4
Atrápame esta liebre
Tuvo más de dos semanas de vacaciones. Esto, Mike
Donovan tenía que reconocerlo. Tuvo seis meses, con paga. Esto tenía que
admitirlo también. Pero esto, como explicaba enfurecido, fue fortuito. U.S.
Robots tenía que quitarle las pulgas al robot múltiple, y había muchas pulgas,
y siempre quedaban por lo menos media docena de pulgas dejadas para el campo de
pruebas. De manera que descansaron y esperaron hasta que los hombres de la
sección de planos y los supervisores dijeron O.K. Y entonces, Powell y él
salieron hacia el asteroide y "no fue" O.K. Repitieron la cosa una
docena de veces, con el rostro compungido.
--¡Por lo que más quieras, Greg, sé un poco realista!
¿De qué sirve aferrarse al pie de la letra a las especificaciones y ver la
prueba irse al garete? Es ya hora que te quites esta manía rutinaria tuya y
pongamos manos a la obra.
--Digo únicamente -respondió Gregory Powell
pacientemente, como el que explica la teoría de los electrones a un niño
idiota- que, de acuerdo con las especificaciones, estos robots están equipados
para los trabajos de minería en los asteroides sin supervisión. No estamos
encargados de vigilarlos.
--Muy bien. Mira... ¡Lógico! -Levantó sus velludos dedos
y señaló-: Uno; este robot ha pasado por todas las pruebas en el laboratorio de
la Tierra. Dos; U.S. Robots garantiza el éxito de la prueba de actividad en un
asteroide. Tres; los robots no pasan tal prueba. Cuatro; si no la pasan, U.S.
Robots pierde diez millones de créditos en efectivo y unos cien millones en
reputación. Cinco; si no la pasan y nosotros no somos capaces de explicar por
qué no la pasan, es muy posible que tengamos que decir un tierno adiós a dos
buenos empleos.
Powell lanzó un gruñido a través de una visible sonrisa
poco sincera. El tácito "slogan" de la United State Robots /
Mechanical Men Corp. era bien conocido de todos. "Ningún empleado comete
el mismo error dos veces. Es despedido a la primera".
--Tienes la lucidez de Euclides en todo -dijo-, menos en
los hechos. Has vigilado tres grupos de estos robots durante tres turnos y han
hecho su trabajo perfectamente. Tú mismo lo has dicho. ¿Qué más podemos hacer?
--Averiguar qué es lo que no funciona. Esto es lo que
tenemos que hacer. Trabajaron perfectamente mientras los vigilé. Pero en tres
diferentes ocasiones, cuando no los vigilé, no sacaron ningún mineral. No
llegaban siquiera a la hora. Tenía que ir a por ellos.
--¿Y había algo estropeado?
--Nada absolutamente. Todo era perfecto. Liso y perfecto
como el luminífero éter. Sólo un pequeño e insignificante detalle me turbó...
"no había mineral".
--Te diré lo que hay, Mike. Nos hemos encontrado con
misiones asquerosas en nuestra vida, pero se lleva la palma la del asteroide de
iridio. Todo esto es de una complicación que sobrepasa la resistencia. Mira,
este robot Dv-5 tiene seis robots que dependen de él. Y no sólo que dependen de
él... que forman parte de él.
--Lo sé...
--¡Cállate! Yo sé que lo sabes, pero estoy diciéndote
cuál es el busilis de la cosa. Estos seis robots forman parte de ti, y les dan
sus órdenes no por radio ni de viva voz, sino directamente a través de campos
positónicos. Ahora bien..., no hay en toda la U.S. Robots un solo robotista que
sepa lo que es un campo positónico ni cómo funciona. Yo tampoco lo sé. Ni tú.
--Esto último -dijo Donovan- ya lo sabía.
--Fíjate en nuestra posición. Si todo funciona... ¡bien!
Si algo va mal..., estamos listos y no podemos probablemente hacer nada, ni
nosotros ni nadie. Pero la misión nos corresponde a nosotros y a nadie más, de
manera que estamos en un atolladero.
Permaneció un momento silencioso, mirando al vacío y
prosiguió:
--En fin... ¿lo tienes ahí fuera?
--Sí.
--¿Está todo normal, ahora?
--Pues... por ahora no tiene la manía religiosa ni anda describiendo
círculos y recitando tonterías, de manera que lo considero normal.
Donovan franqueó la puerta, moviendo la cabeza con gesto
de duda. Powell tendió la mano hacia el "Manual de Robótica" que
tenía en un ángulo de su mesa y lo abrió respetuosamente. Una vez había saltado
por la ventana de una casa incendiada en "shorts", pero con el
"Manual" bajo el brazo. En caso de duda, se hubiera quitado los
"shorts".
El "Manual" estaba abierto delante de él
cuando entró el robot Dv-5 seguido de Donovan, que volvió a cerrar la puerta de
un puntapié.
--Hola, Dave. ¿Cómo te encuentras? -preguntó Powell
sombríamente.
--Bien -dijo el robot-. ¿Te importa que me siente? -Se
acercó la silla especialmente reforzada para él y se dobló sobre ella.
Powell miró a Dave; los legos en la materia pueden pensar
en los robots por números de serie, los especialistas nunca, y con razón. Pese
a su construcción como unidad pensadora de un equipo integrado por siete
unidades, no era de un volumen exagerado.
Tenía poco más de dos metros de altura y pesaba media
tonelada de metal y electricidad. ¿Mucho? No cuando la media tonelada tiene que
ser una masa de condensadores, circuitos, contactos y células de vacío, capaces
de tener prácticamente todas las reacciones conocidas de los humanos. Y un
cerebro positónico que, con diez libras de materia y unos cuantos quintillones
de positones, hacía funcionar toda la maquinaria.
Powell buscó un cigarrillo en el bolsillo de su camisa.
--Dave -dijo- eres un buen muchacho. No tienes nada de
coqueto ni de "prima-donna". Eres un robot estable, buen minero,
salvo que estás equipado para mantener una coordinación directa con seis
subsidiarios. Por lo que sé, esto no ha creado en tu mapa de senderos
cerebrales ningún cerebro inestable.
