacia Powell.
--Me gustaría darle una descripción literaria de él
mismo, Greg.
--Ven conmigo, Mike.
El interior de la nave estaba terminado, tan terminado
como una nave pudo jamás estarlo; podía afirmase con sólo pestañear dos veces.
Ningún obrero especializado hubiera podido dar más brillo del que habían dado
los robots. Las paredes tenían un acabado de reluciente plata que no conservaba
las impresiones digitales. No había ángulos; paredes, suelo y techos se fundían
unos con otros en delicadas curvas, y el resplandor metálico de la luz
indirecta daba seis frías imágenes de los asombrados visitantes.
El corredor principal era un estrecho túnel cuyo suelo
resonaba bajo las pisadas y en que había una serie de habitaciones imposibles
de distinguir unas de otras.
--Supongo que los muebles deben de estar empotrados en
las paredes -dijo Powell-. O quizá no tenemos que sentarnos ni dormir.
En la última habitación, cerca de la proa de la nave, se
quebraba la monotonía. Una ventana curva, sin reflejos, era lo primero que
rompía la monotonía metálica y bajo ella había una sola esfera de grandes
dimensiones con una única aguja inmóvil que marcaba el cero.
--¡Mira esto! -dijo Donovan señalando la única palabra
escrita en una escala minuciosamente marcada.
La palabra era "parsecs", y la diminuta cifra
del extremo de la escala graduada era "1.000.000". Había dos sillas;
pesadas, bastas, sin acolchar
Powell se sentó en una de ellas y la encontró cómoda, sus
curvas se amoldaban a las formas de su cuerpo.
--¿Qué te parece todo esto? -preguntó Powell.
--¡Por mi dinero! Creo que el Cerebro tiene fiebre
cerebral. ¡Vámonos!
--¿No quieres dar un vistazo a todo esto?
--He dado ya un vistazo a todo eso He venido y he visto.
¡Estoy harto! Greg, salgamos de aquí -añadió con el pelo rojo erizado-. He
abandonado mi trabajo hace cinco minutos y esto es una zona prohibida.
Powell sonrió de una forma untuosa y satisfecha y se
alisó el bigote.
--Bien, Mike, cierra la válvula de adrenalina que estás
vertiendo en tu sangre. Estaba preocupado también, pero nada más.
--¿Nada más, eh? ¿Cómo es eso, nada más? ¿Aumentando tu
seguro?
--Mike, esta nave no puede despegar.
--¿Cómo lo sabes?
--¿Hemos recorrido toda la nave, no?
--Así parece.
--Puedes creerlo bajo mi palabra. ¿Has visto una sola
cámara de pilotaje a excepción de este ventanal y una esfera calculada en
parsecs? ¿Has visto algún mando?
--No.
--¿Has visto algún motor?
--¡Por Júpiter, no!
--Bien, entonces... Vamos a darle la noticia a Lanning,
Mike.
Recorrieron a toda velocidad los uniformes corredores
para chocar finalmente con el estrecho paso que daba a la compuerta neumática. Donovan
se puso rígido.
--¿Has cerrado tú eso, Greg?
--No lo he tocado para nada. Levanta la palanca quieres...
Pero a pesar de los agotadores esfuerzos de Mike, la
palanca no se movió.
--No he visto ninguna salida de urgencia -dijo Powell-.
Si ocurre algo, nos van a tener que sacar fundidos.
--Sí, y vamos a tener que esperar a que se den cuenta de
que algún loco nos ha encerrado aquí dentro -añadió Donovan frenético.
--Volvamos a la ventana. Es el único sitio desde el cual
podemos llamar la atención.
Pero no fue así.
En la última habitación, la ventana no era ya azul y
llena de cielo. Era negra, y unas puntas de aguja amarillentas en forma de
estrella decían: "Espacio".
Se produjo un fuerte golpe sordo, doble, y dos cuerpos
se desplomaron en dos sillas.
***
Alfred Lanning encontró a Susan Calvin en la puerta de
la oficina. Encendió nerviosamente un cigarro y le hizo seña de entrar.
--Bien, Susan -dijo-, hemos llegado bastante lejos y
Robertson se está poniendo nervioso. ¿Qué va usted a hacer con el Cerebro?
