Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

sábado, 30 de enero de 2016

La muralla y los libros - Jorge Luis Borges

Mientras esperamos las publicaciones con la lectura de Febrero, les propongo leer el siguiente cuento de Jorge Luis Borges


LA MURALLA Y LOS LIBROS

He, whose long wall the wand’ring Tartar bounds…

DUNCIAD, II, 76

Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones —las quinientas o seiscientas leguas de pie-dra para opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado— procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó. Indagar las razones de esa emoción es el fin de esta Plancha.

Históricamente, no hay misterio en las dos medidas. Contemporáneo de las guerras de Aníbal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo bajo su poder a los Seis Reinos antes existentes y borró el sistema feudal; erigió la muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores. Que-mar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes; lo úni-co singular en Shih Huang Ti fue la escala en la que obró. Así lo hacen entender algunos sinólogos, pero yo siento que los hechos que he refe-rido son algo más que una exageración o una hipérbole de disposiciones triviales. Cercar un huerto o un jardín es común; no lo es cercar un imperio. Tampoco es baladí pretender que la más tradicional de las razas renuncie a la memoria de su pasado, mítico o verdadero. Tres mil años de cronología tenían los chinos (y en esos años, se incluyen el Emperador Amarillo y Chuang Tzu y Confucio y Lao Tzu), cuando Shih Huang Ti ordenó que la historia empezara con é1.

Shih Huang Ti había desterrado a su madre por libertina; en su dura justicia, los ortodoxos no vieron otro cosa que una impiedad; Shih Huang Ti, tal vez, quiso abolir todo el pasado para abolir un solo recuer-do: la infamia de su madre. Esta conjetura es atendible, pero nada nos dice de la muralla, de la segunda cara del mito. Shih Huang Ti, según los historiadores, prohibió que se mencionara la muerte y busco el elixir de la inmortalidad y se recluyó en un palacio figurativo, que constaba de tantas habitaciones como hay días en el año; estos datos sugieren que la muralla en el espacio y el incendio en el tiempo fueron barreras mági-cas destinadas a detener la muerte. “Todas las cosas quieren persistir en su ser”, ha escrito Baruch Spinosa; quizá el Emperador y sus magos creyeron que la inmortalidad es intrínseca y que la corrupción no puede entrar en un orbe cerrado. Quizá el Emperador quiso recrear el principio del tiempo y se llamó Primero, para ser realmente primero, Y se llamó Huang Ti, para ser de algún modo Huang Ti, el legendario emperador que inventó la escritura y la brújula. Este, según el Libro de los Ritos, dio su nombre verdadero a las cosas; parejamente Shih Huang Ti se jac-tó, en inscripciones que perduran, de que todas las cosas, bajo su impe-rio, tuvieran el nombre que les conviene. Soñó fundar una dinastía in-mortal; ordenó que sus herederos se llamaran Segundo Emperador, Tercer Emperador, Cuarto Emperador, y así hasta el infinito… He habla-do de un propósito mágico; también cabría suponer que erigir la muralla y quemar los libros no fueron actos simultáneos. Esto (según el orden que eligiéramos) nos daría la imagen de un rey que empezó por destruir y luego se resigno a conservar, o la de un rey desengañado que destru-yó lo que antes defendía. Ambas conjeturas son dramáticas, pero care-cen, que yo sepa, de base histórica. Herbert Allen Giles cuenta que quienes ocultaron libros fueron marcados con un hierro candente y con-denados a construir, hasta el día de su muerte, la desaforada muralla. Esta noticia favorece o tolera otra interpretación. Acaso la muralla fue una metáfora, acaso Shih Huang Ti condenó a quienes adoraban el pa-sado a una obra tan vasta como el pasado, tan torpe y tan inútil. Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: “Los hombres aman el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un hombre que sienta como yo, y ese destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y ese borrara mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá.” Acaso Shih Huang Ti amura-lló el imperio porque sabía que este era deleznable y destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre. Acaso el in-cendio de las bibliotecas y la edificación de la muralla son operaciones que de un modo secreto se anulan.

