Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

martes, 24 de febrero de 2015

Pulgarcita - Hans Christian Andersen

"Pulgarcita" o "Pulgarcilla", es un cuento de Hans Christian Andersen publicado en 1835. Muchas veces es confundida su autoría y se lo atribuye a los hermanos Grimm debido al protagonista de los cuentos llamados "Pulgarcito" y "Los viajes de Pulgarcito". Lo cierto es que ambos cuentos son contemporáneos porque los dos volúmenes de cuentos de los Grimm se publicaron apenas unos 20 años antes que el libro de cuentos de Andersen.  A la vez, en realidad, "Pulgarcito" ya aparecía en los cuentos de Perrault (1697) por lo que verán, de Pulgarcito se habla hace siglos... pero volvamos a "Pulgarcita". La historia y todo lo que implica es muy diferente de "Pulgarcito". Mientras éste es el más pequeño entre varios hermanos, Pulgarcita surge del deseo de una mujer que no ha podido ser madre...
Como pasa muchas veces, lo que encontré en internet deja mucho que desear... Y no me satisfizo... O le cambian el final, o le cortan parte del desarrollo o le sacar descripciones y agregan diálogos... Bueno, vuelvo a subir el cuento según la traducción en uno de mis libros... aunque sé no es lo que debería hacer... y ni siquiera es lo más cómodo para quien lee el blog.... Pero, bueno, gente, no tengo scanner, y ya saben que siempre busco difundir el texto más fiel al original.

Pulgarcita (Film, animación, 1956)
























sábado, 21 de febrero de 2015

La Margarita - Hans Christian Andersen

El cuento de hoy dudé en publicarlo porque es tristísimo pero, ¿qué cuento de Andersen no lo es? Parece que tenía una fascinación por los golpes bajos. "La Margarita", además de triste, es bello. Tiene ese toque de melancolía que caracteriza a los escritos de este autor. 
Espero que les guste su poesía... Me pareció una bella forma de explicar porque no deberíamos arrancar las flores o enjaular a las aves silvestres. Es uno de esos cuentos que despiertan consciencia. Bueno, al menos eso creo yo.
Pego aquí la edición de uno de mis libros porque, sinceramente, el cuento que encontré en internet, salvo en una página, tiene otro final... Lo mismo de siempre... No perdemos la costumbre de "manosearlos"... Si necesitas ampliar la imagen, simplemente has click en ella








jueves, 19 de febrero de 2015

Los novios - Hans Christian Andersen

Hola a todos. Hoy continuamos el "Mes Andersen" con el cuento "Los novios", también conocido como "La pareja de enamorados". Me mata la pregunta: "¿No podríamos ser novios, ya que estamos aquí juntos?" :D 
Nuevamente estamos ante un cuento en el cual los objetos cobran vida para personificar emociones humanas como el amor, la obsesión, la ilusión y el desengaño... También el orgullo, la vanidad y la soberbia... Es uno de esos cuentos de Andersen en los que nos deja pensando qué es y qué no es amor. Un cuento sencillo, pero profundo, de hecho, duro.
Espero que les guste.




Los novios

El trompo y la pelota estaban en el cajón junto a otros juguetes. El trompo le dijo a la pelota:

-¿No podríamos ser novios, ya que estamos aquí juntos?

Pero la pelota, que estaba hecha de gamuza fina y era tan orgullosa como una señorita presumida, no le quiso contestar. Al día siguiente vino el niño dueño de los juguetes y pintó al trompo de rojo y amarillo y le clavó junto en el medio una tachuela dorada. El trompo se veía precioso cuando giraba.

- Míreme - le dijo la pelota -. Usted seguramente no sabrá que mis padres fueron chinelas de gamuza fina y que tengo un corcho de corazón.
- Sí, pero yo estoy hecho de caoba - dijo el trompo -. Y me ha torneado el alcalde, que tiene su propio banco de carpintero para entretenerse y tuvo una gran alegría al fabricarme.
-¿Me puedo fiar de usted? - preguntó la pelota.
-¡Que nunca me azoten si miento! - contestó el trompo.
-¡Usted se pinta solo! - siguió la pelota -. Pero no lo puedo aceptar, estoy casi comprometida con una golondrina; cada vez que salto al aire saca la cabeza del nido y me dice "vente, vente, vente". Y para mis adentros ya le he dicho que sí, de modo que me siento casi comprometida. Pero le prometo que nunca lo olvidaré.
- Bueno, eso no es consuelo para mí - dijo el trompo. Y no se hablaron más.