Susan Calvin abrió los brazos, extendiendo las manos.
--No sirve de nada ponerse impacientes. El Cerebro tiene
mayor valor que todo lo que podamos obtener con este trato.
--Pero lleva usted dos meses interrogándolo.
--¿Preferiría usted llevar este asunto personalmente?
-preguntó la doctora en tono llano, pero ligeramente amenazador.
--Ya sabe usted lo que quiero decir...
--¡Oh, supongo que sí! -respondió ella, frotándose las
manos nerviosas- La cosa es fácil, he estado probando y tanteando y no he
llegado todavía a ninguna parte. Sus reacciones no son normales. Sus respuestas
son, en cierto modo..., extrañas. Pero nada en que poner el dedo. Y, comprenda
usted, hasta que sepamos qué es lo que pasa, debemos andar de puntillas. Me es
imposible decir qué pregunta u observación conseguir ... darle el empujón y...
si entonces tendremos entre nuestras manos un Cerebro completamente inútil. ¿Quiere
usted correr este riesgo?
--No sé, no puede quebrantar la Primera Ley.
--Eso hubiera pensado, pero...
--¿No está siquiera segura de esto?-preguntó Lanning
escandalizado.
--¡Oh, no puedo estar segura de nada, Alfred!
Los timbres de alarma resonaron con una aterradora
prontitud. Lanning cortó la comunicación con un espasmo casi paralizante. Las
palabras salieron jadeantes y heladas de sus labios.
--Susan..., ha oído esto..., la nave ha partido. He
mandado a aquellos físicos a su interior hace media hora. Tendrá usted que
consultar de nuevo con el Cerebro.
--Cerebro -dijo Susan Calvin con forzada calma-, ¿qué le
ha ocurrido a la nave?
--¿La nave que he construido, señorita Susan?
--Exacto. ¿Qué ha sido de ella?
--Nada. Los dos hombres que tenían que hacer las pruebas
estaban dentro y todo estaba dispuesto. De manera que la lancé.
--¡Oh, vaya, pues está bien! -La doctora encontraba una
cierta dificultad en respirar-. ¿Crees que estarán bien?
--Tan bien como sea posible, señorita Susan. He tomado
todas las precauciones. Es una her-mo-sa nave.
--Sí, Cerebro es hermosa, pero ¿crees que tendrán bastante
comodidad? ¿Estarán confortablemente alojados?
--Mucha comida.
--Esto puede haber sido una gran impresión para ellos.
Por lo inesperado, comprendes...
--Estarán bien
-dijo el Cerebro, desechando la objeción-. Tiene que ser interesante para
ellos.
--¿Interesante? ¿Cómo?
--Sólo interesante.
--Susan -dijo Lanning con un susurro-, pregúntele si
podrían morir. Pregúntele qué peligros corren.
La expresión de Susan Calvin se contorsionó en un gesto
de furia.
--¡Cállese! -Con voz turbada, se volvió hacia el
Cerebro-. ¿Podremos comunicar con la nave, verdad, Cerebro?
--Pueden oirte, si los llamas por radio. Nos hemos preocupado
por esto.
--Gracias. Eso es todo, por ahora
Una vez fuera, Lanning estalló con rabia:
--¡Por toda la Galaxia, Susan, si esto se sabe estamos
arruinados! Es necesario que hagamos regresar a estos hombres. ¿Por qué no le
ha preguntado si había peligro de muerte..., directamente?
--Porque esto es precisamente lo que no puedo mencionar.
Si existe un dilema, es de muerte. Cualquier cosa que sea demasiado fuerte para
él, puede aniquilarlo. ¿Estaremos acaso mejor, entonces? Ahora, espere, dice
que podemos comunicar con ellos. Vamos a hacerlo, localicémoslos y hagámoslos
regresar. Probablemente pueden manejar los controles ellos mismos. El Cerebro
sin duda los dirige desde lejos. ¡Venga!
***
Transcurrió bastante tiempo antes de que Powell volviese
en sí.
--Mike -dijo con los labios fríos-, ¿sientes algunas
aceleraciones?
--¿Eh?... -preguntó Donovan con mirada inexpresiva-.
No...
