9
El conflicto inevitable
El Organizador tenía en su estudio privado una
curiosidad medieval, una chimenea. Desde luego, el hombre medieval seguramente
no la hubiera reconocido, ya que no tenía un significado funcional. La inmóvil
y ondulante llama se encontraba aislada en un recinto, detrás de un
transparente cuarzo.
Los troncos de leña se quemaban a larga distancia
mediante una ligera desviación de los rayos de energía que alimentaban los
edificios públicos de la ciudad. El mismo botón que prendía fuego a los troncos
vaciaba primero las cenizas de los anteriores y permitía la entrada de la nueva
leña. Era una chimenea perfectamente domesticada, como puede verse. Pero el
fuego era real. Podía oírsele crujir y se veía cómo las llamas lamían el alambre
bajo la corriente de aire que lo alimentaba.
El enrojecido vaso del Ordenador reflejaba en miniatura
las discretas cabriolas de las llamas, y, en más miniatura aún, también sus
reflexivas pupilas. Y las reflexivas pupilas de su huésped, la doctora Susan
Calvin, de la U.S. Robots / Mechanical Men Corporation.
--No la he convocado a usted aquí, doctora Calvin,
únicamente por razones sociales.
--No lo he pensado nunca, Stephen.
--Y no obstante, no sé cómo exponerle el problema. Por
una parte, puede no tener importancia, por otra, puede ser el fin de la
Humanidad.
--Me he encontrado con muchos problemas que ofrecían el
mismo dilema, Stephen. Creo que todos los problemas son así.
--¿De veras?... Entonces, a ver qué le parece éste. La
producción mundial de acero tiene un excedente de veinte mil toneladas o más.
El Canal de Méjico hubiera debido estar terminado hace dos meses. Las minas de
Almadén han experimentado una baja de producción desde la última primavera,
mientras las compañías hidráulicas de Tientsin están despidiendo gente. Éstos
son los hechos que se me acuden de momento. Pero hay más.
--¿Son puntos graves? No soy lo suficientemente
economista para juzgar sobre las terribles consecuencias de todo esto.
--En sí mismo, no. Se podrían mandar técnicos en mineralogía
si la situación de Almadén empeorara. Si hay demasiados ingenieros hidráulicos
en Tientsin, pueden ser enviados a Java o Ceilán. Veinte mil toneladas de acero
no cubrirán más allá de algunos días de demanda mundial, los dos meses de
retraso y la apertura del Canal de Méjico es de escasa importancia. Son las
Máquinas lo que me preocupa; he hablado ya de ellas con su Doctor de
Investigaciones.
--¿Con Vicent Silver? No me ha dicho nada de todo
esto...
--Le pedí que no hablase con nadie. Por lo visto me ha
obedecido.
--¿Y qué le dijo?
--Vamos a proceder por orden. Quiero hablar de las
Máquinas primero. Y quiero hablar de ellas con usted porque es usted la única
en el mundo que entiende lo suficiente en robots para ayudarme. ¿Puedo sentirme
filósofo?
--Por esta tarde, Stephen, puede usted sentirse lo que quiera
y como quiera, con tal de que me diga usted primero qué pretende demostrar.
--Que este pequeño desequilibrio en la perfección de
nuestro sistema de oferta y demanda, tal como lo he mencionado, puede ser el
primer paso hacia la guerra final.
--¡Humm!... Siga.
Susan no se permitió arrellanarse en su sillón, a pesar
de lo cómodo que era. La frialdad en su mirada, de sus labios y de su rostro se
había acentuado con los años. Y a pesar de que Stephen Byerley era un hombre en
quien podía confiar enteramente, tenía casi setenta años y los hábitos de una
vida no se olvidan tan fácilmente.
--Cada período del desarrollo humano, Susan, tiene su
tipo particular de conflicto, sus problemas distintos que, aparentemente sólo
pueden resolverse por la fuerza. Y jamás, por decepcionante que esto sea, la
fuerza resuelve el problema. En su lugar, éste persiste a través de una serie
de conflictos y se desvanece por sí solo..., ¿cómo dice la frase?..., no con un
estallido, sino con su susurro, a medida que el ambiente económico y social
cambia. Y entonces, nuevo problema y nueva serie de guerras. Un ciclo, al
parecer, sin fin. Consideremos los tiempos relativamente modernos. Hubo las
guerras dinásticas de los siglos dieciséis y diecisiete, cuando los problemas
más importantes de Europa eran si los Habsburgo, los Valois o los Borbones
tenían que gobernar el continente. Era uno de estos conflictos inevitables,
porque Europa no podía evidentemente existir en dos. Salvo que fue así, y
ninguna guerra barrió a unos para establecer a los otros, hasta que se creó una
nueva atmósfera social en Francia en 1789, al derrocar a los
Borbones primero y después a los Habsburgo,
arrastrándolos en la polvorienta caída al incinerador histórico. Y durante
aquellos siglos hubo también las bárbaras guerras de religión, que resolvieron
la importante cuestión de si Europa tenía que ser católica o protestante. Mitad
y mitad no podía ser. Era "inevitable" que la espada decidiese. Salvo
que no decidió. En Inglaterra iba creciendo un nuevo industrialismo y en el
Continente un nuevo nacionalismo. Europa sigue siendo mitad y mitad y a nadie
le preocupa esto mucho. Durante los siglo diecinueve y veinte hubo un ciclo de
guerras nacionalimperialistas, cuando el problema más importante del mundo era
saber qué porciones de Europa controlarían los recursos económicos y la
capacidad de consumo de otras porciones no-europeas. Las regiones no-europeas
no podían, por lo visto, existir siendo en parte inglesas, en parte francesas,
en parte alemanas y así sucesivamente. Hasta que las fuerzas del nacionalismo
se extendieron lo suficiente y la no-Europa terminó lo que las guerras no
habían conseguido terminar, y decidió que podía perfectamente subsistir
íntegramente no-europeas. Y así tenemos una estructura...
--Sí, Stephen, lo explica muy claro -dijo Susan Calvin-.
No son observaciones muy profundas.
--No, pero lo evidente es en muchos casos lo más difícil
de ver. La gente dice, "es tan claro como mi nariz", pero, ¿qué porción
de nuestra nariz podemos ver, a menos que nos den un espejo? Durante el siglo
veinte, Susan comenzamos un nuevo ciclo de guerras..., ¿cómo las llamaremos?
¿Guerras ideológicas? ¿Las emociones de la religión aplicadas a los sistemas
económicos, en lugar de los extranaturales? De nuevo las guerras eran
"inevitables" y entonces se disponía de armas atómicas, de manera que
la humanidad no podía vivir ya por más tiempo en el tormento del inevitable
derroche de la inevitabilidad. Y vinieron los robot positónicos.... Vinieron a
tiempo, y con ellos el viaje interplanetario. De manera que ya no pareció tan
importante que el mundo fuese Adam Smith o Carlos Marx. Ninguno de los dos
tenía gran influencia en las nuevas circunstancias. Ambos tenían que adaptarse
y terminaron casi en el mismo lugar.
