José Cadalso y Vázquez de Andrade fue un escritor español que vivió entre 1741 y 1782. También dedicó gran parte de su vida a la carrera militar.
"Noches lúgubres" fue escrita en 1775 pero se publicó de manera póstuma y por partes en un diario de Madrid entre 1789 y 1790. El manuscrito original y las primeras ediciones incluyen tres noches, la tercera sin terminar. Sin embargo, en algún momento de 1815 se publicó la tercera noche completa y más adelante una cuarta noche. Por supuesto, se trata de "noches" no escritas por el autor original.
Si bien fue un escritor del SXVIII y representante de la ilustración, sus obras fueron muy valoradas dentro del movimiento romántico (SXIX).
El romanticismo surgió como contraposición al racionalismo de la
ilustración; los románticos priorizaban los sentimientos - me
atrevo a decir que de manera un tanto exagerada -, los racionalistas los despreciaban - también de manera exagerada... -. Algunos lo consideran el iniciador del romanticismo en España.
No les voy a adelantar el argumento de "Noches lúgubres", sólo les diré que los temas que toca alimentaron un mito urbano: ¡que Cadalso era profanador de tumbas!.
La edición que les traigo corresponde a la de 1789-1790
La edición que les traigo corresponde a la de 1789-1790
Noches lúgubres
PERSONAJES
TEDIATO.
LORENZO.
NIÑO.
LA JUSTICIA.
SEPULTURERO.
CARCELERO.
Noche primera
TEDIATO y un SEPULTURERO
Diálogo
TEDIATO.-
¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los
lamentos que se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón.
El cielo también se conjura contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado
crece. La luz de esos relámpagos..., ¡qué horrorosa! Ya truena. Cada trueno es
mayor que el que le antecede, y parece producir otro más cruel. El sueño, dulce
intervalo en las fatigas de los hombres, se turba. El lecho conyugal, teatro de
delicias; la cuna en que se cría la esperanza de las casas; la descansada cama
de los ancianos venerables; todo se inunda en llanto..., todo tiembla. No hay
hombre que no se crea mortal en este instante... ¡Ay, si fuese el último de mi
vida, cuán grato sería para mí! ¡Cuán horrible ahora! ¡Cuán horrible! Más lo
fue el día, el triste día que fue causa de la escena en que ahora me hallo.
Lorenzo no viene. ¿Vendrá, acaso? ¡Cobarde!
¿Le espantará este aparato que Naturaleza le ofrece? No ve lo interior de mi
corazón... ¡Cuánto más se horrorizaría! ¿Si la esperanza del premio le traerá?
Sin duda..., el dinero... ¡Ay, dinero, lo que puedes! Un pecho sólo se te ha
resistido... Ya no existe... Ya tu dominio es absoluto... Ya no existe el solo
pecho que se te ha resistido.
Las dos están al caer... Ésta es la hora de
cita para Lorenzo... ¡Memoria! ¡Triste memoria! ¡Cruel memoria! Más tempestades
formas en mi alma que nubes en el aire. También ésta es la hora en que yo solía
pisar estas mismas calles en otros tiempos muy diferentes de éstos. ¡Cuán diferentes!
Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo; todo, menos yo.
¿Si será de Lorenzo aquella luz trémula y
triste que descubro? Suya será. ¿Quién sino él, y en este lance, y por tal
premio, saldría de su casa? Él es. El rostro pálido, flaco, sucio, barbado y
temeroso; el azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas
desnudas, los pies descalzos, que pisan con turbación; todo me indica ser
Lorenzo, el sepulturero del templo, aquel bulto, cuyo encuentro horrorizaría a
quien le viese. Él es, sin duda; se acerca; desembózome, y le enseño mi luz. Ya
llega. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo!
LORENZO.-
Yo soy. Cumplí mi palabra. Cumple ahora tú la tuya: ¿el dinero que me
prometiste?
TEDIATO.-
Aquí está. ¿Tendrás valor para proseguir la empresa, como me lo has
ofrecido?
LORENZO.-
Sí; porque tú también pagas el trabajo.
TEDIATO.-
¡Interés, único móvil del corazón humano! Aquí tienes el dinero que te
prometí. Todo se hace fácil cuando el premio es seguro; pero el premio es justo
una vez ofrecido.
LORENZO.-
¡Cuán pobre seré cuando me atreví a prometerte lo que voy a cumplir!
¡Cuánta miseria me oprime! Piénsala tú, y yo... harto haré en llorarla. Vamos.
TEDIATO.-
¿Traes la llave del templo?
LORENZO.-
Sí; ésta es.
TEDIATO.-
La noche es tan oscura y espantosa.
LORENZO.-
Y tanto, que tiemblo y no veo.
TEDIATO.-
Pues dame la mano y sigue; te guiaré y te esforzaré.
LORENZO.-
En treinta y cinco años que soy sepulturero, sin dejar un solo día de
enterrar alguno o algunos cadáveres, nunca he trabajado en mi oficio hasta
ahora con horror.
TEDIATO.-
Es que en ella me vas a ser útil; por eso te quita el cielo la fuerza
del cuerpo y del ánimo. Ésta es la puerta.
LORENZO.-
¡Que tiemble yo!
TEDIATO.-
Anímate... Imítame.
LORENZO.-
¿Qué interés tan grande te mueve a tanto atrevimiento? Paréceme cosa
difícil de entender.
TEDIATO.-
Suéltame el brazo. Como me lo tienes asido con tanta fuerza, no me dejas
abrir con esta llave... Ella parece también resistirse a mi deseo... Ya abre,
entremos.
LORENZO.-
Sí..., entremos... ¿He de cerrar por dentro?
TEDIATO.-
No; es tiempo perdido y nos pudieran oír. Entorna solamente la puerta
porque la luz no se vea desde afuera si acaso pasa alguno..., tan infeliz como
yo, pues de otro modo no puede ser.
LORENZO.-
He enterrado por mis manos tiernos niños, delicias de sus mayores; mozos
robustos, descanso de sus padres ancianos; doncellas hermosas, y envidiadas de
las que quedaban vivas; hombres en lo fuerte de su edad, y colocados en altos
empleos; viejos venerables, apoyos del Estado... Nunca temblé. Puse sus
cadáveres entre otros muchos ya corruptos, rasgué sus vestiduras en busca de
alguna alhaja de valor; apisoné con fuerza y sin asco sus fríos miembros,
rompiles las cabezas y huesos; cubrilos de polvo, ceniza, gusanos y podre, sin
que mi corazón palpitase..., y ahora, al pisar estos umbrales, me caigo..., al
ver el reflejo de esa lámpara me deslumbro..., al tocar esos mármoles me
hielo..., me avergüenzo de mi flaqueza. No la refieras a mis compañeros. ¡Si lo
supieran, harían mofa de mi cobardía!
