La Casa de Kaa
Sus manchas son orgullo del leopardo.
Sus cuernos son del búfalo el honor.
Sé limpio, que la fuerza del que caza
se juzga por el color de su piel.
Si te ocurre que un toro te voltea,
Si te ocurre que un toro te voltea,
o pruebas del sambhur una cornada,
no dejes el trabajo por contarlo,
que es cosa que tenemos ya olvidada.
Nunca maltrates al cachorro ajeno;
míralo como a un hijo de tu padre,
que aunque pequeño y torpe, es muy posible
que a una osa, tal vez, tenga por madre.
¡No hay nadie como yo! se jacta el cachorro
cuando derriba la primera pieza;
pero grande es la Selva y él pequeño;
que medite en calma, porque ahora apenas empieza.
Máximas de Baloo.
Máximas de Baloo.
Narramos aquí lo que sucedió algún tiempo antes de que Mowgli fuera
expulsado de la manada de lobos de Seeonee y tomara venganza de Shere
Khan, el tigre.
Era el tiempo en que Baloo lo instruía acerca de la ley de la selva. Muy contento y ufano estaba el serio, viejo y enorme oso pardo con aquel discípulo tan listo, pues a los lobatos no les gusta aprender de la ley de la selva sino lo que se refiere a su propia manada y tribu, y se escapan en cuanto aprenden de memoria estas palabras de la Canción de Caza: "Pies que pisan sin el menor ruido; ojos que ven en plena oscuridad; orejas capaces de oír los diferentes vientos desde el cubil; blancos y afilados dientes: características son todas estas de nuestros hermanos, exceptuando a Tabaqui, el chacal, y a la hiena, que odiamos."
Pero Mowgli, como hombrecito que era, tuvo que aprender muchas cosas más. Bagheera, la pantera negra, se acercaba en algunas ocasiones, curioseando por la selva, para ver cómo andaba su niño mimado; apoyaba la cabeza contra un árbol y escuchaba, roncando sordamente, la lección que Mowgli recitaba a Baloo. Trepaba el muchacho a los árboles casi con la misma facilidad con que andaba; nadaba casi con la misma habilidad con que corría. Por esto Baloo, el maestro de la ley, le enseñó las leyes del bosque y del agua: cómo distinguir una rama carcomida de otra sana; cómo debería hablar cortésmente a las abejas silvestres cuando, a quince metros sobre el nivel del suelo, encontrara una de sus colmenas; qué debería decirle a Mang, el murciélago, cuando tuviera que molestarlo entre las ramas, durante el día; cómo tenía que avisar a las serpientes de agua que viven en las lagunas, antes de lanzarse a las aguas, entre aquellas...
A ningún habitante de la selva le gusta que lo molesten, por lo que todos están siempre dispuestos a arrojarse sobre los intrusos. Mowgli aprendió después de todo esto la "Consigna del cazador forastero" que debe repetirse una y otra vez en voz alta hasta que sea contestada por alguien, siempre que alguno de los habitantes de la selva cace fuera de sus propios terrenos. La consigna, ya traducida, significa: "Dadme permiso para cazar aquí, porque tengo hambre." Y la respuesta dice: "Puedes cazar para buscar comida, pero no para tu recreo."
Todo esto muestra las muchas cosas que hubo de aprender Mowgli de memoria; llegaba a cansarse de tanto repetir lo mismo más de cien veces. Pero, como le dijo un día Baloo a Bagheera, un día en que tuvo que pegarle al muchacho y éste se marchó enojado:
-Un cachorro humano es un cachorro humano, y tengo de deber de enseñarle toda la ley de la selva.
-Pero has de tener presente que es muy pequeño. -respondió la pantera negra, pues ella, sin duda, habría mimado excesivamente a Mowgli si la hubieran dejado que lo educara a su manera-. ¿Y cómo pueden caber tus largas pláticas en una cabeza tan pequeña?
-¿Existe acaso en la selva alguna cosa que por ser pequeña no pueda matarse? No. Ahora bien: por esa causa le enseño todo lo que le enseño, y por lo mismo le pego con mucha suavidad cuando se le olvida algo.
-¡Con suavidad! ¿Qué sabes tú de suavidades, viejo patas de hierro?-gruñó Bagheera-. Le llenaste hoy toda la cara de cardenales con tu... suavidad. ¡Vaya!...
-Valdrá más que esté lleno de cardenales de la cabeza a los pies, causados por mi, que lo quiero, a que le ocurra alguna desgracia por ignorancia -respondió Baloo con suma gravedad-. Le enseño ahora las Palabras Mágicas de la Selva que habrán de protegerlo contra los pájaros, contra el Pueblo de las Serpientes y contra todo cuadrúpedo de caza, excepto contra su propia manada. A partir de este momento y con sólo recordar esas palabras, podrá pedir protección a todos los habitantes de la selva. ¿No vale la pena recibir algunos golpes por todo esto?
-Sí, pero cuídate de matar al hombrecito. Mira que no es un tronco de árbol en donde puedas afilar tus embotadas garras. Pero, dime, ¿cuáles son esas Palabras Mágicas, de que estás hablando? Aunque es más probable que tenga yo que prestarle ayuda a alguien, que pedirla. -Al decir esto, Bagheera estiró una de sus patas y contempló, admirado, los acerados cinceles de sus garras-. No obstante -añadió- me gustaría saberlo.
-Voy a llamar a Mowgli y él te dirá las palabras... si es que se le antoja. ¡Ven, hermanito!
-Siento la cabeza como un árbol lleno de abejas que zumban -respondió por encima de los que hablaban una voz malhumorada, y Mowgli -pues era él-, indignado, se deslizó por el tronco de un árbol, y añadió al llegar al suelo:
-¡Si acudo a tu llamado es por Bagheera y no por ti, Baloo, viejo gordinflón!
-Me da lo mismo -respondió éste, aunque lo tocó en lo vivo y lo apenó la respuesta-. ¡Ea! Dile a Bagheera las Palabras Mágicas de la Selva que te enseñé hoy.
-¿Las Palabras Mágicas... para qué pueblo? -interrogó Mowgli, muy complacido por la ocasión que se le ofrecía de exhibir sus conocimientos-. En la selva hay muchos lenguajes. Yo los sé todos.
-Algo de ellos sabes, pero no mucho. ¿Oyes, Bagheera? Los discípulos nunca son agradecidos con quien les enseña. Jamás ha venido a darle las gracias a Baloo por sus enseñanzas un solo lobato. ¡Vaya! Di, pues, las palabras para el pueblo cazador... ¡gran sabio!
- "Tú y yo somos de la misma sangre” -recitó Mowgli, y le dio a sus palabras el acento especial del oso que usan todos los que cazan allí.
-Bueno. Ahora las que sirven para los pájaros.
Las repitió Mowgli y terminó la frase con el silbido que singulariza al milano.
-Ahora las que son para el pueblo de las serpientes -dijo Bagheera.
La contestación fue un silbido indescriptible; después, Mowgli celebró su propia habilidad con una pirueta salvaje, batió palmas en celebración de su propia habilidad y de un salto subió al lomo de Bagheera, se sentó de medio lado y taloneó sobre la reluciente piel, en tanto le hacía a Baloo las muecas mas horribles.
-¡Ea! ¡Ea! ¡Bien mereciste el cardenal! -dijo con ternura el oso pardo-. Algún día me lo agradecerás. Miró luego a Bagheera para decirle cómo había pedido a Hathi, el Elefante Salvaje, que sabe todas esas cosas, que le dijera las Palabras Mágicas, y cómo Hathi llevó a Mowgli a una laguna para obtener de una serpiente de agua la palabra que sirve para todas las serpientes, porque Baloo no podía pronunciarla; y en fin, cómo Mowgli podía ya considerarse a salvo de todas las contingencias que pudieran presentársele en la selva, porque no le causarían daño alguno ni las serpientes, ni los pájaros ni las fieras.
-Ya no hay motivo para temer a nadie -dedujo de lo expuesto Baloo, dándose suaves golpecitos con aire de orgullo, en el enorme y peludo Vientre.
"Excepto a los de su propia tribu" -dijo Bagheera para si. Luego añadió, en voz alta, dirigiéndose a Mowgli: ¡un poco de cuidado con mis costillas, hermanito! ¿A qué viene tanto bailoteo?
Mowgli había estado intentando hacerse oír tirándole de la piel de las espaldillas de Bagheera y dándole fuertes talonazos.
Cuando los dos le prestaron atención, gritó a voz en cuello:
-De manera que yo tendré una tribu toda mía y la dirigiré por entre las ramas durante todo el día.
-¿Qué clase de nueva locura es ésa? ¿Estás ya haciendo castillos en el aire? -dijo Bagbeera.
-Sí, y le tiraré ramas y porquería al viejo Baloo -prosiguió Mowgli-. Me lo han prometido... ¡Ah!
-¡Woof!..
La gruesa pata de Baloo arrojó a Mowgli del sitio en que descansaba sobre el lomo de Bagheera, hasta el suelo, y desde allí, donde quedó tendido frente a las patas delanteras de la pantera, pudo ver que el oso se había enfadado.
-¡Mowgli! -le dijo Baloo-. ¡Tú has hablado con los Bander-log (el pueblo de los monos)!
Mowgli miró a Bagheera para ver si también la pantera se había incomodado, y observó que los ojos de ésta tenían una expresión tan dura como si fueran dos piedras de jade.
-Tú has estado con el pueblo de los Monos.., con los monos grises... con el pueblo sin ley... con los que comen cuanto se les presenta. ¡Qué vergüenza!
-Cuando Baloo me golpeó en la cabeza, me marché -dijo Mowgli, que seguía aún tendido de espaldas; entonces los monos grises bajaron de los árboles y se acercaron a mí, compadeciéndome Sólo ellos me hicieron caso.
Al decir esto, su voz se alteró un poco.
-¡La piedad del pueblo de los monos!... -rezongó Baloo-. ¡La inmovilidad del torrente que desciende del monte! . . ¡El fresco de un sol de verano!... ¿Y qué sucedió después, hombrecito?
-Después... después... Me dieron nueces y cosas muy buenas para comer, y... me condujeron en brazos a la parte más alta de los árboles... diciéndome que yo era su hermano, que éramos de la misma sangre, aunque yo carecía de cola, y que llegaría a ser su jefe.
-No tienen jefe -dijo Bagheera-. Mienten. Siempre han mentido.
-Conmigo se mostraron muy afables y me suplicaron que regresara a visitarlos. ¿Por qué nunca me llevaron ustedes a donde está el pueblo de los monos? Caminan en dos pies como yo. No me pegan, no tienen las patas duras... Juegan todo el día. ¡Permítanme subir a donde están ellos! ¡Baloo, malo! ¡Déjame subir! Jugaremos de nuevo.
-Atiende, hombrecito -observó el oso, y su voz retumbó como trueno en noche calurosa-. Te instruí sobre la ley de la selva para que te sirva con todos los pueblos que existen en la selva... excepto el de los monos, que vive en los árboles. Los monos no tienen ley. Son los repudiados por todo el mundo. No tienen lenguaje propio, sino que echan mano de palabras robadas que oyen por casualidad cuando atisban y escuchan, y están al acecho en lo alto de los árboles. Su camino no es el de nosotros. No tienen jefes. Carecen de memoria. Alardean, charlan y pretenden ser un gran pueblo ocupado en asuntos importantísimos; pero si cae una nuez desde el árbol, revientan de risa y basta para que todo lo olviden. No nos tratamos con ellos nosotros los de la selva. No bebemos donde los monos beben; no vamos a donde los monos van; no cazamos donde ellos cazan; no morimos donde ellos mueren. ¿Acaso me oíste antes hablar de los Bandar-log?
-No -dijo Mowgli en voz muy baja, pues se había hecho silencio absoluto en el bosque cuando enmudeció Baloo.
-El pueblo de la selva los tiene desterrados tanto de su boca como de su pensamiento. Son numerosísimos, perversos, sórdidos, procaces, y desean llamar nuestra atención. si es que puede decirse de ellos que tengan algún deseo fijo. Pero nosotros no les hacemos el menor caso, ni siquiera cuando arrojan sobre nuestra cabeza nueces e inmundicias.
No había terminado de hablar, cuando cayó de las copas de los árboles una lluvia de nueces y ramas, en tanto que se escuchaban toses, aullidos y rumor de saltos entre el ramaje.
-Al pueblo de la selva le está prohibido todo trato con el pueblo de los monos -dijo Baloo-. Acuérdate.
-¡Prohibido! -repitió Bagheera-. Pero me parece que Baloo debió haberte prevenido antes contra ellos.
-¿Yo?... ¿Yo?... ¿Cómo podía adivinar que se le ocurriría jugar con gentuza de ese jaez? ¡El pueblo de los monos! ¡Qué asco!
Una nueva lluvia cayó sobre ellos, y ambos echaron a correr hacia otro lugar llevándose consigo a Mowgli.
Era muy cierto cuanto había dicho Baloo acerca de los monos. Éstos vivían en las copas de los árboles, y como las fieras rara vez miran hacia lo alto, casi no se ofrecía ocasión de que se cruzaran por el mismo camino. Pero siempre que veían un lobo enfermo, un tigre herido o un oso, se divertían en atormentarlo; arrojaban palos y nueces a cualquier fiera, sólo a guisa de diversión y por el gusto de hacerse notar. Entonces aullaban, chillaban luego canciones sin sentido, incitando al pueblo de la selva a subir a los árboles para pelear, o bien se enzarzaban en salvajes peleas entre ellos mismos por cualquier bagatela, y dejaban después sus muertos donde pudiera verlos el pueblo de la selva. Siempre estaban a punto de nombrar un jefe, de darse leyes y usos propios, pero al cabo nunca lo lograban porque de un día a otro se les borraba todo de la memoria, y de esta manera se contentaban con repetir constantemente estas palabras: "Lo que piensan ahora los Bandar-log, toda la selva lo pensará después", y esta idea los consolaba. Ninguna fiera podía llegar hasta las alturas donde moraban; pero también es cierto que ninguna se fijaba en ellos, y de ahí su alegría cuando vieron que Mowgli iba a buscarlos para tomar parte en sus juegos, y que esto irritaba grandemente a Baloo.
No se propusieron pasar de allí, porque los Bandar-log nunca se proponen nada; pero a uno de ellos se le ocurrió una idea que le pareció excelente; se la expuso a los demás, y los persuadió de que convenía a la tribu tener consigo a una persona tan útil como Mowgli, ya que éste sabía trenzar ramas de modo que protegieran contra el viento, y por esto, si se apoderaban de él, podrían obligarlo a que les enseñara ese arte. Por supuesto, Mowgli, como hijo de leñador, heredó de su padre toda suerte de instintivas habilidades y solía construir chozas con las ramas caídas, sin pensar siquiera en que sabía hacer tales cosas. Pero al observarlo el pueblo de los monos desde lo alto de los árboles, consideraba aquel simple juego como un portento. Lo que es en esta ocasión, decían entre ellos, tendrían realmente un jefe y serían el pueblo más sabio de toda la selva... tan sabio que sería la admiración y envidia de todos. En consecuencia, siguieron con el mayor sigilo a Baloo, Bagheera y Mowgli al través de la selva, hasta que llegó la hora de la siesta. Entonces Mowgli, que en realidad sentía vergüenza de sí mismo, se durmió entre la pantera y el oso, después de resolver que no tendría más tratos con el pueblo de los monos.
Tras esto, lo único que pudo recordar fue que sintió el contacto de unas manos en sus piernas y brazos -manos duras, fuertes y chiquitas-; luego, el choque de unas ramas en la cara, y después, estar mirando hacia abajo al través del movedizo ramaje, en tanto que Baloo despertaba a toda la selva con sus ásperos gritos y Bagheera saltaba tronco arriba del árbol, mostrando todos sus dientes. Chillaron los Bandar-log con aire de triunfo, y treparon, jugueteando, a las ramas más altas, donde Bagheera no se atrevió a seguirlos.
