Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

jueves, 31 de mayo de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota IV - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota III"




En la 741a noche

Ella dijo:
"... Y he aquí que, cuando el desesperado Aladino frotó, sin querer, el anillo que llevaba en el pulgar y cuya virtud ignoraba, vio surgir de pronto ante él, como si brotara de la tierra, un inmenso y gigantesco efrit, semejante a un negro embetunado, con una cabeza como un caldero, y una cara espantosa, y unos ojos rojos, enormes y llameantes, el cual se inclinó ante él, y con una voz tan retumbante cual el ruido del trueno, le dijo: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua!"

Al ver aquello, Aladino, que no era valeroso, quedó muy muy aterrado; y en cualquier otro sitio y en cualquiera otra circunstancia hubiera caído desmayado o hubiera procurado escapar. Pero en aquella cueva, donde ya se creía muerto de hambre y de sed, la intervención de aquel espantoso efrit parecióle un gran socorro, sobre todo cuando oyó la pregunta que le hacía. Y al fin pudo mover la lengua y contestar: "¡Oh gran jeque de los efrits del aire, de la tierra y del agua, sácame de esta cueva!".

Apenas había él pronunciado estas palabras, se conmovió y se abrió la tierra por encima de su cabeza, y en un abrir y cerrar de ojos sintióse transportado fuera de la cueva, en el mismo paraje donde encendió la hoguera el magrebín. En cuanto al efrit, había desaparecido.

Entonces, todo tembloroso de emoción todavía, pero muy contento por verse de nuevo al aire libre, Aladino dio gracias a Alá el Bienhechor, que le había librado de una muerte cierta y le había salvado de las emboscadas del magrebín. Y miró en torno suyo y vio a lo lejos la ciudad en medio de sus jardines. Y se apresuró a desandar el camino por donde le habpia conducido el mago, dirigiéndose al valle sin volver la cabeza atrás ni una vez. Y extenuado y falto de aliento, llegó ya muy de noche a la casa en que le esperaba su madre lamentándose, muy inquieta por su tardanza. Y corrió ella a abrirle, llegando a tiempo para acogerle en sus brazos, en los que cayó el joven desmayado, sin poder resistir más la emoción.

Cuando a fuerza de cuidados volvió Aladino de su desmayo, su madre le dio a beber de nuevo un poco de agua de rosas. Luego, muy preocupada, le preguntó que le pasaba. Y contestó Aladino: "¡Oh madre mía, tengo mucha hambre!¡Te ruego, pues, que me traigas algo de comer porque no he tomado nada desde esta mañana!" Y la madre de Aladino corrió a llevarle lo que había en la casa. Y Aladino se puso a comer con tanta prisa que su madre le dijo, temiendo que se atragantara: "¡No te precipites, hijo mío, que se te va a reventar la garganta! Y si es que comes tan de prisa para contarme cuanto antes lo que me tienes que contar, sabe que tenemos por nuestro todo el tiempo. Desde el momento en que volví a verte estoy tranquila, pero Alá sabe cuál fue mi ansiedad cuando noté que avanzaba la noche sin que estuvieses de regreso" Luego se interrumpió para decirle: "¡Ah hijo mío! modérate, por favor, y coge trozos más pequeños" Y Aladino, que había devorado en un momento todo lo que tenía delante, pidió de beber, y cogió el cantarillo de agua y se lo vació en la garganta sin respirar. Tras de lo cual se sintió satisfecho, y dijo a su madre: "¡Oh madre mía! Al fin voy a poder contarte todo lo que me aconteció con el hombre a quien tu creías mi tío, y que me ha hecho ver la muerte a dos dedos de mis ojos ¡Ah! tu no saber que ni por asomo era tío mío ni hermano de mi padre, ese embustero que me hacía tantas caricias y me besaba tan tiernamente, ese maldito magrebín, ese hechicero, ese mentiroso, ese bribón, ese embaucador, ese enredador, ese perro, ese sucio, ese demonio que no tiene par entre los demonios sobre la faz de la tierra ¡Alejado sea el maligno!" Luego añadió: "Oh madre, escucha lo que me ha hecho" Y dijo todavía: "Ah que contento estoy de haberme librado de sus manos" Luego se detuvo un momento, respiró con fuerza y de repente, sin tomar aliento, contó cuanto le había sucedido, desde el principio hasta el fin, incluso la bofetada, la injuria y lo demás, sin omitir un solo detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.

Y cuando hubo acabado su relato, se quitó el cinturón y dejó caer en el colchón que había en el suelo, la maravillosa provisión de frutas transparentes y coloreadas que hubo de coger del jardín. Y también cayó la lámpara en el montón, entre bolas de pedrería.

Y añadió él para terminar: "¡Oh madre! Esa es mi aventura con el mago, y aquí tienes lo que me ha reportado mi viaje subterráneo" Y así diciendo, mostraba a su madre las bolas maravillosas, pero con un aire desdeñoso que significaba: "Ya no soy un niño para jugar con bolas de vidrio".

Mientras estuvo hablando su hijo Aladino, la madre le escuchó, lanzando, en los pasajes más sorprendentes o más conmovedores del relato, exclamaciones de cólera contra el mago y de conmiseración para Aladino. Y no bien acabó de contar él tan extraña aventura, no pudo ella reprimirse, y se desató en injurias contra el magrebín, motejándole con todos los dicterios que para calificar la conducta del agresor puede econtrar la cólera de una madre que ha estado a punto de perder a su hijo. Y cuando se desahogó un poco, apretó contra su pecho a su hijo Aladino y le besó llorando, y dijo: "Oh hijo mío, debemos gracias a Alá que te ha sacado sano y salvo de las manos de ese hechicero magrebín ¡Al traidor maldito! ¡Sin duda, quiso tu muerte por poseer esa miserable lámpara de cobre que no vale medio dracma!¡Cuánto le detesto! ¡Cuanto abomino de él! Por fin te recobré, pobre niño mío, hijo mío Aladino. Pero que peligros no corriste por culpa mía, que debía adivinar, no obstante, en los ojos bizcos de ese magrebín, que no era tío tuyo ni nada allegado, sino un mago maldito y un descreído"

Y así diciendo, la madre se sentó en el colchón con su hijo Aladino, y le meció dulcemente. Y aladino, que no había dormido desde hacía tres días, preocupado por su aventura con el magrebín, no tardó en cerrar los ojos y en dormirse en las rodillas de su madre, halagado por el balanceo. Y le acostó ella en el colchón con mil precauciones, y no tardó en acostarse y en dormirse también junto a él.

Al día siguiente, al despertarse...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 742a noche

Ella dijo:
"... Al día siguiente al despertarse, empezaron por besarse mucho, y Aladino dijo a su madre que su aventura le había corregido para siempre de la travesura y haraganería, y que en lo sucesivo buscaría trabajo como un hombre. Luego, como aún tenía hambre, pidió el desayuno, y su madre le dijo: "Ay hijo mío, ayer por la noche te di todo lo que había en casa, y ya no tengo ni un pedazo de pan. Pero ten un poco de paciencia y aguarda a que vaya a vender el poco algodón que hube de hilar estos últimos días y te compraré algo con el importe de la venta" Pero contestó Aladino: "Oh madre, deja el algocón para otra vez, coge esta lámpara vieja que me traje del subterráneo y ve a venderla al zoco de los mercaderes de cobre. Y probablemente sacarás por ella algún dinero que nos permita pasar todo el día" Y contestó la madre de Aladino: "¡Verdad dices, hijo mío! y mañana cogeré las bolas de vidrio que trajiste también de ese lugar maldito, e iré a venderlas en el barrio de lso negros, que me las comprarán a más precio que los mercaderes de oficio"

La madre de Aladino, cogió pues la lámára para ir a venderla pero la encontró muy sucia, y dijo a Aladino: "Primero, hijo mío, voy a limpiar esa lámpara que está sucia, a fin de dejarla reluciente y sacar por ella el mayor precio posible" Y fue a la cocina, se echó en la mano un poco de ceniza, que mezcló con agua, y se puso a limpiar la lámpara. Pero apenas había empezado a frotarla cuando surgió de pronto ante ella, sin saberse de dónde había salido, un espantoso efrit, más feo indudablemente que el del subterráneo, y tan enorme que tocaba el techo con la cabeza. Y se inclinó ante ella y dijo con voz ensordecedora: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro".

Cuando la madre de Aladino vio esta aparición, que estaba tan lejos de esperarse, como no estaba acostumbrada a semejantes cosas, se quedó inmóvil de terror; y se le trabó la lengua y se le abrió la boca; y loca de miedo y horror, no pudo soportar por más tiempo el tener a la vista una cara tan repulsiva y espantosa como aquella, y cayó desmayada.

Pero Aladino, que se hallaba también en la cocina, y que estaba ya un poco acostumbrado a caras de aquella clase, después de la que había visto en la cueva, quizás más fea y más monstruosa, no se asustó tanto como su madre. Y comprendió que la causante de la aparición del efrit era aquella lámpara; y se apresuró a quitársela de las manos a su madre que seguía desmayada, y la cogió con firmeza entre los diez dedos, y dijo al efrit: "¡oh servidor de la lámpara! tengo mucha hambre y deseo que me traigas cosas excelentes en extremo para que las coma" y el genni desapareció al punto, pero para volver un instante después llevando en la cabeza una gran bandeja de plata maciza, en la cual había doce platos de oro llenos de manjares olorosos y exquisitos al paladar y a la vista, con seis panes muy calientes y blancos como la nieve y dorados por en medio, dos frascos grandes de vino añejo, claro y excelente, y en las manos un taburete de ébano incrustado de nácar y de plata, y dos tazas de plata. Y puso la bandeja en el taburete, colocó con presteza lo que tenía que colocar y desapareció discretamente.

Entonces Aladino, al ver que su madre seguía desmayada, le echó en el rostro agua de rosas y aquella frescura, complicada con las deliciosas emanaciones de los manjares humeantes, no dejó de reunir los espíritus dispersos y de hacer volver en sí a la pobre mujer. Y Aladino se apresuró a decirle: "Oh madre, vamos, eso no es nada. levántate y ven a comer. ¡Gracias a Alá, aquí hay con qué reponerte por completo el corazón y los sentidos y con qué aplacar nuestra hambre! Por favor, no dejemos enfriar estos manjares excelentes".

