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martes, 29 de mayo de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota III - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota II"



En la 738a noche

Ella dijo:
"... Al oír estas palabras del magrebín, el pobre Aladino se olvidó de sus fatigas y de la bofetada recibida, y contestó: "¡Oh tío mío! ¡mándame lo que quieras y te obedeceré!" Y el magrebín le cogió en brazos y le besó varias veces en las mejillas y le diho: "Oh Aladino, eres para mí más querido que un hijo, pues que no tengo en la tierra más parientes que tú; tú serás mi único heredero, oh hijo mío, Porque al fin y al cabo, por ti, en suma, es por quien trabajo en este momento y por quien vine desde tan lejos. Y si estuve un poco brusco, comprenderás ahora que fue para decidirte a no dejar de alcanzar en vano tu maravilloso destino. ¡He aquí, pues, lo que tienes que hacer! Empezarás a bajar conmigo al fondo del agujero, y cogerás la anilla de bronce y levantarás la losa de mármol" Y cuando hubo hablado así, se metió él primero en el agujero y dio la mano a Aladino para ayudarle a bajar. Y ya abajo, Aladino le dijo: "Oh tío mío ¿Pero como voy a arreglarme para levantar una losa tan pesada siendo yo un niño? Si al menos quisieras ayudarme tú, me prestaría a ello con mucho gusto". El magrebín contestó: "Ah no, Ah no. Si por desgracia echara yo una mano, no podrías hacer nada ya y tu nombre se borraría para siempre del tesoro. Prueba tu solo y verás cómo levantas la losa con tanta facilidad como si lzaras una pluma de ave. Sólo tendrás que pronunciar tu nombre y el nombre de tu padre y el nombre de tu abuelo, al coger la anilla"

Entonces se inclinó Aladino, y cogió la anilla y tiró de ella diciendo: "Soy Aladino, hijo del sastre Mustafá, hijo del sastre Alí" Y levantó con gran facilidad la losa de mármol, y la dejó a un lado. Y vio una cueva con doce escalones de mármol que conducían a una puerta de dos hojas de cobre rojo con gruesos clavos. Y el magrebín le dijo: "Hijo mío, Aladino, baja ahora a esa cueva y cuando llegues al duodécimo escalón, entrarás por esa puerta de cobre, que se abrirá sola delante de ti. Y te hallarás debajo de una bóveda grande dividida en tres salas que se comunican una con otras. En la primera sala verás cuatro grandes calderas de cobre llenas de oro líquido, y en la segunda sala cuatro calderas de plata llenas de oro, y en la tercera sala cuatro grandes calderas de oro llenas de dinares de oro. Pero pasa sin detenerte y recógete bien el traje, sujetándotelo a la cintura para que no toques a las calderas; porque si tuvieras la desgracia de tocar con los dedos o rozar siquiera con tus ropas una de las calderas o su contenido, al instante te convertirías en una mole de piedra negra. Entrarás pues, en la primera sala, y muy de prisa pasarás a la segunda, desde la cual, sin detenerte un instante, penetrarás en la tercera, donde verás una puerta claveteada, parecida a la de la entrada, que al punto se abrirá ante ti. Y la franquearás, y te encontrarás de pronto en un jardín magnífico, plantado de árboles agobiados por el peso de sus frutas.¡Pero no te detengas allí tampoco! Lo atravesarás, caminando adelante todo derecho, y llegarás a una escalera de columnas con treinta peldaños, por los que subirás a una terraza. Cuando estés en esta terraza ?Oh Aladino! ten cuidado, porque enfrente a ti verás una especie de hornacina al aire libre; y en esta hornacina, sobre el pedestal de bronce, encontrarás una lamparita de cobre. Y estará encendida esta lámpara. Ahora, fíjate bien, Aladino. Cogerás esta lámpara, la apagarás, verterás en el suelo el aceite, y te la esconderás en el pecho enseguida. Y no temas mancharte el traje porque el aceite que derrames, no será aceite sino otro líquido que no deja huella alguna en las ropas. Y volverás a mí por el mismo camino que hayas seguido. Y al regreso, si te parece, podrás detenerte un poco en el jardín, y coger de este jardín tantas frutas como quieras. Y una vez que te hayas reunido conmigo, me entregarás la lámpara, fin y motivo de nuestro viaje y origen de nuestra riqueza y de nuestra gloria en el porvenir ¡Oh hijo, mío!"