Entre tanto, gritaban:
-¡Se ha fijado en nosotros! ¡Bagheera se fijó en nosotros! ¡Nos admira todo el pueblo de la selva por nuestra habilidad y astucia!
Empezó entonces su huida, y una huida del pueblo de los monos al través del país arbóreo es una cosa realmente indescriptible. Tienen sus caminos amplios y sus atajos, sus subidas y bajadas, todo trazado a quince, veinte o treinta metros por encima del suelo, y viajan por allí inclusive de noche, si es necesario. Dos de los monos más fuertes cogieron a Mowgli por las axilas y se lo llevaron por entre las copas de los árboles, dando saltos de casi seis metros de altura. A haber marchado completamente libres, su velocidad hubiera sido mayor, pero el peso del muchacho los entorpecía y detenía un poco. Aun cuando se sintió mareado y medio enfermo, Mowgli no pudo menos de deleitarse con aquella loca carrera, por más que lo aterrorizaran los trozos de tierra que vislumbraba allá abajo; y aquel detenerse y partir de nuevo, al final de cada balanceo en el vacío, lo mantenían con el alma en un hilo. Conducíanlo sus acompañantes hacia lo más alto de la copa de un árbol, hasta que sentía que crujían y se doblaban con su peso las ramas más delgadas de la cima, y luego, con fuerte resoplido, se arrojaban al aire, avanzando y descendiendo a un mismo tiempo; para después elevarse de nuevo y quedar colgados, por las manos o por los pies, de las ramas inferiores del próximo árbol. Columbraba en ocasiones leguas y leguas de extensión en que todo no era sino quieta y verde selva, de igual manera que un hombre encaramado en un mástil abarca millas enteras de mar con la mirada, y entonces el ramaje le sacudía la cara y él y su guía llegaban casi al nivel del suelo. De esta manera, saltando, haciendo ruido, resoplando fuertemente y chillando, la tribu entera de los Bandar-log cruzó los caminos trazados en lo alto de los árboles llevando prisionero a Mowgli.
Hubo momentos en que temió éste que lo dejaran caer, lo que hizo que empezara a ponerse de mal humor; pero, demasiado sagaz para rebelarse abiertamente, se limitó a pensar qué haría. Lo primero que se le ocurrió fue avisar a Baloo y a Bagheera, porque, dada la velocidad con que huían los monos, comprendía bien que sus amigos se quedarían muy rezagados. Era del todo inútil mirar hacia abajo, pues nada podía ver si no eran las puntas de las ramas a uno y otro lado.
Dirigió, pues, sus ojos hacia arriba, y logró distinguir a lo lejos, en la inmensidad azul, a Rann, el milano (ave rapaz), que se balanceaba describiendo curvas en el aire en tanto que vigilaba la selva y esperaba que los seres se murieran en ella. Y así, vio Rann que los monos se habían apoderado de algo que se llevaban, y abatió el vuelo unos centenares de metros para indagar si aquella presa era comestible. Al ver a Mowgli arrastrado hacia lo más alto de la copa de un árbol y al oírle gritar, se sorprendió mucho el milano y le contestó con un silbido: "Tú y yo somos de la misma sangre." La oleada del ramaje se cerró por encima del muchacho, pero Rann, con un balanceo, se dirigió al árbol más próximo en el preciso instante en que asomó de nuevo la cara morena de Mowgli.
-¡Sigue mi pista! -gritó éste-. ¡Avisa a Baloo, de la manada de Seeonee, y a Bagheera, del Consejo de la Peña!
-¿En nombre de quién, hermano? -preguntó Rann que nunca había visto a Mowgli, pero que desde luego había oído hablar de él.
-En nombre de Mowgli, la Rana. ¡El hombrecito me llaman! ¡Sigue mi pista!...
Las últimas palabras hubo de proferirlas cuando de nuevo lo balanceaban en el aire, pero Rann movió la cabeza, asintiendo, y se elevó hasta que su tamaño se tornó no mayor que un grano de polvo, y allí remontado observó con el telescopio de sus ojos el movimiento de las copas de los árboles al paso de la escolta de monos que conducían a Mowgli.
-No se alejarán mucho, no -profirió con risa ahogada-. Nunca llevan a término feliz lo que empiezan a hacer. Los Bandar-log pican siempre aquí y allá en cosas nuevas. Pero en esta ocasión, o yo estoy ciego, o picaron en algo que les dará quehacer, porque Baloo no es ningún polluelo que se caiga del nido, y yo sé que Bagheera es muy capaz de matar algo más que cabras.
Al decir esto, se meció en el aire, abiertas las alas y recogidas las patas bajo el cuerpo, y esperó.
Entre tanto, Baloo y Bagheera se sentían locos de furor y de pena. Bagheera se subió a los árboles hasta donde nunca antes se atreviera a llegar; pero se quebraron bajo su peso las ramas delgadas y resbaló hasta el suelo, con las garras llenas de cortezas.
-¿Por qué no le avisaste al hombrecito? -le decía rugiendo al pobre Baloo, que sostenía un trote algo pesado con la esperanza de adelantarse a los monos-. ¿De qué sirvió que casi lo mataras a golpes si no lo previniste contra esto?
-¡De prisa! ¡De prisa! Todavía... podría ser que lo alcanzáramos -respondió Baloo jadeando.
-¡Al paso que vamos!... No alcanzarías ni a una vaca herida. Maestro de la ley... azota cachorros... con que tuvieras que moverte del modo como lo haces durante un cuarto de legua de distancia, sería suficiente para que reventaras. ¡Descansa y piensa! Traza un plan. No es este el momento de perseguirlo. Podrían dejarlo caer si lo seguimos muy de cerca.
Era el tiempo en que Baloo lo instruía acerca de la ley de la selva. Muy contento y ufano estaba el serio, viejo y enorme oso pardo con aquel discípulo tan listo, pues a los lobatos no les gusta aprender de la ley de la selva sino lo que se refiere a su propia manada y tribu, y se escapan en cuanto aprenden de memoria estas palabras de la Canción de Caza: "Pies que pisan sin el menor ruido; ojos que ven en plena oscuridad; orejas capaces de oír los diferentes vientos desde el cubil; blancos y afilados dientes: características son todas estas de nuestros hermanos, exceptuando a Tabaqui, el chacal, y a la hiena, que odiamos."
Pero Mowgli, como hombrecito que era, tuvo que aprender muchas cosas más. Bagheera, la pantera negra, se acercaba en algunas ocasiones, curioseando por la selva, para ver cómo andaba su niño mimado; apoyaba la cabeza contra un árbol y escuchaba, roncando sordamente, la lección que Mowgli recitaba a Baloo. Trepaba el muchacho a los árboles casi con la misma facilidad con que andaba; nadaba casi con la misma habilidad con que corría. Por esto Baloo, el maestro de la ley, le enseñó las leyes del bosque y del agua: cómo distinguir una rama carcomida de otra sana; cómo debería hablar cortésmente a las abejas silvestres cuando, a quince metros sobre el nivel del suelo, encontrara una de sus colmenas; qué debería decirle a Mang, el murciélago, cuando tuviera que molestarlo entre las ramas, durante el día; cómo tenía que avisar a las serpientes de agua que viven en las lagunas, antes de lanzarse a las aguas, entre aquellas...
A ningún habitante de la selva le gusta que lo molesten, por lo que todos están siempre dispuestos a arrojarse sobre los intrusos. Mowgli aprendió después de todo esto la "Consigna del cazador forastero" que debe repetirse una y otra vez en voz alta hasta que sea contestada por alguien, siempre que alguno de los habitantes de la selva cace fuera de sus propios terrenos. La consigna, ya traducida, significa: "Dadme permiso para cazar aquí, porque tengo hambre." Y la respuesta dice: "Puedes cazar para buscar comida, pero no para tu recreo."
Todo esto muestra las muchas cosas que hubo de aprender Mowgli de memoria; llegaba a cansarse de tanto repetir lo mismo más de cien veces. Pero, como le dijo un día Baloo a Bagheera, un día en que tuvo que pegarle al muchacho y éste se marchó enojado:
-Un cachorro humano es un cachorro humano, y tengo de deber de enseñarle toda la ley de la selva.
-Pero has de tener presente que es muy pequeño. -respondió la pantera negra, pues ella, sin duda, habría mimado excesivamente a Mowgli si la hubieran dejado que lo educara a su manera-. ¿Y cómo pueden caber tus largas pláticas en una cabeza tan pequeña?
-¿Existe acaso en la selva alguna cosa que por ser pequeña no pueda matarse? No. Ahora bien: por esa causa le enseño todo lo que le enseño, y por lo mismo le pego con mucha suavidad cuando se le olvida algo.
-¡Con suavidad! ¿Qué sabes tú de suavidades, viejo patas de hierro?-gruñó Bagheera-. Le llenaste hoy toda la cara de cardenales con tu... suavidad. ¡Vaya!...
-Valdrá más que esté lleno de cardenales de la cabeza a los pies, causados por mi, que lo quiero, a que le ocurra alguna desgracia por ignorancia -respondió Baloo con suma gravedad-. Le enseño ahora las Palabras Mágicas de la Selva que habrán de protegerlo contra los pájaros, contra el Pueblo de las Serpientes y contra todo cuadrúpedo de caza, excepto contra su propia manada. A partir de este momento y con sólo recordar esas palabras, podrá pedir protección a todos los habitantes de la selva. ¿No vale la pena recibir algunos golpes por todo esto?
-Sí, pero cuídate de matar al hombrecito. Mira que no es un tronco de árbol en donde puedas afilar tus embotadas garras. Pero, dime, ¿cuáles son esas Palabras Mágicas, de que estás hablando? Aunque es más probable que tenga yo que prestarle ayuda a alguien, que pedirla. -Al decir esto, Bagheera estiró una de sus patas y contempló, admirado, los acerados cinceles de sus garras-. No obstante -añadió- me gustaría saberlo.
-Voy a llamar a Mowgli y él te dirá las palabras... si es que se le antoja. ¡Ven, hermanito!
-Siento la cabeza como un árbol lleno de abejas que zumban -respondió por encima de los que hablaban una voz malhumorada, y Mowgli -pues era él-, indignado, se deslizó por el tronco de un árbol, y añadió al llegar al suelo:
-¡Si acudo a tu llamado es por Bagheera y no por ti, Baloo, viejo gordinflón!
-Me da lo mismo -respondió éste, aunque lo tocó en lo vivo y lo apenó la respuesta-. ¡Ea! Dile a Bagheera las Palabras Mágicas de la Selva que te enseñé hoy.
-¿Las Palabras Mágicas... para qué pueblo? -interrogó Mowgli, muy complacido por la ocasión que se le ofrecía de exhibir sus conocimientos-. En la selva hay muchos lenguajes. Yo los sé todos.
-Algo de ellos sabes, pero no mucho. ¿Oyes, Bagheera? Los discípulos nunca son agradecidos con quien les enseña. Jamás ha venido a darle las gracias a Baloo por sus enseñanzas un solo lobato. ¡Vaya! Di, pues, las palabras para el pueblo cazador... ¡gran sabio!
- "Tú y yo somos de la misma sangre” -recitó Mowgli, y le dio a sus palabras el acento especial del oso que usan todos los que cazan allí.
-Bueno. Ahora las que sirven para los pájaros.
Las repitió Mowgli y terminó la frase con el silbido que singulariza al milano.
-Ahora las que son para el pueblo de las serpientes -dijo Bagheera.
La contestación fue un silbido indescriptible; después, Mowgli celebró su propia habilidad con una pirueta salvaje, batió palmas en celebración de su propia habilidad y de un salto subió al lomo de Bagheera, se sentó de medio lado y taloneó sobre la reluciente piel, en tanto le hacía a Baloo las muecas mas horribles.
-¡Ea! ¡Ea! ¡Bien mereciste el cardenal! -dijo con ternura el oso pardo-. Algún día me lo agradecerás. Miró luego a Bagheera para decirle cómo había pedido a Hathi, el Elefante Salvaje, que sabe todas esas cosas, que le dijera las Palabras Mágicas, y cómo Hathi llevó a Mowgli a una laguna para obtener de una serpiente de agua la palabra que sirve para todas las serpientes, porque Baloo no podía pronunciarla; y en fin, cómo Mowgli podía ya considerarse a salvo de todas las contingencias que pudieran presentársele en la selva, porque no le causarían daño alguno ni las serpientes, ni los pájaros ni las fieras.
-Ya no hay motivo para temer a nadie -dedujo de lo expuesto Baloo, dándose suaves golpecitos con aire de orgullo, en el enorme y peludo Vientre.
"Excepto a los de su propia tribu" -dijo Bagheera para si. Luego añadió, en voz alta, dirigiéndose a Mowgli: ¡un poco de cuidado con mis costillas, hermanito! ¿A qué viene tanto bailoteo?
Mowgli había estado intentando hacerse oír tirándole de la piel de las espaldillas de Bagheera y dándole fuertes talonazos.
Cuando los dos le prestaron atención, gritó a voz en cuello:
-De manera que yo tendré una tribu toda mía y la dirigiré por entre las ramas durante todo el día.
-¿Qué clase de nueva locura es ésa? ¿Estás ya haciendo castillos en el aire? -dijo Bagbeera.
-Sí, y le tiraré ramas y porquería al viejo Baloo -prosiguió Mowgli-. Me lo han prometido... ¡Ah!
-¡Woof!..
La gruesa pata de Baloo arrojó a Mowgli del sitio en que descansaba sobre el lomo de Bagheera, hasta el suelo, y desde allí, donde quedó tendido frente a las patas delanteras de la pantera, pudo ver que el oso se había enfadado.
-¡Mowgli! -le dijo Baloo-. ¡Tú has hablado con los Bander-log (el pueblo de los monos)!
Mowgli miró a Bagheera para ver si también la pantera se había incomodado, y observó que los ojos de ésta tenían una expresión tan dura como si fueran dos piedras de jade.
-Tú has estado con el pueblo de los Monos.., con los monos grises... con el pueblo sin ley... con los que comen cuanto se les presenta. ¡Qué vergüenza!
-Cuando Baloo me golpeó en la cabeza, me marché -dijo Mowgli, que seguía aún tendido de espaldas; entonces los monos grises bajaron de los árboles y se acercaron a mí, compadeciéndome Sólo ellos me hicieron caso.
Al decir esto, su voz se alteró un poco.
-¡La piedad del pueblo de los monos!... -rezongó Baloo-. ¡La inmovilidad del torrente que desciende del monte! . . ¡El fresco de un sol de verano!... ¿Y qué sucedió después, hombrecito?
-Después... después... Me dieron nueces y cosas muy buenas para comer, y... me condujeron en brazos a la parte más alta de los árboles... diciéndome que yo era su hermano, que éramos de la misma sangre, aunque yo carecía de cola, y que llegaría a ser su jefe.
-No tienen jefe -dijo Bagheera-. Mienten. Siempre han mentido.
-Conmigo se mostraron muy afables y me suplicaron que regresara a visitarlos. ¿Por qué nunca me llevaron ustedes a donde está el pueblo de los monos? Caminan en dos pies como yo. No me pegan, no tienen las patas duras... Juegan todo el día. ¡Permítanme subir a donde están ellos! ¡Baloo, malo! ¡Déjame subir! Jugaremos de nuevo.
-Atiende, hombrecito -observó el oso, y su voz retumbó como trueno en noche calurosa-. Te instruí sobre la ley de la selva para que te sirva con todos los pueblos que existen en la selva... excepto el de los monos, que vive en los árboles. Los monos no tienen ley. Son los repudiados por todo el mundo. No tienen lenguaje propio, sino que echan mano de palabras robadas que oyen por casualidad cuando atisban y escuchan, y están al acecho en lo alto de los árboles. Su camino no es el de nosotros. No tienen jefes. Carecen de memoria. Alardean, charlan y pretenden ser un gran pueblo ocupado en asuntos importantísimos; pero si cae una nuez desde el árbol, revientan de risa y basta para que todo lo olviden. No nos tratamos con ellos nosotros los de la selva. No bebemos donde los monos beben; no vamos a donde los monos van; no cazamos donde ellos cazan; no morimos donde ellos mueren. ¿Acaso me oíste antes hablar de los Bandar-log?
