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jueves, 21 de junio de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota XII - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota XI"



En la 766a noche

Ella dijo:
"... Y el eunuco escogió una lámpara muy bruñida y completamente nueva, y se apresuró a llevársela a su ama Badrú'l-Budur, echándose a reír y burlándose de la locura del magrebín. ¡y he aqué li referente al agá de los eunucos y al cambio de la lámpara maravillosa en ausencia de Aladino! En cuanto al mago, echó a todo correr, tirando el cesto con su contenido a la cabeza de los pilluelos, que continuaban mofándose de él, para impedirles que le siguieran. Y de tal modo desembarazado, franqueó recintos de palacios y jardines y se aventó por las calles de la ciudad, dando mil rodeos a fin de que perdieran su pista quienes hubiesen querido perseguirle. Y cuando llegó a un barrio completamente desierto, se sacó del pecho la lámpara y la frotó. Y el efrit de la lámpara respondió a esta llamada, apareciéndose ante él al punto y diciendo: "Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo, ¿Qué quieres? Habla. Soy servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro" Porque el efrit obedecía indistintamente a quienquiera que fuese poseedor de aquella lámpara, aunque como el mago fuera por el camino de la maldad y de la perdición.

Entonces el magrebín le dijo: "Oh efrit de la lámpara, te ordeno que cojas el palacio que edificaste para Aladino y lo transportes con todos los seres y las cosas que contiene a mi país que ya sabes cuál es, y que está en el fondo del Magreb, entre jardines. Y también me transportarás a mi allá con el palacio". Y contestó el mared esclavo de la lámpara: "Escucho y obedezco. Cierra un ojo, abre un ojo, y te encontrarás en tu país, en medio del palacio de Aladino". Y efectivamente, en un abrir y cerrar de los ojos se hizo todo. Y el magrebín se encontró transportado con el palacio de Aladino, en medio de su país, en el Magreb africano. ¡Y esto es todo lo referente a él!

Pero en cuanto al sultán, padre de Badrú'l-Budur, al despertarse el siguiente día, salió de su palacio como tenía por costumbre para ir a visitar a su hija, a la que quería tanto. Y en el sitio en que se alzaba el maravilloso palacio no vio más que un amplio meidán agujereado por las zanjas vacías de los cimientos. Y en el límite de la perplejidad, ya no supo si habría perdido la razón; y empezó a restregarse los ojos para darse cuenta mejor de lo que veía. Y comprobó que con la claridad del sol saliente y la limpidez de la mañana, no había manera de engañarse, y que el palacio ya no estaba allí. Pero quiso convencerse más aún de aquella realidad enloquecedora, y subió al piso más alto, y abrió la ventana que daba enfrente de los aposentos de su hija. Y no vio palacio ni huella de palacio, ni jardines ni huella de jardines, sino sólo un inmenso meidán, donde, de no estar las zanjas, habrían podido los caballeros justar a su antojo.

Entonces, desgarrado de ansiedad, el desdichado padre empezó a golpearse las manos una contra otra y a mesarse la barba llorando, por más que no pudiese darse cuenta exacta de la naturaleza y de la magnitud de la desgracia. Y mientras de tal suerte desplomábase sobre el diván, su gran visir entró para anunciarle, como de costumbre, la apertura de la sesión de justicia. Y vio el estado en que se hallaba, y no supo que pensar. Y el sultán le dijo: "Acercate aqui" y el visir se acercó, y el sultán le dijo: "¿Dónde está el palacio de mi hija?". El otro dijo: "Alá guarde al sultán, pero no comprendo lo que quieres decir". El sultán dijo: "Cualquiera creería, oh visir, que no estás al corriente de la triste nueva". Y el visir dijo: "Claro que no lo estoy, oh mi señor. Por Alá que no se nada, absolutamente nada"- El sultán dijo: "Entonces no has mirado hacia el palacio de Aladino". El visir dijo: "Ayer estuve a pasearme por los jardines que lo rodean, y no he notado ninguna cosa de particular, sino que la puerta principal estaba cerrada a causa de la ausencia del emir Aladino". Y el sultán dijo: "Oh visir, en ese caso, mira por la ventana y dime si no notas cosa particular en ese palacio que ayer viste con la puerta cerrada" Y el visir sacó la cabeza por la ventana y miró pero fue para levantar los brazos al cielo exclamando: "¡Alejado sea el maligno! ¡El palacio ha desaparecido!" Luego se encaró con el sultán y le dijo: "Y ahora, oh mi señor, ¿vacilas en creer que ese palacio, cuya arquitectura y ornamentación admirabas tanto, sea otra cosa que la obra de la más admirable hechicería?" Y el sultán bajó la cabeza y reflexionó durante una hora de tiempo. Tras de lo cual levantó la cabeza y tenía el rostro revestido de furor. Y exclamó: "¿Dónde está ese malvado, ese aventurero, ese mago, ese impostor, ese hijo de mil perros, que se llama Aladino?" Y el visir contestó, con el corazón dilatado de triunfo: "Está ausente de caza, pero me ha anunciado su regreso para hoy antes de la plegaria del mediodía. Y si quieres me encargo de ir yo mismo a informarme cerca de él sobre lo que ha sido del palacio con su contenido". Y el rey se puso a gritar: "No, ¡Por Alá! Hay que tratarle como a los ladrones y a los embusteros ¡Que me lo traigan los guardias cargado de cadenas..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 767a noche