Cuando el magrebín hubo hablado así, se quitó el anillo que llevaba en el dedo y se lo puso a Aladino en el pulgar diciéndole: "Este anillo, hijo mío, te pondrá a salvo de todos los peligros y te preservará de todo mal. Reanima pues, tu alma, y llena de valor tu pecho, porque ya no eres un niño, sino un hombre. ¡Y con la ayuda de Alá, te saldrá bien todo! Y disfrutaremos de riquezas y de honores durante toda la vida, y gracias a la lámpara" Luego añadió: "¡Pero te encarezco una vez más, Aladino, que tengas cuidado de recogerte mucho el traje y de ceñirtelo cuanto puedas, porque, de no hacerlo así, estás perdido, y contigo el tesoro!"

Luego le besó, y acariciándole varias veces en las mejillas, le dijo: "Vete tranquilo"

Entonces, en extremo animado, Aladino bajó corriendo por los escalones de mármol, y alzándose el traje hasta más arriba de la cintura, y ciñéndoselo bien, franqueó la puerta de cobre, cuyas hojas de abrieron por si solas al caercarse él. Y sin olvidar ninguna de las recomendaciones del magrebín, atravesó con mil precauciones la primera, la segunda, y la tercera de las salas, evitando las calderas llenas de oro; llegó a la última puerta, la franqueó, cruzó el jardín sin detenerse, subió los treinta peldaños de la escalera de columnas, se remontó a la terraza y encaminóse directamente a la hornacina que había frente a él. Y en el pedestal de bronce, vio la lámpara encendida...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 739a noche

Ella dijo:
"... Y en el pedestal de bronce, vio la lámpara encendida. Y tendió la mano y la cogió . Y vertió en el suelo el contenido y al ver que inmediatamente quedaba seco el depósito, se la ocultó en el pecho en seguida, sin temor a mancharse el traje. Y bajó de la terraza y llegó de nuevo al jardín.

Libre entonces de su preocupación, se detuvo un instante en el último peldaño de la escalera para mirar al jardín. Y se puso a contemplar aquellos árboles, cuyas frutas no habpia tenido tiempo de ver a la llegada. Y observó que los árboles de aquel jardín, en efecto, estaban agobiados bajo el peso de sus frutas, que eran extraordinarias de forma, de tamaño y de color. Y notó que, al contrario de lo que ocurre con los árboles de los huertos, cada rama de aquellos árboles tenía frutas de diferentes colores. Las había blancas, de un blanco transparente como el cristal, o de un blanco turbio como el alcanfor, o de un blanco opaco como el de la cera virgen. Y las había rojas, de un rojo como los granos de la granada o de un rojo como la naranja sanguínea. Y las había verdes, de un verde oscuro y de un verde suave; y había otras que eran azules y violetas y amarillas; y otras que ostentaban colores y matices de una variedad infinita. Y el pobre de Aladino no sabía que las frutas blancas eran diamantes, perlas, nácar y piedras lunares; que las rojas eran rubíes, carbúnculos, jacintos, coral y coralinas; que las verdes eran esmeraldas, berilos, jade, prasios y aguamarinas; que las azules eran zafiros, turquesas, lapislázuli y lazulitas; que las violetas eran amatistas, jaspes y sardónices; que las amarillas eran topacios, ámbar y ágatas; y que las demás, de colores desconocidos, eran ópalos, venturinas, crisólitos, cimófanos, hematitas, turmalinas, peridotos, azabaches y crisopacios. Y caía el sol a plomo sobre el jardín- Y los árboles despedían llamas de todas sus frutas, sin consumirse.

Entonces, en el límite del placer, se acercó Aladino a uno de aquellos árboles y quiso coger algunas frutas para comérselas. Y observó que no se les podía meter el diente, y que no se asemejaban más que por su forma a las naranjas, a los higos, a los plátanos, a las uvas, a las sandías, a las manzanas, y a todas las demás frutas excelentes de China. Y se quedó muy desilusionado al tocarlas: y no las encontró nada de su gusto. Y creyó que sólo eran bolas de vidrio coloreado, pues en su vida había tenido ocasión de ver piedras preciosas. Sin embargo, a pesar de su desencanto, se decidió a coger algunas para regalárselas a los niños que fueron antiguos camaradas suyos, y también a su pobre madre. Y cogió varias de cada color, llenándose con ellas el cinturón, los bolsillos y el forro de la ropa, guardándoselas asimismo entre el traje y la camisa, entre la camisa y la piel; y se metió tal cantidad de aquellas frutas que parecía un asno cargado de un lado y a otro. Y agobiado por todo aquello, se alzó cuidadosamente el traje, ciñéndoselo mucho a la cintura, y lleno de prudencia y de precaución, atravesó con ligereza las tres salas de calderas y ganó la escalera de la cueva a la entrada de la cual le esperaba ansiosamente el magrebín.

