3
Razón
Medio año después los dos amigos habían cambiado de
manera de pensar. La llamarada de un gigantesco sol había dado paso a la suave
oscuridad del espacio, pero las variaciones externas significan poco en la
labor de comprobar las actuaciones de los robots experimentales. Cualquiera que
sea el fondo de la cuestión, uno se encuentra frente a frente con un
inescrutable cerebro positónico, que según los genios de la ciencia, tiene que
obrar de esta u otra forma. Pero no es así. Powell y Donovan se dieron cuenta
de ello antes de llevar en la estación dos semanas.
Gregory Powell espació sus palabras para dar énfasis a
la frase.
--Hace una semana Donovan y yo te pusimos en
condiciones... -Sus cejas se juntaron con un gesto de contrariedad y se
retorció la punta del bigote.
En la cámara de la Estación Solar 5 reinaba el silencio,
a excepción del suave zumbido del poderoso Haz Director en las bajas regiones.
El robot Qt-1 permanecía sentado, inmóvil. Las bruñidas placas de su cuerpo
relucían bajo las luxitas, y las células fotoeléctricas que formaban sus ojos
estaban fijas en el hombre de la Tierra, sentado al otro lado de la mesa.
Powell refrenó un súbito ataque de nervios. Aquellos
robots poseían cerebros peculiares. ¡Oh, las tres Leyes Robóticas seguían en
vigor! Tenían que seguir. Todo el personal de la U.S. Robots, desde el mismo
Robertson hasta el nuevo barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1
estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su
especie y aquél era el primero de los Qt (Cutie, juego de sonidos:
Cutie="lindura, bonito" en inglés). Los cálculos matemáticos sobre el
papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los gestos de
los robots.
Finalmente, el robot habló. Su voz tenía la inesperada frialdad
de un diagrama metálico.
--¿Te das cuenta de la gravedad de una tal declaración,
Powell?
--"Algo" te ha hecho, Cutie -le hizo ver
Powell-. Tú mismo reconoces que tu memoria parece brotar completamente
terminada del absoluto vacío de hace una semana. Te doy la explicación. Donovan
y yo te montamos con las piezas que nos mandaron.
Cutie contempló sus largos dedos afilados con una
curiosa expresión humana de perplejidad.
--Tengo la impresión de que todo esto podría explicarse
de una manera más satisfactoria. Porque, que "tú" me hayas hecho a
"mí", me parece improbable.
--¡En nombre de la Tierra! ¿Por qué? -exclamó Powell,
echándose a reír.
--Llámalo intuición. Hasta ahora es sólo esto. Pero
pienso razonarlo. Un encadenamiento de válidos razonamientos sólo puede llevar
a la determinación de la verdad, y a esto me atendré hasta conseguirla.
Powell se levantó y volvió a sentarse en el extremo de
la mesa, cerca del robot. Sentía súbitamente una fuerte simpatía por el extraño
mecanismo. No era en absoluto como un robot ordinario, que realizaba su tarea
rutinaria en la estación con la intensidad de un sendero positónico
profundamente marcado.
Puso una mano sobre el hombro de acero de Cutie y notó
la frialdad y dureza del metal.
--Cutie -dijo-. Voy a tratar de explicarte algo. Eres el
primer robot que ha manifestado curiosidad por su propia existencia... y el
primero, a mi modo de ver, suficientemente inteligente para comprender el mundo
exterior. Ven conmigo.
El robot se levantó lentamente y siguió a Powell con sus
pasos que hacía silenciosos la gruesa suela de esponja de caucho. El hombre de
la Tierra apretó un botón y un panel cuadrado de pared se deslizó a un lado. El
grueso y claro vidrio de la portilla dejó ver el espacio... cuajado de
estrellas.
--Ya he visto esto por las ventanas de observación de la
sala de máquinas -dijo Cutie.
--Lo sé -dijo Powell-. ¿Qué crees que es?
--Exactamente lo que parece; un material negro detrás de
este cristal, salpicado de puntos brillantes. Sé que nuestro director manda
rayos desde algunos de estos puntos, siempre los mismos; y también que estos
puntos se mueven y que los rayos se mueven con ellos. Eso es todo.
--¡Bien! Ahora quiero que me escuches atentamente. Lo
negro es vacío, inmensa extensión vacía que se extiende hasta el infinito. Los
pequeños puntos brillantes son enormes masas de materia saturadas de energía.
Son globos, algunos de ellos de millones de kilómetros de diámetro, y para que
puedas compararlos te diré que esta estación tiene sólo mil quinientos metros
de ancho. Parecen tan pequeños porque están increíblemente lejos. Los puntos a
los cuales van dirigidos nuestros haces de energía están más cercanos y son más
pequeños. Son fríos y duros y los seres humanos como yo mismo, vivimos en su
superficie; somos varios millones. Es de uno de estos mundos de donde Donovan y
yo venimos. Nuestros rayos alimentan estos mundos con energía sacada de uno de
estos grandes globos incandescentes que se encuentran cerca de nosotros. A este
globo lo llamamos Sol y está del otro lado de la Estación, donde no puedes verlo.
Cutie permanecía inmóvil al lado de la portilla, como
una estatua de acero. Sin volver la cabeza, dijo:
--¿De qué punto de luz pretendes venir?
--Allí está -dijo Powell después de haber buscado-.
Aquel tan brillante de la esquina. Lo llamamos Tierra. La buena y vieja Tierra.
Somos tres billones en él, Cutie, y dentro de unas dos semanas volveré a estar
allá con ellos.