La muralla tenaz que en este momento, y en todos, proyecta sobre tierras que no veré, su sistema de sombras, es la sombra de un Cesar que ordenó que la más reverente de las naciones quemara su pasa-do; es verosímil que la idea nos toque de por si, fuera de las conjeturas que permite. (Su virtud puede estar en la oposición de construir y destruir, en enorme escala.) Generalizando el caso anterior, podríamos in-ferir que todas las formas tienen su virtud en si mismas y no en un “contenido” conjetural. Esto concordaría con la tesis de Benedetto Croce; ya Pater, en 1877, afirmó que todas las artes aspiran a la condición de la música, que no es otra cosa que forma. La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepús-culos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hu-biéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es quizá, el hecho estético.

Buenos Aires, 1950

miércoles, 27 de enero de 2016

Las exequias de la Leona - La Fontaine

Enero ya está terminando por lo que la fábula de hoy será la última de esta seguidilla que propuse. Tengo elegida la próxima lectura pero se las revelaré más adelante ;)
La siguiente fábula me hizo pensar en lo laboral - y ni hablar en la política - porque si bien han cambiado mucho los tipos de liderazgo desde la época de las fábulas, no han dejado de existir ni aquellos jefes con liderazgo coercitivo ni los obsecuentes que le dicen lo que quieren oír. En lo personal lo último me es muy difícil, no suelo medir las consecuencias y digo lo que pienso y siento. Y así me ha ido con algún jefe... aunque por suerte salvo por aquella vez, no puedo quejarme de los jefes que he tenido porque siempre fueron grandes personas. 
Pero más allá de mi anécdota, convengamos que la fábula algo de razón tiene... 



Las exequias de la Leona

Del León murió la esposa,
Y de todos los ámbitos del mundo
Acudió muchedumbre numerosa
A consolar doliente y lacrimosa
al viudo rey en su dolor profundo.
¡Consuelos singulares
Que aumentan la aflicción y los pesares!
El afligido y tétrico monarca
pregonar hizo en toda la comarca
Que los honores fúnebres se harían
A tales horas y en lugares tales,
Y que allí sus prebostes se hallarían
para arreglar los regios funerales,
Y colocar los muchos invitados;
Ni uno solo faltó de los citados.
Se dejó el rey llevar de sus dolores
Y su antro resonó con sus clamores,
Pues que nunca tuvieron otro templo
Los leones soberanos;
Y en el acto, a su ejemplo,
Rugieron los señores cortesanos.
Es para mí la corte chico imperio
Donde todas las gentes
Con faz alegre o con semblante serio,
Prestas a todo, a todo indiferentes,
no sirven por sí mismas para nada
Son lo que al rey agrada,
Y si por un azar no pueden serlo,
Procuran por lo menos parecerlo.
Un pueblo camaleón, un pueblo mono,
Que a voluntad del amo cambia de tono;
Que mil cuerpos anima se diría
un espíritu solo, y a fe mía
Que en ninguna otra parte que en las cortes
Son las gentes no más simples resortes
pero para volver a nuestro asunto
El Ciervo no lloraba, y yo pregunto
¿Cómo llorar el infeliz podía
Si la difunta estrangulado había
Con saña desastrosa
Sus hijos y su esposa?
Al punto fue a decirlo un lisonjero
Sosteniendo que el Ciervo con su risa
Acompañaba el canto plañidero.
Según el sabio Salomón precisa,
La cólera del rey es muy terrible,
La ley del rey de las bestias sobre todo;
Que el Ciervo lo ignorase es muy posible,
Pues nunca tuvo para instruirse modo.
El monarca le dijo: - "miserable
Huésped de las florestas, ¿de esa guisa
A profanar te atreves con tu risa
Dolor tan respetable.
En vez de que tu acento se confunda
Con tanta voz doliente y gemebunda?
Nuestras sagradas uñas no pondremos
En tus miembros profanos,
venid al punto, lobos inhumanos,
A la reina venguemos,
Y perezca el traidor en vuestras manos
Inmolado a sus manes soberanos"
El Ciervo replicó: - "Señor augusto,
Pasó ya el tiempo del acerbo llanto;
El dolor ya no es justo,
Ni es conveniente atormentarse tanto.
En un lecho de flores
Vuestra digna mitad aparecida
Aquí cerca encontré. "No más dolores"
Me dijo cuando fue reconocida,
No gimas al mirar mis funerales,
Porque estoy con los dioses inmortales,
Y en los Campos Elíseos mil encantos
He gustado dichosa
En plática sabrosa
Con mis colegas los señores santos.
Deja que a su dolor mi regio esposo
Se entregue algunos días,
Pues mirarle tan fiel y tan lloroso,
Aquí acrecienta las delicias mías".
No bien hubo acabado,
Gritó a una voz la cortesana alegre: 
"¡Apoteosis! ¡Milagro sorprendente!"
Y en vez de ser el Ciervo castigado
Le dio el rey magnífico presente.

