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domingo, 28 de octubre de 2012

El maravilloso mago de Oz - Cap XXII, XXIII y XXIV (FINAL) - Lyman Frank Baum

Viene de "El maravilloso mago de Oz - Cap XX y XXI - Lyman Frank Baum"



Capítulo XXII

El país de los Quadlings


Los cuatro viajeros pasaron sin inconvenientes por el bosque, y al salir de sus umbrías profundidades vieron ante ellos una empinada colina salpicada desde arriba hasta abajo por grandes rocas.

-Será una subida difícil -comentó el Espantapájaros-, pero tendremos que hacerlo.
Así diciendo, encabezó la marcha seguido por los otros, y habían llegado casi a la primera roca cuando oyeron una voz áspera que gritaba:

-¡Atrás!
-¿Quién eres? -preguntó el Espantapájaros.

Asomó entonces una cabeza por sobre la roca y la misma voz replicó:

-Esta colina nos pertenece y no permitimos pasar a nadie. 
-Pero es que debemos pasar -objetó el Espantapájaros-. Vamos al país de los Quadlings.
-¡No pasarán! -declaró la voz, y desde detrás de la roca salió ala vista el hombre más extraño que jamás hubieran visto los viajeros.

Era bajo y robusto, y poseía una enorme cabeza algo chata y sostenida por un grueso cuello lleno de arrugas. Mas no tenía brazos, y al ver esto, el Espantapájaros no temió que un ser tan indefenso pudiera impedirles ascender por la colina. Por eso dijo: 

-Lamento no hacer lo que deseas, pero, te guste o no, tendremos que pasar por tu colina.

Y se adelantó con gran decisión.
Tan rápida como el rayo, la cabeza del otro partió hacia adelante y su cuello se estiró hasta que su coronilla, que era chata, golpeó el pecho del Espantapájaros y lo arrojó dando tumbos cuesta abajo. 


Casi con la misma rapidez volvió la cabeza al cuerpo, y el hombre rió con aspereza al tiempo que decía: 

-¡No les será tan fácil como piensan!

Un coro de ruidosas risas partió de las otras rocas y Dorothy vio entonces a centenares de los Cabezas de Martillo que se hallaban diseminados por la cuesta. El León se puso furioso al oír la risa con que festejaban la caída del Espantapájaros y, lanzando un rugido atronador, echó a correr cuesta arriba. De nuevo salió una cabeza a gran velocidad y el enorme León cayó rodando por la colina como si le hubiera golpeado una bala de cañón. Dorothy corrió para ayudar al Espantapájaros a levantarse, y el León fue hacia ella, sintiéndose dolido y molesto, al tiempo que decía:

-Es inútil combatir con gente que dispara la cabeza como si fuera una bala. Nadie podría enfrentarlos.
-¿Qué hacemos entonces? -preguntó ella.
-Llama a los Monos Alados -sugirió el Leñador-. Todavía puedes darles una orden más.
-Muy bien -repuso ella y, poniéndose el Gorro de Oro, pronunció las palabras mágicas.

Los Monos fueron tan puntuales como siempre, y en pocos momentos estuvo toda la banda frente a ella.

-¿Qué nos ordenas? -preguntó el Rey, haciendo una reverencia.
-Llévanos por sobre esta colina hasta el país de los Quadlings -pidió la niña.
-Así se hará -repuso el Rey.  

Acto seguido, los Monos Alados se apoderaron de los cuatro viajeros y de Toto y se alejaron volando con ellos. Cuando pasaron por sobre la colina, los Cabezas de Martillo aullaron de furia y lanzaron sus cabezas hacia lo alto, mas no pudieron alcanzar a los simios voladores, quienes se llevaron a Dorothy y sus amigos al otro lado de la montaña y los bajaron en el hermoso país de los Quadlings. 


-Esta es la última vez que nos llamas -dijo el jefe a Dorothy-. Así que adiós y buena suerte.
-Adiós y muchísimas gracias -respondió la niña, y los Monos levantaron vuelo y se perdieron de vista en un abrir y cerrar de ojos. 

El país de los Quadlings parecía muy próspero. Abundaban los cereales en sus campos, los caminos estaban bien pavimentados y por doquier veíanse murmurantes arroyos de agua clara cruzados por puentes muy bien construidos. Las cercas, casas y puentes estaban pintados de rojo vivo, tal como eran amarillos en el país de los Winkies y azules en el de los Munchkins. Los mismos Quadlings, que eran bajos, regordetes y bienhumorados, vestían todos de rojo, destacándose así contra el fondo verde del césped y el amarillo oro de los granos maduros.

