Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

martes, 30 de octubre de 2012

Alhambra - J. L. Borges

Cuando pienso en la Alhambra, pienso en Washington Irving y un libro que amo: Cuentos de la Alhambra... pero hoy, buscando otra cosa, dí con este poema de Jorge Luis Borges titulado "Alhambra".  
Busqué un poco de información y encontré lo siguiente:
"En 1967 Jorge Luis Borges crea un poema, ya había perdido del todo la vista, y lo hace para enseñársela a su compañera María Kodama . Es en ese año en el que visita la Alhambra."
La reseña no dice mucho, pero algo me queda bien claro: el poema muestra La Alhambra a través de los ojos de quien no la ve como la vemos quienes gozamos de la vista, y eso es lo que le otorga su belleza. Borges la vio con sus oidos, con el tacto, con el gusto, con el olfato...



Alhambra

Grata la voz del agua
a quien abrumaron negras arenas,
grato a la mano cóncava
el mármol circular de la columna,
gratos los finos laberintos del agua
entre los limoneros,
grata la música del zéjel,
grato el amor y grata la plegaria
dirigida a un Dios que está solo,
grato el jazmín.

Vano el alfanje
ante las largas lanzas de los muchos,
vano ser el mejor.
Grato sentir o presentir, rey doliente,
que tus dulzuras son adioses,
que te será negada la llave,
que la cruz del infiel borrará la luna,
que la tarde que miras es la última.
 

domingo, 28 de octubre de 2012

Paris y el concurso de belleza de las diosas

Lo prometido es deuda, y mi deuda era este post. En sí, no es un cuento, no tiene un autor preciso, un comienzo exacto con un nudo y un desenlace que sea realmente el final, pero es una historia que cuando la leí por primera vez, me hizo mucha gracia imaginármela. Pertenece al capítulo "París y Helena" de "Los mitos griegos" de Robert Graves; es parte de las historias pre-guerra de Troya, y clave para saber porque dicha guerra.
Cuentan que un día, Paris, el menor de los príncipes de Troya, se encontraba cuidando su ganado cuando apareció Hermes, el mensajero, enviado por Zeus para pedirle que elija cual de las diosas es la más hermosa y le de a la ganadora, una manzana de oro. Las tres concursantes fueron:
  1. Hera: esposa de Zeus, diosa del matrimonio y de las mujeres, conocida por su carácter bravo, celoso y vengativo
  2. Afrodita: diosa del amor erótico, la lujuria y la sexualidad
  3. y Atenea: diosa de la guerra y la civilización
Como verán, la tarea de Paris no era nada fácil... y además, a Paris sólo le interesa una cosa... ;)
Los dejo con esta historia sin nombre, que espero que les guste :D
 




"(...) Estaba un día cuidando su ganado en el monte Gárgaro, la cumbre más alta de Ida, cuando Hermes, acompañado por Hera, Atenea y Afrodita, le entregó la manzana de oro y el mensaje de Zeus:

- Paris, puesto que eres tan bello como sabio en los asuntos del corazón, Zeus te ordena que juzgues cuál de estas diosas es la más bella.

Paris aceptó la manzana dudosamente y contestó:

- ¿Cómo puede un simple pastor como yo, hacerse árbitro de la belleza divina? Dividiré la manzana entre las tres.
- ¡No, no, no puedes desobedecer a Zeus Omnipotente! - se apresuró a replicar Hermes -. Y tampoco estoy autorizado para aconsejarte. ¡Utiliza tu inteligencia natural!
- Qué así sea - suspirtó Paris -. Pero antes ruego que las perdedoras no se ofendan conmigo. Sólo soy un ser humano, expuesto a cometer los errores más estúpidos.

Las diosas convinieron en acatar su decisión.

- ¿Bastará con juzgarlas tal como están - preguntó Paris a Hermes - o tienen que desnudarse? 
- Tú debes decidir las reglas del juego - contestó Hermes con una sonrisa discreta.
- En ese caso, ¿tendrías la bondad de desnudarse?

Hermes dijo a las diosas que lo hicieran y él se volvió cortésmente. 

Afrodita no tardó en estar lista, pero Atenea insistió en que debía quitarse su famoso ceñidor mágico, que le daba una ventaja injusta, pues hacía que todos se enamoraran de quien lo llevaba.

- Está bien - dijo Afrodita con rencor -, lo haré con la condición de que tú te quites tu yelmo; estás horrible sin él.
- Ahora, si no os importa, os juzgaré una por una - anunció Paris . para evitar discusiones que me distraigan. ¡Ven, divina Hera! ¿Tendrán las otras dos diosas la bondad de dejarnos durante un rato?
- Examíname concienzudamente - dijo Hera mientras se daba vuelta lentamente y exhibía su magnífica figura -, y recuerda que si me declaras la más bella te haré señor de toda Asia y el hombre más rico del mundo.
- Yo no me dejo sobornar, señora. Muy bien, gracias. Ya he visto todo lo que necesitaba ver. ¡Ahora ven, divina Atenea!
- ¡Aquí estoy! - dijo Atenea, avanzando con decisión -. Escucha, Paris: si tienes el sentido común suficiente para concederme el premio, haré que salgas victorioso en todas tus batallas, y que seas el hombre más bello y sabio del mundo.
- Soy un humilde pastor, no un soldado - replicó Paris -. Puedes ver con tus propios ojos que la paz reina en toda Lidia y Frigia y que nadie discute la soberanía del rey Príamo. Pero prometo considerar imparcialmente tu aspiración a la manzana. Ahora puedes volver a ponerte tus ropas y tu yelmo. ¿Estás lista, Afrodita?

Afrodita se acercó a él despacio y Paris se ruborizó porque se puso tan cerca que casi se tocaban.

- Examíname atentamente, por favor, sin pasar nada por alto... Por cierto, en cuanto te vi me dije: "A fe mía, éste es el joven más hermoso de Frigia.  ¿Por qué pierde el tiempo en este desierto cuidando un ganado estúpido?". Bien, ¿por qué lo haces, Paris? ¿Por qué no vas a una ciudad y llevas una vida civilizada? ¿Qué puedes perder casándote con alguien como Helena de Esparta, que es tan bella como yo y no menos apasionada? Estoy convencida de que, cuando os hayáis conocido, ella abandonará su hogar, su familia y todo para ser tu amante. Seguramente habrás oído hablar de Helena, ¿no?
- Nunca hasta ahora, señora. Te quedaré muy agradecido si me la describes.
- Helena tiene una tez bella y delicada, pues nació del huevo de un cisne. Puedes asegurar que su padre es Zeus, le gustan la caza y la lucha y provocó una guerra cuando todavía era niña. Y al llegar a la mayoría de edad todos los príncipes de Grecia fueron sus pretendientes. Ahora está casada con Menelao, hermano del rey supremo Agamenón, pero eso no es un inconveniente, pues puedes conseguirla si quieres.
- ¿Cómo es eso posible si está ya casada?
- ¡Caramba, qué inocente eres! ¿Nunca has oído que es mi deber divino arreglar esa clase de asuntos? te sugiero que recorras Grecia con mi hijo Eros como guía. Cuando lleguéis a Esparta, él y yo procuraremos que Helena se enamore locamente de ti.
- ¿Juras que lo harás? - preguntó Paris excitado.

Afrodita juró solemnemente y Paris, sin pensarlo dos veces, le concedió la manzana de oro.

Pero con esta sentencia incurrió en el odio encubierto de Hera y Atenea, quienes se alejaron tomadas del brazo a preparar la destrucción de Troya mientras Afrodita, sonriendo pícaramente, se quedó pensando cómo podría cumplir su promesa. (...)
 

El maravilloso mago de Oz - Cap XXII, XXIII y XXIV (FINAL) - Lyman Frank Baum

Viene de "El maravilloso mago de Oz - Cap XX y XXI - Lyman Frank Baum"



Capítulo XXII

El país de los Quadlings


Los cuatro viajeros pasaron sin inconvenientes por el bosque, y al salir de sus umbrías profundidades vieron ante ellos una empinada colina salpicada desde arriba hasta abajo por grandes rocas.

-Será una subida difícil -comentó el Espantapájaros-, pero tendremos que hacerlo.
Así diciendo, encabezó la marcha seguido por los otros, y habían llegado casi a la primera roca cuando oyeron una voz áspera que gritaba:

-¡Atrás!
-¿Quién eres? -preguntó el Espantapájaros.

Asomó entonces una cabeza por sobre la roca y la misma voz replicó:

-Esta colina nos pertenece y no permitimos pasar a nadie. 
-Pero es que debemos pasar -objetó el Espantapájaros-. Vamos al país de los Quadlings.
-¡No pasarán! -declaró la voz, y desde detrás de la roca salió ala vista el hombre más extraño que jamás hubieran visto los viajeros.

Era bajo y robusto, y poseía una enorme cabeza algo chata y sostenida por un grueso cuello lleno de arrugas. Mas no tenía brazos, y al ver esto, el Espantapájaros no temió que un ser tan indefenso pudiera impedirles ascender por la colina. Por eso dijo: 

-Lamento no hacer lo que deseas, pero, te guste o no, tendremos que pasar por tu colina.

Y se adelantó con gran decisión.
Tan rápida como el rayo, la cabeza del otro partió hacia adelante y su cuello se estiró hasta que su coronilla, que era chata, golpeó el pecho del Espantapájaros y lo arrojó dando tumbos cuesta abajo. 


