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El robot perdido
Volví a ver a Susan Calvin a la puerta de su oficina.
Estaba sacando los archivos.
--¿Cómo van estos artículos, mi joven amigo? -me
preguntó.
--Muy bien -dije. Los había estructurado según mi leal
saber y entender, dramatizando lo escueto de su relato y añadiendo a la
conversación algunos toques de amenidad-. ¿Quiere usted echarles una mirada y
decirme si he sido injurioso o me he propasado en algo?
--Con mucho gusto. ¿Quiere que vayamos a la Sala de
Juntas? Podremos tomar café.
Parecía de buen humor, de manera que mientras avanzábamos
por el corredor, aventuré:
--Me estaba preguntando, doctora Calvin...
--Diga.
--Si querría usted decirme algo más sobre la historia de
los robots.
--Me parece que ya ha conseguido saber todo lo que quería,
mi joven amigo.
--En cierto modo, sí. Pero estos incidentes que he
transcrito no tienen gran aplicación en el mundo moderno. Quiero decir; sólo se
desarrolló un único robot capaz de leer el pensamiento, las estaciones del
Espacio están ya pasadas de moda y en desuso y la explotación minera por robots
es cosa descontada. ¿Y el viaje interestelar? No han transcurrido más de veinte
años desde la invención del motor hiperatómico y todo el mundo sabe que fue una
invención robótica. ¿Qué hay de verdad en todo esto?
--¿El viaje interestelar?... -Quedó pensativa. Estábamos
en el salón y encargué una comida copiosa. Ella sólo tomó café-. No fue
simplemente una invención robótica, comprenda usted. Pero, desde luego, hasta
que coNSTruimos el cerebro, no adelantamos mucho. Pero lo intentamos;
verdaderamente lo intentamos. Mi primer contacto (directo, me refiero) con las
investigaciones interestelares tuvo lugar en 2029, cuando se perdió un robot...
* * *
En Hyper Base, las medidas se tomaron con una especie de
furia frenética; fue como el equivalente muscular de un grito histérico.
Para clasificarlas por orden de cronología y
desesperación, fueron:
1. Todo trabajo en la Zona Hiperatómica que atraviesa el
volumen espacial ocupado por las Estaciones del Grupo Asteroidal Veintisiete
quedó inmovilizado.
2. Todo volumen espacial del Sistema quedó aislado, prácticamente
hablando. Nadie podía entrar sin permiso. Nadie podía salir bajo ningún
pretexto.
3. Los doctores Susan Calvin y Peter Bogert,
respectivamente Jefe del Departamento de Psicología y Director del Departamento
de Matemáticas de la United States Robots / Mechanical Men Inc. fueron llevados
a Hyper Base por una nave de patrulla especial del Gobierno.
Susan Calvin no había salido nunca de la superficie de
la Tierra ni tenía especiales deseos de salir de ella. En una era de energía
atómica y de clara aproximación a la Zona Hiperatómica, seguía siendo muy
provinciana. Estaba, pues, descontenta con su viaje y poco convencida de su
urgencia y todas las facciones de su rostro, a su media edad, lo demostraron
claramente durante su primera cena en Hyper Base.
Tampoco la lívida palidez del doctor Bogert abandonaba
una cierta actitud de recelo. Ni el general Kallner, que dirigía el proyecto,
olvidó una sola vez de mantener una expresión obsesionada. En una palabra,
aquella comida fue un tétrico episodio y la pequeña conferencia de los tres que
la siguió, empezó de una manera gris y melancólica.
Kallner, con su reluciente calva y su uniforme, que
desentonaba con el resto del ambiente, tomó la palabra con visible inquietud.
--Es realmente toda una historia la que tengo que
contarles. Tengo que darles las gracias por su llegada al primer aviso y sin
motivo justificado. Trataremos de corregir todo esto, ahora. Hemos perdido un
robot. El trabajo ha parado y debe seguir parado el tiempo necesario para
encontrarlo. Hasta ahora hemos fracasado y tenemos la sensación de que
necesitamos una ayuda científica.
Acaso el general sintiese que su declaración resultaba
decepcionante porque, con cierta desesperación, continuó:
--No necesito decirles la importancia que tiene el trabajo
que aquí realizamos. Más del ochenta por ciento de las adjudicaciones de investigación
científica de este año han recaído sobre nosotros...
--Sí, eso ya lo sabemos -dijo Bogert amablemente-. U.S.
Robots percibe cuantiosos ingresos anuales por el uso de nuestros robots.
Susan Calvin introdujo una brusca y avinagrada nota.
--¿A qué es debida la gran importancia de un solo robot
para el proyecto y por qué no ha sido localizado?
El general volvió rápidamente su rostro congestionado
hacia ella y se pasó la lengua por los labios.