Ella dijo:
"... Hay que tratarle como a los ladrones y a los embusteros ¡Que me lo traigan los guardias cargado de cadenas"

Al punto el gran visir salió a comunicar la orden del sultán al jefe de los guardias, instruyéndole cómo debía arreglarse para que no se le escapara Aladino. Y acompañado por cien jinetes, el jefe de los guardias salió de la ciudad al camino por donde tenía que volver Aladino, y se encontró con él a cien parasangas de las puertas. Y en seguida hizo que le cercaran los jinetes, y le dijo: "Emir Aladino, oh amo nuestro, dispénsanos, por favor, pero el sultán, de quien somos esclavos, nos ha ordenado que te detengamos y te pongamos entre sus manos cargado de cadenas como los criminales. Y no podemos desobedecer una orden real. Pero repetimos que nos dispenses por tratarte así aunque a todos nosotros nos ha inundado tu generosidad.

Al oír estas palabras del jefe de los guardias, a Aladino se le trabó la lengua de sorpresa y de emoción. Pero acabó por poder hablar y dijo: "Oh buenas gentes, ¿Sabéis, al menos, por qué motivo os ha dado el sultán semejante orden, siendo yo inocente de todo crimen con respecto a él o al estado?" Y contestó el jefe de los guardias muy a disgusto suyo. Se apoderaron de Aladino, le ataron los brazos, le echaron al cuello una cadena muy gorda y muy pesada, con la que también le sujetaron por la cintura, y cogiendo el extremo de aquella cadena le arrastraron a la ciudad haciéndole caminar a pie mientras ellos seguían a caballo su camino.

Llegados que fueron los guardias a los primeros arrabales de la ciudad, los transeúntes que vieron de este modo a Aladino no dudaron de que el sultán, por motivos que ignoraban, se disponía a hacer que le cortaran la cabeza. Y como Aladino se había captado, por su generosidad y su afabilidad, el afecto de todos los súbditos del reino, los que le vieron apresuráronse a echar a andar detrás de él, armándose de sables unos, de estacas otros y de piedras y palos los demás. Y aumentaban en número a medida que el convoy se aproximaba al palacio; de modo que ya eran millares y millares al llegar a la plaza del meidán. Y todos gritaban y protestaban, blandiendo sus armas y amenazando a los guardias, que a duras penas pudieron contenerles y penetrar en el palacio sin ser maltratados. Y en tanto que los otros continuaban vociferenado y chillando en el meidán, para que se les devolviese sano y salvo a su señor Aladino, que segupia cargado de cadenas, en la sala donde le esperaba el sultán lleno de cólera y ansiedad.

No bien tuvo en su presencia a Aladino, poseído de un furor inconcebible, no quiso perder tiempo en preguntarle qué había sido del palacio que guardaba a su hija Barú'l-budur, y gritó al portaalfanje: "¡Corta en seguida la cabeza de este impostor maldito!" Y no quiso oírle ni verle un instante más. Y el portaalfanje se llevó a Aladino a la terraza, desde la cual se denominaba el meidán en donde estaba apiñada la muchedumbre tumultuosa, hizo arrodillar a Aladino sobre el cuero rojo de las ejecuciones, y después de vendarle los ojos le quitó la cadena que llevaba al cuello y alrededor del cuerpo, y le dijo: "Pronuncia tu acto de fe antes de morir" Y se dispuso a darle el golpe de muerte, volteando por tres veces y haciendo flamear el sable en el aire en torno a él. Pero en aquel momento, al ver que el portaalfanje iba a ejecutar a Aladino, la muchedumbre empezó a escalar los muros del palacio y a forzar las puertas. Y el sultán vio aquello y temiéndose algún acontecimiento funesto, se sintió poseído de gran espanto. . Y se encaró con el portaalfanje y le dijo: "Aplaza por el instante el acto de cortar la cabeza a ese criminal" Y le dijo al jefe de los guardias: "Haz que pregonen al pueblo que le otorgo la gracia de la sangre a ese maldito" Y aquella orden, pregonada en seguida desde lo alto de las terrazas, calmó el tumulto y el furor de la muchedumbre, e hizo abandonar su propósito a los que forzaban las puertas y a los que escalaban los muros del palacio.