Casi con la misma rapidez volvió la cabeza al cuerpo, y el hombre rió con aspereza al tiempo que decía: 

-¡No les será tan fácil como piensan!

Un coro de ruidosas risas partió de las otras rocas y Dorothy vio entonces a centenares de los Cabezas de Martillo que se hallaban diseminados por la cuesta. El León se puso furioso al oír la risa con que festejaban la caída del Espantapájaros y, lanzando un rugido atronador, echó a correr cuesta arriba. De nuevo salió una cabeza a gran velocidad y el enorme León cayó rodando por la colina como si le hubiera golpeado una bala de cañón. Dorothy corrió para ayudar al Espantapájaros a levantarse, y el León fue hacia ella, sintiéndose dolido y molesto, al tiempo que decía:

-Es inútil combatir con gente que dispara la cabeza como si fuera una bala. Nadie podría enfrentarlos.
-¿Qué hacemos entonces? -preguntó ella.
-Llama a los Monos Alados -sugirió el Leñador-. Todavía puedes darles una orden más.
-Muy bien -repuso ella y, poniéndose el Gorro de Oro, pronunció las palabras mágicas.

Los Monos fueron tan puntuales como siempre, y en pocos momentos estuvo toda la banda frente a ella.

-¿Qué nos ordenas? -preguntó el Rey, haciendo una reverencia.
-Llévanos por sobre esta colina hasta el país de los Quadlings -pidió la niña.
-Así se hará -repuso el Rey.  

Acto seguido, los Monos Alados se apoderaron de los cuatro viajeros y de Toto y se alejaron volando con ellos. Cuando pasaron por sobre la colina, los Cabezas de Martillo aullaron de furia y lanzaron sus cabezas hacia lo alto, mas no pudieron alcanzar a los simios voladores, quienes se llevaron a Dorothy y sus amigos al otro lado de la montaña y los bajaron en el hermoso país de los Quadlings. 


-Esta es la última vez que nos llamas -dijo el jefe a Dorothy-. Así que adiós y buena suerte.
-Adiós y muchísimas gracias -respondió la niña, y los Monos levantaron vuelo y se perdieron de vista en un abrir y cerrar de ojos. 

El país de los Quadlings parecía muy próspero. Abundaban los cereales en sus campos, los caminos estaban bien pavimentados y por doquier veíanse murmurantes arroyos de agua clara cruzados por puentes muy bien construidos. Las cercas, casas y puentes estaban pintados de rojo vivo, tal como eran amarillos en el país de los Winkies y azules en el de los Munchkins. Los mismos Quadlings, que eran bajos, regordetes y bienhumorados, vestían todos de rojo, destacándose así contra el fondo verde del césped y el amarillo oro de los granos maduros.

Los Monos habían dejado a los viajeros cerca de una granja y los cuatro amigos marcharon ahora hacia la casa y llamaron a la puerta, la que abrió la esposa del granjero. Cuando Dorothy le pidió algo de comer, la mujer les brindó a todos una buena comida, con tres clases de pastel y cuatro clases de bizcochos, así como un tazón de leche para Toto.

-¿Queda lejos el castillo de Glinda? -preguntó la niña.
-No mucho -fue la respuesta-. Tomen el camino del Sur y pronto llegarán a él.
Luego de dar gracias a la buena mujer, partieron de nuevo y marcharon por entre los campos sembrados y los bonitos puentes hasta que vieron ante ellos un castillo muy hermoso. Ante las puertas se hallaban tres mujeres jóvenes que vestían vistosos uniformes rojos con adornos dorados. 


Al acercarse Dorothy, una de ellas le preguntó: 

-¿Por qué vienen al País del Sur?
-Queremos ver a la Bruja Buena que gobierna aquí-contestó la niña-. ¿Nos llevarán ante ella?
-Denme sus nombres y preguntaré a Glinda si quiere recibirlos.

Le dijeron quiénes eran y la joven soldado entró en el castillo para regresar poco después y anunciarles que podían pasar.

Capítulo XXIII

Glinda otorga a Dorothy su deseo


Empero, antes de que pudieran ver a Glinda, los condujeron a una estancia del castillo donde Dorothy se lavó la cara y peinó, el León se sacudió el polvo de la melena, el Espantapájaros mejoró su forma y el Leñador lustró su cuerpo y aceitó sus coyunturas.

Cuando estuvieron presentables, marcharon con la joven soldado a una amplia sala donde la Bruja Glinda se hallaba sentada en un trono de rubíes. Era joven y hermosa, de abundantes cabellos rojos que caían en ondas sobre sus hombros, y estaba ataviada con un vestido de un blanco inmaculado. Sus ojos azules miraron bondadosos a la niñita.

-¿Qué puedo hacer por ti, pequeña? -preguntó.
Dorothy le relató su historia, explicándole cómo el ciclón habíala llevado al País de Oz, cómo había hallado a sus compañeros y de qué modo hicieron frente a los peligros que les salieron al paso.

-Lo que más deseo ahora es regresar a Kansas -finalizó-, pues mi tía Em debe temer que me ha sucedido algo terrible, lo cual la hará ponerse luto y, a menos que las cosechas hayan sido mejores que el año pasado, estoy segura de que tío Henry no podrá hacer ese gasto. 


Glinda inclinóse hacia adelante para besar el dulce rostro de la niñita.
-¡Bendita seas! -dijo-. Claro que puedo indicarte el modo de regresar a Kansas... Pero si lo hago tendrás que darme el Gorro de Oro.
-¡Con gusto! -exclamó Dorothy-. La verdad es que ya no me sirve, y cuando lo tengas tú, sólo podrás dar tres órdenes a los Monos Alados.
-Y creo que necesitaré sus servicios sólo esas tres veces -respondió Glinda con una sonrisa.

La niña le entregó entonces el Gorro de Oro y la Bruja preguntó al Espantapájaros:
-¿Qué harás cuando Dorothy se haya ido?
-Volveré a la Ciudad Esmeralda, pues Oz me nombró su gobernante y la gente me quiere -fue la respuesta-. Lo único que me preocupa es la manera de cruzar por la colina de los Cabezas de Martillo.
-Por medio del Gorro de Oro ordenaré a los Monos Alados que te lleven a las puertas de la Ciudad Esmeralda -declaró Glinda-, pues sería una lástima de privar a sus ciudadanos de un gobernante tan maravilloso.
-¿Lo soy de veras? -preguntó el hombre de paja.
-Eres poco común -repuso ella.

Volviéndose hacia el Leñador, le preguntó:

-¿Qué será de ti cuando Dorothy se vaya de este país?

El se apoyó en su hacha mientras meditaba un momento. Al fin dijo:

-Los Winkies fueron muy bondadosos conmigo y, cuando murió la Bruja Maligna me pidieron que fuera su gobernante. Si pudiera regresar a la región de Occidente, nada me gustaría más que regir sus destinos.
-Mi segunda orden para los Monos Alados será que te lleven a la tierra de los Winkies -prometió Glinda-. Tu cerebro quizá no sea tan grande como aparenta el del Espantapájaros, pero en realidad eres más brillante que él... cuando estás bien pulido... y estoy segura de que sabrás gobernar a los Winkies con sabiduría y bondad. 

Entonces se volvió la Bruja hacia el enorme y peludo León, y le preguntó:

-¿Qué será de ti cuando Dorothy haya regresado a su hogar?
-Al otro lado de la colina de los Cabezas de Martillo se extiende una selva muy grande y añosa -respondió el felino-, y todos los animales que viven en ella me han nombrado su Rey. Si pudiera regresar allá, viviría feliz el resto de mis días.
-Mi tercera orden para los Monos Alados será que te lleven a la selva -manifestó Glinda-. Luego, cuando haya agotado el poder del Gorro de Oro, lo devolveré al Rey de los Monos a fin de que él y sus súbditos queden libres para siempre. 

El Espantapájaros, el Leñador y el León agradecieron a la Bruja Buena toda su bondad. Luego exclamó Dorothy: 

-¡Por cierto eres tan buena como hermosa! Pero todavía no me has dicho cómo puedo regresar a Kansas. 
-Tus zapatos de plata te llevarán por sobre el desierto -contestó Glinda-. De haber conocido su poder, podrías haber regresado a casa de tu tía Em el mismo día que llegaste a este país.
-¡Pero entonces no habría obtenido yo mi maravilloso cerebro! -exclamó el Espantapájaros-. Me habría pasado toda la vida en el maizal.
-Y yo no tendría mi bondadoso corazón -intervino el Leñador-. Todo oxidado, habría permanecido en el bosque hasta el fin de los siglos.
-Y yo sería por siempre un cobarde -declaró el León-, y ninguna bestia de la selva podría decir nada bueno de mí.
-Todo eso es verdad, y me alegro de haber sido útil a estos buenos amigos -manifestó Dorothy-. Pero ahora, todos ellos tienen lo que más anhelaban, y, además, cada uno posee un reino para gobernar. Por eso creo que me gustaría regresar ya a Kansas.
-Los zapatos de plata tienen un poder maravilloso -le explicó la Bruja Buena-, y una de sus cualidades más curiosas es que pueden llevarte a cualquier parte del mundo con sólo tres pasos, y cada paso se da en un abrir y cerrar de ojos. Todo lo que tienes que hacer es unir los tacones tres veces seguidas y ordenar a los zapatos que te lleven donde desees ir.
-Si es así -dijo la niña con gran alegría-, les pediré que me llevan de regreso a Kansas inmediatamente.
Echó los brazos al cuello del León y lo besó al tiempo que le palmeaba la cabeza con gran cariño. Después besó al Leñador, el que lloraba de manera muy peligrosa para sus conyunturas. Al Espantapájaros lo abrazó con fuerza en lugar de besar su cara pintada, y descubrió que ella también lloraba al despedirse así de sus queridos camaradas. 


