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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Canek - Ermilio Abreu Gómez - La Intimidad (capítulo 2)

Viene de Canek - Ermilio Abreu Gómez - Los personajes (capítulo 1)


La intimidad


Y sucedió que incontables gracias
nacieron de una piedra de gracia.
DEL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS MAYA



La tía Charo y el niño Guy comen junto a la campana de la cocina. La cocina está llena de humo claro. Comen despacio y casi no hablan. Las tazas de caldo y de chocolate despiden un acre y dulce olor sazonado: como de clavo y almendras quemadas. La tía Charo, sin levantar los ojos, rezongó:

—De veras que eres tonto. Prefieres las verduras a la carne de venado.

Desde afuera uno de los venaditos del corral, un venadito domesticado, miraba la escena con los ojos húmedos. Canek y Exa acariciaban la testuz moza, casi niña, del venadito.

La tía Charo insistió:

—De veras que eres tonto, tonto. 

La tía Charo dijo a Canek:

—Jacinto, busca a Guy. Hace media hora que fue a la TROJE por un poco de maíz. 
—Aquí estoy, tía —contestó Guy.
—De aquí a la troje, muchacho, solo hay diez pasos.
—De día sí; pero de noche, tía, lo menos hay veinte.

La tía Charo se encogió de hombros. Canek subió la mecha del candil.

—Tía Charo —dijo Guy a tiempo de que entraba en la casa—, acabo de ver la XTABAY.
—No digas tonterías, niño. La Xtabay es una ABUSIÓN de los indios.
—La vi en el camino, detrás de la ceiba que está junto a la NORIA. Es como una niña alta, pálida y rubia. Parece encendida por dentro. Sus ojos son claros, como el agua. Su boca parece una granada.

La tía Charo miró hacia la ventana y dio un grito. Canek limpiaba una mancha de sangre que escurría
por el marco de la ventana.

En la hacienda solo la tía Charo y sus invitados beben agua de lluvia, refrescada en tinajas de barro. Los indios beben el agua calcárea de los pozos, cuajada de alimañas.

Bajo el soportal de la casa principal, Canek dormita la siesta. El niño Guy se acerca a él con una jícara, y le dice:

—No tengo sed, Jacinto; bebe.

Canek bebió en silencio aquella aurora desleída. En la oscuridad de la cocina, Guy dijo:

—Tengo miedo, tía.
—Cierra la ventana para que no vengan los animales.
—Es que tengo miedo a los fantasmas, tía.
—Déjala abierta para que salgan.
—Tendré miedo de verlos salir.
—Cierra los ojos.
—Entonces tendré miedo de verlos entrar.
—Jacinto —añadió la tía Charo, dirigiéndose a Canek—, enciende el candil.

Canek y el niño Guy están de buen humor y juegan juegos inocentes. Canek ha hecho, con un pañuelo blanco, un conejito. El conejito mueve las orejas, retoza y se duerme entre las manos. De pronto se incomoda, salta, y se va corriendo y desaparece, feliz, bajo la sombra de los árboles. Guy se queda con sus hermosos ojos verdes abiertos. Se sonríe.

Está de buen humor Jacinto Canek. Al caer la tarde se ha sentado junto a la noria de la hacienda. Lo acompañan los amigos viejos: Domingo Canché, Ramón Balam y el niño Guy. El rumor del agua que camina por los canales lleva perfume de sombra. Sobre el agua se deshacen los azahares de un ARRIETE de limoneros. Canek empieza a hablar:

—¿Quién me dice cuáles son los agujeros por donde gritan las cañas?

Los amigos se rieron.

—¿Quién me dice qué está torcido en tres ramales? 

Los amigos se miraron.

—¿Quién me dice qué significan dos piedras verdes y una cruz alzada?

Los amigos se encogieron de hombros. Canek frunció el ceño y sonriendo les dijo:

—Tontos. Todo es claro: se trata de los agujeros de la flauta; se dice de la iguana y se piensa de los ojos del hombre.