Al día siguiente, sacaron la pelota. El trompo vio cómo saltaba de alto en el aire, igual que un pájaro, ya casi no la veía. Pero cada vez que volvía, daba un salto y rebotaba. Lo hacía de ansiosa, porque tenía un corcho adentro. La novena vez que saltó, la pelota se perdió. No volvió más, el niño la buscó y la buscó, pero estaba perdida.

- Yo sé dónde está - suspiró el trompo -. Está en el nido, ya casada con la golondrina.

Cuanto más lo pensaba más enamorado de la pelota se sentía, justamente porque no podía alcanzarla y porque ella se había ido con otro. El trompo bailaba y daba vueltas, siempre pensando en la pelota y cada vez la imaginaba más y más linda.

Así pasaron muchos años... ya era un viejo amor. El trompo ya no era joven, pero un día lo pintaron de dorado. Nunca se había visto tan lindo, era un trompo de oro. Saltaba y giraba. ¡Esto sí que era bueno! Pero un salto lo llevó demasiado alto y... se perdió. Lo buscaron y lo buscaron; hasta abajo en el sótano, pero no lo encontraron. ¿Dónde estaría?

Había caído en la canaleta, donde se acumulaba toda clase de basura que rodaba desde el techo.

-¡A buen sitio he ido a parar, aquí que se me irá rápido el dorado! ¡Vaya gentuza que me rodea!

Miró de reojo a un pedazo viejo de repollo que tenía cerca y a una cosa rara, redonda, que parecía una vieja manzana. Pero no, no era una manzana, era una vieja pelota que había estado muchos años allí arriba en la canaleta y que el agua había empapado.

- Bendito sea Dios, al fin uno de los míos, alguien con quien hablar - se dijo la pelota y se dirigió al trompo dorado: En realidad yo soy de gamuza fina, cosida por manos de doncella y tengo un corcho adentro. Nadie lo creería viéndome ahora, pero estaba por casarme con una golondrina cuando me caí en esta canaleta; hace cinco años que me pudro aquí. ¡Puede creerme que es demasiado tiempo para una señorita!

El trompo no contestó nada; pensaba en su vieja novia, y cuanto más la oía más seguro estaba de que era la misma.

Vino la criada a tirar la basura y lo vio:

- ¡Ay, aquí está el trompo!

El trompo volvió al cuarto para gran alegría de todos. De la pelota no se supo más.

El trompo no volvió a hablar de su viejo amor. Eso había terminado. Cuando la amada ha estado pudriéndose cinco años en una canaleta uno no la reconoce entre la basura.



lunes, 16 de febrero de 2015

Las flores de la pequeña Ida - Hans Christian Andersen

El cuento de hoy es el primero que aparece en mi colección de "Hans Christian Andersen" aunque, en realidad, pegaré aquí la traducción que aparece en Wikisource por comodidad. La ilustración, en cambio, sí pertenece a mi libro y fue realizada por Arthur Rackham.
Cuando somos pequeños, nos encanta pensar, o mejor dicho, estamos seguros, que nuestros juguetes hablan. Bueno, Ida, además de creer eso y hablarle a su muñeca Sofía, cree que las flores hablar y bailan... y es por eso que se marchitan, por el cansancio de tanto bailar... Pero la vida en la naturaleza es cíclica, y a la muerte la sigue el renacer.