--Un "Deus ex machina", entonces, en doble
sentido -dijo Susan Calvin.
--No le había oído nunca hacer juegos de palabras, Susan,
pero es exacto. Y no obstante, había otro peligro. El final de un problema no
había hecho más que dar nacimiento a otro. Nuestro nuevo mundo universal de
economía robótica puede plantear un nuevo problema, y por esta razón tenemos
las máquinas. La economía mundial es estable, y permanecerá estable, porque
está basada en las decisiones de las máquinas calculadoras, que llevan el bien
de la Humanidad en su corazón a través de la avasalladora fuerza de la Primera
Ley robótica. Y aunque las Máquinas no son sino el más vasto conglomerado de
circuitos calculadores jamás inventado -prosiguió Stephen Byerley-, siguen
siendo robots en el sentido de la Primera Ley, y así nuestra economía terrestre
está de acuerdo con los mejores intereses del hombre. La población de la Tierra
sabe que no habrá paro obrero, ni superproducción ni falta de producción.
Destrucción y hambre son palabras de los libros de historia. Y así, la cuestión
de la propiedad de los medios de producción es un problema anticuado.
Quienquiera que los poseyese (si es que esta frase tiene algún sentido), un
hombre, un grupo, una nación, o toda la Humanidad, sólo podrían utilizarse como
las Máquinas dicten. No porque los hombres viniesen obligado a ello, sino
porque sería el camino más corto y lo saben. Esto pone fin a las guerras..., no
sólo al último ciclo de guerras, sino al próximo y a todos ellos. A menos
que...
Hubo una pausa y Susan lo alentó a proseguir
repitiendo...
--¿A menos qué...?
El fuego fue extinguiéndose en un troco de leña y se
apagó.
--A menos -dijo el Ordenador- que las Máquinas no
cumplan con su función.
--Comprendo. Y aquí es donde aparecen estos pequeños
desequilibrios que ha mencionado usted hace un momento..., el acero, las
instalaciones hidráulicas, etc.
--Exacto. Estos errores no deberían existir. El doctor
Silver me ha dicho que no "podían" ser.
--¿Niega los hechos?¡Qué extraño!
--No, admite los hechos, desde luego. Soy injusto con
él. Lo que niega es que ningún error en la máquina sea responsable de los
llamados (es su frase) "errores en las respuestas". Pretende que las
máquinas se corrigen por sí mismas y que sería violar las leyes fundamentales
de la naturaleza que existiese un error en los círculos de conexión. Y así, le
dije...
--Y así, le dijo: "Que sus hombres lo comprueben y
se aseguren de ello, de todos modos...".
--Susan, lee usted mi pensamiento. Esto fue lo que dije
y me contestó que no podía.
--¿Demasiado ocupado?
--No, dijo que ningún ser humano podía. Lo dijo francamente.
Me dijo, y espero haberlo comprendido debidamente, que las Máquinas son una
gigantesca extrapolación... Un equipo de matemáticos trabaja varios años calculando
un cerebro positónico equipado para realizar ciertos actos similares de cálculo.
Utilizando este cerebro hacen nuevos cálculos para crear un nuevo cerebro más
complicado aún, y así sucesivamente. Según Silver, lo que llamamos Máquinas son
el resultado de diez de estos progresos.
--Sí..., me parece claro. Afortunadamente, no soy
matemática. ¡Pobre Vicent!... Es muy joven. Los directores que le precedieron,
Alfred Lanning y Peter Bogert, han muerto y no tenían estos problemas. Ni yo
tampoco. Quizá todos los técnicos en robótica moriremos ahora, puesto que no
podemos comprender nuestras propias creaciones.
--Aparentemente, no. Las Máquinas no son supercerebros,
en el sentido de los suplementos periodísticos de los domingos, pese a que nos
los describen así. Es meramente que en la actividad consistente en reunir y
analizar un número casi infinito de datos y sus relaciones en un espacio de
tiempo casi infinitesimal, han progresado hasta más allá de la posibilidad de
un control humano detallado. Y entonces intenté otra cosa. Le pregunté a la Máquina.
En el más estricto secreto alimenté la máquina con los datos originales
relacionados con la producción del acero, su propia respuesta y su actual
desarrollo desde entonces..., es decir, la superproducción, y le pedí una
explicación de la discrepancia.
--Bien, ¿y cuál fue la respuesta?
--Puedo citársela a usted palabra por palabra: "El asunto
no admite explicación".
--¿Y cómo interpretó Vicent esto?
--De dos formas. O no le habíamos dado a la Máquina
datos suficientes para permitirle contestar exactamente, lo cual no es probable,
el doctor Silver está de acuerdo con ello, o bien a la Máquina le es
imposible reconocer que puede dar una respuesta a unos
datos que implican un posible daño a un ser humano. Esto, desde luego, es una
consecuencia de la Primera Ley. Y entonces el doctor Silver me recomendó que la
viese a usted.
Susan Calvin parecía muy cansada.
--Soy ya vieja, Stephen. Cuando murió Peter Bogert
quisieron hacerme directora de investigaciones y rehusé. Entonces ya no era
joven y no quise asumir responsabilidad. Nombraron a Silver y esto me
satisfacía; pero de qué habrá valido, si me meten en estos líos... Stephen,
déjeme que le exponga mi situación. Mis investigaciones incluyen desde luego la
interpretación de la conducta del robot bajo el aspecto de las Tres Leyes robóticas.
Aquí, sin embargo, tenemos unas máquinas calculadoras increíbles. Son cerebros
positónicos y por consiguiente obedecen las Tres Leyes. Pero carecen de personalidad;
es decir, sus funciones son sumamente limitadas... Tiene que ser así, puesto
que están especializadas en este sentido. Por consiguiente, hay muy poco margen
para la reacción a las Leyes, y mi método de ataque es virtualmente inútil. En
una palabra, no creo poderlo ayudar, Stephen.
El Ordenador se echó a reír.
--A pesar de todo déjeme que le diga el resto. Déjeme
que le explique "mis" teorías, y quizá entonces pueda usted decirme
si son posibles a la luz de la robopsicología.
--Con mucho gusto. Siga adelante.
--Bien; puesto que las máquinas dan una respuesta
errónea, partiendo de la base de que no pueden cometer error, sólo existe una
posibilidad. ¡"Se les dieron unos datos erróneos"1 En otras palabras,
la perturbación es humana, no robótica. Así es que, al efectuar mi reciente
gira de inspección interplanetaria...
--¿De la que acaba usted de regresar a Nueva York?
--Sí; era necesario, comprenda, puesto que hay cuatro Máquinas,
cada una de las cuales controla una
región Planetaria. ¡"Y las cuatro están dando resultados
imperfectos"!
--¡Oh, esto es natural, Stephen! Si una de las Máquinas
es imperfecta, tiene que reflejar automáticamente en el resultado de las otras
tres, puesto que cada una de ellas asumirá su parte de los datos sobre los
cuales basan sus decisiones, la perfección de la cuarta imperfecta. Con una
falsa suposición, tienen que dar falsas respuestas.
