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martes, 29 de mayo de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota II - Las mil y una noches




En la 734a noche
Ella dijo:
"...Y en aquel mismo momento olvidé mis fatigas y mis preocupaciones y creí enloquecer de alegría. Pero ¡Ay que no tardé en saber, por boca de este niño, que mi hermano había fallecido en la misericordia de Alá el Altísimo! ¡Ah!¡Terrible noticia que me hace caer de bruces, abrumado de emoción y de dolor! Pero ¡Oh mujer de mi hermano! ya te contaría el niño probablemente que, con su aspecto y su semejanza con el difunto, ha logrado consolarme un poco, haciéndome recordar el proverbio que dice: El hombre que deja posteridad, no muere."

Así habló el magrebín. Y advirtió que, ante aquellos recuerdos evocados, la madre de Aladino lloraba amargamente. Y para que olvidara sus tristezas y se distrajera de sus ideas negras, se encaró con Aladino y variando la conversación le dijo: "Hijo mío, ¿Qué oficio aprendiste y en qué trabajo te ocupas para ayudar a tu pobre madre y vivir ambos?"

Y al oír aquello, avergonzado de su vida por primera vez, Aladino bajó la cabeza mirando el suelo. Y como no decía palabra, contestó en lugar suyo su madre: "¡Oh hermano de mi esposo! ¿Un oficio, tener un oficio Aladino? ¿Quién piensa en eso? ¡Por Alá, que no sabe nada absolutamente! ¡ah! nunca vi un niño tan travieso. Se pasa todo el día corriendo con otros niños del barrio, que son unos vagabundos, unos pillastres, unos haraganes como él, en vez de seguir el ejemplo de los hijos buenos, que están en la tienda con sus padres ¡Sólo por causa suya murió su padre, dejándome amargos recuerdos! Y también yo me veo reducida a un triste estado de salud. Y aunque apenas si veo con mis ojos, gastados por las lágrimas y las vigilias, tengo que trabajar sin descanso y pasarme días y noches hilando algodón, para tener con qué comprar dos panes de maíz, lo preciso para mantenernos a ambos. ¡Y tal es mi condición! Y te juro por tu vida, ¡oh hermano de mi esposo!, que sólo entra él en casa a las horas precisas de las comidas. Y esto es todo lo que hace. Así es que a veces, cuando me abandona de tal suerte, por más que soy su madre, pienso cerrar la puerta de la casa y no volver a abrírsela, a fin de obligarle a que busque un trabajo que le dé para vivir. ¡Y luego me falta valor para hacerlo; porque el corazón de una madre es compasivo y misericordioso ¡Pero mi edad avanza, y me estoy haciendo muy vieja, oh hermano de mi esposo! ¡Y mis hombros no soportan las fatigas que antes! ¡Y ahora apenas si mis dedos me permiten dar vuelta al huso! ¡Y no sé hasta cuándo voy a poder continuar una tarea semejante, sin que me abandone la vida, como me abandona mi hijo, este Aladino, que tienes delante de ti, oh hermano de mi esposo!"

Y se echó a llorar.
Entonces el magrebín se encaró con Aladino y le dijo: "Ah, oh hijo de mi hermano, ¡en verdad que no sabía yo todo eso que a ti se refiere! ¿Por qué marchas por esa sensa de haraganería? ¡Qué vergüenza para ti, Aladino!¡Eso no está bien en hombres como tú! ¡Te hallas dotado de razón, hijo mío, y eres un vástago de buena familia! ¿No es para ti una deshonra, dejar así que tu pobre madre, una mujer vieja, tenga que mantenerte, siendo tú un hombre con edad para tener una ocupación con que pudieras mantenerlos a ambos...? ¡Oh hijo mío! ¡Y por cierto que gracias a Alá, lo que sobra en nuestra ciudad son maestros de oficio! ¡Sólo tendrás, pues, que escoger tú mismo el oficio que más te guste, y yo me encargaré de colocarte! Y de ese modo, cuando seas mayor, hijo mío, tendrás entre tus manos un oficio seguro que te proteja contra los embates de la suerte. ¡Habla ya! ¡Y si no te agrada el trabajo de aguja, oficio de tu difunto padre, busca otra cosa y avísamelo! Y yo te ayudaré todo lo que pueda¡oh hijo mío!"