En la hacienda aconteció una casi tragedia que participó de lo doméstico y de lo celeste. La tía Charo quedó medio difunta por la ira que se le metió dentro del cuerpo. Se le encendieron los pellejos de la cara y se le ENGARABITARON las manos. Le dio un soponcio. Guy huyó de ella, temeroso de recibir un castigo que en justicia no merecía. Solo Canek afrontó el peligro y trató de calmarla con más melindres que razones. Guy, fiel intérprete de la fe religiosa de su tía, dio lugar al estropicio.

En mala hora se le ocurrió llevar al granero la estampa de san Bonifacio con la intención de que ejerciera su poder en la plaga de las ratas.

Pero sucedió que las ratas o estaban en rebeldía o pasaban por un período de ateísmo: el caso fue que acabaron hasta con las migajas inocentes de san Bonifacio. Lo royeron de la calva a los pies. De ahí la sagrada ira de tía Charo.

Al fin Canek, mirando de reojo a Guy, se atrevió a explicar el suceso:

—Cálmese, niña Charo, cálmese, porque bien pudiera darse el caso de que la estampa no estuviera bendecida y entonces no solo no ejerció su poder, sino que dio ocasión para que los roedores, advertidos de la impunidad de que podían gozar, tomaran entonces venganza por los males recibidos.

Canek y Guy salieron de caza. Canek llevaba el arco y Guy, las flechas. Se dirigieron a las madrigueras de los conejos. Caminaron por el monte y avanzaron hacia un descampado pedregoso. Las madrigueras estaban ahí. Canek pidió las flechas, y Guy, tímido, con los ojos dulces, como de conejo, mostró el morral vacío. Canek no dijo nada. Regresaron silbando.

Tumbado sobre la tierra, Guy mira pasar las nubes. Hace horas que está ahí, absorto en el viaje de las nubes. Canek lo acompaña y le sonríe con sonrisa buena, como lavada.

—Mira las nubes, Jacinto. Dentro de ellas viven los fantasmas. Cuando los fantasmas duermen, las
nubes son blancas; vuelan despacio para no despertarlos y los mecen y los llevan lejos. Cuando los fantasmas despiertan, las nubes se vuelven grises y se agazapan en el horizonte. Cuando los fantasmas se enfurecen, entonces las nubes se tornan negras, se agrietan y estallan.

Canek preguntó:

—¿Y nunca salen los fantasmas de las nubes?
—Las nubes, Jacinto, son la sombra de los fantasmas.

Canek sonrió con su sonrisa buena, como lavada. Arriba caminaban las nubes blancas. Dormían los fantasmas.

El sol se deslíe en viento de brasa.

—Niño Guy —dijo Canek—, ni una nube. Si no llueve pronto, se perderán las cosechas.

Al día siguiente Guy encendió una hoguera. Con ímpetu soplaba con su boca y con las manos aventaba las columnas de humo que subían.

Canek le preguntó:

—¿Qué haces?
—Nubes, Jacinto, nubes.

Los dos llegaron cojeando: Guy y el perrito más dócil que había nacido en el patio de Canek. Guy tenía una pierna vendada y el perrito una de las paticas delanteras. Los dos caminaban a saltos.

El perrito gruñía —tal vez de dolor— y meneaba la cola —tal vez de agradecimiento.

—Nos caímos, Jacinto.
—Ya lo veo, niño Guy.
—El MALIX se torció una patica. Ya se la compuse.
—¿Y tú?
—Acércate. No se lo digas a nadie. Yo no tengo nada. Me vendé solo para consolarlo.

Junto al brocal del pozo se trenzó la algazara de los peones. Se había roto la soga con que se sacaba agua y el cubo se fue al fondo del pozo. No era posible perderlo; una y otra vez echaron el garabato. Sus ganchos removían el limo, se trababan en los yerbajos, y el cubo no salía. Era un cubo labrado, de madera negra. Lo notaría el amo. Los peones arriaron hasta el fondo a Canek. Su voz se oía velada, como si saliera de las entrañas de la tierra.

Cuando Canek salió dijo:

—Desde el fondo se ven las estrellas.

Guy dijo a Canek:

—Oye, Jacinto, se fue el cubo al fondo del pozo.
—¿Otra vez?
—Yo bajo por ti.
—¿Tú?
—También yo quiero ver las estrellas.