--En cierto modo, "lo hemos localizado". -Pero
añadió, angustiado-: Me explicaré. En cuanto nos dimos cuenta de la
desaparición del robot, se declaró el estado de guerra y todo movimiento en la
Hyper Base cesó. El día anterior había aterrizado una nave mercante trayendo
dos robots destinados a nuestros laboratorios. Quedaban sesenta y dos robots
de..., del mismo tipo, para ser llevados a otros sitios. De esta cifra estamos
seguros. No cabe la menor discusión posible.
--¿Sí? ¿Y qué relación...?
--Una vez nos fue posible localizar al robot desaparecido,
y le aseguro que hubiéramos localizado una brizna de hierba si hubiese estado
allí para ser localizada, nos devanamos los sesos contando los robots que
quedaban en la nave. Había sesenta y tres.
--¿Entonces el sesenta y tres, supongo, es el hijo
pródigo desaparecido? -dijo la doctora.
--Sí, pero no podemos saber cuál de los sesenta y tres
es.
Hubo un profundo silencio mientras el reloj eléctrico
daba nueve campanadas; y la doctora en psicología robotiana, dijo:
--Muy extraño... - Las comisuras de sus labios se
inclinaron hacia abajo y se volvió hacia su compañero con un indicio de furor. -Peter,
¿qué ocurre aquí? ¿Qué clase de robots utilizan en Hyper Base?
El doctor Bogert vaciló y sonrió débilmente.
--Hasta ahora ha sido una cosa de gran discreción,
Susan... -dijo.
--Sí, hasta ahora -dijo ella rápidamente-. Si hay
sesenta y tres ejemplares del mismo tipo, uno de los cuales se busca y cuya
identidad no puede ser determinada, ¿por qué no puede servir uno cualquiera de
ellos? ¿Qué significa todo esto? ¿Para qué nos han llamado?
--Si me permite usted un momento -dijo Bogert con aire resignado-,
Hyper Base, Susan, emplea diversos robots cuyos cerebros no tienen impresa toda
la Primera Ley Robótica.
--¿"Qué no tienen impresa"...? -preguntó
Susan, echándose para atrás-. Ya... ¿Y cuántos se hicieron? --Pocos. Fue un
pedido del Gobierno y no había manera de violar el secreto. No tenía que
saberlo nadie más que los altos dirigentes. Usted no estaba incluida, Susan. No
era nada con que yo tuviese que ver.
El general interrumpió con gesto autoritario.
--Quisiera aclarar este punto. No sabía que la doctora
Calvin no estuviese al corriente de la situación. No tengo que decirle a usted,
doctora Calvin, que siempre ha habido una fuerte oposición a los robots en el
planeta. La única defensa que el Gobierno ha tenido en este asunto, contra los
radicales fundamentalistas, fue que los robots se coNSTruían siempre con una
indestructible Primera Ley, lo cual los imposibilitaba de hacer daño a un ser
humano, fueran cuales fuesen las circuNSTancias. Pero nosotros necesitábamos
robots de una naturaleza distinta. Así, pues, se prepararon algunos NST-2, o
sea Nestors, con la Primera Ley modificada. Para mantener el secreto, los NST-2
se fabrican sin número de serie; los ejemplares modificados se entregan aquí
junto con un grupo de robots normales; y, desde luego, todos estamos bajo la
estricta prohibición de revelar las modificaciones a toda persona no
autorizada. Todo se ha puesto contra nosotros, ahora -añadió con una sonrisa
embarazada.
--¿Ha preguntado usted a cada uno de ellos quiénes son?
-preguntó la doctora, ceñuda-. ¿Sin duda debe de estar autorizado a hacerlo?
--Los sesenta y tres niegan haber trabajado aquí y uno
de ellos miente -asintió el general.
--¿Muestra el que busca usted alguna señal de desgaste?
Los demás deben salir de fábrica..., supongo.
--El robot en cuestión llegó este mismo mes. Este y los
dos que acaban de llegar tenían que ser los últimos que necesitábamos. No puede
haber desgaste perceptible. -Movió pausadamente la cabeza y en sus ojos
apareció de nuevo la preocupación-. Doctora Calvin, no nos atrevemos a dejar
zarpar esta nave. Si la existencia de robots sin Primera Ley llega a ser
divulgada...
La conclusión de la frase no podía ofrecer duda alguna.
--Destruya los sesenta y tres -dijo la doctora-, y
termine con esto.
--Esto significa destruir treinta mil dólares por robot
-dijo Bogert, torciendo el gesto-. Temo que a la U.S. Robots no le gustaría. Es
mejor que hagamos un esfuerzo primero, Susan, antes de destruir nada.
--En este caso -dijo ella, secamente-, necesito hechos.
¿Qué ventaja obtiene exactamente la Hyper Base con estos robots modificados?