Pero en vez de contestar, Aladino continuó con la cabeza baja y guardando silencio, con lo cual indicaba que no quería más oficio que el de vagabundo. Y el magrebín advirtió su repugnancia por los oficios manuales, y trató de atraérsele de otra manera. Y le dijo, por tanto: "¡Oh hijo de mi hermano! ¡no te enfades ni te apenes por mi insistencia! Pero déjame añadir que, si los oficios te repugnan, estoy dispuesto caso de que quieres ser un hombre honrado, a abrirte una tienda de mercader de sederías en el zoco grande. Y te surtiré la tienda con las telas más caras y brocados de calidad más fina. ¡Y así te harás con buenas relaciones entre los mercaderes al por mayor! y te acostumbrarás a vender y comprar, tomar y dar. Y será excelente tu reputación en la ciudad. Y con ello honrarás la memoria de tu difunto padre. ¿Qué dices a esto? ¡Oh Aladino, hijo mío!"

Cuando Aladino escuchó esta proposición de su tío y comprendió que podría convertirse en un gran mercader del zoco, en un hombre de importancia, vestido con buenas ropas, con un turbante de seda y un lindo cinturón de diferentes colores, se regocijó en extremo. Y miró al magrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje significaba: Acepto.

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 735a noche

Ella dijo:
"... Y miró al magrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje significaba claramente: Acepto. Y el magrebín comprendió entonces que le agradaba la proposición y dijo a Aladino: "Ya que quieres convertirte en personaje de importancia, en un mercader con tienda abierta, procura en lo sucesivo hacerte digno de tu nueva situación. Y sé un hombre desde ahora ¡oh hijo de mi hermano! Y mañana, si Alá quiere, te llevaré al zoco, y empezaré con comprarte un hermoso traje nuevo, como lo llevan los mercaderes ricos, y todos los accesorios que exige. ¡Y hecho esto, buscaremos juntos una tienda buena para instalarte en ella!"

¡Eso fue todo! Y la madre de Aladino, que oía aquellas exhortaciones y veía aquella generosidad, bendecía a Alá el Bienhechor, que de manera tan inesperada le enviaba a un pariente, que la salvaba de la miseria y llevaba por el buen camino a su hijo Aladino. Y sirvió la comida con el corazón alegre, como si se hubiese rejuvenecido veinte años. ¡Y comieron y bebieron, sin dejar de charlar de aquel asunto que tanto les interesaba a todos! Y el magrebín empezó por iniciar a Aladino en la vida y los modales de los mercaderes, y por hacerle que se interesara mucho en su nueva condición. Luego, cuando vio que la noche iba ya mediada, se levantó y se despidió de la madre de Aladino y besó a Aladino. Y salió, prometiéndole que volvería al día siguiente. Y aquella noche, con alegría, Aladino no pudo pegar los ojos y no hizo más que pensar en la vida encantadora que le esperaba.