-No -dijo Mowgli en voz muy baja, pues se había hecho silencio absoluto en el bosque cuando enmudeció Baloo.
-El pueblo de la selva los tiene desterrados tanto de su boca como de su pensamiento. Son numerosísimos, perversos, sórdidos, procaces, y desean llamar nuestra atención. si es que puede decirse de ellos que tengan algún deseo fijo. Pero nosotros no les hacemos el menor caso, ni siquiera cuando arrojan sobre nuestra cabeza nueces e inmundicias.
No había terminado de hablar, cuando cayó de las copas de los árboles una lluvia de nueces y ramas, en tanto que se escuchaban toses, aullidos y rumor de saltos entre el ramaje.
-Al pueblo de la selva le está prohibido todo trato con el pueblo de los monos -dijo Baloo-. Acuérdate.
-¡Prohibido! -repitió Bagheera-. Pero me parece que Baloo debió haberte prevenido antes contra ellos.
-¿Yo?... ¿Yo?... ¿Cómo podía adivinar que se le ocurriría jugar con gentuza de ese jaez? ¡El pueblo de los monos! ¡Qué asco!
Una nueva lluvia cayó sobre ellos, y ambos echaron a correr hacia otro lugar llevándose consigo a Mowgli.
Era muy cierto cuanto había dicho Baloo acerca de los monos. Éstos vivían en las copas de los árboles, y como las fieras rara vez miran hacia lo alto, casi no se ofrecía ocasión de que se cruzaran por el mismo camino. Pero siempre que veían un lobo enfermo, un tigre herido o un oso, se divertían en atormentarlo; arrojaban palos y nueces a cualquier fiera, sólo a guisa de diversión y por el gusto de hacerse notar. Entonces aullaban, chillaban luego canciones sin sentido, incitando al pueblo de la selva a subir a los árboles para pelear, o bien se enzarzaban en salvajes peleas entre ellos mismos por cualquier bagatela, y dejaban después sus muertos donde pudiera verlos el pueblo de la selva. Siempre estaban a punto de nombrar un jefe, de darse leyes y usos propios, pero al cabo nunca lo lograban porque de un día a otro se les borraba todo de la memoria, y de esta manera se contentaban con repetir constantemente estas palabras: "Lo que piensan ahora los Bandar-log, toda la selva lo pensará después", y esta idea los consolaba. Ninguna fiera podía llegar hasta las alturas donde moraban; pero también es cierto que ninguna se fijaba en ellos, y de ahí su alegría cuando vieron que Mowgli iba a buscarlos para tomar parte en sus juegos, y que esto irritaba grandemente a Baloo.
No se propusieron pasar de allí, porque los Bandar-log nunca se proponen nada; pero a uno de ellos se le ocurrió una idea que le pareció excelente; se la expuso a los demás, y los persuadió de que convenía a la tribu tener consigo a una persona tan útil como Mowgli, ya que éste sabía trenzar ramas de modo que protegieran contra el viento, y por esto, si se apoderaban de él, podrían obligarlo a que les enseñara ese arte. Por supuesto, Mowgli, como hijo de leñador, heredó de su padre toda suerte de instintivas habilidades y solía construir chozas con las ramas caídas, sin pensar siquiera en que sabía hacer tales cosas. Pero al observarlo el pueblo de los monos desde lo alto de los árboles, consideraba aquel simple juego como un portento. Lo que es en esta ocasión, decían entre ellos, tendrían realmente un jefe y serían el pueblo más sabio de toda la selva... tan sabio que sería la admiración y envidia de todos. En consecuencia, siguieron con el mayor sigilo a Baloo, Bagheera y Mowgli al través de la selva, hasta que llegó la hora de la siesta. Entonces Mowgli, que en realidad sentía vergüenza de sí mismo, se durmió entre la pantera y el oso, después de resolver que no tendría más tratos con el pueblo de los monos.
Tras esto, lo único que pudo recordar fue que sintió el contacto de unas manos en sus piernas y brazos -manos duras, fuertes y chiquitas-; luego, el choque de unas ramas en la cara, y después, estar mirando hacia abajo al través del movedizo ramaje, en tanto que Baloo despertaba a toda la selva con sus ásperos gritos y Bagheera saltaba tronco arriba del árbol, mostrando todos sus dientes. Chillaron los Bandar-log con aire de triunfo, y treparon, jugueteando, a las ramas más altas, donde Bagheera no se atrevió a seguirlos.
Entre tanto, gritaban:
-¡Se ha fijado en nosotros! ¡Bagheera se fijó en nosotros! ¡Nos admira todo el pueblo de la selva por nuestra habilidad y astucia!
Empezó entonces su huida, y una huida del pueblo de los monos al través del país arbóreo es una cosa realmente indescriptible. Tienen sus caminos amplios y sus atajos, sus subidas y bajadas, todo trazado a quince, veinte o treinta metros por encima del suelo, y viajan por allí inclusive de noche, si es necesario. Dos de los monos más fuertes cogieron a Mowgli por las axilas y se lo llevaron por entre las copas de los árboles, dando saltos de casi seis metros de altura. A haber marchado completamente libres, su velocidad hubiera sido mayor, pero el peso del muchacho los entorpecía y detenía un poco. Aun cuando se sintió mareado y medio enfermo, Mowgli no pudo menos de deleitarse con aquella loca carrera, por más que lo aterrorizaran los trozos de tierra que vislumbraba allá abajo; y aquel detenerse y partir de nuevo, al final de cada balanceo en el vacío, lo mantenían con el alma en un hilo. Conducíanlo sus acompañantes hacia lo más alto de la copa de un árbol, hasta que sentía que crujían y se doblaban con su peso las ramas más delgadas de la cima, y luego, con fuerte resoplido, se arrojaban al aire, avanzando y descendiendo a un mismo tiempo; para después elevarse de nuevo y quedar colgados, por las manos o por los pies, de las ramas inferiores del próximo árbol. Columbraba en ocasiones leguas y leguas de extensión en que todo no era sino quieta y verde selva, de igual manera que un hombre encaramado en un mástil abarca millas enteras de mar con la mirada, y entonces el ramaje le sacudía la cara y él y su guía llegaban casi al nivel del suelo. De esta manera, saltando, haciendo ruido, resoplando fuertemente y chillando, la tribu entera de los Bandar-log cruzó los caminos trazados en lo alto de los árboles llevando prisionero a Mowgli.
Hubo momentos en que temió éste que lo dejaran caer, lo que hizo que empezara a ponerse de mal humor; pero, demasiado sagaz para rebelarse abiertamente, se limitó a pensar qué haría. Lo primero que se le ocurrió fue avisar a Baloo y a Bagheera, porque, dada la velocidad con que huían los monos, comprendía bien que sus amigos se quedarían muy rezagados. Era del todo inútil mirar hacia abajo, pues nada podía ver si no eran las puntas de las ramas a uno y otro lado.
Dirigió, pues, sus ojos hacia arriba, y logró distinguir a lo lejos, en la inmensidad azul, a Rann, el milano (ave rapaz), que se balanceaba describiendo curvas en el aire en tanto que vigilaba la selva y esperaba que los seres se murieran en ella. Y así, vio Rann que los monos se habían apoderado de algo que se llevaban, y abatió el vuelo unos centenares de metros para indagar si aquella presa era comestible. Al ver a Mowgli arrastrado hacia lo más alto de la copa de un árbol y al oírle gritar, se sorprendió mucho el milano y le contestó con un silbido: "Tú y yo somos de la misma sangre." La oleada del ramaje se cerró por encima del muchacho, pero Rann, con un balanceo, se dirigió al árbol más próximo en el preciso instante en que asomó de nuevo la cara morena de Mowgli.
-¡Sigue mi pista! -gritó éste-. ¡Avisa a Baloo, de la manada de Seeonee, y a Bagheera, del Consejo de la Peña!
-¿En nombre de quién, hermano? -preguntó Rann que nunca había visto a Mowgli, pero que desde luego había oído hablar de él.
-En nombre de Mowgli, la Rana. ¡El hombrecito me llaman! ¡Sigue mi pista!...
Las últimas palabras hubo de proferirlas cuando de nuevo lo balanceaban en el aire, pero Rann movió la cabeza, asintiendo, y se elevó hasta que su tamaño se tornó no mayor que un grano de polvo, y allí remontado observó con el telescopio de sus ojos el movimiento de las copas de los árboles al paso de la escolta de monos que conducían a Mowgli.
-No se alejarán mucho, no -profirió con risa ahogada-. Nunca llevan a término feliz lo que empiezan a hacer. Los Bandar-log pican siempre aquí y allá en cosas nuevas. Pero en esta ocasión, o yo estoy ciego, o picaron en algo que les dará quehacer, porque Baloo no es ningún polluelo que se caiga del nido, y yo sé que Bagheera es muy capaz de matar algo más que cabras.
Al decir esto, se meció en el aire, abiertas las alas y recogidas las patas bajo el cuerpo, y esperó.
Entre tanto, Baloo y Bagheera se sentían locos de furor y de pena. Bagheera se subió a los árboles hasta donde nunca antes se atreviera a llegar; pero se quebraron bajo su peso las ramas delgadas y resbaló hasta el suelo, con las garras llenas de cortezas.
-¿Por qué no le avisaste al hombrecito? -le decía rugiendo al pobre Baloo, que sostenía un trote algo pesado con la esperanza de adelantarse a los monos-. ¿De qué sirvió que casi lo mataras a golpes si no lo previniste contra esto?
-¡De prisa! ¡De prisa! Todavía... podría ser que lo alcanzáramos -respondió Baloo jadeando.
-¡Al paso que vamos!... No alcanzarías ni a una vaca herida. Maestro de la ley... azota cachorros... con que tuvieras que moverte del modo como lo haces durante un cuarto de legua de distancia, sería suficiente para que reventaras. ¡Descansa y piensa! Traza un plan. No es este el momento de perseguirlo. Podrían dejarlo caer si lo seguimos muy de cerca.
-¡Arrula!... ¡Woo!...
Quizás lo hicieron ya, cansados de llevarlo. ¿Quién puede fiarse de los
Bandar-log? ¡Acumula murciélagos muertos sobre mi cabeza! ¡Dame por toda
comida huesos negros! ¡Méteme en una colmena de abejas
silvestres para que me maten a picaduras y luego entiérrame al lado de
una hiena, porque soy el más desdichado de cuantos osos existen!
¡Arulala!... ¡Wahooa!... ¡Oh! ¡Mowgli! ¡Mowgli! ¿Por qué no te
previne contra el pueblo de los monos, en vez de romperte la cabeza?
¿Cómo saber si por los golpes que le di le saqué de la memoria la
lección del día, y ahora se hallará solo en la selva sin la ayuda de las
palabras mágicas?
Y Baloo se cogió la cabeza con las patas y se arrastró gimoteando.
-Al menos hace un momento me dijo a mí todas las palabras correctamente -replicó Bagheera, impaciente-. Baloo -prosiguió- has perdido la memoria y el respeto propio. ¿Qué pensaría de mí la selva toda, si yo, la pantera negra, me hiciera una bola como Ikki, el puerco espín, y empezara a aullar?
-¿Qué me importa lo que la selva piense? A esta hora, quizás él ha muerto ya.
-Si no lo dejaron caer por juego, o si no lo mataron por pereza, no creo que debamos temer por el hombrecito. Es listo y está bien enseñado, y, sobre todo, cuenta con sus ojos que atemorizan a todo el pueblo de la selva. Pero -y éste es un grave mal que hay que reconocer-, está en poder de los Bandar-log, que, por vivir en los árboles, no le tienen miedo a nuestra gente.
Al decir esto, Bagheera se lamió una de sus patas delanteras con aire preocupado.
-¡Tonto de mí! ¡Oh! ¡Cuán gordo y moreno, cuán tonto desenterrador de raíces soy! -exclamó Baloo desenroscándose de un brinco-. Es una gran verdad lo que dice Hathi, el elefante salvaje, cuando afirma que "cada quien tiene su miedo peculiar". Ahora bien: los Bandar-log temen a Kaa, la serpiente de la Peña. Sabe encaramarse tan bien como ellos; les roba sus hijos por la noche. Su solo nombre les hiela de espanto hasta las endiabladas colas. Vayamos a ver a Kaa.
-¿Y qué puede hacer? No es de nuestra tribu, puesto que no tiene patas... Además, la maldad está escrita en sus ojos... -dijo Bagheera.
-Es muy vieja y muy astuta. Ante todas las cosas, hay que pensar en que siempre está hambrienta -respondió Baloo esperanzado-. Prométele muchas cabras.
-Ni bien se come una, duerme un mes entero. Muy bien pudiera suceder que estuviese durmiendo ahora. Pero, ¿sí se le antojara preferir matar cabras por su propia cuenta? -Bagheera, que sabía muy pocas cosas de Kaa, se inclinaba naturalmente a desconfiar.
-En tal caso, vieja cazadora, tú y yo juntos la haríamos mostrarse razonable. -Al decir esto Baloo frotó su hombro, de un desteñido color moreno, contra la pantera, y ambos fueron en busca de Kaa, la serpiente pitón que vive en la Peña.
La hallaron tendida al sol en el tibio reborde de una roca, admirando, deleitada, su hermosa piel nueva, pues acababa de pasar diez días en el más completo retiro para mudarla, y ahora estaba a la verdad espléndida, con la enorme cabeza roma a lo largo del suelo, y tenía enroscado el cuerpo de nueve metros de largo en fantásticos nudos y curvas, y se relamía al pensar en la próxima comida.
-Está en ayunas -dijo Baloo con un gruñido de satisfacción en cuanto vio la hermosa piel moteada de amarillo y de color de tierra-. ¡Mucho cuidado, Bagheera! Siempre queda medio ciega después del cambio de piel y tiende a atacar con la mayor facilidad.
Kaa no era serpiente venenosa -y la verdad despreciaba por cobardes a las de tal clase-; su poder estribaba en la fuerza de su presión, y cuando había envuelto a alguien en sus enormes anillos, ya podía darse por terminada la lucha.
-¡Buena caza! -gritó Baloo sentándose sobre sus cuartos traseros.
Kaa era bastante sorda como todas las serpientes de su especie y no oyó bien al principio lo que le decían.
Por lo que pudiera suceder, se enrolló en forma de espiral y mantuvo baja la cabeza.
-¡Buena caza para todos! -respondió-. ¡Ah! ¿Eres tú Baloo? ¿Y qué haces por aquí? ¡Buena caza, Bagheera! Uno de nosotros necesita comer, cuando menos. ¿Saben si hay algo a la mano por allí? ¿Por ejemplo, algún gamo, aunque sea joven? Estoy vacía como un pozo seco.
-Vamos de caza -dijo Baloo negligentemente, porque esto lo sabía él bien- con Kaa no hay que apresurarse; es muy grande para andarse con prisas.
-Permítanme que vaya con ustedes -suplicó Kaa-. Nada significa para Bagheera y Baloo un zarpazo de más o de menos. En cambio, yo... yo tengo que esperar días y días en alguna senda del bosque, o emplear media noche para subirme a los árboles, y luego debo tener mucha suerte para tropezar con algún mono joven. ¡Pss naw! Las ramas de ahora no son ya como lo eran cuando yo era joven. Las más tiernas están podridas, y secas las mayores.
-Es probable que tu enorme peso signifique algo en este asunto -dijo Baloo.
-Pues sí; no me falta longitud... no me falta... -respondió Kaa con un dejo de orgullo-. Pero así y todo, la culpa no es mía sino del ramaje nuevo. Poco faltó, muy poco.., para que me cayera en mi última cacería, y, como no estaba agarrada al tronco del árbol con mi cola, el ruido que hice despertó a los Bandar-log, que empezaron a insultarme.
