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jueves, 1 de octubre de 2015

El bote - Enrique Wernicke

En el mismo libro que les comenté ayer tomé al azar, encontré un cuento de enrique Wernicke llamado "El bote". Wernicke me gusta mucho y hay ya un par de cuentos suyos en el blog - busquen con la etiqueta de autor -; pero este cuento nunca lo había leído. No lo encontré en la web pero se los copio ya que es corto.
Desconozco cuando lo escribió pero debe haber sido entre 1940 y 1955 que fue su etapa literaria. O al menos al rededor de dichos años... Wernicke falleció en 1968.


El bote

Compró un bote, lo calafateó y después lo pintó de verde.

-Es para entretenerme los fines de semana... - explicaba, apoyándose en el mostrador.

El dueño del bar asintió guiñando los ojos. No había nada que comentar, necesario, por lo menos. Pero un cliente exige charla.

- ¿Grande? - preguntó el dueño.
- Así... Hasta allí - contestó el parroquiano -. Déme otra copa...

El patrón sirvió la caña. Y luego echó una mirada policial al fondo del salón, donde tres crónicos de la costa bebían al consabido vinito.

Entró en el boliche un viejo escuálido y pobretón. Pasó cerca del forastero, observó su ropa impecable y como con miedo de mancharlo se apartó un paso. El patrón no se molestó en atenderlo.

-¿Lo pagó muy caro? - preguntó de pronto el patrón, intentando con una frase dejar de lado al viejo,
- No - respondió el forastero. Y se espantó una de esas moscas pesadas que rebotan en los boliches de madrugada -. Muy poco... Mil quinientos pesos...
- ¡Es tirado! - aprovechó para decir el viejo.
- Así me dijeron...

El patrón, molesto, hizo amago de retirarse. Pero lo detuvo el forastero con un gesto imperceptible. 

- Fue la última vez que estuve con ella en San Isidro. ¡Una casualidad! Estaba arrumbado en un rancho... Y el otro día, no sé cómo, me acordé del bote. Fui, lo pagué y me lo trajeron en un camión...
- ¡Así se hacen las cosas! - observó el patrón, y notó que el viejito escuálido ya casi tocaba el brazo del forastero.
- ¿Me sirve? Y sírvale al señor...

De mala gana, el patrón cumplió el pedido. El viejo escuálido agradeció con una sonrisa. La mosca cargosa desechó al forastero y se sentó en la pelada del viejo.

El forastero tiró un pucho y lo aplastó con el pie. La suela de su zapato flamante rascó el aserrín del piso. El viejito imitó el gesto, pero su alpargata trabajó silenciosa.

- Los tipos como yo - dijo el forastero mirando el techo - siempre llegan tarde... Mientras ella estaba conmigo, nunca pensé en comprar un bote... Tal vez se hubiese entretenido... ¿No?

El patrón no abrió la boca. Ya sabía que el cliente iba a quedarse largo rato. El viejo aprovechó la brecha y metió unas palabritas:

- A todo el mundo le gusta tener un bote... - dijo, mirando ostentosamente su copa vacía-. Yo supe tener un bote... ¡Lindo bote! Bah... Una canoa... ¿Me permite otra copa, señor?
- ¡Sírvale, patrón!- dijo el forastero, y repitió como en sueños: - Los tipos como yo siempre llegan tarde... Y suelen  morirse solos.

El viejo no lo contradijo.

De los vineros de la mesa, uno se levantó y se fue. Otro cruzó los brazos y apoyó la cabeza. El tercero, dando un rodeo, vino a pararse junto al mostrador.

-¿No es verdad? - preguntó el forastero.
-¿Eh? Y, no sé, señor... - respondió el viejo.

Y a continuación, como si fuera una consecuencia de lo dicho, se ofreció gentilmente a cuidarle el bote. El patrón se alejó hacia la máquina de cortar fiambres. Sacó el jamón y lo guardó en la heladera. No quiso volver. Pero escuchó sin embargo.

-... y ella vino a plantarme por un bobalicón cualquiera. ¡Después de cinco años de andar juntos! ¿Se da cuenta?

El vinero silencioso que se había sumado al grupo observaba al forastero y seguía atentamente el paseo de la mosca trasnochadora que nuevamente había optado por el blanco cuello de la camisa.


Quería armar un espinel. Compró el hilo el viernes por la tarde. Y los anzuelos el sábado. El viejo escuálido se había pasado juntando corchos y, mal que mal, soldó unas latas para hacerse de las boyas.

¡No le faltaba vino, gracias a Dios! El forastero lo abastecía.

-¡Es un boliche roñoso! - le comentaba a su protector mientras ataba hábilmente los hilos-. Fíjese que aguan el vino por mitades...
-Yo lo hago por entretenerme... - dijo el forastero como si no hubiese oído-. se me hacen muy largos los fines de semana... Por entretenerme...- repitió.

Y con un poco de asco echó una mirada a la pocilga del viejo. Era uno de los ranchitos más miserables de la costa. Malas tablas, malas latas, mal lugar.

- Mañana de noche podrá ensayar su espinel, señor. Todavía puede caer algún pejerrey... Si sigue el frío.
- Yo lo hago por entretenerme - repitió el forastero con una insistencia de loco. Y agarró el vaso de vino que había dejado en un cajón.

Se acababa la tarde. El río visto a través de los juncos resultaba un plato roto. Desagradable. El forastero se puso de pie para mirar mejor. Lo consoló la inmensidad del agua. Suspiró.


El patrón había comentado con los vineros crónicos la distinción del forastero. Y tuvo una satisfacción al verlo entrar en el boliche. No advirtió que estaba borracho. Los vineros, en cambio, sí. Y lo rodearon con la esperanza de beber de arriba.

- Mañana ensayo un espinel...
-¿Se lo hizo el viejito?
- Lo hicimos juntos...
-Ah...- los vineros se miraron y con una resolución simultánea empujaron sus vasos.

Bebieron hasta hartarse del mal vino tinto. Cuando una mosca se posó en el cuello del hombre, el vinero aquel, el de la otra noche, pensó que era la misma y le susurró a su compinche:

- Hiede...
- Yo lo hago por entretenerme - repetía el forastero-. Uno se acostumbra a una mujer por más mala que sea... ¡Y después! ¡Bueno! ¡Ya lo ven! 

Y siguió diciendo lo mismo hasta que lo metieron dormido en el primer colectivo de la madrugada.


El forastero llevó diez pejerreyes al boliche como muestra de su primera experiencia. Y al fin de semana siguiente desapareció con bote y todo.

Había bebido un poco por demás y el viejo tuvo que ayudarlo a meterse en el bote. Ladino, el escuálido, lo dejó salir solo y se quedó bebiendo el resto de la damajuana.

Despertó de la mona con el sol bien alto y, cauteloso y como asustado, fue hasta la Prefectura a denunciar el hecho y reclamar su bote. 

Uno de los vineros, el de la mosca, estaba paleando el en puerto.

-¿Tu pitucón?¿El forastero? ¿Se te ahogó? ¿Y qué te extraña? ¡Desde la primera noche estaba hediendo a muerto...!
- La culpa la tuvo esa mala mujer - dijo el viejo con voz blanda.
- Sí, claro... ¡Pero si no fuera por ella vos no te armás del bote!

El viejo no levantó la mirada. El otro sonrió mostrando los dientes y tomó su pala. La arena voló con chispazos de oro.

Los de la Prefectura, de a uno en fondo, cruzaron el muelle y subieron a la lancha mortuoria.

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