Las flores de la pequeña Ida

—¡Mis pobres flores están marchitas! —dijo la niña. Esta tarde estaban aun tan hermosas y ahora todas sus hojas cuelgan secas ¿Por qué están así?—preguntó a un estudiante que estaba sentado en el sofá, y al cual quería mucho.
Sabía contarla cuentos preciosos y recortar figuras tan divertidas: corazones con mujercitas que bailaban, flores y grandes castillos, cuyas puertas se podían abrir. ¡Oh! ¡Era un alegre estudiante!
—¿Por qué, mis flores están tan descoloridas hoy?—preguntó de nuevo, mostrándole un ramillete entero, completamente seco.
—¿Sabes lo que tienen?—dijo el estudiante: —las flores han estado esta noche en el baile, he aquí por qué sus cabezas están inclinadas.
—Sin embargo, las flores no saben bailar — dijo la niña Ida.
¡Vaya!—replicó el estudiante. Enseguida que oscurece y nosotros dormimos, ellas saltan y se regocijan; casi todas las noches tienen bailes.
¿Y no puede ir ningún niño a ese baile?
—Si, — respondió el estudiante, —las lindas margaritas y los lirios.
—¿Y dónde bailan las flores hermosas? —preguntó la niña Ida.
—¿No has salido nunca de la ciudad por el lado donde está el gran castillo en que el rey vive en el verano, y donde hay un magnífico jardín lleno de flores? ¿Has visto los patos que nadan hacia ti cuando les das miguitas de pan? Créeme, allí es donde se dan los grandes bailes.
Ayer tarde fui con mi madre al jardín, —replicó la niña, —y todas las hojas de los árboles se habían caído y no había ni una sola flor ¿Dónde están, pues? ¡En el verano veía tantas!
—¡Están en el interior del castillo!—dijo el estudiante. —Es menester que sepas que en cuanto el rey y los cortesanos vuelven a la ciudad, las flores dejan enseguida el jardín, entran en el castillo y pasan una vida muy alegre ¡Oh, si tú las vieses! Las dos rosas más hermosas se sientan en el trono y son rey y reina. Las crestas de gallo escarlatas se colocan en fila a los lados y se inclinan: son los gentiles-hombres, Enseguida vienen las demás flores y celebran un gran baile. Las violetas azules, representan los estudiantes de marina; bailan con los jacintos y los crocus, a quienes llaman señoritas: los tulipanes y los lirios rojos, son señoras mayores encargadas de vigilar que se baile convenientemente y que haya orden...
—Pero, —preguntó la niña Ida, —¿no hay nadie que castigue a las flores por bailar en el castillo del rey?
—¡Casi nadie lo sabe!—dijo el estudiante.—Es verdad que algunas veces durante la noche, llega el viejo intendente que debe hacer su ronda. En cuanto las flores oyen sonar su gran manojo de llaves, se están quietas, se ocultan detrás de las largas cortinas y sólo sacan la cabeza.
—¡Me huele a flores aquí!—dice el viejo intendente; pero no puede verlas.
—¡Eso es magnifico!—dijo la niña Ida batiendo las manos.—¿Tampoco yo podré ver bailar las flores?
¡Quizá sí!—dijo el estudiante.—No olvides cuando vuelvas al jardín del rey, mirar por la ventana y las verás. Yo lo hice hoy, y vi un gran lirio amarillo tendido sobre el sofá: era una dama de honor.
—¿Y las flores del jardín Botánico van también allí? ¿Pueden hacer ese viaje tan largo?
—Si, por cierto—dijo el estudiante, —porque si quieren pueden volar. ¿No has visto tú las hermosas mariposas, rojas, amarillas y blancas? Se parecen mucho a las flores porque antes no han sido otra cosa. Han dejado su tallo y se han elevado por el aire, y agitando sus hojas como pequeñas alas, han principiado a volar. Como se han portado bien, han obtenido permiso para volar de día también, y no tienen necesidad de volver a casa a estarse quietas sobre el tallo. Así es como al fin las hojas se han convertido en alas verdaderas. Eso lo has visto por ti misma. Por lo demás, es posible que las flores del jardín Botánico no hayan ido jamás al jardín del rey, y aunque ignoren que allí se pasa la noche tan alegremente. Por esto quiero decirte una cosa que hará abrir unos ojos muy grandes a nuestro vecino el profesor de botánica, que vive aquí al lado, ya le conoces. Cuando vayas al jardín cuéntale a una flor que hay un gran baile en el castillo; esta lo repetirá a todas las demás y volarán. Cuando el profesor vaya luego a visitar su jardín, no verá en él ni una sola flor, sin poder comprender lo que les ha pasado!
Pero,¿cómo la flor podrá decírselo á las demás?¡Las flores no saben hablar!
—Es verdad: —respondió el estudiante; —pero se entienden por señas ¿No has visto tú muchas veces cuando hace un poco de viento inclinarse las flores y moverse sus verdes hojas? Pues estos movimientos son tan inteligibles para ellas, como para nosotros las palabras.
—¿Pero el profesor comprende ese lenguaje? —preguntó
—¡Sí, seguramente! Un día que estaba en su jardín vio una gran ortiga que con sus hojas hacía señales a un hermoso clavel rojo; le decía: ¡«Qué hermoso eres y cuánto te amo!» Pero el profesor se enfadó y pegó a las hojas que sirven de dedos a la ortiga. Pero se picó en ellas, y desde entonces no ha vuelto a tocar a ninguna ortiga-
—¡Es gracioso!—dijo la niña Ida, y se echó á reír.