--Esto me hace sentirme bien -asintió el robot-, pero ¿a
qué va eso, jefe? -Estaba equipado con un excelente diafragma y la presencia de
tonalidades en su voz lo salvaba de buena parte de aquel sonido metálico que
suele tener la voz del robot usual.
--Voy a decírtelo. Con todo esto en tu favor, ¿qué pasa
que tu trabajo no va bien? Por ejemplo, ¿el turno B de hoy?
--Por lo que yo sé, nada -dijo Dave vacilando.
--No habéis producido nada de mineral.
--Lo sé.
--¿Entonces...?
--No puedo explicárselo, jefe -dijo Dave, visiblemente
turbado-. Sería capaz de darme un ataque de nervios..., si pudiese. Mis
subsidiarios trabajan bien. Lo sé. -Reflexionó; sus ojos fotoeléctricos
brillaban intensamente-. No recuerdo. El día terminó a las tres y allí estaba
Mike, y las vagonetas de mineral, la mayoría vacías.
--No has traído la nota de turnos estos días, Dave
-intervino Donovan-. ¿Lo sabes?
--Lo sé. Pero en cuanto... -Se calló, moviendo la cabeza
lenta y ceremoniosamente.
Powell tenía la sensación de que si el rostro de Dave
pudiese expresar algo, expresaría la contrariedad. Un robot, por su misma
naturaleza, no puede soportar faltar a su misión.
Donovan acercó su silla a la mesa de Powell y se inclinó
hacia él.
--¿Amnesia, crees?
--No puedo decirlo. Pero es inútil tratar de aplicar
nombres de enfermedades así. Las perturbaciones humanas sólo se aplican a los
robots como románticas analogías. No tienen empleo en ingeniería robótica. Me
contraría mucho someterlo a la prueba elemental de reacción de cerebro -añadió,
rascándose el cuello-. Esto no adulará su amor propio.
Miró a Dave, pensativo, y después la "Descripción
del Campo de Pruebas" dada por el "Manual".
--Mira, Dave -dijo-, ¿qué te parece si hiciéramos una
prueba? Me parecería muy indicado.
--Si tú lo dices, jefe... -dijo el robot, levantándose.
En su voz había dolor, entonces. Empezó bastante sencillamente.
Robot Dv-5 multiplicó de memoria cantidades de cinco
cifras bajo el control de un reloj. Citó los números primos entre mil y diez
mil. Extrajo raíces cuadradas e integrales de difíciles complejidades. Resolvió
reacciones mecánicas a fin de aumentar las dificultades. Y finalmente, sometió
su precisa mente mecánica a las más altas funciones del mundo de los robots: la
solución de problemas de juicio y
ética.
Al cabo de dos horas, Powell sudaba copiosamente. Donovan
se había sometido al poco nutritivo régimen de uñas y el robot preguntó:
--¿Qué tal va eso, jefe?
--Tengo que pensarlo, Dave -dijo Powell-. Un juicio
demasiado rápido no serviría de nada. Ahora es mejor que vuelvas al grupo C. No
lleves prisa. No insistas demasiado en la producción durante algún tiempo... y
todo lo arreglaremos.
El robot se marchó. Powell miró a Donovan. Éste parecía
decidido a arrancarse de cuajo el bigote.
--No hay nada que no esté en orden en las corrientes de
su cerebro positónico.
--Sentiría tener esta certidumbre.
--¡Por Júpiter, Mike! El cerebro es la parte más segura
de un robot. En la Tierra lo someten a una prueba quíntuple. Si pasa sin
dificultad el campo de prueba como lo ha pasado Dave, no es posible que el
cerebro funcione erróneamente. Esto cubre todos los fragmentos del cerebro.
--¿Dónde estamos, pues?
--No me des prisa. Déjame averiguarlo. Queda todavía la
posibilidad de una avería mecánica en el cuerpo. Hay unos mil quinientos
condensadores, veinte mil circuitos eléctricos individuales, cinco mil células
de vacío, mil contactos, y miles de otras piezas individuales de diversa
complejidad, que pueden estar descompuestas. De estos misteriosos campos
positónicos... nadie sabe nada.
--Oye, Greg -dijo Donovan, impacientándose
visiblemente-. Tengo una idea. Este robot puede estar mintiendo. Jamás...
--Los robots no pueden mentir a sabiendas, idiota. Si
dispusiéramos del comprobador McCormack-Wesley podríamos comprobar individuo
por individuo durante veinticuatro o cuarenta y ocho horas, pero los dos únicos
comprobadores M.W. existentes están en la Tierra y pesan diez toneladas; están
sobre una base de hormigón y son inamovibles.
--Pero, Greg -dijo Donovan, mirando la mesa-, sólo dejan
de funcionar cuando no los vigilamos. Hay algo... siniestro en esto. -Subrayó
su juicio con un puñetazo sobre la mesa.
--Me das asco -dijo Powell, lentamente-. Has estado
leyendo novelas de aventuras.
--Lo que quisiera saber es qué vamos a hacer... -gritó
Donovan.
--Yo te lo diré. Voy a instalar una placa de visión
sobre mi mesa. Al mismo, en la pared. Voy a enfocarla a cualquier sitio de la
mina donde se trabaje y vigilaré. Eso es todo.
--¿Eso es todo?... Greg...
Powell se levantó del sillón y apoyó sobre la mesa sus
puños cerrados.
--Mike, estoy pasando muy malos momentos. Llevas una
semana molestándome con Dave. Dices que se ha estropeado. ¿Sabes cómo se ha
estropeado? ¡No! ¿Sabes qué forma ha adquirido la avería? ¡No! ¿Sabes qué la
ocasiona? ¡No! ¿Sabes qué le impide trabajar? ¡No! ¿Sabes algo de todo esto?
¡No! ¿Sé yo algo de todo esto? ¡No! De manera que, ¿qué quieres que haga, pues?