Entonces Aladino, a quien se había tenido cuidado de quitar la venda de los ojos y a quien habían soltado las ligaduras que le ataban las manos a la espalda, se levantó del cuero de las ejecuciones en donde estaba arrodillado, y alzó la cabeza hacia el sultán y con los ojos llenos de lágrimas le preguntó: "¡Oh rey del tiempo, suplico a tu alteza que me diga solamente el crimen que he podido cometer para ocasionar tu cólera y esta desgracia!" Y con el color muy amarillo y la voz llena de cólera reconcentrada, el sultán le dijo: "¿Que te diga tu crimen, miserable? ¿Es que finges ignorarlo? ¡Pero no fingirás más cuando yo te lo haya hecho ver con tus propios ojos!" Y le gritó: "Sígueme" y echó a andar delante de él y le condujo al otro extremo del palacio, hacia la parte que daba al segundo meidán, donde se erguí antes el palacio de Badrú'l-Budur rodeado de jardines, y le dijo: "Mira por esta ventana y dime, ya que debes saberlo, qué ha sido del palacio que guardaba a mi hija". Y Aladino sacó la cabeza por la ventana y miró. Y no vio ni palacio ni jardín ni huella del palacio o del jardín sino el inmenso meidán desierto tal como estaba el día en que él dio al efrit de la lámpara la orden de construir allí la morada maravillosa. Y sintió tal estupefacción y al dolor y tal conmoción, que estuvo a punto de caer desmayado. Y no pudo pronunciar una sola palabra. Y el sultán le gritó: "Dime, maldito impostor, ¿dónde está el palacio y dónde está mi hija, núcleo de mi corazón, mi única hija?" Y Aladino lanzó un gran suspiro y vertió abundantes lágrimas, luego dijo: "Oh rey del tiempo, no lo sé" Y le dijo el sultán: "Escúchame bien. No quiero pedirte que restituyas tu maldito palacio, pero si te ordeno que me devuelvas a mi hija. Y si no lo haces al instante o si no quieres decirme qué ha sido de ella, por mi cabeza que haré que te corten la cabeza" Y en el límite de la emoción, Aladino bajó los ojos y reflexionó una hora entera. Luego levantó la cabeza y dijo: "Oh rey del tiempo, ninguno escapa a su destino. Y si mi destino es que se me corte la cabeza por un crimen que no he cometido, ningún poder logrará salvarme. Solo te pido, pues, antes de morir, un plazo de cuarenta días para hacer las pesquisas necesarias con respecto a mi esposa bienamada, la que ha desaparecido con el palacio mientras yo estaba de caza y sin que pudiera sospechar cómo ha sobrevenido esta calamidad; y te juro por la verdad de nuestra fe y los méritos de nuestro señor Mahoma - ¡con Él la plegaria y la paz -". Y el sultán contestó: "Está bien, te concederé lo que me pides. Pero has de saber que pasado ese plazo nada podrá salvarte de entre mis manos si no traes a mi hija. Porque sabré apoderarme de ti y castigarte. sea donde sea el paraje de la tierra en que te ocultes" Y al oír estas palabras Aladino salió de la presencia del sultán, y muy cabizbajo atravesó el palacio en medio de los dignatarios, que se apenaban mucho al reconocerle y verle tan demudado por la emoción y el dolor. Y llegó ante la muchedumbre y empezó a preguntar, con torvos ojos: "¿Dónde está mi palacio? ¿Dónde está mi esposa?" Y cuantos le veían y oían se dijeron: "El pobre ha perdido la razón. El haber caído en desgracia con el sultán y la proximidad de la muerte le han vuelto loco" Y al ver que ya sólo era para todo el mundo motivo de compasión, Aladino se alejó rápidamente sin que nadie tuviese corazón para seguirle. Y salió de la ciudad, y comenzó a errar por el campo, sin saber lo que hacía...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En 768a noche