--¡Eh, eh!... Eso me parece. Ahora bien, aquí tengo el
resultado de mis conversaciones con cada uno de los cuatro Viceordenadores
regionales. ¿Quiere usted que los estudiemos juntos? ¡Ah!... Primero, ¿ha oído
usted hablar de la "Sociedad Humanitaria"?
--¿Eh?... Sí. Son una consecuencia de los
Fundamentalistas, que impidieron a la U.S. Robots emplear cerebros positónicos
por el principio de competencia obrera desleal y todo lo demás. ¿La
"Sociedad Humanitaria" es antimáquinas, verdad?
--Sí, pero... En fin, ya verá. ¿Empezamos? Empezaremos
por la Región Oriental.
--Como usted diga...
Región Oriental:
a) Superficie: 23.500.000 kilómetros cuadrados.
b) Población: 1.700.000.000 de habitantes.
c) Capital: Shanghai.
El bisabuelo de Ching Hso-lin murió durante la invasión
japonesa de la vieja República de China y no hubo nadie, aparte sus
desconsolados hijos, para llorar su pérdida y ni siquiera saber qué se había
perdido. El abuelo de Ching Hso-lin sobrevivió a la guerra civil, pero no había
nadie más que su abnegado hijo para saberlo o importarle. Y no obstante, Ching
Hso-lin era el Viceordenador Regional, con el bienestar económico de la mitad
de la población de la Tierra a su cuidado.
Quizá era con esto en la cabeza que Ching tenía dos
mapas como único adorno permanente en las paredes de su despacho. Uno de ellos
era un viejo mapa chino que abarcaba una superficie de un acre o dos y
ostentaba todavía los anticuados caracteres pictográficos de la vieja China. Un
arroyo cruzaba por entre los dibujos borrosos y en el borde del mapa se veían
algunas cabañas, en una de las cuales había nacido el abuelo de Ching.
El otro mapa era de grandes dimensiones, finamente
delineado, con todas las indicaciones en netos caracteres cirílicos. La roja
frontera que delimitaba las Regiones Orientales comprendía dentro de sus vastos
confines todo lo que un día había sido China, India, Birmania, Indochina e
Indonesia. En el mapa, en el interior de la provincia de Sichuan, diminuta y
tenue hasta el punto que nadie podía verla, había una señal que indicaba el
lugar donde estaba situada la atávica granja de los Ching.
Ching estaba de pie delante de estos dos mapas, mientras
hablaba con Stephen Byerley en correcto inglés.
--Nadie sabe mejor que tú, señor Ordenador, que mi
cargo, bajo muchos conceptos, es una prebenda. Da una cierta categoría social,
y represento el punto focal de la administración, pero para todo lo demás..., ¡está
la Máquina! La Máquina hace todo el trabajo. ¿Qué te parecen, por ejemplo, las
obras hidráulicas de Tientsin?
--¡Tremendas! -dijo Byerley.
--Son sólo una de ellas y no las mayores. Están
extensamente esparcidas por Shanghai, Calcuta, Bangkok..., y solucionan la
alimentación de los mil setecientos millones de habitantes del Oriente.
--Y sin embargo -respondió Byerley- tenéis un problema
de paro en Tientsin. ¿Hay acaso una superproducción? Es inconcebible que Asia
sufra de un exceso de comida.
Los ojos de Ching se entornaron hasta ser casi
invisible.
--No. No hemos llegado a esto, todavía. Es cierto que
durante estos últimos meses se han cerrado varias albercas en tientsin, pero la
situación no es grave. Los hombres han sido despedidos sólo temporalmente y los
que no les importa trabajar en otros campos han sido embarcados por Colombo, en
Ceilán, donde se está implantando una nueva organización.
--¿Y por qué tienen que cerrarse las albercas?
--Veo que no entiendes gran cosa en hidráulica -dijo
Ching, sonriendo gentilmente-. Bien, no me sorprende. Tú eres del Norte y allí
el cultivo del suelo rinde todavía grandes provechos. En el Norte es elegante
considerar la hidráulica, cuando se considera algo, como un sistema de cultivar
tulipanes en una solución química, de una manera infinitamente complicada. En
primer lugar, la cosecha más considerable que tenemos desde hace mucho tiempo
(y el porcentaje sigue creciendo) es el lúpulo. Tenemos más de dos mil parcelas
de lúpulo en producción y mensualmente aumentan. Los abonos químicos básicos de
las diferentes clases de lúpulo son nitratos y fosfatos entre los inorgánicos,
con las proporciones debidas de metal, añadidos a las partes fraccionales por millón
de borón y molibdeno requerido. La materia orgánica es principalmente mixturas
de azúcar derivadas de la hidrólisis de la celulosa, pero, además, hay varios
factores alimenticios que deben añadirse. Para una industria hidráulica
floreciente que pueda alimentar a setecientos millones de hombres, tenemos que
emprender un inmenso programa de repoblación forestal por todo el Este; tenemos
que poseer vastos talleres de conversión maderera para competir con las selvas
meridionales, y acero, y sintéticos químicos por encima de todo.
--¿Para qué, esto último?
--Porque, señor Byerley,
estos campos de lúpulo tienen cada uno de ellos sus propiedades particulares.
Hemos dado desarrollo, como he dicho, a dos mil
parcelas. El bisté que has creído comer hoy era lúpulo. Las frutas congeladas
que has tomado de postre era lúpulo helado. Hemos extraído jugo de lúpulo con
el sabor, aspecto y valor alimenticio de la leche. Es el sabor, más que nada,
comprende, lo que presta su atractivo a la alimentación a base de lúpulo, y en
busca de este sabor hemos instalado parcelas artificiales fertilizadas que no
pueden mantenerse por más tiempo con una dieta básica de sal y azúcar. Una
necesita biotina; otra, ácido pteroiglutámico; otras aun, diferentes ácidos amínicos,
así como todas las vitaminas B menos una (y aun así es popular y no podemos, con
un poco de sentido económico, abandonarlo).
--¿Con qué propósito me dices todo esto?
--Me has preguntado, señor, por qué los hombres están
sin trabajo en Tientsin. Tengo algo más que explicarte. No es sólo que
necesitemos estos variados y diversos abonos para nuestro lúpulo; pero subsiste
el complicado factor del capricho popular, que pasa con el tiempo; y la posibilidad
del desarrollo de nuevas parcelas con nuevas necesidades y nueva popularidad.
Todo esto tiene que ser previsto, y la Máquina hace el trabajo...
--Pero no perfectamente.
--No muy imperfectamente, en vista de las complicaciones
que he mencionado. Bien, entonces, algunos miles de obreros en Tientsin están
sin trabajo temporalmente. Pero, considera esto: la cantidad de pérdidas
sufridas durante estos últimos años (pérdidas en términos de defectuosa
producción o de defectuosa demanda) no asciende a una décima del uno por ciento
de nuestra producción normal. Considero que...
