En la 741a noche
Ella dijo:
"...
Y he aquí que, cuando el desesperado Aladino frotó, sin querer, el
anillo que llevaba en el pulgar y cuya virtud ignoraba, vio surgir de
pronto ante él, como si brotara de la tierra, un inmenso y gigantesco
efrit, semejante a un negro embetunado, con una cabeza como un caldero, y
una cara espantosa, y unos ojos rojos, enormes y llameantes, el cual se
inclinó ante él, y con una voz tan retumbante cual el ruido del trueno,
le dijo: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres?
Habla ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el
agua!"
Al ver aquello, Aladino, que no era valeroso,
quedó muy muy aterrado; y en cualquier otro sitio y en cualquiera otra
circunstancia hubiera caído desmayado o hubiera procurado escapar. Pero
en aquella cueva, donde ya se creía muerto de hambre y de sed, la
intervención de aquel espantoso efrit parecióle un gran socorro, sobre
todo cuando oyó la pregunta que le hacía. Y al fin pudo mover la lengua y
contestar: "¡Oh gran jeque de los efrits del aire, de la tierra y del
agua, sácame de esta cueva!".
Apenas había él
pronunciado estas palabras, se conmovió y se abrió la tierra por encima
de su cabeza, y en un abrir y cerrar de ojos sintióse transportado fuera
de la cueva, en el mismo paraje donde encendió la hoguera el magrebín.
En cuanto al efrit, había desaparecido.
Entonces, todo
tembloroso de emoción todavía, pero muy contento por verse de nuevo al
aire libre, Aladino dio gracias a Alá el Bienhechor, que le había
librado de una muerte cierta y le había salvado de las emboscadas del
magrebín. Y miró en torno suyo y vio a lo lejos la ciudad en medio de
sus jardines. Y se apresuró a desandar el camino por donde le habpia
conducido el mago, dirigiéndose al valle sin volver la cabeza atrás ni
una vez. Y extenuado y falto de aliento, llegó ya muy de noche a la casa
en que le esperaba su madre lamentándose, muy inquieta por su tardanza.
Y corrió ella a abrirle, llegando a tiempo para acogerle en sus brazos,
en los que cayó el joven desmayado, sin poder resistir más la emoción.
Cuando
a fuerza de cuidados volvió Aladino de su desmayo, su madre le dio a
beber de nuevo un poco de agua de rosas. Luego, muy preocupada, le
preguntó que le pasaba. Y contestó Aladino: "¡Oh madre mía, tengo mucha
hambre!¡Te ruego, pues, que me traigas algo de comer porque no he tomado
nada desde esta mañana!" Y la madre de Aladino corrió a llevarle lo que
había en la casa. Y Aladino se puso a comer con tanta prisa que su
madre le dijo, temiendo que se atragantara: "¡No te precipites, hijo
mío, que se te va a reventar la garganta! Y si es que comes tan de prisa
para contarme cuanto antes lo que me tienes que contar, sabe que
tenemos por nuestro todo el tiempo. Desde el momento en que volví a
verte estoy tranquila, pero Alá sabe cuál fue mi ansiedad cuando noté
que avanzaba la noche sin que estuvieses de regreso" Luego se
interrumpió para decirle: "¡Ah hijo mío! modérate, por favor, y coge
trozos más pequeños" Y Aladino, que había devorado en un momento todo lo
que tenía delante, pidió de beber, y cogió el cantarillo de agua y se
lo vació en la garganta sin respirar. Tras de lo cual se sintió
satisfecho, y dijo a su madre: "¡Oh madre mía! Al fin voy a poder
contarte todo lo que me aconteció con el hombre a quien tu creías mi
tío, y que me ha hecho ver la muerte a dos dedos de mis ojos ¡Ah! tu no
saber que ni por asomo era tío mío ni hermano de mi padre, ese embustero
que me hacía tantas caricias y me besaba tan tiernamente, ese maldito
magrebín, ese hechicero, ese mentiroso, ese bribón, ese embaucador, ese
enredador, ese perro, ese sucio, ese demonio que no tiene par entre los
demonios sobre la faz de la tierra ¡Alejado sea el maligno!" Luego
añadió: "Oh madre, escucha lo que me ha hecho" Y dijo todavía: "Ah que
contento estoy de haberme librado de sus manos" Luego se detuvo un
momento, respiró con fuerza y de repente, sin tomar aliento, contó
cuanto le había sucedido, desde el principio hasta el fin, incluso la
bofetada, la injuria y lo demás, sin omitir un solo detalle. Pero no hay
ninguna utilidad en repetirlo.