Ella dijo:
"... y comenzó a errar por el campo, sin saber lo que hacía. Y de tal suerte llegó a orillas de un gran río, presa de la desesperación, y diciéndose: "¿Dónde hallarás tu palacio, Aladino, y a tu esposa Badrú'l-Budur? ¡Oh pobre! ¿A qué país desconocido irás a buscarla, si es que está viva todavía? ¿Y acaso sabes siquiera, cómo ha desaparecido?" Y con el alma oscurecida por estos pensamientos, y sin ver ya más que tinieblas y tristeza delante de sus ojos, quiso arrojarse al agua y ahogar allí su vida y su dolor. Pero en aquel momento se acordó de que era musulmán, un creyente, un puro. Y dio fe de la unidad de Alá y de la misión de Su Enviado. Y reconfortado con su acto de fe y su abandono  la voluntad del Altísimo, en lugar de arrojarse al agua, se dedicó a hacer sus abluciones para la plegaria de la tarde. Y se puso en cuclillas a la orilla del río y cogió agua en el hueco de las manos y se puso a frotarse los dedos y las extremidades. Y he aquí que, al hacer estos movimientos, frotó el anillo que le había dado en la cueva el magrebín. Y en el mismo momento apareció el efrit del anillo que se porsternó ante él, diciendo: "Aquí tiene entre tus manos a tu esclavo ¿Qué quieres? Habla. Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua" Y Aladino reconoció perfectamente, por su aspecto repulsivo y por su voz aterradora al efrit que en otra ocasión hubo de sacarle del subterráneo. Y agradablemente sorprendido por aquella aparición, que estaba tan lejos de esperarse en el estado miserable en que se encontraba, interrumpió sus abluciones y se irguió sobre ambos pies y dijo al efrit: "Oh efrit del anillo, oh compasivo, oh excelente. Alá te bendiga y te tenga en su gracia. Pero apresúrate a traerme mi palacio y mi esposa, la princesa Badrú'l-Budur" Pero el efrit del anillo le contestó: "Oh dueño del anillo, lo que me pides no está en mi facultad, porque en la tierra, en el aire, y en el agua yo sólo soy servidor del anillo. Y siento mucho no poder complacerte en esto que es competencia del servidor de la lámpara. A tal fin, no tienes más que dirigirte a ese efrit y él te complacerá" Entonces Aladino, muy perplejo le dijo: "Oh efrit del anillo, en ese caso, y puesto que no puedes mezclarte en lo que no te incumbe trasnportando aquí el palacio de mi esposa, por las virtudes del anillo a quien sirves, te ordeno que me transportes a mi mismo al paraje de la tierra en que se halla mi palacio y me dejes sin hacerme sufrir sacudidas, debajo de las ventanas de mi esposa, la princesa Budur".

Apenas había formulado Aladino esta petición, el efrit del anillo contestó con el oído y la obediencia, y en el tiempo que se tarda solamente en cerrar un ojo y abrir un ojo, le transportó al fondo del Magreb, en medio de un jardín magnífico donde se alzaba con su hermosura arquitectural, el palacio de Badrú'l-Budur. Y le dejó con cuidado debajo de las ventanas de la princesa y desapareció.

Entonces, a la vista de su palacio, sintió Aladino dilatársele el corazón y tranquilizársele el alma y refrescársele los ojos. Y de nuevo entraron en él la alegría y la esperanza. Y de la misma manera que está preocupado y no duerme, quien confía una cabeza al vendedor de cabezas cocidas al horno, así Aladino, a pesar de sus fatigas y sus penas, no quiso descansar lo más mínimo. Y se limitó a elevar su alma hacia el Creador para darle gracias por sus bondades y reconocer que sus designios son impenetrables para las criaturas limitadas. Tras de lo cual se puso muy en evidencia debajo de las ventanas de su esposa Badrú'l-Budur.

Y he aquí que, desde que fue arrebatada con el palacio por el magrebín, la princesa tenía la costumbre de levantarse todos los días a la hora del alba, y se pasaba el tiempo llorando y las noches en vela, poseída de tristes pensamientos en su dolor por verse separada de su padre y de su esposo bienamado, además de todas las violencias de que la hacía víctima  el maldito magrebín, aunque sin ceder ella. Y no dormía, ni comía, ni bebía. Y aquella tarde, por decreto del destino, su servidora había entrado a verla para distraerla. Y abrió una de las ventanas de la sala de cristal, y miró hacia afuera diciendo: "Oh mi señora, ven a ver cuán hermosos están los árboles y cuán delicioso es el aire esta tarde" Luego lanzó de pronto un grito exclamando: "¡Ya setti, ya setti! He ahí a mi amo Aladino, he ahí a mi amo Aladino está bajo las ventanas del palacio..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente

Continúa la lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota XIII"

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