Los brazos de Donovan se elevaron en un gesto de
grandilocuencia.
--Me has ganado... -dijo.
--Te lo digo una vez más. Antes de intentar una cura
tenemos que averiguar en qué consiste la enfermedad. El primer paso necesario
para asar una liebre es atraparla. Y ahora, vámonos de aquí.
Donovan recorrió las líneas preliminares de su memoria
con cierto desaliento. Por su parte, estaba cansado, y por otra, ¿qué podía
comunicar mientras las cosas no fuesen como era debido?
--Greg -dijo-, estamos a cerca de mil toneladas por
debajo del cálculo previsto.
--Me estás diciendo una cosa que no sabía -respondió
Powell, siempre sin levantar la vista.
--Lo que quisiera saber -prosiguió Donovan con súbito
furor -es por qué tienen que encargarnos siempre a nosotros de los nuevos tipos
de robots. He llegado a la conclusión que los robots que eran suficientemente
buenos para el tío abuelo por parte de mi madre lo son también para nosotros. Estoy
por lo ya probado y aprobado. La prueba del tiempo es lo que cuenta; los viejos
robots, sólidos, anticuados, no se estropean jamás.
Powell tiró un libro con perfecto desprecio y Donovan
volvió a sentarse con paso vacilante.
--Tu misión -dijo Powell tranquilamente- durante estos
últimos cinco años, ha sido probar nuevos robots en condiciones normales de
trabajo por cuenta de la U.S. Robots. Porque tú y yo hemos cometido la
insensatez de dar pruebas de una gran eficiencia, nos ha recompensado con este
asqueroso trabajo. Esto -añadió, como si horadase agujeros en el aire con el
dedo- es trabajo tuyo. Has estado andando detrás de ello desde tu primera
memoria hasta cinco minutos después de que la U.S. Robots te contratase. ¿Por
qué no dimites?
--Bien, te lo diré. -Donovan se echó adelante y se
agarró con fuerza su mata de cabello rojo-. Soy fiel a mis principios. Después
de todo he tomado parte en el desarrollo de los nuevos robots. Hay que ayudar
al avance científico. Pero no me entiendas mal. No es el principio el que me hace
seguir adelante; es el dinero que nos pagan. ¡"Greg"!
Powell pegó un salto al oír el feroz grito de Donovan y
siguió su mirada en la pantalla de visión a la que quedaron mirando los dos con
el horror pintado en el rostro.
--¡Que... Júpiter... me... ampare! -susurró.
--¡Míralos, Greg! -exclamó Donovan poniéndose de pie-.
¡Se han vuelto locos!
--Trae un par de trajes -dijo Powell-. Vamos allá.
Observó la actitud de los robots en la placa de visión.
En las sombrías galerías del asteroide sin aire se veían unos bronceados
resplandores que se movían lentamente. Era como una formación militar y bajo el
tenue resplandor de su cuerpo avanzaban silenciosamente por entre las rugosas
paredes del túnel, seguidos de parches de sombras. Marchaban al unísono, siete
de ellos, con Dave al frente, formando una macabra simultaneidad; fundiéndose
en los cambios de formación con la mágica precisión de un regimiento de
lanceros.
--Se han vuelto locos por culpa nuestra, Greg -dijo
Donovan regresando con los trajes-. Esto es una marcha militar.
--Por lo que veo -respondió fríamente Powell- puede ser
una serie de ejercicios calisténicos. O Dave puede estar bajo la alucinación de
ser un maestro de baile. Piensa primero y no te tomes tampoco la molestia de
hablar después.
Donovan sonrió y se puso un detonador en el estuche que
llevaba al lado, con gesto de ostentación.
--En todo caso -respondió-, así estamos. Así trabajamos
con los nuevos modelos de robots. Es nuestro trabajo, de acuerdo. Pero
contéstame una cosa. ¿Por qué... por qué hay siempre algo que va mal con ellos?
--Porque... -dijo Powell sombríamente-, tenemos la
maldición encima. ¡V ámonos!
Siguiendo la aterciopelada oscuridad de los corredores
bajo los círculos luminosos de sus lámparas de bolsillo, llegaron a su destino.
--Aquí están -dijo Donovan, jadeante.
--Estoy tratando de conectarlo por radio, pero no
contesta -susurró Powell-. El circuito de la radio está probablemente
desconectado.
--Celebro que los ingenieros no hayan inventado todavía
el robot que pueda trabajar en la oscuridad total. Me horrorizaría encontrar
siete robots en un pozo negro sin radiocomunicación, si no estuviesen
"iluminados" como árboles de Navidad radiactivos.
--Trepa a este reborde superior, Mike. Vienen por aquí y
quiero observarlos de cerca. ¿Puedes?
Mike pegó el salto con un gruñido. La gravedad era
considerablemente más baja que la normal de la Tierra, pero, con un traje
pesado, la ventaja no era tan grande, y el reborde representaba un salto de no
menos de tres metros. Powell lo siguió.
La columna de robots seguía a Dave en fila india. Con
una regularidad mecánica convertían la fila sencilla en doble y volvían a pasar
a sencilla en diferente orden. Lo repetían una y otra vez y Dave nunca volvía
la cabeza.
Dave estaba a unos seis metros cuando la comedia cesó.
Los robots subsidiarios rompieron la formación, esperaron un momento, y
desaparecieron en la distancia..., rápidamente. Dave miró hacia ellos, después,
lentamente, se sentó. Apoyó la cabeza en una de sus manos, en una postura
completamente humana.
--¿Estás aquí, jefe? -dijo su voz en uno de los
auriculares de Powell.
Powell hizo un signo a Donovan y saltó del reborde.
--No sé... -dijo el robot moviendo la cabeza-. Hace un
momento estaba sacando una considerable producción en Túnel 17 y en el acto me
di cuenta de una presencia humana por las cercanías, y me he encontrado casi un
kilómetro más abajo del túnel.
--¿Dónde están los subsidiarios, ahora? -preguntó
Donovan.
--Trabajando, desde luego. ¿Cuánto tiempo se ha perdido?