—¿Cómo pueden imbuirse tales cosas en la cabeza de un niño?—dijo un adusto consejero que había entrado durante la conversación, para hacer una visita, y que se había sentado en el sofá. No podía soportar al estudiante y no cesó de murmurar mientras le veía recortar sus figuritas risibles y alegres. Tan pronto recortaba un hombre colgado de una horca y sosteniendo en la mano un corazón, porque era un ladrón de corazones, como una vieja hechicera que montaba a caballo sobre una escoba y llevaba a su marido en la nariz. El consejero no podía soportar estos juegos, y repetía sin cesar su primera reflexión: ¿Cómo pueden imbuirse tales cosas en la cabeza de un niño? ¡Son tonterías!
Pero todo lo que el estudiante contaba a la niña Ida tenia para ella un encanto extraordinario y la hacía pensar mucho. Las flores tenían la cabeza inclinada porque estaban cansadas de haber bailado toda la noche, sin duda estaban enfermas. Las llevó al lado de otros juguetes que había sobre una bonita mesa, cuyo cajón estaba lleno de magníficas cosas. En la camita su muñeca Sofía estaba acostada y durmiendo, pero la niña la dijo: «Tienes que levantarte, Sofía y por esta noche dormir en el cajón. Las pobres flores están enfermas y necesitan acostarse en tu cama. ¡Quizá se refresquen y sanen! »
Y sacó la muñeca que se mostró muy contrariada, y no dijo una palabra: tan disgustada estaba por no poder continuar en su cama.
Ida colocó las flores en la cama de Sofía, las cubrió con la pequeña colcha, y les dijo que se estuvieran quietas, que ella iría a hacerlas té para que pudieran reponerse y levantarse buenas a la mañana siguiente. Enseguida corrió las cortinas alrededor de la pequeña cama a fin de que el sol no las molestase en los ojos.
Durante toda la noche no pudo remediar el estar pensando en lo que la había contado el estudiante, y en el momento de irse a acostar, se dirigió primero hacia las cortinas de las ventanas donde estaban las magníficas flores de su madre: jacintos y tulipanes, y les dijo por lo bajo: «¡ Ya sé que iréis al baile esta noche!»
Las flores hicieron como si no comprendieran nada, y no movieron ni una hoja, lo cual no impidió que Ida supiera lo que sabia.
Luego que se acostó, pensó mucho tiempo en lo agradable que debía ser ver bailar las flores en el castillo del Rey ¿Habrán ido allá mis flores? -pensó. Pero luego se durmió. Se despertó a media noche: había soñado con las flores, con el estudiante y con el consejero que la había reprendido y le había dicho que no se dejara engañar. Todo era silencio en la habitación donde Ida reposaba. La lamparilla ardía sobre la mesa y el padre y la madre dormían.
¿Si estarán mis flores aun en la cama de Sofía ? - dijo entre si.—¡Quisiera saberlo!
Se enderezó en la cama y miró hacía la puerta que estaba entreabierta y allí estaban las flores y todos sus juguetes. Escuchó y le pareció oír tocar el piano en el salón, pero tan suave y tan delicadamente como jamás lo había oído.
Sin duda, son las flores que bailan —dijo.
¡Ay!¡Dios mío! Yo quisiera verlas — pero no se atrevió a levantarse por temor de despertar a su padre y a su madre.
—¡Oh! ¡Si quisieran entrar aquí !-pensó.—Pero las flores no vinieron y como la música continuó sonando suavemente al fin no pudo contenerse: era demasiado bonita la música. Sin hacer ruido se levantó de su cama y fue de puntillas hasta la puerta para mirar el salón. ¡Oh! Y en verdad que era soberbio lo que vio.
—No ardía allí lamparilla, sin embargo, estaba, todo iluminado. Los rayos de la luna penetraban por la ventana y caían sobre el piso; veíase allí casi como al medio día. Todos los jacintos y los tulipanes estaban en pie en dos largas filas; ni uno solo quedaba en la ventana; todos los tiestos estaban vacíos. En el suelo bailaban alegremente todas las flores, unas en medio de otras, haciendo toda clase de figuras y cogiéndose por sus largas hojas verdes para hacer la cadena. En el piano estaba sentado un gran lirio amarillo, que la niña Ida había conocido en el verano último, y que se acordaba muy bien, porque el estudiante le había dicho: «¡Mira como se parece ese lirio a la señorita Carolina!» Todos se burlaban de él entonces, pero ahora le pareció a la niña Ida que en verdad la hermosa flor amarilla se parecía a esta señorita. Hasta en las maneras de tocar era su retrato; tan pronto inclinaba su rostro amarillo de un lado como de otro llevando el compás con la cabeza. Nadie había advertido que estaba allí la niña Ida. Después vio un gran crocus azul, que saltó en medio de la mesa donde estaban sus juguetes y que fue a abrir las cortinas del lecho de la muñeca. Allí era donde estaban acostadas las flores enfermas, pero éstas se levantaron enseguida y dijeron a las demás con un signo de cabeza que también ellas tenían deseo de bailar. El viejo buen hombre del jarrón, que había perdido el labio inferior, se levantó e hizo un saludo a las hermosas flores. Ellas volvieron a tomar su buen aspecto y se mezclaron con las demás mostrándose sumamente contentas.
