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jueves, 9 de agosto de 2012

Maravillas - Enrique Wernicke


El siguiente es un cuento de Enrique Wernicke, escritor argentino, a mi parecer, un tanto olvidado dentro de la literatura nacional. Creí haberlo conocido en la feria del libro de Buenos Aires del 2009, pero algunos días atrás, encontré un relato suyo en un libro recopilatorio de cuentos de diversos escritores que estudié en el secundario. Más correcto es, entonces, decir que lo descubrí en esa feria del libro ya que, a pesar de haber leído algo suyo en la escuela, por años me pasó desapercibido.
"Maravillas" tiene un marcado tinte político, cuenta la historia de Maravillas, secretario de algún primer ministro... La imagen que elegí para acompañar el texto lo dice todo... que lo disfruten :D

Maravillas


Era un hombre simple, tímido, irresoluto, y bastaba verlo para saber que tenía un corazón de oro. Pero los empleados del ministerio envidiaban su importantísimo puesto y tejían intrigas, inútiles por lo más, para arrebatarle el favor del Jefe.

Maravillas era el secretario Privado del Primer Ministro, su consejero; su confidente, mejor dicho. Maravillas era la sombra del gran hombre y, cuando aquel lo concurría a su despacho, se pasaba sentado frente a la puerta aguardando.

Su sobrenombre-mote de infancia- explicaba singularmente su destino. Maravillas había sido condiscípulo del dictador y había ganado, en aquellos tiempos, ese aprecio y esa confianza que no habían disminuido ni las separaciones ni los años.

Pero la verdades que Maravillas cumplía su deber como ninguno.

-¡Hombre! -gustaba exclamar el dictador cuando llegaba al ministerio. - ¿Ya estas aquí?¡Vamos! Tenemos mucho trabajo.

Esto significaba que el Jefe desaparecería en su despacho por muchas horas, preservándose de los importunos con unos cerrojos imponentes que al correrse, daban la impresión dela perfecta impunidad.

Dentro del despacho,el Jefe había impuesto su clima violento y grandilocuente. Un salón inmenso cuyos muros de mármol siempre parecían empapados por secretas segregaciones.Ventanales altos, medievales, abiertos con cortinas oscuras y pesadas. Por todo moblaje, fuera de algunas bibliotecas, una inmensa mesa de trabajo, un sillón y una banqueta pequeña con algo de trasto de portería. En esta se sentaba Maravillas cuando el dictador ocupaba su trono.

A ese recinto no llegaba un rumor. En cambio, si una voz fuerte sonaba en sus extremos,retumbaba en ecos sucesivos. Se decía que el Jefe usaba el eco para impresionara los extranjeros, pero lo cierto era que muchas veces, el mismo temblaba al sentir como su voz - ¡tan rica! - se repetía luego cascada y muerta.

-¡Maravillas!¡Los cerrojos!

El secretario tenía orden de revisar las puertas antes de comenzar el trabajo. Y luego hacia la luz, corriendo un poco los cortinones. Mientras tanto el Jefe se acomodaba en el sillón.

Maravillas cumplía la tarea con pasos menudos y tranquilos. Esa paz que respiraba el servidor era como un sedante para los nervios del Ministro. Porque, a pesar de llevar años en el poder, nunca podía alejar de sí el temor de que algún intruso lo estuviera espiando. Maravillas se acercaba a la mesa y el dictador sonreía.

-¡Comencemos!

"Comencemos...", decía el eco. Y se iniciaba ese juego misterioso que absorbía por iguala Jefe y empleado.
Sobre aquella inmensa mesa yacían unas cincuenta madejas de hilo, todas anudadas y retorcidas. En parte, los hilos caían al pie de la mesa formando como un signo de cábala sobre la alfombra roja y dorada. Los extremos de la inverosímil madeja pasaban sobre el escritorio y caían a su vez a espalda del sillón.

Esa absurda confusión de hilos, ovillos y madejas encerraba el destino de un Estado.

Cuando el Jefe daba la voz, Maravillas estaba de pie. Sus ojos azules permanecían clavados en las manos del dictador mientras este, con un cierto temblor, comenzaba a tirar simultáneamente de muchos cabos.

Las madejas cobraban unos movimientos de serpiente y, poco a poco, dejaban pasar los hilos.El Jefe empezaba actuando con suavidad, pero pronto alcanzaba un movimiento rítmico y audaz.

-¡Maravillas!-gritaba el Jefe angustiado. -¡Cuidado! ¡Los ingleses!

Y nadie hubiese sospechado tanta agilidad en aquel hombre servil y tranquilo. Con toda rapidez se lanzaba sobre la mesa y con dedos febriles solucionaba algún enredo entre los ovillos. Durante un segundo, ambos hombres vivían un tiempo largo como un siglo. Pero cuando el Jefe comprobaba que todo seguía bien, suspiraba desahogándose, y Maravillas, lleno de felicidad, se sentaba a descansar en su banqueta.