--No mucho. Olvídalo. -Volviéndose hacia Donovan, Powell
añadió-: quédate con él el resto del turno.
Después, ven. Tengo un par de ideas.
Transcurrieron tres horas antes de que Donovan
regresase. Parecía cansado.
--¿Cómo ha ido esto? -preguntó Powell.
--No pasa nunca nada cuando se los vigila. Dame un
cigarrillo...
El pelirrojo lo encendió con solícito cuidado y echó al
aire un anillo de humo.
--He estado pensando en todo esto, Greg -dijo-. Dave
tiene un curioso fondo, para ser un robot. Seis dependen de él, con una
estricta reglamentación. Tiene derecho de vida o muerte sobre ellos y tiene que
reaccionar con su mentalidad. Supongamos que sienta la necesidad de confirmar
su poder como concesión a su vanidad.
--Ve al grano.
--Supongamos que tenemos militarismo. Supongamos que
está creando un ejército. Supongamos que los está instruyendo para unas
maniobras militares. Supongamos...
--Supongamos que has perdido el tino. Tus pesadillas
deberían ser en tecnicolor. Están postulando la mayor aberración de un cerebro
positónico. Si tu análisis fuese correcto, Dave tendría que infringir la
Primera Ley Robótica; que un robot no debe perjudicar a un ser humano o, por
inacción, permitir que un ser humano sea perjudicado. El tipo militarista y de
carácter dominador que supones debe tener como punto final de sus lógicas
implicaciones la dominación de los humanos.
--Muy bien. ¿Y cómo sabes que éste no es el fondo de la
cuestión?
--Porque todo robot con esta mentalidad, primero, no hubiera
salido jamás de la fábrica y, segundo, hubiera sido descubierto inmediatamente.
He probado a Dave, ¿sabes?
Powell echó su sillón atrás y puso los pies sobre la
mesa.
--No. Seguimos en la situación de no poder asar la
liebre porque todavía no sabemos dónde está. Por ejemplo, si pudiésemos saber
qué significaba aquella danza macabra que hemos contemplado, estaríamos en el
camino de la verdad. Mira, Mike -prosiguió después de una pausa-. ¿Qué te
parece esto? Dave deja de funcionar solamente cuando ninguno de nosotros está
presente. Y cuando no funciona, la llegada de uno de nosotros lo vuelve loco.
--Ya te dije una vez que todo esto era siniestro.
--No me interrumpas. ¿En qué forma un robot obra de
manera diferente cuando los humanos no están presentes? La respuesta es obvia.
Se requiere una gran parte de iniciativa personal. En este caso, busca las
partes del cuerpo afectadas por la nueva necesidad.
--¡Cáspita! -exclamó Donovan, incorporándose. Después
volvió a echarse atrás-. No, no... No es bastante. Es demasiado vago. No cubre
las posibilidades.
--No puedo evitarlo. En todo caso, no hay peligro de que
no den el rendimiento previsto. Vigilaremos por turno a estos robots a través
del visor. Cada vez que ocurra algo, iremos inmediatamente al teatro del suceso.
Esto los hará trabajar.
--Pero de todos modos, los robots no seguirán las
especificaciones, Greg. La U.S. Robots no puede seguir haciendo modelos Dv con
unos informes como éstos.
--Es evidente. Tenemos que localizar el error de
fabricación y corregirlo, y tenemos sólo diez días para conseguirlo. Lo malo es
que... -añadió Powell rascándose la cabeza- En fin, mira tú mismo los planos.
Los planos sobre papel azul cubrían el suelo como una
alfombra y Donovan se puso a gatas ante ellos, siguiendo el errante l piz de
Powell. Este dijo entonces:
--Aquí es donde entras tú, Mike. Eres el especialista
del cuerpo y quiero que me sigas. He estado tratando de cortar todos los
circuitos no afectados por la iniciativa. Aquí, por ejemplo, en la arteria del tronco
que comporta operaciones mecánicas. Corta todas las rutas laterales rutinarias
como divisiones de urgencia... -Levantó la vista-. ¿Qué piensas?
Donovan sentía un mal sabor de boca.
--La cosa no es tan sencilla, Greg. La iniciativa
personal no es un circuito eléctrico que puedas aislar del resto y estudiarlo.
Cuando un robot actúa por sí mismo, la intensidad de la actividad del cuerpo
aumenta inmediatamente en casi todos los frentes. No queda ningún circuito
enteramente sin afectar. Lo que hay que hacer es localizar las condiciones
especiales, condiciones muy específicas, que lo afectan, y "entonces",
empezar a eliminar circuitos.
--¡Ejem!... -dijo Powell, levantándose y quitándose el
polvo-. Muy bien. Coge estos papelotes azules y quémalos.
--Ya ves que dada una sola parte defectuosa -dijo
Donovan- cuando la actividad se intensifica, puede ocurrir cualquier cosa. El
aislamiento cesa, un condensador salta, un contacto echa chispas, una espiral
se calienta. Y si obras a ciegas, pudiendo elegir entre todo el robot, jamás
encontrarás el punto defectuoso. Si desmontas a Dave y compruebas una por una
cada pieza del mecanismo de su cuerpo, volviéndolo a montar y probando
nuevamente...
--Bien, bien. Sé también mirar por una portilla...
Se miraron durante un momento, desalentados, y Powell,
cautelosamente, dijo:
--Supongamos que interrogásemos uno de los
subsidiarios...
Ni Powell ni Donovan habían tenido hasta entonces la
oportunidad de hablar con un "dedo". Sabía hablar; la analogía con el
dedo humano no era, pues exacta. En realidad, tenía un cerebro bastante
desarrollado, pero este cerebro estaba primariamente adaptado a la recepción de
órdenes, vía campo positónico, y su reacción a los estímulos independientes era
un poco confusa.
Powell no sabía tampoco a ciencia cierta su nombre. Su
número de serie era Dv-5-2, pero esto era de poca utilidad.