Divertid a los reyes con quimeras,
Aduladlos, historias agradables
Contadles y mentiras lisonjeras;
Y por más que con iras formidables,
Encono sumo y vengativo anhelo
Esteís amenazado de un castigo,
Tragarán el anzuelo,
Sereís al punto su mejor amigo.


sábado, 23 de enero de 2016

El Leopardo y las Monas - Félix M. de Samaniego

Ya regresé de viaje. Hermosas vacaciones visitando amistades que hace mucho no veía... así que estoy lista para continuar con las fábulas. ¡Enero ya termina!
Hoy compartiré otra de Samaniego. Me gustó por lo real. Nunca, hasta que empecé a trabajar había pensado en esto. Pero al final me he dado cuenta que prefiero la gente de carácter, que dice lo que siente, que reaccione aunque resulte escandaloso porque sé por dónde puede venir. En cambio, quien finge y se esconde tras una sonrisa constantemente a veces... en fin... leamos la fábula. 


El leopardo y las Monas

No a pares, a docenas encontraba las Monas en Teurán, cuando cazaba, un Leopardo. Apenas lo veían, a los árboles todas se subían, quedando del contrario tan seguras, que pudieran decir: 

"¡No están maduras!"

El cazador astuto se hace el muerto tan vivamente, que parece cierto.

Hasta las viejas Monas, alegres con el caso y juguetonas, empiezan a saltar: la más osada baja, arrímase al muerto de callada; mira, huele y aun tienta, y grita muy contenta:

"¡Llegad, que muerto está de todo punto; tanto, que empieza a oler el tan difunto!"

Bajan todas con bulla y algazara; ya le tocan la cara, ya le saltan encima; aquélla se le arrima, y haciendo mimos, a su mano queda; otra se finge muerta y lo remeda.

Mas luego que las siente fatigadas de correr, de saltar y hacer monadas, levántase ligero y, más que nunca fiero, pilla, mata y devora: de manera que parecía la sangrienta fiera, cubriendo con los muertos la campaña, al Cid matando moros en España.

Es el peor enemigo el que aparenta no poder causar daño, porque intenta, inspirando confianza, asegurar su golpe de venganza.


domingo, 17 de enero de 2016

El león y el Ratón - Félix M. de Samaniego

Esta semana estaré ausente del blog y de Facebook (ahhh la dicha de las vacaciones...) pero de regalo les dejo antes una fábula. Esta vez de Samaniego, a quien ya presenté en alguna vieja entrada del blog. 
Recuerden siempre que como principal referente de fábulas está Esopo (griego, alrededor del 600 A.C.) y luego las reescrituras de La Fontaine (francés, 1621-1695) y, años después, Samaniego (español, 1745-1801). Es por ese motivo que encontramos muchas versiones de cada fábula, algunas, incluso, mal asignado el autor, pero todas tienen en común la enseñanza. 
La fábula de hoy la tomé de un librito que editó años atrás el diario "Página 12" de Argentina, y me pareció muy bonita. Aunque me quedo con algo, no hay que ayudar o mostrar bondad "por si algún día lo necesito" sino porque así lo sentimos y porque así somos. También me quedó resonando lo siguiente: esta fábula es buen consejo para los políticos... sería lindo que ellos la tuvieran en cuenta.