-"Lombriz de tierra, amarilla y sin patas" -murmuró entre dientes Bagheera como si tratara de recordar algo.
-¡Ssss! ¿Me llamaron eso alguna vez? -preguntó Kaa.
-Algo parecido nos gritaron a nosotros durante el último cuarto de luna pasado, pero no les hicimos ningún caso; Capaces son de decir cualquier cosa... Por ejemplo, que te has quedado sin dientes, y que no osas hacerle frente a algo que sea mayor que un cabrito, porque... (¡vaya!, que son desvergonzados esos Bandar-log) porque le tienes miedo a los cuernos -continuó diciendo suavemente Bagheera.
Ahora bien: raras veces da muestras de cólera una serpiente, sobre todo una serpiente pitón tan circunspecta como era Kaa. Pero Baloo y Bagheera pudieron ver en ese momento cómo los enormes músculos que Kaa tiene a cada lado del cuello se movían e hinchaban.
-Los Bandar-log huyeron de su acostumbrado terreno -dijo calmadamente-. Oí sus gritos en las copas de los árboles hoy, cuando salí a tomar el sol.
-Precisamente.. . precisamente nosotros vamos siguiendo su pista. -respondió Baloo. Pero las palabras se le atoraron en el gaznate porque, si la memoria no lo engañaba, aquélla era la primera vez que alguien, perteneciente al pueblo de la selva, confesaba su interés por algo que hicieran los monos.
-Sin duda debe ser muy importante lo que obliga a dos cazadores como ustedes, jefes y directores entre los suyos, a seguir los pasos de los Bandar-log -observó Kaa afablemente, pero llena de curiosidad.
-A decir verdad -empezó Baloo-, yo no soy sino el anciano maestro de la ley, a las veces bastante tonto, encargado de enseñársela a los lobatos de Seeonee, y Bagheera, aquí presente...
-Es Bagheera -dijo la pantera negra, cerrando las quijadas con un golpe seco, porque no estaba para modestias-. Esto es lo que nos ocurre, Kaa: esos ladrones de nueces y de hojas de palmera se robaron a nuestro hombrecito, de quien quizás has oído hablar.
-Algo le oí a Ikki (cuyas púas son motivo de presunción para él), acerca de una especie de hombre admitido en una manada de lobos. Pero no creí nada de eso. Ikki siempre anda con cuentos que oye mal y cuenta peor.
-Pero en el caso presente dijo la verdad. El hombrecito es tal, como jamás hubo otro como él -dijo Baloo-. El mejor, el más inteligente, el más apuesto de todos... mi discípulo que hará célebre el nombre de Baloo en todas las selvas.., y, ¡bueno!, yo... o mejor dicho... nosotros, lo queremos de veras, Kaa.
-¡Ts! ¡Ts! -respondió ésta, y sacudió la cabeza-; también yo supe lo que es querer. ¡Podría narrarles cosas que...!
-Que exigirían una noche clara y un estómago lleno para apreciarlas debidamente -dijo Bagheera con prontitud-. Nuestro hombrecito está ahora en poder de los Bandar-log, y nos consta que a nadie temen ellos más que a Kaa, de todo el pueblo de la selva.
-A nadie más que a mí, y no les falta razón -respondió Kaa-. Charlatanes, locos y vanos... vanos, locos y charlatanes: así son los monos. Pero si entre ellos hay algo humano, corre peligro. Les cansa pronto la nuez que cogen, y la tiran. Son capaces de cargar una rama durante medio día, proponiéndose hacer grandes cosas con ella, y luego la parten en dos pedazos. No es digno de envidia, a la verdad, el hombrecito ése. Al insultarme, ¿no me llamaron también pez amarillo?... ¿Eh?
-Lombriz... lombriz.., lombriz de tierra -respondió Bagheera-; y otras cosas más que ahora no puedo repetir por vergüenza.
-Habrá que enseñarles a expresarse con más respeto de su maestro. ¡Aaa-sss! Deberemos refrescarles un tanto la memoria. Pero, díganme, ¿a dónde se llevaron al cachorro?
-Sólo la selva puede saberlo. Me parece que hacia el lado donde se oculta el sol. Creíamos que tú lo sabrías, Kaa.
-¿Yo? ¿Y cómo? Acostumbro apoderarme de ellos cuando se me ponen a la mano, pero no voy a cazar a los Bandar-log, ni a las ranas, ni a esa espuma verde que hay en las lagunas, y que, para el caso, da lo mismo.
-¡Eh! ¡eh! ¡eh! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Mira hacia arriba, Baloo, de la manada de lobos de Seeonee!...
Baloo miró hacia arriba para ver de dónde salía la voz que lo llamaba, y vio a Rann, el milano, que descendía, deslizándose por el espacio con las alas desplegadas en cuyos bordes, vueltos hacia arriba, brillaba el sol. Ya casi era la hora del sueño para Rann, pero hasta ese momento había estado buscando por toda la selva a Baloo, sin encontrarlo, por culpa del espeso follaje.
-¿Qué sucede? -interrogó Baloo.
-Vi a Mowgli entre los Bander-log. Él mismo me encargó que te lo dijera. Estuve al acecho; lo llevaron al otro lado del río... a la ciudad de los monos... a las moradas frías. Lo mismo optarán por quedarse allí una noche que diez, o que un rato. Encargué a los murciélagos que vigilaran durante las horas de oscuridad. Es cuanto tengo que decirte. ¡Buena suerte para todos!
-¡Buena suerte, que llenes el buche y duermas bien, Rann! -gritó Bagheera-. No te olvidaré en mi próxima caza: reservaré para ti la cabeza de lo que mate, porque eres el mejor de todos los milanos.
-Lo que hice no es nada.., no es nada. El muchacho recordó y dijo las palabras mágicas, y yo no pude menos que cumplir con mi deber -respondió Rann elevándose por el aire trazando círculos para dirigirse a su escondrijo.
-¡Vamos! Veo que no perdió la lengua -dijo Baloo con una sonrisa de satisfacción y orgullo-. ¡Y pensar que, siendo tan joven, recordó las palabras mágicas que sirven para los pájaros, en el mismo momento en que lo llevaban al través de los árboles!.
-¡Bien que se las metiste en la cabeza! -respondió Bagheera-. Pero estoy orgullosa de él. Ahora, vamos a las moradas frías.
Todo el pueblo de la selva sabe dónde está aquel lugar, pero ninguno de ellos va nunca allí, porque lo que llaman las moradas frías es una antigua ciudad abandonada, perdida y hundida en la selva, y en contadas ocasiones se ve que las fieras habiten un lugar donde antes habitaron los hombres.
Hará esto el jabalí, pero no las tribus cazadoras. Por lo demás, aun los monos vivían allí tan poco como en cualquier otro sitio fijo, y ningún animal que se respete se acercará hasta la distancia que alcance la vista, excepto en las épocas de sequía, cuando conservaban un poco de agua las cisternas medio arruinadas y los estanques.
-Media noche nos tomará hacer la jornada.., yendo a toda velocidad -dijo Bagheera, y esto hizo que Baloo se pusiera muy serio.
-Iré tan rápidamente como pueda -respondió ansiosamente.
-No nos atrevemos a esperarte. Síguenos, Baloo; Kaa y yo no podemos ir a paso tardo.
-Con pies o sin pies, puedo correr tanto como tú con los cuatro que tienes dijo Kaa lacónicamente.
Baloo se esforzó en acelerar el paso, pero al cabo tuvo que sentarse echando los bofes. Y así, lo dejaron para que fuera más despacio, en tanto que Bagheera se adelantaba con el rápido galope propio de la pantera.
Kaa no dijo palabra, pero, por más que corriera Bagheera, la enorme serpiente pitón de la Peña no se dejaba adelantar. Al llegar a una torrentera llena de agua, venció Bagheera, porque la atravesó de un salto, mientras Kaa tenía que nadar, con la cabeza y una pequeña parte del cuello fuera del agua. Mas, al llegar de nuevo a tierra, pronto la serpiente recuperó la distancia perdida.
-¡Por la cerradura que me dio la libertad, afirmo que eres andadora! -exclamó Bagheera al disiparse la última luz del crepúsculo.
-Es que tengo hambre -respondió Kaa-. Además, me llamaron rana con manchas...
-Lombriz.., lombriz de tierra... y amarilla de añadidura.
-Lo mismo da. Sigamos adelante.
Y parecía como si Kaa se derramara por encima de la tierra, buscando con ojo certero el camino más corto y siguiéndolo estrictamente.
Allá en las moradas frías, los monos, en lo que menos podían pensar, era en los amigos de Mowgli.
Habiéndose llevado al muchacho a la ciudad perdida, quedaron con eso muy satisfechos por el momento. Jamás Mowgli, hasta entonces, había visto ninguna ciudad india, y aunque aquélla no fuera sino un montón de ruinas, le pareció espléndida y maravillosa. Tiempo atrás la había edificado un rey en la cumbre de una colina, y todavía podía adivinarse el trazo de las calzadas de piedra que conducían a las destrozadas puertas cuyas últimas astillas colgaban de los goznes, comidos del moho. Crecían árboles a uno y otro lado de las paredes. Las almenas yacían hechas pedazos, y a lo largo de los muros pendían de las ventanas las enredaderas silvestres en grandes y apretadas masas.
La colina estaba coronada por un gran palacio sin techo; el mármol de patios y fuentes estaba rajado y cubierto de manchas rojas y verdes; en los mismos pisos empedrados de los patios donde solían vivir los elefantes del rey, las piedras estaban separadas por la hierba y los árboles nuevos que crecían entre ellas. Desde el palacio podían verse numerosas hileras de casas sin techo que habían formado parte de la ciudad y que ahora eran como destapadas colmenas llenas tan sólo de negras sombras. Podía verse también la informe piedra que había sido un ídolo en la plaza donde desembocaban cuatro avenidas; y los hoyos y hoyuelos en las esquinas de las calles donde en otro tiempo existieron pozos públicos; y las rotas cúpulas de los templos con higueras silvestres que crecían a los lados.
Los monos llamaban a ese lugar su ciudad y despreciaban al pueblo de la selva porque vivía en el bosque. No obstante, nunca supieron para qué se habían levantado aquellos edificios ni cómo debían usarlos. Se sentaban formando círculos en la antecámara de la real sala del consejo, y se rascaban buscándose las pulgas y dándoselas de hombres.
O bien, entraban y salían corriendo de aquellas salas sin techo, recogían pedazos de yeso y ladrillos viejos, llevándolos a un rincón, para olvidarse al momento siguiente del lugar donde los habían escondido y empezar a pelearse y a gritar en vacilantes grupos, poniéndose luego, de pronto, a jugar, subiendo y bajando por las terrazas del jardín real, sacudiendo los rosales y los naranjos por diversión para ver caer las flores y los frutos. Ya habían explorado todos los pasadizos y caminos subterráneos que había en el palacio, y los centenares de oscuras pequeñas salas; pero nunca se acordaron de lo que vieron o dejaron de ver, y así se paseaban de uno en uno, por pares o por grupos, y se decían los unos a los otros que hacían lo mismo que hacen los hombres. Bebían en las cisternas, ensuciaban el agua, armaban peleas por esta causa y después, en montón, se lanzaban juntos gritando: "No hay nadie en la selva tan sabio, probo, inteligente, fuerte y discreto como los Bandar-log." Volvían entonces a las andadas, hasta que, al fin, se cansaban de estar en la ciudad y regresaban a las copas de los árboles abrigando la esperanza de que se fijara en ellos el pueblo de la selva.
A Mowgli no le gustó este género de vida, ni llegó a entenderlo, porque había sido educado según la ley de la selva. Tocaba a su fin la tarde cuando los monos se lo llevaron a las moradas frías, y, en vez de irse a dormir, como hubiera hecho Mowgli después del largo viaje, se cogieron de las manos y empezaron a bailar y a cantar las canciones más disparatadas. Uno de los monos les echó un discurso en el que afirmó que la captura de Mowgli marcaba un hito nuevo en la historia de los Bandar-log, porque les ensenaría a construir, con palos y cañas, un refugio contra la lluvia y el frío.
Mowgli cogió algunas enredaderas y empezó a entretejerlas, y los monos trataron de imitarlo; pero al cabo de pocos minutos dejó de interesarles aquello y empezaron a estirarse la cola los unos a los otros, o a saltar, puestos a gatas y tosiendo.
-Quisiera comer -dijo Mowgii-. Soy forastero en esta parte de la selva. Denme comida, o permiso para cazar aquí.
Veinte o treinta monos saltaron rápidamente fuera del recinto para traerle nueces y papayas silvestres. Pero en el camino se enzarzaron en una pelea y les pareció luego demasiada molestia regresar con los restos de aquellos frutos.
Mowgli sentía el cuerpo dolorido, estaba tan malhumorado como hambriento; anduvo errante por la ciudad abandonada, lanzando de cuando en cuando el grito de caza de los forasteros; pero, al no contestarle nadie, se convenció de que a la verdad había ido a parar a un lugar pésimo.
-Cuanto dijo Baloo respecto de los Bandar-log no es más que la verdad -pensó-. No tienen ley, ni grito de caza, ni jefes... No más que loca palabrería y unas manos muy pequeñas y muy ladronas. Por tanto, si me matan de hambre o de cualquier otra manera, a nadie podré culpar más que a mí mismo. Pero he de hacer todo lo posible por volver a mi propia selva. Baloo me pegará, ciertamente, pero prefiero eso que ir estúpidamente a caza de las hojas de rosal en compañía de los Bandar-log.
No bien llegó a las murallas de la ciudad, lo hicieron retroceder los monos, diciéndole que no se daba cuenta de la felicidad que le había caído con estar allí, y le pellizcaban para enseñarle a ser agradecido. Apretó Mowgli los dientes y nada dijo, pero se dirigió, entre el alboroto producido por los monos, a una terraza ubicada sobre los depósitos de piedra roja destinados al agua y que entonces se hallaban llenos a medias. En el centro de la terraza había un cenador de mármol blanco construido para uso de reinas que habían muerto hacía cien años. Su techo, en forma de cúpula, se encontraba medio hundido, y, al caer, había obstruido el pasadizo subterráneo que comunicaba con el palacio, y que en otro tiempo estaba abierto para que por él pudieran pasar las reinas. Pero las paredes estaban hechas de una suerte de biombos de mármol recortado, y era una hermosísima labor calada, blanca como la leche, con incrustaciones de ágata, cornalina, jaspe y lapislázuli. Cuando la luna se asomó tras la colina, brilló al través de los calados, y proyectó sobre el suelo sombras parecidas a un bordado de terciopelo negro. Por más lastimado de los lomos, soñoliento y muerto de hambre que se sintiera Mowgli, no pudo menos de reír cuando veinte de los Bandar-log, hablando a la vez, empezaron a decirle lo grandes, inteligentes, fuertes y cuerdos que eran, y la locura que él había cometido al pretender escapar de ellos.
-Somos grandes, somos libres, somos admirables. El más admirable pueblo que hay en toda la Selva, somos nosotros. Todos decimos esto, de donde se sigue que tiene que ser verdad -gritaban-. Pero, ésta es la primera vez que puedes escucharnos, y seguramente tendrás ocasión de repetir nuestras palabras al pueblo de la selva para que en adelante se fije en nosotros; por tanto, diremos cuanto se refiere a nuestras valiosísimas personas.
Mowgli no objetó nada a esto. Los monos, varios centenares, se reunieron en la terraza para escuchar a sus propios oradores. estos entonaban alabanzas a los Bandar-log, y cuantas veces uno de los oradores callaba durante un instante para tomar aliento, los demás gritaban al unísono:
-¡Muy cierto! ésa es también nuestra opinión!
Y Baloo se cogió la cabeza con las patas y se arrastró gimoteando.