--Oye, camarada -le dijo para infundirle confianza-. Voy
a pedirte que pienses muy intensamente y podrás volverte con tu amo.
El "dedo" hizo un rápido movimiento afirmativo
con la cabeza, pero no llevó las limitadas funciones de su cerebro hasta
hablar.
--En cuatro ocasiones recientes -dijo Powell-, tu amo se
apartó del esquema cerebral. ¿Recuerdas estas ocasiones?
--Sí, señor.
--Las recuerda -gruñó Donovan con rabia-. Ya te he dicho
que hay algo muy siniestro...
--¡Oh, cállate, cállate! Desde luego el "dedo"
recuerda. ¿Qué hay de mal en ello? -Powell se volvió hacia el robot-. ¿Qué
estabais haciendo cada una de estas veces... todo el grupo, me refiero?
El "dedo" tenía una curiosa manera de recitar
las frases, como si contestase las preguntas bajo la presión mecánica de su
cerebro, pero sin poner en ello entusiasmo.
--La primera vez estábamos trabajando en una difícil
explotación en Túnel 17, Nivel B. La segunda estábamos asegurando el techo
contra un posible hundimiento. La tercera vez estábamos preparando explosiones
adecuadas para prolongar el túnel sin producir fisuras subterráneas. La cuarta
vez fue después de un ligero desprendimiento.
--¿Qué ocurrió estas veces?
--Es difícil de describir. Se transmitió una orden, pero
antes de que pudiésemos recibirla e interpretarla, vino la nueva orden de
avanzar en una extraña formación.
--¿Por qué? -saltó Powell.
--No lo sé.
--¿Cuál era la primera orden... la que fue anulada por
la de marchar en formación? -intervino Donovan, interesado.
--No lo sé. Sentía que se acababa de dar una orden, pero
no tuve tiempo de recibirla.
--¿No puedes decirnos nada de ella? ¿Era la misma orden,
siempre?
El "dedo" movía la cabeza, desalentado.
--No lo sé.
--Bien, en este caso, vuelve con tu amo -dijo Powell,
echándose atrás.
El "dedo" se marchó, visiblemente aliviado.
--Bien, hemos conseguido bastante, esta vez -dijo
Donovan-. Ha sido un diálogo, verdaderamente animado del principio al fin. Oye,
Greg. Dave y el "dedo" nos están tomando el pelo a los dos. Hay
demasiadas cosas que no saben ni recuerdan. Va a ser cosa de no confiar ya en
ellos, Greg.
Powell se estaba peinando el bigote en sentido
contrario.
--¡Válgame Dios, Mike! ¡Otra estúpida observación como
ésta y no sé lo que será de ti!
--Bien, bien... Tú eres el genio del equipo. Yo no soy
más que un pobre niño de pecho. ¿En qué quedamos?
--Un poco más atrás que antes. He tratado de avanzar
hacia atrás por mediación del "dedo" y no lo he conseguido. De manera
que tendremos que avanzar hacia delante.
--¡Es un gran hombre! -se maravilló Donovan-. ¡Qué fácil
es todo para él! Ahora tradúcemelo al idioma vulgar, Maestro.
--Lo entenderás mejor si te lo traduzco al lenguaje de
los nenes. Quiero decir que tenemos que averiguar qué orden fue la que dio Dave
antes de que todo fuese mal. Esta puede ser la clave del misterio.
--¿Y cómo esperas conseguirlo? No podemos acercarnos a
él porque mientras estemos presentes, todo irá bien. No podemos captar sus
órdenes por radio porque las transmiten vía campo positónico. Esto elimina la
proximidad y la lejanía, dejándonos ante un magnífico cero.
--Por observación directa, sí. Queda todavía la
deducción.
--¿Eh?
--Vamos a ver los relevos, Mike -dijo Powell con una
mueca-. Y no apartaremos los ojos de la placa de visión. Observaremos todos los
actos de estos cerebros de acero. En el momento en que dejen de actuar,
habremos visto lo que ocurría inmediatamente antes y deduciremos cuál era la
orden.
Donovan abrió la boca y permaneció así durante un minuto
entero. Después, como si se ahogase, dijo:
--Dimito. Me voy.
--Tienes diez días para tomar una decisión mejor -dijo
Powell.
Qué es lo que durante ocho días trató de hacer Donovan.
Durante ocho días, en guardias alternadas de cuatro horas, observó, con los
ojos doloridos y congestionados, las relucientes formas metálicas que se movían
sobre el vago fondo. Y durante ocho días, durante las guardias y los descansos,
maldijo la U.S. Robots, los modelos Dv y el día en que nació.
Y entonces, el octavo día, cuando Powell entró con la
cabeza dolorida y el sueño en los ojos para hacer su guardia, Donovan se
levantó y, tomando lenta y deliberadamente la justa puntería, arrojó un libro
al centro de la placa de visión. Se produjo el natural ruido de algo que se
rompe.
--¿Por qué has hecho esto? -preguntó Powell,
boquiabierto.
--Porque no quiero observar nada más -respondió Donovan,
casi con calma-. Nos quedan dos días y no hemos averiguado nada. Dv-5 es
sencillamente un fracaso. Se ha parado cinco veces mientras lo he estado
observando y tres durante tu guardia y ni tú ni yo somos capaces de saber qué
órdenes da. Y no creo que logres averiguarlo, porque no creo lograr averiguarlo
yo.
--¡Pero, hombre, cómo quieres vigilar seis robots a la
vez! Uno trabaja con las manos, el otro con los pies, uno como un molino de
viento y otro salta arriba y abajo como un chiflado. Y los otros dos... el
diablo sabe lo que están haciendo. Y de repente se paran todos.
--Greg, no hacemos lo que debemos hacer. Tenemos que
estar más cerca. Tenemos que observar lo que hacen desde donde podamos ver los
detalles.
Hubo un amargo silencio que fue roto por Powell.
--Sí, y esperar que ocurra algo con sólo dos días por
delante.
--¿Es que hay alguna ventaja en vigilar desde aquí?
--Es más cómodo.