--Y no obstante, durante los primeros años de la Máquina,
la cifra era cerca de una milésima del uno por ciento.
--Sí, pero durante el decenio último en que la Máquina
empezó sus operaciones con verdadero ímpetu, hemos aumentado nuestra industria
de lúpulo, con respecto a la época premáquina, unas veinte veces. Es de esperar
que las imperfecciones aumenten con las complicaciones, si bien...
--¿Si bien...?
--Hubo el curioso ejemplo de Rama Vrasayana.
--¿Qué le ocurrió?
--Vrasayana estaba encargado del taller de evaporación
de la salmuera para la producción de yodo, sin el cual el lúpulo puede vivir,
pero los seres humanos, no. Se vio obligado a sindicar su taller.
--¿De veras? ¿Y a causa de qué?
--Competencia, créelo o no. En general, una de las
principales funciones de los análisis de la Máquina es indicar la distribución más eficiente de
nuestras unidades productivas. Es visiblemente un error tener regiones insuficientemente
surtidas de manera que los gastos de transporte importan un porcentaje
considerable del gasto total. De manera similar, es un error tener un área demasiado
servida, de forma que las factorías tienen que funcionar con capacidades más
bajas o bien competir perjudicialmente unas con otras. En el caso de Vrasayana,
se estableció otro taller en la misma ciudad y con un sistema de
extracción más eficiente.
--¿Y la Máquina lo permitió?
--¡Oh, sin duda! No es sorprendente. El nuevo sistema se
está extendiendo considerablemente. La sorpresa fue que la Máquina omitió avisar
a Vrasayana que renovase o cambiase... Sin embargo, no importa. Vrasayana
aceptó un cargo de ingeniero en un nuevo taller, y si su responsabilidad y
sueldo son ahora menores, por lo menos no sufre. Los obreros encontraron
fácilmente trabajo; el antiguo taller fue convertido en... no sé qué. Algo
útil. Lo confiamos todo a la Máquina.
--¿Y por otra parte no tienes quejas?
--Ninguna.
La Región Tropical:
a) Superficie: 35.000.000 de kilómetros cuadrados.
b) Población: 500.000.000 de habitantes.
c) Capital: Capital City.
El mapa del despacho de Ngoma estaba muy lejos de tener
la neta precisión del de los dominios de Ching en Shanghai. Los límites de las
fronteras de la Región Tropical de Ngoma estaban punteados de oscuro y se
extendían hacia un bello interior llamado "selva" y
"desierto", y "Aquí hay elefantes y Toda Clase de Extrañas Bestias".
Había mucho que recorrer, porque en tierras, la Región
Tropical abarcaba más de dos continentes; toda América del Sur, norte de
Argentina, y toda África al sur del Atlas. Incluía también América del Norte al
sur de Río Grande e incluso Arabia, e Irán en Asia. Era el reverso de la Región
Oriental. Donde el hormiguero humano del Oriente se apretujaba en un 15% de la
Tierra, los Trópicos desparramaban un 15% de Humanidad sobre casi la mitad de
la extensión del globo.
A Ngoma, Stephen Byerley le produjo la impresión de uno
de aquellos inmigrantes de rostro pálido que van en busca de la obra creadora
en el ambiente suave necesario para el hombre, y sintió una cierta dosis del
automático desprecio del hombre fuerte nacido en el duro Trópico por el
infortunado oriundo de más pálidos soles.
Los Trópicos tenían la ciudad más nueva del mundo y en
su sublime confianza juvenil recibía únicamente el nombre de "Capital
City". Se extendía espléndida por las fértiles tierras altas de Nigeria, y
al pie de las ventanas de Ngoma, más abajo, había vida y color, un sol ardiente
y frecuentes chaparrones. El gorjeo de los pájaros multicolores era estridente
y las estrellas parecían puntas de agujas brillantes en la noche oscura.
Ngoma se echó a reír. Era un hombre bello, muy negro,
alto y de facciones enérgicas.
--Desde luego -dijo en un inglés bastante correcto,
dando la sensación de hablar con la boca llena-, el Canal de Méjico va
atrasado. ¡Qué diablos! ¡Un día u otro se terminará de todos modos, hombre!
--Todo iba bien hasta hace medio año.
Ngoma dirigió una atenta mirada a Byerley y sacando un
cigarro del bolsillo mordió una punta, la escupió y encendió la otra.
--¿Es esto una investigación oficial, Byerley? ¿De qué
se trata?
--Nada. Nada absolutamente. Entra dentro de mis funciones
de Ordenador el ser curioso.
--Bien, si es sólo que te aburres y quieres pasar un
rato..., la verdad es que andamos siempre cortos de mano de obra. Hay muchos
trabajos en curso en los Trópicos. El Canal es uno de ellos...
--Pero ¿no ha predicho la Máquina la cantidad de mano de obra disponible para el
Canal..., sin contar todos los demás proyectos en curso?
Ngoma se puso una mano en la nuca y echó al aire unos
círculos de humo azul.
--Era un poco deficiente.
--¿Es a menudo deficiente?
--No más de lo que es de esperar. No esperamos gran cosa
de ella, Byerley. Le suministramos los datos. Tomamos los resultados. Hacemos
lo que dice. Pero es sólo un expediente, un instrumento para economizar
trabajo. Podríamos prescindir de ella, si fuese necesario. Quizá no tan bien. Quizá
no tan rápidamente. Pero el final sería el mismo. Aquí tenemos confianza, Byerley,
y éste es el secreto. ¡Confianza! Hemos ocupado nuevas tierras que llenaban
miles de años esperándonos, mientras el resto del mundo ha sido destrozado por
las asquerosas experiencias de la Era preatómica. No tenemos que comer lúpulo
como en Oriente, no tenemos que preocuparnos de los rancios desperdicios del
siglo pasado, como vosotros los Nórdicos. Hemos barrido la mosca tsetsé y el
mosquito anofeles, el pueblo ha visto que puede vivir al sol y le gusta. Hemos
aclarado las selvas vírgenes y roturado el suelo; hemos encontrado carbón y petróleo
en campos intactos y minerales sin cuento. Retiraos de aquí. Es lo único que
pedimos al resto del mundo. Retiraos y dejadnos trabajar.
--Pero el Canal -interrumpió Byerley prosaicamente- hace
seis meses que hubiera debido estar terminado. ¿Qué ha ocurrido?
--Perturbaciones obreras -dijo Ngoma, abriendo las
manos. Buscó algo por entre los papeles que cubrían su mesa, pero renunció-.
Tenía algo sobre esto por aquí -murmuró-, pero no importa. Una vez hubo escasez
de mano de obra en Méjico por una cuestión de mujeres. No había bastantes
mujeres por allí. Al parecer a nadie se le ocurrió alimentar la Máquina con datos sexuales.
Hizo una pausa para echarse a reír, encantado, y
prosiguió:
--Espera un momento. Me parece que ya lo tengo...