-Al menos hace un momento me dijo a mí todas las palabras correctamente -replicó Bagheera, impaciente-. Baloo -prosiguió- has perdido la memoria y el respeto propio. ¿Qué pensaría de mí la selva toda, si yo, la pantera negra, me hiciera una bola como Ikki, el puerco espín, y empezara a aullar?
-¿Qué me importa lo que la selva piense? A esta hora, quizás él ha muerto ya.
-Si no lo dejaron caer por juego, o si no lo mataron por pereza, no creo que debamos temer por el hombrecito. Es listo y está bien enseñado, y, sobre todo, cuenta con sus ojos que atemorizan a todo el pueblo de la selva. Pero -y éste es un grave mal que hay que reconocer-, está en poder de los Bandar-log, que, por vivir en los árboles, no le tienen miedo a nuestra gente.
Al decir esto, Bagheera se lamió una de sus patas delanteras con aire preocupado.
-¡Tonto de mí! ¡Oh! ¡Cuán gordo y moreno, cuán tonto desenterrador de raíces soy! -exclamó Baloo desenroscándose de un brinco-. Es una gran verdad lo que dice Hathi, el elefante salvaje, cuando afirma que "cada quien tiene su miedo peculiar". Ahora bien: los Bandar-log temen a Kaa, la serpiente de la Peña. Sabe encaramarse tan bien como ellos; les roba sus hijos por la noche. Su solo nombre les hiela de espanto hasta las endiabladas colas. Vayamos a ver a Kaa.
-¿Y qué puede hacer? No es de nuestra tribu, puesto que no tiene patas... Además, la maldad está escrita en sus ojos... -dijo Bagheera.
-Es muy vieja y muy astuta. Ante todas las cosas, hay que pensar en que siempre está hambrienta -respondió Baloo esperanzado-. Prométele muchas cabras.
-Ni bien se come una, duerme un mes entero. Muy bien pudiera suceder que estuviese durmiendo ahora. Pero, ¿sí se le antojara preferir matar cabras por su propia cuenta? -Bagheera, que sabía muy pocas cosas de Kaa, se inclinaba naturalmente a desconfiar.
-En tal caso, vieja cazadora, tú y yo juntos la haríamos mostrarse razonable. -Al decir esto Baloo frotó su hombro, de un desteñido color moreno, contra la pantera, y ambos fueron en busca de Kaa, la serpiente pitón que vive en la Peña.
La hallaron tendida al sol en el tibio reborde de una roca, admirando, deleitada, su hermosa piel nueva, pues acababa de pasar diez días en el más completo retiro para mudarla, y ahora estaba a la verdad espléndida, con la enorme cabeza roma a lo largo del suelo, y tenía enroscado el cuerpo de nueve metros de largo en fantásticos nudos y curvas, y se relamía al pensar en la próxima comida.
-Está en ayunas -dijo Baloo con un gruñido de satisfacción en cuanto vio la hermosa piel moteada de amarillo y de color de tierra-. ¡Mucho cuidado, Bagheera! Siempre queda medio ciega después del cambio de piel y tiende a atacar con la mayor facilidad.
Kaa no era serpiente venenosa -y la verdad despreciaba por cobardes a las de tal clase-; su poder estribaba en la fuerza de su presión, y cuando había envuelto a alguien en sus enormes anillos, ya podía darse por terminada la lucha.
-¡Buena caza! -gritó Baloo sentándose sobre sus cuartos traseros.
Kaa era bastante sorda como todas las serpientes de su especie y no oyó bien al principio lo que le decían.
Por lo que pudiera suceder, se enrolló en forma de espiral y mantuvo baja la cabeza.
-¡Buena caza para todos! -respondió-. ¡Ah! ¿Eres tú Baloo? ¿Y qué haces por aquí? ¡Buena caza, Bagheera! Uno de nosotros necesita comer, cuando menos. ¿Saben si hay algo a la mano por allí? ¿Por ejemplo, algún gamo, aunque sea joven? Estoy vacía como un pozo seco.
-Vamos de caza -dijo Baloo negligentemente, porque esto lo sabía él bien- con Kaa no hay que apresurarse; es muy grande para andarse con prisas.
-Permítanme que vaya con ustedes -suplicó Kaa-. Nada significa para Bagheera y Baloo un zarpazo de más o de menos. En cambio, yo... yo tengo que esperar días y días en alguna senda del bosque, o emplear media noche para subirme a los árboles, y luego debo tener mucha suerte para tropezar con algún mono joven. ¡Pss naw! Las ramas de ahora no son ya como lo eran cuando yo era joven. Las más tiernas están podridas, y secas las mayores.
-Es probable que tu enorme peso signifique algo en este asunto -dijo Baloo.
-Pues sí; no me falta longitud... no me falta... -respondió Kaa con un dejo de orgullo-. Pero así y todo, la culpa no es mía sino del ramaje nuevo. Poco faltó, muy poco.., para que me cayera en mi última cacería, y, como no estaba agarrada al tronco del árbol con mi cola, el ruido que hice despertó a los Bandar-log, que empezaron a insultarme.
-"Lombriz de tierra, amarilla y sin patas" -murmuró entre dientes Bagheera como si tratara de recordar algo.
-¡Ssss! ¿Me llamaron eso alguna vez? -preguntó Kaa.
-Algo parecido nos gritaron a nosotros durante el último cuarto de luna pasado, pero no les hicimos ningún caso; Capaces son de decir cualquier cosa... Por ejemplo, que te has quedado sin dientes, y que no osas hacerle frente a algo que sea mayor que un cabrito, porque... (¡vaya!, que son desvergonzados esos Bandar-log) porque le tienes miedo a los cuernos -continuó diciendo suavemente Bagheera.
Ahora bien: raras veces da muestras de cólera una serpiente, sobre todo una serpiente pitón tan circunspecta como era Kaa. Pero Baloo y Bagheera pudieron ver en ese momento cómo los enormes músculos que Kaa tiene a cada lado del cuello se movían e hinchaban.
-Los Bandar-log huyeron de su acostumbrado terreno -dijo calmadamente-. Oí sus gritos en las copas de los árboles hoy, cuando salí a tomar el sol.
-Precisamente.. . precisamente nosotros vamos siguiendo su pista. -respondió Baloo. Pero las palabras se le atoraron en el gaznate porque, si la memoria no lo engañaba, aquélla era la primera vez que alguien, perteneciente al pueblo de la selva, confesaba su interés por algo que hicieran los monos.
-Sin duda debe ser muy importante lo que obliga a dos cazadores como ustedes, jefes y directores entre los suyos, a seguir los pasos de los Bandar-log -observó Kaa afablemente, pero llena de curiosidad.
-A decir verdad -empezó Baloo-, yo no soy sino el anciano maestro de la ley, a las veces bastante tonto, encargado de enseñársela a los lobatos de Seeonee, y Bagheera, aquí presente...
-Es Bagheera -dijo la pantera negra, cerrando las quijadas con un golpe seco, porque no estaba para modestias-. Esto es lo que nos ocurre, Kaa: esos ladrones de nueces y de hojas de palmera se robaron a nuestro hombrecito, de quien quizás has oído hablar.
-Algo le oí a Ikki (cuyas púas son motivo de presunción para él), acerca de una especie de hombre admitido en una manada de lobos. Pero no creí nada de eso. Ikki siempre anda con cuentos que oye mal y cuenta peor.
-Pero en el caso presente dijo la verdad. El hombrecito es tal, como jamás hubo otro como él -dijo Baloo-. El mejor, el más inteligente, el más apuesto de todos... mi discípulo que hará célebre el nombre de Baloo en todas las selvas.., y, ¡bueno!, yo... o mejor dicho... nosotros, lo queremos de veras, Kaa.
-¡Ts! ¡Ts! -respondió ésta, y sacudió la cabeza-; también yo supe lo que es querer. ¡Podría narrarles cosas que...!
-Que exigirían una noche clara y un estómago lleno para apreciarlas debidamente -dijo Bagheera con prontitud-. Nuestro hombrecito está ahora en poder de los Bandar-log, y nos consta que a nadie temen ellos más que a Kaa, de todo el pueblo de la selva.
-A nadie más que a mí, y no les falta razón -respondió Kaa-. Charlatanes, locos y vanos... vanos, locos y charlatanes: así son los monos. Pero si entre ellos hay algo humano, corre peligro. Les cansa pronto la nuez que cogen, y la tiran. Son capaces de cargar una rama durante medio día, proponiéndose hacer grandes cosas con ella, y luego la parten en dos pedazos. No es digno de envidia, a la verdad, el hombrecito ése. Al insultarme, ¿no me llamaron también pez amarillo?... ¿Eh?
-Lombriz... lombriz.., lombriz de tierra -respondió Bagheera-; y otras cosas más que ahora no puedo repetir por vergüenza.
-Habrá que enseñarles a expresarse con más respeto de su maestro. ¡Aaa-sss! Deberemos refrescarles un tanto la memoria. Pero, díganme, ¿a dónde se llevaron al cachorro?
-Sólo la selva puede saberlo. Me parece que hacia el lado donde se oculta el sol. Creíamos que tú lo sabrías, Kaa.
-¿Yo? ¿Y cómo? Acostumbro apoderarme de ellos cuando se me ponen a la mano, pero no voy a cazar a los Bandar-log, ni a las ranas, ni a esa espuma verde que hay en las lagunas, y que, para el caso, da lo mismo.
-¡Eh! ¡eh! ¡eh! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Mira hacia arriba, Baloo, de la manada de lobos de Seeonee!...
Baloo miró hacia arriba para ver de dónde salía la voz que lo llamaba, y vio a Rann, el milano, que descendía, deslizándose por el espacio con las alas desplegadas en cuyos bordes, vueltos hacia arriba, brillaba el sol. Ya casi era la hora del sueño para Rann, pero hasta ese momento había estado buscando por toda la selva a Baloo, sin encontrarlo, por culpa del espeso follaje.
-¿Qué sucede? -interrogó Baloo.
-Vi a Mowgli entre los Bander-log. Él mismo me encargó que te lo dijera. Estuve al acecho; lo llevaron al otro lado del río... a la ciudad de los monos... a las moradas frías. Lo mismo optarán por quedarse allí una noche que diez, o que un rato. Encargué a los murciélagos que vigilaran durante las horas de oscuridad. Es cuanto tengo que decirte. ¡Buena suerte para todos!
-¡Buena suerte, que llenes el buche y duermas bien, Rann! -gritó Bagheera-. No te olvidaré en mi próxima caza: reservaré para ti la cabeza de lo que mate, porque eres el mejor de todos los milanos.
-Lo que hice no es nada.., no es nada. El muchacho recordó y dijo las palabras mágicas, y yo no pude menos que cumplir con mi deber -respondió Rann elevándose por el aire trazando círculos para dirigirse a su escondrijo.
-¡Vamos! Veo que no perdió la lengua -dijo Baloo con una sonrisa de satisfacción y orgullo-. ¡Y pensar que, siendo tan joven, recordó las palabras mágicas que sirven para los pájaros, en el mismo momento en que lo llevaban al través de los árboles!.
-¡Bien que se las metiste en la cabeza! -respondió Bagheera-. Pero estoy orgullosa de él. Ahora, vamos a las moradas frías.
Todo el pueblo de la selva sabe dónde está aquel lugar, pero ninguno de ellos va nunca allí, porque lo que llaman las moradas frías es una antigua ciudad abandonada, perdida y hundida en la selva, y en contadas ocasiones se ve que las fieras habiten un lugar donde antes habitaron los hombres.
Hará esto el jabalí, pero no las tribus cazadoras. Por lo demás, aun los monos vivían allí tan poco como en cualquier otro sitio fijo, y ningún animal que se respete se acercará hasta la distancia que alcance la vista, excepto en las épocas de sequía, cuando conservaban un poco de agua las cisternas medio arruinadas y los estanques.
-Media noche nos tomará hacer la jornada.., yendo a toda velocidad -dijo Bagheera, y esto hizo que Baloo se pusiera muy serio.
-Iré tan rápidamente como pueda -respondió ansiosamente.
-No nos atrevemos a esperarte. Síguenos, Baloo; Kaa y yo no podemos ir a paso tardo.
-Con pies o sin pies, puedo correr tanto como tú con los cuatro que tienes dijo Kaa lacónicamente.
Baloo se esforzó en acelerar el paso, pero al cabo tuvo que sentarse echando los bofes. Y así, lo dejaron para que fuera más despacio, en tanto que Bagheera se adelantaba con el rápido galope propio de la pantera.
Kaa no dijo palabra, pero, por más que corriera Bagheera, la enorme serpiente pitón de la Peña no se dejaba adelantar. Al llegar a una torrentera llena de agua, venció Bagheera, porque la atravesó de un salto, mientras Kaa tenía que nadar, con la cabeza y una pequeña parte del cuello fuera del agua. Mas, al llegar de nuevo a tierra, pronto la serpiente recuperó la distancia perdida.
-¡Por la cerradura que me dio la libertad, afirmo que eres andadora! -exclamó Bagheera al disiparse la última luz del crepúsculo.
-Es que tengo hambre -respondió Kaa-. Además, me llamaron rana con manchas...
-Lombriz.., lombriz de tierra... y amarilla de añadidura.
-Lo mismo da. Sigamos adelante.
Y parecía como si Kaa se derramara por encima de la tierra, buscando con ojo certero el camino más corto y siguiéndolo estrictamente.
Allá en las moradas frías, los monos, en lo que menos podían pensar, era en los amigos de Mowgli.
Habiéndose llevado al muchacho a la ciudad perdida, quedaron con eso muy satisfechos por el momento. Jamás Mowgli, hasta entonces, había visto ninguna ciudad india, y aunque aquélla no fuera sino un montón de ruinas, le pareció espléndida y maravillosa. Tiempo atrás la había edificado un rey en la cumbre de una colina, y todavía podía adivinarse el trazo de las calzadas de piedra que conducían a las destrozadas puertas cuyas últimas astillas colgaban de los goznes, comidos del moho. Crecían árboles a uno y otro lado de las paredes. Las almenas yacían hechas pedazos, y a lo largo de los muros pendían de las ventanas las enredaderas silvestres en grandes y apretadas masas.
La colina estaba coronada por un gran palacio sin techo; el mármol de patios y fuentes estaba rajado y cubierto de manchas rojas y verdes; en los mismos pisos empedrados de los patios donde solían vivir los elefantes del rey, las piedras estaban separadas por la hierba y los árboles nuevos que crecían entre ellas. Desde el palacio podían verse numerosas hileras de casas sin techo que habían formado parte de la ciudad y que ahora eran como destapadas colmenas llenas tan sólo de negras sombras. Podía verse también la informe piedra que había sido un ídolo en la plaza donde desembocaban cuatro avenidas; y los hoyos y hoyuelos en las esquinas de las calles donde en otro tiempo existieron pozos públicos; y las rotas cúpulas de los templos con higueras silvestres que crecían a los lados.
Los monos llamaban a ese lugar su ciudad y despreciaban al pueblo de la selva porque vivía en el bosque. No obstante, nunca supieron para qué se habían levantado aquellos edificios ni cómo debían usarlos. Se sentaban formando círculos en la antecámara de la real sala del consejo, y se rascaban buscándose las pulgas y dándoselas de hombres.
O bien, entraban y salían corriendo de aquellas salas sin techo, recogían pedazos de yeso y ladrillos viejos, llevándolos a un rincón, para olvidarse al momento siguiente del lugar donde los habían escondido y empezar a pelearse y a gritar en vacilantes grupos, poniéndose luego, de pronto, a jugar, subiendo y bajando por las terrazas del jardín real, sacudiendo los rosales y los naranjos por diversión para ver caer las flores y los frutos. Ya habían explorado todos los pasadizos y caminos subterráneos que había en el palacio, y los centenares de oscuras pequeñas salas; pero nunca se acordaron de lo que vieron o dejaron de ver, y así se paseaban de uno en uno, por pares o por grupos, y se decían los unos a los otros que hacían lo mismo que hacen los hombres. Bebían en las cisternas, ensuciaban el agua, armaban peleas por esta causa y después, en montón, se lanzaban juntos gritando: "No hay nadie en la selva tan sabio, probo, inteligente, fuerte y discreto como los Bandar-log." Volvían entonces a las andadas, hasta que, al fin, se cansaban de estar en la ciudad y regresaban a las copas de los árboles abrigando la esperanza de que se fijara en ellos el pueblo de la selva.