Y entonces, cosa sorprendente, Cutie pareció canturrear,
distraído. No era en realidad una tonada, pero poseía la curiosa calidad sonora
de un "pizzicato". Cesó tan rápidamente como había empezado.
--¿Y de dónde vengo yo, Powell? No me has explicado
"mi" existencia.
--Todo lo demás es sencillo. Cuando estas estaciones
fueron establecidas por primera vez para alimentar de energía solar los
planetas, eran regidas por seres humanos. Sin embargo, el calor, las fuertes
radiaciones solares y las tempestades de electrones hacían la estancia en el
puesto difícil. Se perfeccionaron los robots para sustituir el trabajo humano y
ahora sólo necesitan dos jefes para cada estación. Estamos tratando de
reemplazar incluso a estos dos y aquí es donde intervienes tú. Tú eres el tipo
de robot más perfeccionado, y si demuestras la capacidad de dirigir esta estación
independientemente, jamás un ser humano volverá a poner los pies aquí, salvo
para traer las piezas de recambio para reparaciones.
Su mano se levantó y la placa de metal volvió a caer en
su sitio. Powell volvió a la mesa y frotó una manzana contra la manga antes de
morderla. El rojo resplandor de los ojos del robot detuvo un ademán.
--¿Esperas acaso que dé crédito a ninguna de estas
absurdas hipótesis que acabas de exponerme? -dijo lentamente-. ¿Por quién me
tomas?
Powell escupió fragmentos de manzana sobre la mesa y se
puso colorado.
--¡Pero, maldito sea! ¡No son hipótesis, son hechos!
--¡Globos de energía de millones de kilómetros de
anchura! -dijo Cutie amargamente-. ¡Mundos con tres billones de seres humanos!
¡El vacío infinito!... Lo siento, Powell, pero no creo nada de esto. Lo
resolveré yo solo. Adiós.
Dio la vuelta y salió de la cámara. Pasó por delante de
Michael Donovan, hizo una inclinación de cabeza al llegar al umbral y salió al
corredor, ignorante de la expresión de asombro de los dos hombres.
Mike Donovan se pasó la mano por el rojo cabello y
dirigió una mirada de contrariedad a Powell.
--¿Qué diablos estaba diciendo el maldito artefacto
este? ¿Qué es lo que no cree?
--Es un escéptico -dijo el otro, mordiéndose
nerviosamente el bigote-. No cree que lo hayamos fabricado, ni que la Tierra
exista, ni que haya un espacio estrellado.
--¡Por el viejo Saturno! Ha salido un robot loco de
nuestras manos...
--Dice que va a resolver el problema él solo.
--Bien, en este caso, espero condescenderá a explicarme
todo lo que descubra. -Y con súbita rabia, añadió-: ¡Oye! ¡Como ese montón de
metal me largue a mí una de éstas, le parto esta varilla de cromo en la
espalda!
Se sentó encogiéndose de hombros y se sacó una novela
del bolsillo.
--Este robot empieza a darme grima, de todos modos. Es
demasiado inquisitivo...
Mike Donovan se estaba comiendo un bocadillo de lechuga
y tomate cuando Cutie llamó suavemente a la puerta y entró.
--¿Está aquí Powell?
Donovan le contestó con voz pausada y apagada por la masticación.
--Está reuniendo datos sobre la función de las
corrientes electrónicas. Parece que nos acercamos a una tormenta.
En aquel momento entró Gregory Powell, miró un papel
lleno de cifras que traía en la mano y se sentó. Dejó las hojas sobre la mesa y
comenzó a hacer cálculos. Donovan lo miraba, masticando la lechuga y recogiendo
las migas de pan. Cutie esperaba, silencioso.
--El potencial Zeta se eleva, pero lentamente -dijo
Powell levantando la vista-. De todos modos, las corrientes funcionales son
errantes y no sé qué esperar. ¡Ah, hola, Cutie! Creía que estabas vigilando la
instalación de la nueva "barra de mando".
--Ya está instalada -dijo el robot tranquilamente- y he
venido a sostener una conversación con vosotros.
--¡Ah!... -dijo Powell, aparentemente inquieto-. Bien,
siéntate. No, en esta silla, no. Una de las patas es floja y no resistiría tu
peso.
--He tomado una decisión -dijo el robot, después de
haber obedecido.
Donovan levantó la vista y dejó los restos de su
bocadillo a un lado. Se disponía a hablar, pero Powell le hizo guardar silencio
con un gesto.
--Sigue, Cutie. Te escuchamos.
--He pasado estos dos últimos días en concentrada
introspección -dijo Cutie-, y los resultados han sido de lo más interesante.
Empecé por un seguro aserto que consideré podía permitirme hacer. Yo, por mi
parte existo, porque pienso...
--¡Ah, por Júpiter... un robot Descartes! -gruñó Powell.
--¿Quién es Descartes? -preguntó Donovan-. Oye, ¿es que
tenemos que estar aquí sentados escuchando a este loco metálico...?
--¡Cállate, Mike!
--Y la cuestión que inmediatamente se presenta -continuó
Cutie imperturbable-, es: ¿cuál es exactamente la causa de mi existencia?
Powell se quedó con la boca abierta.
--Estás diciendo tonterías. Ya te he dicho que te hicimos
nosotros.
--Y si no nos crees, con gusto volveremos a hacerte
pedazos -añadió Donovan.
El robot tendió sus fuertes manos con un gesto de
imploración.