Cuando la madre de Aladino vio la bandeja de plata, encima del hermoso taburete, los doce platos de oro con su contenido, los seis maravillosos panes, los dos frascos y las dos tazas, y cuando percibió su olfato el olor sublime que exhalaban todas esas cosas buenas, se olvidó de las circunstancias de su desmayo, y dijo a Aladino: "Oh hijo mío, Alá proteja la vida de nuestro sultán. Sin duda ha oído hablar de nuestra pobreza y nos ha enviado esta bandeja con uno de sus cocineros" Pero Aladino contestó: "Oh madre mía, no es ahora el momento oportuno para suposiciones y votos. Empecemos por comer, y ya te contaré después lo que ha ocurrido"

Entonces la madre de Aladino fue a sentarse junto a él, abriendo unos ojos llenos de asombro y de admiración ante novedades tan maravillosas; y se pusieron ambos a comer con gran apetito. Y experimentaron con ello tanto gusto que se estuvieron mucho rato en torno a la bandeja sin cansarse de probar manjares tan bien condimentados, de modo y manera que acabaron por juntar comida de la mañana con la de la noche. Y cuando terminaron por fin, reservaron para el día siguiente los restos de la comida. Y la madre de Aladino fue a guardar en el armario de la cocina los platos y su contenido, volviendo en seguida al lado de Aladino para escuchar lo que tenía él que contarle acerca de aquel generosos obsequio. Y Aladino le reveló entonces lo que había pasado, y cómo el genni, servidor de la lámára, hubo de ejecutar la orden sin vacilación.

Entonces la madre de Aladino, que había escuchado el relato de su hijo con un espanto creciente, fue presa de gran agitación, y exclamó: "Ah hijo mío, por la leche con que nutrí tu infancia te conjuro a que arrojes lejos de ti esa lámpara y te deshagas de ese anillo, don de los malditos efrit, pues no podré soportar por segunda vez la vista de caras tan feas y espantosas, y me moriré a consecuencia de ello sin duda. Por cierto que me parece que estos manjares que acabo de comer se me suben a la garganta y van a ahogarme. Y además nuestro profeta Mahoma - ¡Bendito sea! - nos recomendó mucho que tuviéramos cuidado con los genni y los efrits, y no buscáramos su trato nunca". Aladino contestó: "Tus palabras, madre mía, están por encima de mi cabeza y de mis ojos, pero realmente no puedo deshacerme de la lámpara ni del anillo, porque el anillo fue de suma utilidad al salvarme de una muerte segura en la cueva, y tú misma acabas de ser testigo del servicio que nos ha prestado esta lámpara, la cual es tan preciosa, que el maldito magrebín no vaciló en venir a buscarla de tan lejos. Sin embargo, madre mía, para darte gusto y por consideración a ti, voy a ocultar la lámpara a fin de que su vista no te hiera los ojos y sea para ti motivo de temor en el porvenir." Y contestó la madre de Aladino: "Haz lo que quieras, hijo mío. Pero por mi parte, declaro que no quiero tener que ver nada con los efrits ni con el servidor del anillo, ni con el de la lámpara. Y deseo que no me hables más de ellos, suceda lo que suceda."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 743a noche

Ella dijo:
"¡...Y deseo que no me hables más de ellos, suceda lo que suceda"

Al otro día, cuando se terminaron las excelentes provisiones, Aladino, sin querer recurrir tan pronto a la lámpara, para evitar a su madre disgustos, cogió uno de los platos de oro, se lo escondió en la ropa, y salió con intención de venderlo en el zoco e invertir el dinero de la venta en proporcionarse de las provisiones necesarias en la casa. Y fue a la tienda de un judío que era más astuto que el Cheitán. Y sacó de su ropa el plato de oro y se lo entregó al judío, que lo cogió, lo examinó y preguntó a Aladino con aire distraído: "¿Cuánto pedís por esto?" Y Aladino, que en su vida había visto platos de oro y estaba lejos de saber el valor de semejantes mercaderías, contestó: "Oh mi señor, por Alá tu sabrás mejor que yo lo que puede valer ese plato; y yo me fío en tu tasación y en tu buena fe" Y el judío había visto bien que el plato era del oro más puro y se dijo: "He aquí un mozo que ignora el precio de lo que posee. Vaya un excelente provecho que me proporciona hoy la bendición de Abrahán" Y abrió un cajón disimulado en el muro de la tienda, y sacó de él una sola moneda de oro que ofreció a Aladino, y que no representaba ni la milésima parte del valor del plato, y le dijo: "Toma, hijo mío, por tu plato. Por Moisés y Aarón, que nunca hubiera ofrecido semejante suma a otro que no fueses tú; pero lo hago sólo por tenerte de cliente en lo sucesivo" Y Aladino cogió a toda prisa el dinar de oro, y sin pensar siquiera en regatear, echó a correr muy contento. Y al ver la alegría de Aladino y su prisa por marcharse, el judío sintió mucho no haberle ofrecido una cantidad más inferior todavía, y estuvo a punto de echar a correr detrás de él para rebajar algo de la moneda de oro; pero renunció a su proyecto al ver que no podía alcanzarle.

En cuanto a Aladino, corrió sin pérdida de tiempo a casa del panadero, le compró pan, cambió el dinar de oro, y volvió a su casa para dar a su madre el pan y el dinero, diciéndole "Madre mía, ve ahora a comprar con este dinero las provisiones necesarias porque yo no entiendo de esas cosas". Y la madre se levantó y fue al zoco a comprar todo lo que necesitaban. Y aquel día comieron y se saciaron. Y desde entonces, en cuanto les faltaba dinero, Aladino iba al zoco a vender un plato de oro al mismo judío que siempre le entregaba un dinar, sin atreverse a darle menos después de haberle dado esa suma la primera vez, y temeroso de que fuera a proponer su mercancía a otros judíos que aprovecharían con ello en lugar suyo del inmenso beneficio que suponía tal negocio. Así es que Aladino, que continuaba ignorando el valor de lo que poseía, le vendió de tal suerte los doce platos de oro. Y entonces pensó en llevarle el bandejón de plata maciza; pero como le pesaba mucho, fue a buscar al judío, que se presentó en la casa, examinó la bandeja preciosa, y dijo a Aladino: "Esto vale dos monedas de oro" Y Aladino encantado, consintió en vendérselo, y tomó el dinero, que no quiso darle el judío más que mediante las dos tazas de plata como propina.

De esta manera tuvieron aún para mantenerse durante unos días Aladino y su madre. Y Aladino continuó yendo a los zocos a hablar formalmente con los mercaderes y las personas distinguidas; porque desde la vuelta había tenido cuidado de abstenerse del trato de sus antiguos camaradas, los niños del barrio; y a la sazón procuraba instruirse escuchando las conversaciones de las personas mayores; y como estaba lleno de sagacidad, en poco tiempo adquirió toda clase de nociones preciosas que muy escasos jóvenes de su edad serían capaces de adquirir.

Entretanto, de nuevo hubo de faltar el dinero en la casa, y como no podía obrar de otro modo, a pesar del terror que le inspiraba a su madre, Aladino se vio obligado a recurrir a la lámpara mágica. pero advertida del proyecto de Aladino, la madre se apresuró a salir de la casa, sin poder sufrir el encontrarse allí en el momento de la aparición del efrit. Y libre entonces de obrar a su antojo, Aladino cogió la lámpara con la mano, y buscó el sitio que había que tocar precisamente, y que se conocía por la impresión dejada con la ceniza en la primera limpieza; y frotó despacio, y muy suavemente. Y al punto apareció el genni que inclinóse y con vos tenue, a causa precisamente de la suavidad del frotamiento, dijo a Aladino :Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo ¿Qué quieres? Habla. Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro". Y Aladino se apresuró a contestar: "Oh servidor de la lámpara, tengo mucha hambre, y deseo una bandeja de manjares en todo semejante a la que me trajiste la primera vez" Y el genni desapareció pero para reaparecer, en menos de un abrir y cerrar de ojos, cargado con la bandeja consabida, que puso en el taburete; y se retiró sin saberse a dónde.

Poco tiempo después, volvió la madre de Aladino y vio la bandeja con su aroma y su contenido tan encantador, y no se maravilló menos que la primera vez. Y se sentó al lado de su hijo y probó los manjares encontrándolos más exquisitos todavía que los de la primera bandeja. Y a pesar del terror que le inspiraba el genni servidor de la lámpara, comió con mucho apetito; y ni ella ni ella ni Aladino pudieron separarse de la bandeja hasta que se hartaron completamente; pero como aquellos manjares excitaban el apetito conforme se iba comiendo, no se levantó hasta el anochecer, juntando así la comida de la mañana con la del mediodía y con la de la noche. Y Aladino hizo lo propio.

Cuando se terminaron las provisiones de la bandeja, como la primera vez...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

¿Sorprendido/a al descubrir que en lugar de un genio, había dos? Continúa su lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota V"

martes, 29 de mayo de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota III - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota II"



En la 738a noche

Ella dijo:
"... Al oír estas palabras del magrebín, el pobre Aladino se olvidó de sus fatigas y de la bofetada recibida, y contestó: "¡Oh tío mío! ¡mándame lo que quieras y te obedeceré!" Y el magrebín le cogió en brazos y le besó varias veces en las mejillas y le diho: "Oh Aladino, eres para mí más querido que un hijo, pues que no tengo en la tierra más parientes que tú; tú serás mi único heredero, oh hijo mío, Porque al fin y al cabo, por ti, en suma, es por quien trabajo en este momento y por quien vine desde tan lejos. Y si estuve un poco brusco, comprenderás ahora que fue para decidirte a no dejar de alcanzar en vano tu maravilloso destino. ¡He aquí, pues, lo que tienes que hacer! Empezarás a bajar conmigo al fondo del agujero, y cogerás la anilla de bronce y levantarás la losa de mármol" Y cuando hubo hablado así, se metió él primero en el agujero y dio la mano a Aladino para ayudarle a bajar. Y ya abajo, Aladino le dijo: "Oh tío mío ¿Pero como voy a arreglarme para levantar una losa tan pesada siendo yo un niño? Si al menos quisieras ayudarme tú, me prestaría a ello con mucho gusto". El magrebín contestó: "Ah no, Ah no. Si por desgracia echara yo una mano, no podrías hacer nada ya y tu nombre se borraría para siempre del tesoro. Prueba tu solo y verás cómo levantas la losa con tanta facilidad como si lzaras una pluma de ave. Sólo tendrás que pronunciar tu nombre y el nombre de tu padre y el nombre de tu abuelo, al coger la anilla"

Entonces se inclinó Aladino, y cogió la anilla y tiró de ella diciendo: "Soy Aladino, hijo del sastre Mustafá, hijo del sastre Alí" Y levantó con gran facilidad la losa de mármol, y la dejó a un lado. Y vio una cueva con doce escalones de mármol que conducían a una puerta de dos hojas de cobre rojo con gruesos clavos. Y el magrebín le dijo: "Hijo mío, Aladino, baja ahora a esa cueva y cuando llegues al duodécimo escalón, entrarás por esa puerta de cobre, que se abrirá sola delante de ti. Y te hallarás debajo de una bóveda grande dividida en tres salas que se comunican una con otras. En la primera sala verás cuatro grandes calderas de cobre llenas de oro líquido, y en la segunda sala cuatro calderas de plata llenas de oro, y en la tercera sala cuatro grandes calderas de oro llenas de dinares de oro. Pero pasa sin detenerte y recógete bien el traje, sujetándotelo a la cintura para que no toques a las calderas; porque si tuvieras la desgracia de tocar con los dedos o rozar siquiera con tus ropas una de las calderas o su contenido, al instante te convertirías en una mole de piedra negra. Entrarás pues, en la primera sala, y muy de prisa pasarás a la segunda, desde la cual, sin detenerte un instante, penetrarás en la tercera, donde verás una puerta claveteada, parecida a la de la entrada, que al punto se abrirá ante ti. Y la franquearás, y te encontrarás de pronto en un jardín magnífico, plantado de árboles agobiados por el peso de sus frutas.¡Pero no te detengas allí tampoco! Lo atravesarás, caminando adelante todo derecho, y llegarás a una escalera de columnas con treinta peldaños, por los que subirás a una terraza. Cuando estés en esta terraza ?Oh Aladino! ten cuidado, porque enfrente a ti verás una especie de hornacina al aire libre; y en esta hornacina, sobre el pedestal de bronce, encontrarás una lamparita de cobre. Y estará encendida esta lámpara. Ahora, fíjate bien, Aladino. Cogerás esta lámpara, la apagarás, verterás en el suelo el aceite, y te la esconderás en el pecho enseguida. Y no temas mancharte el traje porque el aceite que derrames, no será aceite sino otro líquido que no deja huella alguna en las ropas. Y volverás a mí por el mismo camino que hayas seguido. Y al regreso, si te parece, podrás detenerte un poco en el jardín, y coger de este jardín tantas frutas como quieras. Y una vez que te hayas reunido conmigo, me entregarás la lámpara, fin y motivo de nuestro viaje y origen de nuestra riqueza y de nuestra gloria en el porvenir ¡Oh hijo, mío!"