A Mowgli no le gustó este género de vida, ni llegó a entenderlo, porque había sido educado según la ley de la selva. Tocaba a su fin la tarde cuando los monos se lo llevaron a las moradas frías, y, en vez de irse a dormir, como hubiera hecho Mowgli después del largo viaje, se cogieron de las manos y empezaron a bailar y a cantar las canciones más disparatadas. Uno de los monos les echó un discurso en el que afirmó que la captura de Mowgli marcaba un hito nuevo en la historia de los Bandar-log, porque les ensenaría a construir, con palos y cañas, un refugio contra la lluvia y el frío.
Mowgli cogió algunas enredaderas y empezó a entretejerlas, y los monos trataron de imitarlo; pero al cabo de pocos minutos dejó de interesarles aquello y empezaron a estirarse la cola los unos a los otros, o a saltar, puestos a gatas y tosiendo.
-Quisiera comer -dijo Mowgii-. Soy forastero en esta parte de la selva. Denme comida, o permiso para cazar aquí.
Veinte o treinta monos saltaron rápidamente fuera del recinto para traerle nueces y papayas silvestres. Pero en el camino se enzarzaron en una pelea y les pareció luego demasiada molestia regresar con los restos de aquellos frutos.
Mowgli sentía el cuerpo dolorido, estaba tan malhumorado como hambriento; anduvo errante por la ciudad abandonada, lanzando de cuando en cuando el grito de caza de los forasteros; pero, al no contestarle nadie, se convenció de que a la verdad había ido a parar a un lugar pésimo.
-Cuanto dijo Baloo respecto de los Bandar-log no es más que la verdad -pensó-. No tienen ley, ni grito de caza, ni jefes... No más que loca palabrería y unas manos muy pequeñas y muy ladronas. Por tanto, si me matan de hambre o de cualquier otra manera, a nadie podré culpar más que a mí mismo. Pero he de hacer todo lo posible por volver a mi propia selva. Baloo me pegará, ciertamente, pero prefiero eso que ir estúpidamente a caza de las hojas de rosal en compañía de los Bandar-log.
No bien llegó a las murallas de la ciudad, lo hicieron retroceder los monos, diciéndole que no se daba cuenta de la felicidad que le había caído con estar allí, y le pellizcaban para enseñarle a ser agradecido. Apretó Mowgli los dientes y nada dijo, pero se dirigió, entre el alboroto producido por los monos, a una terraza ubicada sobre los depósitos de piedra roja destinados al agua y que entonces se hallaban llenos a medias. En el centro de la terraza había un cenador de mármol blanco construido para uso de reinas que habían muerto hacía cien años. Su techo, en forma de cúpula, se encontraba medio hundido, y, al caer, había obstruido el pasadizo subterráneo que comunicaba con el palacio, y que en otro tiempo estaba abierto para que por él pudieran pasar las reinas. Pero las paredes estaban hechas de una suerte de biombos de mármol recortado, y era una hermosísima labor calada, blanca como la leche, con incrustaciones de ágata, cornalina, jaspe y lapislázuli. Cuando la luna se asomó tras la colina, brilló al través de los calados, y proyectó sobre el suelo sombras parecidas a un bordado de terciopelo negro. Por más lastimado de los lomos, soñoliento y muerto de hambre que se sintiera Mowgli, no pudo menos de reír cuando veinte de los Bandar-log, hablando a la vez, empezaron a decirle lo grandes, inteligentes, fuertes y cuerdos que eran, y la locura que él había cometido al pretender escapar de ellos.
-Somos grandes, somos libres, somos admirables. El más admirable pueblo que hay en toda la Selva, somos nosotros. Todos decimos esto, de donde se sigue que tiene que ser verdad -gritaban-. Pero, ésta es la primera vez que puedes escucharnos, y seguramente tendrás ocasión de repetir nuestras palabras al pueblo de la selva para que en adelante se fije en nosotros; por tanto, diremos cuanto se refiere a nuestras valiosísimas personas.
Mowgli no objetó nada a esto. Los monos, varios centenares, se reunieron en la terraza para escuchar a sus propios oradores. estos entonaban alabanzas a los Bandar-log, y cuantas veces uno de los oradores callaba durante un instante para tomar aliento, los demás gritaban al unísono:
-¡Muy cierto! ésa es también nuestra opinión!
Mowgli
afirmaba con la cabeza y parpadeaba, añadía un "sí" cuando le
preguntaban algo y sentía que le daban vahídos, aturdido por el
alboroto.
-Tabaqui el chacal -pensaba- seguramente mordió a todos
éstos, y por eso se volvieron locos. A la verdad esto es dewanee, la
locura. ¿No dormirá nunca esta gente? Por allá veo una nube que cubrirá a
la luna. ¡Ojalá la nube sea bastante grande! Así podría escaparme,
amparándome en la oscuridad. Pero me siento fatigado.
Al mismo tiempo que Mowgli, dos amigos de él miraban aquella misma nube desde los fosos, cegados a medias, que circundaban las murallas de la ciudad. Bagheera y Kaa sabían lo peligroso que era enfrentarse con el pueblo de los monos cuando éstos se reunían en crecido número, y no querían arriesgarse demasiado. Porque los monos nunca aceptan la lucha, como no sea en proporción de cien a uno y pocos son los habitantes de la selva que aceptan tan desiguales condiciones.
-Me dirigiré al lado oeste de la muralla -musitó Kaa en voz tan baja que pareció un susurro-; desde allí me lanzaré rápidamente, aprovechando el declive del terreno. A mí no se me echarán encima a centenares, pero...
-Yo sé lo que haré. ¡Si Baloo estuviera aquí!... Pero tendremos que limitarnos a lo que podamos. Cuando esa nube cubre la luna al pasar junto a ella, iré a la terraza. Están allí celebrando una suerte de consejo para hablar del muchacho.
-¡Buena caza! dijo Kaa con aire fiero y se deslizó suavemente hacia el lado occidental del muro.
Era éste, por casualidad, el que se encontraba mejor conservado; la enorme serpiente tardó un poco en encontrar un camino transitable por entre las piedras.
La nube cubrió la luz de la luna. Cuando Mowgli se preguntó qué iba a acontecer entonces ahí, oyó los ligerísimos pasos de Bagheera que estaba ya en la terraza. Había subido el declive casi sin ruido y empezó de inmediato a repartir golpes -ya que comprendió que morder sería perder el tiempo- a derecha y a izquierda entre la multitud de monos que, en torno de Mowgli, estaban sentados en círculos de cincuenta o sesenta de fondo.
Se escuchó un aullido general de miedo y de rabia, y entonces, al tropezar Bagheera con los cuerpos que rodaban por el suelo pateando debajo del suyo, uno de los monos chilló:
-¡Nada más es uno, uno solo! ¡Mátenlo! ¡Mátenlo!
Se arrojó contra Bagheera un desordenado montón de monos que mordían, arañaban, rasgaban y arrancaban cuanto les salía al paso, en tanto que cinco o seis se apoderaron de Mowgli, lo arrastraron a lo alto del cenador y lo metieron por un agujero de la rota cúpula y lo dejaron caer dentro de ella. Hubiera sufrido serio daño cualquier muchacho educado entre los hombres, pues la caída, cuando menos, fue de cuatro metros de altura; pero Mowgli cayó de pie, tal como Baloo lo había enseñado.
-Allí te quedas -le gritaron- hasta que matemos a tus amigos, y luego vendremos a jugar contigo... si te dejó con vida el pueblo Venenoso.
-¡Ustedes y yo somos de la misma sangre! -dijo Mowgli apresurándose a decir las palabras mágicas que sirven para las serpientes. Oía claramente roces y silbidos entre las piedras que lo rodeaban, y, para mejor asegurarse, tornó a gritar lo mismo.
-¡Esss verdad! ¡Ustedes! ¡Abajo las capuchas! -exclamaron media docena de voces muy suaves; cada sitio en ruinas se convierte en la India, tarde o temprano en morada de serpientes y el antiguo cenador era un hervidero de cobras-. Permanece quieto, hermanito, para que tus pies no nos lastimen.
Mowgli procuró mantenerse lo más quieto posible; miraba al través de los calados de mármol y escuchaba el ruido de la rabiosa lucha que los monos libraban contra la pantera negra: eran aullidos, rechinar de dientes y golpes secos de la refriega; y asimismo se percibía el profundo y ronco resoplido de Bagheera mientras retrocedía, avanzaba, se revolvía o se hundía bajo las enormes masas de sus enemigos. Por primera vez en su vida, Bagheere luchaba únicamente por salvar su propio pellejo.
-Por aquí cerca debe andar Baloo porque Bagheera no se hubiera arriesgado a venir sola -pensó Mowgli.
Y entonces gritó:
-A las cisternas. Bagheera, a las cisternas! ¡Vete a ellas y zambúllete dentro. ¡Al agua!
Al escuchar la voz de Mowgli, Bagheera supo que estaba el muchacho a salvo, y entonces sintió renacer sus fuerzas. Desesperadamente, metro a metro y repartiendo golpes en silencio, se abrió camino en dirección de las cisternas.
En ese momento, desde el muro en ruinas que estaba más próximo a la selva, se elevó el rugiente grito de guerra de Baloo. El buen oso hizo todo cuanto pudo; pero aun así, no le fue posible llegar antes.
-¡Bagheera, aquí estoy! -gritó-. ¡Ahora subo! ¡Corro en tu ayuda! ¡Ahuworaaa! ¡Resbalan las piedras bajo mis plantas, pero espérame! ¡Ah, infames Bandar-log!
Llegó a la terraza casi sin aliento, e inmediatamente su cuerpo desapareció, hasta el cuello, bajo una verdadera oleada de monos; pero se plantó resueltamente en dos pies, abrió los brazos, cogió entre ellos el mayor número posible de enemigos y empezó a golpeados con un no interrumpido ¡paf! ¡paf! ¡paf! que parecía el chapoteo de una rueda de palas. El ruido de algo que cayó en el agua hizo saber a Mowgli que Bagheera había logrado abrirse paso hasta la cisterna, en la que ya no podían perseguirla los monos.
Estaba echada la pantera, respirando anhelosamente por la boca con el agua hasta el cuello, en tanto que los monos la vigilaban desde los rojos escalones sentados en filas de tres en fondo; subían y bajaban rabiosamente, prestos a saltar sobre ella, desde todos los lados a la vez, si ella intentaba salir para ayudar a Baloo.
Fue entonces cuando Bagheera levantó la cabeza -el agua le chorreaba de la barbilla-, y, perdida ya toda esperanza, lanzó en busca de protección el grito que sirve para las serpientes: "Tú y yo somos de la misma sangre"; creyó que, en el último minuto, Kaa se había vuelto atrás. Inclusive Baloo, medio ahogado bajo la masa de monos que no lo dejaba avanzar en el borde de la terraza, no pudo reprimir la risa cuando oyó que la pantera negra pedía auxilio.
Pero en aquellos precisos momentos Kaa se acababa de abrir paso entre el muro situado hacia el oeste; el último esfuerzo que hizo para trasponerlo, hizo que se produjera un desprendimiento en las piedras de la albardilla, y una piedra rodó hasta el fondo del foso. No quiso desperdiciar ninguna de las ventajas que le proporcionaba aquel terreno; se enroscó y desenroscó varias veces para comprobar que su cuerpo tenía amplia capacidad para trabajar con lucimiento.
Hizo esto en tanto que se desarrollaba la lucha en que Baloo desempeñaba el principal papel; en tanto que en derredor de Bagheera, en la cisterna, aullaban los monos, y mientras Mang, el murciélago, volando de un lado a otro, llevaba la noticia de la gran batalla por toda la selva, de tal manera que inclusive Hathi, el elefante salvaje, empezó a dar bramidos, y a lo lejos, grupos dispersos de monos que se despertaron, fueron brincando entre los arboles, a prestar ayuda a sus compañeros de las moradas frías, al mismo tiempo que se ponían alerta todas las aves diurnas de algunas leguas a la redonda.
Entonces, rápidamente, Kaa atacó en línea recta, sintiendo el vivo deseo de matar. Todo el poder que tiene en la lucha una serpiente pitón, estriba en el empuje con que su cabeza embiste, apoyada por el fuerte y pesado cuerpo. Si se imagina el lector una lanza, un ariete o un martillo que pese media tonelada, y que pueda ser movido por una inteligencia, fría, calmosa, que resida en el mango o en el asta, tendrá una idea aproximada de lo que era Kaa en el terreno de la lucha.
Una serpiente pitón, de no más de un metro, o un metro y medio de longitud, puede perfectamente derribar a un hombre si se lanza contra él de frente y le pega en mitad del pecho.
Pues bien: hay que recordar que Kaa medía nueve metros de largo. Su primera embestida fue contra el centro de la tremenda masa que rodeaba a Baloo. Fue una arremetida a boca cerrada, silenciosa. No necesitó ir acompañada de la segunda. Los monos huyeron en desbandada, gritando:
-¡Kaa! ¡Es Kaa! ¡Huyan! ¡Huyan!
Generaciones enteras de monos habían aprendido a hacer lo que era debido en presencia de Kaa, gracias a las narraciones que sobre ésta habían escuchado de sus mayores; sobre ésta, a quien llamaban ladrona nocturna, que podía deslizarse a lo largo de las ramas de los árboles con el mismo silencio con que crece el musgo, y llevarse consigo al mono más fuerte que jamás vivió en el mundo; sobre la vieja Kaa. que tenía suma pericia para tomar el aspecto de una rama muerta o de un tronco de árbol carcomido, de tal manera que hasta los más hábiles se engañaban, hasta que el tronco se apoderaba de ellos. Kaa, representaba para los monos lo más temible de la selva, porque ninguno de ellos sabía hasta dónde llegaba su poder; ninguno osaba mirarla cara a cara, y jamás nadie salió con vida de entre sus anillos.
Por todo esto, muertos de miedo, huyeron hacia los muros y los techos de las casas, y, al cabo, Baloo pudo respirar. Su piel era más gruesa que la de Bagheera, pero había sufrido gravemente en la lucha.
Por primera vez, abrió Kaa la boca y emitió un largo silbido, que era una de sus palabras; esto hizo que los monos que acudían presurosos desde lejos en defensa de sus hermanos de las moradas frías, detuviéranse instantáneamente en el lugar donde estaban, completamente acobardados, y su peso hacía doblar y crujir las ramas. Cesó la algazara de los que se encontraban sobre los muros y las casas vacías, y, en medio del silencio que reinó en la ciudad, Mowgli oyó a Bagheera sacudiéndose de encima el agua, al salir de la cisterna.
De nuevo estalló entonces la algarabía de antes. Los monos se encaramaron por los muros a mayor altura; asiéndose al cuello de los grandes ídolos de piedra, chillaron saltando por los almenados muros. Y mientras esto acontecía, Mowgli, bailoteando en el cenador, miraba por los calados del mármol y graznaba como un búho en son de burla para demostrar su alegría.
-Saca al hombrecito fuera de esa trampa, pues yo ya no puedo hacer nada más -dijo Bagheera casi sin aliento-. Cojámoslo y vámonos; podría ser que de nuevo nos atacaran.
-No se atreverán a moverse hasta que yo se los mande. ¡Quietos! ¡Asssi! -silbó Kaa, y una vez más la ciudad quedó en silencio.
Continuó Kaa, dirigiéndose a Bagheera:
-No pude venir antes, hermana; pero me pareció haberte oído llamar...
-Puede ser... puede ser que haya gritado en mitad de la lucha - respondió Bagheera-. Baloo, ¿te hicieron daño?