Guy preguntó a Canek:

—¿De dónde viene, Jacinto, el polvo que se pega en las ventanas, en las imágenes, en los libros y en
la tela de los retratos?

Canek contestó:

—Como todo lo de la vida, niño Guy, viene de la tierra.

Guy replicó:

—Te equivocas, Jacinto. El polvo que se pega en las ventanas, en las imágenes, en los libros y en la tela de los retratos, no viene de la tierra. Viene del viento. Es el viento mismo que muere de cansancio y de sed en el rincón de las cosas íntimas.

En las charcas del patio, Guy mira unos barquitos de papel. El viento los empuja. A veces se van lejos, caminan sobre la sombra de los limoneros y desaparecen en la distancia, Guy los mira temblar
sobre el agua. Una hoja ha hecho naufragar uno. A Guy le entran ganas de llorar. Busca a Canek y le dice:

—Se hundió un barco, Jacinto.
—Haremos otro, niño Guy.
—En el que se hundió iba mi sombra.

El niño Guy no pudo entenderse con Patricio, el nieto de Juan José Hoil. Guy hablaba español y Patricio, maya. Ariscos, encogidos, los dos rapaces se internaron en la MILPA. De pronto, una víbora
pasó junto a ellos, y entonces, sin advertirlo, se dieron la mano.

Canek mató a la víbora.

Canek habló a Guy:

—Mira el cielo; cuenta las estrellas.
—No se pueden contar.

Canek volvió a hablar:

—Mira la tierra; cuenta los granos de arena.
—No se pueden contar.

Canek dijo entonces:

—Aunque no se conozca, existe el número de las estrellas y el número de los granos de arena. Pero lo que existe y no se puede contar y se siente aquí dentro, exige una palabra para decirlo. Esta palabra, en este caso, sería inmensidad. Es como una palabra empapada de misterio. Con ella no se necesita contar ni las estrellas ni los granos de arena. Hemos cambiado el conocimiento por la emoción: que es también una manera de penetrar en la verdad de las cosas.

Al caer la tarde, Jacinto Canek y Guy salieron del pueblo. Tomaron el camino antiguo, rumbo a Xihum, donde solían reunirse los señores de la tierra maya. Por instantes se oscurecía el campo. De pronto, apareció el pájaro que guarda los caminos y que los indios llaman PUJUY. Saltaba delante de ellos como si fuera gente de razón y conociera la flaqueza de los hombres.

—En buena hora, niño Guy, nos acompaña el pájaro Pujuy. Hay que seguir adelante; vencer el cansancio, el miedo y el deseo. La traición disfraza sus intenciones. La traición es sueño, curiosidad
y apetito de los caminantes. Abre los ojos, hijo, y sigue al pájaro Pujuy. Él no se equivoca. Su destino es como el nuestro: caminar, caminar para que otros no se pierdan.

Canek dijo:

—Guy, descúbrete y besa la tierra. Debajo de ella está el cuerpo de Juan José Hoil. Aquí en Chumayel vivió un tiempo. Fue sabio en las artes de la escritura. De sus abuelos heredó experiencias y noticias de la historia. Todo lo escribió en un libro que está guardado, con aldaba de hierro, en cofre de JABÍN. Un día podrás leerlo y conocerás el secreto de sus palabras. Serás cauto con su declaración
porque todo lo dijo en alegorías, temeroso de los blancos. Así hemos tenido que guardar nuestro espíritu para que no lo destruyan los que han dejado que la avaricia enturbie sus ojos.

En otro lugar Canek se arrodilló y besó la tierra.

Guy le preguntó:

—¿Por qué haces eso?

Canek contestó:

—Aquí estaba enterrado Lorenzo Comén, que murió acosado por la crueldad de los blancos. Sobre su tumba, en el silencio de la noche, se oye el trueno de su voz.

Guy dijo:

—Yo no lo oigo.

Canek añadió:

—Porque eres bueno.