Glinda la Bondadosa descendió de su trono de rubíes para dar a la niña el beso de despedida, y Dorothy le agradeció por los beneficios que había concedido a ella y a sus amigos. Después tomó a Toto en sus brazos y, habiendo dicho adiós una vez más, unió los talones tres veces seguidas.

-¡Llévenme de regreso a casa de tía Em!
Al instante se encontró girando en el aire, tan velozmente que no pudo ver nada ni sentir otra cosa que el viento que silbaba en sus oídos. Los zapatos de plata dieron tres pasos y se detuvieron luego con tal brusquedad que la niña rodó varias veces sobre la hierba antes de descubrir dónde estaba.

Luego, al fin, se sentó para mirar a su alrededor.
-"¡Dios bendito!" -exclamó.
Pues se encontraba sentada en medio de la extensa llanura de Kansas, y frente a ella veíase la nueva casa que el tío Henry había construido después que el ciclón se llevó la otra vivienda. El mismo Henry se hallaba ordeñando las vacas en el corral, y Toto habíase alejado de Dorothy y corría hacia el granero ladrando a más y mejor. 

Al ponerse de pie, la niña descubrió que sólo calzaba medias, pues los zapatos de plata se le habían caído durante el vuelo y estaban perdidos para siempre en el desierto.

 Capítulo XIV

De nuevo en casa


La tía Em acababa de salir de la casa para regar los repollos cuando levantó la vista y vio a Dorothy que corría hacia ella. 

-¡Querida mía! -exclamó, tomándola en sus brazos y cubriéndola de besos-. ¿De dónde vienes?
-Del País de Oz- contestó Dorothy con gravedad-. Y aquí está Toto también... Y, ¡oh, tía Em, cuánto me alegro de estar de nuevo en casa!

FIN

sábado, 27 de octubre de 2012

El maravilloso mago de Oz - Cap XX y XXI - Lyman Frank Baum

Viene de "El maravilloso mago de Oz - Cap XVII, XVIII y XIX - Lyman Frank Baum"







Capítulo XX

El delicado país de porcelana


Mientras el Leñador hacía la escalera con troncos delgados que halló en el bosque, Dorothy acostóse a dormir, pues la larga caminata habíala fatigado. El León también se echó a descansar y Toto se acurrucó a su lado. 

El Espantapájaros se quedó mirando al Leñador mientras éste trabajaba.

-No se me ocurre por qué razón está aquí este muro ni de qué está hecho -le dijo.
-No canses tu cerebro ni pienses en el muro -repuso el Leñador-. Cuando lo hayamos salvado, ya sabremos lo que hay detrás de él.

Al cabo de un tiempo estuvo lista la escalera, que parecía un tanto rústica, aunque el Leñador afirmó que era fuerte y serviría para lo que la necesitaban. El Espantapájaros despertó a los durmientes y les dijo que ya tenían los medios para subir a lo alto del muro. El mismo subió primero, pero lo hizo con tanta torpeza que Dorothy tuvo que seguirlo de cerca a fin de evitar que se cayera. Cuando su cabeza sobrepasó la parte superior de la pared, el hombre de paja exclamó:

-¡Cielos!
Siguió subiendo y se sentó en lo alto del muro, mientras que Dorothy ascendía tras él y exclamaba también: 

-¡Cielos!

Después subió Toto y en seguida empezó a ladrar, pero Dorothy le hizo callar al instante. Después subió el León y el último fue el Leñador, y ambos exclamaron "¡Cielos!", como los otros, no bien hubieron mirado por encima del muro. Cuando se hallaban todos sentados en lo alto, formando una hilera, miraron hacia abajo y vieron un espectáculo sumamente extraño.

Ante ellos se extendía una región cuyo suelo era tan suave, reluciente y blanco como la superficie de un gran plato. Diseminadas por los alrededores había numerosas casas de porcelana pintadas de los colores más vivos que pueda uno imaginar. Las viviendas eran pequeñas, y el techo de la más alta difícilmente podría llegar a la cintura de Dorothy. 

Veíanse también bonitos graneros rodeados por cercas de porcelana, y abundaban las vacas, ovejas, caballos, cerdos y gallinas, todos del mismo material. Pero lo más extraño de todo eran las personas que vivían en aquella región de maravillas. Había jovencitas que cuidaban las vacas y otras encargadas de las ovejas, todas ataviadas con vestidos de brillantes colores salpicados de lunares dorados, y princesas de vistosos ropajes de plata, oro y púrpura, y pastores con calzones hasta las rodillas, pintados de rosa, amarillo y azul, y príncipes tocados de coronas enjoyadas y luciendo capas de armiño y jubones de satén, y cómicos payasos de raras vestimentas, mejillas pintadas y extraños gorros cónicos. Pero lo más extraño era que toda aquella gente estaba hecha de porcelana, y el más alto de ellos apenas si alcanzaba a la altura de la rodilla de Dorothy. 


Al principio ninguno prestó atención a los viajeros, salvo un diminuto perro de porcelana púrpura que se acercó al muro y les ladró con voz apenas audible, luego de lo cual se alejó corriendo.

-¿Cómo bajamos? -preguntó Dorothy.
La escala era tan pesada que no pudieron levantarla, de modo que el Espantapájaros se dejó caer a tierra y los otros saltaron sobre él a fin de que el duro suelo no les dañara los pies. Cuando estuvieron todos abajo, levantaron al Espantapájaros, que estaba completamente aplastado, y le dieron forma de nuevo. 

-Tenemos que cruzar este lugar tan extraño si queremos llegar al otro lado -dijo Dorothy-. No sería prudente tomar otro rumbo que no sea el más directo hacia el sur. 

Empezaron a marchar por el país de porcelana y lo primero con que se encontraron fue una delicada jovencita de porcelana que estaba ordeñando una vaca. Cuando se acercaron, la vaca coceó de pronto y derribó el banquillo, el balde y aun a la joven, y todo ello cayó al piso de porcelana con gran estrépito. 

A Dorothy le dolió mucho ver que la vaca habíase roto una pata, y que el balde estaba hecho añicos, mientras que la pobre doncella tenía roto el codo izquierdo. 

-¡Ea! -exclamó la joven en tono indignado-. ¡Mira lo que has hecho! A mi vaca se le ha roto una pata y tendré que llevarla al remendón para que se la pegue. ¿Cómo te atreves a venir aquí y asustar así a mi animal?
-Lo siento muchísimo -contestó Dorothy-. Te ruego que nos perdones.

Pero la bonita doncella estaba demasiado enfadada para responder. Levantó la pata rota y, sin decir palabra, se llevó a su vaca que cojeaba sobre sus tres patas restantes. Al alejarse lanzó varias miradas de reproche por sobre el hombro a los torpes forasteros. 

Dorothy sintióse bastante apenada por el accidente.

-Tendremos que ser muy cuidadosos en este país -dijo el bondadoso Leñador-. De otro modo podríamos lastimar sin remedio a sus bonitos habitantes.

Un poco más adelante Dorothy se encontró con una princesa maravillosamente vestida, la que se detuvo de pronto al ver a los intrusos y luego empezó a alejarse aprisa. Como quería verla un poco mejor, Dorothy echó a correr tras ella. Pero la jovencita de porcelana se puso a gritar:

-¡No me persigas! ¡No me persigas!
Su vocecilla denotaba tanto temor que Dorothy se detuvo y le preguntó:
-¿Por qué no?
-Porque si corro podría caerme y hacerme pedazos -respondió la princesa, deteniéndose también, aunque a cierta distancia.
-¿Pero no podrían remendarte?
-Sí, pero una nunca queda tan bonita como es después que a componen.
-Supongo que no -admitió Dorothy.
-Ahí tienes al señor Bromista, uno de nuestros payasos -continuó la princesa de porcelana-. Siempre trata de pararse sobre su cabeza y se ha roto el cuerpo tantas voces que está remendado en cien lugares diferentes, y ahora ya no es nada bonito. Allí lo tienes, puedes verlo con tus propios ojos.

En efecto, acercábase a ellos un gracioso payaso en miniatura, y al observarlo bien, Dorothy notó que, a pesar de sus bonitas ropas de vistosos colores, estaba cubierto de rajaduras que corrían en todos sentidos e indicaban que había sido remendado muchísimas veces.

El payaso se puso las manos en los bolsillos y, luego de inflar las mejillas y saludarles con varias inclinaciones de cabeza, declamó: 

-Hermosa damita, ¿por qué miras así al pobre señor Bromista? ¿Acaso tragaste una vara que estás tan dura y erguida?
-¡Calle usted, señor! -ordenó la princesa-. ¿No ve que son forasteros y merecen ser tratados con respeto?
-Bueno, yo respeto, yo respeto -repuso el Payaso, y en seguida se paró sobre su cabeza.
-No le hagas caso -pidió la princesa a Dorothy-. Se ha golpeado mucho la cabeza y eso lo tiene atontado.
-No le haré caso -dijo Dorothy-. Pero tú eres tan hermosa que creo que podría llegar a quererte muchísimo. ¿Me permitirías llevarte a Kansas y ponerte sobre la repisa de la chimenea de mi tía Em? Podría llevarte en mi cesta.
-Lo cual me haría muy desdichada -respondió la princesa-. Te diré, aquí en nuestro país vivimos bien y podemos hablar y movemos a voluntad. Pero cuando nos sacan de esta región se nos endurecen las coyunturas y lo único que podemos hacer es permanecer rígidos y mostramos bonitos. Claro que es lo único que se espera de nosotros cuando estamos sobre repisas, mesas y en vitrinas, pero en nuestro propio país vivimos mucho mejor.
-¡Por nada del mundo querría hacerte desdichada! -exclamó Dorothy-. Así que me limitaré a decirte adiós. 
-Adiós -contestó la princesa. 