Y cuando hubo acabado
su relato, se quitó el cinturón y dejó caer en el colchón que había en
el suelo, la maravillosa provisión de frutas transparentes y coloreadas
que hubo de coger del jardín. Y también cayó la lámpara en el montón,
entre bolas de pedrería.
Y añadió él para terminar:
"¡Oh madre! Esa es mi aventura con el mago, y aquí tienes lo que me ha
reportado mi viaje subterráneo" Y así diciendo, mostraba a su madre las
bolas maravillosas, pero con un aire desdeñoso que significaba: "Ya no
soy un niño para jugar con bolas de vidrio".
Mientras
estuvo hablando su hijo Aladino, la madre le escuchó, lanzando, en los
pasajes más sorprendentes o más conmovedores del relato, exclamaciones
de cólera contra el mago y de conmiseración para Aladino. Y no bien
acabó de contar él tan extraña aventura, no pudo ella reprimirse, y se
desató en injurias contra el magrebín, motejándole con todos los
dicterios que para calificar la conducta del agresor puede econtrar la
cólera de una madre que ha estado a punto de perder a su hijo. Y cuando
se desahogó un poco, apretó contra su pecho a su hijo Aladino y le besó
llorando, y dijo: "Oh hijo mío, debemos gracias a Alá que te ha sacado
sano y salvo de las manos de ese hechicero magrebín ¡Al traidor maldito!
¡Sin duda, quiso tu muerte por poseer esa miserable lámpara de cobre
que no vale medio dracma!¡Cuánto le detesto! ¡Cuanto abomino de él! Por
fin te recobré, pobre niño mío, hijo mío Aladino. Pero que peligros no
corriste por culpa mía, que debía adivinar, no obstante, en los ojos
bizcos de ese magrebín, que no era tío tuyo ni nada allegado, sino un
mago maldito y un descreído"
Y así diciendo, la madre
se sentó en el colchón con su hijo Aladino, y le meció dulcemente. Y
aladino, que no había dormido desde hacía tres días, preocupado por su
aventura con el magrebín, no tardó en cerrar los ojos y en dormirse en
las rodillas de su madre, halagado por el balanceo. Y le acostó ella en
el colchón con mil precauciones, y no tardó en acostarse y en dormirse
también junto a él.
Al día siguiente, al despertarse...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
En la 742a noche
Ella dijo:
"...
Al día siguiente al despertarse, empezaron por besarse mucho, y Aladino
dijo a su madre que su aventura le había corregido para siempre de la
travesura y haraganería, y que en lo sucesivo buscaría trabajo como un
hombre. Luego, como aún tenía hambre, pidió el desayuno, y su madre le
dijo: "Ay hijo mío, ayer por la noche te di todo lo que había en casa, y
ya no tengo ni un pedazo de pan. Pero ten un poco de paciencia y
aguarda a que vaya a vender el poco algodón que hube de hilar estos
últimos días y te compraré algo con el importe de la venta" Pero
contestó Aladino: "Oh madre, deja el algocón para otra vez, coge esta
lámpara vieja que me traje del subterráneo y ve a venderla al zoco de
los mercaderes de cobre. Y probablemente sacarás por ella algún dinero
que nos permita pasar todo el día" Y contestó la madre de Aladino:
"¡Verdad dices, hijo mío! y mañana cogeré las bolas de vidrio que
trajiste también de ese lugar maldito, e iré a venderlas en el barrio de
lso negros, que me las comprarán a más precio que los mercaderes de
oficio"
La madre de Aladino, cogió pues la lámára para
ir a venderla pero la encontró muy sucia, y dijo a Aladino: "Primero,
hijo mío, voy a limpiar esa lámpara que está sucia, a fin de dejarla
reluciente y sacar por ella el mayor precio posible" Y fue a la cocina,
se echó en la mano un poco de ceniza, que mezcló con agua, y se puso a
limpiar la lámpara. Pero apenas había empezado a frotarla cuando surgió
de pronto ante ella, sin saberse de dónde había salido, un espantoso
efrit, más feo indudablemente que el del subterráneo, y tan enorme que
tocaba el techo con la cabeza. Y se inclinó ante ella y dijo con voz
ensordecedora: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres?