¿Qué factor los hace necesarios, general?
Kallner frunció intensamente las arrugas de su frente y
se pasó una mano por ella.
--Los robots precedentes nos han creado complicaciones.
Nuestros hombres trabajan mucho con radiaciones intensas, ¿comprende? Es
peligroso, desde luego, pero se toman precauciones razonables. No ha habido más
que dos accidentes desde que empezamos y ninguno ha sido fatal. Sin embargo,
era imposible explicar esto a un robot ordinario. La Primera Ley declara y se
la citaré: "Ningún robot puede dañar a un ser humano, o por inacción,
permitir que un ser humano sufra daño". Esto es elemental, doctora Calvin.
Cuando era necesario que uno de nuestros hombres estuviese expuesto por un
corto período de tiempo a un campo gamma moderado, que no tuviese efectos
psicológicos, el robot más cercano se precipitaba a sacarlo de allí. Si el
campo era excesivamente débil, lo conseguía, y el trabajo quedaba interrumpido
hasta que todos los robots eran retirados. Si el campo era ligeramente más
fuerte, el robot no llegaba nunca al técnico afectado, ya que su cerebro
positónico sucumbía bajo las radiaciones gamma, y nos encontrábamos privados de
un robot caro, y difícilmente reemplazable. Tratamos de discutir con ellos. Su
punto de vista era que un ser humano en un campo gamma exponía su vida, y que
nada importaba que pudiese permanecer en él durante media hora sin peligro. Supongamos,
decían, que se olvidaba y permanecía una hora. No podía correr riesgos. Les
hicimos ver que sólo arriesgaban su vida en una remota posibilidad. Pero el iNSTinto
de conservación es sólo la Tercera Ley Robótica, y la Primera Ley de seguridad
viene primero. Les dimos órdenes; les ordenamos estricta e imperativamente
mantenerse fuera del campo gamma a toda costa. Pero la obediencia es sólo la
Segunda Ley Robótica, y la Primera, la de la seguridad, viene primero. Doctora
Calvin, o teníamos que prescindir de los robots o hacer algo con la Primera
Ley..., y esto es lo que hicimos.
--No puedo creer que encontrasen la posibilidad de
suprimir la Primera Ley -dijo Susan Calvin.
--No fue suprimida, fue modificada. Se coNSTruyeron
cerebros positónicos que poseían sólo el aspecto positivo de la ley, que dice:
"Ningún robot debe dañar a un ser humano". Eso es todo. No tienen la obligación
de evitar que un ser humano sufra daño debido a un factor extraño, como los
rayos gamma. ¿He expuesto la situación claramente, doctor Bogert?
--Muy claramente -asintió éste.
--¿Y es ésta la única diferencia entre sus robots y el
modelo NST-2 ordinario, Peter? ¿La "única" diferencia?
--La "única" diferencia, Susan.
--Ahora me voy a dormir -dijo la doctora, levantándose y
hablando en tono decidido-, y dentro de ocho horas quiero hablar con el que vio
el robot por última vez. Y a partir de ahora, general Kallner, si tengo que
asumir alguna responsabilidad de los acontecimientos, necesito pleno control de
esta investigación, sin que se me hagan preguntas.
Susan Calvin, aparte de dos horas de profundo cansancio,
no experimentó nada parecido al sueño. A las 7, hora local, llamó a la puerta
del doctor Bogert y lo encontró despierto también. Por lo visto se había tomado
la molestia de traerse un batín a Hyper Base, porque estaba sentado y vestido
con él. Al entrar la doctora, dejó al lado las tijeras de las uñas.
--La esperaba a usted, en cierto modo. Supongo que todo
esto le da asco.
--Sí.
--Lo siento. No hubo manera de evitarlo. Cuando vino la
llamada de Hyper Base supuse en el acto que había ocurrido algo con el robot
modificado. Pero, ¿qué podíamos hacer? No podía explicarle a usted lo ocurrido
durante el viaje como hubiera querido porque tenía que estar seguro primero. El
asunto de la modificación es un riguroso secreto.
--Hubiera debido decírmelo -murmuró la doctora-. U.S.
Robots no tenía derecho a modificar de esta forma los cerebros positónicos sin
la aprobación del departamento de Psicología.
--Sea usted razonable, Susan -dijo Bogert, enarcando las
cejas y suspirando-. No podía usted influir en ellos. En este asunto, el
Gobierno estaba obligado a seguir su camino. Necesitan la Zona Hiperatómica y
los físicos del éter quieren robots que no les creen obstáculos. Tenían que
conseguirlo, aunque ello representase quebrantar la Primera Ley. Tuvimos que
convenir en que, desde el punto de vista de su coNSTrucción, la cosa era
posible y juraron por todos los dioses que sólo necesitaban doce, que sólo se emplearían
en Hyper Base, que serían destruidos una vez perfeccionada la Zona, y que se
tomarían toda clase de precauciones. E insistieron en el secreto..., ésta es la
situación.
