Roberto Fontanarrosa fue un escritor, humorista y dibujante argentino. Nació en Rosario en 1944 y falleció el 19 de Julio del 2007 (hoy hace 6 años). Apodado "el negro", fue una persona muy querida para todos los argentinos al punto que como aquí el 20 de julio festejamos el día del amigo, hubo una movida fallida para trasladar oficialmente ese festejo al 19 de Julio.
Escribió 3 novelas y varios libros de cuentos. Fue el autor de las tiras Inodoro Pereyra y Boogie el aceitoso.
Su cuento "Memorias de un wing derecho" inspiró el guión del film animado "Metegol" que se estrenó ayer. Pertenece al libro "El mundo ha vivido equivocado" publicado en 1985.
Memorias de un wing derecho
Y aquí estoy. Como siempre. Bien tirado contra
la raya. Abriendo la cancha. Y eso no me enseño nadie. Son cosas que uno ya sabe
solo. Y meter centros o ponerle al arco como venga. Para eso son wines. No me
vengan con eso de wing “ventilador” o wing “mentiroso” o las pelotas. Arriba y
contra la raya.
Abriendo la cancha para que no se amontonen
los forwards en el medio. Nada de andar bajando a ayudar al marcador de punta
ni nada de eso. Si el marcador de punta no puede con el wing de él... ¿para qué
m... juega de marcador de punta? Lo que pasa es que ahora cualquier mocoso le
sale con esas teorías nuevas y nuevas formas de juego o te viene con la “holandesa”
o la brasileña y otras estupideces.
¡Por favor! El fútbol es uno solo y a mí no me
saca de la formación clásica: el arquero bien parado en la raya y atento. Por
ahí escucho decir que Gatti juega por toda el área o sale hasta el medio de la cancha...
Y bueno, así le va. Yo al arquero lo quiero paradito en su arco y nada más.
Para eso es arquero. Después una línea de tres. Después otra de cinco. Y arriba
que nos dejen a nosotros tres. Más de veinte años hace que jugamos así y nos
hemos podrido de hacer goles. De a siete hacemos. Yo ya debo llevar como 6.800.
Yo solo... ¡Después me dicen de Pelé! O arman tanto despelote porque Maradona
hizo cien. Cien yo hago en una temporada. Y en verano, cuando los pibes se
quedan en el club como hasta las dos de la matina, me atrevo a hacer cuarenta,
cincuenta goles por semana. Cuarenta, cincuenta. Yo solo... Maradona... ¡Por
favor! Y eso para no hablar del centrofoward nuestro. Debe llevar más de 12.000
goles. Por debajo de las patas... Y...¡el tipo está ahí!
Donde deben estar los centrofoward. En la boca
del arco. En el área chica. Pelota que recibe, ¡Pum! Adentro. A cobrar. Y ojo,
que el nueve de los de Boca no es malo tampoco. Es el mismo estilo que el nuestro.
Siempre ahí: en la troya. Adonde están los japoneses. ¡Nos ha amargado más de
un partido, eh! Yo no he visto los goles que nos ha hecho pero escucho los
gritos y el ruido de la pelota adentro del arco.
Le da con un fierro el guacho. Pero, claro,
tiene dos wines que son dos salames. Por ahí si jugara al lado mío él también
habría hecho como 12.000 goles.
¡Si le habré servido goles al nueve! ¡Si le
habré servido goles! Me acuerdo el día del debut. Le estoy hablando de hace 25
años, 25 años, un cuarto de siglo. Sacaron la lona que cubría la cancha y le juro
que nos encegueció la luz. Un solazo bárbaro. Yo casi no podía ver por el
resplandor en las camisetas, especialmente en las nuestras. Claro, por el
blanco. Las bandas rojas parecían fuego. No como ahora, que está saltando todo
el esmalte y se ve el plomo. O el piso, del verde ya no queda casi nada. ¡Cómo
está ésta cancha!
¡Qué lástima! Qué poco cuidada está. Pero bueno,
ese día fue algo inolvidable. Era domingo al mediodía y se ve que los muchachos
estaban alborotados porque esa tarde jugaban River y Boca en el Monumental y
ellos se habían reunido en el club para irse todos juntos en el camión para el
partido. ¡Huy, lo que era ese día! Y claro, llegaron ahí y se encontraron con
que la Comisión Directiva había comprado el metegol.
Yo había escuchado desde abajo de la lona que
pensaban inaugurarlo esa noche cuando los socios se juntaban en la sede social
a comentar los partidos o tomarse un fernet antes de cenar. Pero... ¡qué!... apenas
los muchachos vieron el metegol al lado de la cancha de básquet ni siquiera se
molestaron en meterlo adentro.
¡Además, esto es pesado, eh! No sé cuántos
kilos debe pesar esto, pero es pesado. Puro fierro, de las cosas que se hacían
antes. Bueno, ahí nomás lo destaparon y se armó el partido. Yo calculo, calculo,
que había de haber entre 20 y 25 años personal viendo el partido. ¡No menos,
eh! No menos. Una multitud. Y había apuestas y todo. Le digo que calculo que
había esa gente porque yo ni miré para arriba, le juro, no me atrevía a
levantar la vista del cagazo que tenía. Le juro. Uno escuchaba bramar esa tribuna
y temblaba.