Habla. Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la
tierra por donde me arrastro".
Cuando la madre de
Aladino vio esta aparición, que estaba tan lejos de esperarse, como no
estaba acostumbrada a semejantes cosas, se quedó inmóvil de terror; y se
le trabó la lengua y se le abrió la boca; y loca de miedo y horror, no
pudo soportar por más tiempo el tener a la vista una cara tan repulsiva y
espantosa como aquella, y cayó desmayada.
Pero
Aladino, que se hallaba también en la cocina, y que estaba ya un poco
acostumbrado a caras de aquella clase, después de la que había visto en
la cueva, quizás más fea y más monstruosa, no se asustó tanto como su
madre. Y comprendió que la causante de la aparición del efrit era
aquella lámpara; y se apresuró a quitársela de las manos a su madre que
seguía desmayada, y la cogió con firmeza entre los diez dedos, y dijo al
efrit: "¡oh servidor de la lámpara! tengo mucha hambre y deseo que me
traigas cosas excelentes en extremo para que las coma" y el genni
desapareció al punto, pero para volver un instante después llevando en
la cabeza una gran bandeja de plata maciza, en la cual había doce platos
de oro llenos de manjares olorosos y exquisitos al paladar y a la
vista, con seis panes muy calientes y blancos como la nieve y dorados
por en medio, dos frascos grandes de vino añejo, claro y excelente, y en
las manos un taburete de ébano incrustado de nácar y de plata, y dos
tazas de plata. Y puso la bandeja en el taburete, colocó con presteza lo
que tenía que colocar y desapareció discretamente.
Entonces
Aladino, al ver que su madre seguía desmayada, le echó en el rostro
agua de rosas y aquella frescura, complicada con las deliciosas
emanaciones de los manjares humeantes, no dejó de reunir los espíritus
dispersos y de hacer volver en sí a la pobre mujer. Y Aladino se
apresuró a decirle: "Oh madre, vamos, eso no es nada. levántate y ven a
comer. ¡Gracias a Alá, aquí hay con qué reponerte por completo el
corazón y los sentidos y con qué aplacar nuestra hambre! Por favor, no
dejemos enfriar estos manjares excelentes".
Cuando la
madre de Aladino vio la bandeja de plata, encima del hermoso taburete,
los doce platos de oro con su contenido, los seis maravillosos panes,
los dos frascos y las dos tazas, y cuando percibió su olfato el olor
sublime que exhalaban todas esas cosas buenas, se olvidó de las
circunstancias de su desmayo, y dijo a Aladino: "Oh hijo mío, Alá
proteja la vida de nuestro sultán. Sin duda ha oído hablar de nuestra
pobreza y nos ha enviado esta bandeja con uno de sus cocineros" Pero
Aladino contestó: "Oh madre mía, no es ahora el momento oportuno para
suposiciones y votos. Empecemos por comer, y ya te contaré después lo
que ha ocurrido"
Entonces la madre de Aladino fue a
sentarse junto a él, abriendo unos ojos llenos de asombro y de
admiración ante novedades tan maravillosas; y se pusieron ambos a comer
con gran apetito. Y experimentaron con ello tanto gusto que se
estuvieron mucho rato en torno a la bandeja sin cansarse de probar
manjares tan bien condimentados, de modo y manera que acabaron por
juntar comida de la mañana con la de la noche. Y cuando terminaron por
fin, reservaron para el día siguiente los restos de la comida. Y la
madre de Aladino fue a guardar en el armario de la cocina los platos y
su contenido, volviendo en seguida al lado de Aladino para escuchar lo
que tenía él que contarle acerca de aquel generosos obsequio. Y Aladino
le reveló entonces lo que había pasado, y cómo el genni, servidor de la
lámára, hubo de ejecutar la orden sin vacilación.