Los puños del pelirrojo se cerraron, y levantándose con
ímpetu de su sillón, se acercó a la ventana con frenética energía. No se veía
nada.. más que estrellas.
--Greg -dijo, volviéndose-, deben de haber lanzado esta
máquina mientras estábamos dentro. Greg, todo esto estaba preparado; combinaron
que el robot nos obligase a ser pilotos de prueba para el caso en que pensásemos
volvernos atrás.
--¿Qué estás diciendo? -dijo Powell-. ¿Qué utilidad
tiene mandarnos al espacio si no sabemos cómo se gobierna esta máquina? ¿Cómo
creen que vamos a hacerla regresar? No, esta nave arrancó por sí sola y sin
ninguna aceleración aparente. -Se levantó y comenzó a caminar lentamente. Las
paredes de metal resonaban al compás de sus pasos. Con una voz sin entonación,
añadió: --Mike, ésta es la situación más confusa en que nos hemos encontrado
jamás.
--¡Qué cosa más nueva para mí! -dijo Mike con amargura-.
Empezaba a pasarlo divinamente cuando me lo has dicho.
Powell no le hizo caso.
--Aceleración nula -dijo-. Lo cual indica que esta nave
funciona bajo un principio diferente de todos los conocidos.
--Diferente de los que nosotros conocemos, en todo
caso..
--Diferente de "todos" los conocidos. No hay
motores al alcance de la mano. Quizá estén dentro de las paredes. Quizá por
esto son tan gruesas.
--¿Qué estás refunfuñando?
--Estoy diciendo que, cualquiera que sea la energía que mueve
esta nave, no está destinada, evidentemente, a ser controlada a mano. Esta nave
es teledirigida.
--¿Por el Cerebro?
--¿Por qué no?
--¿Entonces, crees que seguiremos en el espacio hasta
que el Cerebro decida hacernos regresar?
--Es posible. Si es así, esperemos tranquilamente. El
Cerebro es un robot, está obligado a respetar la Primera Ley. No puede dañar a
un ser humano.
--¿Esto crees?-dijo Donovan sentándose lentamente y
alisándose el cabello-. Escucha, el cuento del espacio curvo ha hecho trizas al
robot de la Consolidated, y el melenudo dijo que era debido a que el viaje
interestelar mata a los seres humanos. ¿En qué robot vas a confiar? El nuestro
se basa en los mismos principios, según tengo entendido.
Powell se tiraba desesperadamente del bigote.
--No finjas no entender en robótica, Mike. Antes de que
sea físicamente posible a un robot hacer un solo intento de infringir la
Primera Ley, tienen que destrozarse tantas cosas, que se produciría un montón
de desperdicios diez veces mayor. Esto tiene alguna explicación más sencilla.
--¡Sí, seguro, seguro!... Bien, hazme llamar por el
mayordomo, mañana. Todo esto es realmente demasiado sencillo para que me
preocupe antes de haber descabezado mi sueñecito.
--¡Pero, por Júpiter, Mike ¿De qué te quejas hasta ahora?
El Cerebro vela por nosotros. Aquí tenemos calor, tenemos luz, tenemos aire. No
hay siquiera un soplo de más de aceleración para erizarte el cabello, si, desde
luego, fuese erizable, en primer lugar.
--¿Sí? Greg, tú debes haber tomado lecciones. ¿Y qué
comeremos?¿Qué beberemos? ¿Dónde estamos? ¿Cómo regresaremos? Y en caso de
accidente, ¿con qué traje del espacio saldremos y por dónde? No he visto
siquiera un cuarto de baño ni aquellos pequeños adminículos que suelen haber en
los cuartos de baño. Desde luego, se ocupan de nosotros, pero... ¡Escucha!
La voz que interrumpió la gran tirada de Donovan no fue
la de Powell. No era de nadie. Estaba allí, flotando en el aire, estentórea y
petrificadora en sus efectos.
"¡Gregory Powell!¡Michael Donovan! ¡Gregory Powell!
¡Michael Donovan! Comuniquen su actual posición. Si la nave responde a los
controles, rogamos regresen a la Base. ¡Gregory Powell! ¡Michael Donovan! "
El mensaje se repetía, mecánicamente, roto a intervalos regulares.