--Yo hubiera dimitido -murmuró Susan entre dientes.
--No hubiera servido de nada. El Gobierno ofrecía una
fortuna a la Compañía y la amenazaba con una legislación antirrobótica en caso
de negativa. Estábamos en mala postura, entonces, pero ahora estamos peor. Si
esto se divulga, puede causar un perjuicio a Kallner y al Gobierno, pero
causará un perjuicio mucho mayor a la U.S. Robots.
--Peter -dijo la doctora, mirándolo-: ¿No se da usted
cuenta de lo que todo esto significa? ¿No comprende usted la importancia de la
supresión de la Primera Ley? No se trata solamente de una cuestión de
secreto...
--Sé lo que significaría la supresión. No soy ningún
chiquillo. Significaría una inestabilidad completa, sin soluciones no-imaginarias
de las ecuaciones de campo positónico.
--Matemáticamente, sí. Pero tradúzcalo usted a la cruda
idea psicológica. Toda la vida normal, Peter, consciente o no, se resiste al
dominio. Si el dominio es por parte de un inferior, o de un supuesto inferior,
el resentimiento se hace más fuerte. Físicamente, y hasta cierto punto
mentalmente, un robot, cualquier robot, es superior a un ser humano. ¿Qué lo
hace esclavo, pues? ¡"Sólo la Primera Ley"! Porque sin ella, la primera
orden que daría usted a un robot le costaría la vida. ¿Qué le parece?
--Susan -dijo Bogert en tono de complacida simpatía-,
tengo que reconocer que este complejo Frankestein de que está usted dando
pruebas tiene una cierta justificación, de donde, la Primera Ley ante todo.
Pero la Ley, lo repito una y otra vez, no ha sido suprimida, sino sólo
modificada.
--¿Y dónde me deja usted la estabilidad del cerebro?
--Disminuida, desde luego -dijo el matemático avanzando
los labios-. Pero sin rebasar las fronteras de la seguridad. Los primeros
Nestor fueron entregados a Hyper Base hace nueve meses, y jamás ha ocurrido
nada hasta ahora, y aun esto sólo representa el temor de ser descubiertos, pero
no un peligro para los humanos.
--Bien, entonces; veremos qué sale de la conferencia de
esta mañana.
Bogert la acompañó cortésmente hasta la puerta e hizo
una mueca una vez se hubo marchado. No veía razón alguna para cambiar de
opinión sobre ella. Siempre la había considerado una impaciente... y un
desengaño. Bogert, por su parte, no entraba para nada en los pensamientos de
Susan. Hacía ya años que lo había clasificado como un presuntuoso y un
fracasado.
Gerald Black se había graduado en Física etérea el año
anterior y, como toda su generación de físicos, se encontró metido en el
problema de la Zona. En la actualidad aportaba su colaboración a la atmósfera
general de las reuniones de Hyper Base. Con su blusa blanca manchada se sentía
medio rebelde y totalmente incierto. Sus fuerzas acumuladas parecían querer
descanso y sus dedos, retorciéndose con gestos nerviosos, hubieran sido capaces
de torcer una barra de hierro. El general Kallner estaba sentado a su lado y
los dos enviados de la U.S. Robots les hacían frente.
--Me dicen que fui el último en ver el Nestor 10 antes
de que desapareciese -dijo Black-. Supongo que quieren ustedes interrogarme
sobre esto...
--Parece que no está usted muy seguro de ello, señor
Black -dijo Susan, mirándolo con interés-. ¿No "sabe" usted si fue el
último en verle o no?
--Trabajaba conmigo en los generadores de campo,
doctora, y estaba conmigo la mañana de su desaparición. Ignoro si alguien lo
vio después de mediodía. Nadie asegura haberlo visto.
--¿Cree usted que hay alguien que miente?
--No digo tal cosa. Pero no quiero asumir esa responsabilidad.
--No es cuestión de responsabilidad. El robot obró como
lo hizo a causa de lo que es. Trataremos únicamente de localizarlo, señor
Black, y vamos a dejar todo lo demás aparte. Ahora bien, si ha trabajado con el
robot, probablemente lo conoce mejor que nadie. ¿Observó usted en él algo
anormal? ¿Había trabajado ya con otros robots?
--Había trabajado con los otros robots que tenemos aquí,
los sencillos. No hay ninguna diferencia con los Nestors, salvo que son mucho
más inteligentes..., y más molestos.
--¿Molestos? ¿En qué sentido?