Entonces
la madre de Aladino, que había escuchado el relato de su hijo con un
espanto creciente, fue presa de gran agitación, y exclamó: "Ah hijo mío,
por la leche con que nutrí tu infancia te conjuro a que arrojes lejos
de ti esa lámpara y te deshagas de ese anillo, don de los malditos
efrit, pues no podré soportar por segunda vez la vista de caras tan feas
y espantosas, y me moriré a consecuencia de ello sin duda. Por cierto
que me parece que estos manjares que acabo de comer se me suben a la
garganta y van a ahogarme. Y además nuestro profeta Mahoma - ¡Bendito
sea! - nos recomendó mucho que tuviéramos cuidado con los genni y los
efrits, y no buscáramos su trato nunca". Aladino contestó: "Tus
palabras, madre mía, están por encima de mi cabeza y de mis ojos, pero
realmente no puedo deshacerme de la lámpara ni del anillo, porque el
anillo fue de suma utilidad al salvarme de una muerte segura en la
cueva, y tú misma acabas de ser testigo del servicio que nos ha prestado
esta lámpara, la cual es tan preciosa, que el maldito magrebín no
vaciló en venir a buscarla de tan lejos. Sin embargo, madre mía, para
darte gusto y por consideración a ti, voy a ocultar la lámpara a fin de
que su vista no te hiera los ojos y sea para ti motivo de temor en el
porvenir." Y contestó la madre de Aladino: "Haz lo que quieras, hijo
mío. Pero por mi parte, declaro que no quiero tener que ver nada con los
efrits ni con el servidor del anillo, ni con el de la lámpara. Y deseo
que no me hables más de ellos, suceda lo que suceda."
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
En la 743a noche
Ella dijo:
"¡...Y deseo que no me hables más de ellos, suceda lo que suceda"
Al
otro día, cuando se terminaron las excelentes provisiones, Aladino, sin
querer recurrir tan pronto a la lámpara, para evitar a su madre
disgustos, cogió uno de los platos de oro, se lo escondió en la ropa, y
salió con intención de venderlo en el zoco e invertir el dinero de la
venta en proporcionarse de las provisiones necesarias en la casa. Y fue a
la tienda de un judío que era más astuto que el Cheitán. Y sacó de su
ropa el plato de oro y se lo entregó al judío, que lo cogió, lo examinó y
preguntó a Aladino con aire distraído: "¿Cuánto pedís por esto?" Y
Aladino, que en su vida había visto platos de oro y estaba lejos de
saber el valor de semejantes mercaderías, contestó: "Oh mi señor, por
Alá tu sabrás mejor que yo lo que puede valer ese plato; y yo me fío en
tu tasación y en tu buena fe" Y el judío había visto bien que el plato
era del oro más puro y se dijo: "He aquí un mozo que ignora el precio de
lo que posee. Vaya un excelente provecho que me proporciona hoy la
bendición de Abrahán" Y abrió un cajón disimulado en el muro de la
tienda, y sacó de él una sola moneda de oro que ofreció a Aladino, y que
no representaba ni la milésima parte del valor del plato, y le dijo:
"Toma, hijo mío, por tu plato. Por Moisés y Aarón, que nunca hubiera
ofrecido semejante suma a otro que no fueses tú; pero lo hago sólo por
tenerte de cliente en lo sucesivo" Y Aladino cogió a toda prisa el dinar
de oro, y sin pensar siquiera en regatear, echó a correr muy contento. Y
al ver la alegría de Aladino y su prisa por marcharse, el judío sintió
mucho no haberle ofrecido una cantidad más inferior todavía, y estuvo a
punto de echar a correr detrás de él para rebajar algo de la moneda de
oro; pero renunció a su proyecto al ver que no podía alcanzarle.
