Días atrás, cuando buscaba información sobre el cuento "Remedio para melancólicos" de Bradbury, di con un trabajo en el cual comparaban aquella historia con ésta de Rosa Montero.
Rosa Montero es una escritora española contemporánea. Nació en 1951.
La "conocí" hace unos años por el libro "La loca de la casa" pero tal vez la conozcan por "La hija del caníbal". Es autora tanto de novelas para adultos como de libros dirigidos a los niños, además de varios ensayos.
"Parece tan dulce" se publicó por primera vez en "Cuentos de este siglo" (1995), un compilado de varios autores.
Parece tan dulce
Parece
tan dulce y es feroz. Contemplen la sala: está llena de gente. Un
tercio de esa gente, haciendo un cálculo optimista, son personas que no
me quieren bien. Todos mis competidores, todos mis verdugos y todas mis
víctimas. Llevo quince años en la firma, los cinco últimos como director
de personal: no ha sido fácil. Pero de entre todos esos señores y
señoras que me odian sé con certeza que la peor es ella. Ella es mi
mayor enemigo. Estoy muy seguro de lo que digo porque la conozco bien:
es mi mujer.
Y
eso que están presentes los más belicosos, los más tenaces de mis
adversarios: Donatella, la licenciada en Económicas con un master en
Harvard que entró como secretaria mía porque no encontraba trabajo con
la crisis, y que un día me echó lenta y deliberadamente un carajillo
hirviendo en los pantalones porque yo le había pedido que nos trajera
unos cafés a la reunión de directores (¿y qué podía hacer yo? Yo no soy
culpable de la crisis. Y en la reunión estaba el director general. Y se
lo había pedido por favor). Zaldíbar, que me tiranizó los seis años que
fue mi jefe, firmando como suyos, sin yo saberlo, todos los informes que
le hice. Contreras, que aspiraba a mi cargo y perdió en la contienda,
ayudado en la derrota, probablemente, por el hecho casual de que yo me
hubiera hecho socio del mismo club de tenis que el director general, con
quien llegué a trabar cierta amistad a golpe de raqueta (no soy un
santo, pero tampoco un cerdo como
Zaldíbar: digamos que estoy asentado en el más común y vulgar nivel de
indignidad). Pues bien, pese a estar presentes estos tres pesos pesados
en la hostilidad, ella sigue siendo el mayor enemigo que tengo en esta
sala y en el planeta. El hecho de estar casados sólo agrava la cosa.
Duermo con ella, con mi feroz enemiga, y en mis noches insomnes me
parece escucharle rumiar, en el silencio de sus sueños, ocultos planes
de futuras venganzas.
Parece
tan dulce. Ahí está, al otro lado de la sala, apoyada en la pared con
su fingida y elegante desgana de siempre, hablando con alguien a quien
no conozco: mírenla, ahora se la ve bien entre la gente, las espesas
aguas de la concurrencia se han abierto un poco, creo que acaban de
sacar los canapés calientes y ha habido una súbita deriva de glotones
hacia la puerta. Hay que reconocer que se mantiene guapa: se toma su
trabajo para ello, desde luego. Se tiñe el pelo, se da masajes, hace
gimnasia todo el día (quiero decir, siempre que está en casa: es abogada
y trabaja en un despacho laboralista), se llena la cara de potingues,
de mascarillas horrendas, de cremas apestosas; se mete en la cama por
las noches tan resbaladiza y aceitosa como un luchador de sumo en un
campeonato. En esto compruebo una vez más que es mi enemiga y puedo
medir el odio y el desapego que me tiene: tantos esfuerzos por
mantenerse guapa ¿para quién? Debe de ser para Donatella,
para Contreras, para Zaldíbar. Para mí no es, eso está claro: a mí me
ofrece la tramoya del afeite, un gorro de plástico en el pelo, un
aspecto ridículo. No sé si lo hace por sadismo: para afrentarme con su
presencia. O si, lo que sería peor (lo que sospecho), lo hace
simplemente porque no me ve, porque no me tiene en consideración, porque
no existo. Muchas veces en mi vida, con diversas personas, me he
sentido así, de cristal transparente: pero no estar en su mirada, en la
mirada de ella, es lo más duro.
Cuando estoy es peor. A veces me echa una desapasionada ojeada y dice:
-¿Por qué no te compras el monoxinosequé ése, esa loción que se dan los hombres contra la calvicie?
O bien:
-Deberías cuidarte un poco más.
No
parecen frases muy crueles, pero tendrían que oír el tono. Y la imagen
de mí mismo que me ofrecen sus ojos. Estoy allí, en el fondo de las
pupilas de ella, pequeñito por todas partes, más pequeñito aún de lo que
sé que soy, con mi calva incipiente y mi barriga incipiente y mi
derrota incipiente. Y entonces no le digo a mi mujer que llevo años
frotándome la coronilla con minoxidil sin mejoría apreciable, y que en
el secreto de mi cuarto de baño (tenemos dos, uno cada uno) hago
abdominales, y que lo peor es que intento cuidarme y que la ruina
incipiente de mi aspecto es el pobre resultado de todos mis desvelos.