Y he aquí que al día siguiente, a primera hora, llamaron a la puerta. Y la madre de Aladino fue a abrir por sí misma, y vio que precisamente era el hermano de su esposo, el magrebín, que cumplía su promesa de la víspera. Sin embargo, a pesar de las instancias de la madre de Aladino, no quiso entrar, pretextando que no era hora de visitas, y solamente pidió permiso para llevarse a Aladino consigo al zoco. Y Aladino, levantando y vestido ya, corrió en seguida a ver a su tío, y le dio los buenos días y le besó la mano. Y el magrebín le cogió la mano y se fue con él al zoco. Y entró con él en la tienda del mejor mercader, y pidió un traje que fuese el más hermoso y el más lujoso entre los trajes a la medida de Aladino... Y el mercader le enseñó varios el cual más hermoso. Y el magrebín dijo a Aladino: "¡Escoge tú mismo el que te guste, hijo mío!" Y en extremo encantado de la generosidad de su tío, Aladino escogió uno que era todo seda rayada y reluciente. Y también escogió un turbante de muselina de seda recamada de oro fino, un cinturón de Cachemira y botas de cuero rojo brillante. Y el magrebín lo pagó todo sin regatear y entregó el paquete a Aladino diciéndole: "¡Vamos ahora al hammam para que estés bien limpio antes de vestirte de nuevo!" Y le condujo al hammam, y entró con él en una sala reservada, y le bañó con sus propias manos; y se bañó él también. Luego pidió los refrescos que suceden al baño; y ambos bebieron con delicia y muy contentos. Y entonces se puso Aladino el suntuoso traje consabido de seda rayada y reluciente, se colocó el hermoso turbante, se ciñó al talle el cinturón de las Indias y se calzó las botas rojas. Y se este modo estaba hermoso cual la luna y comparable a algún hijo de rey o de sultán. Y en extremo encantado de verse transformado así, se acercó a su tío y le besó la mano y le dio muchas gracias por su generosidad. Y el magrebín le besó y le dijo: "Todo esto no es más que el comienzo" Y salió con él del hammam y le llevó a los zocos más frecuentados, y le hizo visitar las tiendas de los grandes mercaderes. Y hacíale admirar las telas más ricas y los objetos de precio, enseñándole el nombre de cada cosa en particular; y le decía: "¡Como vas a ser mercader es preciso que te enteres de los pormenores de ventas y compras!" Luego le hizo visitar los edificios notables de la ciudad y las mezquitas principales y los khans en que se alojaban las caravanas. Y terminó el paseo haciéndole ver los palacios del sultán y los jardines que los circundaban. Y por último le llevó al khan grande, donde paraba él, y le presentó a los mercaderes conocidos suyos diciéndole: "Es el hijo de mi hermano". y les invitó a todos a una comida que dio en honor de Aladino, y les regaló con los manjares más selectos, y estuvo con ellos y con Aladino hasta la noche.

Entonces se levantó y se despidió de sus invitados, diciéndoles que iba a llevar a Aladino a su casa. Y en efecto, no quiso dejar volver solo a Aladino, y le cogió de la mano y se encaminó con él a casa de la madre. Y al ver a su hijo tan magníficamente vestido, la pobre madre de Aladino creyó perder la razón de la alegría. Y emepzó a dar gracias y a bendecir mil veces a su cuñado, diciéndole: "Oh hermano de mi esposo. aunque toda la vida estuviera dándote las gracias, jamás te agradecería bastante tus beneficios" Y contestó el magrebín: "Oh mujer de mi hermano, no tiene ningún mérito, verdaderamente ningún mérito, el que yo obre de esta manera, porque Aladino es hijo mío y mi deber es de servirle de padre en lugar del difunto. No te preocupes, pues, por él y estáte tranquila". Y dijo la madre de Aladino, levantando los brazos al cielo: "¡Por el honor de los santos antiguos y recientes, ruego a Alá que te guarde y te conserve, oh hermano de mi esposo, y prolongue tu vida para nuestro bien, a fin de que seas el ala cuya sombra proteja siempre a este niño huérfano! y ten la seguridad de que él, por su parte, obedecerá siempre tus ordenes y no hará más que lo que le mandes." Y dijo el magrebín: "Oh mujer de mi hermano, Aladino se ha convertido en hombre sensato porque es un excelente mozo, hijo de buena familia. Y espero desde luego que será digno descendiente su padre y refrescará tus ojos". Luego añadió: " Dispénsame, oh mujer de mi hermano, porque mañana viernes no se abra la tienda prometido pues ya sabes que que el viernes están cerrados los zocos y que no sé puede tratar de negocios. Pero pasado mañana, sábado se hará, si Alá quiere. Mañana, sin embargo, vendré por Aladino para continuar instruyéndole y le haré visitar los sitios públicos y los jardines situados fuera de la ciudad adonde van a pasear los mercaderes ricos, a fin de que así pueda habituarse a la contemplación del lujo y de la gente distinguida. ¡Porque hasta hoy no ha frecuentado más trato que el de los niños y es preciso que conozca ya a hombres y que ellos le conozcan". Y se despidió de la madre de Aladino, besó a Aladino y se marchó...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 736a noche

