El cuento de hoy es un relato para niños que obtuve de la revista escolar digital "Correo del Orinoco". Fue escrito por Javier Villafañe, escritor y titeritero argentino (1909-1996). No encontré mucha info sobre él pero me suena haber leído cuentos suyos en la escuela...
En el cuento de hoy, y todavía en el marco de "El deseo mueve montañas", un hombre se enfrenta al diablo quien le trae una jugosa propuesta...
"El hombre que debía adivinarle la edad al diablo" pertenece al libro del mismo nombre y fue publicado en 1991. Me recuerda a la fórmula de "Rumpelstiltskin" de los hermanos Grimm...
El hombre que debía adivinarle la edad al diablo
Era un hombre que estaba en el monte, cerca de una peña, y de pronto se
le apareció el Diablo, él mismo en persona, así como es él. El hombre no tuvo
miedo porque lo conocía. Una vez lo había visto en un sueño y eran exactamente
iguales, cortados con la misma tijera: ni alto ni bajo, el pelo chamuscado, los
cuernos puntiagudos, la cola rabona y las patas de chivo.
—Señor, quiero hacer un pacto con usted —dijo el Diablo, y preguntó—:
¿Qué le parece?
—Vamos a ver de qué se trata —contestó el hombre.
—Se trata de que usted será riquísimo, mucho más rico que el
Presidente. ¿Qué le parece?
—Me parece bien, ¿y?
—Tendrá un palacio, carruajes. Lo que quiera. ¿Qué le parece?
—Me parece bien, ¿y?
—Si todo le parece bien, ¿por qué no hacemos un pacto?
— ¿Y cuál es el pacto?
—Usted tendrá lo prometido y mucho más, pero deberá adivinarme la edad
en un plazo de veinte años. Si adivina, queda libre y dueño de esa inmensa
riqueza, y si no adivina será mi esclavo. ¿Qué le parece? ¿Está de acuerdo?
—Sí, estoy de acuerdo.
El Diablo le entregó un papel y dijo:
—Lea y firme.
— ¿Para qué voy a leer, si no sé? Firmar, sí. Y, con la pluma que le
dio el Diablo, firmó. La firma era una espiral que terminaba en un punto.
El Diablo guardó el papel y dijo:
—Dentro de veinte años, justo a la medianoche nos encontraremos aquí,
en este peñón. Yo soy puntual en las citas.
—Yo también —respondió el hombre.
El Diablo lo miró con una mirada filosa y desapareció.
Cuando el hombre llegó a su rancho, el rancho no estaba. En su lugar
había un palacio todo iluminado y un gentío con uniforme subiendo y bajando
escaleras. El hombre tampoco se reconoció. Era otro. En vez de alpargatas tenía
botas. También, sin darse cuenta, le habían cambiado el sombrero y el poncho por
un sombrero aludo y un poncho listado. Nuevos, flamantes. Le aparecieron de
golpe cuatro anillos, dos en cada mano, y de oro.
El personal de servicio estaba vestido de punta en blanco. Los hombres
con guantes, zapatos de charol, pantalón gris, una chaqueta azul con alamares y
botones dorados. Parecían generales en un día de desfile. Y las mujeres con
guantes, zapatos de charol, blusa rosada y pollera negra. El mismo peinado y la
misma sonrisa.
Cuando el hombre entró en el palacio, un caballero de barba que parecía
el patrón de los uniformados dijo inclinando la cabeza:
—Señor, lo acompañarán a los aposentos.
—Perfecto —contestó el hombre.
—Pero antes deseo saber qué le apetece para el almuerzo.
— ¿Desea saber qué?
—Qué ordeno para su almuerzo.
—Un puchero completo, que no le falte nada.
— ¿Y de postre?
—Queso y dulce. Mantecoso y batata, preferiblemente.
— ¿Y para beber?
—Tinto y soda.
Lo que llamaban "aposentos" era la exageración de lo
increíble. Una cama donde podía dormir y soñar cómodamente una familia entera.
Tenía un acolchado con pinturas de pájaros y flores. Almohadas y almohadones
mullidos con bordados y encajes. "Para dormir en esta cama —pensaba el
hombre— hay que bañarse todos los días y usar un camisón que esté a la altura
de las sábanas". De las paredes colgaban tantos tapices, espejos y cuadros
que no alcanzaban los ojos para verlos. Mesas recién lustradas con incrustaciones
de nácar y piedras preciosas. Sillones y sillas del mismo color y sin fundas,
como si esperaran visitas de importancia.