TEDIATO.-
Más harían de mí los míos, al ver mi arrojo. ¡Insensatos, qué poco
saben!... ¡Ah! Me serían tan odiosas por su dureza como yo sería necio en su
concepto por mi pasión.
LORENZO.-
Tu valor me alienta. Mas ¡ay, nuevo espanto! ¿Qué es aquello? Presencia
humana tiene... Crece conforme nos acercamos... Otro fantasma más le sigue...
¿Qué será? Volvamos mientras podemos; no desperdiciemos las pocas fuerzas que
aún nos quedan... Si aún conservamos algún valor, válganos para huir.
TEDIATO.-
¡Necio! Lo que te espanta es tu misma sombra con la mía, que nacen de la
postura de nuestros cuerpos respecto de aquella lámpara. Si el otro mundo
abortase esos prodigiosos entes, a quienes nadie ha visto, y de quienes todos
hablan, sería el bien o el mal que nos traerían siempre inevitables. Nunca los
he hallado; los he buscado.
LORENZO.-
¡Si los vieras!
TEDIATO.-
Aún no creería a mis ojos. Juzgara tales fantasmas monstruos producidos
por una fantasía llena de tristeza. ¡Fantasía humana, fecunda sólo en quimeras,
ilusiones y objetos de terror! La mía me los ofrece tremendos en estas
circunstancias... Casi bastan a apartarme de mi empresa.
LORENZO.-
Eso dices porque no los has visto; si los vieras, temblaras aún más que
yo.
TEDIATO.-
Tal vez en aquel instante, pero en el de la reflexión me aquietara. Si
no tuviese miedo de malgastar estas pocas horas, las más preciosas de mi vida,
y tal vez las últimas de ella, te contara con gusto cosas capaces de
sosegarte...; pero dan las dos... ¡Qué sonido tan triste el de esa campana! El
tiempo urge. Vamos, Lorenzo.
LORENZO.-
¿Adónde?
TEDIATO.-
A aquella sepultura; sí, a abrirla.
LORENZO.-
¿A cuál?
TEDIATO.-
A aquélla.
LORENZO.-
¿A cuál? ¿A aquella humilde y baja? Pensé que querías abrir aquel
monumento alto y ostentoso, donde enterré pocos días ha al duque de
Faustotimbrado, que había sido muy hombre de palacio y, según sus criados me
dijeron, había tenido en vida el manejo de cosas grandes. Figuróseme que la
curiosidad o interés te llevaba a ver si encontrabas algunos papeles ocultos,
que tal vez se enterrasen con su cuerpo. He oído, no sé dónde, que ni aun los
muertos están libres de las sospechas y aun envidias de los cortesanos.
TEDIATO.-
Tan despreciables son para mí muertos como vivos, en el sepulcro como en
el mundo, podridos como triunfantes, llenos de gusanos como rodeados de
aduladores... No me distraigas... Vamos, te digo otra vez, a nuestra empresa.
LORENZO.-
No; pues al túmulo inmediato a ése, y donde yace el famoso indiano,
tampoco tienes que ir; porque aunque en su muerte no se le halló la menor parte
de caudal que se le suponía, me consta que no enterró nada consigo, porque
registré su cadáver: no se halló siquiera un doblón en su mortaja.
TEDIATO.-
Tampoco vendría yo de mi casa a su tumba por todo el oro que él trajo de
la infeliz América a la tirana Europa.
LORENZO.-
Sí será, pero no extrañaría yo que vinieses en busca de su dinero. Es
tan útil en el mundo...
TEDIATO.-
Poca cantidad, sí, es útil, pues nos alimenta, nos viste y nos da las
pocas cosas necesarias a la breve y mísera vida del hombre; pero mucha es
dañosa.
LORENZO.-
¡Hola! ¿Y por qué?
TEDIATO.-
Porque fomenta las pasiones, engendra nuevos vicios y a fuerza de
multiplicar delitos invierte todo el orden de la Naturaleza; y lo bueno se
sustrae de su dominio sin el fin dichoso... Con él no pudieron arrancarme mi
dicha. ¡Ay! Vamos.
LORENZO.-
Sí, pero antes de llegar allá hemos de tropezar en aquella otra
sepultura, y se me eriza el pelo cuando paso junto a ella.
TEDIATO.-
¿Por qué te espanta esa más que cualquiera de las otras?
LORENZO.-
Porque murió de repente el sujeto que en ella se enterró. Estas muertes
repentinas me asombran.
TEDIATO.-
Debiera asombrarte el poco número de ellas. Un cuerpo tan débil como el
nuestro, agitado por tantos humores, compuesto de tantas partes invisibles,
sujeto a tan frecuentes movimientos, lleno de tantas inmundicias, dañado por
nuestros desórdenes y, lo que es más, movido por una alma ambiciosa, envidiosa,
vengativa, iracunda, cobarde y esclava de tantos tiranos..., ¿qué puede durar?
¿Cómo puede durar? No sé cómo vivimos. No suena campana que no me parezca tocar
a muerto. A ser yo ciego, creería que el color negro era el único de que se
visten... ¿Cuántas veces muere un hombre de un aire que no ha movido la trémula
llama de una lámpara? ¿Cuántas de una agua que no ha mojado la superficie de la
tierra? ¿Cuántas de un sol que no ha entibiado una fuente? ¡Entre cuántos
peligros camina el hombre el corto trecho que hay de la cuna al sepulcro! Cada
vez que siento el pie, me parece hundirse el suelo, preparándome una
sepultura... Conozco dos o tres hierbas saludables; las venenosas no tienen
número. Sí, sí..., el perro me acompaña, el caballo me obedece, el jumento
lleva la carga..., ¿y qué? El león, el tigre, el leopardo, el oso, el lobo e
innumerables otras fieras nos prueban nuestra flaqueza deplorable.
LORENZO.-
Ya estamos donde deseas.