Cuando el magrebín hubo hablado así, se quitó el anillo que llevaba en el dedo y se lo puso a Aladino en el pulgar diciéndole: "Este anillo, hijo mío, te pondrá a salvo de todos los peligros y te preservará de todo mal. Reanima pues, tu alma, y llena de valor tu pecho, porque ya no eres un niño, sino un hombre. ¡Y con la ayuda de Alá, te saldrá bien todo! Y disfrutaremos de riquezas y de honores durante toda la vida, y gracias a la lámpara" Luego añadió: "¡Pero te encarezco una vez más, Aladino, que tengas cuidado de recogerte mucho el traje y de ceñirtelo cuanto puedas, porque, de no hacerlo así, estás perdido, y contigo el tesoro!"

Luego le besó, y acariciándole varias veces en las mejillas, le dijo: "Vete tranquilo"

Entonces, en extremo animado, Aladino bajó corriendo por los escalones de mármol, y alzándose el traje hasta más arriba de la cintura, y ciñéndoselo bien, franqueó la puerta de cobre, cuyas hojas de abrieron por si solas al caercarse él. Y sin olvidar ninguna de las recomendaciones del magrebín, atravesó con mil precauciones la primera, la segunda, y la tercera de las salas, evitando las calderas llenas de oro; llegó a la última puerta, la franqueó, cruzó el jardín sin detenerse, subió los treinta peldaños de la escalera de columnas, se remontó a la terraza y encaminóse directamente a la hornacina que había frente a él. Y en el pedestal de bronce, vio la lámpara encendida...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 739a noche

Ella dijo:
"... Y en el pedestal de bronce, vio la lámpara encendida. Y tendió la mano y la cogió . Y vertió en el suelo el contenido y al ver que inmediatamente quedaba seco el depósito, se la ocultó en el pecho en seguida, sin temor a mancharse el traje. Y bajó de la terraza y llegó de nuevo al jardín.

Libre entonces de su preocupación, se detuvo un instante en el último peldaño de la escalera para mirar al jardín. Y se puso a contemplar aquellos árboles, cuyas frutas no habpia tenido tiempo de ver a la llegada. Y observó que los árboles de aquel jardín, en efecto, estaban agobiados bajo el peso de sus frutas, que eran extraordinarias de forma, de tamaño y de color. Y notó que, al contrario de lo que ocurre con los árboles de los huertos, cada rama de aquellos árboles tenía frutas de diferentes colores. Las había blancas, de un blanco transparente como el cristal, o de un blanco turbio como el alcanfor, o de un blanco opaco como el de la cera virgen. Y las había rojas, de un rojo como los granos de la granada o de un rojo como la naranja sanguínea. Y las había verdes, de un verde oscuro y de un verde suave; y había otras que eran azules y violetas y amarillas; y otras que ostentaban colores y matices de una variedad infinita. Y el pobre de Aladino no sabía que las frutas blancas eran diamantes, perlas, nácar y piedras lunares; que las rojas eran rubíes, carbúnculos, jacintos, coral y coralinas; que las verdes eran esmeraldas, berilos, jade, prasios y aguamarinas; que las azules eran zafiros, turquesas, lapislázuli y lazulitas; que las violetas eran amatistas, jaspes y sardónices; que las amarillas eran topacios, ámbar y ágatas; y que las demás, de colores desconocidos, eran ópalos, venturinas, crisólitos, cimófanos, hematitas, turmalinas, peridotos, azabaches y crisopacios. Y caía el sol a plomo sobre el jardín- Y los árboles despedían llamas de todas sus frutas, sin consumirse.

Entonces, en el límite del placer, se acercó Aladino a uno de aquellos árboles y quiso coger algunas frutas para comérselas. Y observó que no se les podía meter el diente, y que no se asemejaban más que por su forma a las naranjas, a los higos, a los plátanos, a las uvas, a las sandías, a las manzanas, y a todas las demás frutas excelentes de China. Y se quedó muy desilusionado al tocarlas: y no las encontró nada de su gusto. Y creyó que sólo eran bolas de vidrio coloreado, pues en su vida había tenido ocasión de ver piedras preciosas. Sin embargo, a pesar de su desencanto, se decidió a coger algunas para regalárselas a los niños que fueron antiguos camaradas suyos, y también a su pobre madre. Y cogió varias de cada color, llenándose con ellas el cinturón, los bolsillos y el forro de la ropa, guardándoselas asimismo entre el traje y la camisa, entre la camisa y la piel; y se metió tal cantidad de aquellas frutas que parecía un asno cargado de un lado y a otro. Y agobiado por todo aquello, se alzó cuidadosamente el traje, ciñéndoselo mucho a la cintura, y lleno de prudencia y de precaución, atravesó con ligereza las tres salas de calderas y ganó la escalera de la cueva a la entrada de la cual le esperaba ansiosamente el magrebín.

Y he aquí que, en caunto Aladino franqueó la puerta de cobre y subió el primer peldaño de la escalera, el magrebín, que se hallaba encima de la abertura, junto a la entrada misma de la cueva, no tuvo paciencia para esperar a que subiese todos los escalones y saliese de la cueva por completo, y le dijo: "Bueno, Aladino, ¿Dónde está la lámpara?" Y Aladino contestó: "La tengo en el pecho" El otro dijo: "¡Sácala ya y dámela!" Pero Aladino le dijo: "¡Oh tio mio! ¿Cómo quieres que te la de pronto, si está entre todas las bolas de vidrio con que me he llenado la ropa por todas partes? ¡Déjame antes subir esta escalera, y ayúdame a salir del agujero; y entonces descargaré todas estas bolas en lugar seguro, y no sobre estos peldaños, por los que rodarían y se romperían. Y así podré sacarme del pecho la lámpara y dártela cuando esté libre de esta impedimenta insuperable. Por cierto que se me ha escurrido hacia la espalda y me lastima violentamente en la piel, por lo que quisiera verme desembarazado de ella." Pero el magrebín, furioso por la resistencia que hacía Aladino y persuadido de que Aladino sólo ponía estas dificultades, porque quería guardarse para él la lámpara, le gritó con una voz espantosa como la de un demonio: "¡Oh hijo de perro! ¿Quieres darme la lámpara en seguida o morir?" Y Aladino que no sabía a que atribuir este cambio de modales de su tío, y aterrado al verle en tal estado de furor, y temiendo recibir otra bofetada más violenta que la primera, se dijo: "Por Alá, que más vale resguardarse. Y voy a entrar de nuevo en la cueva mientras él se calma" Y volvió la espalda, y recogiéndose el traje, entro prudentemente en el subterráneo.

Al ver aquello, el magrebín lanzó un grito de rabia, y en el límite del furor, pataleó y se convulsionó, arrancándose las barbas de desesperación por la imposibilidad en que se hallaba de correr tras de Aladino a la cueva vedada por los poderes mágicos. Y exclamó: "Ah maldito Aladino, ¡vas a ser castigado como mereces!" Y corrió hacia la hoguera que no se había apagado todavía y echó en ella un poco de polvo de incienso que llevaba consigo, murmurando una fórmula mágica. Y al punto la losa de mármol que servía para tapar la entrada de la cueva se cerró por sí sola y volvió a su sitio primitivo, cubriendo herméticamente el agujero de la escalera; y tembló la tierra y se cerró de nuevo; y el suelo se quedó tan liso como antes de abrirse. Y Aladino encontróse de tal suerte encerrado en el subterráneo.

Porque como ya se ha dicho, el magrebín era un mago insigne, venido del fondo del Magreb, y no un tío ni un pariente cercano o lejano de Aladino. Y había nacido verdaderamente en África, que es el país y el semillero de los magos y hechiceros de peor calidad...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 740a noche

Ella dijo:
"... Y había nacido verdaderamente en África, que es el país y el semillero de los magos y hechiceros de peor calidad. Y desde su juventud habíase dedicado con tesón al estudio de la hechicería y de los hechizos, y al arte de la geomancía, de la alquimia, de la astrología, de las fumigaciones y de los encantamientos. Y al cabo de treinta años de operaciones mágicas, por virtud de su hechicería, logró descubrir que en un paraje desconocido de la tierra había una lámpara extraordinariamente mágica, que tenía el don de hacer más poderoso, que los reyes y sultanes todos, al hombre que tuviese la suerte de ser su poseedor. Entonces hubo de redoblar sus fumigaciones y hechicerías, y con una última operación geomántica, logró enterarse de que la lámpara consabida, se hallaba en un subterráneo situado en las inmediaciones de la ciudad Holo-ka-tsé, en el país de China - y aquel paraje era precisamente el que acabamos de ver con todos sus detalles -. Y el mago se puso en camino sin tardanza, y después de un largo viaje había llegado a Kolo-ka-tsé, donde se dedicó a explorar los alrededores y acabó por delimitar exactamente la situación del subterráneo con lo que contenía. Y por su mesa adivinatoria se enteró de que el tesoro y la lámpara mágica estaban inscriptos, por los poderes subterráneos, a nombre de Aladino, hijo de Mustafá el sastre, y de que sólo el podría hacer abrirse el subterráneo y llevarse la lámpara, pues cualquier otro perdería la vida infaliblemente si intentaba la menor empresa encaminada a ello. Y por eso, se puso en busca de Aladino, y cuando le encontró hubo de utilizar toda clase de estratagemas y engaños para atraérsele y conducirle a aquel paraje desierto sin despertar sus sospechas ni las de su madre. Y cuando Aladino salió con bien de la empresa, le había reclamado tan presurosamente la lámpara porque quería engañarle y emparedarle para siempre en el subterráneo. ¡Pero ya hemos visto como Aladino, por miedo a recibir una bofetada, se había refugiado en el interior de la cueva, donde no podía penetrar el mago, y cómo el mago con objeto de vengarse, habíale encerrado allí dentro contra su voluntad para que se muriese de hambre y de sed!