Los Monos habían dejado a los viajeros cerca de una granja y los cuatro amigos marcharon ahora hacia la casa y llamaron a la puerta, la que abrió la esposa del granjero. Cuando Dorothy le pidió algo de comer, la mujer les brindó a todos una buena comida, con tres clases de pastel y cuatro clases de bizcochos, así como un tazón de leche para Toto.

-¿Queda lejos el castillo de Glinda? -preguntó la niña.
-No mucho -fue la respuesta-. Tomen el camino del Sur y pronto llegarán a él.
Luego de dar gracias a la buena mujer, partieron de nuevo y marcharon por entre los campos sembrados y los bonitos puentes hasta que vieron ante ellos un castillo muy hermoso. Ante las puertas se hallaban tres mujeres jóvenes que vestían vistosos uniformes rojos con adornos dorados. 


Al acercarse Dorothy, una de ellas le preguntó: 

-¿Por qué vienen al País del Sur?
-Queremos ver a la Bruja Buena que gobierna aquí-contestó la niña-. ¿Nos llevarán ante ella?
-Denme sus nombres y preguntaré a Glinda si quiere recibirlos.

Le dijeron quiénes eran y la joven soldado entró en el castillo para regresar poco después y anunciarles que podían pasar.

Capítulo XXIII

Glinda otorga a Dorothy su deseo


Empero, antes de que pudieran ver a Glinda, los condujeron a una estancia del castillo donde Dorothy se lavó la cara y peinó, el León se sacudió el polvo de la melena, el Espantapájaros mejoró su forma y el Leñador lustró su cuerpo y aceitó sus coyunturas.

Cuando estuvieron presentables, marcharon con la joven soldado a una amplia sala donde la Bruja Glinda se hallaba sentada en un trono de rubíes. Era joven y hermosa, de abundantes cabellos rojos que caían en ondas sobre sus hombros, y estaba ataviada con un vestido de un blanco inmaculado. Sus ojos azules miraron bondadosos a la niñita.

-¿Qué puedo hacer por ti, pequeña? -preguntó.
Dorothy le relató su historia, explicándole cómo el ciclón habíala llevado al País de Oz, cómo había hallado a sus compañeros y de qué modo hicieron frente a los peligros que les salieron al paso.

-Lo que más deseo ahora es regresar a Kansas -finalizó-, pues mi tía Em debe temer que me ha sucedido algo terrible, lo cual la hará ponerse luto y, a menos que las cosechas hayan sido mejores que el año pasado, estoy segura de que tío Henry no podrá hacer ese gasto. 


Glinda inclinóse hacia adelante para besar el dulce rostro de la niñita.
-¡Bendita seas! -dijo-. Claro que puedo indicarte el modo de regresar a Kansas... Pero si lo hago tendrás que darme el Gorro de Oro.
-¡Con gusto! -exclamó Dorothy-. La verdad es que ya no me sirve, y cuando lo tengas tú, sólo podrás dar tres órdenes a los Monos Alados.
-Y creo que necesitaré sus servicios sólo esas tres veces -respondió Glinda con una sonrisa.

La niña le entregó entonces el Gorro de Oro y la Bruja preguntó al Espantapájaros:
-¿Qué harás cuando Dorothy se haya ido?
-Volveré a la Ciudad Esmeralda, pues Oz me nombró su gobernante y la gente me quiere -fue la respuesta-. Lo único que me preocupa es la manera de cruzar por la colina de los Cabezas de Martillo.
-Por medio del Gorro de Oro ordenaré a los Monos Alados que te lleven a las puertas de la Ciudad Esmeralda -declaró Glinda-, pues sería una lástima de privar a sus ciudadanos de un gobernante tan maravilloso.
-¿Lo soy de veras? -preguntó el hombre de paja.
-Eres poco común -repuso ella.

Volviéndose hacia el Leñador, le preguntó:

-¿Qué será de ti cuando Dorothy se vaya de este país?

El se apoyó en su hacha mientras meditaba un momento. Al fin dijo:

-Los Winkies fueron muy bondadosos conmigo y, cuando murió la Bruja Maligna me pidieron que fuera su gobernante. Si pudiera regresar a la región de Occidente, nada me gustaría más que regir sus destinos.
-Mi segunda orden para los Monos Alados será que te lleven a la tierra de los Winkies -prometió Glinda-. Tu cerebro quizá no sea tan grande como aparenta el del Espantapájaros, pero en realidad eres más brillante que él... cuando estás bien pulido... y estoy segura de que sabrás gobernar a los Winkies con sabiduría y bondad. 