--No acepto nada por autoridad. Una hipótesis debe ser
corroborada por la razón, de lo contrario, carece de valor; y es contrario a
todos los dictados de la lógica suponer que vosotros me habéis hecho.
Powell detuvo con su mano el gesto amenazador de
Donovan.
--¿Por qué dices esto, exactamente?
Cutie se echó a reír. Era una risa inhumana, la risa más
mecanizada que había surgido jamás. Era aguda y explosiva, regular como un
metrónomo y sin matiz alguno.
--Fíjate en ti -dijo finalmente-. No lo digo con
espíritu de desprecio, pero fíjate bien. Estás hecho de un material blando y
flojo, sin resistencia, dependiendo para la energía de la oxidación ineficiente
del material orgánico... como esto -añadió señalando con un gesto de reprobación
los restos del bocadillo de Donovan-. Entráis periódicamente a un estado de
coma, y la menor variación de temperatura, presión atmosférica, la humedad o la
intensidad de radiación afecta vuestra eficiencia. Sois "alterables".
Yo, por el contrario, soy un producto acabado. Absorbo energía eléctrica directamente
y la utilizo con casi un ciento por ciento de eficiencia. Estoy compuesto de
fuerte metal, estoy consciente constantemente y puedo soportar fácilmente los más
extremados cambios ambientales. Estos son hechos que, partiendo de la irrefutable
proposición de que ningún ser puede crear un ser más perfecto que él, reduce vuestra
tonta teoría a la nada.
Las maldiciones murmuradas en voz baja por Donovan
brotaron inteligibles al levantarse frunciendo sus rojas cejas.
--¡Muy bien, hijo de unos desperdicios de metal! Si no
te hicimos nosotros, ¿quién te hizo?
--Muy bien, Donovan -asintió Cutie gravemente-. Esta
era, desde luego, la cuestión siguiente. Evidentemente, mi creador tiene que
ser más poderoso que yo y, por lo tanto, sólo cabía una hipótesis.
Los dos hombres de la Tierra le miraban sin expresión y
Cutie prosiguió:
--¿Cuál es el centro de las actividades aquí en la
Estación? ¿Al servicio de quién estamos todos? ¿Qué absorbe toda nuestra
atención?
Esperó, a la expectativa. Donovan miró asombrado a su
compañero.
--Apostaría a que este amasijo de tornillos está hablando
del mismo Transformador de Energía.
--¿Es así, Cutie? -preguntó Powell.
--Estoy hablando del Señor -fue la fría respuesta que
siguió.
Aquello fue la señal del estallido de risas de Donovan y
el mismo Powell se permitió esbozar una sonrisa. Cutie se puso de pie y sus
ojos brillantes se fijaron en uno y después en el otro.
--Da lo mismo lo que penséis y no me extraña que os
neguéis a creerlo. Vosotros no tenéis que estar mucho tiempo aquí, estoy seguro
de ello. Powell mismo ha dicho que al principio sólo los hombres servían al
Señor; que después vinieron los robots para el trabajo rutinario; y finalmente
yo, para dirigir. Los hechos son sin duda verdaderos, pero la explicación es
completamente ilógica. ¿Queréis saber la verdad que hay detrás de todo esto?
--Sigue, Cutie, me diviertes.
--El Señor creó al principio el tipo más bajo, los
humanos, formados más fácilmente. Poco a poco fue reemplazándolos por robots,
el siguiente paso, y finalmente me creó a mí, para ocupar el sitio de los
últimos humanos. A partir de ahora sirvo al Señor.
--No harás nada de esto -dijo Powell secamente-. Seguirás
nuestras órdenes y te estarás tranquilo hasta que estemos convencidos de que
puedes dirigir el Transformador. ¡Escucha! "El Transformador", no el
Señor. Si no nos convences, serás desmontado. Y ahora, si no te importa... puedes
marcharte. Y llévate estos datos y regístralos debidamente.
Cutie aceptó los gráficos que le tendían y salió sin
decir palabra. Donovan se echó atrás en su silla y se mesó los cabellos.
--Ese robot nos va a dar trabajo. ¡Está como una cabra!
* * *
El soñoliento zumbido del Transformador se oye más
fuerte en la cámara de mando y mezclado a él se oye la aspiración de los
contadores Geiger y el intermitente ruido de las señales luminosas. Donovan
apartó los ojos del telescopio y encendió los Luxites.
--El haz de Estación 4 capta Marte en horario. Podemos
cortar los nuestros ya.
Powell parecía abstraído.
--Cutie está en el cuarto de máquinas. Le daré la señal
y puede hacerse cargo de ello. Oye, Mike, ¿qué piensas de estas cifras?
Donovan las estudió atentamente y lanzó un silbido de
perplejidad.
--¡Hombre, esto es lo que yo llamo intensidad de rayos
gamma! El viejo Sol hace de las suyas...
--Sí -respondió Powell amargamente-, estamos en mala
posición para aguantar una tormenta de electrones, además. Nuestro haz de
Tierra está probablemente en el sendero indicado.
-Apartó su silla de la mesa-. ¡Cuernos! ¡Si tan sólo
aguantase hasta que venga el relevo, pero lleva ya diez días! Oye, Mike, ¿y si
fueses abajo a echar una mirada a Cutie?
--O.K. Dame algunas de estas almendras. -Agarró el
saquito que le arrojó Powell y se dirigió hacia el ascensor.
El instrumento se deslizó suavemente hacia abajo y se
detuvo en la pequeña puerta de la sala de máquinas. Donovan se asomó a la
barandilla y miró hacia abajo. Los enormes generadores estaban en plena acción
y de los tubos-L salía el agudo silbido que saturaba toda la estación.