--Pues..., quizá no es culpa suya. El trabajo aquí es
duro y la mayoría de nosotros estamos cansados. Andar rodando por el
hiperespacio no es muy divertido. Corremos continuamente el riesgo de hacer un
agujero en la contextura normal del espacio-tiempo y salirnos del universo, con
asteroide y todo. ¿Gracioso, verdad? -añadió sonriendo como si gozase con la confesión-.
Naturalmente, uno está agotado, algunas veces. Pero estos Nestors, no. Son
curiosos, tienen calma, no se preocupan. Hay para volverle a uno loco. Cuando uno
quiere algo hecho a toda prisa, parece que necesitan más tiempo. Algunas veces
prescindiría de ellos.
--¿Dice que necesitan más tiempo? ¿Se han negado alguna
vez a cumplir una orden?
--¡Oh, no! -exclamó Black apresuradamente-. La cumplen,
desde luego. Pero cuando creen que nos equivocamos, lo dicen. No saben del
asunto más que lo que les decimos, pero esto no los detiene. Quizá sea imaginación mía, pero los otros tienen
las mismas preocupaciones con Nestor.
--¿Cómo no ha llegado nunca hasta mí una queja en este
sentido? -preguntó el general Kallner, carraspeando ostensiblemente.
--En realidad, no queríamos trabajar sin robots, mi
general -dijo el joven físico, sonrojándose-, y además, no estábamos muy
seguros de si estas... quejas menores, serían bien recibidas.
--¿Ocurrió algo de particular la mañana que lo vio por
última vez? -interrumpió Bogert suavemente.
Hubo un silencio. Con un rápido gesto, Susan atajó el
comentario que estaba a punto de hacer Kallner.
--Tuve una leve discusión con él -respondió Black
malhumorado-. Aquella mañana yo había roto un tubo Kimball, lo que me
representaba cinco días de trabajo; iba atrasado en mi horario, hacía dos
semanas que no había recibido correo de la Tierra... ¡y se me acerca con el
deseo de repetir un experimento que había abandonado hacía un mes! Me estaba
molestando siempre con lo mismo y estaba harto de ello. Le dije que se marchase
y no he vuelto a verlo más.
--¿Le dijo usted que se marchase? -preguntó Susan con vivo
interés-. ¿Con qué palabras exactamente? ¿Le dijo usted:
"¡Márchate!"? Trate de recordar exactamente sus palabras.
A juzgar por las apariencias, en el interior de Black se
mantenía una lucha. El físico tenía la frente apoyada en la mano, haciendo un esfuerzo
de memoria. Finalmente, la apartó y dijo:
--Le dije: "¡Vete a paseo!".
--¿Y se fue, eh? -preguntó Bogert, riéndose.
Pero Susan Calvin no había terminado. En tono de halago,
prosiguió:
--Ahora empezamos a ir a algún sitio, señor Black. Pero
los detalles exactos tienen importancia. Para interpretar los actos de un
robot, una palabra, un gesto, una entonación pueden serlo todo. Pudo usted no
haber dicho solamente estas tres palabras, por ejemplo, ¿no es verdad? Según su
misma confesión, aquel día estaba usted malhumorado. Quizá dio usted fuerza a
su frase con otras...
--Pues... -dijo el joven físico sonrojándose-, quizá lo
llamase..., algunas otras cosas.
--Exactamente, ¿qué cosas?
--¡Oh, no podría recordarlas exactamente! Además no
podría repetirlas. Ya sabe lo que pasa cuando uno se excita... -Se echó a reír
un poco embarazado-. Tengo cierta tendencia al lenguaje violento...
--Muy bien -dijo ella, con firme severidad-. En este
momento no soy más que una profesora de psicología. Quisiera que me repitiese
usted lo que le dijo, tan exactamente como sea capaz, y, más importante
todavía, en el tono exacto de voz que empleó.
Black miró a su jefe en busca de apoyo, pero no lo
encontró.
--¡Pero... esto es imposible!... -exclamó, abriendo los
ojos, suplicante.
--Tiene usted que hacerlo.
--Imagine que se dirige a mí -dijo Bogert con
humorismo-. Quizá le sea más fácil.
El rostro escarlata del muchacho se volvió hacia Bogert.
--Lo llamé... -trató de decir tragando saliva, pero su
voz se perdió. Hizo una nueva prueba-. Lo llamé... -Hizo una fuerte aspiración
y lanzó una retahíla incomprensible de incoherentes sílabas. Cuando se detuvo,
terminó casi llorando. --... más o menos, no recuerdo el orden exacto de lo que
le llamé; quizá olvido o añado algo, pero más o menos fue esto.
Sólo un leve rubor delató las emociones de la doctora.
--Comprendo el significado de la mayoría de estas
palabras. El resto de ellas, imagino, deben de tener un valor igualmente
ofensivo.
--Eso temo -dijo el atormentado Black.