Y he aquí que, en caunto Aladino franqueó la puerta de cobre y subió el primer peldaño de la escalera, el magrebín, que se hallaba encima de la abertura, junto a la entrada misma de la cueva, no tuvo paciencia para esperar a que subiese todos los escalones y saliese de la cueva por completo, y le dijo: "Bueno, Aladino, ¿Dónde está la lámpara?" Y Aladino contestó: "La tengo en el pecho" El otro dijo: "¡Sácala ya y dámela!" Pero Aladino le dijo: "¡Oh tio mio! ¿Cómo quieres que te la de pronto, si está entre todas las bolas de vidrio con que me he llenado la ropa por todas partes? ¡Déjame antes subir esta escalera, y ayúdame a salir del agujero; y entonces descargaré todas estas bolas en lugar seguro, y no sobre estos peldaños, por los que rodarían y se romperían. Y así podré sacarme del pecho la lámpara y dártela cuando esté libre de esta impedimenta insuperable. Por cierto que se me ha escurrido hacia la espalda y me lastima violentamente en la piel, por lo que quisiera verme desembarazado de ella." Pero el magrebín, furioso por la resistencia que hacía Aladino y persuadido de que Aladino sólo ponía estas dificultades, porque quería guardarse para él la lámpara, le gritó con una voz espantosa como la de un demonio: "¡Oh hijo de perro! ¿Quieres darme la lámpara en seguida o morir?" Y Aladino que no sabía a que atribuir este cambio de modales de su tío, y aterrado al verle en tal estado de furor, y temiendo recibir otra bofetada más violenta que la primera, se dijo: "Por Alá, que más vale resguardarse. Y voy a entrar de nuevo en la cueva mientras él se calma" Y volvió la espalda, y recogiéndose el traje, entro prudentemente en el subterráneo.

Al ver aquello, el magrebín lanzó un grito de rabia, y en el límite del furor, pataleó y se convulsionó, arrancándose las barbas de desesperación por la imposibilidad en que se hallaba de correr tras de Aladino a la cueva vedada por los poderes mágicos. Y exclamó: "Ah maldito Aladino, ¡vas a ser castigado como mereces!" Y corrió hacia la hoguera que no se había apagado todavía y echó en ella un poco de polvo de incienso que llevaba consigo, murmurando una fórmula mágica. Y al punto la losa de mármol que servía para tapar la entrada de la cueva se cerró por sí sola y volvió a su sitio primitivo, cubriendo herméticamente el agujero de la escalera; y tembló la tierra y se cerró de nuevo; y el suelo se quedó tan liso como antes de abrirse. Y Aladino encontróse de tal suerte encerrado en el subterráneo.

Porque como ya se ha dicho, el magrebín era un mago insigne, venido del fondo del Magreb, y no un tío ni un pariente cercano o lejano de Aladino. Y había nacido verdaderamente en África, que es el país y el semillero de los magos y hechiceros de peor calidad...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 740a noche

Ella dijo:
"... Y había nacido verdaderamente en África, que es el país y el semillero de los magos y hechiceros de peor calidad. Y desde su juventud habíase dedicado con tesón al estudio de la hechicería y de los hechizos, y al arte de la geomancía, de la alquimia, de la astrología, de las fumigaciones y de los encantamientos. Y al cabo de treinta años de operaciones mágicas, por virtud de su hechicería, logró descubrir que en un paraje desconocido de la tierra había una lámpara extraordinariamente mágica, que tenía el don de hacer más poderoso, que los reyes y sultanes todos, al hombre que tuviese la suerte de ser su poseedor. Entonces hubo de redoblar sus fumigaciones y hechicerías, y con una última operación geomántica, logró enterarse de que la lámpara consabida, se hallaba en un subterráneo situado en las inmediaciones de la ciudad Holo-ka-tsé, en el país de China - y aquel paraje era precisamente el que acabamos de ver con todos sus detalles -. Y el mago se puso en camino sin tardanza, y después de un largo viaje había llegado a Kolo-ka-tsé, donde se dedicó a explorar los alrededores y acabó por delimitar exactamente la situación del subterráneo con lo que contenía. Y por su mesa adivinatoria se enteró de que el tesoro y la lámpara mágica estaban inscriptos, por los poderes subterráneos, a nombre de Aladino, hijo de Mustafá el sastre, y de que sólo el podría hacer abrirse el subterráneo y llevarse la lámpara, pues cualquier otro perdería la vida infaliblemente si intentaba la menor empresa encaminada a ello. Y por eso, se puso en busca de Aladino, y cuando le encontró hubo de utilizar toda clase de estratagemas y engaños para atraérsele y conducirle a aquel paraje desierto sin despertar sus sospechas ni las de su madre. Y cuando Aladino salió con bien de la empresa, le había reclamado tan presurosamente la lámpara porque quería engañarle y emparedarle para siempre en el subterráneo. ¡Pero ya hemos visto como Aladino, por miedo a recibir una bofetada, se había refugiado en el interior de la cueva, donde no podía penetrar el mago, y cómo el mago con objeto de vengarse, habíale encerrado allí dentro contra su voluntad para que se muriese de hambre y de sed!

