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lunes, 18 de junio de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota XI - Las mil y una noches.

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota X"


En la 763a noche 

Ella dijo:
"... Entretanto llegaron los joyeros y orfebres a quienes habían ido a buscar los guardias por toda la capital; y se pasó recado al rey, que en seguida se subió a la cúpula de las noventa y nueve ventanas. Y enseñó a los orfebres la ventana sin terminar, diciéndoles: "¡Es preciso que en el plazo más breve posible acabéis la labor que necesita esta ventana, en cuanto a incrustaciones de perlas y pedrerías de todos los colores!" Y los orfebres y joyeros contestaron con el oído y la obediencia, y se pusieron a examinar, con mucha minuciosidad, la labor y las incrustaciones de las demás ventanas, mirándose unos a otros con ojos muy dilatados de asombro. Y después de ponerse de acuerdo entre ellos, volvieron juntos al sultán, y tras las prosternaciones, le dijeron: "oh rey del tiempo, no obstante todo nuestro repuesto de piedras preciosas, no tenemos en nuestras tiendas con qué adornar la centésima parte de esta ventana". Y dijo el rey:"Yo os proporcionaré lo que os haga falta". Y mandó llevar las frutas de piedras preciosas que Aladino le había dado como presente, y les dijo: "Emplead lo necesario y devolvedme lo que sobre" Y los joyeros tomaron sus medidas e hicieron sus cálculos, repitiéndolos varias veces, y contestaron: "Oh rey del tiempo, con todo lo que nos das y con todo lo que poseemos, no habrá bastante para adornar la décima parte de la ventana". Y el rey se encaró con sus guardias y les dijo: "Invadid las casas de mis visires, grandes y pequeños, de mis emires y de todas las personas ricas de mi reino, y haced que os entreguen de grado o por fuerza todas las piedras preciosas que posean". Y los guardias se apresuraron a ejecutar la orden.

En espera de que regresasen, Aladino, que veía que el rey empezaba a estar inquieto por el resultado de la empresa, y que interiormente se regocijaba en extremo de la cosa, quiso distraerle con un concierto. E hiza una seña a uno de los jóvenes efrits esclavos suyos, el cual hizo entrar al punto un grupo de cantarinas, tan hermosas, que cada una de ellas podía decir a la luna: "Levántate para que me siente en tu sitio", y dotadas de una voz encantadora que podía decir al ruiseñor: "Cállate para escuchar cómo canto". Y en efecto, consiguieron con la armonía que el rey tuviese un poco de paciencia.

pero en cuanto llegaron las guardias, el sultán entregó en seguida a los joyeros y orfebres las pedrerías procedentes del despojo de las consabidas personas ricas, y les dijo: "Y bien, ¿qué tenéis que decir ahora?". Ellos contestaron: "Por Alá, oh señor nuestro, que aún nos falta mucho. Y necesitaremos ocho veces más materiales que los que poseemos al presente. Además para hacer ben este trabajo, precisamos por lo menos un plazo de tres meses, poniendo manos a la obra de día y de noche"

Al oír estas palabras, el rey llegó al límite del desaliento y de la perplejidad, y sintió alargársele la nariz hasta los pies, de lo que le avergonzaba su impotencia en circunstancias tan penosas para su amor propio. Entonces, Aladino, sin querer ya prolongar más la prueba a la que le hubo de someter, y dándose por satisfecho, se encaró con los orfebres y los joyeros, y les dijo: "Recoged lo que os pertenece y salid". Y dijo a los guardias: "Devolved las pedrerías a sus dueños". Y dijo al rey: "oh rey del tiempo, no estaría bien que admitiera yo de ti, lo que te di una vez. Te ruego, pues, veas con agrado que te restituya yo estas frutas de pedrerías y te reemplace en lo que falta hacer para llevar a cabo la ornamentación de esa ventana. Solamente te suplico que me esperes en el aposento de mi esposa Badrú'l-Budur, porque no puedo trabajar ni dar ninguna orden cuando sé que me están mirando". Y el rey se retiró con su hija Badrú'l-Budur para no importunar a Aladino. 