--¿De dónde viene esto? -preguntó Donovan.
--No sé -dijo Powell, con un susurro, impresionante-. ¿De
dónde viene la luz? ¿De dónde viene todo?
--¿Y cómo vamos a contestar? -Tenían que hablar durante
los intervalos del mensaje, que se iba repitiendo.
Las paredes estaban desnudas, tan desnudas como puede
estar una superficie de metal no rota por nada.
--Grita la respuesta -dijo Powell. Así lo hicieron.
Gritaron, por turno, juntos.
--¡Posición desconocida! ¡Nave fuera de control! ¡Situación
desesperada!
Sus voces resonaban estridentes.
Las breves y telegráficas frases quedaban deformadas por
la intensidad de los gritos, pero la fría voz que llamaba iba repitiendo
incansablemente su mensaje.
--No nos oyen -murmuró Donovan-. No hay estación
transmisora, sólo receptora. -Su mirada recorría al azar la superficie de las
paredes.
La voz exterior fue disminuyendo paulatinamente de
intensidad y se calló. De nuevo ellos chillaron cuando no era más que un
susurro y de nuevo volvieron a gritar cuando reinó el silencio. Cosa de unos
quince minutos después, Powell dijo, casi sin voz:
--Vamos a recorrer la nave otra vez. Debe de haber algo
que comer en alguna parte. -Su tono no delataba ninguna confianza; era casi el
reconocimiento de su derrota.
Dividieron el corredor en dos partes. Podían oírse uno a
otro por el fuerte resonar de sus pasos, y volvían a encontrarse en el
corredor, donde se miraban mutuamente y seguían adelante. La exploración de
Powell terminó infructuosamente, y en aquel momento oyó la alegre voz de
Donovan con la sonoridad de un estruendo.
--¡Eh, Greg, la nave tiene tuberías! ¿Cómo se nos ha
escapado?- Después de cinco minutos de jugar al escondite, encontró a Powell.
--Pero sigue sin haber cuarto de baño -dijo. De repente
se calló en seco-. ¡Comida! -jadeó.
La pared se había corrido, dejando una abertura curva
con dos estantes. El estante superior estaba lleno de latas sin etiquetar de
una asombrosa variedad de tamaños y formas. Las latas esmaltadas del estante
inferior eran uniformes y Donovan sintió una fría corriente de aire en sus
piernas. El estante inferior estaba refrigerado.
--¡Cómo... cómo...!
--Esto no estaba así antes -dijo Powell secamente-. Esta
parte de la pared se ha corrido en cuanto entré por la puerta.
Estaba ya comiendo. La lata tenía una cuchara dentro y
pronto el aromático olor de habichuelas estofadas llenó la habitación.
--¡Coge una lata, Mike!
--¿Qué minuta hay? -preguntó Donovan, vacilando.
--¿Cómo quieres que lo sepa? ¿Le haces remilgos?
--No, pero en las naves no como más que habichuelas.
Algo diferente gozaría de mi predilección.
Su mano acarició
y eligió una reluciente lata elíptica, cuya forma aplanada parecía insinuar la
presencia de salmón o una golosina similar. Se abrió bajo una presión adecuada.
--¡Habichuelas¡ -gritó Donovan, cogiendo otra, pero
Powell le tiró de los pantalones.
--Es mejor que comas esto, muchacho. Las existencias son
limitadas y podemos tener que estar aquí mucho tiempo.
--¿Pero es que aquí no hay más que habichuelas? -dijo
toscamente Donovan, echándose atrás.
--Es posible.
--¿Qué hay en el otro estante?
--leche.
--¿Sólo leche? -gritó Donovan, indignado.
--Así parece.
La comida de habichuelas y leche transcurrió en un
absoluto silencio y al marcharse, la fracción de pared se colocó
automáticamente en su sitio, dejando la superficie completamente lisa.
--Todo es automático -dijo Powell, suspirando-. Todo
igual. Jamás me he sentido más abandonado en mi vida.
Quince minutos más tarde estaban de nuevo en la sala de
la ventana mirándose uno a otro desde dos sillones opuestos. Powell miró
melancólicamente la única esfera de la sala. Seguía marcando
"parsecs", la cifra seguía terminando en 1.000.000 y la aguja
indicadora estaba todavía en el cero.