En
cuanto a Aladino, corrió sin pérdida de tiempo a casa del panadero, le
compró pan, cambió el dinar de oro, y volvió a su casa para dar a su
madre el pan y el dinero, diciéndole "Madre mía, ve ahora a comprar con
este dinero las provisiones necesarias porque yo no entiendo de esas
cosas". Y la madre se levantó y fue al zoco a comprar todo lo que
necesitaban. Y aquel día comieron y se saciaron. Y desde entonces, en
cuanto les faltaba dinero, Aladino iba al zoco a vender un plato de oro
al mismo judío que siempre le entregaba un dinar, sin atreverse a darle
menos después de haberle dado esa suma la primera vez, y temeroso de que
fuera a proponer su mercancía a otros judíos que aprovecharían con ello
en lugar suyo del inmenso beneficio que suponía tal negocio. Así es que
Aladino, que continuaba ignorando el valor de lo que poseía, le vendió
de tal suerte los doce platos de oro. Y entonces pensó en llevarle el
bandejón de plata maciza; pero como le pesaba mucho, fue a buscar al
judío, que se presentó en la casa, examinó la bandeja preciosa, y dijo a
Aladino: "Esto vale dos monedas de oro" Y Aladino encantado, consintió
en vendérselo, y tomó el dinero, que no quiso darle el judío más que
mediante las dos tazas de plata como propina.
De esta
manera tuvieron aún para mantenerse durante unos días Aladino y su
madre. Y Aladino continuó yendo a los zocos a hablar formalmente con los
mercaderes y las personas distinguidas; porque desde la vuelta había
tenido cuidado de abstenerse del trato de sus antiguos camaradas, los
niños del barrio; y a la sazón procuraba instruirse escuchando las
conversaciones de las personas mayores; y como estaba lleno de
sagacidad, en poco tiempo adquirió toda clase de nociones preciosas que
muy escasos jóvenes de su edad serían capaces de adquirir.
Entretanto,
de nuevo hubo de faltar el dinero en la casa, y como no podía obrar de
otro modo, a pesar del terror que le inspiraba a su madre, Aladino se
vio obligado a recurrir a la lámpara mágica. pero advertida del proyecto
de Aladino, la madre se apresuró a salir de la casa, sin poder sufrir
el encontrarse allí en el momento de la aparición del efrit. Y libre
entonces de obrar a su antojo, Aladino cogió la lámpara con la mano, y
buscó el sitio que había que tocar precisamente, y que se conocía por la
impresión dejada con la ceniza en la primera limpieza; y frotó
despacio, y muy suavemente. Y al punto apareció el genni que inclinóse y
con vos tenue, a causa precisamente de la suavidad del frotamiento,
dijo a Aladino :Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo ¿Qué quieres?
Habla. Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la
tierra por donde me arrastro". Y Aladino se apresuró a contestar: "Oh
servidor de la lámpara, tengo mucha hambre, y deseo una bandeja de
manjares en todo semejante a la que me trajiste la primera vez" Y el
genni desapareció pero para reaparecer, en menos de un abrir y cerrar de
ojos, cargado con la bandeja consabida, que puso en el taburete; y se
retiró sin saberse a dónde.
Poco tiempo después, volvió
la madre de Aladino y vio la bandeja con su aroma y su contenido tan
encantador, y no se maravilló menos que la primera vez. Y se sentó al
lado de su hijo y probó los manjares encontrándolos más exquisitos
todavía que los de la primera bandeja. Y a pesar del terror que le
inspiraba el genni servidor de la lámpara, comió con mucho apetito; y ni
ella ni ella ni Aladino pudieron separarse de la bandeja hasta que se
hartaron completamente; pero como aquellos manjares excitaban el apetito
conforme se iba comiendo, no se levantó hasta el anochecer, juntando
así la comida de la mañana con la del mediodía y con la de la noche. Y
Aladino hizo lo propio.
Cuando se terminaron las provisiones de la bandeja, como la primera vez...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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