Vio la enorme y reluciente figura de Cutie al lado del
tubo-L de Marte, observando atentamente los demás robots que trabajaban al
unísono. Y entonces Donovan se quedó rígido. Los robots, que parecían
empequeñecidos junto al enorme tubo-L, estaban alineados delante de él, con la
cabeza doblada en ángulo recto, mientras Cutie andaba lentamente arriba y abajo
por delante de ellos.
Transcurrieron quince segundos y entonces, con un
estruendo metálico que retumbó en la estancia, cayeron todos de rodillas. Donovan
bajó precipitadamente la estrecha escalera. Corrió hacia ellos, con el
rostro rojo como sus cabellos, agitando furiosamente los
puños en el aire.
--¿Qué diablos significa esto, idiotas sin seso? ¡Vamos!
¡Ocupaos del tubo-L! ¡Como no lo tengáis en perfecta condición, limpio, antes
de que termine el día, os coagulo el cerebro con corriente alterna!
Ni un solo robot se movió. Incluso Cutie, en el extremo,
el único que estaba de pie, permaneció silencioso, con la mirada fija en los
oscuros rincones de la gran máquina que tenía delante. Donovan dio un fuerte
empujón al primer robot.
--¡Levántate! -rugió.
Lentamente el robot obedeció. Sus ojos fotoeléctricos se
fijaron con reproche sobre el hombre de la Tierra.
--No hay más Señor que el Señor -dijo-, y Qt-1 es su
profeta,
--¿Eh?... -Donovan se encontró frente a veinte pares de
ojos fijos en él y veinte voces de timbre metálico que declaraban solemnemente:
--"No hay más Señor que el Señor y Qt-1 es su profeta...".
--Temo -dijo Cutie al llegar a este punto-, que mis
amigos obedecen ahora a alguien más alto que tú.
--¡Qué diablos dices! ¡Sal de aquí inmediatamente! Ya te
arreglaré las cuentas más tarde, y a estos chismes animados, ahora mismo.
--Me apena -dijo Cutie lentamente moviendo despacio la
cabeza-, pero veo que no me entiendes. Todos estos son robots, y por lo tanto
seres dotados de razón. Les he predicado la Verdad y ahora reconocen al Señor.
Me llaman el Profeta. Soy indigno de ello -añadió bajando la cabeza, pero quizá
...
Donovan consiguió recobrar el aliento e hizo uso de él.
--¿Sí, eh?... ¡Vaya, qué bonito!... Pues escucha que te
diga una cosa, chimpancé de bronce. Aquí no hay tal Señor, ni tal Profeta, ni
es cuestión de quién da órdenes. ¿Entendido? -Su voz se convirtió en un
mugido-. ¡Y ahora, fuera de aquí!
--Obedezco solamente al Maestro.
--¡Al diablo el Maestro! -Donovan escupió sobre el
tubo-L-. ¡Esto para el Maestro! ¡Haz lo que te digo!
Ni Cutie ni los demás robots dijeron una palabra, pero
Donovan se dio cuenta de un aumento de tensión. Los ojos fríos aumentaron la
intensidad de su color, y Cutie parecía más rígido que nunca.
--¡Sacrílego! -murmuró, con voz metálica emocionada.
Donovan tuvo la primera sensación de miedo al ver
aproximarse a Cutie. Un robot "no puede sentir odio", pero los ojos
de Cutie eran inescrutables
--Lo siento, Donovan -dijo el robot-, pero después de
esto no podéis seguir por más tiempo aquí. Por consiguiente, Powell y tú tenéis
vedado el acceso a la sala de control y la sala de máquinas.
Había hecho un gesto pausado y en el acto dos robots
sujetaron los brazos de Donovan. Donovan no tuvo tiempo de hacer más que una
angustiada aspiración antes de sentirse levantado y llevado escaleras arriba a
la velocidad de un buen galope.
Gregory Powell andaba arriba y abajo de la habitación,
con el puño cerrado. Dirigió una intensa mirada de desesperación a la puerta y
se acercó a Donovan amargamente.
--¿Por qué diablos tenías que escupir contra el tubo-L?
Mike Donovan sedesplomó sobre el sillón y golpeó el
brazo furiosamente
--¿Qué querías que hiciese con este espantajo
electrificado? ¡No voy a doblegarme ante sus caprichos!, ¿verdad?
--No; pero ahora estamos en la sala de oficiales con
robots de centinela en la puerta. Esto no es doblegarse, ¿verdad?
--Espera a que lleguemos a la base. Alguien pagará todo
esto -dijo Donovan-. Los robots deben obedecernos. Es la Segunda Ley.
--¿De qué sirve esto? No nos obedecen. Y esto responde
seguramente a una razón que descubriremos demasiado tarde. A propósito, ¿sabes
lo que nos ocurrirá cuando estemos de regreso en la Base?
Se detuvo delante del sillón de Donovan, furioso.
--¿Qué?
--¡Oh, nada!... Veinte años de Minas de Mercurio. O quizá
el Presidio de Ceres.
--¿Qué estás diciendo?
--La tempestad de los electrones que se acerca. ¿Sabes que
avanza directamente hacia el centro del haz de Tierra? Acababa de calcularlo cuando
el robot me ha levantado de la silla. ¿Y sabes lo que le va a pasar al haz? Porque
la tormenta va a ser de alivio. Que va a saltar como una pulga con el contacto.