***
En su despacho interior de las oficinas de la U.S.
Robots / Mechanical Men Corp. Alfred Lanning, en tono agotado, está diciendo:
--No contestan. Hemos probado todas las longitudes de
onda, pública, privada, clave, directa, incluso este truco del subéter que hay
ahora. ¡Y el Cerebro sigue sin querer decir nada! -le espetó a Susan Calvin.
--No quiere extenderse sobre la materia, Alfred. Dice
que no pueden oírnos... y cuando trato de apretarlo se pone de mal humor. Y no
debería ser... ¿Quién ha oído hablar jamás de un robot malhumorado?
--¿Por qué no nos dice usted lo que sabe, Susan? -dijo
Bogert.
--Aquí va. Admite que controla la nave enteramente. Es
positivamente optimista en cuanto a su seguridad, pero sin detalle. No me
atrevo a apretarle las tuercas. Sin embargo, el centro de la perturbación
reside, al parecer, en el mismo salto interestelar. El Cerebro se echó a reír
cuando toqué este punto. Hay otras indicaciones, pero ésta es la más clara que
ha aparecido como neta anormalidad.
Bogert pareció súbitamente impresionado.
--¡El salto interestelar!
--¿Qué ocurre? -gritaron a la vez Susan Calvin y
Lanning.
--Las cifras para el motor que nos dio del Cerebro. ¡Oiga...,
acabo de pensar en una cosa!
Y salió precipitadamente.
Lanning lo siguió con la mirada. Volviéndose hacia
Susan, dijo:
--Tenga usted cuidado con su final, Susan...
Dos horas después, Bogert estaba hablando animadamente.
--Le digo, Lanning, que es esto. El salto interestelar
no es instantáneo... mientras la velocidad de la luz sea infinita. La vida no
puede existir... la "materia" y la "energía" no pueden
existir como tales en el espacio curvo. No sé cómo será ... pero es así. Esto
es lo que mató al robot de la Consolidated.
***
Donovan estaba realmente tan desesperado como parecía.
--¿Sólo cinco días?
Miraba a su alrededor, desalentado.
Las estrellas de la ventana eran conocidas, pero
infinitamente indiferentes. Las paredes eran frías al tacto; las luces, que
habían vuelto a encenderse recientemente, eran de una brillantez insoportable;
la aguja de la esfera marcaba obstinadamente cero; y Donovan no podía liberarse
del gusto a habichuelas.
--Necesito un baño -dijo tristemente.
Powell levantó la vista un instante y respondió:
--Yo también. No tienes por qué ser tan egoísta. Pero a
menos que quieras bañarte en leche y pasarte de beber...
--Tendremos que pasarnos de beber un momento otro, Greg.
¿Dónde terminará este viaje interestelar?
--Ya me lo dirás. En todo caso, vamos allá. O por lo
menos el polvo de nuestros esqueletos, pero... ¿no es nuestra muerte el punto
esencial del colapso original del Cerebro?
--Greg -respondió Donovan, dándole la espalda-, he estado
pensando. La cosa está mal. No hay gran cosa que hacer, fuera de rondar por ahí
o hablar contigo. Ya conoces estas historias de tipos que andan rondando eternamente
por el espacio. Se vuelven locos mucho antes de sucumbir al hambre. No sé,
Greg, pero desde que las luces han vuelto a encenderse, me siento extraño.
Hubo un silencio hasta que Powell dijo, con voz muy
débil:
--Yo también. ¿Qué sientes?
--Una cosa extraña dentro -dijo el pelirrojo-. Como una
especie de tensión interior. Me es difícil respirar. No puedo estarme quieto.
--¡Hum!... ¿Sientes alguna vibración?
--¿Que quieres decir?
--Siéntate un minuto y escucha. No lo oyes, pero, ¿no
sientes... como si algo latiese en alguna parte e
hiciese latir toda la nave, y a ti con ella? Escucha...
--Sí..., sí... ¿Qué crees que es, Greg? ¿No crees que
somos nosotros?
--Es posible -respondió Powell, acariciándose lentamente
el bigote-. Pero pueden ser los motores de la nave. Puede estar preparándose.
