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domingo, 28 de octubre de 2012

Paris y el concurso de belleza de las diosas

Lo prometido es deuda, y mi deuda era este post. En sí, no es un cuento, no tiene un autor preciso, un comienzo exacto con un nudo y un desenlace que sea realmente el final, pero es una historia que cuando la leí por primera vez, me hizo mucha gracia imaginármela. Pertenece al capítulo "París y Helena" de "Los mitos griegos" de Robert Graves; es parte de las historias pre-guerra de Troya, y clave para saber porque dicha guerra.
Cuentan que un día, Paris, el menor de los príncipes de Troya, se encontraba cuidando su ganado cuando apareció Hermes, el mensajero, enviado por Zeus para pedirle que elija cual de las diosas es la más hermosa y le de a la ganadora, una manzana de oro. Las tres concursantes fueron:
  1. Hera: esposa de Zeus, diosa del matrimonio y de las mujeres, conocida por su carácter bravo, celoso y vengativo
  2. Afrodita: diosa del amor erótico, la lujuria y la sexualidad
  3. y Atenea: diosa de la guerra y la civilización
Como verán, la tarea de Paris no era nada fácil... y además, a Paris sólo le interesa una cosa... ;)
Los dejo con esta historia sin nombre, que espero que les guste :D
 




"(...) Estaba un día cuidando su ganado en el monte Gárgaro, la cumbre más alta de Ida, cuando Hermes, acompañado por Hera, Atenea y Afrodita, le entregó la manzana de oro y el mensaje de Zeus:

- Paris, puesto que eres tan bello como sabio en los asuntos del corazón, Zeus te ordena que juzgues cuál de estas diosas es la más bella.

Paris aceptó la manzana dudosamente y contestó:

- ¿Cómo puede un simple pastor como yo, hacerse árbitro de la belleza divina? Dividiré la manzana entre las tres.
- ¡No, no, no puedes desobedecer a Zeus Omnipotente! - se apresuró a replicar Hermes -. Y tampoco estoy autorizado para aconsejarte. ¡Utiliza tu inteligencia natural!
- Qué así sea - suspirtó Paris -. Pero antes ruego que las perdedoras no se ofendan conmigo. Sólo soy un ser humano, expuesto a cometer los errores más estúpidos.

Las diosas convinieron en acatar su decisión.

- ¿Bastará con juzgarlas tal como están - preguntó Paris a Hermes - o tienen que desnudarse? 
- Tú debes decidir las reglas del juego - contestó Hermes con una sonrisa discreta.
- En ese caso, ¿tendrías la bondad de desnudarse?

Hermes dijo a las diosas que lo hicieran y él se volvió cortésmente. 

Afrodita no tardó en estar lista, pero Atenea insistió en que debía quitarse su famoso ceñidor mágico, que le daba una ventaja injusta, pues hacía que todos se enamoraran de quien lo llevaba.

- Está bien - dijo Afrodita con rencor -, lo haré con la condición de que tú te quites tu yelmo; estás horrible sin él.
- Ahora, si no os importa, os juzgaré una por una - anunció Paris . para evitar discusiones que me distraigan. ¡Ven, divina Hera! ¿Tendrán las otras dos diosas la bondad de dejarnos durante un rato?
- Examíname concienzudamente - dijo Hera mientras se daba vuelta lentamente y exhibía su magnífica figura -, y recuerda que si me declaras la más bella te haré señor de toda Asia y el hombre más rico del mundo.
- Yo no me dejo sobornar, señora. Muy bien, gracias. Ya he visto todo lo que necesitaba ver. ¡Ahora ven, divina Atenea!
- ¡Aquí estoy! - dijo Atenea, avanzando con decisión -. Escucha, Paris: si tienes el sentido común suficiente para concederme el premio, haré que salgas victorioso en todas tus batallas, y que seas el hombre más bello y sabio del mundo.
- Soy un humilde pastor, no un soldado - replicó Paris -. Puedes ver con tus propios ojos que la paz reina en toda Lidia y Frigia y que nadie discute la soberanía del rey Príamo. Pero prometo considerar imparcialmente tu aspiración a la manzana. Ahora puedes volver a ponerte tus ropas y tu yelmo. ¿Estás lista, Afrodita?

Afrodita se acercó a él despacio y Paris se ruborizó porque se puso tan cerca que casi se tocaban.

- Examíname atentamente, por favor, sin pasar nada por alto... Por cierto, en cuanto te vi me dije: "A fe mía, éste es el joven más hermoso de Frigia.  ¿Por qué pierde el tiempo en este desierto cuidando un ganado estúpido?". Bien, ¿por qué lo haces, Paris? ¿Por qué no vas a una ciudad y llevas una vida civilizada? ¿Qué puedes perder casándote con alguien como Helena de Esparta, que es tan bella como yo y no menos apasionada? Estoy convencida de que, cuando os hayáis conocido, ella abandonará su hogar, su familia y todo para ser tu amante. Seguramente habrás oído hablar de Helena, ¿no?
- Nunca hasta ahora, señora. Te quedaré muy agradecido si me la describes.
- Helena tiene una tez bella y delicada, pues nació del huevo de un cisne. Puedes asegurar que su padre es Zeus, le gustan la caza y la lucha y provocó una guerra cuando todavía era niña. Y al llegar a la mayoría de edad todos los príncipes de Grecia fueron sus pretendientes. Ahora está casada con Menelao, hermano del rey supremo Agamenón, pero eso no es un inconveniente, pues puedes conseguirla si quieres.
- ¿Cómo es eso posible si está ya casada?
- ¡Caramba, qué inocente eres! ¿Nunca has oído que es mi deber divino arreglar esa clase de asuntos? te sugiero que recorras Grecia con mi hijo Eros como guía. Cuando lleguéis a Esparta, él y yo procuraremos que Helena se enamore locamente de ti.
- ¿Juras que lo harás? - preguntó Paris excitado.

Afrodita juró solemnemente y Paris, sin pensarlo dos veces, le concedió la manzana de oro.

Pero con esta sentencia incurrió en el odio encubierto de Hera y Atenea, quienes se alejaron tomadas del brazo a preparar la destrucción de Troya mientras Afrodita, sonriendo pícaramente, se quedó pensando cómo podría cumplir su promesa. (...)
 

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