Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota VIII"
Nota:
 Algunas partes no son completamente adecuadas para niños,  recuerden  
que es la versión original del relato que fuera luego  popularizado y  
adaptado para ellos
En la 756a noche
Ella dijo:
"...Y
 por su parte, no pienses más que en preparar la comida, pues tengo 
hambre. ¡Y deja para mí el cuidado de complacer al rey!"
Y
 he aquí que, en cuanto la madre salió para ir al zoco a comprar las 
provisiones necesarias, Aladino se apresuró a encerrarse en su cuarto. Y
 cogió la lámpara y la frotó en el sitio que sabía. Y al punto apareció 
el genni, quien después de inclinarse ante él dijo: "¡Aquí tienes entre 
tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. Soy el servidor de la 
lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me 
arrastro". Y Aladino dijo: "Sabe, Oh efrit, que el sultán consiente en 
darme a su hija, la maravillosa Badrú'l-Budur, a quien ya conoces pero 
lo hace a condición de que le envíe lo más pronto posible, cuarenta 
bandejas de oro macizo, de pura calidad, llenas hasta los bordes de las 
frutas de pedrerías semejantes a las de la fuente de porcelana, que cogí
 en los árboles del jardín que hay en el sitio donde encontré la lámpara
 de que eres servidor. Pero no es eso todo. Para llevar esas bandejas de
 oro llenas de pedrerías, me pide, además, cuarenta esclavas jóvenes, 
bellas como lunas, que han de ser conducidas por cuarenta negros 
jóvenes, hermosos, fuertes, y vestidos con mucha magnificiencia. Eso es 
lo que a mi vez exijo de ti. Date prisa a complacerme, en virtud del 
poder que tengo sobre ti como dueño de la lámpara". Y el genni contestó:
 "Escucho y obedezco".
Y a toda prisa desapareció el genni, pero para volver al cabo de un momento.
Y
 le acompañaban los ochenta esclavos consabidos, hombres y mujeres, a 
los que puso en fila en el patio, a lo largo del muro de la casa. Y cada
 una de las esclavas llevaba a la cabeza una bandeja de oro macizo llena
 hasta el borde de perlas, diamantes, rubíes, esmeraldas, turquesas y 
otras mil especies de pedrerías en forma de frutas de todos los colores y
 de todos los tamaños. Y cada bandeja estaba cubierta con una gasa de 
seda con florones de oro en el tejido. Y verdaderamente eran las 
pedrerías mucho más maravillosas que las ofrecidas al sultán en la 
porcelana. Alineados ya junto al muro de los ochenta esclavos, el genni 
fue a inclinarse ante Aladino, y con todo respeto le preguntó: "Oh mi 
señor, ¿tienes todavía que exigir alguna cosa al servidor de la 
lámpara?"
Y Aladino le dijo: "No, por el momento nada más" Y al punto desapareció el efrit.
En
 aquel instante entró la madre de Aladino cargada con las provisiones 
que había comprado ene l zoco. Y se sorprendió mucho al ver su casa 
invadida por tanta gente; y al punto creyó que el sultán mandaba detener
 a Aladino para castigarle por la insolencia de su petición. Pero no 
tardó Aladino en disuadirla de ello: "Oh madre. No pierdas el tiempo en 
levantarte el velo porque vas a verte obligada a salir sin tardanza para
 acompañar al palacio a estos esclavos que ves formados en el patio. 
Como puedes observar, las cuarenta esclavas llevan la dote reclamada por
 el sultán como precio de su hija. Te ruego, pues, que antes de preparar
 la comida, me prestes el servicio de acompañar al cortejo para 
presentárselo al sultán".
Inmediatamente la madre de 
Aladino hizo salir de la casa por orden a los ochenta esclavos, 
formándolos en hilera por parejas: una esclava joven precedida de un 
negro, y así sucesivamente hasta la última pareja. Y cada pareja estaba 
separada de la anterior por espacio de diez pies. Y cuando traspuso la 
puerta la última pareja, la madre de Aladino echó a andar detrás del 
cortejo.