Ilustración de Gustave Doré


El León y el Ratón

Estaba un Ratoncillo aprisionado en las garras de un León; el desdichado en la tal ratonera no fue preso por ladrón de tocino ni de queso, sino porque con otros molestaba al león, que en su retiro descansaba.

Pide perdón, llorando su insolencia.

Al oír implorar la real clemencia, responde el rey en majestuoso tono (no dijera más Tito): "¡Te perdono!".

Poco después, cazando el León tropieza en una red oculta en la maleza.

Quiere salir; mas queda prisionero.

Atronando la selva ruge fiero.

El libre Ratoncillo, que lo siente, corriendo llega, roe diligente los nudos de la red, de tal manera, que al fin rompió los grillos de la fiera.


Conviene al poderoso para los infelices ser piadoso; tal vez se puede ver necesitado del auxilio de aquel más desdichado.

sábado, 16 de enero de 2016

Consejo celebrado por las ratas - La Fontaine

Releer esta fábula me hizo pensar en algunas reuniones laborales pero también en la nueva moda de las redes sociales: el famoso "¡QUE ALGUIEN HAGA ALGO!". Parece ser que todos tenemos ideas sobre cómo cambiar el mundo pero todos pretendemos que el que actúe sea el otro. Y así aparece la pregunta: ¿quién le pone el cascabel al gato?


Ilustración de Gustave Doré

Consejo celebrado por las ratas

Rodilardo (así un gato se llamaba)
Tal estrago en las ratas producía,
Que apenas una que otra se encontraba,
Pues casi a todas enterrado había.
Las pocas que a sus garras escaparon,
Abandonar no osado su agujero,
Nunca la cuarta parte contentaron
De su apetito fiero.
Así Don Rodilardo era tenido
Entre toda esa gente miserable,
No por un gato fino y apreciable,
Sino por un demonio mal nacido.
Cierta ocasión se marcha enamorado
A buscar a su esposa en un tejado;
Mientras con ella a platicar se congrega,
Y en rincón apartado
Capítulo celebra muy urgente
Sobre la gran necesidad presente.
Desde luego el Decano,
Persona muy juiciosa y muy prudente
En discurso conciso
Opina que cuanto antes es preciso 
Poner al enemigo veterano
Un cascabel al cuello;
Y así cuando avanzara en son de guerra,
Apercibidas de ello
Al punto correrían
Un abrigo a buscar bajo la tierra;
Nunca mejor remedio encontrarían;
La opinión del Decano fue aprobada,
Que a todos pareció muy saludable;
Lo difícil del caso... ¡No era nada!
¿Quién al cuello del gato formidable
El salvador cencerro colgaría?
Dijo una con franqueza que no iría
Porque no era tonta;
Otra manifestó que estaba pronta,
Pero que hacer tal cosa no sabría;
Y la sesión al fin fue levantada
Sin haber hecho nada.

Capítulos he visto numerosos
Que para nada congregados fueron,
Y no ratas, sesudos religiosos
Y canónigos graves los tuvieron
Para deliberar sobre un asunto
El capítulo abunda en consiliarios;
Si acaso para obrar son necesarios,
Se excusan todos sin remedio al punto.

miércoles, 13 de enero de 2016

El Cuervo queriendo imitar al Águila - La Fontaine

Hoy vamos con otra fábula de La Fontaine. En esta ocasión, un cuervo pretende llevarse un cordero... ¿Te ha pasado alguna vez de actuar sin pensar o sin medir una situación?¿Cuáles fueron las consecuencias? A continuación, La Fontaine nos cuenta que le pasó a este pobre cuervo por no planificar bien cómo hacer para llevarse el cordero.
De esta misma fábula existen versiones de Esopo y Samaniego pero en sí el mensaje se mantiene. Si no sos águila, si no tenés sus garras, no podrás llevarte el cordero.