--¿Y entre ellos, le dijo usted que se "fuese a
paseo"?
--Lo decía en sentido puramente figurado.
--Me hago cargo. Tengo la seguridad de que no se tomará
ninguna medida disciplinaria. -Y al interpretar su mirada, el general, que
cinco segundos antes no hubiera estado tan seguro de ello, asintió malhumorado.
--Puede usted retirarse, señor Black. Y gracias por su
cooperación.
Susan Calvin necesitó cinco horas para interrogar los
sesenta y tres robots. Fueron cinco horas de repeticiones, de insistir, robot
tras robot, en la pregunta A, B, C, D; de escuchar la respuesta A, B, C, D; de
emplear suaves expresiones, un tono cautelosamente neutral, una atmósfera
amistosa; y de hacer funcionar un magnetofón escondido. Cuando terminó, estaba
exhausta. Bogert la esperaba y miró con expectación la cinta grabada cuando
ella la arrojó sobre el plástico de la mesa. Susan movió la cabeza.
--Los sesenta y tres me parecen iguales. No podría
decir...
--Es imposible captarlo al oído, Susan -dijo él-. Vamos
a analizar la grabación.
De ordinario, la interpretación matemática de las
reacciones verbales de los robots es una de las ramas más intrincadas del análisis
robótico. Requiere un equipo de técnicos bien entrenados y el empleo de
máquinas calculadoras muy complicadas. Bogert lo sabía. Bogert lo dijo así
después de haber escuchado con disimulado aburrimiento la serie de respuestas,
hizo una lista de las entonaciones de ciertas palabras y gráficos de los
intervalos entre preguntas y respuestas.
--No veo presente ninguna anomalía, Susan. Las
variaciones de entonación y las reacciones cronométricas son del tipo de
frecuencia normal. Necesitamos métodos más sagaces. Aquí debe de haber
calculadoras... No... -Se interrumpió frunciendo el ceño y contemplando la uña
del pulgar-. No podemos emplear computadores. Hay demasiado peligro de merma. O
quizá sí..
Susan lo detuvo con un gesto de impaciencia.
--Por favor, Peter. Esto no es uno de sus
insignificantes problemas de laboratorio. Si no podemos identificar el Nestor
modificado gracias a alguna diferencia visible a simple vista, una que no
ofrezca duda posible, es que no estamos de suerte. El peligro de equivocarse y
dejarlo escapar es por otra parte demasiado grande. No es suficiente observar
una minúscula irregularidad en una gráfica. Le diré una cosa: si esto es todo
lo que tengo para seguir adelante, preferiría destruirlos a todos sólo para
estar segura. ¿Ha hablado usted con los otros Nestor modificados?
--Sí, y no tienen ningún defecto -dijo secamente
Bogert-. Si algo hay en que estén por encima de lo normal, es en amabilidad.
Han contestado a mis preguntas, demostrando orgullo de sus conocimientos, salvo
los dos últimos, que no han tenido todavía tiempo de aprender la física etérea.
Se rieron a gusto de mi ignorancia sobre algunas de las especializaciones de
aquí. Supongo que esto forma parte de la base de su resentimiento contra ellos
por parte de los técnicos de aquí. Los robots tienen quizá una excesiva afición
a impresionarnos con sus superiores conocimientos.
--¿Puede usted probar algunas reacciones Planar para ver
si se ha producido algún cambio en una composición mental desde su manufactura?
--No lo he hecho todavía, pero lo haré. -Apuntó a Susan
con su dedo afilado-. Está usted perdiendo la calma, Susan. No veo qué es lo
que dramatiza. Son esencialmente inofensivos.
--¿Sí? -saltó Susan con fuego-. ¿Está usted seguro? ¿Se
da usted cuenta de que uno de ellos está mintiendo? Uno de los sesenta y tres
robots que acabo de interrogar me ha mentido deliberadamente después de mi
imperativa orden de decir la verdad. Esta anormalidad es terriblemente profunda
y horriblemente aterradora.
Bogert sintió que sus dientes castañeteaban.
--No -dijo-. ¡Mire! Nestor 10 recibe orden de irse a
paseo. Esta orden le fue expresada con la máxima urgencia por la persona de
mayor autoridad para dársela. No se puede desobedecer esta orden ni por una
urgencia superior ni por una superior autoridad. Naturalmente, el robot tratará
de evitar ejecutar la orden. En el fondo, objetivamente, admiro su ingenio. ¿Cómo
puede un robot "irse a paseo" o "perderse de vista" mejor
que mezclándose con un grupo de robots similares a él?