Y todo esto con Cutie solo en los controles, y si sale de foco... que el cielo proteja
a la Tierra... y a nosotros.
Donovan sacudía frenéticamente la puerta cuando Powell
estaba sólo a medio camino de ella. La puerta se abrió y el hombre de la Tierra
avanzó, pero encontró un duro e inamovible brazo de acero que lo detuvo. El robot
lo miraba con indiferencia.
--El Profeta ha dado orden de que no os mováis. Por
favor, obedeced.
El brazo se movió, Donovan fue empujado hacia dentro y
en aquel momento apareció Cutie por el fondo del corredor. Apartó con un gesto
suavemente la puerta. Donovan se dirigió a Cutie jadeando, indignado.
--¡Esto ha ido ya bastante lejos! ¡Vas a pagar cara la
farsa!
--Por favor, no te contraríes -dijo el robot con
suavidad-, tenía forzosamente que ocurrir. Los dos habéis perdido vuestra
función... Hasta que fui creado, vosotros velabais por el Maestro. Este
privilegio me pertenece ahora a mí y por consiguiente, la razón de ser de
vuestra existencia ha desaparecido. ¿No es esto evidente?
--No mucho -respondió amargamente Powell-, pero ¿qué crees
que vamos a hacer ahora?
Cutie no contestó en seguida. Permaneció silencioso como
si reflexionase sobre el hombro de Powell. El otro agarró a Donovan por la
muñeca y lo acercó.
--Me gustáis los dos. Sois criaturas inferiores, pero
siento realmente cierto afecto por vosotros. Habéis servido fielmente al Señor
y Él os lo recompensará. Habiendo terminado vuestro servicio, no existiréis
probablemente por mucho tiempo, pero mientras existáis, tenemos que procuraros
comida, ropas y abrigo, a condición de que os mantengáis apartados de la sala
de controles y de máquinas.
--¡Nos está poniendo a pensión, Greg! -gritó Donovan-.
¡Haz algo! ¡Es humillante!
--Oye, Cutie, no podemos tolerar esto. Somos los
"amos". Esta Estación ha sido exclusivamente creada por seres humanos
como yo, seres humanos que viven en la Tierra y otros planetas. Esto no es más
que un colector de energía. Tú no eres más que... ¡Ay... cuerno!
Cutie movió la cabeza gravemente.
--Esto frisa ya la obsesión. ¿Por qué insistís en un
punto de vista tan radicalmente falso? Aun admitiendo que los no-robot carecen
de la facultad de razonar, queda todavía el problema de...
Su voz se desvaneció en un reflexivo silencio y Donovan
dijo, en un susurro saturado de intensidad:
--Si tuvieses un rostro de carne y hueso te lo rompería.
Con los dedos, Powell se acariciaba el bigote y sus ojos
brillaban.
--Escucha, Cutie, si no existe una cosa que se llama
Tierra, ¿cómo te explicas lo que ves por el telescopio?
--¡Perdona...!
--¿Te he ganado, eh? -dijo Powell-. Desde que estamos
juntos has hecho muchas observaciones telescópicas, Cutie. ¿Has observado que
muchos de estos puntos luminosos se convierten en disco cuando los ves así?
--¡Oh, "esto"!... Sí, ciertamente. Es una mera
ampliación con el propósito de dirigir más exactamente el haz.
--¿Por qué no aumentan igualmente de tamaño las
estrellas, entonces?
--¿Quieres decir los demás puntos? No se les manda haz
alguno, de manera que no necesitan ampliación. Verdaderamente, Powell,
"incluso" deberías ser capaz de comprender esto.
--¡Pero ves más estrellas a través del telescopio! -dijo
Powell, mirándolo perplejo-. ¿De dónde vienen? ¿De dónde demonios vienen, por
Júpiter?
--Escucha, Powell -dijo Cutie, contrariado-. ¿Crees que
voy a perder el tiempo tratando de buscar interpretaciones físicas de todas las
ilusiones ópticas de nuestros instrumentos? ¿Desde cuándo puede compararse la
prueba ofrecida por nuestros sentidos con la clara luz de la inflexible razón?
--Mira -intervino Donovan súbitamente, liberándose del
amistoso, pero pesado brazo metálico de Cutie, vamos al fondo de la cuestión. ¿Para
qué sirven los haces? Te estamos dando una explicación lógica. ¿Puedes hacer tú
algo mejor?
--Los haces de luz son emitidos por el Señor para
cumplir sus designios. Hay ciertas cosas -añadió elevando piadosamente los
ojos- que no deben sernos probadas; en esta materia, trato sólo de servir y no
de interrogar.
Powell se sentó y hundió el rostro en sus manos
temblorosas.
--Sal de aquí, Cutie. Sal de aquí y déjame pensar.
--Te mandaré comida -dijo Cutie amablemente.
Un gruñido fue la única respuesta y el robot salió.
--Greg -dijo Donovan en voz baja y sombría-, esto
requiere estrategia. Tenemos que aplicarle un cortocircuito en el momento en
que no lo espere. Acido nítrico concentrado en las articulaciones.
--No digas tonterías, Mike. ¿Crees acaso que nos dejará
acercarnos a él con ácido nítrico en las manos? Tenemos que "hablar"
con él, te digo. Tenemos que convencerlo de que nos deje tomar de nuevo
posesión de la sala de control antes de cuarenta y ocho horas, o seremos
reducidos a papilla. Pero -añadió balanceándose, desalentado ante su impotencia-
¿quién va a discutir con un robot?
