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domingo, 23 de septiembre de 2012

Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XXV y XXVI - Roald Dahl

Viene de "Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XXIII y XXIV - Roald Dahl"






 XXV

El gran ascensor de cristal


—¡Nunca he visto nada como esto! —gritó el señor Wonka— ¡Los niños están desapareciendo como conejos! ¡Pero no debéis preocuparon! ¡Todos volverán a aparecer!

El señor Wonka miró al pequeño grupo que estaba junto a él en el corredor. Ahora sólo quedaban dos niños, Mike Tevé y Charlie Bucket. Y tres adultos, el señor y la señora Tevé y el abuelo Joe.

—¿Seguimos adelante?—dijo el señor Wonka.
—¡Oh, sí! —gritaron al unísono Charlie y el abuelo Joe.
—Me están empezando a doler los pies —dijo Mike Tevé—. Yo quiero ver televisión.
—Si estás cansado, será mejor que cojamos el ascensor —dijo el señor Wonka—. Está aquí. ¡Vamos! ¡Adentro! 

Cruzó el pasaje en dirección a una puerta de dos hojas. Las puertas se abrieron. Los dos niños y los mayores entraron.
—Muy bien —exclamó el señor Wonka—, ¿cuál de los botones apretaremos primero? ¡Podéis escoger!
Charlie Bucket miró asombrado a su alrededor. Este era el ascensor más extraordinario que había visto nunca. ¡Había botones por todas partes! ¡Las paredes, y aun hasta el techo, estaban cubiertos de filas y filas de botones negros! ¡Debía haber unos mil botones en cada una de las paredes, y otros tantos en el techo! Y ahora Charlie se percató de que cada uno de los botones tenía a su lado un diminuto cartelito impreso diciendo a qué sección de la fábrica sería uno conducido si lo apretaba.  

—¡Este no es un ascensor ordinario de los que van hacia arriba y hacia abajo! —anunció  orgullosamente el señor Wonka—. Este ascensor puede ir de costado, a lo largo y en diagonal, y en cualquier otra dirección que se os ocurra. ¡Puedo visitar con él cualquier sección de la fábrica, no importa dónde esté! ¡Simplemente se aprieta un botón y... zing... se parte!

—¡Fantástico!—murmuró el abuelo Joe. Sus ojos brillaban de entusiasmo contemplando las filas y filas de botones.
—¡El ascensor entero está hecho de grueso cristal transparente! —declaró el señor Wonka—. ¡Las paredes, las puertas, el techo, el suelo, todo está hecho de cristal para poder ver el exterior!
—Pero no hay nada que ver —dijo Mike Tevé.
—¡Escoged un botón! —dijo el señor Wonka.
Los dos niños pueden apretar un botón cada uno. De modo que decidios. ¡De prisa! Algo delicioso y maravilloso se está preparando en cada una de las secciones.

Rápidamente, Charlie empezó a leer algunas de las inscripciones que había junto a cada botón.

MINAS DE CARAMELO. 300 METROS DE PROFUNDIDAD, decía en una de ellas. PISTAS DE PATINAJE HECHAS DE LECHE DE COCO CONGELADA, decía en otra.

Luego... PISTOLAS DE AGUA DE ZUMO DE FRUTAS. 

ARBOLES DE MANZANAS DE CARAMELO PARA PLANTAR EN SU JARDIN. TODOS LOS TAMAÑOS. 

CARAMELOS EXPLOSIVOS PARA SUS ENEMIGOS.

CHUPA—CRUPS LUMINOSOS PARA COMER DE NOCHE EN LA CAMA.

CARAMELOS DE MENTA PARA SU RIVAL AMOROSO. LE DEJAN LOS DIENTES VERDES DURANTE UN MES ENTERO. 

CARAMELOS PARA RELLENAR LAS CARIES. NO MAS DENTISTAS.

CARAMELOS DE GOMA CON PEGAMENTO PARA PADRES QUE HABLAN DEMASIADO.

CARAMELOS SALTARINES QUE SE MUEVEN DELICIOSAMENTE DENTRO DEL ESTOMAGO DESPUES DE TRAGARLOS.
CHOCOLATINAS INVISIBLES PARA COMER EN CLASE.

LAPICES PARA CHUPAR RECUBIERTOS DE CARAMELO.

PISCINAS DE LIMONADA GASEOSA.

CHOCOLATE MAGICO. CUANDO SE TIENE EN LA MANO SE SABOREA EN LA BOCA.