Y Aladino cerró la puerta, seguro del resultado, y fue a su cuarto a esperar, serena y tranquilamente, el regreso de su madre.
En
 cuanto la primera pareja salió a la calle, comenzaron a aglomerarse los
 transeúntes; y cuando estuvo completo el cortejo, la calle habíase 
llenado de una muchedumbre inmensa, que prorrumpía en murmullos y 
exclamaciones. Y acudió todo el zoco para ver el cortejo y admirar un 
espectáculo tan magnífico y tan extraordinario. Porque cada pareja era 
por sí sola una cumplida maravilla; pues su atavío, admirable de gusto y
 esplendor, su hermosura, compuesta de una belleza blanca de mujer y una
 belleza negra de negro, su buen aspecto, su continente aventajado, su 
marcha reposada y cadenciosa, a igual distancia, el resplandor de la 
bandeja de pedrerías que llevaba a la cabeza cada joven, los destellos 
lanzados por las joyas en gastadas en los cinturones de oro de los 
negros, las chispas que brotaban de sus gorros de brocado en que 
balanceánbanse airones, todo aquello constituía un espectáculo 
arrebatador a ninguno otro parecido, que hacía que ni por un instante 
dudase el pueblo de que se trataba de la llegada a palacio de algún 
asombroso hijo de rey o de sultán.
Y en medio de la 
estupefacción de todo un pueblo, acabó el cortejo por llegar al palacio.
 Y no bien los guardias y porteros divisaron a la primera pareja, 
llegaron a tal estado de maravilla que, poseídos de respeto y 
admiración, se formaron espontáneamente en dos filas para que pasaran. Y
 su jefe, al ver al primer negro, convencido de que iba a visitar al rey
 el sultán de los negros en persona, avanzó hacia él y se prosternó y 
quiso besarle la mano; pero entonces vio la hilera maravillosa que le 
seguía. Y al mismo tiempo le dijo el primer negro, sonriendo, porque 
había recibido del efrit las instrucciones necesarias: "Yo y todos 
nosotros no somos más que esclavos del que vendrá cuando llegue el 
momento oportuno". Y tras de hablar así, franqueó la puerta seguido de 
la joven que llevaba la bandeja de oro y de toda la hilera de parejas 
armoniosas. Y los ochenta esclavos franquearon el primer patio y fueron a
 ponerse en fila por orden en el segundo patio, al cual daba el diván de
 recepción.
En cuanto el sultán, que en aquel momento 
despachaba los asuntos del reino, vio en el patio aquel cortejo 
magnífico, que borraba con su esplendor el brillo de todo lo que él 
poseía en el palacio, hizo desalojar el diván inmediatamente, y dio 
orden de recibir a los recién llegados. Y entraron estos gravemente de 
dos en dos, y se alinearon con lentitud, formando una gran media luna 
ante el trono del sultán. Y cada una de las esclavas jóvenes, ayudada 
por su compañero negro, depositó en la alfombra la bandeja que llevaba. 
Luego se prosternaron a la vez los ochenta y besaron la tierra entre las
 manos del sultán, levantándose en seguida, y todos a una descubrieron 
con igual diestro ademán, las bandejas de frutas maravillosas. Y con los
 brazos cruzados sobre el pecho permanecieron de pie, en actitud del más
 profundo respeto.