Entonces Aladino sacó del fondo del armario de nácar la lámpara maravillosa, que había tenido mucho cuidado de no olvidar en la mudanza de la antigua casa al palacio, y la frotó como tenía por costumbre hacerlo. Y al instante apareció el efrit y se inclinó ante Aladino esperando sus órdenes. Y Aladino le dijo: "Oh efrit de la lámpara, te he hecho venir para que hagas de todo punto semejante a sus hermanas, la ventana número noventa y nueve" Y apenas había él formulado esta petición cuando desapareció el efrit. Y oyó Aladino como una infinidad de martillazos y chirridos de limas en la ventana consabida; y en menos tiempo del que el sediento necesita para beberse un vado de agua fresca, vio aparecer y quedar rematada la milagrosa ornamentación de pedrerías de la ventana. Y no pudo encontrar la diferencia con las otras. Y fue en busca del sultán y le rogó que le acompañara a la sala de la cúpula.

Cuando el sultán llegó frente a la ventana, que había visto tan imperfecta unos instantes atrás, creyó que se había equivocado de sitio, sin poder diferenciarla de las otras. Pero cuando, después de dar vuelta varias veces a la cúpula, comprobó que en tan poco tiempo se había hecho aquel trabajo, para cuya terminación exigían tres meses enteros todos los joyeros y orfebres reunidos, llegó al límite de la maravilla, y besó a Aladino entre ambos ojos, y le dijo: "Ah hijo mío Aladino, conforme te conozco más, me pareces más admirable..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 764a noche

Ella dijo:
"... y besó a Aladino entre ambos ojos, y le dijo: "Ah hijo mío Aladino, conforme te conozco más, me pareces más admirable". Y envió a buscar al gran visir y le mostró con el dedo la maravilla que le entusiasmaba, y le dijo con acento irónico: "y bien, visir, ¿qué te parece?" y el visir que no se olvidaba de su antiguo rencor, se convenció cada vez más, al ver la cosa de que Aladino era un hechicero, un herético y un filósofo alquimista. Pero se guardó mucho de dejar traslucir sus pensamientos al sultán, a quien sabía muy adicto a su nuevo yerno, y sin entrar en conversación con él, le dejó con su maravilla y se limitó a contestar: "Alá es el más grande".

Y he aquí que desde aquel día el sultán no dejó de ir a pasar después del diván, algunas horas cada tarde en compañía de su yerno Aladino y de su hija Badrú'l-Budur, para contemplar las maravillas del palacio, en donde siempre se encontraba cosas nuevas más admirables que las antiguas, que le maravillaban y le transportaban.

En cuanto a Aladino, lejos de envanecerse con lo agradable de su vida, tuvo cuidado de consagrarse en las horas que no pasaba con su esposa Badrú'l-Budur, a hacer bien a su alrededor y a informarse de las gentes pobres para socorrerlas. Porque no olvidaba su antigua condición, y la miseria en que había vivido con su madre en los años de su niñez. Y además, siempre que salía a caballo se hacía escoltar por algunos esclavos que siguiendo órdenes suyas, no dejaban de tirar en todo el recorrido puñados de dinares de oro a la muchedumbre que acudía a su paso. Y a diario, después de la comida del mediodía y de la noche, hacía repartir entre los pobres las sobras de su mesa, que bastarían para alimentar a más de cinco mil personas. Así es que su conducto tan generosa y su bondad y su modestia le granjearon el afecto de todo el pueblo, y le atrajeron las bendiciones de todos los habitantes. Y no había ni uno que no jurase por su nombre y por su vida. Pero lo que acabó de conquistarle los corazones y cimentar su fama fue cierta victoria que logró sobre unas tribus rebeladas contra el sultan, y donde había dado prueba de un valor maravilloso, y de cualidades guerreras que superaban a las hazanas de los héroes más famosos. Y Badrú'l-Budur le amó cada vez más, y cada vez felicitóse de su feliz destino, que le había dado por esposo al único hombre que se la merecía verdaderamente. Y de tal suerte, vivió Aladino varios años de dicha perfecta entre su esposa y su madre, rodeado de la abnegación de grandes y pequeños, y más querido y más respetado que el mismo sultán, quien, por cierto continuaba teniéndole estima y sintiendo por él una admiración ilimitada. Y he aquí lo referente a Aladino

He aquí ahora lo que se refiere al mago magrebín, a quien encontramos al principio de todos estos acontecimientos y que, sin querer, fue causa de la fortuna de Aladino.