TEDIATO.-
Mejor que tu boca, me lo dice mi corazón. Ya piso la losa, que he regado
tantas veces con mi llanto y besado tantas veces con mis labios. Ésta es. ¡Ay,
Lorenzo! Hasta que me ofreciste lo que ahora me cumples, ¡cuántas tardes he
pasado junto a esta piedra, tan inmóvil como si parte de ella fuesen mis
entrañas! Más que sujeto sensible, parecía yo estatua, emblema del dolor. Entre
otros días, uno se me pasó sobre ese banco. Los que cuidan de este templo,
varias veces me habían sacado del letargo, avisándome ser la hora en que se
cerraban las puertas. Aquel día olvidaron su obligación y mi delirio: fuéronse
y me dejaron. Quedé en aquellas sombras, rodeado de sepulcros, tocando imágenes
de muerte, envuelto en tinieblas, y sin respirar apenas, sino los cortos ratos
que la congoja me permitía, cubierta mi fantasía, cual si fuera con un negro
manto de densísima tristeza. En uno de estos amargos intervalos, yo vi, no lo
dudes, yo vi salir de un hoyo inmediato a ése un ente que se movía,
resplandecían sus ojos con el reflejo de esa lámpara, que ya iba a extinguirse.
Su color era blanco, aunque algo ceniciento. Sus pasos eran pocos, pausados y
dirigidos a mí... Dudé... Me llamé cobarde... Me levanté..., y fui a
encontrarle... El bulto proseguía, y al ir a tocarle yo, y él a mí..., óyeme...
LORENZO.-
¿Qué hubo, pues?
TEDIATO.-
Óyeme... Al ir a tocarle yo y él horroroso vuelto a mí, en aquel lance
de tanta confusión... apagose del todo la luz.
LORENZO.-
¿Qué dices? ¿Y aún vives?
TEDIATO.-
Sí; y con grande atención.
LORENZO.-
En aquel apuro, ¿qué hiciste? ¿Qué pudiste hacer?
TEDIATO.-
Me mantuve en pie, sin querer perder el terreno que había ganado a costa
de tanto arrojo y valentía. Era invierno. Las doce serían cuando se esparció la
oscuridad por el templo; oí la una..., las dos..., las tres..., las cuatro...
Siempre haciendo el oído el mismo oficio de la vista.
LORENZO.-
¿Qué oíste? Acaba, que me estremezco.
TEDIATO.-
Una especie de resuello no muy libre. Procurando tentar, conocí que el
cuerpo del bulto huía de mi tacto. Mis dedos parecían mojados en sudor frío y
asqueroso; y no hay especie de monstruo, por horrendo, extravagante e
inexplicable que sea, que no se me presentase. Pero ¿qué es la razón humana si
no sirve para vencer a todos los objetos y aun a sus mismas flaquezas? Vencí
todos estos espantos. Pero la primera impresión que hicieron, el llanto
derramado antes de la aparición, la falta de alimento, la frialdad de la noche
y el dolor que tantos días antes rasgaba mi corazón, me pusieron en tal estado
de debilidad, que caí desmayado en el mismo hoyo de donde había salido el
objeto terrible. Allí me hallé por la mañana en brazos de muchos concurrentes
piadosos que habían acudido a dar al Criador las alabanzas y cantar los himnos
acostumbrados. Lleváronme a mi casa, de donde volví en breve al mismo puesto.
Aquella misma tarde hice conocimiento contigo y me prometiste lo que ahora va a
finalizar.
LORENZO.-
Pues esa misma tarde eché menos en casa (poco te importará lo que voy a
decirte, pero para mí es el asunto de más importancia), eché menos un mastín
que suele acompañarme, y no pareció hasta el día siguiente. ¡Si vieras qué ley
me tiene! Suele entrarse conmigo en el templo, y mientras hago la sepultura, ni
se aparta un instante de mí. Mil veces, tardando en venir los entierros, le he
solido dejar echado sobre mi capa, guardando la pala, el azadón y demás trastos
de mi oficio.
TEDIATO.-
No prosigas, me basta lo dicho. Aquella tarde no se hizo el entierro. Te
fuiste, el perro se durmió dentro del hoyo mismo. Entrada ya la noche se
despertó, nos encontramos solos él y yo en la iglesia (mira qué causa tan
trivial para un miedo tan fundado al parecer), no pudo salir entonces, y lo
ejecutaría al abrir las puertas y salir el sol, lo que yo no pude ver por causa
de mi desmayo.
LORENZO.-
Ya he empezado a alzar la losa de la tumba. Pesa infinito. ¡Si verás en
ella a tu padre! Mucho cariño le tienes cuando por verle pasas una noche tan
dura... Pero ¡el amor de hijo! Mucho merece un padre.
TEDIATO.-
¡Un padre! ¿Por qué? Nos engendran por su gusto, nos crían por
obligación, nos educan para que los sirvamos, nos casan para perpetuar sus
nombres, nos corrigen por caprichos, nos desheredan por injusticia, nos
abandonan por vicios suyos.
LORENZO.-
Será tu madre... Mucho debemos a una madre.
TEDIATO.-
Aún menos que al padre. Nos engendran también por su gusto, tal vez por
su incontinencia. Nos niegan el alimento de la leche, que Naturaleza las dio
para este único y sagrado fin, nos vician con su mal ejemplo, nos sacrifican a
sus intereses, nos hurtan las caricias que nos deben y las depositan en un
perro o en un pájaro.
LORENZO.-
¿Algún hermano tuyo te fue tan unido que vienes a visitar los huesos?
TEDIATO.-
¿Qué hermano conocerá la fuerza de esta voz? Un año más de edad, algunas
letras de diferencia en el nombre, igual esperanza de gozar un bien de dudoso
derecho y otras cosas semejantes imprimen tal odio en los hermanos que parecen
fieras de distintas especies y no frutos de un vientre mismo.
LORENZO.-
Ya caigo en lo que puede ser: aquí yace sin duda algún hijo que se te
moriría en lo más tierno de su edad.
TEDIATO.-
¡Hijos! ¡Sucesión! Éste que antes era tesoro con que Naturaleza regalaba
a sus favorecidos, es hoy un azote con que no debiera castigar sino a los
malvados. ¿Qué es un hijo? Sus primeros años..., un retrato horrendo de la
miseria humana. Enfermedad, flaqueza, estupidez, molestia y asco... Los
siguientes años..., un dechado de los vicios de los brutos, poseídos en más
alto grado..., lujuria, gula, inobediencia... Más adelante, un pozo de horrores
infernales..., ambición, soberbia, envidia, codicia, venganza, traición y
malignidad; pasando de ahí... Ya no se mira el hombre como hermano de los
otros, sino como a un ente supernumerario en el mundo. Créeme, Lorenzo, créeme.
Tú sabrás cómo son los muertos, pues son el objeto de tu trato...; yo sé lo que
son los vivos... Entre ellos me hallo con demasiada frecuencia... Éstos son...,
no..., no hay otros; todos a cual peor... Yo sería peor que todos ellos si me
hubiera dejado arrastrar de sus ejemplos.