Realizada aquella acción, el mago, convulso y echando espuma, se fue por su camino, probablemente a África, su país. ¡Y he aquí todo lo referente a él! Pero seguramente nos lo volveremos a encontrar.

¡He aquí ahora lo que atañe a Aladino!

No bien entró otra vez en el subterráneo, oyó el temblor de tierra producido por la magia del magrebín, y aterrado temío que la bóveda se desplomase en su cabeza, y se apresuró a ganar la salida. Pero al llegar a la escalera, vio que la pesada losa de mármol tapaba la abertura; y llegó al límite de la emoción y del pasmo. Porque, por una parte, no podía concebir la maldad de ese hombre a quien creía tío suyo y que le había acariciado y mimado, y por otra parte, no había para qué pensar en levantar la losa de mármol, pues le era imposible hacerlo desde abajo. En estas condiciones, el desesperado Aladino empezó a dar muchos gritos llamando a su tío y prometíendole, con toda clase de juramentos, que estaba dispuesto a darle en seguida la lámpara. Pero claro es que sus gritos y sollozos no pueron oídos por el mago que ya se encontraba lejos. Y al ver que su tío no le contestaba, Aladino empezó a abrigar algunas dudas con respecto a él, sobretodo al acordarse de que le había llamado "hijo de perro", gravísima injuria que jamás dirigiría un verdadero tío al hijo de su hermano. De todos modos, resolvió entonces ir al jardín, donde había luz, y buscar una salida por donde escapar de aquellos lugares tenebrosos. Pero al llegar a la puerta que daba al jardín, observó que estaba cerrada, y que no se abría ante él entonces. Enloquecido ya, corrió de nuevo a la puerta de la cueva y se echó llorando en los peldaños de la escalera. Y ya se veía enterrado vivo entre las cuatro paredes, llena de negrura y de horror, a pesar de todo el oro que contenía. Y sollozó durante mucho tiempo, sumido en su dolor. Y por primera vez en su vida, dio en pensar en las bondades de su pobre madre y en su abnegación infatigable, no obstante la mala conducta e ingratitud de él. Y la muerte en aquella cueva hubo de parecerle más amarga, por no haber podido refrescar en vida el corazón de su madre, mejorando algo de su carácter y demostrándole de alguna manera su agradecimiento. Y suspiró mucho al asaltarle este pensamiento, y empezó a retorcerse los brazos y a restregarse las manos, como generalmente hacen los que están desesperados, diciendo, a modo de renuncia a la vida: "¡No hay recurso ni poder más que en Alá!" Y he aquí que con aquel movimiento, Aladino frotó sin querer el anillo que llevaba en el pulgar y que le había prestado el mago para preservarle de los peligros del subterráneo. Y no sabía aquel magrebín maldito que el tal anillo había de salvar la vida de Aladino precisamente, pues de saberlo no se lo hubiera confiado desde luego, o se hubiera apresurado a quitárselo o incluso no hubiera cerrado el subterráneo mientras el otro no se lo devolviese. Pero todos los magos son, por esencia, semejantes a aquel magrebín hermano suyo; a pesar del poder de la hechicería y de su ciencia maldita, no saben prever las consecuencias de las acciones más sencillas, y jamás piensan en precaverse de los peligros más vulgares. ¡Porque con su orgullo y su confianza en sí mismos, nunca recurren al Señor de las criaturas, y su espíritu permanece constantemente oscurecido por una humareda más espesa que la de sus fumigaciones, y tienen los ojos tapados por una venda, y van a tientas por las tinieblas!

Y he aquí que, cuando el desesperado Aladino frotó, sin querer, el anillo que llevaba en el pulgar y cuya virtud ignoraba...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

¿Querés saber como sigue la historia? Continúa su lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota IV"

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota II - Las mil y una noches




En la 734a noche
Ella dijo:
"...Y en aquel mismo momento olvidé mis fatigas y mis preocupaciones y creí enloquecer de alegría. Pero ¡Ay que no tardé en saber, por boca de este niño, que mi hermano había fallecido en la misericordia de Alá el Altísimo! ¡Ah!¡Terrible noticia que me hace caer de bruces, abrumado de emoción y de dolor! Pero ¡Oh mujer de mi hermano! ya te contaría el niño probablemente que, con su aspecto y su semejanza con el difunto, ha logrado consolarme un poco, haciéndome recordar el proverbio que dice: El hombre que deja posteridad, no muere."

Así habló el magrebín. Y advirtió que, ante aquellos recuerdos evocados, la madre de Aladino lloraba amargamente. Y para que olvidara sus tristezas y se distrajera de sus ideas negras, se encaró con Aladino y variando la conversación le dijo: "Hijo mío, ¿Qué oficio aprendiste y en qué trabajo te ocupas para ayudar a tu pobre madre y vivir ambos?"

Y al oír aquello, avergonzado de su vida por primera vez, Aladino bajó la cabeza mirando el suelo. Y como no decía palabra, contestó en lugar suyo su madre: "¡Oh hermano de mi esposo! ¿Un oficio, tener un oficio Aladino? ¿Quién piensa en eso? ¡Por Alá, que no sabe nada absolutamente! ¡ah! nunca vi un niño tan travieso. Se pasa todo el día corriendo con otros niños del barrio, que son unos vagabundos, unos pillastres, unos haraganes como él, en vez de seguir el ejemplo de los hijos buenos, que están en la tienda con sus padres ¡Sólo por causa suya murió su padre, dejándome amargos recuerdos! Y también yo me veo reducida a un triste estado de salud. Y aunque apenas si veo con mis ojos, gastados por las lágrimas y las vigilias, tengo que trabajar sin descanso y pasarme días y noches hilando algodón, para tener con qué comprar dos panes de maíz, lo preciso para mantenernos a ambos. ¡Y tal es mi condición! Y te juro por tu vida, ¡oh hermano de mi esposo!, que sólo entra él en casa a las horas precisas de las comidas. Y esto es todo lo que hace. Así es que a veces, cuando me abandona de tal suerte, por más que soy su madre, pienso cerrar la puerta de la casa y no volver a abrírsela, a fin de obligarle a que busque un trabajo que le dé para vivir. ¡Y luego me falta valor para hacerlo; porque el corazón de una madre es compasivo y misericordioso ¡Pero mi edad avanza, y me estoy haciendo muy vieja, oh hermano de mi esposo! ¡Y mis hombros no soportan las fatigas que antes! ¡Y ahora apenas si mis dedos me permiten dar vuelta al huso! ¡Y no sé hasta cuándo voy a poder continuar una tarea semejante, sin que me abandone la vida, como me abandona mi hijo, este Aladino, que tienes delante de ti, oh hermano de mi esposo!"

Y se echó a llorar.
Entonces el magrebín se encaró con Aladino y le dijo: "Ah, oh hijo de mi hermano, ¡en verdad que no sabía yo todo eso que a ti se refiere! ¿Por qué marchas por esa sensa de haraganería? ¡Qué vergüenza para ti, Aladino!¡Eso no está bien en hombres como tú! ¡Te hallas dotado de razón, hijo mío, y eres un vástago de buena familia! ¿No es para ti una deshonra, dejar así que tu pobre madre, una mujer vieja, tenga que mantenerte, siendo tú un hombre con edad para tener una ocupación con que pudieras mantenerlos a ambos...? ¡Oh hijo mío! ¡Y por cierto que gracias a Alá, lo que sobra en nuestra ciudad son maestros de oficio! ¡Sólo tendrás, pues, que escoger tú mismo el oficio que más te guste, y yo me encargaré de colocarte! Y de ese modo, cuando seas mayor, hijo mío, tendrás entre tus manos un oficio seguro que te proteja contra los embates de la suerte. ¡Habla ya! ¡Y si no te agrada el trabajo de aguja, oficio de tu difunto padre, busca otra cosa y avísamelo! Y yo te ayudaré todo lo que pueda¡oh hijo mío!"

Pero en vez de contestar, Aladino continuó con la cabeza baja y guardando silencio, con lo cual indicaba que no quería más oficio que el de vagabundo. Y el magrebín advirtió su repugnancia por los oficios manuales, y trató de atraérsele de otra manera. Y le dijo, por tanto: "¡Oh hijo de mi hermano! ¡no te enfades ni te apenes por mi insistencia! Pero déjame añadir que, si los oficios te repugnan, estoy dispuesto caso de que quieres ser un hombre honrado, a abrirte una tienda de mercader de sederías en el zoco grande. Y te surtiré la tienda con las telas más caras y brocados de calidad más fina. ¡Y así te harás con buenas relaciones entre los mercaderes al por mayor! y te acostumbrarás a vender y comprar, tomar y dar. Y será excelente tu reputación en la ciudad. Y con ello honrarás la memoria de tu difunto padre. ¿Qué dices a esto? ¡Oh Aladino, hijo mío!"

Cuando Aladino escuchó esta proposición de su tío y comprendió que podría convertirse en un gran mercader del zoco, en un hombre de importancia, vestido con buenas ropas, con un turbante de seda y un lindo cinturón de diferentes colores, se regocijó en extremo. Y miró al magrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje significaba: Acepto.

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 735a noche

Ella dijo:
"... Y miró al magrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje significaba claramente: Acepto. Y el magrebín comprendió entonces que le agradaba la proposición y dijo a Aladino: "Ya que quieres convertirte en personaje de importancia, en un mercader con tienda abierta, procura en lo sucesivo hacerte digno de tu nueva situación. Y sé un hombre desde ahora ¡oh hijo de mi hermano! Y mañana, si Alá quiere, te llevaré al zoco, y empezaré con comprarte un hermoso traje nuevo, como lo llevan los mercaderes ricos, y todos los accesorios que exige. ¡Y hecho esto, buscaremos juntos una tienda buena para instalarte en ella!"

¡Eso fue todo! Y la madre de Aladino, que oía aquellas exhortaciones y veía aquella generosidad, bendecía a Alá el Bienhechor, que de manera tan inesperada le enviaba a un pariente, que la salvaba de la miseria y llevaba por el buen camino a su hijo Aladino. Y sirvió la comida con el corazón alegre, como si se hubiese rejuvenecido veinte años. ¡Y comieron y bebieron, sin dejar de charlar de aquel asunto que tanto les interesaba a todos! Y el magrebín empezó por iniciar a Aladino en la vida y los modales de los mercaderes, y por hacerle que se interesara mucho en su nueva condición. Luego, cuando vio que la noche iba ya mediada, se levantó y se despidió de la madre de Aladino y besó a Aladino. Y salió, prometiéndole que volvería al día siguiente. Y aquella noche, con alegría, Aladino no pudo pegar los ojos y no hizo más que pensar en la vida encantadora que le esperaba.

