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jueves, 31 de mayo de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota IV - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota III"




En la 741a noche

Ella dijo:
"... Y he aquí que, cuando el desesperado Aladino frotó, sin querer, el anillo que llevaba en el pulgar y cuya virtud ignoraba, vio surgir de pronto ante él, como si brotara de la tierra, un inmenso y gigantesco efrit, semejante a un negro embetunado, con una cabeza como un caldero, y una cara espantosa, y unos ojos rojos, enormes y llameantes, el cual se inclinó ante él, y con una voz tan retumbante cual el ruido del trueno, le dijo: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua!"

Al ver aquello, Aladino, que no era valeroso, quedó muy muy aterrado; y en cualquier otro sitio y en cualquiera otra circunstancia hubiera caído desmayado o hubiera procurado escapar. Pero en aquella cueva, donde ya se creía muerto de hambre y de sed, la intervención de aquel espantoso efrit parecióle un gran socorro, sobre todo cuando oyó la pregunta que le hacía. Y al fin pudo mover la lengua y contestar: "¡Oh gran jeque de los efrits del aire, de la tierra y del agua, sácame de esta cueva!".

Apenas había él pronunciado estas palabras, se conmovió y se abrió la tierra por encima de su cabeza, y en un abrir y cerrar de ojos sintióse transportado fuera de la cueva, en el mismo paraje donde encendió la hoguera el magrebín. En cuanto al efrit, había desaparecido.

Entonces, todo tembloroso de emoción todavía, pero muy contento por verse de nuevo al aire libre, Aladino dio gracias a Alá el Bienhechor, que le había librado de una muerte cierta y le había salvado de las emboscadas del magrebín. Y miró en torno suyo y vio a lo lejos la ciudad en medio de sus jardines. Y se apresuró a desandar el camino por donde le habpia conducido el mago, dirigiéndose al valle sin volver la cabeza atrás ni una vez. Y extenuado y falto de aliento, llegó ya muy de noche a la casa en que le esperaba su madre lamentándose, muy inquieta por su tardanza. Y corrió ella a abrirle, llegando a tiempo para acogerle en sus brazos, en los que cayó el joven desmayado, sin poder resistir más la emoción.

Cuando a fuerza de cuidados volvió Aladino de su desmayo, su madre le dio a beber de nuevo un poco de agua de rosas. Luego, muy preocupada, le preguntó que le pasaba. Y contestó Aladino: "¡Oh madre mía, tengo mucha hambre!¡Te ruego, pues, que me traigas algo de comer porque no he tomado nada desde esta mañana!" Y la madre de Aladino corrió a llevarle lo que había en la casa. Y Aladino se puso a comer con tanta prisa que su madre le dijo, temiendo que se atragantara: "¡No te precipites, hijo mío, que se te va a reventar la garganta! Y si es que comes tan de prisa para contarme cuanto antes lo que me tienes que contar, sabe que tenemos por nuestro todo el tiempo. Desde el momento en que volví a verte estoy tranquila, pero Alá sabe cuál fue mi ansiedad cuando noté que avanzaba la noche sin que estuvieses de regreso" Luego se interrumpió para decirle: "¡Ah hijo mío! modérate, por favor, y coge trozos más pequeños" Y Aladino, que había devorado en un momento todo lo que tenía delante, pidió de beber, y cogió el cantarillo de agua y se lo vació en la garganta sin respirar. Tras de lo cual se sintió satisfecho, y dijo a su madre: "¡Oh madre mía! Al fin voy a poder contarte todo lo que me aconteció con el hombre a quien tu creías mi tío, y que me ha hecho ver la muerte a dos dedos de mis ojos ¡Ah! tu no saber que ni por asomo era tío mío ni hermano de mi padre, ese embustero que me hacía tantas caricias y me besaba tan tiernamente, ese maldito magrebín, ese hechicero, ese mentiroso, ese bribón, ese embaucador, ese enredador, ese perro, ese sucio, ese demonio que no tiene par entre los demonios sobre la faz de la tierra ¡Alejado sea el maligno!" Luego añadió: "Oh madre, escucha lo que me ha hecho" Y dijo todavía: "Ah que contento estoy de haberme librado de sus manos" Luego se detuvo un momento, respiró con fuerza y de repente, sin tomar aliento, contó cuanto le había sucedido, desde el principio hasta el fin, incluso la bofetada, la injuria y lo demás, sin omitir un solo detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.