El Cuervo queriendo imitar al Águila

De Júpiter el ave, de un cordero
Apoderóse un día;
El Cuervo la veía,
Y no tan fuerte, sí tan carnicero,
Imitarla quería.
Adonde está el rebaño se dirige,
Atento vuela en torno y cuidadoso.
Y en cien corderos con pericia elige
El más gordo, más grande y más hermoso,
Verdadero animal de sacrificio
De los dioses al ara reservado;
Con ojo muy propicio
Le contemplaba el Cuervo entusiasmado,
Y así con voz meliflua le decía:
- No sé quién te nutrió, pero a fe mía,
Tu cuerpo está en maravilloso estado
Y tú servirás de desayuno.
A estas palabras, sin temor alguno
a la bestia se arroja,
Pero pesaba más que cualquier queso,
Su vellón era ríspido y espeso,
De Polifemo cual la barba roja.
Del Cuervo allí las garras se prendieron
Llegó a poco el pastor y le echó mano;
Le puso en una jaula, y del villano
Los chicuelos con él se divirtieron.
Medir sus propias fuerzas es preciso;
Es neta y natural consecuencia;
El ladroncillo que ladrón ser quiso
En el pecado halló la penitencia.
Es el ejemplo cebo aventurado,
No todos los tiranos son señores;
Donde pasa la avispa sin temores,
El mosquito se queda aprisionado.



sábado, 9 de enero de 2016

El ojo del amo - La Fontaine

Como comentaba ayer, ando con ganas de publicar fábulas de La Fontaine, así que hoy va otra. Esta vez "El ojo del amo" que pertenece al libro IV. 
Primero pensé que se trataba del origen de la expresión "el ojo del amo engorda el ganado". Pero luego de leerla comprendí que, aunque podemos encontrar cierto vínculo por el significado (o bien una de las lecturas que puede hacerse), no tiene nada que ver.




El ojo del amo

Un ciervo fue a refugiarse
En un establo de bueyes;
Que busque mejor asilo
desde luego le previenen,
Y él les dice: "Hermanos míos, 
No me descubráis aleves,
Y os enseñaré los pastos
Más jugosos y más verdes;
Este servicio algún día
Seros útil muy bien puede,
No tendréis que arrepetiros".
Los bueyes callarse ofrecen,
Y él en un rincón se oculta.
Respira y se fortalece.
Llegada la noche llevan
El grano y la yerba verde,
Y dan cien vueltas los mozos,
Y cien veces van y vienen;
Y ninguno por ventura,
Ni siquiera el intendente,
Asta vio sin cornamenta,
Ni ciervo en fin. Le parece
Al cuidado que está en salvo,
Y da gracias a los bueyes,
Y en aquel establo espera
Que a los trabajos de Ceres
Yéndose todos, al punto
Modo de salir encuentre.
-"Esto va muy bien, le dice
Rumiando uno de los bueyes,
Pero el hombre de cien ojos
Que pasar revista tiene,
Y mucho por tí, mi amigo,
Su venida es de temerse;
Hasta entonces, pobre Ciervo,
De nada alabarte puedes".
Esto dicho, llega el amo,
Que haciendo ronda viene.
-"¿Qué es esto?", dice al momento,
Dirigiéndose a su gente;
"Encuentro muy poca yerba
En todos estos pesebres;
Este lecho está muy viejo,
Id a los graneros breve;
Mejor cuidadas las bestias
Estar en mi casa deben;
Quitar esas telarañas
No pienso que nada cueste;
Los collares y los yugos
Pudieran mejor ponerse";
Y así mirándolo todo
Luego la cabeza advierte
Distinta de las que mira
En esos lugares siempre;
Y reconocido el Ciervo,
Todo el mundo le acomete,
Y sus lágrimas amargas,
No le salvan de la muerte.
Se le llevan y le guisan,
Y le sirven en banquetes.

