Ya regresé de viaje. Hermosas vacaciones visitando amistades que hace mucho no veía... así que estoy lista para continuar con las fábulas. ¡Enero ya termina!
Hoy compartiré otra de Samaniego. Me gustó por lo real. Nunca, hasta que empecé a trabajar había pensado en esto. Pero al final me he dado cuenta que prefiero la gente de carácter, que dice lo que siente, que reaccione aunque resulte escandaloso porque sé por dónde puede venir. En cambio, quien finge y se esconde tras una sonrisa constantemente a veces... en fin... leamos la fábula.
El leopardo y las Monas
No a pares, a docenas encontraba las Monas en Teurán, cuando cazaba, un Leopardo. Apenas lo veían, a los árboles todas se subían, quedando del contrario tan seguras, que pudieran decir:
"¡No están maduras!"
El cazador astuto se hace el muerto tan vivamente, que parece cierto.
Hasta las viejas Monas, alegres con el caso y juguetonas, empiezan a saltar: la más osada baja, arrímase al muerto de callada; mira, huele y aun tienta, y grita muy contenta:
"¡Llegad, que muerto está de todo punto; tanto, que empieza a oler el tan difunto!"
Bajan todas con bulla y algazara; ya le tocan la cara, ya le saltan encima; aquélla se le arrima, y haciendo mimos, a su mano queda; otra se finge muerta y lo remeda.
Mas luego que las siente fatigadas de correr, de saltar y hacer monadas, levántase ligero y, más que nunca fiero, pilla, mata y devora: de manera que parecía la sangrienta fiera, cubriendo con los muertos la campaña, al Cid matando moros en España.
Es el peor enemigo el que aparenta no poder causar daño, porque intenta, inspirando confianza, asegurar su golpe de venganza.
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