Sólo entonces fue cuando la madre de
 Aladino, que iba la última, se destacó de la media luna que formaban 
las parejas alternadas, y después de las prosternaciones y las zalemas 
de rigor, dijo al rey: "oh rey del tiempo, mi hijo Aladino, esclavo 
tuyo, me envía con la dote que has pedido como precio de Sett 
Badrú'l-Budur, tu hija, honorable. Y me encarga te diga que te 
equivocaste al apreciar la valía de la princesa, y que todo esto está 
muy por debajo de sus méritos. Pero cree que le disculparás por 
ofrecerte tan poco, y que admitirás este insignificante tributo, en 
espera de lo que piensa hacer en lo sucesivo"
Así habló
 la madre de Aladino. Pero el rey, que no estaba en estado de escuchar 
lo que ella le decía, seguía absorto y con los ojos muy abiertos ante el
 espectáculo que se ofrecía a su vista. Y miraba alternativamente las 
cuarenta bandejas, el contenido de las cuarenta bandejas, las esclavas 
jóvenes que habían llevado las cuarenta bandejas y los jóvenes negros 
que habían acompañado a las portadoras de las bandejas. Y no sabía que 
debía admirar más, si aquellas joyas que eran las más extraordinarias 
que vio nunca en el mundo, o aquellas esclavas jóvenes que eran como 
lunas, o aquellos esclavos negros que se dirían otros tantos reyes. Y 
así se estuvo una hora sin poder pronunciar una palabra ni separar sus 
miradas de las maravillas que tenía ante sí. Y en lugar de dirigirse a 
la madre de Aladino para manifestarle su opinión acerca de lo que le 
llevaba, acabó por encararse con su gran visir y decirle: "¡Por mi 
vida!, ¿qué suponen las riquezas que poseemos y qué supone mi palacio 
ante tal magnificencia? ¿Y qué debemos pensar del hombre que en menos 
tiempo del preciso para desearlos, realiza tales esplendores y nos los 
envía? ¿Y qué son los méritos de mi hija comparados con semejante 
profusión de hermosura?" Y no obstante el despecho y el rencor que 
experimentaba por cuanto le había sucedido a su hijo, el visir no pudo 
menos de decir: "¡Por Alá, ya lo creo que vale tanto como ella, y la 
supera por mucho en valor!. Por eso no me parece mal negocio 
concedérsela en matrimonio a un hombre tan rico, tan generoso y tan 
magnífico como el gran Aladino, nuestro hijo". Y se encaró con los demás
 visires y emires y notables que le rodeaban y les interrogó con la 
mirada. Y todos contestaron inclinándose, profundamente, hasta el suelo 
por tres veces para indicar bien su aprobación a las palabras de su rey.
Entonces no vaciló más el rey...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
En al 757a noche
Ella dijo:
"...
 Y todos contestaron inclinándose, profundamente, hasta el suelo por 
tres veces para indicar bien su aprobación a las palabras del rey.
Entonces
 no vaciló más el rey. y sin preocuparse ya de saber si Aladino reunía 
todas las cualidades requeridas para ser esposo de una hija de rey, se 
encaró con la madre de Aladino, y le dijo: "Oh venerable madre de 
Aladino, te ruego que vayas a decir a tu hijo que desde este instante ha
 entrado en mi raza y en mi descendencia, que ya no aguardo más que a 
verle para besarle como un padre besaría a su hijo, y para unirle a mi 
hija Badrú'l-Budur por el Libro y la Suna".
Y después 
de las zalemas, por una y otra parte, la madre de Aladino se apresuró a 
retirarse para volar en seguida a su casa, desafiando a la rapidez del 
viento, y poner a su hijo Aladino al corriente de lo que acababa de 
pasar. Y le apremió para que se diera prisa a presentarse al rey, que 
tenía la más viva impaciencia por verle. Y Aladino, que con aquella 
noticia veía satisfechos sus anhelos después de tan larga espera, no 
quiso dejar ver cuán embriagado de alegría estaba. Y contestó, con aire 
muy tranquilo y acento mesurado: "Toda esta dicha me viene de Alá y de 
su bendición, oh madre, y de tu celo infatigable". Y le besó las manos y
 le dio muchas gracias y le pidió permiso para retirarse a su cuarto a 
fin de prepararse para ir a ver al sultán.