Y cuando hubo acabado su relato, se quitó el cinturón y dejó caer en el colchón que había en el suelo, la maravillosa provisión de frutas transparentes y coloreadas que hubo de coger del jardín. Y también cayó la lámpara en el montón, entre bolas de pedrería.

Y añadió él para terminar: "¡Oh madre! Esa es mi aventura con el mago, y aquí tienes lo que me ha reportado mi viaje subterráneo" Y así diciendo, mostraba a su madre las bolas maravillosas, pero con un aire desdeñoso que significaba: "Ya no soy un niño para jugar con bolas de vidrio".

Mientras estuvo hablando su hijo Aladino, la madre le escuchó, lanzando, en los pasajes más sorprendentes o más conmovedores del relato, exclamaciones de cólera contra el mago y de conmiseración para Aladino. Y no bien acabó de contar él tan extraña aventura, no pudo ella reprimirse, y se desató en injurias contra el magrebín, motejándole con todos los dicterios que para calificar la conducta del agresor puede econtrar la cólera de una madre que ha estado a punto de perder a su hijo. Y cuando se desahogó un poco, apretó contra su pecho a su hijo Aladino y le besó llorando, y dijo: "Oh hijo mío, debemos gracias a Alá que te ha sacado sano y salvo de las manos de ese hechicero magrebín ¡Al traidor maldito! ¡Sin duda, quiso tu muerte por poseer esa miserable lámpara de cobre que no vale medio dracma!¡Cuánto le detesto! ¡Cuanto abomino de él! Por fin te recobré, pobre niño mío, hijo mío Aladino. Pero que peligros no corriste por culpa mía, que debía adivinar, no obstante, en los ojos bizcos de ese magrebín, que no era tío tuyo ni nada allegado, sino un mago maldito y un descreído"

Y así diciendo, la madre se sentó en el colchón con su hijo Aladino, y le meció dulcemente. Y aladino, que no había dormido desde hacía tres días, preocupado por su aventura con el magrebín, no tardó en cerrar los ojos y en dormirse en las rodillas de su madre, halagado por el balanceo. Y le acostó ella en el colchón con mil precauciones, y no tardó en acostarse y en dormirse también junto a él.

Al día siguiente, al despertarse...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 742a noche

Ella dijo:
"... Al día siguiente al despertarse, empezaron por besarse mucho, y Aladino dijo a su madre que su aventura le había corregido para siempre de la travesura y haraganería, y que en lo sucesivo buscaría trabajo como un hombre. Luego, como aún tenía hambre, pidió el desayuno, y su madre le dijo: "Ay hijo mío, ayer por la noche te di todo lo que había en casa, y ya no tengo ni un pedazo de pan. Pero ten un poco de paciencia y aguarda a que vaya a vender el poco algodón que hube de hilar estos últimos días y te compraré algo con el importe de la venta" Pero contestó Aladino: "Oh madre, deja el algocón para otra vez, coge esta lámpara vieja que me traje del subterráneo y ve a venderla al zoco de los mercaderes de cobre. Y probablemente sacarás por ella algún dinero que nos permita pasar todo el día" Y contestó la madre de Aladino: "¡Verdad dices, hijo mío! y mañana cogeré las bolas de vidrio que trajiste también de ese lugar maldito, e iré a venderlas en el barrio de lso negros, que me las comprarán a más precio que los mercaderes de oficio"