Entonces se volvió la Bruja hacia el enorme y peludo León, y le preguntó:

-¿Qué será de ti cuando Dorothy haya regresado a su hogar?
-Al otro lado de la colina de los Cabezas de Martillo se extiende una selva muy grande y añosa -respondió el felino-, y todos los animales que viven en ella me han nombrado su Rey. Si pudiera regresar allá, viviría feliz el resto de mis días.
-Mi tercera orden para los Monos Alados será que te lleven a la selva -manifestó Glinda-. Luego, cuando haya agotado el poder del Gorro de Oro, lo devolveré al Rey de los Monos a fin de que él y sus súbditos queden libres para siempre. 

El Espantapájaros, el Leñador y el León agradecieron a la Bruja Buena toda su bondad. Luego exclamó Dorothy: 

-¡Por cierto eres tan buena como hermosa! Pero todavía no me has dicho cómo puedo regresar a Kansas. 
-Tus zapatos de plata te llevarán por sobre el desierto -contestó Glinda-. De haber conocido su poder, podrías haber regresado a casa de tu tía Em el mismo día que llegaste a este país.
-¡Pero entonces no habría obtenido yo mi maravilloso cerebro! -exclamó el Espantapájaros-. Me habría pasado toda la vida en el maizal.
-Y yo no tendría mi bondadoso corazón -intervino el Leñador-. Todo oxidado, habría permanecido en el bosque hasta el fin de los siglos.
-Y yo sería por siempre un cobarde -declaró el León-, y ninguna bestia de la selva podría decir nada bueno de mí.
-Todo eso es verdad, y me alegro de haber sido útil a estos buenos amigos -manifestó Dorothy-. Pero ahora, todos ellos tienen lo que más anhelaban, y, además, cada uno posee un reino para gobernar. Por eso creo que me gustaría regresar ya a Kansas.
-Los zapatos de plata tienen un poder maravilloso -le explicó la Bruja Buena-, y una de sus cualidades más curiosas es que pueden llevarte a cualquier parte del mundo con sólo tres pasos, y cada paso se da en un abrir y cerrar de ojos. Todo lo que tienes que hacer es unir los tacones tres veces seguidas y ordenar a los zapatos que te lleven donde desees ir.
-Si es así -dijo la niña con gran alegría-, les pediré que me llevan de regreso a Kansas inmediatamente.
Echó los brazos al cuello del León y lo besó al tiempo que le palmeaba la cabeza con gran cariño. Después besó al Leñador, el que lloraba de manera muy peligrosa para sus conyunturas. Al Espantapájaros lo abrazó con fuerza en lugar de besar su cara pintada, y descubrió que ella también lloraba al despedirse así de sus queridos camaradas. 


Glinda la Bondadosa descendió de su trono de rubíes para dar a la niña el beso de despedida, y Dorothy le agradeció por los beneficios que había concedido a ella y a sus amigos. Después tomó a Toto en sus brazos y, habiendo dicho adiós una vez más, unió los talones tres veces seguidas.

-¡Llévenme de regreso a casa de tía Em!
Al instante se encontró girando en el aire, tan velozmente que no pudo ver nada ni sentir otra cosa que el viento que silbaba en sus oídos. Los zapatos de plata dieron tres pasos y se detuvieron luego con tal brusquedad que la niña rodó varias veces sobre la hierba antes de descubrir dónde estaba.

Luego, al fin, se sentó para mirar a su alrededor.
-"¡Dios bendito!" -exclamó.
Pues se encontraba sentada en medio de la extensa llanura de Kansas, y frente a ella veíase la nueva casa que el tío Henry había construido después que el ciclón se llevó la otra vivienda. El mismo Henry se hallaba ordeñando las vacas en el corral, y Toto habíase alejado de Dorothy y corría hacia el granero ladrando a más y mejor. 

Al ponerse de pie, la niña descubrió que sólo calzaba medias, pues los zapatos de plata se le habían caído durante el vuelo y estaban perdidos para siempre en el desierto.

 Capítulo XIV

De nuevo en casa


La tía Em acababa de salir de la casa para regar los repollos cuando levantó la vista y vio a Dorothy que corría hacia ella. 

-¡Querida mía! -exclamó, tomándola en sus brazos y cubriéndola de besos-. ¿De dónde vienes?
-Del País de Oz- contestó Dorothy con gravedad-. Y aquí está Toto también... Y, ¡oh, tía Em, cuánto me alegro de estar de nuevo en casa!

FIN

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