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sábado, 16 de noviembre de 2013

Martín Fierro - José Hernández - capítulo IV

Viene de "Martín Fierro - José Hernández - capítulo III"

 

IV - El pulpero. A buena cuenta

Seguiré esta relación
aunque pa' chorizo es largo:
el que pueda, hágase cargo
cómo andaría 'e matrero,
después de salvar el cuero
de aquel trance tan amargo. 

Del sueldo nada les cuento,
porque andaba disparando; 

nosotros, de cuando en cuando
solíamos ladrar de pobres:
nunca llegaban los cobres
que se estaban aguardando.

Y andábamos de mugrientos
que el mirarnos daba horror;
le juro que era un dolor
ver esos hombres, ¡por Cristo!
En mi perra vida he visto
una miseria mayor.

Yo no tenía ni camisa
ni cosa que se parezca;
mis trapos sólo pa' yesca
me podían servir al fin...
No hay plaga como un fortín
para que el hombre padezca.

Poncho, jergas, el apero,
las prenditas, los botones,
todo, amigo, en los cantones
jue quedando poco a poco;
ya nos tenían medio loco'
la pobreza y los ratones.

Sólo una manta peluda
era cuanto me quedaba:
la había agenciao a la taba
y ella me tapaba el bulto;
yaguané que allí ganaba
no salía... ni con indulto.

Y pa' mejor hasta el moro
se me jue de entre las manos;
no soy lerdo... pero, hermano,
vino el comendante un día
diciendo que lo quería
"pa' enseñarle a comer grano".

Afiguresé cualquiera
la suerte de este su amigo,
a pie y mostrando el umbligo,
estropiao, pobre y desnudo.
Ni por castigo se pudo
hacerse más mal conmigo.

Ansí pasaron los meses,
y vino el año siguiente,
y las cosas igualmente
siguieron del mesmo modo.
Adrede parece todo
pa' atormentar a la gente.

No teníamos más permiso
ni otro alivio, la gauchada,
que salir de madrugada,
cuando no había indio ninguno,
campo ajuera a hacer boliadas,
desocando los reyunos.

Y cáibamos al cantón
con los fletes aplastaos,
pero a veces medio aviaos
con plumas y algunos cueros,
que áhi nomás con el pulpero
los teníamos negociaos.

Era un amigo del jefe
que con un boliche estaba;
yerba y tabaco nos daba
por la pluma de avestruz,
y hasta le hacía ver la luz
al que un cuero le llevaba.

Sólo tenía cuatro frascos
y unas barricas vacías,
y a la gente le vendía
todo cuanto precisaba ...
algunos creiban que estaba
allí la proveduría.

¡Ah, pulpero habilidoso!
Nada le solía faltar.
¡Ahijuna! Y para tragar
tenía un buche de ñandú.
La gente le dio en llamar
"el boliche de virtú".

Aunque es justo que quien vende
algún poquitito muerda,
tiraba tanto la cuerda
que, con sus cuatro limetas,
él cargaba las carretas
de plumas, cueros y cerda.

Nos tenía apuntaos a todos
con más cuentas que un rosario
cuando se anunció un salario
que iban a dar, o un socorro.
Pero, sabe Dios qué zorro
se lo comió al comisario.

Pues nunca lo vi llegar
y, al cabo de muchos días,
en la mesma pulpería
dieron una güena cuenta,
que la gente muy contenta
de tan pobre recebia.

Sacaron unos sus prendas,
que las tenían empeñadas;
por sus deudas atrasadas
dieron otros el dinero;
a fin de fiesta, el pulpero
se quedó con la mascada.


Yo me arrecosté a un horcón
dando tiempo a que pagaran.
Y poniendo güena cara
estuve haciéndome el poyo,
a esperar que me llamaran
para recebir mi boyo.

Pero áhi me pude quedar
pegao pa' siempre al horcón;
ya era casi la oración
y ninguno me llamaba;
la cosa se me ñublaba
y me dentró comezón.

Pa' sacarme el entripao
vi al mayor, y lo fí a hablar.
Yo me le empecé a atracar
y, como con poca gana,
le dije: "Tal vez mañana
acabarán de pagar."

"Qué mañana ni otro día",
al punto me contestó.
"La paga ya se acabó,
siempre has de ser animal."
Me rái y le dije: "Yo...
no he recebido ni un rial".

Se le pusieron los ojos
que se le querían salir
y ahí nomás volvió a decir
comiendomé con la vista:
"¿Y qué querés recebir,
si no has dentrao en la lista?"

"Esto sí que es amolar",
dije yo pa' mis adentros.
"Van dos años que me encuentro
y hast' áura he visto ni un grullo;
dentro en todos los barullos
pero en las listas no dentro".

Vide el plaito mal parao
y no quise aguardar más...
Es güeno vivir en paz
con quien nos ha de mandar
y reculando pa' trás
me le empecé a retirar.

Supo todo el comendante
y me llamó al otro día,
diciéndomé que quería
aviriguar bien las cosas;
que no era el tiempo de Rosas,
que áura a naides se debía.

Llamó al cabo y al sargento
y empezó la indagación:
si había venido al cantón
en tal tiempo o en tal otro.
Y si había venido en potro,
en reyuno o redomón.

Y todo era alborotar
al ñudo, y hacer papel:
conocí que era pastel
pa' engordar con mi guayaca,
mas si voy al coronel
me hacen bramar en la estaca.

¡Ah, hijos de una!... ¡La codicia
ojalá les ruempa el saco!
Ni un pedazo de tabaco
le dan al pobre soldao,
y lo tienen, de delgao,
más ligero que un guanaco.

Pero qué iba a hacerles yo,
charabón en el desierto;
más bien me daba por muerto
pa' no verme más fundido
y me les hacía el dormido
aunque soy medio dispierto.

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