LORENZO.-
¡Qué cuadro el que pintas!
TEDIATO.-
La Naturaleza es el original; no adulo, pero tampoco la agravio. No te
canses, Lorenzo. Nada significan esas voces que oyes de padre, madre, hermano,
hijo y otras tales; y si significan el carácter que vemos en los que así se
llaman, no quiero ser ni tener hijo, hermano, padre, madre, ni me quiero a mí
mismo, pues algo he de ser de todo esto.
LORENZO.-
No me queda que preguntarte más que una cosa; y es, a saber, si buscas
el cadáver de algún amigo.
TEDIATO.-
¿Amigo? ¿Eh? ¿Amigo? ¡Qué necio eres!
LORENZO.-
¿Por qué?
TEDIATO.-
Sí; necio eres, y mereces compasión, si crees que esa voz tenga el menor
sentido. ¡Amigos! ¡Amistad! Esa virtud sola haría feliz a todo el género
humano. Desdichados son los hombres desde el día que la desterraron o que ella
los abandonó. Su falta es el origen de todas las turbulencias de la sociedad.
Todos quieren parecer amigos; nadie lo es. En los hombres, la apariencia de la
amistad es lo que en las mujeres el afeite y composturas. Belleza fingida y
engañosa... Nieve que cubre un muladar... Darse las manos y rasgarse los
corazones; ésta es la amistad que reina. No te canses; no busco el cadáver de
persona alguna de los que puedes juzgar. Ya no es cadáver.
LORENZO.-
Pues si no es cadáver, ¿qué buscas? Acaso tu intento sería hurtar las
alhajas del templo, que se guardan en algún soterráneo, cuya puerta te se
figura ser la losa que empiezo a levantar.
TEDIATO.-
Tu inocencia te sirva de excusa. Queden en buena hora esas alhajas
establecidas por la piedad y trabaja con más brío.
LORENZO.-
Ayúdame; mete ese otro pico por allí y haz fuerza conmigo.
TEDIATO.-
¿Así?
LORENZO.-
Sí, de este modo. Ya va en buen estado.
TEDIATO.-
¿Quién me diría dos meses ha que me había de ver en este oficio?
Pasáronse más aprisa que el sueño, dejándome tormento al despertar,
desapareciéronse como humo que deja las llamas abajo y se pierde en el aire.
¿Qué haces, Lorenzo?
LORENZO.-
¡Qué olor! ¡Qué peste sale de la tumba! No puedo más.
TEDIATO.-
No me dejes; no me dejes, amigo. Yo solo no soy capaz de mantener esta
piedra.
LORENZO.-
La abertura que forma ya da lugar para que salgan esos gusanos que se
ven con la luz de mi farol.
TEDIATO.-
¡Ay, qué veo! Todo mi pie derecho está cubierto de ellos. ¡Cuánta
miseria me anuncian! En éstos, ¡ay!, ¡en éstos se ha convertido tu carne! ¡De
tus hermosos ojos se han engendrado estos vivientes asquerosos! ¡Tu pelo, que
en lo fuerte de mi pasión llamé mil veces no sólo más rubio, sino más precioso
que el oro, ha producido esta podre! ¡Tus blancas manos, tus labios amorosos se
han vuelto materia y corrupción! ¡En qué estado estarán las tristes reliquias
de tu cadáver! ¡A qué sentido no ofenderá la misma que fue el hechizo de todos
ellos!
LORENZO.-
Vuelvo a ayudarte, pero me vuelca ese vapor... Ahora empieza. Más, más,
más; ¿qué lloras? No pueden ser sino lágrimas tuyas las gotas que me caen en
las manos... ¡Sollozas! ¡No hablas! Respóndeme.
TEDIATO.-
¡Ay! ¡Ay!
LORENZO.-
¿Qué tienes? ¿Te desmayas?
TEDIATO.-
No, Lorenzo.
LORENZO.-
Pues habla. Ahora caigo en quién es la persona que se enterró aquí...
¿Eras pariente suyo? No dejes de trabajar por eso. La losa está casi vencida, y
por poco que ayudes, la volcaremos, según vemos. Ahora, ahora, ¡ay!
TEDIATO.-
Las fuerzas me faltan.
LORENZO.-
Perdimos lo adelantado.
TEDIATO.-
Ha vuelto a caer.
LORENZO.-
Y el sol va saliendo, de modo que estamos en peligro de que vayan
viniendo las gentes y nos vean.
TEDIATO.-
Ya han saludado al Criador algunas campanas de los vecinos templos en el
toque matutino. Sin duda lo habrán ya ejecutado los pájaros en los árboles con
música más natural y más inocente y, por tanto, más digna. En fin, ya se habrá
desvanecido la noche. Sólo mi corazón aún permanece cubierto de densas y
espantosas tinieblas. Para mí nunca sale el sol. Las horas todas se pasan en
igual oscuridad para mí. Cuantos objetos veo en lo que llaman día, son a mi
vista fantasmas, visiones y sombras cuando menos...; algunos son furias
infernales.
Razón tienes. Podrán sorprendernos. Esconde
ese pico y ese azadón. No me faltes mañana a la misma hora y en el propio
puesto. Tendrás menos miedo, menos tiempo se perderá. Vete, te voy siguiendo.
Objeto antiguo de mis delicias... ¡Hoy objeto
de horror para cuantos te vean! Montón de huesos asquerosos... ¡En otros
tiempos conjunto de gracias! ¡Oh tú, ahora imagen de lo que yo seré en breve!
Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto
al mío; morirá mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado, y expirando incendiaré mi
domicilio, y tú y yo nos volveremos ceniza en medio de las de la casa.
Noche segunda
TEDIATO, la JUSTICIA y después un CARCELERO
Diálogo
TEDIATO.-
¡Qué triste me ha sido ese día! Igual a la noche más espantosa me ha
llenado de pavor, tedio, aflicción y pesadumbre. ¡Con qué dolor han visto mis
ojos la luz del astro, a quien llaman benigno los que tienen el pecho menos
oprimido que yo! El sol, la criatura que dicen menos imperfecta imagen del
Criador, ha sido objeto de mi melancolía. El tiempo que ha tardado en llevar
sus luces a otros climas me ha parecido tormento de duración eterna... ¡Triste
de mí! Soy el solo viviente a quien sus rayos no consuelan. Aun la noche, cuya
tardanza me hacía tan insufrible la presencia del sol, es menos gustosa, porque
en algo se parece al día. No está tan oscura como yo quisiera. ¡La luna! ¡Ah,
luna! Escóndete, no mires en este puesto al más infeliz mortal.