--Ya..., pero hay algo que puedes hacer allí y no puedes
hacer aquí.
--¿Qué es?
--Puedes hacerlos parar... en el momento que quieras, y
entretanto estás preparado para ver qué es lo que ocurre.
--¿Cómo es eso? -dijo Powell, intrigado.
--Piénsalo tú mismo si tienes el cerebro que dices.
Hazte algunas preguntas. ¿Cuándo para de trabajar el Dv-5? ¿Cuándo ha dicho el
"dedo" que lo hacía? Cuando hay amenaza de derrumbamiento, o bien se
produce; cuando hay que tomar delicadas medidas para la colocación de
explosivos al encontrar un filón difícil.
--En otras palabras, cuando hay peligro -dijo Powell.
--¡Exacto! Cuando "esperas" que se produzca.
Es el factor iniciativa personal el que nos causa la perturbación. Y es precisamente
durante los momentos de peligro, en ausencia de un ser humano, cuando la
iniciativa personal está a su máximo de tensión. Ahora bien, ¿cuál es la
deducción lógica? ¿Cómo podemos crear nuestra intercepción cuando y donde
queramos? -Hizo una pausa, triunfante, ya que empezaba a gozar con su papel y
contestaba sus propias preguntas adelantándose a la respuesta de Powell-. Creando
nuestro propio peligro.
--Mike -dijo Powell-... tienes razón.
--Gracias, camarada. Sabía que algún día la tendría.
--Bien, pero ahórrate los sarcasmos. Los conservaremos
en una jarra para los inviernos fríos. Entretanto ¿qué peligros podemos crear?
--Podríamos inundar las minas, si no estuviésemos en un
asteroide sin aire.
--Muy ingenioso, sin duda. Realmente, Mike, me dejas incapacitado
de tanta risa. ¿Qué te parece un pequeño desprendimiento de tierras?
Donovan avanzó los labios, reflexionó, y dijo:
--Por mi parte... O.K.
--Bien. Manos a la obra.
Mientras avanzaba por el escarpado paisaje, Powell tenía
todo el aspecto de un conspirador. En aquella baja gravedad, andaba por el
abrupto suelo lanzando trozos de roca a derecha e izquierda bajo su peso y
levantando nubes de polvo gris. Mentalmente, sin embargo, era el cauteloso
avance de un conspirador.
--¿Sabes dónde estamos? -preguntó.
--Creo que sí, Greg.
--Muy bien, pero si un "dedo" se acerca a
veinte pasos de nosotros nos "sentirá", estemos en su línea de visión o no. Espero
que ya lo sabes.
--Cuando necesite una información sobre la ciencia
robótica te la pediré por escrito y por triplicado. Metámonos por aquí.
Estaban ya en los túneles; incluso la luz de las
estrellas había desaparecido. Los dos amigos seguían avanzando entre las
paredes, iluminándolas con sus lámparas a
espacios intermitentes. Powell buscó el seguro de su
detonador.
--¿Conoces este túnel, Mike?
--No muy bien. Es nuevo. Creo poderlo reconocer por lo
que vi en la placa de visión, pero...
Transcurrieron unos interminables minutos. Finalmente,
Mike dijo:
--Toca eso...
Una ligera vibración de los muros se transmitió a través
de la enguantada mano metálica de Powell. No se oía nada, naturalmente.
--¡Diablos! Estamos muy cerca.
--Abre bien los ojos -dijo Powell
Donovan asintió, impaciente.
La cosa se produjo y desapareció antes de que pudiesen
sentirla; fue sólo un resplandor bronceado que atravesó su campo visual. Se
agarraron uno a otro en silencio.
--¿Crees que nos sienten? -susurró Powell.
--Espero que no. Pero será mejor que los cojamos de
flanco. Toma el primer túnel transversal a la derecha
--¿Y si no los encontramos?
--Bien, y ¿qué quieres hacer? ¿Volver atrás? -gruñó Donovan,
malhumorado-. Están a cuatrocientos metros. Los he estado observando por la
placa de visión. Y tenemos dos días...
--¡Cállate! Estás malgastando el oxígeno. ¿Es éste un
corredor lateral? -Lanzó un destello-. Sí, lo es. Vamos.
La vibración era considerablemente más fuerte y el suelo
temblaba.
--Va bien -dijo Donovan-, si no cede debajo de nosotros,
sin embargo. -Mandó el haz de luz hacia delante inquieto. Con sólo levantar el
brazo podían tocar el techo y la ensambladura había sido colocada
recientemente. Donovan vacilaba.
--No hay salida. Volvamos atrás.
--No. Espera -dijo Powell, deslizándose por su lado-.
¿Qué es esta luz, allá abajo?
--¿Luz? No veo ninguna. ¿De dónde quieres que salga una
luz, aquí?
--Luz de robot. -Subía por una suave pendiente, sobre
manos y rodillas. Su voz resonó ronca e inquieta en los oídos de Donovan-. ¡Eh,
Mike, ven aquí!
Había luz. Donovan avanzó al lado de las piernas
estiradas de Powell.
--¿Una abertura?
--Sí. Tienen que estar trabajando en este túnel, por el
otro lado.
Donovan tocó los ásperos bordes de un agujero que daba a
un lugar que el destello luminoso de la lámpara reveló ser la galería principal
de un filón. El agujero era demasiado pequeño también para que dos hombres
pudiesen mirar por él simultáneamente.
--No hay nada -dijo Donovan.
--Ahora, no. Pero debió de haberlo, de lo contrario no
hubiéramos visto luz. ¡Cuidado!
Las paredes se derrumbaron a su alrededor y sintieron el
impacto. Una ducha de fino polvo cayó sobre ellos. Powell levantó
cautelosamente la cabeza y miró.
--Está bien, Mike. Están allí.
Los relucientes robots estaban aglomerados quince metros
más abajo, en el túnel principal. Los brazos metálicos trabajaban laboriosamente
en el montón de escombros creado por la última explosión.
--No perdamos tiempo -dijo Donovan con afán-. No tardarán
mucho en terminar y la próxima explosión puede alcanzarnos.