No bien 
estuvo solo, Aladino cogió la lámpara maravillosa, que hasta entonces 
había sido de tanta utilidad para él, y la frotó como de ordinario. Y al
 instante apareció el efrit quien después de inclinarse ante él, le 
preguntó con la fórmula habitual, qué servicio podía prestarle. Y 
Aladino contestó: "Oh efrit de la lámpara, deseo tomar un baño. Y para 
después del baño quiero que me traigas un traje, que no tenga igual en 
magnificencia entre los de los sultanes más grandes de la tierra, y tan 
bueno, que los inteligentes puedan estimarlo en más de mil millares de 
dinares de oro, por lo menos. Y basta por el momento".
Entonces
 tras de inclinarse en prueba de obediencia, el efrit de la lámpara 
dobló completamente el espinazo y dijo a Aladino: "Móntate en mis 
hombros, oh dueño de la lámpara". Y Aladino se montó en los hombros del 
efrit dejando colgar sus piernas sobre el pecho del genni; y el efrit se
 elevó por los aires haciéndole invisible como él lo era, y le 
transportó a un hammam tan hermoso que no podría encontrársele hermano 
en casa de los reyes y káiseres. Y el hammam era todo de jade y 
alabastro transparente, con piscinas de cornalina rosa y coral blanco, y
 con ornamentos de piedra de esmeralda de una delicadeza encantadora. Y 
verdaderamente podían deleitarse allí los ojos y los sentidos, porque en
 aquel recinto nada molestaba a la vista en el conjunto ni en los 
detalles. Y era deliciosa la frescura que se sentía allí, y el calor 
estaba graduado y proporcionado. Y no había ni un bañista que turbara 
con su presencia o con su voz la paz de las bóvedas blancas. Pero en 
cuanto al genni dejó a Aladino en el estrado de la sala de entrada y 
apareció ante él un efrit de lo más hermoso, semejante a una muchacha, 
aunque más seductor, y le ayudó a desnudarse, y le echó por los hombros 
una toalla grande perfumada, y le cogió con mucha precaución, y le 
condujo a la más hermosa de las salas, que estaba toda pavimentada de 
pedrerías de colores diversos. Y al punto fueron a cogerle de sus manos 
de su compañero otros jóvenes efrits, no menos bellos y no menos 
seductores, y le sentaron cómodamente en un banco de mármol, y se 
dedicaron a frotarle y a lavarle con varias clases de aguas de olor; le 
dieron masaje con un arte admirable, y volvieron a lavarle con agua de 
rosas almizclada. Y sus sabios cuidados le pusieron la tez tan fresca 
como un pétalo de rosa blanca y encarnada, a medida de los deseos. Y se 
sintió ligero hasta el punto de poder volar como los pájaros. Y el joven
 y hermoso efrit, que habíale conducido, se presentó para volver a 
cogerle y llevarle al estrado, donde le ofreció, como refresco, un 
delicioso sorbete de ámbar gris. Y se encontró con el genni de la 
lámpara, que tenía entre sus manos un traje de suntuosidad incomparable.
 Y ayudado por el joven efrit de suaves manos, se puso aquella 
magnificencia, y estaba semejante a cualquier rey entre los grandes 
reyes, aunque tenía mejor aspecto aún. Y de nuevo le tomó el efrit sobre
 sus hombros y le llevó, sin sacudidas a la habitación de su casa.