Y he aquí que al día siguiente, a primera hora, llamaron a la puerta. Y la madre de Aladino fue a abrir por sí misma, y vio que precisamente era el hermano de su esposo, el magrebín, que cumplía su promesa de la víspera. Sin embargo, a pesar de las instancias de la madre de Aladino, no quiso entrar, pretextando que no era hora de visitas, y solamente pidió permiso para llevarse a Aladino consigo al zoco. Y Aladino, levantando y vestido ya, corrió en seguida a ver a su tío, y le dio los buenos días y le besó la mano. Y el magrebín le cogió la mano y se fue con él al zoco. Y entró con él en la tienda del mejor mercader, y pidió un traje que fuese el más hermoso y el más lujoso entre los trajes a la medida de Aladino... Y el mercader le enseñó varios el cual más hermoso. Y el magrebín dijo a Aladino: "¡Escoge tú mismo el que te guste, hijo mío!" Y en extremo encantado de la generosidad de su tío, Aladino escogió uno que era todo seda rayada y reluciente. Y también escogió un turbante de muselina de seda recamada de oro fino, un cinturón de Cachemira y botas de cuero rojo brillante. Y el magrebín lo pagó todo sin regatear y entregó el paquete a Aladino diciéndole: "¡Vamos ahora al hammam para que estés bien limpio antes de vestirte de nuevo!" Y le condujo al hammam, y entró con él en una sala reservada, y le bañó con sus propias manos; y se bañó él también. Luego pidió los refrescos que suceden al baño; y ambos bebieron con delicia y muy contentos. Y entonces se puso Aladino el suntuoso traje consabido de seda rayada y reluciente, se colocó el hermoso turbante, se ciñó al talle el cinturón de las Indias y se calzó las botas rojas. Y se este modo estaba hermoso cual la luna y comparable a algún hijo de rey o de sultán. Y en extremo encantado de verse transformado así, se acercó a su tío y le besó la mano y le dio muchas gracias por su generosidad. Y el magrebín le besó y le dijo: "Todo esto no es más que el comienzo" Y salió con él del hammam y le llevó a los zocos más frecuentados, y le hizo visitar las tiendas de los grandes mercaderes. Y hacíale admirar las telas más ricas y los objetos de precio, enseñándole el nombre de cada cosa en particular; y le decía: "¡Como vas a ser mercader es preciso que te enteres de los pormenores de ventas y compras!" Luego le hizo visitar los edificios notables de la ciudad y las mezquitas principales y los khans en que se alojaban las caravanas. Y terminó el paseo haciéndole ver los palacios del sultán y los jardines que los circundaban. Y por último le llevó al khan grande, donde paraba él, y le presentó a los mercaderes conocidos suyos diciéndole: "Es el hijo de mi hermano". y les invitó a todos a una comida que dio en honor de Aladino, y les regaló con los manjares más selectos, y estuvo con ellos y con Aladino hasta la noche.

Entonces se levantó y se despidió de sus invitados, diciéndoles que iba a llevar a Aladino a su casa. Y en efecto, no quiso dejar volver solo a Aladino, y le cogió de la mano y se encaminó con él a casa de la madre. Y al ver a su hijo tan magníficamente vestido, la pobre madre de Aladino creyó perder la razón de la alegría. Y emepzó a dar gracias y a bendecir mil veces a su cuñado, diciéndole: "Oh hermano de mi esposo. aunque toda la vida estuviera dándote las gracias, jamás te agradecería bastante tus beneficios" Y contestó el magrebín: "Oh mujer de mi hermano, no tiene ningún mérito, verdaderamente ningún mérito, el que yo obre de esta manera, porque Aladino es hijo mío y mi deber es de servirle de padre en lugar del difunto. No te preocupes, pues, por él y estáte tranquila". Y dijo la madre de Aladino, levantando los brazos al cielo: "¡Por el honor de los santos antiguos y recientes, ruego a Alá que te guarde y te conserve, oh hermano de mi esposo, y prolongue tu vida para nuestro bien, a fin de que seas el ala cuya sombra proteja siempre a este niño huérfano! y ten la seguridad de que él, por su parte, obedecerá siempre tus ordenes y no hará más que lo que le mandes." Y dijo el magrebín: "Oh mujer de mi hermano, Aladino se ha convertido en hombre sensato porque es un excelente mozo, hijo de buena familia. Y espero desde luego que será digno descendiente su padre y refrescará tus ojos". Luego añadió: " Dispénsame, oh mujer de mi hermano, porque mañana viernes no se abra la tienda prometido pues ya sabes que que el viernes están cerrados los zocos y que no sé puede tratar de negocios. Pero pasado mañana, sábado se hará, si Alá quiere. Mañana, sin embargo, vendré por Aladino para continuar instruyéndole y le haré visitar los sitios públicos y los jardines situados fuera de la ciudad adonde van a pasear los mercaderes ricos, a fin de que así pueda habituarse a la contemplación del lujo y de la gente distinguida. ¡Porque hasta hoy no ha frecuentado más trato que el de los niños y es preciso que conozca ya a hombres y que ellos le conozcan". Y se despidió de la madre de Aladino, besó a Aladino y se marchó...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 736a noche

Ella dijo:
"...Y se despidió de la madre de Aladino, besó a Aladino y se marchó. Y Aladino pensó aquella noche en todas las cosas hermosas que acababa de ver y en las alegrías que acababa de experimentar; y se prometió nuevas delicias para el siguiente día. Así es que se levantó con la aurora, sin haber podido pegar los ojos, y se vistió sus ropas nuevas, y empezó a andar de un lado para otro, enredándose los pies con aquel traje largo, al cual no estaba acostumbrado. Luego, como su impaciencia le hacía pensar que el magrebín tardaba demasiado, salió a esperarle a la puerta, y acabó por verle aparecer. Y corrió a él como un potro y le besó la mano. Y el magrebín le bezó y le hizo muchas caricias, y le dijo que fuera a advertirle a su madre de que se le llevaba. Después le cogió de la mano y se fue con él. Y echaron a andar juntos, hablando de unas cosas y de otras; y franquearon las puertas de la ciudad, de donde nunca había salido aún Aladino. Y empezaron a aparecer ante ellos las hermosas casas particulares y los hermosos palacios rodeados de jardines; y Aladino los miraba maravillado, y cada cual le parecía más hermoso que el anterior. Y así anduvieron mucho por el campo, acercándose cada vez al fin que se proponía el magrebín. Pero lelgó un momento en que Aladino comenzó a cansarse, y dijo al magrebín: "oh tío mío, ¿Tenemos que andar mucho todavía? Mira que hemos dejado atrás los jardines y ya sólo tenemos delante de nosotros las montañas. Además estoy fatigadísimo y quisiera tomar un bocado." Y el magrebín se sacó del cinturón un pañuelo con frutas y pan y dijo a Aladino: "Aquí tienes, hijo mío, con qué saciar tu hambre y tu sed. Pero aún tenemos que andar un poco para llegar al paraje maravilloso que voy a enseñarte y que no tiene igual en el mundo. ¡Repón tus fuerzas y toma alientos, Aladino, que ya eres un hombre!" y continuó animándole, a lavez que le daba consejos sabios y prudentes. Y consiguió distraerle de tal manera que acabó por llegar con él a un valle desierto al pie de la montaña, y en donde no había más presencia que la de Alá.

¡Allí precisamente terminaba el viaje del magrebín! Y para llegar a aquel valle había salido del fondo del Magreb y había ido a los confines de China.

Se encaró entonces con Aladino, que estaba extenuado de fatiga, y le dijo sonriendo: "Ya hemos llegado, hijo mío, Aladino". Y se sentó en una roca y le hizo sentarse al lado suyo y le abrazó con mucha ternura, y le dijo: "Descansa un poco, Aladino. Porque al fin voy a mostrarte lo que jamás vieron los ojos de los hombres. Si, Aladino, en seguida vas a ver aquí mismo un jardín más hermoso que los jardines de la tierra. Y sólo cuando hayas admirado las maravillas de ese jardín tendrás verdaderamente razón para darme gracias y olvidarás las fatigas de la marcha y bendecirás el día en que me encontraste por primera vez". Y le dejó descansar un instante, con los ojos muy abiertos de asombro al pensar iba a ver un jardín en un paraje donde no había más que rocas desperdigadas y matorrales. Luego le dijo: "Levántate ahora, Aladino, y recoge entre esos matorrales las ramas más secas y los trozos de leña que encuentres y tráemelos. y entonces verás el espectáculo gratuito al que te invito". Y Aladino se levantó y se apresuró a recoger entre los materrolaes y la maleza una gran cantidad de ramas secas y trozos de leña, y se los llevó al magrebín, que le dijo: "Ya tengo bastante. ¡Retírate ahora y ponte detrás de mí!" Y Aladino obedeció a su tío y fue a colocarse a cierta distancia detrás de él.

Entonces el magrebín sacó del cinturón un eslabón, con que hizo lumbre, y prendió fuego al montón de ramas y hierbas secas, que llamearon crepitando. Y al punto sacó del bolsillo una caja de concha, la abrió y tomó un poco de incienso que arrojó en medio de la hoguera. Y levantó una humareda muy espesa que apartó él con sus manos a un lado y a otro, murmurando fórmulas en una lengua incomprensible en absoluto para Aladino. Y en aquel mismo momento tembló la tierra, y se conmovieron sobre su base las rocas y se entreabrió el suelo en un espacio de unos diez codos de anchura. Y en el fondo de aquel agujero apareció una losa horizontal de mármol de cinco codos de ancho con una anilla de bronce en el medio.

Al ver aquello, Aladino, espantado, lanzó un grito, y cogiendo con los dientes el extremo de su traje, volvió la espalda y emprendió la fuga agitando las piernas. Pero de un salto el magrebín cayó sobre él y le atrapó. Y le miró con ojos medrosos, le zarandeó teniéndole cogido de una oreja, y levantó la mano y le aplicó una bofetada tan terrible que por poco le salta los dientes, y Aladino quedó todo aturdido y se cayó al suelo.