Para disimular, hago como que no me interesa nada mi apariencia física,
como que desdeño esas banalidades. Es un viejo recurso que he usado
desde la infancia: pretender que no me importa aquello en lo que he
fracasado. Pero sé que mi mujer sabe mi truco. Y también sabe que yo sé
que ella lo sabe. Es humillante. Mi mujer es mi mayor enemigo porque me humilla.
Quizá
no es culpa suya. Quizá todo esto sea también tan duro para ella como
lo es para mí. Al principio no fue así: al principio yo me miraba en
ella y veía un dios. Sé que me quiso con locura. Lo sé, aunque no lo
recuerdo: hoy me es tan difícil imaginarla enamorada de mí que, si no
guardara todavía algunas arrebatadas cartas suyas, y, sobre todo, si no
tuviera como prueba principal el hecho inaudito de que acabó casándose
conmigo, creería que todo había sido producto de mi imaginación.
Recuerdo, eso sí, que un día se apagó su mirada como se apaga la luz de
un reflector. Y entonces yo dejé de estar bajo los focos y ya no volví a
ser jamás el protagonista de esa mala película.
Las
mujeres son así. O al menos muchas mujeres, sobre todo las que son
apasionadas, como ella. Son terribles porque lo quieren todo. Porque no
se conforman. Porque en el fondo pretenden encontrar al Príncipe Azul. Y
cuando creen haberlo hallado, se emparejan; pero al cabo de unas
semanas, de unos meses, de unos años, una mañana se despiertan y
descubren que, en lugar de haberse estado acostando todas esas noches
con el Príncipe, en realidad lo han estado haciendo con una rana. Lo
peor es que entonces desprecian a la rana y abominan de ella, en vez de
aceptar las cosas tal cual son, como yo mismo he hecho. Porque también
mi mujer es mitad batracia, como todos; pero a mí no me importa, incluso
me gusta. A veces, por las noches, mientras ella duerme en nuestra cama
común (que es un desierto), yo la vigilo agazapado en la penumbra,
esperando el prodigio. Suspira ella, se agita entre sueños, unta de
crema de belleza toda la almohada; yo escruto a mi mujer
atentamente, la veo un poco rana, algo verdosa, me atrevo a ponerle una
mano en la cintura, ella ronronea sin despertar, como si le gustase; me
acerco más, me cobijo en la noche, aquí estamos los dos siendo otra vez
uno, compañera de charca al fin aunque sea dormida. Entonces me duermo
yo también en esa postura inverosímil; y al cabo de un instante de
plácida negrura alguien me sacude, me despierta. Es ella, que está
erguida sobre un codo, contemplándome de cerca, la cabeza levantada como
una cobra. La cobra mira a la rana y dice:
-Roncas. Ya estás roncando otra vez. Date la vuelta.
¿Por
qué sigo con ella? Parece tan dulce a veces, sobre todo cuando está
callada, cuando está ensimismada en otra cosa: será por eso. ¿Y ella por
qué sigue conmigo? Es una pregunta que no me atrevo a contestarme. Sé
que soy una decepción para ella: incluso lo soy para mí mismo. Sé que me
falta pasión, vitalidad, empuje. Que no hablo apenas, que soy
introvertido y aburrido. Sé que mi mujer se desespera cada vez que me ve
pasar las horas delante del televisor absorto en unos programas que por
otra parte aborrezco. Un día, hace ya años, era un domingo por la tarde
y estábamos viendo una película en el vídeo, mi mujer bostezó, se
estiró y se me quedó contemplando pensativamente:
-Quién
sabe, quizá sea esto todo lo que hay -dijo con lentitud-: Es como
cuando dejas de creer en Dios en la adolescencia, cuando un día te das
cuenta de que no hay cielo ni hay infierno y que esto es todo lo que
hay.
Dicho
lo cual se levantó del sofá y se puso a hacer pesas furiosamente en un
rincón de la sala: para qué, para quién. Si esto es todo lo que hay, a
qué viene tanta gimnasia.
Mírenla: está todavía guapa, ya lo sé. Quizá se arregle para Zaldíbar. Para Contreras. Para Donatella. O quizá para ese hombre con el que lleva tanto rato hablando y que no sé quién es. Tal vez a mi mujer se le hayan vuelto a encender los faros de sus ojos y esté mirando a ese tipo con la luminosa mirada del enamoramiento, que siempre es la misma y siempre parece nueva. No quiero ni pensarlo. Antes, hace años, era celoso. Ahora tengo tantas razones para serlo que no puedo permitírmelo.
Mírenla: está todavía guapa, ya lo sé. Quizá se arregle para Zaldíbar. Para Contreras. Para Donatella. O quizá para ese hombre con el que lleva tanto rato hablando y que no sé quién es. Tal vez a mi mujer se le hayan vuelto a encender los faros de sus ojos y esté mirando a ese tipo con la luminosa mirada del enamoramiento, que siempre es la misma y siempre parece nueva. No quiero ni pensarlo. Antes, hace años, era celoso. Ahora tengo tantas razones para serlo que no puedo permitírmelo.