GRAGEAS DE ARCO IRIS. AL CHUPARLAS SE PUEDE ESCUPIR EN SEIS COLORES DIFERENTES.
—¡Vamos, vamos! —gritó el señor Wonka—. ¡No tenemos todo el día!
—¿No hay una Sala de Televisión entre todo esto? —preguntó Mike Tevé.
—Claro que hay una sala de televisión —dijo el señor Wonka—. Es aquel botón de allí —añadió, señalando con el dedo. Todos lo miraron.
CHOCOLATE DE TELEVISION, decía en el pequeño cartelito junto al botón.

—¡Vivaaa! —gritó Mike Tevé—. ¡Eso es para mí!
—Alargó el dedo índice y apretó el botón.

Instantáneamente se oyó un tremendo zumbido. Las puertas se cerraron de golpe y el ascensor pegó un salto como sí lo hubiese picado una avispa. ¡Pero saltó hacia un lado! Y todos los pasajeros (excepto el señor Wonka, que se había cogido a un agarradera que colgaba del techo) se cayeron al suelo.
—¡Levantaos, levantaos! —gritó el señor Wonka, riendo a carcajadas.

Pero justo en el momento en que todos empezaban a ponerse de pie, el ascensor cambió de dirección y torció violentamente una esquina. Y otra vez se fue al suelo todo el mundo.

—¡Socorro!—gritó la señora Tevé.
—Deme la mano, señora —dijo galantemente el señor Wonka—. ¡Ya está! Y ahora cójase a esta agarradera. Que todos se cojan a una agarradera. ¡El viaje aún no ha terminado!

El anciano abuelo Joe se puso trabajosamente de pie y se cogió a una de las agarraderas. El pequeño Charlie, que no alcanzaba a llegar tan alto, se cogió a las piernas del abuelo Joe y se mantuvo firmemente aferrado.
El ascensor corría a la velocidad de un cohete. Ahora estaba empezando a subir. Subía a toda velocidad por una empinada cuesta como si estuviese escalando una escarpada colina. Y de pronto, como si hubiese llegado a lo alto de la colina y se hubiese caído por un precipicio, el ascensor cayó como una piedra, y Charlie sintió que su estómago se le subía a la garganta, y el abuelo Joe gritó:

—¡Yiipii! ¡Allá vamos!
Y la señora Tevé chilló:
—¡Las cuerdas se han roto! ¡Nos vamos a estrellar!
Y el señor Wonka dijo:
—Cálmese, mi querida señora —y le dio unas reconfortantes palmaditas en el brazo.

Y entonces el abuelo Joe miró a Charlie, que seguía aferrado a sus piernas, y le dijo:

—¿Estás bien, Charlie?
Charlie gritó:
—¡Me encanta! ¡Es como una montaña rusa!
Y a través de las paredes de cristal del ascensor, a medida que éste avanzaba a toda marcha, pudieron ver fugazmente las cosas extrañas y maravillosas que se sucedían en las diferentes secciones:
Una enorme fuente de la que brotaba una mezcla untuosa de color caramelo...

Una alta y escarpada montaña hecha enteramente de turrón, de cuyas laderas un grupo de Oompa-Loompas (atados unos a otros para no caerse) partían grandes trozos con picos y azadas...

Una máquina de la que salía una nube de polvo blanco como una tormenta de nieve...

Un lago de caramelo caliente del que se elevaba una nube de vapor...

Un poblado de Oompa-Loompas, con calles y casitas diminutas, y cientos de niños Oompa-Loompas de no más de ocho centímetros de altura jugando en las calles...

Y ahora el ascensor empezó a nivelarse otra vez, pero parecía ir más de prisa que nunca, y Charlie podía oír fuera el silbido del viento a medida que el ascensor corría hacia adelante... y torcía hacia un lado... y hacia otro... y subía... y bajaba... y... 

—¡Voy a ponerme mala! —gritó la señora Tevé, poniéndose verde.
—Por favor, no haga eso —dijo el señor Wonka.
—¡Intente detenerme! —dijo la señora Tevé.
—Entonces será mejor que coja esto —dijo el señor Wonka, y se quitó la magnífica chistera que llevaba en la cabeza y la puso boca abajo frente a la señora Tevé.
—¡Haga detener este horrible aparato! —ordenó el señor Tevé.
—No puedo hacer eso —dijo el señor Wonka.

No se detendrá hasta que no lleguemos allí. Lo único que espero es que nadie esté utilizando el otro ascensor en este momento. 