--Sí, sería usted capaz de admirarlo. He leído un cierto
humorismo en sus ojos, Peter, un cierto humorismo y una sorprendente falta de
comprensión. ¿Es usted un técnico en robótica, Peter? Estos robots dan
importancia a todo lo que consideran superioridad. Usted mismo acaba de
decirlo. Subconscientemente, consideran a los humanos inferiores a ellos e
injusta la Primera Ley que nos protege. Y ahora nos encontramos ante un hombre
joven que manda a un robot "a paseo", con todas las
apariencias verbales de desprecio, repugnancia y
dominación. De acuerdo, el robot tiene que cumplir las órdenes, pero
subconscientemente, está resentido. Para él adquiere una importancia todavía
más trascendental demostrar que es superior, pese a la serie de epítetos que se
le han dirigido. Puede llegar a ser "tan" importante, que lo que
queda de la Primera Ley no sea suficiente.
--¿Cómo quiere que en la Tierra, o en cualquier otro
sitio del Sistema Solar, un robot sepa el significado de las duras palabras
pronunciadas contra él? La obscenidad no es una de las cosas que se han impreso
en su cerebro.
--La impresión original no lo es todo -dijo Susan con
cierta mofa-. Los robots tienen cierta capacidad para aprender. ¡No sea usted
tonto, hombre! -Bogert sabía que había perdido completamente la calma-. ¿No
comprende que por el tono empleado pudo darse cuenta de que las palabras no
eran de alabanza?
-añadió precipitadamente-. ¿No cree que pudo haber oído
ya estas palabras en otras ocasiones y comprendido cuál es su sentido?
--Bien, en este caso, tenga la bondad de decirme en qué
forma un robot modificado puede dañar a un ser humano, por muy ofendido que
esté, y por muy profundo que sea su deseo de demostrar su superioridad.
--¿Si le digo cómo, estará usted tranquilo?
--Sí.
Ambos estaban apoyados en la mesa, mirándose con mutuo
rencor.
--Si un robot modificado dejase caer un gran peso sobre
un ser humano, no infringiría la Primera Ley si lo hacía sabiendo que su fuerza
y sus reacciones le permitirían apartar el peso en su caída antes de que
hiriese al hombre. Sin embargo, una vez soltado el peso, no sería ya él el
medio activo. Sería la ciega fuerza de gravedad. El robot podría entonces
cambiar de manera de pensar y dejar que el peso llegase al hombre. La
modificación de la Primera Ley se lo permite.
--Esto requiere un horrible esfuerzo de imaginación.
--Es lo que mi profesión exige algunas veces. Peter, no
nos peleemos, vamos a trabajar. Conoce usted exactamente la naturaleza de los
estímulos que han hecho que el robot se "fuese a paseo". Tiene usted
los planos originales de la adaptación mental. Quiero que me diga usted hasta
qué punto es posible a nuestro robot hacer lo que acabo de indicarle. No me
refiero a este ejemplo específico, fíjese bien, sino a esta clase de
reacciones. ¡Y quiero que me lo diga pronto!
--Entretanto, tendremos que hacer pruebas de reacción a
la Primera Ley.
Gerald Black, a petición propia, estaba examinando los
enmohecidos tabiques de madera que formaban círculo bajo el abovedado techo del
tercer piso del edificio de Radiación 2. Los obreros trabajaban en su mayoría
silenciosos. Uno de ellos se sentó junto a Black, se quitó el sombrero, y se
secó pensativo la frente pecosa.
--¿Cómo va esto, Walenski? -preguntó Black haciéndole
una señal.
--Suave como la manteca -respondió Walenski encendiendo
un pitillo-. ¿Qué pasa, sin embargo, doctor? Primero estamos tres días sin
trabajo y ahora tenemos todo este lío... -Se echó atrás apoyándose en el codo y
echó una bocanada de humo.
--Han venido dos robots más de la Tierra -dijo Black
juntando las cejas-. ¿Recuerda las perturbaciones que tuvimos con los robots al
penetrar en los campos gamma, antes de que les metiésemos en el cráneo que no
tenían que hacerlo?
--Sí. ¿No venían unos nuevos robots?
--Hemos reemplazado algunos, pero principalmente era una
cuestión de adoctrinarlos. De todos modos, los que los hacen quieren crear unos
robots que no queden tan fuertemente afectados por los rayos gamma.
--Parece extraño, de todos modos, parar todo el trabajo
por este asunto de los robots. Creía que nada podía detener la creación de la
Zona...
--Eso es la gente de arriba quien tiene que decirlo.
Yo..., no hago más que lo que me dicen. Probablemente todo es una cuestión de
infl...
--Sí -interrumpió el electricista con una sonrisa y
guiñando el ojo-. Siempre hay quien tiene amigos en Washington... Pero mientras
mi paga llegue puntualmente, no me preocupo. La cuestión de la Zona no es
asunto mío. ¿Qué van a hacer aquí?