¡Villafranca!
--¿Villafranca?
--Francisco Villafranca. Era el ingeniero encargado.
Ocurrió no sé qué y hubo un corrimiento de tierras. Eso es. Eso es. No murió
nadie pero el desorden fue terrible. ¡Un escándalo!
--¡Oh...!
--Hubo un error en sus cálculos. O por lo menos la Máquina
lo dijo así. Le suministraron datos de
Villafranca, suposiciones, y así. El material con que había empezado. Las
respuestas fueron diferentes. Parece que las respuestas que Villafranca utilizó
no tenían en cuenta el efecto de las fuertes lluvias en las cercanías de la
brecha. O algo así. No soy ingeniero, ¿comprendes?... En todo caso, Villafranca
armó un lío de mil diablos. Pretendió que la respuesta de la Máquina había sido
diferente la primera vez. Que había seguido a la Máquina ciegamente. ¡Y
dimitió! Le ofrecimos mantenerlo..., la duda era razonable, el trabajo anterior
era satisfactorio, todo aquello que se dice..., en una posición subordinada, desde
luego..., estábamos obligados..., los errores no pueden pasar inadvertidos..., es
malo para la disciplina..., ¿Dónde estaba?
--Le ofrecisteis conservarlo.
--¡Ah, sí! Rehusó. Bien, en resumen, llevamos dos meses
de retraso. ¡No es nada, qué diablos!
Byerley extendió la mano y apoyó las puntas de los dedos
sobre la mesa
--¿Villafranca le echó las culpas a la Máquina , verdad?
--Pues... ¿no iba a echárselas a sí mismo, verdad?
Mirémoslo serenamente; la naturaleza humana es una
vieja amiga nuestra. Por otra parte, recuerdo algo más
ahora... ¿Por qué diablos no podré encontrar los documentos cuando los
necesito? Mi sistema de archivar no vale un pepino. Este Villafranca era
miembro de una de vuestras organizaciones nórdicas. Méjico está demasiado cerca
del Norte. A esto es debido en parte la perturbación.
--¿De qué organización estás hablando?
--La Sociedad Humanitaria, la llaman. Villafranca solía
asistir a una conferencia anual en Nueva York. Un atajo de chiflados, pero
inofensivos. No les gustan las Máquinas; dicen que destruyen la iniciativa
personal. De manera que, como es natural, Villafranca echó la culpa a la Máquina...
Yo no acabo de entenderlo tampoco. ¿Es que en Capital City parece que la raza
humana esté siendo apartada de la iniciativa? Y Capital City siguió tendida
bajo el glorioso y dorado sol; la más joven y moderna creación del
"Homo Metrópolis".
La Región Europea
a) Superficie: 7.000.000 kilómetros cuadrados.
b) Población: 300.000.000 de habitantes.
c) Capital: Ginebra.
La Región Europea era una anomalía bajo varios
conceptos. En superficie, era con mucho la menor; ni un quinto de la superficie
de la Región Tropical y ni un quinto de la población de la Región Oriental. Geográficamente,
tenía cierta semejanza con la Europa de la era preatómica, ya que excluía lo
que había sido la Rusia europea e Islas Británicas, mientras incluía las costas
Mediterráneas de África y Asia y, en un extraño salto a través del Atlántico,
Argentina, Chile y el Uruguay.
No era tampoco probable que mejorase su "status
vis- -vis" de sus demás regiones de la Tierra, excepto por el vigor que
estas provincias americanas le prestaban. De todas la Regiones, era la única
que mostró un franco declive de la población durante el medio siglo pasado.
Sólo ella había dejado de extender seriamente sus facilidades productivas o
aportar algo radicalmente nuevo a la cultura humana.
--Europa -decía madame Szegeczowska, en su medio
francés-, es esencialmente un apéndice económico de la Región Nórdica. Lo
sabemos, pero no nos importa.
--Y sin embargo -le hizo ver Byerley-, tienen ustedes
una Máquina propia, y no están seguramente bajo una presión económica del otro
lado del océano.
--¡Una Máquina ! ¡Bah! -encogió sus delicados hombros y
dejó que una leve sonrisa se filtrase por sus labios mientras encendía un
cigarrillo con sus largos dedos-. Europa es un lugar soñoliento. Y todos
nuestros hombres que no consiguen emigrar al trópico están cansados y aburridos
de todo esto. Usted mismo puede ver en qué consiste la tarea de Viceordenadora.
En fin, afortunadamente no es un papel difícil, y no espera gran cosa de mí. En
cuanto a la Máquina ..., ¿qué sabe decir fuera de "Haz esto y será mejor
para vosotros"? Pero ¿qué es lo mejor para nosotros? Pues es una apéndice
económico de la Región Nórdica... ¿Y esto es acaso tan terrible? No hay
guerras. Vivimos en paz... y es agradable después de setecientos años de
guerras. Somos viejos, señor. En nuestras fronteras tenemos las que fueron cuna
de la viejas civilizaciones. Tenemos Egipto y Mesopotamia; Creta y Sicilia;
Asia Menor y Grecia. Pero los tiempos antiguos no son necesariamente unos
tiempos infelices. Puede hallarse fruición...
--Quizá tenga usted razón -dijo Byerley, afablemente-.
Por lo menos el "tempo" de la vida no es tan intenso como en otras
regiones. Es una atmósfera agradable.
--¿Verdad? Van a traer el té, señor Byerley. ¿Quiere
indicarme su preferencia sobre la leche y el azúcar?... Gracias.
Tomó un sorbo de té con elegancia; Después continuó:
--Es agradable. El resto de la Tierra se ha convertido
en una lucha continua. Aquí encuentro un paralelo; un paralelo interesante.
Hubo un tiempo en que Roma era dueña del mundo. Había adoptado la dulzura y
civilización de Grecia; una Grecia que no había estado nunca unida; que se
había arruinado en la guerra y estaba languideciendo en un estado de decadente
ruina. Roma la unió, aportó la paz y le permitió vivir una vida de seguridad
sin gloria. Se ocupó de su filosofía y de su arte, lejos del estruendo y de la agitación
de la guerra. Era una especie de muerte, pero de una muerte tranquila con pequeños
intervalos, unos cuatrocientos años.
--Y sin embargo -interrumpió Byerley-, Roma cayó y el
sueño de opio tocó a su fin.
--No había ya bárbaros para derrumbar la civilización.
--Nosotros podemos ser nuestros propios bárbaros, Madame
Szegeczowska. ¡Ah!..., quería hablarle de una cosa. Las minas de mercurio de
Almadén han disminuido considerablemente de producción. ¿El mineral no debe haber
disminuido más rápidamente de lo previsto, supongo?
Los pequeños ojos grises de la muchacha se fijaron en Byerley.
--Los bárbaros..., la caída de la civilización..., el
probable fracaso de la Máquina ... El proceso de sus ideas es muy transparente,
monsieur.