--¿Para qué?
--Para el salto interestelar. Puede estar próximo y sólo
el diablo sabe cómo es.
Donovan se quedó un momento pensativo. Después, con
rabia, dijo:
--Si es así, dejémoslo. Pero quisiera poder luchar. Es
humillante tener que esperar de esta forma.
Una hora después, Powell miró su mano, que había apoyado
sobre el brazo metálico de su silla y con una calma absoluta, dijo:
--Toca la pared, Mike.
--No la siento vibrar, Greg -dijo Donovan, después de
haber obedecido.
Incluso las estrellas parecían borrosas. De algún lugar
llegaba la vaga impresión de alguna poderosa máquina que iba cobrando energía
entre las paredes, acumulando fuerzas para un prodigioso salto, ascendiendo la
escala de la fuerza y el poder.
Ocurrió con la rapidez de un pinchazo de dolor. Powell
se puso rígido y casi se cayó de la silla.
Vio a Donovan y se desvaneció la visión, mientras el
leve grito de Donovan penetraba y moría en sus oídos. Algo vibró
vertiginosamente en él y luchó contra una creciente capa de hielo que iba
espesándose.
Algo flotó suelto y formó un remolino de luces y dolor.
Y cayó...
... y se retorció.
... Y cayó de bruces.
... En silencio.
¡Estaba muerto!
Era un mundo sin movimiento ni sensaciones. Un mundo de
una vaga consciencia sin sentidos; una consciencia de oscuridad y de silencio y
de lucha sin forma. Más que nada, consciencia de eternidad.
Era un tenue destello del "yo"... frío y
atemorizado.
Entonces vinieron las palabras, melosas y sonoras,
resonando encima de él en una espuma de sonidos.
--¿Te ajustaba tu ataúd de una manera diferente antes? ¿Por
qué no pruebas los féretros extensibles de Mr. Cadáver? Están científicamente
construidos con Vitamina B1. ¡Usad los féretros Cadáver por su comodidad!
Recordad que vais-a-estar-muertos-mucho-mucho-tiempo...
No era exactamente un sonido, pero fuese lo que fuere,
se desvaneció en una especie de zumbido aceitoso...
El blanco destello que podía haber sido Powell se
agitaba inútilmente en las infinitas extensiones del tiempo que existían por
todo su alrededor, y caían sobre él mientras el agudo grito de cien millones de
fantasmas con cien millones de voces de soprano se elevaban en el crescendo de
una melodía...
--Me alegraré cuando hayas muerto, tú granuja, tú...
--Me alegraré cuando hayas muerto, tú, granuja. tú...
--Me alegraré...
Se elevó la espiral de un violento sonido en los
estridentes supersónicos que pasaban, y más allá...
El blanco destello se estremecía con un latido. Iba
aumentando lentamente...
Las voces eran normales... y muchas. Era una muchedumbre
que hablaba; una multitud que se agitaba y pasaba por su lado rápidamente,
dejando rastros de palabras detrás de ellos...
El blanco destello que era Powell serpenteaba hacia atrás
delante del sonido que iba creciendo, y sintió el agudo pinchazo de un dedo que
lo señalaba. Todo estalló en un arco iris de sonidos que cayó goteando sus
fragmentos en un dolorido cerebro.
Powell estaba de nuevo en su silla.
Sintió que temblaba.
Los ojos de Donovan se iban convirtiendo en dos grandes
bolas de un azul turbio.
--Greg... -susurró. Su voz era casi un gemido-. ¿Estabas
muerto?
--Me sentía... muerto. -No reconoció su propia voz.
Donovan estaba haciendo una vana tentativa de mantenerse
de pie.
--¿Estás vivo, ahora? ¿O hay algo más?
--Me siento vivo... -Siempre la misma voz ronca-. ¿Has
oído algo cuando... estaba muerto? -preguntó cautelosamente.
Donovan hizo una pausa y después, muy despacio, bajó la
cabeza.
--¿Y tú?
--Sí. Algo de ataúdes..., y mujeres que cantaban... ¿Y
tú?
--Sólo una voz -dijo Donovan, moviendo la cabeza.
--¿Fuerte?