"Así serán los 'aposentos' de los emperadores y los reyes,"
pensó el hombre.
Ese día lo pasó de asombro en asombro. Comió un puchero completo con
vino y soda y un abundante postre, casi doble ración. Después durmió una larga
siesta. Después paseó por el parque. Lo acompañaban unos perros finísimos y tan
bien educados que a ninguno se le ocurrió olfatear ni levantar una pata frente
al tronco de un árbol. Al contrario. Pasaban muy orgullosos sin mirarlo.
Un pobre se acostumbra en poco tiempo a ser rico. A veces en una
semana, a veces en unas horas. En cambio, un rico no se acostumbra jamás a ser
pobre. Ni en treinta, ni en cincuenta años. El caso es que el hombre que firmó
el pacto con el Diablo se acostumbró en minutos a ser rico, en un abrir y
cerrar de ojos. Le gustó el buen comer, el dormir a pata suelta, el trato que
le daba la gente, y mandar, sobre todo mandar y que le obedecieran. Se sentía
tremendamente feliz. Hasta se había olvidado del Diablo.
En un lujoso transatlántico cruzó el océano y paseó por Europa,
alojándose en hoteles de primera categoría. Conoció a reyes, sultanes,
banqueros y embajadores, y pasó unos días con el Papa en su palacete de Roma.
Vivió así, como un duque, sin darse cuenta de que pasaban los años.
Se casó. La mujer era joven y hermosa, y él tan dichoso que el tiempo
se le iba volando. A veces creía que era ayer y era pasado mañana.
Una noche de tormenta se desveló. No podía conciliar el sueño, y
mientras contaba ovejas para dormirse recordó la cita con el Diablo. Además,
para no olvidarse, tenía escondido en la mesa de luz un cartón misterioso con
números y dibujos que solamente él podía descifrarlo: "El veinticinco de
abril de mil novecientos noventa a las doce de la noche con el Diablo en el
monte cerca del peñón".
Una tarde, el 15 de octubre de 1989, al abrir el cajón de la mesa de
luz, se encontró con el cartoncito. Sacó cuentas con los dedos y se pegó un
enorme julepe. Fue la primera vez que sintió tanto miedo, un miedo atroz, con
chuchos de frío y sudor en las palmas de las manos. "Me quedan solamente
seis meses y diez días. No hay tiempo que perder", se dijo.
Y salió a buscar la edad del Diablo. Fue un viaje enloquecedor. Todo
avión. Estuvo en Bolivia, nada. Nada en Ecuador. Nada en Venezuela. En México
se enteró de que el primer Diablo llegó a América con Cristóbal Colón y el
ajetreo de la carabela y los olores de a bordo le hicieron perder la memoria.
Fue a Estados Unidos y un economista lo envió a la capital asegurándole que un
grupo de diablos se reunía en una casa pintada de blanco.
Allí no consiguió ninguna información y lo enviaron a Inglaterra para
que viera en Londres a una metálica Diablesa, y ella le dijo: "De años no
sé, ni pregunto; trato de ocultar los míos". Estuvo en China, en la India,
y no lo conocían. En Persia se entrevistó con un matemático, que le dijo:
"Tiene tantos años que no alcanzan los números para contarlos". En
Alemania le dijo un filósofo: "Cuando nació estaba creado. Por lo tanto,
no tiene edad". En Francia un quiromántico le dijo "De tanto
apantallar fuego se le borró la edad en las líneas de las manos".
Y regresó totalmente desconsolado. Había recorrido el mundo y nadie
supo decirle la edad del Diablo. Ni magos, ni sabios, ni adivinos, ni brujos.
Nadie. La noche de la cita se acercaba. Pasaron Navidad y Fin de Año, pasaron
Reyes y Carnaval. Y nada. El hombre cada vez más triste, más pálido y ojeroso.
Y cuando faltaban apenas dos días el hombre le revela el secreto a su mujer:
—Te voy a contar lo que me ha sucedido. Todas nuestras riquezas se las
debo al Diablo. El me dio dinero y poder a cambio de que le adivine la edad en
un plazo de veinte años, y si no la adivino seré su esclavo. Sólo faltan dos
días para que se cumpla el plazo. Estoy perdido.