Y he aquí que el magrebín no le había tratado de aquel modo más que por dominarle de una vez para siempre, ya que le necesitaba para la operación que iba a realizar, y sin él no podía intentar la empresa para que había venido. Así es que cuando le vio atontado en el suelo, le levantó, y le dijo con una voz que procuró muy dulce: "¡Sabe, Aladino, que si te traté así fue para enseñarte a ser un hombre! Porque soy tu tío, el hermano de tu padre, y me debes obediencia" Luego añadió con una voz de lo más dulce: " ¡Vamos Aladino, escucha bien lo que voy a decirte, y no pierdas ni una sola palabra! Porque si así lo haces, sacarás de ello ventajas considerables y en seguida olvidarás los trabajos pasados". Y le besó, y teniéndole para en adelante completamente sometido y dominado, le dijo: " Ya acabas de ver, hijo mío, como se ha abierto el suelo en virtud de las fumigaciones y fórmulas que he pronunciado. Pero es preciso que sepas que obré de tal suerte únicamente por tu bien; porque debajo de esta losa de mármol que ves en el fondo del agujero con una anilla de bronce, se halla un tesoro que está inscripto a tu nombre y no puede abrirse más que con tu presencia. Y ese tesoro que te está destinado, te hará más rico que todos los reyes. Y para demostrarte que ese tesoro está destinado a ti y no a ningún otro, sabe que sólo a ti en el mundo te es posible tocar esta losa de mármol y levantarla; pues yo mismo, a pesar de todo mi poder, que es grande, no podría echar mano a la anilla de bronce ni levantar la losa, aunque fuese mil veces más poderoso y más fuerte de lo que soy. ¡Y una vez levantada la losa, no me sería posible penetrar en el tesoro, ni bajar un escalón siquiera! A ti únicamente incumbe hacer lo que no puedo hacer yo por mí mismo. Y para ello no tienes más que ejecutar al pie de la letra lo que voy a decirte. Y así serás el amo del tesoro, que partiremos con tanta equidad en dos partes iguales, una para ti, y otra para mi."

Al oír estas palabras del magrebín, el pobre Aladino se olvidó de las fatigas y de la bofetada recibida y contestó..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Continúa leyendo esta fantástica historia en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota III"

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota I - Las mil y una noches

"Aladino y la lámpara maravillosa", al igual que "Los viajes de Simbad" y "Alí Babá y los cuarenta ladrones", es uno de los tantos relatos presentes en "Las mil y una noches" que al ir pasando el tiempo, fueron adaptados para niños. Aladino, del árabe Alá-eddin, significa altura o gloria de la fe, curioso, no?
El relato que traigo hoy, es el original, el que figura en la traducción de  Las mil y una noches que tengo (Traducción directa del árabe por Dr. J. C. Mardrus). Lo iré subiendo por partes ya que a Scheherazada le llevó varias noches llegar al final...y a mí me llevará unas cuantas noches también editar cada nota...

Nota importante: Algunos fragmentos no son adecuados para niños pequeños por lo que no deben hacerles una lectura directa sino adaptarlo a su edad o bien recurrir a alguna de las tantas versiones infantiles que existen. 


El relato comienza, entonces, en la 731a noche...

He llegado a saber ¡Oh rey afortunado!, ¡oh dotado de buenos modales!, que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciudad entre las ciudades de China, y de cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había - pero Alá es más sabio - un hombre que era sastre de oficio y pobre de condición. Y aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino, que era un niño mal educado y que desde su infancia resultó un galopín muy enfadoso. Y he aquí que, cuando el niño llegó a la edad de diez años, su padre quiso hacerle aprender, por lo pronto, algún oficio honrado; pero, como era muy pobre, no pudo atender a los gastos de la instrucción, y tuvo que limitarse a tener con él en la tienda al hijo, para enseñarle el trabajo de aguja en que consistía el propio oficio. Pero Aladino, que era un niño indómito, acostumbrado a jugar con los muchachos del barrio, no pudo amoldarse a permanecer un sólo día en la tienda. Por lo contrario, en lugar de estar atento al trabajo, acechaba el instante en que su padre se veía obligado a ausentarse, por cualquier motivo o a volver la espalda para atender a un cliente, y al punto el niño recogía la labor a toda prisa y corría a reunirse por calles y jardines con los bribones de su calaña. Y tal era la conducta de aquel rebelde, que no quería obedecer a sus padres ni aprender el trabajo de la tienda. Así que su padre, my apenado y desesperado por tener un hijo tan dado a todos los vicios, acabó por abandonarle a su libertinaje; y su dolor le hizo contaer una enfermedad, de la que hubo de morir. ¡Pero no por eso se corrigió Aladino de su mala conducta!.

Entonces la madre de Aladino, al ver que su esposo había muerto y que su hijo no era más que un bribón con el que no se podía contar para nada, se decidió a vender a la tienda y todos los utensilios de la tienda, a fin de poder vivir algún tiempo con el producto de la venta. Pero como todo se agotó enseguida, tuvo necesidad de acostumbrarse a pasar sus días y sus noches hilando lana y algodón, para ganar algo y alimentarse y alimentar al ingrato de su hijo.

En cuanto a Aladino, cuando se vio libre del temor a su padre, no le retuvo ya nada y se entregó a la pillería y la perversidad. Y se pasaba todo el día fuera de casa para no entrar más que a las horas de comer. Y la pobre y la desgraciado madre, a pesar de las incorrecciones de su hijo para con ella, y del abandono en que la tenia, siguió manteniéndole con el trabajo de sus manos y el producto de sus desvelos, llorando sola lágrimas muy amargas. Y así fue cómo Aladino llegó a la edad de quince años. Y era verdaderamente hermoso y bien formado, con dos magníficos ojos negros, y una tez de jazmín, y un aspecto de lo más seductor.

Un día entre los días, estando él en medio de la plaza que había a la entrada de loz zocos del barrio, sin ocuparse más que de jugar con los pillastres y vagabundos de su especie, acertó a pasar por allí un derviche magrebín, que se detuvo mirando a los muchachos obstinadamente. Y acabó por posar en Aladino sus miradas, y por observarle de una manera bastante singular y con una atención particular, sin ocuparse ya de los otros niños, camaradas suyos. Y aquel derviche, que venía del último confín de Magreb, de las comarcas del interior lejano, era un insigne mago muy versado en la astrología y en la ciencia de las fisonomías; y en virtud de su hechicería podía conmover y hacer chocar unas con otras las montañas más altas. Y continuó observando a Aladino con mucha insistencia y pensando: "¡He aquí por fin el niño que necesito, el que busco desde largo tiempo y en pos del cual partí de Magreb, mi país!"

En este momento de su narración Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 732a noche

Ella dijo:
"¡...He aquí por fin el niño que necesito, el que busco desde largo tiempo y en pos del cual partí de Magreb, mi país!"  Y aproximóse sigilosamente a uno de los muchachos, aunque sin perder de vista a Aladino, le llamó aparte sin hacerse notar, y por él se informó minuciosamente del padre y de la madre de Aladino, así como de su nombre y de su condición. Y con aquellas señas, se acercó a Aladino sonriendo, consiguió atraerle a una esquina, y le dijo: "¡Oh, hijo mío!¿No eres Aladino, el hijo del honrado sastre?" Y Aladino contestó: "Sí, soy Aladino. En cuanto a mi padre, hace mucho que ha muerto". Al oír estas palabras, el derviche magrebín se colgó al cuello de Aladino, y le cogió en brazos, y estuvo mucho tiempo besándole las mejillas, llorando ante él en el límite de la emoción. Y Aladino, extremadamente sorprendido, le preguntó: " ¿A qué obedecen tus lágrimas, señor?¿Y de qué conocías a mi difunto padre?" Y contestó el magrebín, con una voz muy triste y entrecortada: "Ah, hijo mío, ¿Cómo no voy a verter lágrimas de duelo y dolor, si soy tu tío, y acabas de revelarme de manera tan inesperada la muerte de tu difunto padre, mi pobre hermano?¡Oh hijo mío!, has de saber, en efecto, que llego a este país, después de abandonar mi patria y afrontar los peligros de un largo viaje, únicamente con la halagüeña esperanza de volver a ver a tu padre, y disfrutar con él la alegría del regreso y de la reunión. ¡Ay! ¡y he aquí que me cuentas su muerte!" Y se detuvo un instante, como sofocado de emoción; luego añadió "Por cierto, oh hijo de mi hermano, que en cuanto te divisé, mi sangre se sintió atraía por tu sangre y me hizo reconocerte en seguida, sin vacilación, entre todos tus camaradas. ¡Y aunque cuando yo me separé de tu padre no habías nacido tú, pues aún no se había casado, no tardé en reconocer en ti sus facciones y su semejanza! Y eso es precisamente lo que me consuela un poco de su pérdida. ¡Ah! ¡Qué calamidad cayó sobre mi cabeza! ¿Dónde estás ahora, hermano mío, a quién creí abrazar al menos una vez, después de tan larga ausencia y antes de que la muerte viniera a separarnos para siempre? ¡Ay! ¿Quién puede envanecerse de impedir que ocurra lo que tiene que ocurrir? En adelante, tú serás mi consuelo y reemplazarás a tu padre en mi afección, puesto que tienes sangre suya y eres su descendiente; porque dice el proverbio: ¡Quien deja posteridad no muere!"

Luego el magrebín sacó de su cinturón diez dinares de oro y se los puso en la mano a Aladino, preguntándole: "¡Oh, hijo mío! ¿Dónde habita tu madre, la mujer de mi hermano?" Y Aladino, completamente conquistado por la generosidad y la cara sonriente del magrebín, le cogió de la mano, le condujo al extremo de la plaza y le mostró con el dedo el camino de su casa, diciendo: "Allí vive". Y el magrebín le dijo: "Estos diez dinares que te doy, ¡Oh hijo mío! se los entregarás a la esposa de mi difunto hermano transmitiéndole mis zalemas. ¡Y le anunciarás que tu tío acaba de llegar de viaje, tras larga ausencia en el extranjero, y que espera, si Alá quiere, poder presentarse en la casa mañana, para formular por sí mismo los deseos a la esposa de su hermano y ver los lugares donde pasó su vida el difunto y visitar su tumba!".

Cuando Aladino oyó estas palabras del magrebín, quiso inmediatamente complacerle, y después de besarle la mano, se apresuró a correr con alegría a su casa, a la cual llegó al contrario que de costumbre, a una hora que no era la de comer, y exclamó al entrar: "¡Oh madre mía! ¡Vengo a anunciarte que tras larga ausencia en el extranjero, acaba de llegar de viaje mi tío, y te trasnmite sus zalemas!" Y contestó la madre de Aladino, muy asombrada de aquel lenguaje insólito y de aquella entrada inesperada: "¡Cualquiera diría, hijo mío, que quieres burlarte de tu madre! Porque ¿Quién es ese tío de que me hablas? ¿Y de dónde y desde cuando tienes un tío que esté vivo todavía?" Y dijo Aladino: ¡Oh madre mía! ¿Cómo puedes decir, que no tengo tío pariente que esté vivo aún, si el hombre en cuestión es hermano de mi difunto padre? ¡Y la prueba está en que me estrechó contra su pecho y me besó llorando, y me encargó que viniera a darte la noticia y a ponerte al corriente ". Y dijo la madre de Aladno: "Si, hijo mío, ya sé que tenías un tío; pero hace largos años que murió. ¡Y no supe que desde entonces tuvieras nunca otro tío!" Y miró con ojos muy asombrados a su hijo Aladino que ya se ocupaba de otra cosa. Y no le dijo nada más acerca del particular de aquel día. Y Aladino, por su parte, no le habló de la dádiva del magrebín.