--Es vejatorio... -terminó Donovan.
--¡Peor!
--¡Oye! -dijo Donovan, echándose a reír-. ¿Por qué
discutir? ¡Demostrémoselo! Construyamos otro robot ante sus propios ojos.
¡Tendrá que tragarse sus palabras, entonces!
En el rostro de Powell apareció lentamente una sonrisa
que se fue ensanchando.
--¡Y piensa en su cara de espanto cuando nos vea
hacerlo! -terminó Donovan.
Los robots son fabricados, desde luego, en la Tierra,
pero su expedición a través del espacio es mucho más fácil si puede hacerse por
piezas y montarlos en el sitio donde deben emplearse. Elimina además la
posibilidad de que robots completamente montados vayan rondando por la Tierra,
enfrentando de esta manera la U.S. Robots con la estricta ley que prohíbe el
uso de robots en la Tierra. Sin embargo, esto hacía pesar sobre hombres como
Powell y Donovan las necesidades de sintetizar robots completos, tarea
laboriosa y complicada.
Powell y Donovan no se habían dado nunca tanta cuenta de
la verdad de este hecho como el día en que, reunidos en la sala de montaje,
emprendieron la creación de un nuevo robot bajo la inspección y vigilancia de
Qt-1, Profeta del Señor.
El robot en cuestión, un simple Mc, yacía sobre la mesa,
casi terminado. Tres horas de trabajo lo habían dejado solo con la cabeza por
terminar y Powell se detuvo para enjugarse la frente y mirar a Cutie. La mirada
no fue muy tranquilizadora. Durante tres horas, Cutie había permanecido
sentado, inmóvil y silencioso, y su rostro, siempre inexpresivo, era ahora
absolutamente inescrutable.
--¡Vamos ya con el cerebro, Mike! -gruñó Powell.
Donovan abrió un receptáculo herméticamente cerrado y
del baño de aceite del interior sacó un segundo cubo. Abriendo éste a su vez,
sacó un globo de su revestimiento de esponja de goma. Lo manejó rápidamente,
porque era el mecanismo más complicado jamás creado por el hombre. En el
interior de la tenue piel chapada de platino del globo, había un cerebro
positónico, en cuya inestable y delicada estructura habían insertado senderos
neutrónicos calculados, que dotaban a cada robot de lo que equivalía a una
educación prenatal.
El cerebro se adaptaba exactamente a la cavidad craneana
del robot. El metal azul se cerró y quedó sólidamente soldado por la diminuta
llama atómica. Se adaptaron cuidadosamente los ojos electrónicos, fuertemente
atornillados en su lugar y cubiertos por una delgada hoja transparente de plástico
de la dureza del acero.
El robot sólo esperaba ya la vitalizadora corriente de
una electricidad de alto voltaje, y Powell se detuvo con la mano sobre el
interruptor.
--Ahora mira esto, Cutie. ¡Fíjate atentamente!
El interruptor estableció el contacto y se oyó un
zumbido. Los dos terrestres se inclinaron emocionados sobre su creación. Al
principio sólo se produjo un leve movimiento en las articulaciones. La cabeza
se levantó, los codos se apoyaron sobre la mesa y el robot modelo Mc bajó
torpemente al suelo. Su paso era inseguro y dos veces unos infructuosos gruñidos
fueron todo lo que se consiguió sacarle en materia de palabra. Finalmente su
voz, incierta y vacilante, adquirió forma.
--Quisiera empezar a trabajar. ¿Dónde debo ir?
Donovan corrió hacia la puerta.
--¡Baja estas escaleras! -dijo-. Ya te dirán lo que
debes hacer.
El robot Mc se había marchado y los dos hombres estaban
solos delante del inconmovible Cutie.
--Y bien, ¿crees ahora que te hemos hecho nosotros?
--¡No! -fue la respuesta corta y categórica de Cutie.
Powell frunció intensamente el ceño y después fue relajándose.
Donovan abrió la boca y permaneció así.
--¿Lo veis? -continuó Cutie tranquilamente-. No habéis
hecho más que juntar piezas ya creadas. Lo habéis hecho extraordinariamente
bien, por instinto supongo, pero en realidad no habéis "creado" el
robot. Las piezas habían sido creadas por el Señor.
--Escucha -dijo Donovan, con voz enronquecida-, estas
piezas han sido fabricadas en la Tierra y mandadas aquí.
--Bien, bien... -dijo Cutie, tranquilizador-, no
discutamos...
--No es ésta mi intención. -Donovan saltó hacia delante
y agarró el brazo del robot-. Si fueses capaz de leer los libros de la
biblioteca, te lo explicarían de modo que no te que daría la menor duda.
--¡Los libros... los he leído! ¡Todos! Son muy
ingeniosos.
Powell intervino súbitamente.
--Si los has leído, ¿qué más hay que decir? No puedes
negar su evidencia. ¡No puedes!
--Por favor, Powell -dijo Cutie con la compasión en la
voz-, no puedo considerarlos como una fuente válida de información. También
ellos fueron creados por el Señor... y lo fueron para ti, no para mí.
--¿Cómo has descubierto esto? -preguntó Powell.
--Porque yo, como ser dotado de razón, soy capaz de
deducir la Verdad de las Causas "a priori". Tú, ser inteligente, pero
sin razón, necesitas que se te dé una explicación de la existencia, y esto es
lo que hizo el Señor. Que te procurase estas visibles ideas de mundos lejanos y
pueblos, es, sin duda, excelente. Vuestras mentes son demasiado vulgares para
comprender la Verdad absoluta. Sin embargo, puesto que es la voluntad del Señor
que deis crédito a vuestros libros, no quiero discutir más con vosotros.