¡Que no se hayan pasado más que dieciséis
horas desde que dejé a Lorenzo! ¿Quién lo creyera? ¡Tales han sido para mí!
Llorar, gemir, delirar... Los ojos fijos en su retrato, las mejillas bañadas en
lágrimas, las manos juntas pidiendo mi muerte al cielo, las rodillas flaqueando
bajo el peso de mi cuerpo, así desmayado; sólo un corto resuello me distinguía
de un cadáver. ¡Qué asustado quedó Virtelio, mi amigo, al entrar en mi cuarto y
hallarme de esa manera! ¡Pobre Virtelio! ¡Cuánto trabajaste para hacerme tomar
algún alimento! Ni fuerza en mis manos para tomar el pan, ni en mis brazos para
llevarlo a la boca, si alguna vez llegaba. ¡Cuán amargos son bocados mojados
con lágrimas! Instante..., me mantuve inmóvil. Se fue sin duda cansado...
¿Quién no se cansa de un amigo como yo, triste, enfermo, apartado del mundo,
objeto de la lástima de algunos, del menosprecio de otros, de la burla de
muchos? ¡Qué mucho me dejase! Lo extraño es que me mirase alguna vez. ¡Ah,
Virtelio! ¡Virtelio! Pocos instantes más que hubieses permanecido mío, te
hubieran dado fama de amigo verdadero. Pero ¿de qué te serviría? Hiciste bien
en dejarme; también te hubiera herido la mofa de los hombres. Dejar a un amigo
infeliz, conjurarte con la suerte contra un triste, aplaudir la inconstancia del
mundo, imitar lo duro de las entrañas comunes, acompañar con tu risa la risa
universal, que es eco de los llantos de un mísero... Sigue, sigue... Éste es el
camino de la fortuna... Adelántate a los otros: admirarán tu talento. Yo le vi
salir... Murmuraba de la flaqueza de mi ánimo. La Naturaleza sin duda murmuraba
de la dureza del suyo. Éste es el menos pérfido de todos mis amigos; otros ni
aun eso hicieron. Tediato se muere, dirían unos; otros repetirían: se muere
Tediato. De mi vida y de mi muerte hablarían como del tiempo bueno o malo
suelen hablar los poderosos, no como los pobres a quien tanto importa el
tiempo. La luz del sol, que iba faltando, me sacó del letargo cruel. La
tiniebla me traía el consuelo que arrebata a todo el mundo. Todo el consuelo
que siente toda la naturaleza al parecer el sol, le sentí todo junto al
ponerse. Dije mil veces preparándome a salir: bienvenida seas, noche, madre de
delitos, destructora de la hermosura, imagen del caos de que salimos. Duplica
tus horrores; mientras más densas, más gustosas me serán tus tinieblas. No tomé
alimento; no enjugué las lágrimas; púseme el vestido más lúgubre; tomé este
acero, que será..., ¡ay!, sí; será quien consuele de una vez todas mis cuitas.
Vine a este puesto; espero a Lorenzo.
Desengañado de las visiones y fantasmas,
duendes, espíritus y sombras, me ayudará con firmeza a levantar la losa; haré
el robo... ¡El robo! ¡Ay! Era mía; sí, mía; yo, suyo. No, no, la agravio; me
agravio: éramos uno. Su alma, ¿qué era sino la mía? La mía, ¿qué era sino la
suya? Pero ¿qué voces se oyen? Muere, muere, dice una de ellas. ¡Qué me matan!,
dice otra voz. Hacia mí vienen corriendo varios hombres. ¿Qué haré? ¿Qué veo?
El uno cae herido al parecer... Los otros huyen retrocediendo por donde han
venido. Hasta mis plantas viene batallando con las ansias de la muerte. ¿Quién
eres? ¿Quién eres? ¿Quiénes son los que te siguen? ¿No respondes? El torrente
de sangre que arroja por boca y por herida me mancha todo... Es muerto, ha
expirado asido de mi pierna. Siento pasos a este otro lado. Mucha gente llega;
el aparato es de ser comitiva de la justicia.
JUSTICIA.-
Pues aquí está el cadáver, y ese hombre está ensangrentado, tiene la
espada en la mano, y con la otra procura desasirse del muerto, parece indicar
no ser otro el asesino. Prended a ese malvado. Ya sabéis lo importante de este
caso. El muerto es un personaje cuyas calidades no permiten el menor descuido
de nuestra parte. Sabéis los antecedentes de este asesinato que se proponían.
Atadle. Desde esta noche te puedes contar por muerto, infame. Sí, ese rostro,
lo pálido de su semblante, su turbación, todo indica, o aumenta los indicios
que ya tenemos... En breve tendrás muerte ignominiosa y cruel.
TEDIATO.-
Tanto más gustosa... Por extraño camino me concede el cielo lo que le
pedí días ha con todas mis veras...
JUSTICIA.-
¡Cuál se complace con su delito!
TEDIATO.-
¡Delito! Jamás le tuve. Si lo hubiera tenido, él mismo hubiera sido mi
primer verdugo, lejos de complacerme en él. Lo que me es gustosa es la
muerte... Dádmela cuanto antes, si os merezco alguna misericordia. Si no sois
tan benigno, dejadme vivir; ése será mi mayor tormento. No obstante, si alguna
caridad merece un hombre, que la pide a otro hombre, dejadme un rato llegar más
cerca de ese templo, no por valerme de su asilo, sino por ofrecer mi corazón
a...
JUSTICIA.-
Tu corazón en que engendras maldades.
TEDIATO.-
No injuries a un infeliz; mátame sin afrentarme. Atormenta mi cuerpo, en
quien tienes dominio, no insultes una alma que tengo más noble..., un corazón
más puro..., sí, más puro, más digna habitación del Ser Supremo, que el mismo
templo en que yo quería... Ya nada quiero... Haz lo que quieras de mí... No me
preguntes quién soy, cómo vine aquí, qué hacía, qué intentaba hacer, y apuren
los verdugos sus crueldades en mí; las verás todas vencidas por mi fineza.
JUSTICIA.-
Llevadle aprisa, no salgan al encuentro sus compañeros.
TEDIATO.-
Jamás los tuve: ni en la maldad, porque jamás fui malo; ni en la bondad,
porque ninguno me ha igualado en lo bueno. Por eso soy el más infeliz de los
hombres. Cargad más prisiones sobre mí. Ministros feroces: ligad más esos
cordeles con que me arrastráis cual víctima inocente. Y tú, que en ese templo
quedas, únete a tu espíritu inmortal, que exhalaste entre mis brazos, si lo
permite quien puede, y ven a consolarme en la cárcel, o a desengañar a mis
jueces. Salga yo valeroso al suplicio o inocente al mundo. ¡Pero no! Agraviado
o vindicado, muera yo, muera yo y en breve.