Anochecía en la milpa. Guy se detuvo y dijo:

—¿Oíste?
—Es el pájaro Pis —contestó Canek—. Su voz es igual a su nombre. Dicen que el pájaro Pis hizo el silencio. Dicen que lo hizo con su voz. También dicen que cuando ve que es mucho lo deshace con su voz. Y después, inquieto, lo vuelve a hacer. Lo vuelve a hacer con su voz. Y así siempre.

Han pasado los días y ni Canek ni la tía Micaela saben quién es ni de dónde viene Exa; pero ya la quieren como se quieren esas tortolitas que llegan y, mansas como manojos de brisa, se duermen
entre la sombra de los árboles.

—Si no comes esta tortilla, no te llevo donde están mis conejos.
—¿Cuántos son?

Guy le mostró una mano abierta. Exa empezó a comer, pero con disimulo entre su falda guardó cinco pedazos.

Bajo la noche poblada de luceros, junto a los maizales, se han recostado en silencio, Guy y Exa.

Guy mira el cielo y dice:

—Exa, estoy bañándome en la sombra.

Exa mira los ojos de Guy y dice:

—Guy, estoy contando las estrellas.

Canek sonreía sin mirarla.

Guy quiso guardar entre las manos los colores del iris. En la sombra los colores desaparecían. 

—Jacinto —dijo a Canek—, le prometí a Exa un regalo. Pero me parece que es un regalo imposible.
—Nada es imposible, niño Guy, cuando el corazón es limpio.

Guy volvió a mirar, bajo el sol, los colores del iris que forma un cristal. Se quedó mirándolos con tanta emoción, que sobre ellos cayeron sus lágrimas. Entre las manos de Guy quedaron prisioneros,
lúcidos, los colores del iris. Exa tuvo su regalo.

Guy levantó los ojos y miró una paloma. Canek preguntó:

—¿Exa?

Guy se limpió una lágrima. Canek preguntó:

—¿Exa?

Canek puso una mano sobre el pecho de Guy.

Guy dijo:

—Exa.

Al volver del patio, el niño Guy preguntó a Canek:

—¿Verdad que no hay frío, Jacinto?
—Anoche sentí frío, niño Guy.
—Pues yo desperté dos veces y sudaba.

Al día siguiente, al volver del corral, volvió a preguntar:

—¿Sentiste frío anoche, Jacinto?
—Más que anoche, niño Guy.
—Pues anoche dormí sin cobijas. Sudé a mares.

Al día siguiente el venadito recién nacido durmió entre las cobijas del niño Guy.

—Porque está llena de la luz de los luceros. Y la luz de los luceros es dulce.

Canek recordó lo que Guy había escrito en la arena: Para que descansen los pies de Exa, es dura la sombra de una rosa.

Canek recordó lo que Guy había escrito en la arena: Mamá, quisiera ser el huésped de tus ojos.

Canek recordó lo que Guy había escrito en la arena: Exa es como aquella niña que dejó quemar sus
manos para que no se apagara la llama que calentaba los pies de su padre.

—¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren se convierten en pájaros?
—No sé, niño Guy.
—¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren se vuelven flores?
—No sé, niño Guy.
—¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren se van al cielo?
—No sé, niño Guy.
—Entonces, Jacinto, ¿dime qué les pasa a los niños que se mueren?
—Los niños que se mueren, niño Guy, despiertan.

Amaneció muerto el niño Guy. Nadie lo vio morir.

Entre los pliegues de su hamaca parecía dormido. Tenía en los labios, pálidos, finísimos, una
leve sonrisa también dormida. Canek, sin hacer ruido, en un rincón lloraba como un niño.

La tía Charo se acercó, lo tocó en el hombro y le dijo:

—Jacinto, si no eres de la familia, ¿por qué lloras?

La muerte de Guy y la desaparición de Exa han entristecido el corazón de Canek. Le brilla una lumbre negra en los ojos. Sentado en el PRETIL de la noria pasa las horas. Junto a él tiene un cayado
que no necesita. A veces se levanta y pasea por la acequia. Es como si ensayara un viaje. A veces habla. Es como si ensayara una oración. A veces alza los brazos. Es como si mandara.


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Canek - Ermilio Abreu Gómez - La doctrina (capítulo 3)

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