Cuando abandonó a Aladino en el subterráneo, para dejarle morir de sed y de hambre, se volvió a su país de fondo del Magreb lejano. Y se pasaba el tiempo entristeciéndose con el mal resultado de su expedición, y lamentando las penas y fatigas que había soportado tan vanamente para conquistar la lámpara maravillosa. Y pensaba en la fatalidad que le había quitado de los labios el bocado que tanto trabajo le costó perfeccionar. Y no transcurría día sin que el recuerdo lleno de amargura de aquellas cosas asaltase su memoria y le hiciese maldecir a Aladino y el momento en que se encontró con Aladino. Y a este efecto, como estaba muy versado en la geomancia, cogió su mesa de arena adivinadora, que hubo de sacar del fondo de un armario, sentóse sobre una estera cuadrada, en medio de un círculo trazado con rojo, alisó la arena, arregló los granos machos y los granos hembras, las madres y los hijos, murmuró las fórmulas geománticas y dijo: "Está bien, oh arena, veamos. ¿Qué ha sido de la lámpara maravillosa? ¿Y cómo murió ese hijo de alcahuete, ese miserable, que se llamaba Aladino?" Y pronunciando estas palabras, agitó la arena con arreglo al rito. Y he aquí que nacieron las figuras y se formó el horóscopo. Y el magrebín, en el límite de la estupefacción, después de un examen detallado de las figuras del horóscopo, descubrió sin ningún género de duda que Aladino no estaba muerto, sino muy vivo, que era dueño de la lámpara maravillosa, y que vivía con esplendor, riquezas y honores, casado con la princesa Badr'u'l-Budur, hija del rey de la Chica, a la cual amaba y la cual le amaba, y por último, que no se le conocía en todo el imperio de China e incluso en las fronteras del mundo, más que con el nombre del emir Aladino.

Cuando el mago se enteró de tal suerte, por medio de las operaciones de su geomancia y de su descreimiento de aquellas cosas que estaban tan lejos de esperarse, espumajeó de rabia y escupió al aire y al suelo, diciendo: "Escupo en tu cara, oh hijo de bastardos y de zorras. Piso tu cabeza, oh Aladino alcahuete, oh perro hijo de perro, oh pájaro de horca, oh rostro de pez y brea..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 765a noche

Ella dijo:
"... Escupo en tu cara, oh hijo de bastardos y de zorras. Piso tu cabeza, oh Aladino alcahuete, oh perro hijo de perro, oh pájaro de horca, oh rostro de pez y brea" y durante una hora estuvo escupiendo al aire y al suelo, hollando con los pies a un Aladino imaginario, y abrumándole a juramentos atroces y a insultos de todas las variedades hasta que se calmó un poco. Pero entonces resolvió vengarse a toda costa de Aladino, y hacerle expiar las felicidades de que en detrimento suyo gozaba con la posesión de aquellas lámpara maravillosa que le había costado al mago tantos esfuerzos y tantas penas inútiles. Y sin cavilar un instante, se puso en camino para China. Y como la rabia y el deseo de venganza le daban alas, viajó sin detenerse, meditando largamente sobre los medios de que se valdría para apoderarse de Aladino, y no tardó en llegar a la capital del reino de China. Y paró en un khan, donde alquiló una vivienda. Y desde el día siguiente, a su llegada empezó a recorrer los sitios públicos y los lugares más frecuentados; y por todas partes sólo oyó hablar del emir Aladino. Y se dijo: "Por el fuego y por la luz que no tardará en pronunciarse este nombre para sentenciarlo a muerte". Y llegó al palacio de Aladino y exclamó al ver su aspecto imponente: "Ah, ah, ahí habita ahora el hijo del sastre Mustafá, el que no tenía un pedazo de pan para echarse a la boca al llegar la noche. Ah, ah, ¡Pronto verás, Aladino, si mi Destino vence o no al tuyo, y si obligo o no a tu madre a hilar lana, como en otro tiempo, para no morirse de hambre, y si cavo o no con mis propias manos la fosa adonde irá ella a llorar". Luego se acercó a la puerta principal del palacio, y después de entablar conversación con el portero consiguió enterarse de que Aladino había ido de caza por varios días. Y pensó: "He aquí ya el principio de la caída de Aladino. En ausencia suya podré obrar más libremente. pero ante todo, es preciso que sepa si Ladino se ha llevado la lámpara maravillosa consigo o si la ha dejado en el palacio". Y se apresuró a volver a su habitación del khan donde cogió su mesa geomántica y la interrogó. Y el horóscopo le reveló que Aladino había dejado la lámpara en el palacio.