Añ día siguiente, Aladino salió de casa a primera hora de la mañana; el magrebín, que ya andaba buscándole, le encontró en el mismo sitio que la víspera, dedicado a divertirse, como de costumbre, con los vagabundos de su edad. Y se acercó inmediatamente a él, le cogió de la mano, le estrechó contra su corazón, y le besó con ternura. Luego sacó de su cinturón dos dinares y se los entregó diciendo: "Ve a buscar a tu madre y dile, dándole, estos dos dinares: mi tío tiene intención de venir esta noche a cenar con nosotros, y por eso te envía este dinero para que prepares manjares excelentes" Luego añadió, inclinándose hacia él "¡Y ahora, ya Aladino, enseñame por segunda vez el camino de tu casa!" Y contestó Aladino: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos ¡oh tío mío!" y echó a andar delante y le enseñó el camino de su casa. Y el magrebín le dejó y se fue por su camino...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 733a noche

Ella dijo:
"...Y el magrebín le dejó y se fue por su camino. Y Aladino entró en la casa, contó a su madre lo ocurrido y le entregó los dos dinares diciéndole: "Mi tío va a venir esta noche a cenar con nosotros".
Entonces, al ver los dos dinares, se dijo la madre de Aladino: "Quizá no conociera yo a todos los hermanos del difunto" Y se levantó y a toda prisa fue al zoco, en donde compró provisiones necesarias para una buena comida, y volvió para ponerse enseguida a preparar los manjares. Pero como la pobre no tenía utensilios de cocina, fue a pedir prestados a las vecinas las cacerolas, los platos, y vajilla que necesitaba. Y estuvo cocinando todo el día; y al hacerse de noche, dijo a Aladino: "La comida está dispuesta, hijo mío, y como tu tío no sabe bien el camino de nuestra casa, deber salirle al encuentro o esperarle en la calle" Y Aladino contestó "Escucho y obedezco". Y cuando se disponía a salir, llamaron a la puerta. Y corrió a abrir él. Era el magrebín. E iba acompañado de un mandadero que llevaba en la cabeza una carga de frutas, de pasteles y bebidas. Y Aladino les introdujo a ambos. Y el mandadero se marchó cuando dejó su carga y le pagaron. Y Aladino condujo al magrebín a la habitaicón en que estaba su madre. Y el magrebín se inclinó y dijo con voz conmovida: "La paz sea contigo ¡Oh esposa de mi hermano!". Y la madre de Aladino le devolvió la zalema. Entonces el magrebín se echó a llorar en silencio. Luego preguntó: "¿Cual es el sitio en que tenía costumbre de sentarse el difunto?" Y la madre de Aladino le mostró el sitio en cuestión; y al punto se arrojó al suelo el magrebín y se puso a besar aquel lugar y a suspirar con lágrimas en los ojos y a decir: "¡Ah qué suerte la mía! ¡Ah que miserable suerte fue haberte perdido! ¡Oh hermano mío! ¡Oh estría en mis ojos!" Y continuó llorando y lamentándose de aquella manera, y con una cara tan transformada y tanta alteración de entrañas que estuvo a punto de desmayarse, y la madre de Aladino no dudó ni por un instante que fuese el propio hermano de su difunto marido. Y se acercó a él, le levantó del suelo, y le dijo: "Oh hermano de mi esposo, vas a matrte en balde a la fuerza de tanto llorar. ¡Ay lo que está escrito debe ocurrir!" Y siguió consolándole con buenas palabras hasta que se decidió a beber un poco de agua, para calmarse, y sentarse a comer.

Cuando estuvo puesto el mantel, el magrebín comenzó a hablar con la madre de Aladino. Y le contó lo que tenía que contarle diciéndole:
"Oh mujer de mi hermano. No te parezca extraordinario el no haber tenido ocasión de verme y el no haberme conocido en vida de mi difunto hermano. Porque hace treinta años que abandoné el país y partí para el extranjero, renunciando a mi patria. Y desde entonces no he cesado de viajar por las comarcas de la India y del Sindh, y de recorrer el país de los árabes y las tierras de otras naciones. ¡Y también estuve en Egipto y habité la magnífica ciudad de Masr, que es el milagro del mundo! Y tras de residir allá mucho tiempo, partí para el paíes del Magreb central, donde acabé por fiar mi residencia durante veinte años. Por ese entonces ¡Oh esposa de mi hermano" un día entre los días, estando en mi casa, me puse a pensar en mi tierra natal y en mi hermano. Y se me exacerbó el deseo de volver a ver mi sangre;y eché a llorar y empecé a lamentarme de mi estancia en país extranjero. Y al fin se hicieron tan intensas las nostalgias de mi separación y de mi alejamiento del ser que me era caro, que me decidí a emprender el viaje a la comarca que vio surgir mi cabeza de recién nacido. Y pensé para mi ánima: ¡Oh hombre! Cuántos años van transcurridos desde el día en que abandonaste tu ciudad y mundo. ¡Levántate, pues, y parte a verle de nuevo antes de la muerte! Porque ¿Quién sabe las calamidades del Destino, los accidentes de los días y las revoluciones del tiempo? 'Y no sería una suprema desdicha que murieras antes de regocijarte los ojos con la contemplación de tu hermano, sobre todo ahora que Alá - glorificado sea - te ha dado la riqueza, y tu hermano acaso siga en una condición de estrecha pobreza? ¡No olvides, por tanto, que con partir verificarás dos acciones excelentes: volver a ver a tu hermano y socorrerle!.

Y he aquí, que dominado por estos pensamientos ¡Oh mujer de mi hermano! me levanté al punto y me preparé para la marcha. Y tras de recitar la preglaria del viernes, y la Fatiha del Corán, monté al caballo y me encaminé a mi patria. Y después de muchos peligros y de las prolongadas fatigas del camino, con ayuda de Alá - glorificado sea - acabé por llegar con bien a mi ciudad, que es ésta. Y me puse inmediatamente a recorrer calles y barrios en busca de la casa de mi hermano. Y Alá permitió entonces que encontrase a este niño jugando con sus camaradas. ¡Oh mujer de mi hermano! ?Y por Alá el Todopoderoso, que apenas le vi sentí que mi corazón se derretía de emoción por él; y como la sangre reconocía a la sangre, no vacilé en suponer en él al hijo de mi hermano. Y en aquel mismo momento olvidé mis fatigas y mis preocupaciones, y creí enloquecer de alegría...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente...

Continúa leyendo esta historia en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota II"

La leyenda del jinete sin cabeza - Washington Irving

Esta noche, como para variar un poco de género, les presento la versión Disney de Sleep Hollow... un maravilloso cuento escrito por Washington Irving hace casi 200 años adaptado a dibujos animados.
‎"La leyenda de Sleepy Hollow", "El jinete sin Cabeza" o "Sleepy Hollow" a secas, título original, no entra exactamente en la categoría "cuentos para niños", pero la adaptación de Disney, obvio que si lo es :D
De momento no subiré el relato dado que no es exactamente lo que se diría un cuento corto... pero quien quiera leerlo que avise. Lo tengo en PDF y en epub
.

Podrás verla de corrido en la siguiente lista de reproducción: El jinete sin cabeza o bien individualmente en estos links
 



Federico y Catalina - Los hermanos Grimm

"Federico y Catalina", o "Federico y Catalinita", es un cuento de los hermanos Grimm que me hacía reír mucho cuando era chica. Tenía un libro que había sido de mi mamá (la tapa era la imagen que coloqué con el link). En ese libro, la torpeza de Catalina estaba ilustrada con imágenes muy cómicas donde Federico siempre se agarraba la cabeza... y yo no dejaba de reír cada vez que lo leía.
La traducción que publico en esta nota es de un libro recopilatorio de los Grimm editado para escuelas de la línea de la antroposofía.



Había una vez un hombre llamado Federico y una mujer llamada Catalinita, que acababan de contraer matrimonio y empezaban su vida de casados. Un día dijo el marido:

- Catalinita, me voy al campo; cuando vuelva, me tendrás en la mesa un poco de asado para calmar el hambre, y un trago fresco para apagar la sed.
- Márchate tranquilo, que cuidaré de todo.

Al acercarse la hora de comer, descolgó la mujer una salchicha de la chimenea, la echó en una sartén, la cubrió de mantequilla y la puso al fuego. La salchicha comenzó a dorarse y hacer: ¡Chup, chup! mientras Catalina, sosteniendo el mango de la sartén, dejaba volar sus pensamientos. De pronto se le ocurrió: "Mientras se acaba de dorar la salchicha, bajaré a la bodega a preparar la bebida". Dejando, pues, afianzada la sartén, cogió una jarra, bajó a la bodega y abrió la espita de la cerveza; y mientras ésta fluía a la jarra, ella lo miraba. De repente pensó: "¡Caramba! El perro no está atado; si se le ocurre robar la salchicha de la sartén, me habré lucído". Y en un santiamén, se plantó arriba. Pero ya el chucho tenía la salchicha en la boca y se escapaba con ella, arrastrándola por el suelo.
Catalinita, ni corta ni perezosa, se lanzó en su persecusión y estuvo corriendo buen rato tras él por el campo; pero el perro, más ligero que Catalinita, sin soltar su presa pronto estuvo fuera de su alcance.

- ¡Lo perdido, perdido está! - exclamó Catalinita, renunciando a la morcilla; y como se había sofocado y cansado con la carrera, volvióse despacito para refrescarse.

Mientras tanto seguía manando la cerveza del barril, pues la mujer se había olvidado de cerrar la espita, y cuando ya la jarra estuvo llena, el líquido empezó a correr por la bodega hasta que el barril quedó vacío. Catalinita vio el desastre desde lo alto de la escalera:

- ¡Diablos! - exclamó - ¿Qué hago yo ahora para que Federico no se dé cuenta?

Después de reflexionar unos momentos, recordó que de la última feria había quedado en el granero un saco de buena harina de trigo; lo mejor sería bajarla y echarla sobre la cerveza.

- Quien ahorra a su tiempo, día viene en que se alegra - se dijo; subió al granero, cargó con el saco y lo vació en la bodega, con tan mala suerte que fue a dar precisamente sobre la jarra llena de cerveza, la cual se volcó, perdiéndose incluso la bebida de Federico.
- ¡Eso es! - exclamó Catalinita - donde va el uno, que vaya el otro - y esparció la harina por el suelo de la bodega. Cuando hubo terminado, sintióse muy satisfecha de su trabajo y dijo:
- ¡Qué aseado y limpio queda ahora!

A mediodía llegó Federico.

- Bien, mujercita, ¿Qué me has preparado?
- ¡Ay, Federiquito! - respondió ella - quise freírte una salchicha pero mientras bajé por cerveza, el perro me la robó de la sartén, y cuando salí detrás de él, la cerveza se vertió, y al querer secar la cerveza con harina, volqué la jarra. Pero no te preocupes, que la bodega está bien seca.