--¿Sí? Veo que me hubiera convenido tratar con hombres,
como hasta ahora. ¿Considera usted que el asunto de Almadén es culpa de la Máquina
?
--En absoluto, pero me parece que usted sí lo es. Usted
es nativo de la Región Nórdica. La Oficina Central de Coordinación está en
Nueva York. Y hace ya tiempo que he observado que ustedes, los nórdicos,
carecen de fe en la Máquina.
--¿Nosotros?
--Hay una Sociedad Humanitaria que tiene mucha fuerza en
el Norte, pero no consigue hacer adeptos en la fatigada y vieja Europa, que
sólo anhela dejar tranquila a la débil Humanidad. Con toda seguridad, es usted
uno de los confiados nórdicos y no uno de los cínicos del viejo continente.
--¿Tiene esto relación con Almadén?
--¡Oh, sí, creo que sí! Las minas están bajo el control
de la Consolidated Cinnabar, que es con toda certeza una compañía nórdica, con
la oficina central en Nikolaev. Personalmente, dudo de que el Consejo de Administración
haya consultado para nada la Máquina. En la conferencia del mes pasado, dijeron
que lo habían hecho, y desde luego, no tenemos ninguna prueba de lo contrario,
pero no me atrevería a dar crédito a un nórdico en este asunto, sin ánimo de
ofender, de ningún modo. Sin embargo, espero que todo acabará bien.
--¿En qué sentido, mi querida madame?
--Debe usted comprender que las irregularidades
económicas de estos últimos meses -que, aun cuando insignificantes comparadas
con las grandes tormentas del pasado, son sin embargo, perturbadoras para
nuestros espíritus sedientos de paz-, han causado considerables inquietudes en
la provincia española. Tengo entendido que la Consolidated Cinnabar va a vender
a un grupo de españoles. Es consolador. Si somos vasallos económicos del Norte,
es humillante ver el hecho proclamado con excesiva ostentación. Y se puede
confiar más en nuestro pueblo para seguir los consejos de la Máquina .
--¿Entonces, cree usted que no habrá más disturbios?
--Estoy segura de ello... En Almadén, por lo menos.
La Región Norte:
a) Superficie: 27.000.000 de kilómetros cuadrados.
b) Población: 800.000.000 de habitantes.
c) Capital: Ottawa.
La Región Norte, en más de un concepto, se llevaba la supremacía.
La cosa quedaba
bien de manifiesto en el mapa del las oficinas del Viceordenador de Ottawa,
Hiram Mackenzie, en el cual el Polo Norte ocupaba el centro. A excepción de
Europa con sus regiones escandinavas e islándicas, toda la zona americana estaba
incluida en la Región Nórdica.
Vagamente, podía ser dividida en dos zonas principales.
A la izquierda del mapa se veía toda América del Norte por encima de Río
Grande. A la derecha abarcaba todo lo que había sido un tiempo la Unión
Soviética.
Estas dos áreas juntas representaban el poder central
del planeta durante los primeros años de la Edad Atómica. Entre las dos estaba
la Gran Bretaña, lengua de la región que lamía Europa. En todo lo alto del
mapa, torcidas en una extraña y contorsionada forma, estaban Australia y Nueva
Zelanda, también miembros de las provincias de la Región.
Todos los cambios sufridos durante los últimos decenios
no habían alterado todavía el hecho de que el Norte era el gobernante económico
del planeta. Había por lo tanto, una especie de simbolismo ostentoso en el hecho
de que todos los mapas que Byerley había visto, sólo el de Mackenzie mostraba
toda la Tierra, como si el Norte no temiese la competencia ni necesitase
favoritismo para proclamar su supremacía.
--Imposible -dijo tristemente Mackenzie, levantando su
vaso de "whisky"-. Señor Byerley, no tiene usted entrenamiento
técnico en robótica, según tengo entendido.
--No, no lo tengo.
--¡Humm!... Bien, es lamentable, en mi opinión, que ni
Ching, ni Ngona ni Szegeczowska lo tengan tampoco. Prevalece con exceso entre
los pueblos de la Tierra la opinión de que un Ordenador tiene que ser meramente
un organizador capaz, de conocimientos generalizados y una persona amable. En
nuestros días deberían entender en robótica también..., sin propósito de
ofensa...
--No la hay. Estoy de acuerdo con usted.
--Tomo, por ejemplo, lo que ha dicho usted ya; que le
preocupan las recientes pequeñas perturbaciones que se han producido en la
economía mundial. No sé de quién sospecha, pero ha ocurrido ya en el pasado que
el pueblo, que debería tener otra opinión, se pregunte qué ocurrirá si se
alimenta la Máquina con falsos datos
--¿Y qué ocurriría, señor Mackenzie?
--Pues... -dijo el escocés moviéndose y suspirando-,
todo dato recogido pasa por un complicado sistema de pantallas que comporta un
control a la vez humano y mecánico, de manera que el problema no es probable
que se suscite. Pero dejemos esto. Los humanos pueden equivocarse, son corruptibles,
y los dispositivos mecánicos ordinarios son susceptibles de fallo mecánico. El
punto crucial del asunto es que lo que llamamos un "dato erróneo" es incompatible
con todos los demás datos conocidos. Es el único criterio que tenemos de lo
exacto y lo inexacto. Es igualmente el de la Máquina. Ordénele, por ejemplo que
dirija la actividad agrícola sobre la base de una temperatura media en julio,
en Iowa, de 14°C. No lo aceptará. No dará respuesta. No porque tenga prejuicio
alguno contra esta determinada temperatura ni pueda dejar de contestar, sino
porque, a la luz de los demás datos que se le han dado a través de un cierto
número de años, sabe que las probabilidades de una temperatura media de 14°C.
en Iowa, en julio, son prácticamente nulas. Rechaza el dato. La única forma
como un "falso dato" puede ser insertado en la Máquina es incluyéndolo como parte de un todo
consistente, pero de una falsedad demasiado sutil para que la máquina pueda
destacarlo, o sobre el cual la Máquina no tenga experiencia. La primera está
más allá de la capacidad humana, la segunda es casi esto, y va acercándose cada
vez más a ello a medida que la experiencia de la Máquina aumenta con la
segunda.
Stephen Byerley se apretó la nariz con los dedos.
--¿Entonces la Máquina no puede ser inducida a error? ¿Cómo explica
usted los que se han cometido recientemente, en este caso?
--Mi querido Byerley, veo que sigue usted
instintivamente el gran error de que la Máquina ..., lo sabe todo. Déjeme usted
que le cite un ejemplo de mi experiencia personal. La industria algodonera
alquila compradores experimentados que compran el algodón. Su procedimiento es
arrancar un puñado de algodón de una de las pacas al azar. Lo miran, lo tocan, comprueban
su resistencia, escuchan su crujido, se lo llevan a la lengua, y por este
procedimiento determinan la categoría de algodón que contienen las pacas. Hay
una docena de ellas. Como resultado de su decisión, las compras se hacen a unos
determinados precios, las mezclas se hacen a unas determinadas proporciones.