—No te preocupes —respondió la mujer—. Yo voy a solucionar este problema. Es muy sencillo.
— ¿Sencillo?
—Sí, muy sencillo. Déjalo por mi cuenta.
— ¿Pero cómo le vas a adivinar la edad al Diablo en dos días si yo en
veinte años no he podido?
—Vos, tranquilo. Vas a ver. Primero hay que cazar pájaros. Todo el
personal del palacio debe ir a cazar pájaros. Cuantos más traigan, mejor.
—Sí, ¿y después?
—Después, ya verás.
Todo el personal salió en busca de pájaros. Regresaron con las jaulas
llenas.
—Ahora hay que matarlos y quitarles las plumas —ordenó la mujer.
Los mataron y les quitaron las plumas.
—Ahora hay que poner las plumas en un tanque.
Pusieron las plumas en un tanque.
—Ahora hay que traer varios frascos de miel.
Trajeron varios frascos de miel.
—Ahora hay que volcar la miel en otro tanque.
La mujer se quitó la ropa, los zapatos, las medias y se metió desnuda
en un tanque. Se cubrió con miel desde la punta del pelo hasta la punta del pie
y pasó al otro tanque y empezó a dar vueltas y vueltas, a revolcarse como una
cobra, y salió hecha un plumero.
—Ahora vamos al lugar de la cita.
El hombre la llevó al monte y se detuvieron frente a una peña. Ahí se
quedó ella, inmóvil. Parecía una estatua. Ni estornudaba por no perder una
pluma.
El hombre se escondió detrás de un árbol y justo a la medianoche se
escucha un trueno, un ruido tremendioso como si se resquebrajara y ¡zas! se
presenta el Diablo. Da un salto y al encontrarse con un pájaro tan extraño se
sorprende y se pregunta: ¿Qué pájaro será este pájaro?". Retrocede y lo
observa detenidamente. "Nandú no es —dice—; gallareta no es; tampoco es
garza ni gavilán." Y empieza a dar vueltas alrededor del pájaro con más
colores que el arcoiris. Va calladito, calladito. Se detiene, se acerca, lo
mira bien y vuelve a preguntarse: "¿Dónde tendrá el pico y qué comerá este
pájaro?". Lo toca por un sitio y huele. "¡Puff! Este pájaro sí que
tiene el pico blandito y hediondo. ¿Qué comerá este pájaro?" Y pregunta en
alta voz:
— ¿Qué comes? Decíme: ¿qué comes?
Entonces el pájaro, la mujer, responde:
—Jua gua... Jua gua.
— ¡Caramba! —exclama el Diablo—. En mis cuatrocientos ochenta y cinco
mil quinientos cuarenta y seis años jamás me había encontrado con un pájaro tan
raro y que comiera juaguá.
Y mientras la mujer se iba dando saltos, el hombre subió a la peña y se
quedó esperando. El Diablo lo reconoció y dijo:
—Puntual. Acaban de dar las doce.
—Usted también fue puntual —respondió el hombre.
— ¿Adivinó?
—Cuatrocientos ochenta y cinco mil quinientos cuarenta y seis años.
—Ni uno más ni uno menos —dijo el Diablo.
Y desapareció.
ash pero en q genero esta escrita esta leyenda
ResponderEliminarQue es jua gua
EliminarEl final muy.....relampago
ResponderEliminar:V
ResponderEliminarMmm
ResponderEliminarINSP de tal manera
ResponderEliminarQue fácil fue adivinarle la edad al 😈
ResponderEliminarsi que buena trampa
ResponderEliminarMuy fácil adivinar la edad del diablo
ResponderEliminarLa mejor más astuta que el diablo?!!?
ResponderEliminarMuy muy bueno..realmente
ResponderEliminarGente de campo..mas audaces de los que los pintan! Muy muy bueno!!
ResponderEliminarIncreíble cuento! 👏
ResponderEliminar:v jajajaja
ResponderEliminarmuy bueno
ResponderEliminarMuy buena me encantó
ResponderEliminarEl hombre que debía adivinarle la edad al diablo
Inteligente 👌🤣🤣 la mujer.
ResponderEliminarA Mi Me Lo Contaron De Otra Manera 🤔
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