Entonces
 Aladino se encaró con el efrit de la lámpara, y le dijo: "Y ahora, 
¿Sabes lo que tienes que hacer?" El genni contestó: "No, oh dueño de la 
lámpara, pero ordena y obedeceré en los aires por donde vuelo o en la 
tierra por donde me arrastro" Y dijo Aladino: "Deseo que me traigas un 
caballo de pura raza que no tenga hermano en hermosura no en las 
caballerizas del sultán ni en las de los monarcas más poderosos del 
mundo. Y es preciso que sus arreos valgan por sí solos mil millares de 
dinares de oro, por lo menos. Al mismo tiempo, me traerás cuarenta y 
ocho esclavos jóvenes, bien formados, de talla aventajada, y llenos de 
gracia, vestidos con mucha limpieza, elegancia y riqueza, para que abran
 la marcha delante de mi caballo veinticuatro de ellos puestos en 
hileras de a doce, mientras los otros veinticuatro irán detrás de mí en 
dos hileras de a doce también. Tampoco has de olvidarte, sobre todo, de 
buscar para el servicio de mi madre doce jóvenes como lunas, únicas en 
su especie, vestidas con mucho gusto y magnificencia, y llevando en los 
brazos cada una un traje de tela y color diferentes, y con el cual pueda
 vestirse con toda confianza la hija de un rey. Por último, a cada uno 
de mis cuarenta y ocho esclavos le darás, para que se lo cuelgue del 
cuello, un saco con cinco mil dinares de oro, a fin de que haga yo de 
ello el uso que me parezca. Y eso es todo lo que deseo de ti por hoy..."
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y calló discretamente.
En la 759a noche
Ella dijo:
"... Y eso es todo lo que deseo de ti por hoy".
Apenas
 acabó de hablar Aladino, cuando el genni, después de la respuesta con 
el oído y la obediencia, apresuróse a desaparecer, pero para volver al 
cabo de un momento con el caballo, los cuarenta y ocho esclavos jóvenes,
 las doce jóvenes, los cuarenta y ocho sacos de cinco mil dinares cada 
uno y los doce trajes de tela y color diferentes. Y todo era 
absolutamente de la calidad pedida, aunque más hermoso aún. Y Aladino se
 posesionó de todo y despidió al genni, diciéndole: "Te llamaré cuando 
tenga necesidad de ti". Y sin pérdida de tiempo, se despidió de su 
madre, besándola una vez más en las manos, y puso a su servicio a las 
doce esclavas jóvenes, recomendándoles que no dejaran de hacer todo lo 
posible para tener contenta a su ama, y que le enseñaran la manera de 
ponerse los hermosos trajes que habían llevado.
Tras de
 lo cual Aladino se apresuró a montar a caballo y a salir al patio de la
 casa. Y aunque subía entonces, por primera vez, a lomos de un caballo, 
supo sostenerse con una elegancia y una firmeza que le hubieran 
envidiado los más consumados jinetes. Y se puso en marcha, con arreglo 
al plan que había imaginado para el cortejo, precedido por veinticuatro 
esclavos formados en dos hileras de a doce, acompañado por cuatro 
esclavos que iban a ambos lados llevando los cordones de la gualdrapa 
del caballo, y seguido por los demás, que cerraban la marcha.
Cuando
 el cortejo echó a andar por las calles se aglomeró en todas partes, lo 
mismo en zocos que en ventanas y terrazas, una inmensa muchedumbre, 
mucho más considerable que la que había acudido a ver el primer cortejo.
 Y siguiendo las ordenes que les había dado Aladino, los cuarenta y ocho
 esclavos empezaron a coger oro de sus sacos y a arrojárselo a puñados a
 derecha y a izquierda al pueblo que se aglomeraba a su paso. Y 
resonaban por toda la ciudad las aclamaciones, no sólo a causa de la 
belleza del jinete y de sus esclavos espléndidos. Porque en su caballo 
Aladino estaba verdaderamente muy arrogante, con su rostro al que la 
virtud de la lámpara maravillosa hacía aún más encantador, con su 
aspecto real y el airón de diamantes que se balanceaba sobre su 
turbante. Y así fue como, en medio de las aclamaciones y la admiración 
de todo un pueblo, Aladino llegó al palacio, precedido por el rumor de 
su llegada; y yodo estaba preparado allí para recibirle con todos los 
honores debidos al esposo de la princesa Badrú'l-Budur.