JUSTICIA.-
Su delito le turba los sentidos; andemos, andemos.
TEDIATO.-
¿Estamos ya en la cárcel?
JUSTICIA.-
Poco falta.
TEDIATO.-
Quien encuentre la comitiva de la justicia llevando a un preso
ensangrentado, pálido, mal vestido, cargado de cadenas que le han puesto y de
oprobios que le dicen, ¿qué dirá? Allá va un delincuente. Pronto lo veremos en
el patíbulo; su muerte será horrorosa, pero saludable espectáculo. ¡Viva la
justicia! Castíguense los delitos. Arránquese de la sociedad los que turben su
quietud. De la muerte de un malvado se asegura la vida de muchos buenos. Así
irán diciendo de mí; así irán diciendo. En vano les diría mi inocencia. No me
creerían; si la jurara, me llamarían perjuro sobre malvado. Tomaría por
testigos de mi virtud a esos astros; darían su giro sin cuidarse del virtuoso que
padece ni del inicuo que triunfa.
JUSTICIA.-
Ya estamos en la cárcel.
TEDIATO.-
Sepulcro de vivos, morada de horror, triste descanso en el camino del
suplicio, depósito de malhechores, abre tus puertas; recibe a este infeliz.
JUSTICIA.-
Este hombre quede asegurado; nadie le hable. Ponedle en el calabozo más
apartado y seguro; doblad el número y peso de los grillos acostumbrados. Los
indicios que hay contra él son casi evidentes. Mañana se le examinará.
Prepáresele el tormento por si es tan obstinado como inicuo. Eres responsable
de este preso, tú, carcelero. Te aconsejo que no le pierdas de vista. Mira que
la menor compasión que para con él puedes tener es tu perdición.
CARCELERO.-
Compasión yo, ¿de quién? ¿De un preso que se me encarga? No me conocéis.
Años ha que soy carcelero, y en el discurso de ese tiempo he guardado los
presos que he tenido como si guardara fieras en las jaulas. Pocas palabras,
menos alimento, ninguna lástima, mucha dureza, mayor castigo y continua
amenaza. Así me temen. Mi voz entre las paredes de esta cárcel es como el
trueno entre montes. Asombra a cuantos la oyen. He visto llegar facinerosos de
todas las provincias, hombres a quienes los dientes y las canas habían salido
entre muertes y robos... Los soldados, al entregármelos, se aplaudían más que
de una batalla que hubiesen ganado. Se alegraban de dejarlos en mis manos más
que si de ellas sacaran el más precioso saqueo de una plaza sitiada muchos
meses; y todo esto no obstante..., a pocas horas de estar bajo mi dominio han
temblado los hombres más atroces.
JUSTICIA.-
Pues ya queda asegurado; adiós otra vez.
CARCELERO.-
Sí, sí; grillos, cadenas, esposas, cepo, argolla, todo le sujetará.
TEDIATO.-
Y más que todo mi inocencia.
CARCELERO.-
Delante de mí no se habla; y si el castigo no basta a cerrarte la boca,
mordazas hay.
TEDIATO.-
Haz lo que quieras; no abriré mis labios. Pero la voz de mi corazón...,
aquella voz que penetra el firmamento, ¿cómo me privarás de ella?
CARCELERO.-
Éste es el calabozo destinado para ti. En breve volveré.
TEDIATO.-
No me espantan sus tinieblas, su frío, su humedad, su hediondez; no el
ruido que han hecho los cerrojos de esa puerta, no el peso de mis cadenas. Peor
habitación ocupa ahora... ¡Ay, Lorenzo! Habrás ido al señalado puesto, no me
habrás hallado. ¡Qué habrás juzgado de mí! Acaso creerás que miedo,
inconstancia... ¡Ay! No, Lorenzo; nada de este mundo ni del otro me parece
espantoso, y constancia no me puede faltar, cuando no me ha faltado ya sobre la
muerte de quien vimos ayer cadáver medio corrompido. Me acometieron mil
desdichas: ingratitud de mis amigos, enfermedad, pobreza, odio de poderosos,
envidia de iguales, mofa de parte de mis inferiores... La primera vez que
dormí, figuróseme que veía el fantasma que llaman fortuna. Cual suele pintarse
la muerte con una guadaña que despuebla el universo, tenía la fortuna una vara
con que volvía a todo el globo. Tenía levantado el brazo contra mí. Alcé la
frente, la miré. Ella se irritó; o me sonreí, y me dormí; segunda vez se venga
de mi desprecio. Me pone, siendo yo justo y bueno, entre facinerosos hoy;
mañana tal vez entre las manos del verdugo; éste me dejará entre los brazos de
la muerte. ¡Oh muerte!, ¿por qué dejas que te llamen daño, el mayor de ellos,
el último de todos? ¡Tú, daño! Quien así lo diga, no ha pasado lo que yo.
¡Qué voces oigo (¡ay!) en el calabozo
inmediato! Sin duda hablan de morir. ¡Lloran! ¡Van a morir, y lloran! ¡Qué
delirio! Oigamos lo que dice el mísero insensato que teme burlar de una vez
todas sus miserias. No, no escuchemos. Indignas voces de oírse son las que
articula el miedo al aparato de la muerte.
¡Ánimo, ánimo, compañero! Si mueres dentro del
breve plazo que te señalan, poco tiempo estarás expuesto a la tiranía, envidia,
orgullo, venganza, desprecio, traición, ingratitud... Esto es lo que dejas en
el mundo. Envidiables delicias dejas por cierto a los que se queden en él; te
envidio el tiempo que me ganas; el tiempo que tardaré en seguirte.
Ha callado el que sollozaba, y también dos
voces que le acompañaban, una hablándole de... Sin duda fue ejecución secreta.
¿Si se llegarán ahora los ejecutores a mí? ¡Qué gozo! Ya se disipan todas las
tinieblas de mi alma. Ven, muerte, con todo tu séquito. Sí, ábrase esa puerta;
entren los verdugos feroces manchados aún con la sangre que acaban de derramar
a una vara de mí. Si el ser infeliz es culpa, ninguno más reo que yo. ¡Qué
silencio tan espantoso ha sucedido a los suspiros del moribundo! Las pisadas de
los que salen de su calabozo, las voces bajas con que se hablan, el ruido de
las cadenas que sin duda han quitado al cadáver, el ruido de la puerta
estremece lo sensible de mi corazón, no obstante lo fuerte de mi espíritu.