La madre de Aladino, cogió pues la lámára para ir a venderla pero la encontró muy sucia, y dijo a Aladino: "Primero, hijo mío, voy a limpiar esa lámpara que está sucia, a fin de dejarla reluciente y sacar por ella el mayor precio posible" Y fue a la cocina, se echó en la mano un poco de ceniza, que mezcló con agua, y se puso a limpiar la lámpara. Pero apenas había empezado a frotarla cuando surgió de pronto ante ella, sin saberse de dónde había salido, un espantoso efrit, más feo indudablemente que el del subterráneo, y tan enorme que tocaba el techo con la cabeza. Y se inclinó ante ella y dijo con voz ensordecedora: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro".

Cuando la madre de Aladino vio esta aparición, que estaba tan lejos de esperarse, como no estaba acostumbrada a semejantes cosas, se quedó inmóvil de terror; y se le trabó la lengua y se le abrió la boca; y loca de miedo y horror, no pudo soportar por más tiempo el tener a la vista una cara tan repulsiva y espantosa como aquella, y cayó desmayada.

Pero Aladino, que se hallaba también en la cocina, y que estaba ya un poco acostumbrado a caras de aquella clase, después de la que había visto en la cueva, quizás más fea y más monstruosa, no se asustó tanto como su madre. Y comprendió que la causante de la aparición del efrit era aquella lámpara; y se apresuró a quitársela de las manos a su madre que seguía desmayada, y la cogió con firmeza entre los diez dedos, y dijo al efrit: "¡oh servidor de la lámpara! tengo mucha hambre y deseo que me traigas cosas excelentes en extremo para que las coma" y el genni desapareció al punto, pero para volver un instante después llevando en la cabeza una gran bandeja de plata maciza, en la cual había doce platos de oro llenos de manjares olorosos y exquisitos al paladar y a la vista, con seis panes muy calientes y blancos como la nieve y dorados por en medio, dos frascos grandes de vino añejo, claro y excelente, y en las manos un taburete de ébano incrustado de nácar y de plata, y dos tazas de plata. Y puso la bandeja en el taburete, colocó con presteza lo que tenía que colocar y desapareció discretamente.

Entonces Aladino, al ver que su madre seguía desmayada, le echó en el rostro agua de rosas y aquella frescura, complicada con las deliciosas emanaciones de los manjares humeantes, no dejó de reunir los espíritus dispersos y de hacer volver en sí a la pobre mujer. Y Aladino se apresuró a decirle: "Oh madre, vamos, eso no es nada. levántate y ven a comer. ¡Gracias a Alá, aquí hay con qué reponerte por completo el corazón y los sentidos y con qué aplacar nuestra hambre! Por favor, no dejemos enfriar estos manjares excelentes".

Cuando la madre de Aladino vio la bandeja de plata, encima del hermoso taburete, los doce platos de oro con su contenido, los seis maravillosos panes, los dos frascos y las dos tazas, y cuando percibió su olfato el olor sublime que exhalaban todas esas cosas buenas, se olvidó de las circunstancias de su desmayo, y dijo a Aladino: "Oh hijo mío, Alá proteja la vida de nuestro sultán. Sin duda ha oído hablar de nuestra pobreza y nos ha enviado esta bandeja con uno de sus cocineros" Pero Aladino contestó: "Oh madre mía, no es ahora el momento oportuno para suposiciones y votos. Empecemos por comer, y ya te contaré después lo que ha ocurrido"

Entonces la madre de Aladino fue a sentarse junto a él, abriendo unos ojos llenos de asombro y de admiración ante novedades tan maravillosas; y se pusieron ambos a comer con gran apetito. Y experimentaron con ello tanto gusto que se estuvieron mucho rato en torno a la bandeja sin cansarse de probar manjares tan bien condimentados, de modo y manera que acabaron por juntar comida de la mañana con la de la noche. Y cuando terminaron por fin, reservaron para el día siguiente los restos de la comida. Y la madre de Aladino fue a guardar en el armario de la cocina los platos y su contenido, volviendo en seguida al lado de Aladino para escuchar lo que tenía él que contarle acerca de aquel generosos obsequio. Y Aladino le reveló entonces lo que había pasado, y cómo el genni, servidor de la lámára, hubo de ejecutar la orden sin vacilación.