Al marcharse, se volvió y en tono más amable, dijo:
--Pero no temáis nada. En el plan de las cosas del Señor
hay sitio para todo. Vosotros, los pobres humanos, tenéis vuestro lugar, y, si
bien es humilde, seréis recompensados si lo ocupáis dignamente.
Se marchó con el aire de beatitud propio del Profeta del
Señor y los dos seres humanos permanecieron solos, evitando mirarse.
--Vámonos a la cama, Mike, abandono -dijo Powell
haciendo un esfuerzo.
--Oye, Greg -dijo Donovan con voz ronca-, ¿no creerás
que tiene razón en todo esto, verdad? Parece tan seguro de sí mismo que...
--No seas idiota -dijo Powell volviéndose rápido-. Ya te
convencerás de que la Tierra existe cuando vengan los relevos la semana próxima
y tengamos que regresar a escuchar el concierto.
--Entonces... ¡por la salud de Júpiter!, tenemos que
hacer algo.
-Casi lloraba-. No nos cree ni a nosotros, ni a los
libros, ni a sus ojos.
--No -dijo Powell amargamente-. ¡Es un robot con razón,
maldita sea, con sus propios postulados! Cree sólo en la razón, y esto tiene un
inconveniente... -Su voz se desvaneció.
--¿Cuál es?
--Que por la fría razón y la lógica se puede probar
cualquier cosa... si encuentras el postulado apropiado.
Nosotros tenemos los nuestros y Cutie tiene los suyos.
--Entonces veamos estos postulados en seguida. La
tempestad es mañana.
--Aquí es donde falla todo -dijo Powell con un suspiro
de desaliento- Los postulados están establecidos por la suposición y reforzados
por la fe. Nada en el Universo puede conmoverlos. Me voy a la cama.
--¡Oh, demonios! ¡No puedo dormir!
--Yo tampoco. Pero siempre puedo intentarlo... por
cuestión de principio.
Doce horas después el sueño seguía siendo esto, una
cuestión de principio... inalcanzable, en la práctica.
* * *
La tormenta llegó a la hora prevista y el rubicundo
rostro de Donovan se había quedado sin sangre. Powell, con los labios secos y
las mandíbulas apretadas, miraba a través de la portilla y se tiraba
desesperadamente del bigote.
En otras circunstancias, hubiera sido un maravilloso
espectáculo. El chorro de electrones a alta velocidad que penetraba en el haz
de energía florecía en forma de microscópicas partículas de intensa luz. El
chorro se desparramaba por el vibrante vacío, formando un revoloteo de
brillantes copos. El haz de energía permanecía inmóvil, pero los dos terrestres
sabían el valor de las apariciones a simple vista. Una desviación en arco de
una centésima de milésima de segundo, invisible al ojo humano, era suficiente
para apartar el haz de su foco, y convertir centenares de kilómetros cuadrados
de la Tierra en incandescentes ruinas. Y un robot, indiferente al haz, al foco
y a la Tierra, a todo menos a su Señor, era
dueño de los mandos.
Las horas pasaron. Los dos hombres seguían mirando en un
silencio de hipnosis. La tormenta había cesado.
--Se acabó -dijo Powell con voz incolora.
Donovan había caído en una especie de sopor y Powell lo
miraba con envidia. La señal luminosa brillaba una y otra vez, pero ninguno de
los dos prestaba atención a ella. Nada tenía importancia. Quizá en el fondo
Cutie tuviese razón... y él no era más que un ser inferior con una memoria
metódica y una vida que había sobrepasado su propósito. ¡Ojalá fuese así!
Cutie estaba ante él.
--No habéis contestado a la señal, de manera que he
venido -dijo en voz baja-. No tenéis buen semblante y temo que el término de
vuestra existencia no esté lejano. Sin embargo, ¿queréis ver algunas de las
anotaciones registradas hoy?
Powell se daba vagamente cuenta de que el robot trataba
de mostrarse amistoso, quizá para apagar sus remordimientos, restableciendo a
los humanos en el mando de la estación. Cogió las hojas de papel de la mano que
se las tendía y las miró sin verlas.
--Desde luego, es un gran prodigio servir al Señor -dijo
Cutie, al parecer satisfecho-. No debéis tomaros a mal que os haya reemplazado.
Powell lanzó un gruñido y siguió recorriendo maquinalmente
las hojas de papel hasta que se fijó en una tenue línea roja que cruzaba la
hoja. Miró... y volvió a mirar. Se apoyó con fuerza sobre los puños y se
levantó, sin dejar de mirar. Las demás hojas cayeron al suelo, mezcladas.
--¡Mike! ¡Mike! -Sacudió a su amigo furiosamente-.
¡"Se mantiene en dirección"!
--¿Eh?... ¿Cómo? -preguntó Donovan, volviendo en sí,
mirando también con los ojos salidos, la hoja que tenía delante.
--¿Qué ocurre? -preguntó Cutie.
--Te has mantenido en el foco -gritó Powell-. ¿Lo sabías?
--¿Foco? ¿Qué es eso?
--Has mantenido el haz dirigido exactamente a la
estación receptora... dentro de una diezmillonésima de segundo de arco.
--¿Qué estación receptora?
--Tierra. La estación receptora es Tierra -balbució Powell-.
Has mantenido la dirección del foco.
Cutie giró sobre sus talones, contrariado.