--¡Cáspita, no me des prisa! -Powell sacó el detonador y
sus ojos buscaron afanosamente a través del fondo polvoriento, donde la única
luz era la de los robots y era imposible ver una roca saliente en la oscuridad.
--Hay un punto en el techo, casi encima de ellos. La
última explosión no lo ha derribado del todo. Si puedes alcanzarlo en la base,
la mitad del techo se vendrá abajo.
Powell siguió la dirección del delgado dedo.
--¡Cuidado! Ahora fija tu mirada en los robots y reza
por que no se vayan demasiado lejos en esta parte del túnel. Son mis fuentes de
luz. ¿Están los siete allí?
--Los siete -dijo Donovan después de haberlos contado.
--Bien, entonces, obsérvalos. Fíjate en todos sus
movimientos.
Levantó el detonador y apuntó, mientras Donovan vigilaba
y pestañeaba bajo el sudor que se metía en sus ojos. Disparó.
Hubo una sacudida, una serie de fuertes vibraciones y
una nueva sacudida más fuerte que arrojó a Powell con fuerza contra Donovan.
--¡Greg, me has empujado! -gritó Donovan-. No veo
nada...
--¿Dónde están? -preguntó Powell con violencia.
Donovan guardaba un estúpido silencio. No había rastro
de los robots. Todo estaba oscuro como las riberas de la laguna Estigia.
--¿Crees que los hemos sepultado? -balbució Donovan.
--Vamos a bajar. No me preguntes lo que creo.
Powell se arrastró hacia abajo, a toda velocidad.
--¡Mike!
Donovan se detuvo en el momento en que iba a seguirlo.
--¿Qué ocurre ahora?
--¡Detente! -La respiración de Powell llegaba ronca e irregular
a los oídos de Donovan-. ¡Mike! ¿Me oyes, Mike?
--Estoy aquí. ¿Qué ocurre?
--Estamos
bloqueados. No fue el techo que estaba a quince metros de nosotros lo que se
vino abajo, sino el nuestro. La sacudida lo ha derribado
--¡Cómo! -Donovan avanzó y se encontró con una barrera
de tierra-. Enciende.
Powell encendió. En ninguna parte había un agujero por
donde pudiese pasar una liebre.
--Vaya... ¿y qué hacemos ahora? -dijo Donovan en voz
baja.
Perdieron algún tiempo y algún esfuerzo tratando de
mover la barrera que los bloqueaba. Powell trató de ensanchar los bordes del
agujero original y por un momento levantó su detonador. Pero sabía que tan de
cerca, una explosión hubiera equivalido a un suicidio.
--¿Sabes, Mike -dijo sentándose en el suelo-, que hemos
armado un lío? No estamos más cerca de saber qué le ocurre a Dave. Fue una
buena idea, pero nos ha salido al revés.
La mirada de Donovan delataba una amargura cuya
intensidad se perdía totalmente en la oscuridad.
--Sentiría ofenderte, muchacho, pero aparte de lo que
sepamos o ignoremos acerca de Dave, estamos en una trampa. Si no nos liberamos,
compañero, vamos a morir. "M-o-r-i-r", morir. ¿Cuánto oxígeno
tenemos, de todos modos? No más de seis horas.
--Ya he pensado en esto -dijo Powell, llevándose los
dedos a su sufrido bigote y tratando de levantar su inútil visor transparente-.
Desde luego, podríamos hacer que Dave nos saque de aquí fácilmente en este
tiempo, de no ser porque nuestra preciosa jugarreta lo debe haber sepultado
también con su radiocircuito.
--Lo cual no es muy risueño.
Donovan avanzó hacia la abertura y consiguió encajar en
ella muy justamente su protegida cabeza.
--¡Eh, Greg!
--¿Qué hay?
--Supongamos que tuviésemos a Dave a seis metros. Esto
nos salvaría.
--Seguro, pero ¿dónde está?
--Abajo, en el corredor. Pero, por lo que más quieras, no
sigas tirando de mí o me vas a arrancar la cabeza de su soporte. Ya te dejaré mirar.
Powell consiguió asomar la cabeza.
--Lo hemos hecho muy bien. Mira estos idiotas. Debe de
ser un "ballet" esto que hacen.
--Deja las observaciones secundarias. ¿Se acercan?
--No puedo decírtelo. Están demasiado lejos. Pásame la
lámpara, ¿quieres? Trataré de llamar su atención de esta manera.
Al cabo de dos minutos, abandonó.
--No hay nada que hacer. Deben de ser ciegos. ¡Oh, oh,
ahora avanzan hacia nosotros! ¿Qué crees?
--¡Eh, déjame ver! -dijo Donovan.
Hubo un nuevo silencio y Donovan asomó la cabeza. Se
acercaban. Dave avanzaba rápidamente a la cabeza de los seis "dedos",
que lo seguían en fila india, balanceándose.
--¿Qué hacen? Esto es lo que quisiera saber. Parece una
pantomima -se preguntó Donovan.
--¡Déjate de descripciones! -gruñó Powell-. ¿A qué
distancia están?
--A unos quince metros y vienen en esta dirección.
Estaremos fuera dentro de quince min... ¡Eh, eh, ay...! ¡Ay!
--¿Qué ocurre, ahora? -Powell necesitó algunos segundos
para volver en sí ante las exaltaciones vocales de Donovan-. Vamos ya. Déjame
asomar también... No seas egoísta.
Avanzó hacia el agujero, pero Donovan lo apartó de un
puntapié.
--Han dado media vuelta, Greg. Se marchan. ¡Dave! ¡Eh,
Da...ve!
--¿De qué te sirve gritar, idiota? El sonido no se
transmite.
--Pues entonces, golpea las paredes, derríbalas, manda
alguna vibración. Tenemos que llamar su atención de alguna manera, Greg, o
estamos listos.
Se agitaba como un loco. Powell lo sacudió.
--Espera, Mike, espera. Escucha, tengo una idea. ¡Por
Júpiter, es el momento de apelar a las soluciones sencillas! ¡Mike!
