Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

domingo, 7 de octubre de 2012

La casa del Asterión - Jorge Luis Borges

"La casa del Asterión" fue el primer cuento de Jorge Luis Borges que estudié en la universidad, y como ya he confesado alguna vez, uno de los pocos que he leído (de a poco voy cambiando eso). Pertenece al libro "El Aleph", publicado en 1949.
Siempre - sea en literatura o en cinematografía - me gustaron las historias donde se cambia el punto de vista y uno ve "la otra cara de la moneda".
Para comprender los personajes de "La casa del Asterión" es necesario saber un poco - no mucho, un poquitín nomás - de mitología griega. "Asterión" es el nombre del minotauro que vive en el centro del laberinto de Creta. A él se le entregan 7 jóvenes y 7 doncellas vírgenes cada año como sacrificio. Teseo decide, contra la voluntad la princesa Ariadna, matar al minotauro y liberar a las 14 personas que serían sacrificadas ese año. Para ello debe adentrarse en el laberinto del cual nadie ha salido con vida. Ariadna, temiendo por la vida de su amante, le entrega un largo hilo y le pide que por nada del mundo lo suelte. Así el podrá encontrar el camino de regreso. El resto de la historia es fácil de adivinar: Teseo se encuentra con el minotauro, lo mata y logra salir del laberinto gracias al obsequio de su amada Ariadna. 
Esa sería "la cara oficial de la moneda" :P pero Borges fue un poco más allá. ¿Qué sentía el minotauro? ¿Era feliz en su laberinto? ¿Cómo vivía? ¿Qué pensó al ver a Teseo?


La casa del Asterión

Jorge Luis Borges 



Y la reina dio a luz un hijo
que se llamó Asterión

Apolodoro: Biblioteca, III, I.


Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales.

Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras desconocidas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre, no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos, el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: «Ahora volvemos a la encrucijada anterior» o «Ahora desembocamos en otro patio» o «Bien decía yo que te gustaría la canaleta» o «Ahora verás una cisterna que se llenó de arena» o «Ya verás cómo el sótano se bifurca». A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar.

No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran a la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangrente las manos. Donde cayeron quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El Minotauro apenas se defendió.

5 comentarios:

  1. Este cuento es una belleza. Lo elegí para hacer un breve trabajo para Griego en segundo año y compararlo con el mito :D hermoso.

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  2. ME QUEDE CON ANSIAS DE SABER MAS.... ME IMAGINE RECORRIENDO LA NADA Y TODO, BUSCANDO LO QUE NADIE BUSCA Y ENCONTRANDO LO QUE NO BUSQUE, APENAS DEFENDERME EN LA ESPERA DE MI REDENTOR...

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  3. ¡Me encanta, me encanta, me encanta, que despierte tantas cosas! Pienso que eso es lo que hace a un texto, un buen texto. Pero sí, me pasó como a Rafael, cuando lo leí por primera vez: quería más

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  4. Gracias Luciano, ahi me doy una vuelta. Y te hago recíproca la invitación con facebook aunque no es una página sino un usuario el mio

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  5. estuvo bastante bonita la historia , la mesclar entre la mitología griega y la literatura deja fascinado a cualquiera

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