-De tanto estirarrne, no estoy muy seguro de que no me hayan convertido en un centenar de pequeños oseznos -respondió gravemente Baloo, alargando una pata y luego la otra-. ¡Wow!... Tengo todo el cuerpo dolorido... Kaa, creo que a ti te debemos la vida Bagheera y yo...
-¡Qué más da! ¿Dónde está el hombrecito?
-Aquí en la trampa! No puedo trepar para salir de ella -gritó Mowgli. Veía sobre su cabeza la curva de la rota cúpula.
-Sáquenlo de aquí. Baila y baila como Mao, el pavo real, y aplastará a nuestros pequeñuelos - dijeron desde dentro las cobras.
-¡Ja, ja, ja! -se rió Kaa-. Donde quiera tiene amigos este hombrecito. Échate un poco hacia atrás. Y ustedes, Pueblo Venenoso, escóndanse. Derribaré la pared.
Kaa examinó detenidamente para descubrir en los calados de mármol una grieta que indicara un punto débil; dio encima dos o tres golpecitos con la cabeza para calcular la distancia conveniente, y luego, levantando por completo del suelo el cuerpo, en una longitud de cerca de dos metros, dio con toda su fuerza media docena de terribles testaradas y su nariz fue la primera que pegó contra el mármol. El cenador cayó en pedazos envueltos en una nube de polvo y de escombros. Mowgli saltó por el boquete abierto y se arrojó entre Baloo y Bagheera y pasó un brazo en torno del cuello de cada uno.
-¿Te hicieron daño? -preguntó Baloo, abrazándolo tiernamente.
-Me duele todo el cuerpo, tengo hambre y estoy lleno de cardenales. Pero... ¡oh! ¡Cómo los pusieron a ustedes! ... ¡Están cubiertos de sangre!
-Otros también lo están -respondió Bagheera relamiéndose y mirando el gran número de monos muertos que había en la terraza, en derredor de la cisterna.
-¡Eso no es nada... no es nada! -gimoteó Baloo-. ¡Lo importante es que tú te hayas salvado, ranita mía, orgullo mío!
-Ya hablaremos de eso más tarde -dijo Bagheera, tan secamente que Mowgli se sintió desazonado-. Pero aquí está Kaa, a la cual debemos nosotros haber ganado la batalla, y tú, la vida. Dale las gracias, segun es nuestra costumbre, Mowgli.
Se volvió éste, y vio, a muy poca distancia de su cabeza, a la gran serpiente pitón, que balanceaba la suya.
-De modo que éste es el hombrecito -observó Kaa-. Su piel es muy fina, y ciertamente tiene parecido con los Bandar-log. Cuídate, hombrecito, de que no me equivoque y te tome por un mono, algún día, cuando haya acabado de cambiar de piel.
-Tú y yo somos de la misma sangre -respondió Mowgli-. Me salvaste la vida esta noche. Será para ti, Kaa, lo que yo mate en la caza, siempre que sientas hambre.
-Mil gracias, herrnanito -dijo Kaa, cuyos ojos brillaron maliciosamente-. ¿Qué puede matar tan fiero cazador? Pido permiso desde ahora para seguirte cuando vayas de cacería.
-Nada mato. .. Soy demasiado pequeño para ello. Con todo, acorralo a las cabras y las hago ir al sitio en que están los que pueden apoderarse de ellas. Cuando tengas el vientre vacío, ven conmigo y verás si te engaño. Soy un tanto diestro en el manejo de éstas -añadió mostrando sus manos-; si algún día llegas a caer en una trampa, podría pagarte entonces la deuda que he contraído contigo, con Baghera y con Baloo, aquí presentes. ¡Buena suerte para todos, maestros míos!
-¡Bien dicho! -gruñó Baloo, pues vio la habilidad con que había dado Mowgli las gracias.
Kaa dejó caer suavemente por un momento su cabeza sobre el hombro del muchacho y le dijo:
-Es tan grande tu corazón, como cortés tu lengua. Ambos te llevarán muy lejos en la Selva, hombrecito. Ahora, márchate pronto de aquí con tus amigos. Márchate y ve a dormir; la luna va a dejarnos y no es conveniente que veas lo que sucederá.
Desaparecía la luna tras las colinas, y diríase que las filas de monos, temblando de miedo, agrupados sobre los muros y las almenas, parecían la rota y movible orla de aquel escenario. Baloo se dirigió a la cisterna para beber, Bagheera se alisaba la piel y Kaa se deslizó hasta el centro de la terraza, cerrando la boca con un sonoro crujido que atrajo las miradas de todos los monos.
-La luna se oculta -dijo-. ¿Hay suficiente luz todavía para que puedan verme?
De los muros se desprendió una especie de gemido semejante al que produce el Viento en las copas de los árboles.
-Todavía podemos verte, Kaa -se oyó.
-Está bien. Empieza ahora la danza.., la Danza del Hambre de Kaa. Esténse quietos y miren.
Se enroscó entonces dos o tres veces en forma de un gran círculo y balanceó la cabeza de derecha a izquierda. Luego empezó a formar con su cuerpo óvalos y ochos, triángulos viscosos de vértices romos que se disolvían en cuadrados y pentágonos y torres hechas de anillos. No descansaba un momento, no se apresuraba nunca, no cesaba el zumbido de su canción especial. Oscurecía cada vez más, hasta que dejaron de verse al fin las cambiantes ondulaciones de la serpiente; con todo, podía aún oírse el rumor que producían sus escamas.
Como si fuesen de piedra, se quedaron parados Baloo y Bagheera, lanzaban sordos aullidos guturales y erizaban los pelos del cuello. Mowgli miraba todo aquello sorprendido.
-Bandar-log -dijo al fin Kaa-: ¿Pueden mover los pies o las manos sin que yo se lo ordene? ¡Hablen!
-No podemos hacer eso sin orden tuya, Kaa.
-¡Así está bien! Den un paso al frente. Acérquense.
Sin poder resistir, las filas de monos se inclinaron hacia adelante; al mismo tiempo que ellas, dieron también un paso, inconscientemente, Bagheera y Baloo.
-¡Más cerca! -siibó Kaa, y los monos se movieron de nuevo.
Mowgli puso sus manos sobre Baloo y Bagheera para llevárselos de allí, y las dos enormes fieras echaron a andar como si despertaran de un sueño.
-No quites tu mano de mi hombro -bisbisó Bagheera-. No la quites, o no podré menos de retroceder... tendré que ir a donde está Kaa. ¡Aah!
-¡Pero si no hace otra cosa que trazar círculos en el suelo! -dijo Mowgli-. Vámonos.
Y los tres escaparon por un boquete abierto en las murallas y se dirigieron a la Selva.
-¡Woof! -gruñó Baloo al encontrarse de nuevo bajo los árboles-. Nunca más buscaré a Kaa para aliada. -Y sacudió el cuerpo.
-Sabe más que nosotros -dijo Bagheera temblando-. Si me quedo allí un rato más, hubiera ido a parar derecho a su garganta.
-Antes de que salga de nuevo la luna, muchos serán los que vayan a parar a ella -afirmó Baloo-.. ¡Buena caza tendrá.., a su modo!
-Pero, ¿cuál era el significado de todo aquello? -preguntó Mowgli, porque ignoraba el poder de fascinación de Kaa-. No vi sino a una enorme serpiente que trazaba círculos del modo más idiota, hasta que quedamos en la oscuridad. Y tenía la nariz muy hinchada. ¡Jo, jo, jo!
-Mowgli -le dijo Bagheera de muy mal humor-: si su nariz estaba hinchada, fue por tu culpa; por tu culpa también están mis orejas, mis flancos, mis patas y el cuello y pecho de Baloo llenos de mordiscos. En muchos días, no podrán cazar a gusto ni Bagheera ni Baloo.
-No importa -respondió Baloo-; recobramos al hombrecito.
-Es verdad, pero nos costó nuestro tiempo, el cual hubiéramos podido emplear mucho mejor en una buena cacería. También nos costó nuestras heridas, nuestro pelo (tengo raída a medias la espalda), y nuestra honra, finalmente. Porque, recuerda, Mowgli, que yo, la pantera negra, hube de llamar en auxilio mío a Kaa, y Baloo y yo quedamos aturdidos como pajarillos al ver la Danza del Hambre. Todo esto, por haber ido tú a jugar con los Bandar-log.
-Es verdad, es verdad -respondió con tristeza Mowgli-. Soy un hombrecito muy malo, y aquí, en mi pecho, siento la tristeza de haberlo sido.
-¡Je! ¿Cómo dice la ley de la selva, Baloo?
Éste no deseaba acumular más desdichas sobre Mowgli, pero tampoco podía hacer burla de la ley, de manera que murmuró:
-No libra del castigo el arrepentimiento. Pero recuerda, Bagheera que todavía es muy chico - añadió.
-Lo recuerdo, pero, puesto que cometió una falta, hay que pegarle. ¿Tienes algo que decir, Mowgli?
-Nada. Hice mal. Baloo y tú están heridos. Es justo.
Entonces Bagheera le dio media docena de golpes; juzgándolos con criterio de pantera, fueron leves y cariñosos y apenas hubieran despabilado a uno de sus cachorros. Pero para un niño de siete años, fue una paliza en verdad fenomenal, y ciertamente el lector no hubiera querido recibirla. Cuando terminó el castigo, Mowgli estornudó y se enderezó de nuevo, sin decir palabra.
-Ahora -dijo Bagheera-, siéntate en mi lomo, hermanito, y volvamos a casa.
Cosa muy hermosa en la ley de la selva y que puede notarse fácilmente es que el castigo salda en definitiva las cuentas pendientes, y ya no se habla más del asunto.
Se tendió Mowgli en el lomo de Bagheera, apoyó en él la cabeza y tan profundamente se durmió, que ni siquiera despertó cuando lo pusieron junto a mamá Loba, en la caverna donde tenía su hogar.
Al mismo tiempo que Mowgli, dos amigos de él miraban aquella misma nube desde los fosos, cegados a medias, que circundaban las murallas de la ciudad. Bagheera y Kaa sabían lo peligroso que era enfrentarse con el pueblo de los monos cuando éstos se reunían en crecido número, y no querían arriesgarse demasiado. Porque los monos nunca aceptan la lucha, como no sea en proporción de cien a uno y pocos son los habitantes de la selva que aceptan tan desiguales condiciones.
-Me dirigiré al lado oeste de la muralla -musitó Kaa en voz tan baja que pareció un susurro-; desde allí me lanzaré rápidamente, aprovechando el declive del terreno. A mí no se me echarán encima a centenares, pero...
-Yo sé lo que haré. ¡Si Baloo estuviera aquí!... Pero tendremos que limitarnos a lo que podamos. Cuando esa nube cubre la luna al pasar junto a ella, iré a la terraza. Están allí celebrando una suerte de consejo para hablar del muchacho.
-¡Buena caza! dijo Kaa con aire fiero y se deslizó suavemente hacia el lado occidental del muro.
Era éste, por casualidad, el que se encontraba mejor conservado; la enorme serpiente tardó un poco en encontrar un camino transitable por entre las piedras.
La nube cubrió la luz de la luna. Cuando Mowgli se preguntó qué iba a acontecer entonces ahí, oyó los ligerísimos pasos de Bagheera que estaba ya en la terraza. Había subido el declive casi sin ruido y empezó de inmediato a repartir golpes -ya que comprendió que morder sería perder el tiempo- a derecha y a izquierda entre la multitud de monos que, en torno de Mowgli, estaban sentados en círculos de cincuenta o sesenta de fondo.
Se escuchó un aullido general de miedo y de rabia, y entonces, al tropezar Bagheera con los cuerpos que rodaban por el suelo pateando debajo del suyo, uno de los monos chilló:
-¡Nada más es uno, uno solo! ¡Mátenlo! ¡Mátenlo!
Se arrojó contra Bagheera un desordenado montón de monos que mordían, arañaban, rasgaban y arrancaban cuanto les salía al paso, en tanto que cinco o seis se apoderaron de Mowgli, lo arrastraron a lo alto del cenador y lo metieron por un agujero de la rota cúpula y lo dejaron caer dentro de ella. Hubiera sufrido serio daño cualquier muchacho educado entre los hombres, pues la caída, cuando menos, fue de cuatro metros de altura; pero Mowgli cayó de pie, tal como Baloo lo había enseñado.
-Allí te quedas -le gritaron- hasta que matemos a tus amigos, y luego vendremos a jugar contigo... si te dejó con vida el pueblo Venenoso.
-¡Ustedes y yo somos de la misma sangre! -dijo Mowgli apresurándose a decir las palabras mágicas que sirven para las serpientes. Oía claramente roces y silbidos entre las piedras que lo rodeaban, y, para mejor asegurarse, tornó a gritar lo mismo.
-¡Esss verdad! ¡Ustedes! ¡Abajo las capuchas! -exclamaron media docena de voces muy suaves; cada sitio en ruinas se convierte en la India, tarde o temprano en morada de serpientes y el antiguo cenador era un hervidero de cobras-. Permanece quieto, hermanito, para que tus pies no nos lastimen.
Mowgli procuró mantenerse lo más quieto posible; miraba al través de los calados de mármol y escuchaba el ruido de la rabiosa lucha que los monos libraban contra la pantera negra: eran aullidos, rechinar de dientes y golpes secos de la refriega; y asimismo se percibía el profundo y ronco resoplido de Bagheera mientras retrocedía, avanzaba, se revolvía o se hundía bajo las enormes masas de sus enemigos. Por primera vez en su vida, Bagheere luchaba únicamente por salvar su propio pellejo.
-Por aquí cerca debe andar Baloo porque Bagheera no se hubiera arriesgado a venir sola -pensó Mowgli.
Y entonces gritó:
-A las cisternas. Bagheera, a las cisternas! ¡Vete a ellas y zambúllete dentro. ¡Al agua!
Al escuchar la voz de Mowgli, Bagheera supo que estaba el muchacho a salvo, y entonces sintió renacer sus fuerzas. Desesperadamente, metro a metro y repartiendo golpes en silencio, se abrió camino en dirección de las cisternas.
En ese momento, desde el muro en ruinas que estaba más próximo a la selva, se elevó el rugiente grito de guerra de Baloo. El buen oso hizo todo cuanto pudo; pero aun así, no le fue posible llegar antes.
-¡Bagheera, aquí estoy! -gritó-. ¡Ahora subo! ¡Corro en tu ayuda! ¡Ahuworaaa! ¡Resbalan las piedras bajo mis plantas, pero espérame! ¡Ah, infames Bandar-log!
Llegó a la terraza casi sin aliento, e inmediatamente su cuerpo desapareció, hasta el cuello, bajo una verdadera oleada de monos; pero se plantó resueltamente en dos pies, abrió los brazos, cogió entre ellos el mayor número posible de enemigos y empezó a golpeados con un no interrumpido ¡paf! ¡paf! ¡paf! que parecía el chapoteo de una rueda de palas. El ruido de algo que cayó en el agua hizo saber a Mowgli que Bagheera había logrado abrirse paso hasta la cisterna, en la que ya no podían perseguirla los monos.
Estaba echada la pantera, respirando anhelosamente por la boca con el agua hasta el cuello, en tanto que los monos la vigilaban desde los rojos escalones sentados en filas de tres en fondo; subían y bajaban rabiosamente, prestos a saltar sobre ella, desde todos los lados a la vez, si ella intentaba salir para ayudar a Baloo.
Fue entonces cuando Bagheera levantó la cabeza -el agua le chorreaba de la barbilla-, y, perdida ya toda esperanza, lanzó en busca de protección el grito que sirve para las serpientes: "Tú y yo somos de la misma sangre"; creyó que, en el último minuto, Kaa se había vuelto atrás. Inclusive Baloo, medio ahogado bajo la masa de monos que no lo dejaba avanzar en el borde de la terraza, no pudo reprimir la risa cuando oyó que la pantera negra pedía auxilio.