Entonces la madre de Aladino, que había escuchado el relato de su hijo con un espanto creciente, fue presa de gran agitación, y exclamó: "Ah hijo mío, por la leche con que nutrí tu infancia te conjuro a que arrojes lejos de ti esa lámpara y te deshagas de ese anillo, don de los malditos efrit, pues no podré soportar por segunda vez la vista de caras tan feas y espantosas, y me moriré a consecuencia de ello sin duda. Por cierto que me parece que estos manjares que acabo de comer se me suben a la garganta y van a ahogarme. Y además nuestro profeta Mahoma - ¡Bendito sea! - nos recomendó mucho que tuviéramos cuidado con los genni y los efrits, y no buscáramos su trato nunca". Aladino contestó: "Tus palabras, madre mía, están por encima de mi cabeza y de mis ojos, pero realmente no puedo deshacerme de la lámpara ni del anillo, porque el anillo fue de suma utilidad al salvarme de una muerte segura en la cueva, y tú misma acabas de ser testigo del servicio que nos ha prestado esta lámpara, la cual es tan preciosa, que el maldito magrebín no vaciló en venir a buscarla de tan lejos. Sin embargo, madre mía, para darte gusto y por consideración a ti, voy a ocultar la lámpara a fin de que su vista no te hiera los ojos y sea para ti motivo de temor en el porvenir." Y contestó la madre de Aladino: "Haz lo que quieras, hijo mío. Pero por mi parte, declaro que no quiero tener que ver nada con los efrits ni con el servidor del anillo, ni con el de la lámpara. Y deseo que no me hables más de ellos, suceda lo que suceda."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 743a noche

Ella dijo:
"¡...Y deseo que no me hables más de ellos, suceda lo que suceda"

Al otro día, cuando se terminaron las excelentes provisiones, Aladino, sin querer recurrir tan pronto a la lámpara, para evitar a su madre disgustos, cogió uno de los platos de oro, se lo escondió en la ropa, y salió con intención de venderlo en el zoco e invertir el dinero de la venta en proporcionarse de las provisiones necesarias en la casa. Y fue a la tienda de un judío que era más astuto que el Cheitán. Y sacó de su ropa el plato de oro y se lo entregó al judío, que lo cogió, lo examinó y preguntó a Aladino con aire distraído: "¿Cuánto pedís por esto?" Y Aladino, que en su vida había visto platos de oro y estaba lejos de saber el valor de semejantes mercaderías, contestó: "Oh mi señor, por Alá tu sabrás mejor que yo lo que puede valer ese plato; y yo me fío en tu tasación y en tu buena fe" Y el judío había visto bien que el plato era del oro más puro y se dijo: "He aquí un mozo que ignora el precio de lo que posee. Vaya un excelente provecho que me proporciona hoy la bendición de Abrahán" Y abrió un cajón disimulado en el muro de la tienda, y sacó de él una sola moneda de oro que ofreció a Aladino, y que no representaba ni la milésima parte del valor del plato, y le dijo: "Toma, hijo mío, por tu plato. Por Moisés y Aarón, que nunca hubiera ofrecido semejante suma a otro que no fueses tú; pero lo hago sólo por tenerte de cliente en lo sucesivo" Y Aladino cogió a toda prisa el dinar de oro, y sin pensar siquiera en regatear, echó a correr muy contento. Y al ver la alegría de Aladino y su prisa por marcharse, el judío sintió mucho no haberle ofrecido una cantidad más inferior todavía, y estuvo a punto de echar a correr detrás de él para rebajar algo de la moneda de oro; pero renunció a su proyecto al ver que no podía alcanzarle.