Ella dijo:
"...Y se despidió de la madre de Aladino, besó a Aladino y se marchó. Y Aladino pensó aquella noche en todas las cosas hermosas que acababa de ver y en las alegrías que acababa de experimentar; y se prometió nuevas delicias para el siguiente día. Así es que se levantó con la aurora, sin haber podido pegar los ojos, y se vistió sus ropas nuevas, y empezó a andar de un lado para otro, enredándose los pies con aquel traje largo, al cual no estaba acostumbrado. Luego, como su impaciencia le hacía pensar que el magrebín tardaba demasiado, salió a esperarle a la puerta, y acabó por verle aparecer. Y corrió a él como un potro y le besó la mano. Y el magrebín le bezó y le hizo muchas caricias, y le dijo que fuera a advertirle a su madre de que se le llevaba. Después le cogió de la mano y se fue con él. Y echaron a andar juntos, hablando de unas cosas y de otras; y franquearon las puertas de la ciudad, de donde nunca había salido aún Aladino. Y empezaron a aparecer ante ellos las hermosas casas particulares y los hermosos palacios rodeados de jardines; y Aladino los miraba maravillado, y cada cual le parecía más hermoso que el anterior. Y así anduvieron mucho por el campo, acercándose cada vez al fin que se proponía el magrebín. Pero lelgó un momento en que Aladino comenzó a cansarse, y dijo al magrebín: "oh tío mío, ¿Tenemos que andar mucho todavía? Mira que hemos dejado atrás los jardines y ya sólo tenemos delante de nosotros las montañas. Además estoy fatigadísimo y quisiera tomar un bocado." Y el magrebín se sacó del cinturón un pañuelo con frutas y pan y dijo a Aladino: "Aquí tienes, hijo mío, con qué saciar tu hambre y tu sed. Pero aún tenemos que andar un poco para llegar al paraje maravilloso que voy a enseñarte y que no tiene igual en el mundo. ¡Repón tus fuerzas y toma alientos, Aladino, que ya eres un hombre!" y continuó animándole, a lavez que le daba consejos sabios y prudentes. Y consiguió distraerle de tal manera que acabó por llegar con él a un valle desierto al pie de la montaña, y en donde no había más presencia que la de Alá.

¡Allí precisamente terminaba el viaje del magrebín! Y para llegar a aquel valle había salido del fondo del Magreb y había ido a los confines de China.

Se encaró entonces con Aladino, que estaba extenuado de fatiga, y le dijo sonriendo: "Ya hemos llegado, hijo mío, Aladino". Y se sentó en una roca y le hizo sentarse al lado suyo y le abrazó con mucha ternura, y le dijo: "Descansa un poco, Aladino. Porque al fin voy a mostrarte lo que jamás vieron los ojos de los hombres. Si, Aladino, en seguida vas a ver aquí mismo un jardín más hermoso que los jardines de la tierra. Y sólo cuando hayas admirado las maravillas de ese jardín tendrás verdaderamente razón para darme gracias y olvidarás las fatigas de la marcha y bendecirás el día en que me encontraste por primera vez". Y le dejó descansar un instante, con los ojos muy abiertos de asombro al pensar iba a ver un jardín en un paraje donde no había más que rocas desperdigadas y matorrales. Luego le dijo: "Levántate ahora, Aladino, y recoge entre esos matorrales las ramas más secas y los trozos de leña que encuentres y tráemelos. y entonces verás el espectáculo gratuito al que te invito". Y Aladino se levantó y se apresuró a recoger entre los materrolaes y la maleza una gran cantidad de ramas secas y trozos de leña, y se los llevó al magrebín, que le dijo: "Ya tengo bastante. ¡Retírate ahora y ponte detrás de mí!" Y Aladino obedeció a su tío y fue a colocarse a cierta distancia detrás de él.