Replicó Federico:

- ¡Catalinita, no debiste hacer eso! ¡Dejas que te roben la salchicha, que la cerveza se pierda, y aun echas a perder nuestra harina!
- ¡Tienes razón, Federiquito, pero no lo sabía! - Debiste avisármelo

Pensó el hombre: "Con una mujer así, habrá que ser más previsor". Tenía ahorrada una bonita suma de ducados; los cambió en oro y dijo a Catalina:

- Mira, eso son chapitas amarillas; las meteré en una olla y las enterraré en el establo, bajo el pesebre de las vacas. Guárdate muy bien de tocarlas, pues de lo contrario lo vas a pasar mal.

Respondió ella:

- No, Federiquito, puedes estar seguro de que no las tocaré.

Mas he aquí que cuando Federico se hubo marchado, se presentaron unos buhoneros que vendían escudillas y cacharros de barro, y preguntaron a la joven si necesitaba algunas de sus mercancías.

- ¡Oh, buena gente! - dijo Catalinita - no tengo dinero y nada puedo comprar; pero si quisieseis cobrar en chapitas amarillas, sí que os compraría algo.
- Chapitas amarillas ¿Por qué no? Deja que las veamos.
- Bajad al establo y buscad debajo del pesebre de las vacas; las encontraréis allí; yo no puedo tocarlas.

Los bribones fueron al establo y, removiendo la tierra, encontraron el oro puro. Cargaron con él y pusieron pies en polvorosa, dejando en la casa su carga de cacharros. Catalinita pensó que debía utilizar aquella alfarería nueva para algo; pero como en la cocina no hacía ninguna falta, rompió el fondo de cada una de las piezas y las colocó todas como adorno en los extremos de las estacas del vallado que rodeaba la casa. Al llegar Federico, sorprendido por aquella nueva ornamentación, dijo:

- Catalinita, ¿Qué has hecho?
- Lo he comprado, Federiquito, con las chapitas amarillas que guardaste bajo el pesebre de las vacas. Yo no fui a buscarlas; tuvieron que bajar los mismos buhoneros.
- ¡Dios mío! - exclamó Federico - ¡Buena la has hecho, mujer! Si no eran chapitas, sino piezas de oro puro ¡toda nuestra fortuna! ¿Cómo hiciste semejante disparate?
- Yo no lo sabía, Federiquito ¿Por qué no me advertiste?

Catalinita se quedó un rato pensativa y luego dijo:

- Oye, Federiquito, recuperaremos el oro, salgamos detrás de los ladrones.
- Bueno - respondió Federico - lo intentaremos; llévate pan y queso para que tengamos algo para comer en el camino.
- Federiquito, lo llevaré.

Partieron y como Federico era más ligero de piernas, Catalinita iba rezagada. "Mejor - pensó - así cuando regresemos tendré menos que andar". Llegaron a una montaña en la que, a ambos lado del camino, discurrían unas profundas roderas.

- ¡Hay que ver - dijo Catalinita - cómo han desgarrado, roto y hundido esta pobre tierra! ¿Jamás se repondrá esto!

Llena de compasión, sacó la mantequilla y se puso a untar las roderas, a derecha e izquierda, para que las ruedas no las oprimiesen tanto. Y, al inclinarse para poner en práctica su caritativa intención, cayóle uno de los quesos y echó a rodar monte abajo. Dijo Catalinita:

- Yo no vuelvo a recorrer este camino; soltaré el otro que vaya a buscarlo.

Y cogiendo otro queso, lo soltó en pos del primero. Pero como ninguno de los dos volviese, echó un tercero, pensando: "Tal vez quieran compañía, y no les guste subir solos". Al no reaparecer ninguno de los tres, dijo ella:

- ¿Qué querrá decir esto? A lo mejor, el tercero se ha extraviado; echaré el cuarto que lo busque.

Pero el cuarto no se portó mejor que el tercero, y Catalinita, irritada, arrojó el quinto y el sexto queso, que eran los últimos. Quedóse un rato parada, el oído atento, en espera de que volviesen; pero al cabo, impacientándose, exclamó:

- Para ir a buscar a la muerte serviríais. ¡Tanto tiempo, para nada! ¿Pensáis que voy a seguir aguardándoos? Me marcho y ya me alcanzareís, pues corréis más que yo.

Y prosiguiendo su camino, encontróse luego con Federico, que se había detenido a esperarla, pues tenpia hambre.

- Dame ya de lo que traes, mujer - Ella le alargó pan solo - ¿Dónde están la mantequilla y el queso?
- ¡Ay, Federiquito! - exclamó Catalina - Con la mantequilla unté los carriles, y los quesos no deberán tardar en volver. Se me escapó uno y solté a los otros en su busca.

Y dijo Federico:

- No debiste hacerlo, Catalinita.
- Federiquito, pero ¿Por qué no me avisaste?

Comieron juntos el pan seco, y luego Federico dijo:

- Catalinita, ¿aseguraste la casa antes de salir?
- No, Federiquito, como no me lo dijsite.
- Pues vuelve a casa y ciérrala bien antes de seguir adelante; y además, trae alguna otra cosa para comer, te aguardaré aquí.

Catalinita reemprendió el camino de vuelta, pensando: "Federiquito quiere comer alguna cosa; por lo visto no le gustan el queso y la mantequilla. Le traeré unos orejones en un pañuelo, y un jarro de vinagre para beber". Al llegar a su casa, cerró con cerrojo la puerta superior y desmontó la inferior y se la cargó a la espalda, creyendo que, llevándose la puerta, quedaría la casa asegurada. Con toda calma, recorrió de nuevo el camino, pensando: "Así Federiquito podrá descansar un rato". Cuando llegó adonde él aguardaba, le dijo:

- Toma, Federiquito, aquí tienes la puerta; así podrás guardar la casa mejor.
- ¡Santo Dios - exclamó él - y qué mujer más inteligente me habéis dado! Quitas la puerta de abajo para que todo el mundo pueda entrar, y cierras con cerrojo la de arriba. Ahora es demasiado tarde para volver; mas, ya que has traído la puerta, tú la llevarás.
- Llevaré la puerta, Federiquito, pero los orejones y el jarro de vinagre me pesan mucho. ¿Sabes qué? Los colgaré de la puerta, ¡Qué las lleve ella!

Llegaron al bosque y empezaron a buscar a los ladrones, pero no los encontraron. Al fin, como había oscurecido, subiéronse a un árbol, dispuestos a pasar allí la noche. Apenas se habían instalado en la copa, llegaron algunos de esos bribones que se dedican a llevarse por la fuerza lo que no quiere seguir de buen grado, y a encontrar las cosas antes de que se hayan perdido. Sentáronse al pie del árbol que servía de refugio a Federico y Catalina y, encendiendo una hoguera, se dispusieron a repartirse el botín. Federico bajó al suelo por el lado opuesto, recogió piedras y volvió a trepar, para ver de matar a pedradas a los ladrones. Pero las piedras no daban en el blanco, y los ladrones observaron:

- Pronto será de día, el viento hace caer las piñas.

Catalinita seguía sosteniendo la puerta en la espalda y, como le pesara más de lo debido, pensando que la culpa era de los orejones, dijo:

- Federiquitom tengo que soltar los orejones.
- No, catalinita, ahora no - respondió él - Podrían descubrirnos.
- ¡Ay, Federiquito! No tengo más remedio; pesan demasiado.
- ¡Pues suéltalos, en nombre del diablo!

Abajo rodaron los orejones por entre las ramas, y los bribones exclamaron:

- ¡Los pájaros hacen sus necesidades!

Al cabo de otro rato, como la puerta siguiera pesando, dijo Catalinita:

- ¡Ay, Federiquito! Tengo que verter el vinagre.
- No, Catalinita, no lo hagas, podría delatarnos.
- ¡Ay, Federiquito! Es preciso, no puedo con el peso.
- ¡Pues tíralo, en nombre del diablo! Y vertió el vinagre, rociando a los ladrones, los cuales dijeron:
- Ya está goteando el rocío.

Finalmente, pensó Catalinita: "¿No será la puerta lo que pesa tanto?", y dijo_

- Federiquito, tengo que soltar la puerta.
- ¡No, Catalinita, ahora no, podrían descubrirnos!
- ¡Ay, Federiquito! no tengo más remedio, me pesa demasiado.
- ¡No, Catalinita, sosténla firme!
- ¡Ay Federiquit, la suelto!
- ¡Pues suéltala, en nombre del diablo!

Y allá la echó, con un ruido infernal, y los ladrones exclamaron:

- ¡El diablo baja por el árbol! - y tomaron las de Villadiego, abandonándolo todo.

A la mañana siguiente, al descender los dos del árbol, encontraron todo su oro y se lo llevaron a casa. Cuando volvieron ya a estar aposentados, dijo Federico:

- Catalinita, ahora debes ser muy diligente y trabajar firme.
- Si, Federiquito, así lo haré. Voy al campo a cortar hierba.

Cuando llegó al campo, se dijo: "¿Qué haré primero: cortar, comer, o dormir? Empecemos por comer"
Y catalinita comió, después entróle sueño, por lo que cortando, medio dormida, se rompió todos los vestidos: el delantal, la falda, y la camisa, y cuando se despabiló, al cabo de mucho rato, viéndose medio desnuda, preguntóse: "¿Soy yo o no soy yo? ¡Ay, pues no soy yo!" Mientras tanto, había oscurecido; Catalinita se fue al pueblo y, llamando a la ventana de su marido, gritó:

- ¡Federiquito!
- ¿Qué pasa?
- ¿Está Catalinita en casa?
- Si, si - respondió Federico - debe de estar acostada, durmiendo.

Y dijo ella:

- Entonces es seguro que estoy en casa - y echó a correr. En despoblado encontróse con unos ladrones que se preparaban para robar. Acercándose a ellos, les dijo - Yo los ayudaré-

Los bribones pensaron que conocía las oportunidades del lugar y se declararon conformes. Catalinita pasaba por delante de las casas gritando:

- ¡Eh, gente! ¿Tenéis algo? ¡Queremos robar!
- ¡Buena la hemos hecho! - dijeron los ladrones, mientras pensaban como podrían deshacerse de Catalina. Al fin dijeron:
- A la salida del pueblo, el cura tiene un campo de remolachas; ve a recogernos un montón.

Catalinita se fue al campo a coger remolachas; pero lo hacía con tanto brío que no se levantaba del suelo. Acertó a pasar un hombre que, deteniéndose a mirarla, pensó que el diablo estaba revolviendo el campo. Corrió pues a la casa del cura y le dijo:

- Señor cura, en vuestro campo está el diablo arrancando remolachas.
- ¡Dios mío - exclamó el párroco - tengo una pierna coja, no puedo salir a echarlo! - Respondióle el hombre:
- Yo os ayudaré - y lo sostuvo hasta llegar al campo, en el preciso momento en que Catalinita se enderezaba.
- ¡Es el diablo! - exclamó el cura, y los dos echaron a correr; y el santo varón tenía tanto miedo que, olvidándose de su pierna coja, dejó atrás al hombre que lo había sostenido.