--¿Qué quieres?
--Déjame meter aquí antes de que estén fuera de nuestro alcance.
--¡Fuera de nuestro alcance! ¿Qué vas a hacer? ¡Eh! ¿Qué
vas a hacer con el detonador? -dijo agarrando el brazo de Powell.
Powell se soltó con una violenta sacudida.
--Voy a hacer algunos disparos...
--¿Por qué? --Te lo diré más tarde. Veamos si sirve de
algo, primero. Si no... Quítate de aquí y deja que me meta yo.
Los robots eran ya unos meros puntos que disminuían de
tamaño en la distancia. Powell ajustó la mira y el alza cuidadosamente y apretó
tres veces el gatillo. Bajó el arma y miró atentamente. Uno de los subsidiarios
había caído. Sólo se veían seis relucientes figuras.
--¡Dave! -gritó Powell por el transmisor, dudando.
Hubo una pausa y los dos hombres oyeron la respuesta.
--¿Jefe? ¿Dónde estás? El pecho de mi tercer subsidiario
ha estalladoEstá fuera de servicio.
--Déjate de subsidiarios -dijo Powell-. Estamos cogidos
en una trampa..., es un desprendimiento de tierras, donde estabais trabajando. ¿Puedes
ver nuestros destellos?
--Sí, vamos allí en seguida.
Powell se echó atrás y relajó sus músculos doloridos.
--Bien, Greg -dijo Donovan lentamente con un sollozo
contenido en la voz-. Has ganado. Golpeo el suelo con mi frente delante de tus
pies. Ahora no me cuentes ningún cuento. Dime exactamente qué ha pasado.
--Es fácil. Que durante todo el proceso hemos omitido lo
evidente... como de costumbre. Sabíamos que se trataba del circuito de
iniciativa personal, y que ocurría siempre durante los momentos de peligro,
pero seguíamos buscando un orden específico como causa. ¿Y por qué tenía que
haber un orden?
--¿Por qué no?
--Mira. ¿Qué tipo de orden requiere mayor iniciativa?
¿Qué tipo de orden se presenta casi siempre sólo en momentos de peligro?
--No me preguntes, Greg. Dímelo y basta.
--Eso estoy haciendo. Es una orden séxtuple. En
condiciones ordinarias, con uno o más de los "dedos" realizando un
trabajo rutinario que no requiere una estrecha supervisión, nuestros cuerpos
transmiten el movimiento rutinario. Pero en un caso de peligro, los seis
subsidiarios tienen que ser inmediatamente movilizados. Dave tiene que mandar
seis robots a la vez. El resto era fácil. Cualquier disminución en la
iniciativa requerida, como la llegada de los seres humanos, lo hace retroceder.
Por esto destruí uno de los robots. Al hacerlo, él transmitía sólo una orden
quíntuple. La iniciativa disminuye..., vuelve a la normalidad.
--Pero... ¿cómo has descubierto todo esto?
--Mera suposición lógica. Lo he probado y ha salido
bien.
--Aquí estoy -resonó de nuevo en sus oídos la voz del
robot-. ¿Podéis esperar media hora?
--Fácilmente -dijo Powell. Y volviéndose hacia Donovan,
prosiguió-: Y ahora el juego será sencillo. Revisaremos los circuitos y
comprobaremos cada parte que tiene un trabajo de orden séxtuple como en
oposición a un orden quíntuple. ¿Qué campo nos deja esto?
--No mucho, me temo -dijo Donovan después de haber reflexionado-.
Si Dave es como el modelo preliminar que vimos en la fábrica, tiene un circuito
coordinador especial que será la única sección afectada. -Se animó súbitamente
de una forma extraña-. Oye, no estaría del todo mal. No hay nada contra esto...
--Muy bien. Piensa en esto y comprobaremos los planos
cuando regresemos. Y ahora, hasta que venga Dave, voy a descansar.
--¡Eh, eh, espera! Dime una cosa. ¿Qué eran aquellas
extrañas marchas, aquellos pasos de baile que ejecutaban los robots cada vez
que se descomponían?
--¿Eso? No lo sé. Pero tengo una idea. Recuerda que
estos subsidiarios eran como "dedos" de Dave. Decíamos siempre esto,
¿te acuerdas? Pues bien, tengo la impresión de que durante estos intervalos, cada
vez que Dave se convertía en un caso de psiquiatría, se dejaba llevar por su obsesión,
"daba vueltas a sus dedos".
Susan Calvin hablaba de Powell y Donovan sin el menor
esfuerzo de sonrisa, pero su voz cobraba calor cuando mencionaba a los robots.
Le era muy fácil hablar de los Speedy, los Cuties o los Daves, y la atajé. De
lo contrario, nos hubiera explicado media docena más.
--¿Y no ha ocurrido nunca nada, en la Tierra? -pregunté.
Me miró frunciendo ligeramente el ceño.
--No, no tenemos gran cosa que ver con los robots, aquí
en la Tierra.
--Pues es una lástima. Sus ingenieros son buenos, pero,
¿no podríamos hablar un poco de esto? Es su cumpleaños, ya lo sabe usted.
Me alegró ver que se sonrojaba.
--También yo he tenido disgustos con los robots -dijo-.
¡Pardiez, cuánto tiempo hace que no pienso en esto! ¡Si hace cerca de cuarenta
años! Ciertamente fue en 2021. Y yo tenía sólo treinta y ocho años. ¡Oh...
preferiría no hablar de esto!
Esperé, seguro de que cambiaría de parecer. Y así fue.
--¿Por qué no? -dijo-. No puede hacerme ya daño alguno.
Ni tan sólo el recuerdo. Fui un poco locuela en otro tiempo, joven. ¿Lo creería
usted?
--No -dije.
--Pues lo era. Pero Herbie era un robot que podía leer
el pensamiento.
--¿Cómo?
--El único en su clase. Ni antes ni después. Un error...
en cierto modo.
Continúa esta historia en
No hay comentarios:
Publicar un comentario