--No; suave, pero rasposa como una lima de uñas. Era
como un sermón. Algo del fuego del infierno, torturas..., en fin, ya sabes. Una
vez oí un sermón como éste..., casi.
Estaba sudando.
Vieron la luz del sol a través de la ventana. Era débil,
pero de un blanco azulado, y aquel guisante que era la lejana fuente de la luz
no era el Viejo Sol.
Y Powell señaló con su dedo tembloroso la esfera única.
La aguja, inmóvil y rígida, marcaba 300.000 "parsec".
--Mike, si esto es verdad -dijo Powell- tenemos que
estar fuera de la Galaxia.
--¡Cáspita, Greg¡ ¡Seremos los primeros en salir del
Sistema Solar!
--Sí, ésta es la cosa. Hemos huido del sol. Hemos huido
de la Galaxia.
Mike, esta nave es la solución. Significa ser libre de
toda la humanidad..., libre de recorrer todas las estrellas que existen...,
millones, billones y trillones de ellas... Pero entonces asestó el golpe
fuerte.
--¿Pero, cómo regresamos, Mike¡
--¡Oh, no te preocupes! -respondió Donovan sonriendo-.
La nave nos ha traído aquí. La nave nos volverá. A por más habichuelas.
--Pero, Mike..., espera, Mike... si nos vuelve atrás de
la forma como nos ha traído aquí...
Donovan se detuvo a medio camino y se desplomó en su
sillón.
--Tendremos que... morir de nuevo, Mike -terminó.
--En fin -suspiró Donovan-, si tenemos que morir,
moriremos. Por lo menos no es permanente... no "muy" permanente.
***
Susan Calvin hablaba en voz baja.
Durante seis horas había estado hostigando al
Cerebro..., seis horas infructuosas. Estaba cansada de repeticiones, cansada de
circunloquios, cansada de todo.
--Bien, Cerebro, sólo una cosa más. Tienes que hacer un
esfuerzo para contestar, simplemente. ¿Has sido enteramente claro acerca del
salto interestelar? Quiero decir, ¿los lleva eso muy lejos?
--Tan lejos como quiera ir, señorita Susan. En la curvatura
no hay truco
--Y en el otro lado, ¿qué verán?
--Estrellas y astros. ¿Qué supones?
La siguiente pregunta se le escapó.
--¿Estarán vivos,
entonces?
--¡Seguro!
--¿Y el salto interestelar no los dañará?
Quedó helada al ver que el Cerebro permaneció
silencioso. ¡Era esto! Había tocado el punto sensible.
--Cerebro -suplicó-. Cerebro, ¿me oyes?
La respuesta fue débil, vacilante. El Cerebro dijo:
--¿Tengo que responder? ¿Sobre el salto, me refiero?
--Si no quieres, no. Pero sería interesante..., si quieres,
desde luego. -Trataba de hablar animadamente.
--Brrr... Lo has estropeado todo.
Y la doctora se levantó de un salto, con el rostro
incendiado interiormente.
--!Oh, Dios mío¡... -jadeó-. ¡Ah...!
Y sintió la tensión de horas y días estallar de repente.
Más tarde le dijo a Lanning:
--Le digo que toda va bien. No, debe usted dejarme sola,
ahora. La nave regresará intacta, con los hombres dentro y yo necesitó
descansar. ¡Quiero descansar¡ Ahora márchese.
La nave regresó a la Tierra tan silenciosa y matemáticamente
como había salido. Cayó precisamente en el mismo sitio y la compuerta se abrió.
Los dos hombres que salieron de ella avanzaron
cautelosamente, acariciándose sus rasposas barbillas.
Y entonces, lenta y deliberadamente, el que tenía el
pelo rojo se arrodilló y depositó sobre el hormigón de la pista un sonoro beso.
Apartaron con ademanes a la muchedumbre que se había
reunido y rehusaron los solícitos cuidados de dos hombres que avanzaban con una
camilla que acababan de sacar de una ambulancia.
--¿Dónde está la ducha más próxima? -preguntó Powell.
Los acompañaron a ella. Más tarde se encontraron todos
reunidos alrededor de una mesa donde había los mejores cerebros de la U.S.
Robots / Mechanical Men Corp.