De pronto alguna cosa cayó de la mesa. Ida miró: era la vara de San José, que se había lanzado a tierra; parecía como que también quería tomar su parte en la fiesta de las flores. También era muy graciosa y en la punta había sentada una muñequita de cera que llevaba un grande y ancho sombrero, igual al del consejero. La vara saltó en medio de las flores sobre los tres ramos rojos, y se puso a llevar con fuerza el compás bailando una mazurka ; las demás flores no sabían bailar este baile porque eran demasiado ligeras y jamás habrían podido hacer el mismo ruido con sus pies. De pronto la muñequita de cera, que estaba sobre la vara se alargó y agrandó, se volvió hacia las flores y gritó muy alto: «¿Cómo pueden imbuirse tales cosas en la cabeza de un niño? ¡Son tonterías!» Y la muñeca de cera se parecía entonces extraordinariamente al consejero con su ancho sombrero, tenia el mismo tinte amarillo, y el mismo aire gruñón. Pero las flores dieron contra sus piernas frágiles que se encogieron de pronto y volvió a quedar una muñequita de cera. ¡Cuán divertido era ver todo esto!
Y la niña Ida no pudo contener la risa. La vara continuó bailando y el consejero vióse obligado a bailar con ella a pesar de su resistencia, y aunque algunas veces se agrandaba y otras volvía a tomar las proporciones de la muñequita de gran sombrero negro. Al fin las otras flores intercedieron por él, sobre todo las que habían dormido en el lecho de la muñeca, la vara cedió a sus instancias y se quedó quieta. Enseguida se oyó llamar violentamente en el cajón donde estaban encerrados la muñeca Sofía y los demás juguetes de Ida. El hombre del jarrón corrió hacia el lado de la mesa, se extendió sobre el vientre y empezó a abrir un poco el cajón.
De pronto Sofía se levantó y miró con extrañeza a su alrededor.
¡Aquí hay baile!—dijo. ¿Por qué no lo habrán dicho?
¿Quieres bailar conmigo?—dijo el hombre del jarrón.
¡Estaría bien que yo bailase contigo!—le contestó volviéndole la espalda. Después se sentó sobre el cajón y creyó que una de las flores iba a venir a invitarla- Pero ninguna se presentó; y por más que tosió, hizo hum. hum, no vino ninguna. El hombre se puso a bailar solo y lo hizo bastante bien.
Como ninguna de las flores podía ver á Sofía, esta se dejó caer haciendo un gran ruido desde el cajón al suelo. Todas las flores acudieron preguntándola si se había hecho mal, y mostrándose muy amables con ella, sobre todo las que se habían acostado en su cama. No se había hecho ningún daño y las flores de Ida la dieron las gracias por su buena cama, la condujeron al centro de la sala donde brillaba la luna, y se pusieron a bailar con ella, y las demás flores hicieron círculo para verla. Sofía, contentísima, les dijo que podían en lo sucesivo conservar su cama, porque le era igual acostarse en el cajón.
Las flores la respondieron:
—Te lo agradecemos cordialmente; pero no podemos vivir mucho tiempo. Mañana, habremos muerto. Di, sin embargo, a la niña Ida que nos entierre en el jardín, en el mismo sitio donde está enterrado el canario. Entonces resucitaremos en el verano aun más hermosas.
—¡No, no quiero que os muráis!—respondió Sofía besando las flores.
Pero en aquel mismo momento se abrió la puerta del gran salón, y una gran porción de flores magníficas entró bailando. Ida no podía comprender de donde venían. Eran sin duda las flores del jardín del rey. A la cabeza marchaban dos rosas deslumbrantes, que llevaban pequeñas coronas de oro: eran un rey y una reina. Detrás venían encantadores alhelíes y preciosos claveles, que saludaban hacia todos lados. Venían acompañados de una orquesta; grandes dormideras y peonías soplaban con tal fuerza en vainas de guisantes, que tenían el rostro enrojecido; los jacintos azules y las campanillas sonaban como si tuvieran verdaderos cascabeles. Era una orquesta admirable; las demás flores se unieron a la nueva banda, y vióse bailar violetas y amarantos con belloritas y margaritas. Abrazáronse unas a otras y era un espectáculo delicioso.
Después se despidieron las flores deseándose una buena noche, y la niña ida se escurrió en su cama donde soñó con todo lo que había visto.
Al día siguiente, en cuanto se levantó, corrió a la mesita para ver si las flores continuaban allí. Abrió las cortinillas de la camita; allí estaban todas, aun más secas que la víspera. Sofía estaba acostada en el cajón donde la había colocado y aparentaba tener mucho sueño.
—¿Te acuerdas de lo que tenías que decirme? —la preguntó la niña Ida.
Pero Sofía estaba muy admirada y no contestó una palabra.
—No eres buena, —dijo Ida; —sin embargo, todas han bailado contigo.
Enseguida cogió una cajita de papel con pajaritos pintados y puso en ella las flores muertas. —Este será vuestro magnífico ataúd, —dijo,— y luego, cuando vengan a verme mis primitos, presenciarán vuestro entierro en el jardín, para que resucitéis en el verano próximo y volváis más hermosas.
Eran los primos de la niña Ida dos alegres niños que se llamaban Jonás y Adolfo. Su padre les había comprado dos ballestas y las llevaron para enseñárselas á Ida.
La niña les contó la historia de las pobres flores que habían muerto y les invitó al entierro. Los dos niños marcharon delante con sus ballestas al hombro, y la niña Ida les siguió con las flores muertas en su precioso ataúd; cavaron una pequeña fosa en el jardín; después de haber besado a sus flores, depositó el ataúd en la tierra; Adolfo y Jonás descargaron varias veces sus ballestas sobre la tumba, porque no tenían ni fusil ni cañón.