Los cuatro amigos marcharon con gran cuidado por el país de porcelana. Los  diminutos animales y todos los pobladores se apartaron a toda prisa de su camino, temerosos de que aquellos forasteros los rompieran, y al cabo de una hora o más, los viajeros llegaron al límite de la región y se encontraron con otro muro de porcelana. 

Empero, éste no era tan elevado como el primero y, parándose sobre el lomo del León, todos pudieron llegar a lo alto de la pared. Después el felino encogió sus patas y dio un tremendo salto para salvar el obstáculo. Al hacerlo, derribó con la cola una hermosa iglesia de porcelana y la hizo pedazos. 


-Es una lástima -dijo Dorothy-, pero en realidad creo que tuvimos suerte en no haber causado otros males que la pata rota de una vaca y una iglesia hecha añicos. ¡Esta gente es tan frágil!
-Así es, en efecto -concordó el Espantapájaros- y yo me alegro de estar hecho de paja y a prueba de golpes. En el mundo hay destinos peores que el ser un Espantapájaros.

Capítulo XXI

El león llega a ser el rey de las bestias


Luego de bajar del muro de porcelana, los viajeros se hallaron en una región desagradable, llena de pantanos y cubierta de altas hierbas malolientes. Resultaba difícil caminar sin caer en hoyos llenos de barro, pues las malezas eran tan tupidas que ocultaban el suelo. Sin embargo, como observaron las mayores precauciones, pudieron pasar sin accidentes hasta llegar a terreno sólido. Allí parecía la región más silvestre que nunca, y al cabo de una larga y cansadora caminata por entre las malezas, entraron en una selva donde los árboles eran mucho más grandes y añosos que los que habían visto hasta entonces.

-Esta selva es encantadora -declaró el León, mirando en torno suyo con gran placer-. Jamás he visto un lugar más atractivo.
-Parece un poco tétrico -observó el Espantapájaros.
-Nada de eso -repuso el León-. Me gustaría pasar aquí el resto de mi vida. Fíjate en lo mullidas que son las hojas secas y en lo verde que es el musgo que se adhiere a esos viejos árboles. Ninguna bestia
salvaje podría desear un hogar mejor que éste.
-Quizás haya animales salvajes -comentó Dorothy. -Supongo que los hay -contestó el León-, pero no veo a ninguno.

Marcharon por el bosque hasta que la oscuridad les impidió continuar andando. Dorothy, Toto y el León se tendieron a dormir, mientras que el Leñador y el Espantapájaros montaron guardia como de costumbre. 

Al llegar la mañana, partieron de nuevo, y antes de haber avanzado mucho empezaron a oír un sonido sordo como el gruñir de muchos animales salvajes. Toto lanzó un gemido bajo, pero los otros no se atemorizaron, y siguieron por una senda bien marcada hasta llegar a un claro en el que se hallaban reunidos centenares de animales salvajes de todas las especies imaginables. Había tigres y elefantes, osos y lobos y zorros, así como todos los otros ejemplares que solemos ver en la Historia Natural, y por un momento sintió Dorothy que la dominaba el temor. Pero el León explicó que las bestias estaban en reunión, agregando que, a juzgar por sus gruñidos, parecían verse en grandes dificultades.

Mientras así hablaba el felino, varios de los animales se fijaron en él y en seguida se hizo el silencio entre los presentes. El más grande de los tigres adelantase hacia el León, le hizo una reverencia y le dijo:

-¡Bienvenido, Rey de las Bestias! Llegas a tiempo para luchar contra nuestro enemigo y brindar tranquilidad a todos los animales de la selva.
-¿Qué les pasa? -preguntó el León con voz tranquila.
-Nos amenaza un feroz enemigo que hace poco ha llegado a esta selva -replicó el tigre-. Es un monstruo tremendo, semejante a una gran araña, con el cuerpo tan grande como el de un elefante y patas tan largas como el tronco de un árbol. Tiene ocho patas, y al arrastrarse por la selva apresa animales y se los lleva a la boca, comiéndoselos como se come la araña a las moscas. Corremos gran peligro mientras esa bestia feroz siga con vida, y nos hemos reunido aquí para idear la forma de salvarnos. 

El León meditó un momento.

-¿Hay otros leones en la selva? -preguntó.
-No; había algunos, pero el monstruo se los comió. Además, ninguno de ellos era tan grande y valeroso como tú.
-Si termino con vuestro enemigo, ¿me reconocerán y obedecerán como al Rey de la Selva? -preguntó el León.
-Lo haremos con mucho gusto -contestó el tigre.
-¡Así lo haremos! -aullaron a coro todas las otras bestias.
-¿Dónde está ahora esa gran araña? -inquirió el León.
-Allá, entre aquellos robles -dijo el tigre, señalando con una de sus patas.
-Cuiden a estos amigos míos y yo iré ahora mismo a luchar contra el monstruo - manifestó el León.

Dicho esto, saludó a sus compañeros y se alejó orgullosamente a presentar batalla al enemigo. La gran araña estaba dormida cuando la halló el León, y era tan fea que el felino arrugó la nariz con profundo desagrado. Sus patas eran tan largas como había dicho el tigre, y su cuerpo estaba cubierto de un espeso vello áspero y negro. Poseía unas fauces tremendas, con una doble hilera de dientes agudísimos limos y extraordinariamente largos; pero su gran cabeza estaba unida al cuerpo por medio de un cuello tan delgado como la cintura de una avispa, lo cual dio al León una idea de cuál sería el mejor método de ataque. Como sabía que era más fácil atacar al monstruo mientras dormía, dio un gran brinco y cayó de lleno sobre el lomo del enemigo. De un solo zarpazo feroz, separó la cabeza del cuerpo y, saltando de nuevo a tierra, quedóse mirando mientras las largas patas se agitaron un poco hasta quedar inmóviles, lo cual le indicó que el monstruo había muerto.

Regresó entonces al claro donde lo esperaban las fieras y anunció con gran orgullo:
-Ya no tienen que temer más al enemigo.
Todas las bestias se inclinaron ante él, proclamándolo su Rey, y el León prometió regresar a gobernarlos una vez que Dorothy hubiera partido de regreso a Kansas.



miércoles, 24 de octubre de 2012

El maravilloso mago de Oz - Cap XVII, XVIII y XIX - Lyman Frank Baum

Viene de "El maravilloso mago de Oz - Cap XV y XVI - Lyman Frank Baum"

Capítulo XVII

La partida del globo

Pasaron tres días sin que Dorothy tuviera noticias de Oz, y fueron días muy tristes para la niñita aunque sus amigos se sentían felices y contentos. El Espantapájaros se afanaba de las ideas que bullían en su cabeza. Al andar de un lado a otro, el Leñador sentía el corazón que le golpeaba el pecho, y dijo a Dorothy que había descubierto que era un corazón más bondadoso y tierno que el que tenía cuando era de carne y hueso. El León afirmaba no tener miedo a nada en la tierra y estar dispuesto a enfrentarse a un ejército de hombres o a una docena de los feroces Kalidahs. De modo que todos estaban satisfechos, excepto Dorothy, quien anhelaba más que nunca regresar a Kansas. 


Para su gran júbilo, el cuarto día la mandó llamar Oz, y cuando entró en el Salón del Trono la saludó afablemente. 

-Siéntate, queridita. Creo que he hallado el modo de sacarte de este país.
-¿Y de regresar a Kansas? -inquirió ella ansiosamente.
-Bueno, no estoy seguro respecto de Kansas -fue la respuesta-, pues no tengo la menor idea del rumbo a tomar; pero lo principal es cruzar el desierto, y entonces ha de ser fácil hallar el camino de regreso al hogar.
-¿Cómo puedo cruzar el desierto?
-Te diré lo que pienso -expresó el hombrecillo-. Cuando vine a este país lo hice en un globo. Tú también viniste por el aire, ya que te trajo un ciclón. Por eso creo que la mejor manera de cruzar el desierto ha de ser por el aire. Ahora bien, para mí es imposible hacer un ciclón, pero ha estado pensando en el asunto y creo que puedo hacer un globo.
-¿Cómo?
-Los globos se hacen con seda a la que se recubre de goma para que no escape el gas. En el Palacio tengo seda de sobra, de modo que no será difícil fabricar un globo. Pero en todo este país no hay gas para llenar el globo a fin de que se eleve.
-Si no se eleva no nos servirá de nada -puntualizó Dorothy.
-Verdad -contestó Oz-. Pero hay otra manera de hacerlo volar, y es llenándolo de aire caliente. No es tan bueno como el gas, pues si el aire se enfriara el globo caería en el desierto y los dos estaríamos perdidos.
-¿Los dos? -exclamó la niña-. ¿Irás conmigo?
-Sí, claro. Estoy cansado de ser tan farsante. Si saliera del Palacio mis súbditos descubrirían muy pronto que no soy un Mago, y entonces se enfadarían conmigo por haberlos engañado. Por eso tengo que permanecer encerrado en estos salones todo el día, lo cual es cansador. Más me gustaría irme a Kansas contigo y volver a trabajar en el circo.
-Con gusto acepto tu compañía -dijo ella.
-Gracias. Ahora, si me ayudas a coser las piezas de seda, empezaremos a confeccionar el globo.