Frágil habitación de una alma superior a todo lo que Naturaleza puede ofrecer,
¿por qué tiemblas? ¿Ha de horrorizarme lo que desprecio? ¡Si será sueño esta
debilidad que siento! Los ojos se me cierran, no obstante la debilidad que en
ellos ha dejado el llanto. Sí; reclínome. Agradable concurso, música deliciosa,
espléndida mesa, delicado lecho, gustoso sueño encantarán a estas horas a
alguno en el tropel del mundo. No se envanezca, lo mismo tuve yo; y ahora...
una piedra es mi cabecera, una tabla mi cama, insectos mi compañía. Durmamos. Quizá
me despertará una voz que me diga. Ven al tormento; u otra que me diga: Ven al
suplicio. Durmamos. ¡Cielos! Si el sueño es imagen de la muerte... ¡Ay!
Durmamos.
¡Qué pasos siento! Una corta luz parece que
entra por los resquicios de la puerta. La abren; es el carcelero, y le siguen
dos hombres. ¿Qué queréis? ¿Llegó por fin la hora inmediata a la de mi muerte?
¡Me la vais a anunciar con semblante de debilidad y compasión o con rostro de
entereza y dominio!
CARCELERO.-
Muy diferente es el objeto de nuestra venida. Cuando me aparté de ti,
juzgué que a mi vuelta te llevarían al tormento, para que en él declarases los
cómplices del asesinato que se te atribuía; pero se han descubierto los autores
y ejecutores de aquel delito. Vengo con orden de soltarte. Ea, quítenle las
cadenas y grillos: libre estás.
TEDIATO.-
Ni aun en la cárcel puedo gozar del reposo que ella me ofrece en medio
de sus horrores. Ya iba yo acomodando los cansados miembros de mi cuerpo sobre
esta tarima, ya iba tolerando mi cabeza lo duro de esa piedra, y me vienes a
despertar, ¿y para qué? Para decirme que no he de morir. Ahora sí que turbas mi
reposo... Me vuelves a arrojar otra vez al mundo, al mundo de donde se ausentó
lo poco bueno que había en él. ¡Ay! Decidme, ¿es de día?
CARCELERO.-
Aún faltará una hora de noche.
TEDIATO.-
Pues voyme. Con tantas contingencias como ofrece la suerte, ¿qué sé yo
si mañana nos volveremos a ver?
CARCELERO.-
Adiós.
TEDIATO.-
Adiós. Una hora de noche aún falta. ¡Ay! Si Lorenzo estuviese en el
paraje de la cita, tendríamos tiempo para concluir nuestra empresa; se habrá
cansado de esperarme.
Mañana, ¿dónde le hallaré? No sé su casa.
Acudir al templo parece más seguro. Pasareme ahora por el atrio. ¡Noche!,
dilata tu duración; importa poco que te esperen con impaciencia el caminante
para continuar su viaje y el labrador para seguir su tarea. Domina, noche,
domina, y más y más sobre un mundo que por sus delitos se ha hecho indigno del
sol. Quede aquel astro alumbrando a hombres mejores que los de estos climas.
Mientras más dure tu oscuridad, más tiempo tendré de cumplir la promesa que
hice al cadáver encima de su tumba, en medio de otros sepulcros, al pie de los
altares y bajo la bóveda sagrada del templo. Si hay alguna cosa más santa en la
tierra, por ella juro no apartarme de mi intento; si a ello faltase yo, si a
ello faltase... ¿Cómo había de faltar?
Aquella luz que descubro será..., será acaso
la que arde alumbrando a una imagen que está fija en la pared exterior del
templo. Adelantemos el paso. Corazón, esfuérzate, o saldrás en breve victorioso
de tanto susto, cansancio, terror, espanto y dolor, o en breve dejarás de
palpitar en ese miserable pecho. Sí, aquélla es la luz; el aire la hace temblar
de modo que tal vez se apagará antes que yo llegue a ella. Pero ¿por eso he de
temer la oscuridad? Antes debe serme más gustosa. Las tinieblas son mi
alimento. El pie siente algún obstáculo... ¿Qué será? Tentemos. Un bulto, y
bulto de hombre. ¿Quién es? Parece como que sale de un sueño. ¡Amigo! ¿Quién
es? Si eres algún mendigo necesitado que de flaqueza has caído, y duermes en la
calle por faltarte casa en que recogerte y fuerzas para llegarte a un hospital,
sígueme; mi casa será tuya; no te espanten tus desdichas; muchas y grandes
serán, pero te habla quien las pasa mayores. Respóndeme, amigo... Desahóguese
en mi pecho el tuyo; tristes como tú busco yo; sólo me conviene la compañía de
los míseros; harto tiempo viví con los felices. Tratar con el hombre en la
prosperidad es tratarle fuera del mismo. Cuando está cargado de penas, entonces
está cual es: cual Naturaleza lo entrega a la vida, y cual la vida le entregará
a la muerte; cual fueron sus padres, y cuales serán sus hijos. Amigo, ¿no
respondes? Parece joven de corta edad. Niño, ¿quién eres? ¿Cómo has venido
aquí?
NIÑO.-
¡Ay, ay, ay!
TEDIATO.-
No llores; no quiero hacerte mal. Dime, ¿quién eres? ¿Dónde viven tus
padres? ¿Sabes tu nombre? ¿Y el de la calle en que vives?
NIÑO.-
Yo soy... Mire usted... Vivo... Venga usted conmigo para que mi padre no
me castigue. Me mandó quedar aquí hasta las dos, y ver si pasaba alguno por
aquí muchas veces, y que fuera a llamarle. Me he quedado dormido.
TEDIATO.-
Pues no temas; dame la manita, toma ese pedazo de pan que me he hallado,
no sé cómo, en el bolsillo y llévame a casa de tu padre.
NIÑO.-
No está lejos.
TEDIATO.-
¿Cómo se llama tu padre? ¿Qué oficio tiene? ¿Tienes madre y hermanos?
¿Cuántos años tienes tú y cómo te llamas?
NIÑO.-
Me llamo Lorenzo, como mi padre. Mi abuelo murió esta mañana. Tengo ocho
años, y seis hermanos más chicos que yo. Mi madre acaba de morir de sobreparto.
Dos hermanos tengo muy malos con viruelas, otro está en el hospital, mi hermana
se desapareció desde ayer de casa. Mi padre no ha comido en todo hoy un bocado
de la pesadumbre.
TEDIATO.-
¿Lorenzo dices que se llama tu padre?