—¿Qué otro ascensor?—chilló la señora Tevé.
—El que va en dirección opuesta en el mismo riel que éste —dijo el señor Wonka.
—¡Santo cielo! —gritó el señor Tevé—. ¿Quiere usted decir que podemos chocar?
—Hasta ahora siempre he tenido suerte —dijo el señor Wonka.
—¡Ahora sí que voy a ponerme mala! —gimió la señora Tevé.
—¡No, no! —dijo el señor Wonka—. ¡Ahora no! ¡Casi hemos llegado! ¡No estropee mi sombrero! 

Un momento más tarde se oyó un chirrido de frenos y el ascensor empezó a aminorar la marcha. Luego se detuvo completamente.
—¡Vaya viajecito! —dijo el señor Tevé, secándose el sudor de la frente con un pañuelo. 
—¡Nunca más! —jadeó la señora Tevé.
Y entonces se abrieron las puertas del ascensor y el señor Wonka dijo:

—¡Un momento! ¡Escuchadme todos! Quiero que todo el mundo tenga mucho cuidado en esta habitación. Hay aquí aparatos muy peligrosos y nadie debe tocarlos.

XXVI

La sala de chocolate de televisión

La familia Tevé, junto con Charlie y el abuelo Joe, salieron del ascensor a una habitación tan cegadoramente brillante y tan cegadoramente blanca que fruncieron sus ojos de dolor y dejaron de caminar. El señor Wonka les entregó un par de gafas negras a cada uno y dijo:

—¡Poneos esto, de prisa! ¡Y no os las quitéis aquí dentro! ¡Esta luz podría cegaros!

En cuanto Charlie se hubo puesto las gafas negras, pudo mirar cómodamente alrededor. Lo que vio fue una habitación larga y estrecha. La habitación estaba toda pintada de blanco. Hasta el suelo era blanco, y no había una mota de polvo por ningún sitio. Del techo colgaban unas enormes lámparas que bañaban la habitación con una brillante luz blanco—azulada. La habitación estaba completamente desnuda, excepto a ambos extremos. En uno de estos extremos había una enorme cámara sobre ruedas, y un verdadero ejército de Oompa-Loompas se apiñaba a su alrededor, engrasando sus mecanismos y ajustando sus botones y limpiando su gran lente de cristal. Los Oompa-Loompas estaban vestidos de una manera extraña. Llevaban trajes espaciales de un color rojo brillante —al menos parecían trajes espaciales—, cascos y gafas, y trabajaban en el más completo silencio.

Mirándoles, Charlie experimentó una extraña sensación de peligro. Había algo peligroso en todo este asunto, y los Oompa-Loompas lo sabían. Aquí no cantaban ni hablaban entre ellos, y se movían alrededor de la enorme cámara negra lenta y cautelosamente con sus rojos trajes espaciales.

En el otro extremo de la habitación, a unos cincuenta pasos de la cámara, un único Oompa-Loompa (vistiendo también un traje espacial) estaba sentado ante una mesa negra mirando la pantalla de un enorme aparato de televisión. 

—¡Aquí estamos! —gritó el señor Wonka, saltando de entusiasmo—. Esta es la Sala de Pruebas de mi último y más grande invento: ¡el Chocolate de Televisión!  
—Pero ¿qué es el Chocolate de Televisión? — preguntó Mike Tevé.
—¡Por favor, niño, deja de interrumpirme! —dijo el señor Wonka—. Funciona por televisión. Personalmente, no me gusta la televisión. Supongo que no está mal en pequeñas dosis, pero los niños nunca parecen poder mirarla en pequeñas dosis. Se sientan delante de ella todo el día mirando y mirando la pantalla...
—¡Ese soy yo! dijo Mike Tevé.
—¡Cállate! —dijo el señor Tevé.
—Gracias —dijo el señor Wonka—. Y ahora os diré cómo funciona este asombroso aparato de televisión. Pero, en primer lugar, ¿sabéis cómo funciona la televisión ordinaria? Es muy simple. En uno de los extremos, donde se está filmando la imagen, se sitúa una gran cámara de cine y se empieza a fotografiar algo. Las fotografías son entonces divididas en millones de diminutas piezas, tan pequeñas que no pueden verse, y la electricidad envía estas diminutas piezas al cielo. En el cielo empiezan a volar sin orden ni concierto hasta que de pronto se encuentran con la antena que hay en el techo de alguna casa. Entonces descienden por el cable que comunica directamente con el aparato de televisión, y allí son ordenadas y organizadas hasta que al fin cada una de esas diminutas piececitas encuentra su sitio apropiado (igual que un rompecabezas), y ¡presto! la fotografía aparece en la pantalla... 