Dorothy tomó aguja e hilo y, tan pronto como Oz cortaba las piezas de seda de la forma adecuada, ella las iba uniendo. Primero colocó una tira de seda verde clara, luego una verde oscura y después otra verde esmeralda, pues Oz quería dar al globo diversos matices de su color preferido. Tardó tres días en unir las piezas, pero cuando hubo terminado tenían un gran globo de seda verde de más de seis metros de largo. 

Oz le pasó una mano de goma liquida por la parte interior a fin de hacerlo hermético, y luego anunció que el aeróstato estaba listo. 

-Pero necesitamos la canasta para ir nosotros -manifestó.

Dicho lo cual envió al soldado de la barba verde en busca de un gran canasto de ropa, el que aseguró con muchas cuerdas a la parte inferior del globo.

Cuando todo estuvo listo, Oz hizo anunciar a sus vasallos que iba a visitar a un gran Mago colega que vivía en las nubes. La noticia cundió rápidamente por la ciudad y todos salieron a ver el maravilloso espectáculo. 

Oz ordenó que llevaran el globo frente al Palacio y la gente lo miró con gran curiosidad. El Leñador había cortado un gran montón de leña que ahora encendió, y Oz mantuvo la boca inferior del globo sobre el fuego a fin de que el aire caliente que se elevaba del mismo fuera llenando la gran bolsa de seda. Poco a poco se fue hinchando el aeróstato y se elevó en el aire hasta que el canasto apenas si tocaba el suelo. Oz saltó entonces al interior del canasto y anunció en alta voz:

-Me voy a hacer una visita. Mientras falte yo, el Espantapájaros los gobernará, y les ordeno que lo obedezcan como me obedecerían a mí. 

Ya para entonces el globo tiraba con fuerza de la cuerda que lo retenía sujeto al suelo, pues el aire en su interior estaba muy caliente, lo cual lo hacía mucho más liviano que el aire exterior.

-¡Ven, Dorothy! -llamó el Mago- Apúrate, antes que se vuele el globo.
-No encuentro a Toto -respondió Dorothy, quien no quería dejar a su perrito.
Toto habíase alejado por entre las gente para ir a ladrarle a un gatito, y la niña lo halló al fin, lo tomó en sus brazos y corrió hacia el globo. Estaba a pocos pasos del mismo y Oz le tendió la mano para ayudarla a subir, cuando se cortaron las cuerdas y el aeróstato se elevo sin ella.

-¡Vuelve! -gritó-. ¡Yo también quiero ir!
-No puedo volver, queridita -respondió Oz desde lo alto-. ¡Adiós!
-¡Adiós! -gritaron los presentes, y todos los ojos se alzaron hacia el Mago que cada vez se alejaba más y más hacia el cielo.

Aquella fue la última vez que vieron a Oz, el Mago Maravilloso, aunque es posible que haya llegado a Omaha con toda felicidad y se encuentre allí ahora. Pero sus vasallos lo recordaron siempre con mucho cariño. 

-Oz fue siempre nuestro amigo -se decían uno a otro-. Cuando estuvo aquí construyó para nosotros esta maravillosa Ciudad Esmeralda, y ahora que se ha ido nos dejó al Sabio Espantapájaros para que nos gobierne. 

Así y todo, durante mucho tiempo lamentaron la pérdida del Gran Mago y nada podía consolarlos.

Capítulo XVIII

El viaje al sur

Dorothy lloró amargamente al desvanecerse sus esperanzas de regresar a su hogar, mas cuando pudo pensarlo con calma se alegró de no haberse ido en el globo, y ella, tanto como sus compañeros, lamentó perder a Oz.  

-En verdad sería un ingrato si no llorara al hombre que me dio este hermoso corazón que tengo -le dijo el Leñador-. Quisiera llorar un poco la pérdida de Oz, si es que me haces tú el favor de enjugarme las lágrimas para que no me oxide.
-Con gusto -respondió ella, y fue a buscar una toalla.

El Leñador lloró durante varios minutos mientras ella observaba sus lágrimas con gran atención y se las secaba. Cuando él hubo terminado, le dio las gracias y se aceitó minuciosamente con su enjoyada aceitera a fin de no correr riesgos. 


El Espantapájaros era ahora el gobernante de la Ciudad y aunque no era un Mago, la gente se mostraba orgullosa de él. 

-Porque no hay ninguna otra ciudad del mundo gobernada por un hombre relleno de paja -decían.

Y, que ellos supieran, estaban en lo cierto. 

Un día después que el globo se hubo llevado a Oz, los cuatro amigos se reunieron en el Salón del Trono para hablar de la situación. El Espantapájaros sentóse en el gran sillón y los otros, muy respetuosos, permanecieron de pie ante él.  

-No estamos tan mal -dijo el nuevo gobernante-, pues este Palacio y la Ciudad Esmeralda nos pertenecen y podemos hacer lo que nos plazca. Cuando recuerdo que no hace mucho estaba clavado en un poste en medio de un maizal y que ahora soy el gobernante de esta hermosa ciudad, me siento muy satisfecho con mi suerte. 
-Yo también estoy contento con tener un corazón -manifestó el Leñador-, y en realidad era lo único que ansiaba en el mundo.
-Por mi parte me alegra saber que soy tan valiente como cualquier otra fiera... si es que no lo soy más -dijo el León con gran modestia.
-Si Dorothy se contentara con vivir en la Ciudad Esmeralda, todos podríamos ser felices -agregó el Leñador.
-Pero es que no quiero vivir aquí -protestó la niña-. Quiero regresar a Kansas y vivir con mi tía Em y mi tío Henry.
-Bien, entonces, ¿qué se puede hacer? -preguntó el Leñador.

El Espantapájaros decidió meditar al respecto, y tanto pensó que los alfileres y agujas empezaron a sobresalirle por la coronilla. Al fin dijo:
 

-¿Por qué no llamas a los Monos Alados y les pides que te lleven por sobre el desierto?
-¡Jamás se me ocurrió! -exclamó Dorothy con gran alegría-. Es lo más indicado. Iré a buscar el Gorro de Oro.

Poco después regresó con el Gorro al Salón del Trono y dijo las palabras mágicas que en muy poco tiempo atrajeron a la banda de Monos Alados, los que entraron volando por la ventana abierta y se detuvieron frente a ella. 

-Es la segunda vez que nos llamas -dijo el Rey, inclinándose ante la niñita-. ¿Qué deseas de nosotros?
-Quiero que me lleven volando a Kansas -pidió Dorothy.

Pero el Mono Rey meneó la cabeza.

-Eso es imposible -contestó-. Sólo pertenecemos a este país y no podemos dejarlo. Aún no ha habido ningún Mono Alado en Kansas, y supongo que jamás lo habrá, pues no pertenecemos a ese lugar. Con mucho gusto te serviremos en lo que esté a nuestro alcance, pero no podemos cruzar el desierto. Adiós. 

Y, haciendo otra reverencia, el Mono Rey extendió sus alas y se fue por la ventana con sus súbditos a la zaga. 

Dorothy estuvo a punto de llorar a causa del desengaño sufrido.

-He malgastado el encanto del Gorro de Oro para nada, pues los Monos Alados no pueden ayudarme -dijo.
-Es doloroso de veras -murmuró el bondadoso Leñador.

El Espantapájaros estaba pensando de nuevo, y su cabeza se agrandaba tanto que Dorothy temió que estallara.

-Llamemos al soldado de la barba verde y pidámosle consejo -dijo al fin el hombre de paja.

Llamaron al soldado, quien entró en el Salón del Trono con gran timidez, pues mientras Oz estaba allí, jamás se le permitió que pasara de la puerta.

-Esta niñita desea cruzar el desierto -le dijo el Espantapájaros-. ¿Cómo puede hacerlo? 
-No sabría decirlo porque nadie ha cruzado el desierto, salvo el Gran Oz -contestó el soldado verde.
-¿No hay nadie que pueda ayudarme? -preguntó Dorothy en tono ansioso.
-Glinda podría ayudarte -sugirió el soldado.
-¿Quién es Glinda? -quiso saber el Espantapájaros.
-La Bruja del Sur. Es la más poderosa de todas y gobierna a los Quadlings. Además su castillo se halla al borde del desierto, de modo que tal vez ella sepa cómo cruzarlo.
-Glinda es una Bruja Buena, ¿verdad? -dijo la niña.
-Los Quadlings la quieren mucho, y ella es buena con todos -contestó el soldado-. Me han dicho que es una mujer hermosa que sabe mantenerse joven a pesar de los años que ha vivido.
-¿Cómo puedo llegar a su castillo?
-El camino va directo al sur, pero dicen que está lleno de peligros para los viajeros.

En el bosque hay bestias salvajes y una raza de hombres extraños a quienes no les gusta que los forasteros crucen sus tierras. Por esta razón nunca viene ninguno de los Quadlings a la Ciudad Esmeralda. 