Pero en aquellos precisos momentos Kaa se acababa de abrir paso entre el muro situado hacia el oeste; el último esfuerzo que hizo para trasponerlo, hizo que se produjera un desprendimiento en las piedras de la albardilla, y una piedra rodó hasta el fondo del foso. No quiso desperdiciar ninguna de las ventajas que le proporcionaba aquel terreno; se enroscó y desenroscó varias veces para comprobar que su cuerpo tenía amplia capacidad para trabajar con lucimiento.
Hizo esto en tanto que se desarrollaba la lucha en que Baloo desempeñaba el principal papel; en tanto que en derredor de Bagheera, en la cisterna, aullaban los monos, y mientras Mang, el murciélago, volando de un lado a otro, llevaba la noticia de la gran batalla por toda la selva, de tal manera que inclusive Hathi, el elefante salvaje, empezó a dar bramidos, y a lo lejos, grupos dispersos de monos que se despertaron, fueron brincando entre los arboles, a prestar ayuda a sus compañeros de las moradas frías, al mismo tiempo que se ponían alerta todas las aves diurnas de algunas leguas a la redonda.
Entonces, rápidamente, Kaa atacó en línea recta, sintiendo el vivo deseo de matar. Todo el poder que tiene en la lucha una serpiente pitón, estriba en el empuje con que su cabeza embiste, apoyada por el fuerte y pesado cuerpo. Si se imagina el lector una lanza, un ariete o un martillo que pese media tonelada, y que pueda ser movido por una inteligencia, fría, calmosa, que resida en el mango o en el asta, tendrá una idea aproximada de lo que era Kaa en el terreno de la lucha.
Una serpiente pitón, de no más de un metro, o un metro y medio de longitud, puede perfectamente derribar a un hombre si se lanza contra él de frente y le pega en mitad del pecho.
Pues bien: hay que recordar que Kaa medía nueve metros de largo. Su primera embestida fue contra el centro de la tremenda masa que rodeaba a Baloo. Fue una arremetida a boca cerrada, silenciosa. No necesitó ir acompañada de la segunda. Los monos huyeron en desbandada, gritando:
-¡Kaa! ¡Es Kaa! ¡Huyan! ¡Huyan!
Generaciones enteras de monos habían aprendido a hacer lo que era debido en presencia de Kaa, gracias a las narraciones que sobre ésta habían escuchado de sus mayores; sobre ésta, a quien llamaban ladrona nocturna, que podía deslizarse a lo largo de las ramas de los árboles con el mismo silencio con que crece el musgo, y llevarse consigo al mono más fuerte que jamás vivió en el mundo; sobre la vieja Kaa. que tenía suma pericia para tomar el aspecto de una rama muerta o de un tronco de árbol carcomido, de tal manera que hasta los más hábiles se engañaban, hasta que el tronco se apoderaba de ellos. Kaa, representaba para los monos lo más temible de la selva, porque ninguno de ellos sabía hasta dónde llegaba su poder; ninguno osaba mirarla cara a cara, y jamás nadie salió con vida de entre sus anillos.
Por todo esto, muertos de miedo, huyeron hacia los muros y los techos de las casas, y, al cabo, Baloo pudo respirar. Su piel era más gruesa que la de Bagheera, pero había sufrido gravemente en la lucha.
Por primera vez, abrió Kaa la boca y emitió un largo silbido, que era una de sus palabras; esto hizo que los monos que acudían presurosos desde lejos en defensa de sus hermanos de las moradas frías, detuviéranse instantáneamente en el lugar donde estaban, completamente acobardados, y su peso hacía doblar y crujir las ramas. Cesó la algazara de los que se encontraban sobre los muros y las casas vacías, y, en medio del silencio que reinó en la ciudad, Mowgli oyó a Bagheera sacudiéndose de encima el agua, al salir de la cisterna.
De nuevo estalló entonces la algarabía de antes. Los monos se encaramaron por los muros a mayor altura; asiéndose al cuello de los grandes ídolos de piedra, chillaron saltando por los almenados muros. Y mientras esto acontecía, Mowgli, bailoteando en el cenador, miraba por los calados del mármol y graznaba como un búho en son de burla para demostrar su alegría.
-Saca al hombrecito fuera de esa trampa, pues yo ya no puedo hacer nada más -dijo Bagheera casi sin aliento-. Cojámoslo y vámonos; podría ser que de nuevo nos atacaran.
-No se atreverán a moverse hasta que yo se los mande. ¡Quietos! ¡Asssi! -silbó Kaa, y una vez más la ciudad quedó en silencio.
Continuó Kaa, dirigiéndose a Bagheera:
-No pude venir antes, hermana; pero me pareció haberte oído llamar...
-Puede ser... puede ser que haya gritado en mitad de la lucha - respondió Bagheera-. Baloo, ¿te hicieron daño?
-De tanto estirarrne, no estoy muy seguro de que no me hayan convertido en un centenar de pequeños oseznos -respondió gravemente Baloo, alargando una pata y luego la otra-. ¡Wow!... Tengo todo el cuerpo dolorido... Kaa, creo que a ti te debemos la vida Bagheera y yo...
-¡Qué más da! ¿Dónde está el hombrecito?
-Aquí en la trampa! No puedo trepar para salir de ella -gritó Mowgli. Veía sobre su cabeza la curva de la rota cúpula.
-Sáquenlo de aquí. Baila y baila como Mao, el pavo real, y aplastará a nuestros pequeñuelos - dijeron desde dentro las cobras.
-¡Ja, ja, ja! -se rió Kaa-. Donde quiera tiene amigos este hombrecito. Échate un poco hacia atrás. Y ustedes, Pueblo Venenoso, escóndanse. Derribaré la pared.
Kaa examinó detenidamente para descubrir en los calados de mármol una grieta que indicara un punto débil; dio encima dos o tres golpecitos con la cabeza para calcular la distancia conveniente, y luego, levantando por completo del suelo el cuerpo, en una longitud de cerca de dos metros, dio con toda su fuerza media docena de terribles testaradas y su nariz fue la primera que pegó contra el mármol. El cenador cayó en pedazos envueltos en una nube de polvo y de escombros. Mowgli saltó por el boquete abierto y se arrojó entre Baloo y Bagheera y pasó un brazo en torno del cuello de cada uno.
-¿Te hicieron daño? -preguntó Baloo, abrazándolo tiernamente.
-Me duele todo el cuerpo, tengo hambre y estoy lleno de cardenales. Pero... ¡oh! ¡Cómo los pusieron a ustedes! ... ¡Están cubiertos de sangre!
-Otros también lo están -respondió Bagheera relamiéndose y mirando el gran número de monos muertos que había en la terraza, en derredor de la cisterna.
-¡Eso no es nada... no es nada! -gimoteó Baloo-. ¡Lo importante es que tú te hayas salvado, ranita mía, orgullo mío!
-Ya hablaremos de eso más tarde -dijo Bagheera, tan secamente que Mowgli se sintió desazonado-. Pero aquí está Kaa, a la cual debemos nosotros haber ganado la batalla, y tú, la vida. Dale las gracias, segun es nuestra costumbre, Mowgli.
Se volvió éste, y vio, a muy poca distancia de su cabeza, a la gran serpiente pitón, que balanceaba la suya.
-De modo que éste es el hombrecito -observó Kaa-. Su piel es muy fina, y ciertamente tiene parecido con los Bandar-log. Cuídate, hombrecito, de que no me equivoque y te tome por un mono, algún día, cuando haya acabado de cambiar de piel.
-Tú y yo somos de la misma sangre -respondió Mowgli-. Me salvaste la vida esta noche. Será para ti, Kaa, lo que yo mate en la caza, siempre que sientas hambre.
-Mil gracias, herrnanito -dijo Kaa, cuyos ojos brillaron maliciosamente-. ¿Qué puede matar tan fiero cazador? Pido permiso desde ahora para seguirte cuando vayas de cacería.
-Nada mato. .. Soy demasiado pequeño para ello. Con todo, acorralo a las cabras y las hago ir al sitio en que están los que pueden apoderarse de ellas. Cuando tengas el vientre vacío, ven conmigo y verás si te engaño. Soy un tanto diestro en el manejo de éstas -añadió mostrando sus manos-; si algún día llegas a caer en una trampa, podría pagarte entonces la deuda que he contraído contigo, con Baghera y con Baloo, aquí presentes. ¡Buena suerte para todos, maestros míos!
-¡Bien dicho! -gruñó Baloo, pues vio la habilidad con que había dado Mowgli las gracias.
Kaa dejó caer suavemente por un momento su cabeza sobre el hombro del muchacho y le dijo:
-Es tan grande tu corazón, como cortés tu lengua. Ambos te llevarán muy lejos en la Selva, hombrecito. Ahora, márchate pronto de aquí con tus amigos. Márchate y ve a dormir; la luna va a dejarnos y no es conveniente que veas lo que sucederá.
Desaparecía la luna tras las colinas, y diríase que las filas de monos, temblando de miedo, agrupados sobre los muros y las almenas, parecían la rota y movible orla de aquel escenario. Baloo se dirigió a la cisterna para beber, Bagheera se alisaba la piel y Kaa se deslizó hasta el centro de la terraza, cerrando la boca con un sonoro crujido que atrajo las miradas de todos los monos.
-La luna se oculta -dijo-. ¿Hay suficiente luz todavía para que puedan verme?
De los muros se desprendió una especie de gemido semejante al que produce el Viento en las copas de los árboles.
-Todavía podemos verte, Kaa -se oyó.
-Está bien. Empieza ahora la danza.., la Danza del Hambre de Kaa. Esténse quietos y miren.
Se enroscó entonces dos o tres veces en forma de un gran círculo y balanceó la cabeza de derecha a izquierda. Luego empezó a formar con su cuerpo óvalos y ochos, triángulos viscosos de vértices romos que se disolvían en cuadrados y pentágonos y torres hechas de anillos. No descansaba un momento, no se apresuraba nunca, no cesaba el zumbido de su canción especial. Oscurecía cada vez más, hasta que dejaron de verse al fin las cambiantes ondulaciones de la serpiente; con todo, podía aún oírse el rumor que producían sus escamas.
Como si fuesen de piedra, se quedaron parados Baloo y Bagheera, lanzaban sordos aullidos guturales y erizaban los pelos del cuello. Mowgli miraba todo aquello sorprendido.
-Bandar-log -dijo al fin Kaa-: ¿Pueden mover los pies o las manos sin que yo se lo ordene? ¡Hablen!
-No podemos hacer eso sin orden tuya, Kaa.
-¡Así está bien! Den un paso al frente. Acérquense.
Sin poder resistir, las filas de monos se inclinaron hacia adelante; al mismo tiempo que ellas, dieron también un paso, inconscientemente, Bagheera y Baloo.
-¡Más cerca! -siibó Kaa, y los monos se movieron de nuevo.
Mowgli puso sus manos sobre Baloo y Bagheera para llevárselos de allí, y las dos enormes fieras echaron a andar como si despertaran de un sueño.
-No quites tu mano de mi hombro -bisbisó Bagheera-. No la quites, o no podré menos de retroceder... tendré que ir a donde está Kaa. ¡Aah!
-¡Pero si no hace otra cosa que trazar círculos en el suelo! -dijo Mowgli-. Vámonos.
Y los tres escaparon por un boquete abierto en las murallas y se dirigieron a la Selva.
-¡Woof! -gruñó Baloo al encontrarse de nuevo bajo los árboles-. Nunca más buscaré a Kaa para aliada. -Y sacudió el cuerpo.
-Sabe más que nosotros -dijo Bagheera temblando-. Si me quedo allí un rato más, hubiera ido a parar derecho a su garganta.
-Antes de que salga de nuevo la luna, muchos serán los que vayan a parar a ella -afirmó Baloo-.. ¡Buena caza tendrá.., a su modo!
-Pero, ¿cuál era el significado de todo aquello? -preguntó Mowgli, porque ignoraba el poder de fascinación de Kaa-. No vi sino a una enorme serpiente que trazaba círculos del modo más idiota, hasta que quedamos en la oscuridad. Y tenía la nariz muy hinchada. ¡Jo, jo, jo!
-Mowgli -le dijo Bagheera de muy mal humor-: si su nariz estaba hinchada, fue por tu culpa; por tu culpa también están mis orejas, mis flancos, mis patas y el cuello y pecho de Baloo llenos de mordiscos. En muchos días, no podrán cazar a gusto ni Bagheera ni Baloo.
-No importa -respondió Baloo-; recobramos al hombrecito.
-Es verdad, pero nos costó nuestro tiempo, el cual hubiéramos podido emplear mucho mejor en una buena cacería. También nos costó nuestras heridas, nuestro pelo (tengo raída a medias la espalda), y nuestra honra, finalmente. Porque, recuerda, Mowgli, que yo, la pantera negra, hube de llamar en auxilio mío a Kaa, y Baloo y yo quedamos aturdidos como pajarillos al ver la Danza del Hambre. Todo esto, por haber ido tú a jugar con los Bandar-log.
-Es verdad, es verdad -respondió con tristeza Mowgli-. Soy un hombrecito muy malo, y aquí, en mi pecho, siento la tristeza de haberlo sido.
-¡Je! ¿Cómo dice la ley de la selva, Baloo?
Éste no deseaba acumular más desdichas sobre Mowgli, pero tampoco podía hacer burla de la ley, de manera que murmuró:
-No libra del castigo el arrepentimiento. Pero recuerda, Bagheera que todavía es muy chico - añadió.
-Lo recuerdo, pero, puesto que cometió una falta, hay que pegarle. ¿Tienes algo que decir, Mowgli?
-Nada. Hice mal. Baloo y tú están heridos. Es justo.
Entonces Bagheera le dio media docena de golpes; juzgándolos con criterio de pantera, fueron leves y cariñosos y apenas hubieran despabilado a uno de sus cachorros. Pero para un niño de siete años, fue una paliza en verdad fenomenal, y ciertamente el lector no hubiera querido recibirla. Cuando terminó el castigo, Mowgli estornudó y se enderezó de nuevo, sin decir palabra.
-Ahora -dijo Bagheera-, siéntate en mi lomo, hermanito, y volvamos a casa.
Cosa muy hermosa en la ley de la selva y que puede notarse fácilmente es que el castigo salda en definitiva las cuentas pendientes, y ya no se habla más del asunto.
Se tendió Mowgli en el lomo de Bagheera, apoyó en él la cabeza y tan profundamente se durmió, que ni siquiera despertó cuando lo pusieron junto a mamá Loba, en la caverna donde tenía su hogar.
Canción de los Bandar-log al ponerse en camino
¡Henos aquí como un festón flotante
¡Henos aquí como un festón flotante
lanzado hacia la luna que lo envidia!
¿No quisierais ser uno de los nuestros?
¡Tener más de dos manos! ¡Qué delicia!
¿No envidiaís esta cola que parece
un arco, el de Cupido? ¿Os gustaría?
Consolaos, hermanos,
en vuestra espalda el rabo se adivina.
¡Henos aquí, sobre el ramaje quietos,
bellezas meditando, en largas filas;
soñando en grandes cosas, que al instante
veréis en realidades convertidas;
algo que ha de ser noble, y grande, y bueno...
que sólo con quererlo se conquista!
¡Ya veréis...! Más, hermanos,
en vuestra espalda el rabo se adivina.
Cuantas voces de fieras o de aves,
o bien de los murciélagos que chillan
(de animales de escamas, pluma o pelo)
hayamos escuchado en nuestra vida,
mezclémoslas, digámoslas cien veces
en rápida y confusa algarabía.
¡Magnífico, excelente! Procedemos
como los hombres, al hablar, harían.
¿No lo somos...? Hermanos,
en vuestra espalda el rabo se adivina.
Del pueblo de los monos
usanzas éstas son, y ésta es la vida.
¡Venid entre los pinos, buscad la uva silvestre,
venid, pues, con nosotros, formad en nuestras filas,
notad, al despertarnos, el ruido que metemos
y no dudéis que vamos a hacer cosas magníficas!
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