Lenta y adecuadamente, Powell y Donovan terminaron su
gráfico y sensacional relato. Susan Calvin rompió el silencio que siguió.
Durante los pocos días transcurridos, había recuperado su helada y en cierto
modo ácida calma, pero a través de la cual se filtraba todavía una sombra de
embarazo.
--Estrictamente hablando -dijo-, fue culpa mía... todo.
Cuando por primera vez sometimos el problema al Cerebro como espero alguno de
ustedes recordará, me extendí ampliamente sobre la importancia de desechar
cualquier fuente de información susceptible de crear un dilema. Al hacerlo,
dije algo por el estilo de "No te excites por la cuestión de la muerte de
seres humanos. No nos importa en absoluto. Devuelve la hoja y basta".
--¡Humm¡ -dijo Lanning-. ¿Y que más?
--Lo evidente. Cuando sometió sus cálculos que
comportaban la ecuación sobre la longitud del mínimo intervalo para el salto interestelar...,
ello significaba la muerte de seres humanos. Aquí fue donde la máquina de la
Consolidated quedó completamente destrozada. Pero yo había quitado importancia
a la muerte ante el Cerebro, no enteramente, porque la Primera Ley no puede
nunca ser infringida, pero sí lo suficiente para que el Cerebro dirigiese una
segunda mirada a la ecuación. Lo suficiente para darle tiempo de darse cuenta de
que una vez transcurrido el intervalo, los hombres volverían a la vida, de la misma
manera que la materia y la energía de la nave volverían a su existencia. Esta llamada
"muerte", en otras palabras, sería un fenómeno, estrictamente
temporal. ¿Comprenden? -terminó mirando a su alrededor. Todos escuchaban
atentamente. Susan prosguió: --Aceptó, pues, el punto, pero no sin un cierto
chirrido. Incluso con la muerte temporal y disminuida su importancia, tuvo
suficiente para desequilibrarlo considerablemente. Adoptó un actitud
humorística -prosiguió con más calma-; es una especie de evasión, comprenden,
un método de evadirse parcialmente de la realidad. Empezó a bromear.
Powell y Donovan se habían puesto en pio.
--¿Cómo?
Donovan estaba mucho más acalorado
--Así -dijo Susan-. Se ocupó de ustedes y los mantuvo a
salvo, pero no podían manejar los controles porque sólo los podía manejar él,
el humorista Cerebro. Podíamos comunicar por radio, pero no podían ustedes
contestar. Tenían mucha comida, pero sólo habichuelas y leche. Entonces
murieron, por decirlo así, pero volvieron a vivir, y el período de su vida
fue..., interesante. Me gustaría saber cómo lo hizo. Eran las bromitas del
Cerebro, pero no quería hacer daño.
--¡No quería hacer daño! -gritó Donovan-. ¡Ah, si el
monigote ése tuviese tan sólo un cuello...!
--Bien, bien, ha sido un lío -dijo Lanning levantando
una mano apaciguadora-, pero todo ha terminado. ¿Y ahora, qué?
--Pues -dijo Bogert tranquilamente-, es obvio que nos
corresponde mejorar la nave del espacio curvo. Debe haber alguna manera de solucionar
el intervalo de salto. Si lo hay, somos la única organización que dispone del
super-robot en gran escala, de manera que si la hay tenemos que encontrarla. Y
entonces... U.S. Robots tiene el viaje interestelar, y la Humanidad tiene la oportunidad
del imperio galáctico.
--¿Y la Consolidated¿ -preguntó Lanning.
--¡Eh! -interrumpió súbitamente Donovan-. Quiero hacer
una sugerencia, aquí. Han metido la U.S. Robot en un brete, como ellos
esperaban, y todo ha acabado bien, pero sus intenciones no eran piadosas. Y Greg
y yo soportamos la mayor parte de él.
--Bien, querían una respuesta y ya la tienen.
Mandémosles esta nave, garantizada, y la U.S. Robots puede cobrar los
doscientos mil, más los gastos de construcción. Y si la prueban... dejemos que
el Cerebro se divierta un poco más antes de volverla a la normalidad.
--Me parece sumamente indicado -dijo Lanning, muy grave.
A lo cual Bogert añadió, distraídamente:
--Y estrictamente de acuerdo con el contrato, además.
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