El soldado se retiró entonces, y el Espantapájaros manifestó:

-A pesar de los peligros, parece que lo más conveniente es que Dorothy viaje a las tierras del Sur y pida a Glinda que la ayude, porque de otro modo jamás podrá volver a Kansas.
-Seguro que has estado pensando otra vez -comentó el Leñador.
-Así es -repuso el Espantapájaros.
-Yo iré con Dorothy -declaró el León-. Estoy cansado de la ciudad y extraño el bosque y los campos. Ya saben que soy una fiera salvaje. Además, Dorothy necesitará a alguien que la proteja.
-Eso es verdad -concordó el Leñador-. Mi hacha podría serle útil, de modo que iré con ella a la tierra del Sur.
-¿Cuándo partimos? -preguntó el Espantapájaros.
-¿Tú también vas? -preguntaron sorprendidos.
-Claro que sí. De no ser por Dorothy, no tendría cerebro. Ella me sacó del poste en el maizal y me trajo a la Ciudad Esmeralda, así que le debo mi buena suerte y jamás la dejaré hasta que haya partido hacia Kansas de una vez por todas.
-Gracias -agradeció Dorothy-. Son muy bondadosos conmigo, y me gustaría partir lo antes posible.
-Nos iremos mañana por la mañana -dijo el Espantapájaros-. Ahora vamos a prepararnos; el viaje será largo.

Capítulo XIX
El ataque de los árboles belicosos


La mañana siguiente Dorothy se despidió con un beso de la bonita doncella verde y después saludaron todos al soldado de la barba que los había acompañado hasta la puerta.

Cuando el guardián volvió a verlos, se extrañó mucho de que quisieran salir de la hermosa ciudad para correr nuevas aventuras; pero en seguida les quitó los anteojos, que volvió a guardaren la caja verde, y les deseó muy buena suerte. 

-Ahora eres nuestro gobernante -dijo al Espantapájaros-. Así que debes volver lo antes posible.
-Lo haré si puedo -fue la respuesta-. Pero primero debo ayudar a Dorothy a regresar a su hogar.

Al despedirse del bondadoso guardián, la niña le dijo:
-Me han tratado muy bien en tu bonita ciudad, y todos han sido muy buenos conmigo. No sé cómo agradecerles.
-No lo intentes siquiera, querida -repuso él-. Nos gustaría conservarte con nosotros, pero, ya que deseas regresar a Kansas, espero que encuentres el camino.

Abrió entonces la puerta exterior y los amigos salieron por ella para emprender su viaje.

El sol brillaba con todo su esplendor cuando nuestros amigos se volvieron hacia el Sur; estaban todos muy animados y reían y charlaban alegremente. A Dorothy la alentaba de nuevo la esperanza de regresar al hogar, y el Espantapájaros y el Leñador se alegraban de poder serle útiles. En cuanto al León, aspiró el aire libre con deleite y agitó la cola fuertemente, lleno de alegría al hallarse de nuevo en campo abierto. Toto, por su parte, corría alrededor de todos ellos y se alejaba a veces persiguiendo mariposas, sin dejar de ladrar en ningún momento.

-La vida de la ciudad no me sienta -comentó el León mientras iban marchando a paso vivo-. He perdido kilos mientras estuve allá, y ahora estoy ansioso por demostrar a las otras fieras lo valiente que soy. 

Se volvieron entonces para lanzar una última mirada a la Ciudad Esmeralda, y todo lo que pudieron ver fue el perfil de las torres y campanarios detrás de los muros verdes y, muy por encima de todo, la cúpula enorme del Palacio de Oz. 

-La verdad es que Oz no era malo como mago -dijo el Leñador al sentir que el corazón le golpeteaba dentro del pecho.
-Supo darme un cerebro, y muy bueno por cierto -manifestó el Espantapájaros.
-Si él hubiera tomado la misma dosis de valor que me dio a mí -terció el León-, habría sido un hombre muy valiente.

Dorothy no dijo nada. Oz no había cumplido la promesa que le hiciera, aunque hizo todo lo posible, de modo que lo perdonaba. Como él mismo decía, era un buen hombre, aunque de mago no tuviera nada. 

El primer día de viaje los llevó a través de los verdes campos salpicados de flores que se extendían alrededor de la Ciudad Esmeralda. Aquella noche durmieron sobre la hierba, sin otra manta que las estrellas que brillaban en el cielo; sin embargo, descansaron muy bien.

En la mañana continuaron andando hasta llegar a un espeso bosque al que parecía imposible rodear, pues se extendía a izquierda y derecha tan lejos como alcanzaba la vista. Además, no se atrevían a desviarse de la ruta directa por temor de extraviarse. De modo que empezaron a buscar un punto por el cual fuera fácil entrar en el bosque. 

El Espantapájaros, que iba a la cabeza del grupo, descubrió al fin un corpulento árbol dotado de ramas tan extendidas hacia los costados que por debajo podrían pasar todos ellos. Al observar el espacio libre, encaminóse hacia el árbol, mas cuando llegaba debajo de las primeras ramas, éstas se inclinaron y se enroscaron en su cuerpo, levantándolo acto seguido para arrojarlo con fuerza hacia donde se hallaban sus compañeros de viaje. Aunque esto no le hizo daño, no dejó de sorprenderlo, y el pobre hombre de paja parecía un tanto atontado cuando Dorothy lo ayudó a levantarse. 

-Allí hay otro espacio entre los árboles -anunció el León.
-Déjenme probar a mi primero -pidió el Espantapájaros - pues no me hace daño que me arrojen a tierra.

Así hablando, encaminóse hacia el otro árbol, pero las ramas lo apresaron inmediatamente y volvieron a arrojarlo al suelo

-Es muy extraño -dijo Dorothy-. ¿Qué podemos hacer?
-Parece que los árboles han decidido luchar contra nosotros para impedir nuestro viaje -comentó el León.
- Creo que ahora voy a probar yo -dijo el Leñador.
Se echó el hacha al hombro y fue hacia el primero de los árboles que tan mal había tratado al Espantapájaros. Cuando una gruesa rama descendió para apoderarse de él, el hombre de hojalata le asestó un tajo tan feroz que la cortó en dos. En seguida empezó el árbol a sacudir todas sus otras ramas como si estuviera muy dolorido, y el Leñador pudo pasar por debajo sin ninguna dificultad.

-¡Vamos! -les gritó a los otros-. ¡Aprisa!
Todos se adelantaron a la carrera y pasaron debajo del árbol sin sufrir el menor daño, salvo Toto, al que apresó una rama pequeña que lo sacudió hasta hacerlo aullar, pero el Leñador la cortó sin demora, liberando así al perrito. 

Los otros árboles del bosque no hicieron nada para impedir su paso, razón por la cual los viajeros comprendieron que sólo la primera hilera podía doblar sus ramas hacia abajo, y probablemente eran los guardianes del bosque, dotados de aquel maravilloso poder a fin de mantener alejados a los intrusos. 

Los cuatro amigos marcharon tranquilamente por entre los árboles hasta llegar al otro lado del bosque, y allí, para su gran sorpresa, se hallaron frente a un alto muro que parecía de porcelana blanca. Era tan pulido como la superficie de un plato y se elevaba muy por encima de las cabezas de todos ellos. 

-¿Qué hacemos ahora? -preguntó Dorothy.
-Fabricaré una escalera -manifestó el Leñador-, pues no cabe duda que debemos pasar por sobre ese muro.
 Continúa leyendo esta historia en "El maravilloso mago de Oz - Cap XX y XXI - Lyman Frank Baum"

martes, 23 de octubre de 2012

El maravilloso mago de Oz - Cap XV y XVI - Lyman Frank Baum

Viene de "El maravilloso mago de Oz - Cap XIII y XIV - Lyman Frank Baum"


Capítulo XV

La identidad de Oz, El Terrible


Los cuatro viajeros avanzaron hacia la puerta de la Ciudad Esmeralda e hicieron sonar la campanilla. Luego de un momento les abrió el mismo guardián de la vez anterior. 

-¡Cómo! -exclamó sorprendido-. ¿Están de regreso?
-¿Acaso no nos ves? -preguntó el Espantapájaros.
-Pero es que creí que habían ido a visitar a la Maligna Bruja de Occidente.
-Y la visitamos -afirmó el Espantapájaros.
-¿Y ella les dejó libres de nuevo? -se maravilló el guardián.
-No pudo evitarlo, pues se derritió -explicó el hombre de paja.
-¿Se derritió? ¡Vaya, qué buena noticia! ¿Y quién consiguió hacer tal cosa?
-Fue Dorothy -dijo el León en tono grave.
-¡Dios mío! -exclamó el guardián, haciendo una profunda reverencia a la niña.

Después los condujo a su sala de recepción, les puso los anteojos verdes, tal como lo había hecho la vez anterior, y luego los hizo pasar a la Ciudad Esmeralda. Cuando la gente se enteró por él de que Dorothy había derretido a la Maligna Bruja de Occidente, todos se apiñaron alrededor de los viajeros y los siguieron en su camino hacia el Palacio de Oz.

El soldado de la barba verde seguía de guardia ante la puerta, y él fue quien los hizo pasar en seguida. De nuevo les salió al encuentro la bonita joven verde, quien los condujo a sus respectivos dormitorios a fin de que descansaran hasta que el Gran Oz estuviera dispuesto a recibirlos.