—No es así como funciona exactamente —dijo Mike Tevé.
—Soy un poco sordo de la oreja izquierda —dijo el señor Wonka—. Tendrás que perdonarme si no oigo todo lo que dices.
—¡He dicho que no es así como funciona exactamente! —gritó Mike Tevé.
—Eres un buen chico —dijo el señor Wonka—, pero hablas demasiado. ¡Y bien! La primera vez que vi como funcionaba la televisión ordinaria tuve una fantástica idea. «¡Oídme bien!», grité, «si esta  gente puede desintegrar una fotografía en millones de trocitos y enviar estos trocitos a través del espacio y luego volver a ordenarlos en el otro extremo, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo con una chocolatina? ¿Por qué no puedo enviar una chocolatina a través del espacio en diminutos trocitos y luego ordenar los trocitos en el otro extremo listos para comer?»
—¡Imposible! —gritó Mike Tevé.
—¿Te parece? —gritó el señor Wonka—. ¡Pues bien, mira esto! ¡Enviaré ahora una barra de mi mejor chocolate de un extremo a otro de la habitación por televisión! ¡Preparaos! ¡Traed el chocolate!

Inmediatamente, seis Oompa-Loompas aparecieron llevando sobre los hombros la barra de chocolate más enorme que Charlie había visto nunca. Era casi tan grande como el colchón sobre el que él dormía en casa. 

—Tiene que ser grande —explicó el señor Wonka—, porque cuando se envía algo por televisión siempre sale mucho más pequeño de lo que era cuando entró. Aun con la televisión ordinaria, cuando se fotografía a un hombre de tamaño normal, nunca sale en la pantalla más alto que un lápiz, ¿verdad? ¡Allá vamos entonces!¡Preparaos! ¡No, no! ¡Alto! ¡Detened todo! ¡Tú!¡Mike Tevé! ¡Atrás! ¡Estás demasiado cerca de lacámara! ¡De ese aparato salen unos rayos muy peligrosos! ¡Podrían dividirte en millones detrocitos en un segundo! ¡Por eso los Oompa-Loompasllevan trajes espaciales! ¡Los trajes les protegen! ¡Muy bien! ¡Así está mejor! ¡Adelante!¡Encended!

Uno de los Oompa-Loompas agarró un gran conmutador y lo pulsó hacia abajo. Hubo un relámpago cegador.

—¡El chocolate ha desaparecido! —gritó el abuelo Joe agitando los brazos.

¡Y tenía razón! ¡La enorme barra de chocolate había desaparecido completamente!

 —¡Ya está en camino! —gritó el señor Wonka—. Ahora está volando por el espacio encima de nuestras cabezas en un millón de diminutos trocitos. ¡De prisa! ¡Venid aquí! —corrió hacia el otro extremo de la habitación donde estaba el gran aparato de televisión, y los demás le siguieron—. ¡Observad la pantalla! —gritó—. ¡Aquí viene! ¡Mirad!

La pantalla parpadeó y se encendió. Entonces, de pronto, una pequeña barra de chocolate apareció en el centro de la pantalla. 

—¡Cogedla! —gritó el señor Wonka, cada vez más excitado.
—¡Cómo vamos a cogerla? —preguntó riendo Mike Tevé—. ¡Es sólo una imagen en una pantalla de televisión!
—¡Charlie Bucket! —gritó el señor Worika—. ¡Cógela tú! ¡Alarga la mano y cógela!

Charlie alargó la mano y tocó la pantalla, y de pronto, milagrosamente, la barra de chocolate apareció entre sus dedos. Su sorpresa fue tan grande que casi la dejó caer.


—¡Cómetela! —gritó el señor Worika——. ¡Vamos, cometela! ¡Será deliciosa! ¡Es la misma chocolatina! ¡Se ha vuelto más pequeña durante el viaje, eso es todo!
—¡Es absolutamente fantástico! —exclamó el abuelo Joe—. ¡Es... es... es un milagro!
—¡Imaginaos! —gritó el señor Wonka—. Cuando empiece a utilizar esto a lo largo del país... Estaréis en vuestra casa mirando la televisión y de pronto aparecerá un anuncio en la pantalla y una voz dirá, «¡COMED LAS CHOCOLATINAS DE WONKA! ¡SON LAS MEJORES DEL MUNDO! ¡SI NO LO CREEIS, PROBAD UNA AHORA MISMO...!» ¡Y lo único que tendréis que hacer es alargar la mano y cogerla! ¿Qué os parece, eh?
—¡Magnífico! —gritó el abuelo Joe—. ¡Cambiará el mundo!





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1 comentario:

  1. Soy un poco sordo de la oreja izquierda —dijo el señor Wonka—. Tendrás que perdonarme si no oigo todo lo que dices.

    Jaja es un genio, me mata.

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