¡Qué cosa inolvidable! Nosotros, los tres de
adelante, tuvimos suerte porque el tipo que nos manejaba se ve que sabía. Yo
apenas sentí que se movía, dije: “Hoy vamos a andar bien”. Porque también es
importante el tipo que a uno le toque para manejarlo. Usted podrá tener
condiciones, es más, podrá ser un fenómeno, pero si el que está afuera es un
queso, va muerto. Y yo le digo, ahora, con experiencia, yo apenas noto cómo el
tipo me mueve ya me doy cuenta si conoce o no. Es una cuestión de experiencia, nada
más. No es que uno sea sabio. Escúcheme, usted ve un tipo cómo se para en la
cancha y ya sabe cómo juega al fútbol. No tiene necesidad ni de verlo correr.
¡Por favor! Pero ese día se ve que el tipo conocía. No era ni improvisado ni
uno que agarra la manija porque está aburrido y para matar el tiempo se juega
un metegol. De esos que usted trata de ayudarlos, de darles una mano pero al
final el que queda como un patadura es usted. Cuando el culpable es el que
tiene la manija. Y usted los escucha gritar: “¡Qué tronco es el siete ese! ¡Qué
animal el wing!”. Hay que aguantar cada cosa. ¡Por favor! Pero ese día no. Ese
día tuve suerte, lo que es importante en un debut. Y más en un River-Boca.
Usted sabe bien cómo son estos partidos. Un clásico es un clásico, digan lo que
digan ahora yo ya tengo como 30.000 clásicos jugados y así y todo, le digo,
todavía cuando escucho el pique de la primera pelota en la mitad de la cancha
me pongo nervioso. Parece mentira. Es que son partidos muy parejos. Somos
equipos que nos conocemos mucho. Pero aquél día tuvimos suerte, por lo menos
los de adelante. De la mitad de la cancha para adelante la rompimos, la
hacíamos de trapo. “Tachola”, me acuerdo que se llamaba el que tenía la manija.
Me acuerdo porque le gritaban permanentemente y además porque durante cuatro
años vuelta a vuelta venía al club y jugaba. ¡Cómo sabía ese tipo! Lo arruinó
la bebida. Cuando llegaba en pedo yo me daba cuenta porque nos hacía hacer
molinetes y cada cagada que ni le cuento. Un día me hizo hacer un molinete y yo
cacé un chute que la pelota saltó del metegol e hizo sonar un vaso. Me quería
hacer pagar a mí el desgraciado. Pero cuando estaba sobrio era un león. Y ese
día la gasté. En la defensa no andábamos tan bien porque el que manejaba a los
tres era un salame. Un paspado. Pero con los de adelante bastaba.
No hay mejor defensa que un buen ataque, mi
amigo, eso lo sabe cualquiera. ¡Por favor! Ahora se meten todos abajo. Están
locos. Tres pepas hice ese día. Y las otras tres se las serví al nueve, al morochón.
Y no tenía bigotes. Lo que pasa es que algún mocoso se los pintó con birome
para que se pareciera a Luque. Un gol, me acuerdo, un gol, la bola rebotó en el
corner y se me vino. Íbamos perdiendo uno a cero, porque ¡ojo! habíamos
arrancado perdiendo, y la hinchada bramaba. La puse debajo de la suela y casi
la astillo. La empecé a pisar y me la traje despacito para el medio. El nueve
se fue para la izquierda y el once también, para abrirme un buco. Yo la amasé y
un par de veces amagué el puntazo, pero el fullback me tapaba el tiro y no veía
ángulo para el taponazo. Le cuento que yo no le hago asco a patear y cuando veo
luz le sacudo. A mí no me vengan con boludeces. Pero el rubio que me marcaba me
tapaba bien. Entonces yo agarro y la engancho de nuevo para afuera, para mi
lado, como para meterle un derechazo cruzado, al segundo palo, a la ratonera.
¡Si habré hecho goles así! Y cuando el rubio me sigue para taparme y el arquero
cubre el primer palo, de revés nomás, cortita, la toco para el medio. Y el nueve,
sin pararla che, le puso semejante quema que abolló la chapa del fondo del
arco. ¡Qué golazo! ¡Lo que fue eso! Yo lo había escuchado al negro, lo había
escuchado. Cuando yo me abrí para la derecha y vi que la defensa se venía
conmigo. Y lo escuché al Negro, lo había escuchado. Cuando yo me abrí para la
derecha vi que la defensa se venía conmigo. Y lo escuché al Negro que me grita:
“¡Ah!”. Y se la toqué. Lo mató al Negro. Lo mató. La hacemos siempre a ésa.
Diga que ya nos conocen. ¡Qué partido fue ése! Y para esta noche tenemos uno
lindo. Si es que vienen los muchachos. Porque los escuché decir que iban a las maquinitas.
Siempre hablan de las maquinitas. Vaya a saber qué es eso. Acá una vez al club
trajeron una. Yo siempre escuchaba unos ruidos raros, unas cosas como “pluic”
“plinc” , “clun” y unas sacudidas. Unas luces. Pero después no lo sentí más.
Dicen que se le jodió algo adentro a la máquina, algún fusible y nunca hay
guita para comprarlo. Son máquinas delicadas. De ésas que hacen los yanquis.
Por eso los muchachos siempre vuelven. Porque el fútbol es el fútbol. Esa es la
única verdad. ¡Qué me vienen con esas cosas! Son modas que se ponen de moda y
después pasan. El fútbol es el fútbol, viejo. El fútbol. La única verdad.
¡Por favor!
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