--Es imposible mostrar la menor amabilidad con vosotros.
¡Siempre el mismo fantasma! No he hecho más que mantener todas las esferas en
equilibrio de acuerdo con la voluntad del Señor.
Y recogiendo los esparcidos papeles, se retiró
secamente; una vez hubo salido, Donovan se volvió hacia Powell y dijo:
--¡Júpiter me confunda!... Bien, ¿y qué hacemos ahora?
--Nada -dijo Powell, cansado-. Nada. Nos ha demostrado
que puede dirigir perfectamente la estación.
Jamás he visto hacer mejor frente a una tempestad de
electrones.
--Pero esto no resuelve nada. Ya has oído lo que ha
dicho del Señor. No podemos...
--Mira, Mike, sigue las instrucciones del Señor a través
de relojes, esferas, gráficos e instrumentos. Esto es lo que siempre hemos
hecho nosotros. En realidad, equivale a negarse a obedecer. La desobediencia es
la Segunda Ley. No hacer daño a los humanos es la primera. ¿Cómo podía evitar
hacer daño a los humanos sabiéndolo o no? Pues manteniendo el haz de energía
estable. Sabe que es capaz de mantenerlo más estable que nosotros, ya que
insiste en que es un ser superior, y por esto tiene que mantenernos alejados
del cuarto de controles. Si tienes en cuenta las Leyes Robóticas, es
inevitable.
--Bien, pero no es ésta la cuestión. No podemos
consentir que siga con el sonsonete ese del Señor.
--¿Por qué no?
--Porque ¿quién ha oído jamás decir estas tonterías?
¿Cómo vamos a dejar que siga manteniendo la estación si no cree en la
existencia de la Tierra?
--¿Puede dirigir la Estación?
--Sí, pero...
--Entonces, ¿qué más da que crea una cosa que otra?
Powell extendió los brazos con una vaga sonrisa de
satisfacción y cayó de espaldas sobre la cama. Estaba
dormido. Powell seguía hablando mientras luchaba por
endosarse su ligera chaqueta del espacio.
--Será muy sencillo. Puedes traer nuevos modelos Qt uno
por uno, los equipas con un conmutador de lanzamiento automático que actúe en
el plazo de una semana, como para darles tiempo de aprender... el... el culto
del Señor, de boca del mismo Profeta; después los conmutas con otra estación
para revitalizarlos. Podemos tener dos Qt por...
Powell levantó su visor de vidrita y se rió.
--Cállate y vámonos de aquí. El relevo espera y no
estaré tranquilo hasta que sienta la superficie de la Tierra bajo mis pies...,
sólo para estar seguro de que realmente existe.
La puerta se abrió mientras estaba hablando y Donovan
volvió a cerrar inmediatamente el visor de vidrita, volviéndose enojado hacia
Cutie. El robot se acercó a ellos lentamente.
--¿Os vais? -preguntó con una nota de pesar en la voz.
--Vendrán otros en nuestro lugar -respondió Powell.
--Vuestro tiempo de servicio ha terminado y la hora de
la disolución ha llegado -dijo Cutie con un suspiro-. Lo esperaba, pero... En
fin, la voluntad del Señor debe cumplirse...
--Ahorra tu compasión -saltó Powell, indignado por el
tono resignado de Cutie-. Nos vamos a la Tierra, no a la disolución.
--Es mejor que lo creéis así -suspiró nuevamente el
robot-. Ahora comprendo la cordura de la ilusión. No quisiera tratar de
conmover vuestra fe, aunque pudiese. -Y se marchó, convertido en la imagen de
la compasión.
Powell se echó a reír y se dirigió hacia Donovan. Con
las maletas cerradas en la mano, se encaminaron hacia la compuerta neumática. La
nave estaba en el rellano exterior y Franz Muller, su relevo, los saludó con rígida
cortesía. Donovan le prestó escasa atención y entró en la cabina del piloto a tomar
los mandos de Sam Evans.
--¿Cómo va la Tierra? -preguntó Powell, quedándose atrás.
Era una pregunta bastante convencional y Muller dio la
respuesta convencional que merecía:
--Sigue girando.
--Bien -dijo Powell.
--En el U.S. Robots han ideado un nuevo tipo, a
propósito -dijo Muller, mirándole-. Un robot múltiple.
--¿Un qué?
--Lo que he dicho. Hay un importante contrato de ellos.
Tiene que ser adecuado para los trabajos de minería en los asteroides. Es un
robot principal, con seis sub-robots alrededor. Como tus dedos.
--¿Lo han probado ya? -preguntó Powell con ansiedad.
--Te están esperando a ti, he oído decir -dijo Muller
sonriendo.
--¡Maldita sea!... -exclamó Powell, cerrando el puño-.
Necesito vacaciones.
--¡Oh, las tendrás! Dos semanas, creo.
Se estaba poniendo los gruesos guantes del espacio
preparándose para su estancia allí y sus espesas cejas se juntaron.
--¿Y qué tal va este nuevo robot? Será mejor que se
porte bien; o antes me condeno que dejarle tocar los mandos.
Powell hizo una pausa antes de contestar. Sus ojos
recorrieron el cuerpo del orgulloso prusiano desde su cabello encrespado hasta
los pies, reglamentariamente cuadrados..., y un súbito resplandor de sincera
alegría recorrió su cuerpo.
--El robot es muy bueno -dijo lentamente-. No creo que
tengas que preocuparte mucho de los mandos...
Hizo una mueca y entró en la nave.
Muller tenía que estar allí varias semanas...
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