Y
 he aquí que el sultán le esperaba, precisamente en la parte alta de la 
escalera de honor, que empezaba en el segundo patio. Y no bien Aladino 
echó pie a tierra, ayudado por el propio gran visir, que le tenía el 
estribo, el sultán descendió en honor suyo dos o tres escalones. Y 
Aladino subió en dirección a él, y quiso prosternarse entre sus brazos, y
 le besó como si de su hijo se tratara, maravillado de su arrogancia, de
 su buen aspecto y de la riqueza de sus atavías. Y en el momento 
retembló el aire, con las aclamaciones lanzadas por todos los emires, 
visires y guardias, y con el sonido de trompetas, clarinetes, oboes y 
tambores. Y pasando el brazo por el hombro de Aladino, el sultán le 
condujo al salón de recepciones, y le hizo sentarse a su lado en el 
canapé del trono, y le besó por segunda vez, y le dijo: "Oh hijo mío 
Aladino, por Alá que siento mucho que mi destino no me haya hecho 
encontrarte antes de este día, y haberte diferido así tres meses tu 
matrimonio con mi hija Badrú'l-Budur, esclava tuya" Y le contestó 
Aladino de una manera tan encantadora que el sultán sintió aumentar el 
cariño que le tenía, y le dijo: "En verdad, oh Aladino, ¿qué rey no 
anhelaría que fueras el esposo de su hija?" Y se puso a hablar con él y a
 interrogarle con mucho afecto, admirándose de la prudencia de sus 
respuestas, y de la elocuencia y sutileza de sus discursos. Y mandó 
preparar en la misma sala del trono, un festín magnífico, y comió solo 
con Aladino, haciéndose servir por el gran visir, a quien se le había 
alargado con el despecho la nariz hasta el límite del alargamiento, y 
por los emires y los altos dignatarios.
Cuando terminó 
la comida, el sultán que no quería prolongar por más tiempo la 
realización de su promesa, mandó llamar al cadí y a los testigos, y les 
ordenó que redactaran inmediatamente el contrato de matrimonio de 
Aladino y su hija Badrú'l-Budur. Y en presencia de los testigos, el cadí
 se apresuró a ejecutar la orden y a extender el contrato con todas las 
fórmulas requeridas por el Libro y la Suna. Y cuando el cadí hubo 
acabado, el sultán besó a Aladino, y le dijo: "Oh hijo mío, ¿penetrarás 
en la cámara nupcial para que tenga efecto la consumación esta misma 
noche?" Y contestó Aladino: "Oh rey del tiempo, sin duda penetraría este
 misma noche para que tuviese efecto la consumación, si no escuchase 
otra voz que la del gran amor que experimento por mi esposa. Pero deseo 
que la cosa se haga en un palacio digno de la princesa y que le 
pertenezca en propiedad. Permíteme, pues, que aplace la plena 
realización de mi dicha hasta que haga construir el palacio que le 
destino. Y a este efecto, te ruego que me otorgues la concesión de un 
vasto terreno, situado frente por frente de tu palacio, a fin de que mi 
esposa no esté alejada de su padre, y yo mismo esté siempre cerca de ti 
para servirte. Y por mi parte, me comprometo a hacer construir este 
palacio en esl plazo más breve posible". Y el sultán contestó: "Ah, hijo
 mío, no tienes necesidad de pedirme permiso para eso. Aprópiate de todo
 el terreno que te haga falta enfrente de mi palacio. Pero te ruego que 
procures que se acabe ese palacio lo más pronto posible, pues quisiera 
gozar de la prosperidad de mi descendencia antes de morir". Y Aladino 
sonrió y dijo: "Tranquilice su espíritu el rey respecto a esto. Se 
construirá el palacio con más diligencia de la que pudiera esperarse". Y
 se despidió del sultán, que le besó con ternura, y regresó a su casa 
con el mismo cortejo que le había acompañado, y seguido por las 
aclamaciones del pueblo y por los votos de dicha y prosperidad.
En
 cuanto entró en su casa, puso a su madre al corriente de lo que había 
pasado, y se apresuró a retirarse a su cuarto completamente solo. Y 
cogió la lámpara maravillosa y la frotó como de ordinario...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y calló discretamente.
Continúa la lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota X" 

 
No hay comentarios:
Publicar un comentario