sábado, 14 de febrero de 2015

La princesa y el guisante - Hans Christian Andersen

Para continuar con el "Mes Andersen", hoy elegí "La princesa y el guisante". Este es otro de aquellos cuentos que se han hecho tan populares que se pierde el autor. De hecho, generalmente se lo atribuye a los hermanos Grimm. 
Al leerlo, descubrirán la típica fórmula en los cuentos de hadas. Podemos, entonces, hacer dos cosas. Una, despotricar contra el modelo de mujer que creemos estos cuentos fomentan, el machismo, el patriarcado etc. etc. Dos, aceptarlo como es, una historia simple a la cual se le pueden dar otras interpretaciones menos lineales si nos enfocamos en arquetipos...
Pensemos, ¿qué es ser una princesa verdadera si el cuento dice que princesas hay muchas? ¿Por qué se detecta con un guisante oculto bajo un montón de colchones que deberían amortiguar el dolor? En lo particular, me oriento más a ver los colchones y edredones como capas que ocultan nuestra esencia verdadera :D Pero que cada quien interprete lo que quiera.
¡Feliz San Valentín!



La Princesa y el Guisante

Una vez era un príncipe que quería casarse con una princesa, pero con una princesa de sangre real. Viajó por todo el mundo en busca de una, pero todas las que encontraba tenían algún defecto. Las princesas abundaban, pero se hacía difícil descubrir si verdaderamente eran de sangre real. El príncipe volvió a su patria muy desilusionado y estaba triste y pesaroso, porque deseaba con toda su alma una real princesa.