Entonces el magrebín, ebrio de alegría, fue al zoco de los caldereros y entró en la tienda de un mercader de linternas y lámparas de cobre, y le dijo: "oh, mi señor, necesito una docena de lámparas de cobre completamente nuevas y muy bruñidas" Y contestó el mercader: "Tengo lo que necesitas" Y le puso delante doce lámparas muy brillantes y le pidió un precio que le pagó el mago sin regatear. Y las cogió y las puso en un cesto que había comprado en casa del cestero. Y salió del zoco.

Y entonces se dedicó a recorrer las calles con el cesto de lámparas al brazo, gritando: "¡Lámparas nuevas! ¡A las lámparas nuevas! ¡Cambio lámparas nuevas por otras viejas! ¡Quien quiera el cambio que venga por la nueva!" Y de ese modo se encaminó al palacio de Aladino.

En cuanto los pilluelos de las calles oyeron aquel pregón insólito, y vieron el amplio turbante del magrebín, dejaron de jugar y acudieron en tropel. Y se pusieron a hacer piruetas detrás de él mofándose y gritando a coro:"¡Al loco, al loco!" Pero él, sin prestar la menor atención a sus burlas, seguía con su pregón, que dominaba las cuchufletas: "¡Lámparas nuevas! ¡A las lámparas nuevas! ¡Cambio lámparas nuevas por otras viejas! ¡Quien quiera el cambio que venga por la nueva!" 

Y de tal suerte, seguido por la burlona muchedumbre de chiquillos, llegó a la plaza que había delante de la puerta del palacio, y se dedicó a recorrerla de un extremo a otro para volver sobre sus pasos y recomenzar, repitiendo, casa vez más fuerte, su pregón sin cansarse. Y tanta maña se dio que la princesa Badrú'l.Budur, que en aquel momento se encontraba en la sala de las noventa y nueve ventanas, oyó aquel vocerío insólito y abrió una de las ventanas y miró a la plaza. Y vio a la muchedumbre insolente y burlona de pilluelos, y entendió el extraño pregón del magrebín. 

Y se echó a reír, y sus mujeres entendieron el pregón también, y se echaron a reír con ella, y le dijo una: "oh mi señora, precisamente hoy, al limpiar el cuarto de mi amo, Aladino, he visto en una mesita una lámpara vieja de cobre. Permíteme, pues, que vaya a cogerla y a enseñársela a ese viejo magrebín, para ver si realmente está tan loco como nos da a entender su pregón, y si consiente en cambiárnosla por una lámpara nueva". Y he aquí que la lámpara vieja de que hablaba aquella esclava era precisamente la lámpara maravillosa de Aladino. ¡Y por una desgracia escrita por el Destino, se había olvidado él, antes de partir, de guardarla en el armario de nácar en que generalmente la tenía escondida, y la había dejado encima de la mesilla. ¿Pero es posible luchar contra los decretos del Destino?

Por otra parte, la princesa Badrú'l-Budur ignoraba del todo la existencia de aquella lámpara y sus virtudes maravillosas. Así es que no vio ningún inconveniente en el cambio de que le hablaba su esclava, y contestó: "Desde luego. Coge esa lámpara y dásela al agá de los eunucos, a fin de que vaya a cambiarla por una lámpara nueva y nos riamos a costa de ese loco".

Entonces la joven esclava fue al aposento de Aladino, cogió la lámpara maravillosa que estaba encima de la mesilla y se la entregó al agá de los eunucos. Y el agá bajó al punto a la plaza, y le dijo: "Mi señora desea cambiar esta lámpara por una de las nuevas que llevas en este cesto".

Cuando el mago vio la lámpara, la reconoció a la primera ojeada, y empezó a temblar de la emoción. Y el eunuco le dijo: "¿Qué pasa? ¿Acaso encuentras esta lámpara demasiado vieja para cambiarla?" Pero el mago, que había dominado ya su excitación, tendió la mano con la rapidez del buitre que cae sobre la tórtola, cogió la lámpara que le ofrecía el eunuco y se la guardó en el pecho. Luego presentó al eunuco el cesto, diciendo: "Coge la que más te guste" Y el eunuco escogió una lámpara muy bruñida y completamente nueva, y se apresuró a llevársela a su ama Badrú'l.Budur, echándose a reír y burlándose de la locura del magrebín...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

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