En cuanto a Aladino, corrió sin pérdida de tiempo a casa del panadero, le compró pan, cambió el dinar de oro, y volvió a su casa para dar a su madre el pan y el dinero, diciéndole "Madre mía, ve ahora a comprar con este dinero las provisiones necesarias porque yo no entiendo de esas cosas". Y la madre se levantó y fue al zoco a comprar todo lo que necesitaban. Y aquel día comieron y se saciaron. Y desde entonces, en cuanto les faltaba dinero, Aladino iba al zoco a vender un plato de oro al mismo judío que siempre le entregaba un dinar, sin atreverse a darle menos después de haberle dado esa suma la primera vez, y temeroso de que fuera a proponer su mercancía a otros judíos que aprovecharían con ello en lugar suyo del inmenso beneficio que suponía tal negocio. Así es que Aladino, que continuaba ignorando el valor de lo que poseía, le vendió de tal suerte los doce platos de oro. Y entonces pensó en llevarle el bandejón de plata maciza; pero como le pesaba mucho, fue a buscar al judío, que se presentó en la casa, examinó la bandeja preciosa, y dijo a Aladino: "Esto vale dos monedas de oro" Y Aladino encantado, consintió en vendérselo, y tomó el dinero, que no quiso darle el judío más que mediante las dos tazas de plata como propina.

De esta manera tuvieron aún para mantenerse durante unos días Aladino y su madre. Y Aladino continuó yendo a los zocos a hablar formalmente con los mercaderes y las personas distinguidas; porque desde la vuelta había tenido cuidado de abstenerse del trato de sus antiguos camaradas, los niños del barrio; y a la sazón procuraba instruirse escuchando las conversaciones de las personas mayores; y como estaba lleno de sagacidad, en poco tiempo adquirió toda clase de nociones preciosas que muy escasos jóvenes de su edad serían capaces de adquirir.

Entretanto, de nuevo hubo de faltar el dinero en la casa, y como no podía obrar de otro modo, a pesar del terror que le inspiraba a su madre, Aladino se vio obligado a recurrir a la lámpara mágica. pero advertida del proyecto de Aladino, la madre se apresuró a salir de la casa, sin poder sufrir el encontrarse allí en el momento de la aparición del efrit. Y libre entonces de obrar a su antojo, Aladino cogió la lámpara con la mano, y buscó el sitio que había que tocar precisamente, y que se conocía por la impresión dejada con la ceniza en la primera limpieza; y frotó despacio, y muy suavemente. Y al punto apareció el genni que inclinóse y con vos tenue, a causa precisamente de la suavidad del frotamiento, dijo a Aladino :Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo ¿Qué quieres? Habla. Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro". Y Aladino se apresuró a contestar: "Oh servidor de la lámpara, tengo mucha hambre, y deseo una bandeja de manjares en todo semejante a la que me trajiste la primera vez" Y el genni desapareció pero para reaparecer, en menos de un abrir y cerrar de ojos, cargado con la bandeja consabida, que puso en el taburete; y se retiró sin saberse a dónde.

Poco tiempo después, volvió la madre de Aladino y vio la bandeja con su aroma y su contenido tan encantador, y no se maravilló menos que la primera vez. Y se sentó al lado de su hijo y probó los manjares encontrándolos más exquisitos todavía que los de la primera bandeja. Y a pesar del terror que le inspiraba el genni servidor de la lámpara, comió con mucho apetito; y ni ella ni ella ni Aladino pudieron separarse de la bandeja hasta que se hartaron completamente; pero como aquellos manjares excitaban el apetito conforme se iba comiendo, no se levantó hasta el anochecer, juntando así la comida de la mañana con la del mediodía y con la de la noche. Y Aladino hizo lo propio.

Cuando se terminaron las provisiones de la bandeja, como la primera vez...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

¿Sorprendido/a al descubrir que en lugar de un genio, había dos? Continúa su lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota V"

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