Cierta noche se desencadenó una horrible tempestad; llovía a torrentes y el cielo parecía un infierno de truenos y rayos. ¡Era espantoso! De pronto llamaron a la puerta de la ciudad y el mismo Rey fue a ver quién era.

Con gran asombro adivinó que tenía delante a una princesa. Pero ¡Dios mío! ¡En qué lastimosos estado venía con aquel tiempo horroroso! Toda empapada de lluvia, chorreaba por cabellos y vestidos; llenaba el agua su calzado y se le vertía por los talones. Más parecía una fuente que una princesa, aunque ella afirmaba que lo era.

"Pronto lo sabremos", pensó la Reina. Y, sin decir nada a nadie, fue al dormitorio, quitó todos los colchones y ropa de cama y dejó en el fondo de ésta un guisante, encima del cual colocó veinte colchones y, sobre ellos, veinte edredones.

La princesa tuvo que dormir toda la noche en esta cama monumental. Al día siguiente le preguntaron cómo había dormido.

- ¡Oh! ¡Pésimamente! - contestó -. En toda la noche no he podido cerrar apenas los ojos. Dios sabe lo que habría en la cama. Sentía una cosa dura que me ha llenado de cardenales todo el cuerpo. ¡Qué horrible!

Entonces conocieron que era una princesa de sangre real, porque, entre veinte colchones y veinte edredones, había sentido la molestia del guisante.

Sólo una princesa de sangre real puede ser tan sensitiva.

El Príncipe la tomó por esposa sabiendo a ciencia cierta que se casaba con una verdadera princesa, y el guisante se llevó al Museo de Arte donde aún estará si no lo han quitado.

¡Y he aquí un verdadero cuento!

lunes, 9 de febrero de 2015

El patito feo - Hans Christian Andersen

Hoy una amiga, ante mi angustia por una situación que se está dando en lo laboral y que me hace seriamente cuestionarme si el problema no seré yo, me dijo algo hermoso: "¡Ni lo pienses! Es obvio que en un mundo de patos seas un cisne incomprendido". Y claro, la frase me recordó a "El patito feo" y, como estamos con los cuentos de Hans Christian Andersen, lo elegí para hoy. 
¡¿Quién no vivió alguna vez situaciones similares?! y no me refiero a la interpretación básica y gastada que se hace de este cuento al relacionarlo con aquello de lo bello en lo feo, sino con una interpretación más profunda que tiene que ver con nuestro lugar en el mundo.
Espero que les guste... 

Cisne en Bubalcó

















sábado, 7 de febrero de 2015

El impávido soldado de plomo - Hans Christian Andersen

Tal cómo les decía ayer en el facebook del blog, estas últimas semanas el cuento "La Sirenita" de Hans Christian Andersen ha tenido varias visitas en el blog - y ha recibido varios comentarios de agradecimiento -. Sin lugar a dudas, es la entrada más leída. Me alegra saber que se difunde el cuento original.... es algo así como darle batalla a las versiones reducidas y manoseadas. Hans Christian Andersen fue - es - unos de mis escritores favoritos de cuando era niña por lo que decidí homenajearlo durante todo Febrero. 
Hoy: "El impávido soldado de plomo" también conocido simplemente como "El soldadito de plomo". Un clásico, tal vez, algo olvidado (si bien no es el cuento más olvidado de los de Andersen) y manoseado bastante por los diseñadores de dibujos animados. El título original es "Den standhaftige Tinsoldat" (standhaftige: firme) y se publicó por primera vez en 1838. Nuevamente, como pasó con "La sirenita", no es una historia de amor aunque hayan querido vendérnosla como tal. 
Algo curioso que al menos yo no sabía: en Odense, Dinamarca, hay una escultura del soldadito, :D De hecho, en Odense abundan las esculturas relacionadas con Andersen.... Pero no sólo allí, ¡¡también hay una escultura en una plaza de Madrid!!. Pensar que viví en Madrid unos años antes de que la esculpieran...
Espero que les guste.
Ah, cómo me gusta la edición que tengo en casa, van imágenes del libro. Para leerlas mejor, hagan "click" en ellas.

Den standhaftige Tinsoldat, Odense. Escultor: Eiler Madsen. 1996. Paseo Overgade, Odense, Dinamarca







Fuente: esculturayarte.com (cc) 2009-2015

NOMBRE: 
El Soldadito de Plomo

AUTOR: Pedro Requejo Novoa - 2006