Ese
estruendo que acabamos de escuchar de algo que se rompe definitivamente
no fue mi corazón, contra todo pronóstico, sino que me parece que ha
sido un trueno. Sí, ahora truena otra vez, y a través de las ventanas se
ve un cielo tan negro como el futuro. A ella le dan miedo las
tormentas. Un miedo pueril que es parte de su cuota de rana, de
imperfecta. Mírenla: ya se ha puesto nerviosa. Ha vuelto la cabeza hacia
los balcones, baila el peso de su cuerpo de un pie a otro, se cambia el
vaso de mano. Está buscando a alguien con los ojos. A mí. No quiero ser
pretencioso, pero me parece que es a mí. Sí, ya me ha visto.
Me
mira. Me sonríe. Es una sonrisa que nadie ve: un fruncir muy pequeñito
de los labios por abajo. Sólo yo sé que ella está sonriendo. Sólo yo
conozco esa sonrisa. Y yo le digo: «No te preocupes, ya sabes que en las
ciudades siempre hay buenos pararrayos.» No se lo digo con la boca,
pero ella entiende igual, desde el otro lado de la sala, lo que le he
dicho. Esto es lo más cerca que estamos de la eternidad y del amor.
Recuerdo
momentos. Buenos momentos. Los tengo guardados en la memoria para los
instantes de mayor desaliento. Recuerdo cuando enfermé de gravedad con
la neumonía y ella estaba tan fresca y tan serena en el incendio de mi
fiebre, sus manos arropándome, entendiéndome y perdonándome como las
manos de la Providencia. Recuerdo este invierno, cuando nevó y se cortó
el fluido eléctrico: a la luz de las velas nos vimos distintos e hicimos
el amor como si nos deseáramos, mientras los copos se asomaban sin
ruido a la ventana. Recuerdo las canciones que cantamos juntos en el
viaje de vuelta de Barcelona, mientras conducíamos por la autopista a
través de la noche: y lo que nos reímos. Escuchad el ruido: está
diluviando. Ahí afuera llueve, en la intemperie. Es una noche desabrida y
cruel, una oscuridad inacabable. Ella vuelve a mirarme, en la
distancia. Entre toda la gente que hay en la habitación, me mira a mí.
Afuera cae del negro cielo una lluvia de
desgracias y dolores, de cánceres, fracasos, soledades; de
envejecimientos, de miedos y de pérdidas. Y yo aprieto los dientes y
aguanto el chaparrón, y sé que quiero a mi enemiga con toda mi voluntad,
con toda mi desesperación. Con lo mejor que soy y con mi cobardía.
Este escrito relata algo que en la actualidad sucede a las parejas que se enamoran pero de un momento a otro, ese amor que parece eterno se convierte en algo muy difícil de creer, imposible, ya es una farsa. si pero al igual que otros amores nunca se olvidara lo que algún día fue Amor. lo que se vivo con tanta pasión y con tanto furor. así al como principio de todo amor los hombres príncipes y las mujeres las reinas. para que subsista lo poco que quede de ese amor solo cuesta enfocarse en el pasado y no en el presente que ya es terrible.
ResponderEliminarEs un cuento que nos narra una realidad que vemos en la actualidad, cuando una relación es aburridora y monotoma y en dicho caso cuando en la pareja la mujer es un poco mas dominante y el hombre mas calmado o pasivo por lo normal se ve la situación que este cuento nos narra
ResponderEliminarEste escrito en la actualidad pasa porque hay parejas que duran mucho tiempo y en realidad ese amor no vuelve hacer el mismo como antes
ResponderEliminarAl final del relato, la lluvia que cae fuera del edificio es una metáfora de la vida. ¿ que es lo que traen tanto la vida como la lluvia?
ResponderEliminarYara y se pone celoso de moises
ResponderEliminara que se dedica el protagonista me pueden ayudar ??
ResponderEliminarque le exige su esposa que el no puede cumplir ayudaaaa
ResponderEliminarlo que le exige es que sea mas seguro de si mismo y sobre todo se queja de el por que dice que no se arregla . pues ella siempre le recuerda lo mal que esta su físico
EliminarMuchas Gracias bro
EliminarLa autora se interesa en la trama
ResponderEliminarLa autora se interesa en la trama alguien q me ayude por favor
ResponderEliminarcual es el tema principal xfis ayudenme....
ResponderEliminarEste relato es un monólogo. El esposo explica los sentimientos encontrados que despierta en él su esposa. ¿Por qué dice que ella es su enemiga?
ResponderEliminar-¿Qué le exige su esposa que él no puede cumplir?
-Cuando su esposa estaba enamorada de él, ¿cómo se sentía cuando lo miraba?
-Al final del relato, la lluvia que cae fuera del edificio es una metáfora de la vida. ¿Qué es lo que traen tanto la vida como la lluvia
El amor ha perdurado.tapado,tal vez por la rutina y la seguridad , pero aparece sin falta,cuando un motivo infrecuente se presenta.Es así de cierto y verdadero.Seria inteligente vencer a la rutina
ResponderEliminarCuantos años duro casado el protagonist
ResponderEliminar