Ahora bien, estos compradores no pueden ser substituidos con la Máquina .
--¿Por qué no? Seguramente los datos pertinentes no son
demasiado complicados para ella...
--Probablemente no. Pero ¿a qué dato se refiere usted?
No hay ningún químico textil que sepa exactamente qué es lo que comprueba
cuando maneja un puñado de algodón. Probablemente la longitud media de la
fibra, su tacto, la extensión y naturaleza y de su viscosidad, la forma como se
pegan y así sucesivamente. Varias docenas de particularidades,
inconscientemente pesadas, fruto de años de
experiencia. Pero la naturaleza "cuantitativa"
de esta prueba no es conocida; incluso la verdadera naturaleza de algunas de
ellas, no lo es tampoco. De manera que no tenemos nada con que alimentar la Máquina
. Así ni los mismos compradores pueden explicar su juicio. Sólo pueden decir: Bien,
mírelo. No se puede decir si es tal o cual clase.
--Comprendo...
--Hay innumerables casos como éste. La Máquina no es más que una herramienta, al fin y al
cabo, que puede contribuir al progreso humano encargándose de una parte de los
cálculos e interpretaciones. La tarea del cerebro humano sigue siendo la que
siempre ha sido; la de descubrir nuevos datos para ser analizados e inventar
muevas fórmulas para ser probadas. Es un lástima que la Sociedad Humanitaria no
quiera entenderlo así.
--¿Están contra la Máquina ?
--Hubieran estado contra las matemáticas o contra el arte
de escribir si hubiesen vivido en el tiempo adecuado. Estos reaccionarios de la
Sociedad pretenden que la Máquina priva al hombre de su alma. He observado que hombres
perfectamente capaces están todavía llenos de prejuicios en nuestra sociedad;
necesitamos todavía el hombre que sea suficientemente inteligente para pensar
en las preguntas adecuadas. Quizá si pudiésemos encontrar un número suficiente
de ellos, estas perturbaciones que le preocupan, Ordenador, no se producirían.
Tierra (Incluyendo el continente deshabitado, la
Antártida):
a) Superficie: 75.000.000 de kilómetros cuadrados
(superficie terrestre).
b) Población: 3.300.000.000 de habitantes.
c) Capital: Nueva York.
El fuego que relucía detrás del cuarzo estaba ya
moribundo. El Ordenador estaba de humor sombrío, amoldándose al fuego.
--Todos disminuyen la gravedad de la situación -dijo en
voz baja-. ¿No es fácil creer que se han reído de mí? Y sin embargo... Vicent
Silver dice que la Máquina no puede
estropearse y tengo que creerlo. Hiram Mackenzie dice que no pueden ser
alimentadas con falsos datos y tengo que creerlo. Pero las máquinas han
funcionado mal por una u otra causa, y esto tengo que creerlo también, de
manera que... sólo queda una alternativa.
Miró de soslayo a Susan Calvin que, con los ojos
cerrados, parecía dormir.
--¿Cuál es? -preguntó sin embargo al instante.
--Que le han dado los datos correctos y la Máquina ha dado las respuestas correctas, pero no han
sido cumplidas. No hay manera de que la máquina obligue a seguir sus dictados.
--Madame Szegeczowska insinuó algo parecido, refiriéndose
a los nórdicos en general, me parece. ¿Y qué propósito se busca desobedeciendo
a la Máquina? Vamos a estudiar los motivos.
--A mí me parece obvio, y debe parecérselo también a
usted. Es cuestión de sacudir la nave, deliberadamente. Mientras la Máquina gobierne, no puede haber ningún conflicto
serio en la Tierra en el cual un grupo pueda apoderarse de un mayor poderío del
que tiene por lo que juzga ser su propio bien, a pesar de perjudicar la
Humanidad como un todo. Si la fe popular en las máquinas pudiese ser destruida
hasta el punto de que fuesen abandonadas, imperaría de nuevo la ley de la
selva. Y no hay ninguna de las cuatro Regiones que pueda quedar libre de la sospecha
de buscar precisamente esto. Oriente tiene la mitad de la Humanidad dentro de
sus fronteras, y los Trópicos, más de la mitad de los recursos de la Tierra.
Ambos pueden considerarse como los gobernantes naturales de toda la Tierra, y
ambos se sienten humillados por el Norte y es muy humano buscar un desquite
contra esta implacable humillación. Europa tiene una tradición de grandeza, por
otra parte. En otros tiempos gobernó la Tierra, y no hay nada tan eternamente
adhesivo como el recuerdo del poder. Y sin embargo, desde otro punto de vista,
es difícil de creer. Tanto el Este como los Trópicos están en un estado de
enorme expansión dentro de sus fronteras. Ambos crecen rápidamente. No les
pueden quedar energías para aventuras militares. Y Europa no puede hacer más
que soñar. Es una cifra, militarmente hablando.
--Así, Stephen -dijo Susan-, ¿deja usted el Norte?
--Sí -respondió Byerley enérgicamente-, Sí. El Norte es
el más fuerte, como lo ha sido desde hace un siglo, o por lo menos sus
componentes. Pero ahora decae, relativamente. Por primera vez desde los
faraones, las regiones Tropicales pueden ocupar su lugar al frente de la
civilización y hay nórdicos que lo
temen.
--En una palabra, son exactamente aquellos hombres que,
negándose conjuntamente a aceptar las decisiones de la Máquina , pueden, en
breve plazo, volver el mundo boca abajo...; éstos son los que pertenecen a la
Sociedad.
--Susan, todo esto va de consumo. Cinco de los Directores
de la World Steel son miembros de ella, y la World Steel sufre de una
superproducción. La Consolidated Cinnabar, que explota las minas de mercurio de
Almadén, era una sociedad Nórdica. Sus libros están todavía siendo examinados,
pero uno, sor lo menos, de sus hombres, era miembro. Francisco Villafranca, que
retrasó las obras del Canal de Méjico dos meses, era miembro, lo sabemos ya, lo
mismo que Rama Vrasayana; no me sorprendió en absoluto descubrirlo.
--Estos hombres, téngalo usted en cuenta, lo han
estropeado todo... -dijo Susan pausadamente.
--¡Naturalmente! Desobedecer los análisis de la Máquina
es seguir el sendero del error. Los resultados son peores de lo que podrían
ser. Es el precio que pagan. De momento lo verán vagamente, pero en la confusión
que tarde o temprano surgirá...
--¿Qué proyecta usted hacer, Stephen?
--Es evidente que no hay tiempo que perder. Voy a
declarar la Sociedad fuera de la ley y todos sus miembros serán destituidos de
cualquier cargo de responsabilidad que ocupen. Y todos los puestos ejecutivos
con solicitantes que firmen un juramento de no-adhesión a la Sociedad. Esta
representará una cierta infracción a las libertades cívicas básicas, pero estoy
seguro de que el Congreso...
--¡No servirá de dada!
--¡Eh! ¿Por qué?