El soldado hizo avisar directamente a Oz que Dorothy y los otros viajeros estaban de regreso luego de haber eliminado a la Bruja Maligna, pero Oz no envió ninguna respuesta. Los cuatro amigos creyeron que el Gran Mago los haría llamar en seguida, mas no fue así, y no tuvieron noticias de él durante varios días. La espera se les hizo pesada y turbadora, hasta el punto de encolerizarlos el hecho de que Oz los tratara tan mal después de haberles mandado a sufrir tantas penurias. Al fin el Espantapájaros pidió a la joven verde que llevara otro mensaje a Oz, diciéndole que, si no los recibía inmediatamente, llamarían a los Monos Alados para que los ayudara y descubrieran si el Mago cumplía sus promesas o no. Cuando Oz recibió este mensaje, se asustó tanto que avisó que se  presentaran en el Salón del Trono la mañana siguiente, a las nueve y cuatro minutos. Ya una vez habíase enfrentado a los Monos Alados en la tierra de Occidente y no deseaba verlos de nuevo.

Los cuatro viajeros pasaron una noche de insomnio, pensando cada uno en el don que Oz había prometido hacerles. Dorothy se durmió sólo por un rato, y soñó entonces que estaba en Kansas donde su tía Em le decía lo mucho que le agradaba tenerla de regreso en su hogar.

La mañana siguiente, a las nueve en punto, el soldado de la barba verde fue a buscarlos, y cuatro minutos más tarde se hallaban todos en el Salón del Trono. Naturalmente, cada uno de ellos esperaba ver al Mago adoptar la forma de la vez anterior, y todos se sorprendieron muchísimo al mirar a su alrededor y no ver a nadie en la gran estancia. Permanecieron cerca de la puerta y muy juntos uno de otro, pues el silencio era más inquietante que cualquiera de las formas en que se presentara Oz anteriormente. 

Al fin oyeron una voz solemne que parecía proceder de un sitio cercano al punto superior de la bóveda. 

-Soy Oz el Grande y Terrible. ¿Por qué me buscan?

De nuevo miraron hacia todos los rincones del salón, y luego, al no ver a nadie, Dorothy preguntó:

-¿Dónde estás?
-En todas partes -respondió la voz-, pero soy invisible para los ojos de los mortales comunes. Ahora iré a sentarme en mi trono para que puedan conversar conmigo.

En efecto, la voz pareció llegar ahora desde el trono, de modo que todos marcharon hacia allí y se pararon formando fila ante el gran sillón.

-He venido a pedirte que cumplas tu promesa, Gran Oz -dijo Dorothy.
-¿Qué promesa? -preguntó Oz.
-Dijiste que me enviarías de regreso a Kansas cuando estuviera muerta la Bruja Maligna.
-Y a mí me prometiste un cerebro -intervino el Espantapájaros.
-Y a mí un corazón -dijo el Leñador.
-Y a mí valor -terció el León Cobarde.
-¿De veras ha muerto la Bruja Maligna? -inquirió la voz, y a Dorothy le pareció que el tono era un poco tembloroso.
-Sí -repuso-. La derretí con un cubo de agua.
-¡Cielos, qué súbito! -dijo la voz-. Bien, ven a verme mañana, pues necesito tiempo para pensarlo.
-Ya has tenido tiempo de sobra -declaró en tono airado el Leñador.
-No queremos esperar más -dijo el Espantapájaros.
-¡Debes cumplir tus promesas! -exclamó Dorothy.

Al León le pareció que no estaría mal dar un susto al Mago, de modo que dejó escapar un tremendo rugido, tan feroz y espantoso que Toto saltó alarmado y fue a dar contra el biombo que había en el rincón, haciéndolo caer. Al oír el estrépito, los amigos miraron hacia allí y en seguida se sintieron profundamente asombrados al ver, en el sitio que hasta entonces ocultaba el biombo, a un viejecillo calvo y de arrugado rostro que parecía tan sorprendido como ellos. Levantando su hacha, el Leñador corrió hacia él, gritándole:

-¿Quien eres tú? 
-Soy Oz, el Grande y Terrible -contestó el hombrecillo con voz temblona-. Pero no me mates, por favor, y haré lo que me pidan. 

Nuestros amigos lo miraron sin saber qué hacer.

-Creí que Oz era una gran cabeza -dijo Dorothy.
-Y yo pensé que era una hermosa dama -manifestó el Espantapájaros.
-Y yo lo vi como una bestia terrible -dijo el Leñador.
-Y a mí me pareció que era una bola de fuego -exclamó el León.
-No, todos estaban equivocados -manifestó con humildad el hombrecillo-. Los estuve engañando.
-¿Engañando? -exclamó Dorothy-. ¿Acaso no eres un Gran Mago?
-Más bajo, querida -pidió él-. Si hablas tan alto te oirán, y eso me arruinaría. Todos suponen que soy un Gran Mago.
-¿Y no lo eres? -preguntó ella.
-En absoluto, queridita. No soy más que un hombre común.
-Eres más que eso -declaró el Espantapájaros en tono quejoso-. Eres un farsante.
-¡Exacto! -reconoció el hombrecillo, restregándose las manos como si aquello le complaciera-. Soy un farsante.
-¡Pero esto es terrible! -intervino el Leñador-. ¿Cómo voy a conseguir mi corazón?
-¿Y yo mi valor? -dijo el León.
-¿Y yo mi cerebro? -gimió el Espantapájaros, enjugándose las lágrimas con la manga.
-Queridos amigos, les ruego que no hablen de esas cosas sin importancia -pidió Oz- Piensen en mí y en el terrible aprieto en que me encuentro ahora que me han descubierto.
-¿Nadie más sabe que eres un farsante? -preguntó Dorothy.
-Nadie lo sabe, excepto ustedes cuatro... y yo -respondió Oz-. He engañado a todos durante tanto tiempo que creí que jamás me descubrirían. Fue un error muy grave eso de haberles permitido entrar en el Salón del Trono. Por lo general no suelo ver siquiera a mis vasallos, y por eso creen que soy algo terrible.
-Pero, no lo entiendo -objetó Dorothy-. ¿Cómo fue que te apareciste como una gran cabeza?
-Fue una de mis tretas. Hagan el favor de venir por aquí y se lo explicaré.

Los condujo a una habitación pequeña en la parte trasera del Salón del Trono. Una vez allí, señaló hacia un rincón donde descansaba una gran cabeza fabricada con cartón y con la cara muy bien pintada. 

-La colgué del techo con un alambre -explicó Oz-. Me quedé detrás del biombo y manipulé un piolín para hacer mover los ojos y abrir la boca.
-¿Pero y la voz?
-Es que soy ventrílocuo -explicó el hombrecillo-. Puedo dirigir mi voz hacia cualquier sitio y por eso te pareció que provenía de la cabeza. Aquí están las otras cosas que usé para engañarlos.

Así diciendo, mostró al Espantapájaros el vestido y la máscara que había usado cuando se presentó como la hermosa dama, y el Leñador vio que la bestia terrible no era más que un montón de pieles unidas entre sí y mantenidas separadas interiormente por medio de tablillas a fin de darles forma. En cuanto a la bola de fuego, el falso Mago la había colgado del techo, y en realidad era una gran bola de algodón que ardía con fiereza al encenderse el combustible de que estaba empapada.

-Francamente, deberías estar avergonzado de ser tan farsante -dijo el Espantapájaros.

Se sentaron todos y le escucharon mientras les contaba el siguiente relato:
-Nací en Omaha...
-¡Vaya, Omaha no está muy lejos de Kansas! -exclamó Dorothy.
-No, pero está más lejos de aquí -manifestó él, meneando la cabeza con gran pesar-. Cuando crecí me hice ventrílocuo y me enseñó muy bien un gran maestro. Por eso puedo imitar el grito de cualquier ser de la naturaleza. -Maulló como un gato y Toto levantó las orejas al tiempo que miraba por todas partes, muy intrigado. Luego continuó Oz-: Al cabo de un tiempo me cansé de eso y me hice aeronauta.
-¿Y eso qué es? -quiso saber Dorothy.
-Se llama así a los que vuelan en globo los días de feria a fin de atraer a la gente y conseguir que compren entradas para el circo -explicó él.
-¡Ah, sí, ya sé!
-Pues bien, un día subí en un globo y se enredaron las cuerdas, de modo que no pude volver a bajar. El globo subió más arriba de las nubes, y tan alto estaba que lo atrapó una corriente de aire que lo llevó a muchísimos kilómetros de distancia. Durante un día y una noche viajé por el aire, y en la mañana del segundo día desperté y vi que el globo se hallaba sobre un país extraño y hermoso.

"Fui bajando poco a poco y sin sufrir el menor daño; pero me encontré en medio de una extraña multitud, la que, al verme bajar de las nubes, pensó que yo era un Gran Mago. Claro que les dejé creer tal cosa, porque vi que me temían y por ello prometieron hacer lo que yo les ordenara.

"Sólo para entretenerme y tenerlos ocupados, les ordené construir esta ciudad y mi palacio, y lo hicieron de buen grado y con mucha habilidad. Después, como la región era tan verde y hermosa, se me ocurrió llamarla la Ciudad Esmeralda, y para que el nombre fuera apropiado les puse anteojos verdes a todos los habitantes, de modo que todo lo que vieran fuera de ese color".

- ¿Pero no es todo verde? -preguntó Dorothy.
-No más que en cualquier otra ciudad -repuso Oz-. Pero cuando uno se pone anteojos verdes... bueno, pues, todo lo que uno ve parece verde. La Ciudad Esmeralda fue construida hace muchísimos años, pues yo era un hombre joven cuando me trajo el globo y ahora soy muy viejo. Pero mis súbditos han usado anteojos verdes durante tanto tiempo que la mayoría de ellos creen que realmente están en una ciudad de esmeraldas, y por cierto que es un lugar hermoso, donde abundan las gemas y los metales preciosos, así como todas las cosas buenas que se requieren para hacerlo a uno feliz. Yo he sido bondadoso con mis vasallos y todos me quieren; pero desde que se construyó este palacio vivo encerrado en él y no los veo. 