Entonces el magrebín sacó del cinturón un eslabón, con que hizo lumbre, y prendió fuego al montón de ramas y hierbas secas, que llamearon crepitando. Y al punto sacó del bolsillo una caja de concha, la abrió y tomó un poco de incienso que arrojó en medio de la hoguera. Y levantó una humareda muy espesa que apartó él con sus manos a un lado y a otro, murmurando fórmulas en una lengua incomprensible en absoluto para Aladino. Y en aquel mismo momento tembló la tierra, y se conmovieron sobre su base las rocas y se entreabrió el suelo en un espacio de unos diez codos de anchura. Y en el fondo de aquel agujero apareció una losa horizontal de mármol de cinco codos de ancho con una anilla de bronce en el medio.

Al ver aquello, Aladino, espantado, lanzó un grito, y cogiendo con los dientes el extremo de su traje, volvió la espalda y emprendió la fuga agitando las piernas. Pero de un salto el magrebín cayó sobre él y le atrapó. Y le miró con ojos medrosos, le zarandeó teniéndole cogido de una oreja, y levantó la mano y le aplicó una bofetada tan terrible que por poco le salta los dientes, y Aladino quedó todo aturdido y se cayó al suelo.

Y he aquí que el magrebín no le había tratado de aquel modo más que por dominarle de una vez para siempre, ya que le necesitaba para la operación que iba a realizar, y sin él no podía intentar la empresa para que había venido. Así es que cuando le vio atontado en el suelo, le levantó, y le dijo con una voz que procuró muy dulce: "¡Sabe, Aladino, que si te traté así fue para enseñarte a ser un hombre! Porque soy tu tío, el hermano de tu padre, y me debes obediencia" Luego añadió con una voz de lo más dulce: " ¡Vamos Aladino, escucha bien lo que voy a decirte, y no pierdas ni una sola palabra! Porque si así lo haces, sacarás de ello ventajas considerables y en seguida olvidarás los trabajos pasados". Y le besó, y teniéndole para en adelante completamente sometido y dominado, le dijo: " Ya acabas de ver, hijo mío, como se ha abierto el suelo en virtud de las fumigaciones y fórmulas que he pronunciado. Pero es preciso que sepas que obré de tal suerte únicamente por tu bien; porque debajo de esta losa de mármol que ves en el fondo del agujero con una anilla de bronce, se halla un tesoro que está inscripto a tu nombre y no puede abrirse más que con tu presencia. Y ese tesoro que te está destinado, te hará más rico que todos los reyes. Y para demostrarte que ese tesoro está destinado a ti y no a ningún otro, sabe que sólo a ti en el mundo te es posible tocar esta losa de mármol y levantarla; pues yo mismo, a pesar de todo mi poder, que es grande, no podría echar mano a la anilla de bronce ni levantar la losa, aunque fuese mil veces más poderoso y más fuerte de lo que soy. ¡Y una vez levantada la losa, no me sería posible penetrar en el tesoro, ni bajar un escalón siquiera! A ti únicamente incumbe hacer lo que no puedo hacer yo por mí mismo. Y para ello no tienes más que ejecutar al pie de la letra lo que voy a decirte. Y así serás el amo del tesoro, que partiremos con tanta equidad en dos partes iguales, una para ti, y otra para mi."

Al oír estas palabras del magrebín, el pobre Aladino se olvidó de las fatigas y de la bofetada recibida y contestó..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Continúa leyendo esta fantástica historia en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota III"

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