--Representaría una predicción. Si intenta usted una
cosa así, encontrar obstáculos a cada paso. Lo encontrar imposible de llevar
adelante. Verá usted que cada movimiento en este sentido será origen de
perturbaciones.
--¿Por qué dice usted esto? -preguntó Byerley, atónito-.
Esperaba, al contrario, su aprobación en esta materia...
--No podrá usted conseguirla mientras sus acciones estén
basadas en falsas premisas. Admite usted que la Máquina no puede equivocarse, y
no puede ser alimentada con falsos datos. Le demostraré que no puede ser
desobedecida tampoco, como cree usted que lo está siendo por la Sociedad.
--Esto... no consigo verlo.
--Pues escuche. Toda acción realizada por un dirigente
que no siga las exactas instrucciones de la Máquina con la cual trabaja, se convierte en parte de
un dato para el siguiente problema. La Máquina, por consiguiente, sabe que el
dirigente tiene una cierta tendencia a desobedecer. Puede incorporarse esta
tendencia a los datos, incluso cuantitativamente, es decir, juzgando
exactamente qué cantidad y en qué dirección la desobediencia se producir. Sus
siguientes respuestas serán suficientemente elusivas en forma que, después de
la desobediencia del jefe, vea sus respuestas automáticamente corregidas en la buena
dirección. ¡La Máquina "sabe",
Stephen!
--No puede usted estar segura de todo esto. Son meras
suposiciones.
--Si, una suposición basada en la experiencia de toda
una vida entre robots. Hará usted bien en confiar en esta suposición, Stephen.
--Pero, en este caso, ¿qué queda? Las Máquinas están en
orden y las premisas sobre las cuales trabajan son correctas. Sobre esto nos
hemos puesto de acuerdo. Ahora dice usted que no puede ser desobedecida.
Entonces..., ¿qué ocurre?
--Usted mismo se ha contestado. ¡Nada está mal! Piense
en las máquinas un momento, Stephen. Son robots y cumplen la Primera Ley. Pero
las máquinas trabajan, no para un solo individuo, sino para toda la Humanidad,
de manera que la Primera Ley se convierte en: "Ninguna Máquina puede dañar
la Humanidad; o, por inacción, dejar que la Humanidad sufra daño." Muy
bien, Stephen, entonces, ¿qué daña la Humanidad? ¡El desequilibrio económico,
principalmente, cualquiera que sea la causa! ¿No cree usted?
--Sí, lo creo.
--¿Y qué es lo más probable que produzca desequilibrios
económicos en el futuro? Conteste a esto, Stephen
--Yo diría -respondió Byerley, a regañadientes-, la
destrucción de las Máquinas. Y así lo digo, y así lo dirían las Máquinas
también. Su primer cuidado, por consiguiente, es conservarse para nosotros. Y
así siguen tranquilamente evitando los únicos elementos amenazadores que
quedan. No es la Sociedad Humanitaria la que sacude la nave a fin de que las Máquinas
sean destruidas; sólo ha visto usted el reverso de la medalla. Diga más bien
que son las Máquinas las que están sacudiendo la nave... muy ligeramente... lo
suficiente para liberarse de los pocos que se agarran a ella con el propósito
de que las Máquinas sean consideradas nocivas para la Humanidad. Así, Vrasayana
deja su factoría y encuentra un empleo donde no puede hacer daño; no queda
seriamente perjudicado, no es incapaz de ganarse la vida, por que la Máquina no puede dañar un ser humano más que mínimamente,
y esto sólo para salvar un mayor número. La Consolidated Cinnabar pierde el
control de Almadén; Villafranca no es ya el ingeniero civil al frente de un
importante proyecto. Y los directores de la World Steel pierden su presa sobre
la industria.. o la perderán. Pero es imposible que sepa usted todo esto...
-insistió Byerley distraídamente-. ¿Cómo podemos correr el riesgo de que no
tenga usted razón?
--Deben correrlo. ¿Recuerda usted la respuesta de la Máquina
cuando le sometió la pregunta? "El
caso no admite explicación". La Máquina no dijo que no hubiese explicación, ni que no
pudiese determinarla. Dijo sólo que "no admitía" explicación. En
otras palabras, sería perjudicial para la Humanidad tener la explicación de lo
ocurrido, y por esto sólo podemos hacer suposiciones... y seguir suponiendo.
--Pero, ¿cómo puede la explicación sernos perjudicial?
Supongamos que tenga usted razón, Susan.
--Pues Stephen, si tengo razón, significa que la Máquina
está conduciendo nuestro futuro no única
y simplemente como una respuesta directa a nuestras preguntas directas, sino
como respuesta general a la situación del mundo y a la psicología humana como
un todo. Y sabe que nos puede hacer desgraciados y herir nuestro amor propio.
La Máquina no puede, no
"debe", hacernos desgraciados. Stephen, ¿cómo sabemos qué es lo que
consolidará el bien final de la Humanidad? No tenemos a nuestra disposición los
infinitos factores que la Máquina tiene a la "suya". Quizá , para
darle un ejemplo incierto, toda nuestra civilización técnica ha creado más
infelicidad y miseria de la que ha suprimido. Quizá la civilización agraria o
pastoral, con menos cultura y menos gente, sería mejor. En este caso, las Máquinas
deben orientarse en esta dirección, preferiblemente sin decírnoslo, ya que en
nuestros ignorantes prejuicios sólo sabemos que aquello a que estamos
acostumbrados es bueno... y lucharemos contra todo cambio. O quizá una
urbanización completa, una sociedad totalmente desprovista de castas, o una completa
anarquía, sea la respuesta adecuada. No lo sabemos. Sólo las Máquinas lo saben
y se encaminan hacia ello, llevándonos consigo.
--Pero está usted diciéndome, Susan, que la Sociedad
Humanitaria tiene razón; que la Humanidad ha perdido su derecho de voto en el
futuro...
--No lo ha tenido jamás, en realidad. Estuvo siempre a
la merced de unas fuerzas económicas y sociológicas que no entendía, de los
caprichos del clima y de los azares de la guerra. Ahora las Máquinas las
entienden y nadie puede detenerlas, ya que las máquinas los dominarían como
dominan la Sociedad..., poseyendo, como poseen, las armas más fuertes a su
disposición, el absoluto control de nuestra economía.
--¡Qué horrible!
--Quizá habría que decir: ¡qué maravilloso! Piense que
en todos los tiempos los conflictos han sido evitables. ¡Sólo las Máquinas, a
partir de ahora serán inevitables!
Y el fuego se apagó detrás del cuarzo y sólo quedó un
hilillo de humo para indicar donde había estado.
* * *
--Y eso es todo -dijo la doctora Calvin, levantándose-.
Lo he vivido desde el principio, cuando los robots no podían hablar, hasta el
final, cuando se interpusieron entre la Humanidad y la destrucción. No veré ya
nada más. Usted verá lo que viene ahora...
No volví a ver a Susan Calvin nunca más. Murió el mes
pasado a la edad de ochenta y dos años.
FIN