"Uno de mis temores más grandes era hacia las brujas, porque mientras yo no tenía poderes mágicos, descubrí muy pronto que las brujas poseían el don de hacer cosas extraordinarias. Había cuatro en el país, y gobernaban a los pobladores del Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Por fortuna, las brujas del Norte y el Sur eran buenas, y sabía yo que no me harían daño; pero las de Oriente y Occidente eran terriblemente malvadas, y de no haber pensado que yo era más poderoso que ellas, seguramente me habrían destruido. Por eso viví temiéndolas durante muchos años, y ya imaginarás lo contento que me puse cuando me enteré de que tu casa había caído sobre la Maligna Bruja de Oriente. Cuando viniste a verme, estaba dispuesto a prometerte cualquier cosa si eliminabas a la otra Bruja, y ahora que la has derretido me avergüenza reconocer que no puedo cumplir mis promesas.

-Me parece que eres un hombre muy malo -dijo Dorothy.
-¡No, no, querida! En realidad soy un hombre muy bueno, aunque admito que soy un Mago bastante malo.
-¿No puedes darme un cerebro? -preguntó el Espantapájaros.

-No lo necesitas; día a día vas aprendiendo algo nuevo. Los bebés tienen cerebro, pero no saben mucho. La experiencia es lo único que trae consigo el conocimiento, y cuanto más tiempo estés en la tierra tanta más experiencia has de adquirir.
-Eso podrá ser cierto -repuso el Espantapájaros-, pero yo me sentiré muy desdichado si no me das un cerebro. 

El falso mago lo miró con atención.

-Bien -suspiró al fin-, tal como dije, no soy muy hábil como mago; pero si vienes mañana por la mañana, te llenaré la cabeza de sesos. Eso sí, no podré enseñarte a usarlos, pues lo tendrás que aprender por tu cuenta.
-¡Gracias, gracias! -exclamó el Espantapájaros-. Te aseguro que aprenderé a usarlos.
-¿Y mi valor? -intervino el León en tono ansioso.
-Estoy seguro de que te sobra valor -respondió Oz-. Lo único que necesitas es tener confianza en ti mismo. No hay ser viviente que no sienta miedo cuando se enfrenta al peligro. El verdadero valor reside en enfrentarse al peligro aun cuando uno está asustado, y esa clase de valor la tienes de sobra.
-Puede que así sea, pero, así y todo, me domina el miedo -declaró el León-. En realidad me sentiré muy desdichado si no me das el valor que le hace olvidar a uno que tiene miedo.
-Muy bien, mañana te daré esa clase de coraje -replicó Oz.
-¿Y mi corazón? -preguntó el Leñador.
-Bueno, en cuanto a eso, creo que te equivocas al querer tener corazón. Lo hace a uno muy desdichado. Te aseguro que eres afortunado al no tenerlo.
-Cada uno opina lo que quiere -replicó el Leñador-. Por mi parte, soportaré en silencio todas mis desdichas si me das un corazón.
-Muy bien -admitió Oz con humildad-. Ven a verme mañana y tendrás tu corazón. He desempeñado el papel de Mago tantos años que bien puedo seguir haciéndolo un poco más.

-Y ahora-intervino Dorothy-, ¿cómo regresaré yo a Kansas?
-Eso tendremos que pensarlo -contestó el hombrecillo-. Dame dos o tres días para estudiar el asunto y trataré de hallar el medio de llevarte por sobre el desierto. Ahora, todos ustedes serán mis huéspedes, y mientras vivan en el Palacio, mis súbditos los atenderán y satisfarán sus más íntimos deseos. Sólo una cosa les pido a cambio de mi ayuda: tendrán que guardar mi secreto y no decir a nadie que soy un farsante. 

Los amigos prometieron no decir nada de lo que acababan de saber y, muy animados, regresaron a sus respectivos dormitorios. Hasta Dorothy abrigaba la esperanza de que "El Grande y Terrible Farsante", como lo llamaba, pudiera hallar el medio de enviarla de regreso a Kansas. Si lo hacía, estaba dispuesta a perdonarle todo.

Capítulo XVI

La magia del gran farsante


La mañana siguiente el Espantapájaros dijo a sus amigos: 

-Felicítenme; al fin voy a ver a Oz para que me dé mi cerebro. Cuando regrese seré como todos los demás. 
-Siempre me has gustado como eres -declaró Dorothy.
-Eres bondadosa al querer a un Espantapájaros- repuso él-. Pero seguramente me apreciarás más cuando te enteres de los maravillosos pensamientos que saldrán de mi nuevo cerebro.

Después se despidió de todos con gran alegría y fue hacia el Salón del Trono.
-Adelante -respondió Oz a su llamado.
Al entrar, el Espantapájaros vio al hombrecillo sentado junto a la ventana, sumido en profundas reflexiones. 

-Vengo a buscar mi cerebro -dijo con cierta vacilación.
-Sí, sí. Haz el favor de sentarte en esa silla -repuso Oz-. Tendrás que perdonarme por sacarte la cabeza, pero lo haré a fin de poner tu cerebro en su sitio apropiado.
-Está bien. Puedes sacarme la cabeza, ya que me la habrás mejorado cuando vuelvas a ponérmela.

Y el Mago le quitó la cabeza y le vació la paja de que estaba rellena. Después fue a otra habitación y tomó una medida de afrecho que mezcló con gran cantidad de alfileres y agujas. Una vez que hubo mezclado bien todo esto, puso la mezcla en la parte superior de cabeza del Espantapájaros y terminó de rellenarla con paja para mantenerla en su lugar. 

Cuando volvió a poner la cabeza sobre los hombros del paciente, le dijo:

-De aquí en adelante serás un gran hombre, pues acabo de ponerte un cerebro de primera.

El Espantapájaros sintióse tan complacido como orgulloso ante el cumplimiento de su gran deseo, y una vez que hubo agradecido debidamente a Oz, regresó al lado de sus amigos.

Dorothy lo miró con curiosidad al ver su cabeza que parecía haberse agrandado en la parte superior. 


-¿Cómo te sientes? -preguntó.
-Muy sabio por cierto -contestó él con gran seriedad-. Cuando me acostumbre a mi cerebro, lo sabré todo.
-¿Por qué te sobresalen de la cabeza todos esos alfileres y agujas? -preguntó el Leñador.
-Esa es la prueba de que es agudo -comentó el León.
-Bien, ahora me toca a mí -dijo Leñador, y fue a llamar a la puerta del Salón del Trono.
-Adelante -le invitó Oz.
-Vengo en busca de mi corazón -anunció el hombre de hojalata.
-Muy bien. Pero tendré que abrirte un agujero en el pecho para colocar el corazón en su sitio adecuado. Espero que no te haga daño.
-En absoluto. No sentiré nada.

Oz fue a buscar un par de tijeras de hojalatero e hizo un orificio rectangular en el costado izquierdo del pecho del Leñador. Después abrió un cajón de la cómoda y sacó un bonito corazón hecho de seda roja y relleno de aserrín. 

-¿Verdad que es hermoso? -preguntó. 
-Lo es de veras -repuso el Leñador, muy complacido-. ¿Pero es un corazón bondadoso?
-Muchísimo. -Oz puso el corazón en el pecho del paciente y volvió a colocar la tapa del orificio, soldando las coyunturas con gran cuidado-. Ya está. Ahora tienes un corazón del que cualquiera se sentiría orgulloso. Lamento haber tenido que ponerte un remiendo en el pecho, pero fue inevitable.
-El remiendo no importa -exclamó el feliz Leñador-. Te estoy muy agradecido y jamás olvidaré tu bondad.
-Ni lo menciones -dijo el Mago.

El Leñador volvió al lado de sus amigos, los que lo felicitaron sinceramente por su gran fortuna. El León fue entonces a llamar a la puerta del salón.

-Adelante -invitó Oz.
-Vengo en busca de mi valor -anunció el felino al entrar.
-Muy bien, iré a buscarlo -contestó el hombrecillo.

Fue hacia un armario y del estante más alto retiró una botella rectangular cuyo contenido vertió en un tazón de oro verdoso muy bien trabajado. Poniéndolo delante del León Cobarde -que lo olió como si no le agradara -le dijo: 

-Bebe.
-¿Qué es?

-Verás -fue la respuesta-, si lo tuvieras en tu interior sería valor. Naturalmente, ya sabes que el valor está siempre dentro de uno, de modo que a esto no se le puede llamar realmente coraje hasta que lo hayas bebido. Por lo tanto te aconsejo que lo bebas lo antes posible.

Sin vacilar un momento más, el León bebió hasta vaciar el contenido del tazón.
-¿Cómo te sientes ahora? -preguntó Oz.
-Lleno de coraje -repuso el León, y regresó muy contento al lado de sus amigos para hacerles partícipes de su gran alegría.

Una vez solo, Oz sonrió al pensar en el éxito que acompañó a su tentativa de dar al Leñador, al Espantapájaros y al León exactamente lo que cada uno creía desear.

-¿Cómo puedo evitar ser un farsante cuando toda esta gente me hace creer cosas que todos saben que son imposibles? -dijo-. Fue fácil satisfacer los deseos del Espantapájaros, el León y el Leñador, porque ellos imaginan que soy omnipotente. Pero se necesitará algo más que imaginación para llevar a Dorothy de regreso a Kansas, y estoy bien seguro que no sé cómo puede hacerse.