Como las interrupciones no eran frecuentes, el secretario solía abandonarse a pensamientos queridos. Pensaba en su mujer, en su adorable bomboncito.Maravillas tenía por esposa a una paloma de campo, arrulladora, hacendosa y limpia, y el amor desbordaba en su hogar. Además, se admiraban mutuamente y sus conversaciones siempre asumían ese tono de alabanza que hace tan felices a las mujeres y a los hombres.

-¡Como has hecho mujercita, para lograr ese budín? ¡Parece la cúpula de la catedral!

La esposa sonreía modestamente.

-Agua y harina,fuego lento y nada más. ¿Cómo puedes asombrarte de esta tontería, tú, que cumples el trabajo más difícil del mundo?

Y ahora Maravillas sonreía. -Mi empleo es sencillo, mujercita.

Pero la mujer,con los ojos brillantes de emoción, arrimaba su silla insistiendo:

-Dime, ¿cómo haces para conocer por su nombre a los hilos?

Maravillas demoraba en explicarse. El asombro de su esposa planteaba otro asombro en su corazón.

-No sé -respondía por fin-.

Yo adivino todo en los ojos de Su Excelencia... Cuando estoy solo no sé nada... Sírveme otra tajada del budín... Pero, ¿cómo has hecho para que suba tanto?

A esta altura de sus sueños -porque todo era recuerdo del empleado- el Jefe lo palmeaba.

-Hemos terminado por hoy, Maravillas.

Y como siempre se levantaba satisfecho, una vez le preguntó de pronto, conmovido por la eficacia del secretario:

-¿Cuándo vas a tener un hijo, Maravillas?
-¡Oh! ¡Jefe!¡Usted adivina! Dentro de tres meses. Paloma esta embarazada.
-Seré su padrino- dijo el Ministro- Y el darás mi nombre de batalla: ¡Petrus!

Maravillas le toma la mana y la besa. El superior 10 deja hacer, sonriendo.

Transcurrieron los tres meses señalados. Paloma paría un chiquitín robusto y Maravillas pudo llevar en brazos a su heredero.

-¡Ya nació Petrus, Excelencia! -dijo feliz cuando llegó al despacho.

Pero el dictador pareció no oírlo. Últimamente, los negocios no marchaban. Las gentes andaban sublevadas y cada telegrama que llegaba al palacio anunciaba una revuelta,muchas muertes y, lo que es peor, que no se podía hacer nada.

-¡Excelencia!¡Nació Petrus!
-¡Ah! - dijo porfin. - ¿Tu hijo? ¡No digas!
-Paloma está feliz, Excelencia, y lo espera.
-Pues iré a tu casa muy pronto. ¡Dile que atienda a que no me mee cuando vaya!

Rió de su broma y la tos lo atragantó. Maravillas se apartó respetuosamente y corrió los cerrojos.

-¿Y qué vamos a hacer con tu hijo? -dijo el dictador reponiéndose.
-¡Excelencia,será un buen campesino!
-¡No, hombre!¿Qué estás diciendo? Tu hijo vendrá a palacio a reemplazarte cuando tú estésviejo. Y vendrá para ayudar a mi hijo cuando yo este muerto.

Maravillas no respondió. -¡Comencemos!

Y otra vez se inició el juego misterioso. Los hilos corrieron sobre la mesa en tanto el secretario permanecía atento a la voz del superior. Todo andaba bien.

Maravillas entrecerró los ojos y pensó en su mujer, en su casa y en Petrus, el heredero.Paloma, el budín y las catedrales. Sonrió en sus sueños. Y de pronto, sin tener dominio sobre su voz, sintió que decía:

-¡Excelencia¡¿Porqué no ha de ser campesino?

El Jefe saltó en el asiento.

-¿Cómo?

Era la primera vez en su vida que el empleado lo interrumpía en el trabajo.

-¡Maravillas!-dijo secamente. Pero después fue un grito: -¡Maravillas!¡Las colonias!

Maravillas pensaba en Petrus.

-¡Las colonias! ¡Los empréstitos! ¡El inglés! ¡No oyes?

Maravillas se lanzó sobre la mesa, aturdido, desesperado. Metió la mano entre los hilos y confundió aun más las madejas.

-¡El inglés!-gritó el dictador, ya ronco. Y cerró los ojos.

Cuando el secretario recobró su voluntad, miró al Jefe y no vio nada.

-¡Excelencia!¡Los ojos!

Pero el dictador daba manotones furiosos y los hilos le subían por el pecho como serpientes.-¡Los ojos!

Maravillas corrió hacia las puertas, y no había alcanzado a abrirlas cuando volvió tropezando. Los hilos habían cubierto la cara del Jefe y le envolvían la garganta. Con las manos crispadas, apartó los cabos. Era tarde. El rostro del dictador estaba amoratado y por su nariz corría la sangre.

-¡Jefe! -gritó el pobre hombre, cayendo de rodillas.

Y desde el suelo, advirtió con espanto que los hilos trepaban solos, se enredaban y cubrían el cadáver del gran hombre.

Afuera, pegados a la puerta, los empleados, espantados, escuchaban.

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