A este propósito Fedro
Agrega, y justicia tiene,
que como el ojo del amo
Ningún ojo mirar puede.

viernes, 8 de enero de 2016

La lechera y el cántaro de leche - La Fontaine

He estado pensando en muchas cosas estos días. Y cuando uno piensa mucho puede o recurrir a la filosofía o a las eternas fábulas... Y recordé que tengo un libro antiguo, editado allá por 1947 como mucho (tiene una dedicatoria con esa fecha) con todas las fábulas de La Fontaine. 
De La Fontaine podemos encontrar otras fábulas en el blog: La liebre y la tortuga, La cigarra y la hormiga, La gallina de los huevos de oro
Hoy traigo "La lechera y el cántaro de leche". Lo malo de hacer castillitos en el aire... y pertenece al 7mo libro. (Lástima el toque machista jajaja)
Este mes, creo que haré una seguidilla  de fábulas en el blog y espero las disfruten. Todos las conocemos pero ¿las hemos leído?


La lechera de  Johannes Vermeer

La lechera y el cántaro de leche

Llevando Petronila con destreza
Un cántaro de leche en la cabeza,
Sobre un cojín pequeño colocado,
Llegar a la ciudad tiene pensado.
Corta la enagua y el andar ligero,
Nuestra lechera, al par que caminaba,
Allá en su pensamiento calculaba
De su leche el producto; y el dinero
A su guisa gastaba.
Cien huevos al principio compraría;
Empolladura triple luego haría,
Yendo todo muy bien por su cuidado.
- "Me es muy fácil, decía,
Tener los pollos de mi casa al lado;
Será el raposo demasiado fino
Si logra que no escapen a sus dientes
Los pollos suficientes
Para poder comprar algún cochino.
Este me costará poco salvado
Y mucho engordará, sin duda alguna,
Le venderé bien caro de contado,
Y ¿quién me impedirá con tal fortuna
Una vaca comprar con su becerro,
Que en medio del ganado
Veré saltar alegres por el cerro?"
Y discurriendo así la criatura
Da ella también un salto, enajenada,
Tira la leche, y triple empolladura,
Cerdo, vaca y becerro trueca en nada.
La dueña de esos bienes, que perdido
Ve así su porvenir, se va enseguida
A referir en caso a su marido,
Temiendo con justicia ser reñida. 

¿Quién no deja vagar la fantasía?
¿Quién no hace con donaire
Espléndidos castillos en el aire?
Nadie, por vida mía,
O si acaso, muy pocos.
Los juiciosos, lo mismo que los locos,
Sueñan despiertos. Nada más divino;
Arrebata violento
Un lisonjero error el pensamiento,
Y nos muestra un magnífico destino;
Somos únicos dueños y señores
De los bienes del mundo y sus placeres,
De los honores,
De todas las mujeres.
Cuando estoy solo, reto al más valiente;
Destrono algún monarca poderoso,
Soy elegido rey incontinente,
Y amado de mi pueblo valeroso;
Mil diademas se ostentan en mi frente...
Más algún asuntillo fastidioso
De la ilusión me saca en que me abismo,
Y vuelvo a ser yo mismo.


sábado, 2 de enero de 2016

A la deriva - Horacio Quiroga

El otro día leía un ranking de los 100 mejores cuentos de la historia. De hecho, lo publiqué en facebook. Como todo ranking, puede ser cuestionado ya que no dejan de ser gustos personales. Pero había muchos cuentos que no leí y otros tantos que leí y ya no recuerdo (y varios que sí recuerdo). El primer cuento del ranking, el número uno, es decir, el que supuestamente es el mejor cuento de la historia, pertenece a Horacio Quiroga. Se trata de "A la deriva" publicado en "Cuentos de amor, de locura y de muerte" en 1917. ¿Merece realmente ese lugar? Díganmelo ustedes. 





A LA DERIVA


El hombre pisó blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.

—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!
—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.
—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
—¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración. 

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.

—Un jueves...

Y cesó de respirar.