NIÑO.-
Sí, señor.
TEDIATO.-
¿Y qué oficio tiene?
NIÑO.-
No sé cómo se llama.
TEDIATO.-
Explícame lo que es.
NIÑO.-
Cuando uno se muere, y lo llevan a la iglesia, mi padre es quien...
TEDIATO.-
Ya te entiendo; sepulturero, ¿no es verdad?
NIÑO.-
Creo que sí, pero aquí estamos ya en casa.
TEDIATO.-
Pues llama, y recio.
SEPULTURERO.-
¿Quién es?
NIÑO.-
Abra usted, padre; soy yo y un señor.
SEPULTURERO.-
¿Quién viene contigo?
TEDIATO.-
Abre, que soy yo.
SEPULTURERO.-
Ya conozco la voz. Ahora bajaré a abrir.
TEDIATO.-
¡Qué poco me esperabas aquí! Tu hijo te dirá dónde le he hallado. Me ha
contado el estado de tu familia. Mañana nos veremos en el mismo puesto para
proseguir nuestro intento, y te diré por qué no nos hemos visto esta noche
hasta ahora. Te compadezco tanto como a mí mismo, Lorenzo, pues la suerte te ha
dado tanta miseria y te la multiplica en tus deplorables hijos... Eres
sepulturero... Haz un hoyo muy grande, entiérralos todos ellos vivos, y
sepúltate con ellos. Sobre tu losa me mataré y moriré diciendo: Aquí yacen unos
niños tan felices ahora como eran infelices poco ha, y dos hombres, los más
míseros del mundo.
Noche tercera
TEDIATO y el SEPULTURERO
Diálogo
TEDIATO.-
Aquí me tienes, fortuna, tercera vez expuesto a tus caprichos. Pero
¿quién no lo está? ¿Dónde, cuándo, cómo sale el hombre de tu imperio? Virtud,
valor, prudencia, todo lo atropellas. No está más seguro de tu rigor el
poderoso en su trono, el sabio en su estudio, que el mendigo en su muladar, que
yo en esta esquina lleno de aflicciones, privado de bienes, con mil enemigos
por fuera y un tormento interior, capaz por sí solo de llenarme de horrores,
aunque todo el orbe procura mi felicidad.
¿Si será esta noche la que ponga fin a mis
males? La primera, ¿de qué me sirvió? Truenos, relámpagos, conversación con un
ente que apenas tenía la figura humana, sepulcros, gusanos y motivos de cebar
mi tristeza en los delitos y flaqueza de los hombres. Si más hubiera sido mi
mansión al pie de la sepultura, ¿cuál sería el éxito de mi temeridad? Al acudir
al templo el concurso religioso, y hallarme en aquel estado, creyendo que...
¿Qué hubieran creído? Gritarían: Muera ese bárbaro que viene a profanar el
templo con molestia de los difuntos y desacato a quien los crió.
La segunda noche.... ¡ay!, vuelve a correr mi
sangre por las venas con la misma turbación que anoche. Si no has de volver a
mi memoria para mi total aniquilación, huye de ella, ¡oh, noche infausta!
Asesinato, calumnia, oprobios, cárcel, grillos, cadenas, verdugos, muerte y
gemidos... Por no sentir mi último aliento, huya de mí un instante la tristeza;
pero apenas se me concede gozar el aire, que está libre para las aves y brutos,
cuando me vuelve a cubrir con su velo la desesperación. ¿Qué vi? Un padre de
familias, pobre, con su mujer moribunda, hijos parvulillos y enfermos, uno
perdido, otro muerto aun antes de nacer, y que mata a su madre aun antes de que
ésta le acabe de producir. ¿Qué más vi? ¡Qué corazón el mío, qué inhumano, si
no se partió al ver tal espectáculo!... Excusa tiene... Mayores son sus propios
males, y aún subsiste. ¡Oh Lorenzo! ¡Oh! Vuélveme a la cárcel, Ser Supremo, si
sólo me sacaste de ella para que viese tal miseria en las criaturas.
Esta noche, ¿cuál será? ¡Lorenzo, Lorenzo
infeliz! Ven, si ya no te detiene la muerte de tu padre, la de tu mujer, la
enfermedad de tus hijos, la pérdida de tu hija, tu misma flaqueza. Ven:
hallarás en mí un desdichado que padece no sólo sus infortunios propios, sino
los de todos los infelices a quienes conoce, mirándolos a todos como hermanos;
ninguno lo es más que tú. ¿Qué importa que nacieras en la mayor miseria y yo en
cuna más delicada? Hermanos nos hace un superior destino, corrigiendo los
caprichos de la suerte que divide en arbitrarias clases a los que somos de una
misma especie: todos lloramos..., todos enfermamos..., todos morimos.
El mismo horroroso conjunto de cosas de la
noche antepasada vuelve a herir mi vista con aquella dulce melancolía... Aquel
que allí viene es Lorenzo... Sí, Lorenzo. ¡Qué rostro! Siglos parece haber
envejecido en pocas horas; tal es el objeto del pesar, semejante al que produce
la alegría o destruye nuestra débil máquina en el momento que la hiere o la
debilita para siempre al herirnos en un instante.
LORENZO.-
¿Quién eres?
TEDIATO.-
Soy el mismo a quien buscas... El cielo te guarde.
LORENZO.-
¿Para qué? ¿Para pasar cincuenta años de vida como la que he pasado
lleno de infortunios..., y cuando apenas tengo fuerzas para ganar un triste
alimento... hallarme con tantas nuevas desgracias en mi mísera familia,
expuesta toda a morir con su padre en las más espantosas infelicidades? Amigo,
si para eso deseas que me guarde el cielo, ¡ah!, pídele que me destruya.
TEDIATO.-
El gusto de favorecer a un amigo debe hacerte la vida apreciable, si se
conjuraran en hacértela odiosa todas las calamidades que pasas. Nadie es
infeliz si puede hacer a otro dichoso. Y, amigo, más bienes dependen de tu mano
que de la magnificencia de todos los reyes. Si fueras emperador de medio
mundo..., con el imperio de todo el universo, ¿qué podrías darme que me hiciese
feliz? ¿Empleos, dignidades, rentas? Otros tantos motivos para mi propia
inquietud y para la malicia ajena. Sembrarías en mi pecho zozobras, recelos,
cuidados, tal vez ambición y codicia..., y en los de mis amigos..., envidia. No
te deseo con corona y cetro para mi bien... Más contribuirás a mi dicha con ese
pico, ese azadón..., viles instrumentos a otros ojos..., venerables a los
míos... Andemos, amigo, andemos.
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