Realizada aquella acción, el mago, convulso y echando espuma, se fue por su camino, probablemente a África, su país. ¡Y he aquí todo lo referente a él! Pero seguramente nos lo volveremos a encontrar.

¡He aquí ahora lo que atañe a Aladino!

No bien entró otra vez en el subterráneo, oyó el temblor de tierra producido por la magia del magrebín, y aterrado temío que la bóveda se desplomase en su cabeza, y se apresuró a ganar la salida. Pero al llegar a la escalera, vio que la pesada losa de mármol tapaba la abertura; y llegó al límite de la emoción y del pasmo. Porque, por una parte, no podía concebir la maldad de ese hombre a quien creía tío suyo y que le había acariciado y mimado, y por otra parte, no había para qué pensar en levantar la losa de mármol, pues le era imposible hacerlo desde abajo. En estas condiciones, el desesperado Aladino empezó a dar muchos gritos llamando a su tío y prometíendole, con toda clase de juramentos, que estaba dispuesto a darle en seguida la lámpara. Pero claro es que sus gritos y sollozos no pueron oídos por el mago que ya se encontraba lejos. Y al ver que su tío no le contestaba, Aladino empezó a abrigar algunas dudas con respecto a él, sobretodo al acordarse de que le había llamado "hijo de perro", gravísima injuria que jamás dirigiría un verdadero tío al hijo de su hermano. De todos modos, resolvió entonces ir al jardín, donde había luz, y buscar una salida por donde escapar de aquellos lugares tenebrosos. Pero al llegar a la puerta que daba al jardín, observó que estaba cerrada, y que no se abría ante él entonces. Enloquecido ya, corrió de nuevo a la puerta de la cueva y se echó llorando en los peldaños de la escalera. Y ya se veía enterrado vivo entre las cuatro paredes, llena de negrura y de horror, a pesar de todo el oro que contenía. Y sollozó durante mucho tiempo, sumido en su dolor. Y por primera vez en su vida, dio en pensar en las bondades de su pobre madre y en su abnegación infatigable, no obstante la mala conducta e ingratitud de él. Y la muerte en aquella cueva hubo de parecerle más amarga, por no haber podido refrescar en vida el corazón de su madre, mejorando algo de su carácter y demostrándole de alguna manera su agradecimiento. Y suspiró mucho al asaltarle este pensamiento, y empezó a retorcerse los brazos y a restregarse las manos, como generalmente hacen los que están desesperados, diciendo, a modo de renuncia a la vida: "¡No hay recurso ni poder más que en Alá!" Y he aquí que con aquel movimiento, Aladino frotó sin querer el anillo que llevaba en el pulgar y que le había prestado el mago para preservarle de los peligros del subterráneo. Y no sabía aquel magrebín maldito que el tal anillo había de salvar la vida de Aladino precisamente, pues de saberlo no se lo hubiera confiado desde luego, o se hubiera apresurado a quitárselo o incluso no hubiera cerrado el subterráneo mientras el otro no se lo devolviese. Pero todos los magos son, por esencia, semejantes a aquel magrebín hermano suyo; a pesar del poder de la hechicería y de su ciencia maldita, no saben prever las consecuencias de las acciones más sencillas, y jamás piensan en precaverse de los peligros más vulgares. ¡Porque con su orgullo y su confianza en sí mismos, nunca recurren al Señor de las criaturas, y su espíritu permanece constantemente oscurecido por una humareda más espesa que la de sus fumigaciones, y tienen los ojos tapados por una venda, y van a tientas por las tinieblas!

Y he aquí que, cuando el desesperado Aladino frotó, sin querer, el anillo que llevaba en el pulgar y cuya virtud ignoraba...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

¿Querés saber como sigue la historia? Continúa su lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota IV"

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