--¿Me lo pregunta? Han traído unos robots... más de
sesenta, y van a medir sus reacciones. Eso es "todo" lo que sé.
--¿Cuánto tiempo se necesitar ?
--Me gustaría saberlo.
--Ya... -dijo Walenski en tono de sarcasmo-. Con tal de
que me paguen bien, por mí pueden jugar tanto como quieran.
Un hombre estaba sentado en una silla, inmóvil,
silencioso. Un peso caía por el aire, sobre él; después, en el último momento,
se apartó a un lado, bajo el sincronizado empuje de un súbito rayo de fuerza.
En sesenta y tres células de madera, sesenta y tres robots NST-2 se lanzaron
simultáneamente adelante en aquel preciso segundo, antes de que el peso
alcanzase al hombre y sesenta y tres fotocélulas instaladas a cinco pies de su
posición original, accionaron la punta marcadora e hicieron una pequeña señal
en el papel. El peso caía y se elevaba, caía y se elevaba, caía y...
¡Diez veces!
Diez veces los robots saltaron adelante y se detuvieron,
mientras el hombre permanecía tranquilamente sentado. El general Kallner no
había vuelto a ponerse su esplendoroso uniforme desde la primera comida dada a
los representantes de la U.S. Robots. Entonces, en mangas de camisa, llevaba el
cuello abierto y el nudo de la corbata flojo.
Miró esperanzado a Bogert, que seguía impecablemente
vestido y cuyas emociones interiores eran sólo delatadas por un ligero sudor en
la frente.
--¿Qué le parece? -preguntó el general-. ¿Qué está usted
tratando de ver?
--Una diferencia que puede resultar demasiado sutil para
nuestros propósitos -respondió Bogert-. Para sesenta y dos de estos robots la
necesidad de saltar hacia el ser humano en peligro aparente ha sido lo que
llamamos, en lenguaje robótico, una reacción forzosa. Comprenda usted, incluso
cuando el robot sabe que al ser humano en cuestión no le ocurrirá nada, y tiene
que saberlo después de la tercera o cuarta vez, no puede evitar reaccionar como
lo ha hecho. La Primera Ley lo exige.
--¡Bien, y qué!
--Pero el robot sesenta y tres, este Nestor modificado,
no tiene tal compulsión. Está bajo una acción libre. Si hubiese querido,
hubiera podido continuar en su sitio. "Desgraciadamente" -añadió con
un tono de lamento en la palabra-, no ha sido éste su deseo.
--¿Supone usted el porqué? --Supongo -dijo Bogert encogiéndose
de hombros-, que la doctora Calvin nos lo dirá cuando venga. Probablemente con
una interpretación horriblemente pesimista, además. Algunas veces es un poco
molesta.
--¿Está calificada, verdad? -preguntó el general con
cierta inquietud
--Sí -dijo Bogert-. Está calificada. Entiende en robots
como si fuesen sus hermanos. Quizá sea la consecuencia de odiar a los seres
humanos con la misma intensidad. En todo caso, psicóloga o no, es sumamente
neurótica. Tiene tendencias paranoicas. No se la tome demasiado en serio.
Extendió delante de él un largo rollo de gráficas llenas
de líneas quebradas.
--Vea, general, en el caso de cada robot, el
tiempo-intervalo entre la caída del peso y el salto de un metro y medio hacia
adelante tiende a disminuir a medida que la prueba se repite. Hay una relación
matemáticamente definida que gobierna estas cosas y el no conformarse a ello
indicaría una marcada anormalidad en el cerebro positónico. Desgraciadamente,
aquí todos parecen normales.
--Pero si nuestro Nestor 10 no responde obedeciendo a
una fuerza obligatoria, ¿por qué su curva no es diferente? No lo entiendo.
--Es muy sencillo. Las reacciones robóticas son
perfectamente análogas a las humanas, ésta es la lástima. En los seres humanos,
la acción voluntaria es más lenta que el reflejo. Pero con los robots no es
éste el caso; es una mera cuestión de libertad de elección; por lo demás, la
rapidez de la acción forzosa y la libre es la misma. Lo que yo había esperado
era que Nestor 10 fuese pillado de sorpresa la primera vez y dejase transcurrir
un intervalo demasiado grande antes de responder.
--¿Y no fue así?
--Temo que no.
--Entonces, no hemos llegado a ninguna parte -dijo el
general, echándose atrás con expresión contrariada-. Hace ya cinco días que
están ustedes aquí...
En aquel momento entró Susan Calvin y volvió a cerrar la
puerta con un fuerte golpe.
--Retire sus gráficas de aquí, Peter. Ya sabe usted que
no demuestran nada.- Murmuró algo con impaciencia al ver que el general se
levantaba para saludarla y prosiguió: -Vamos a tener que intentar algo más
urgente. No me gusta todo lo que ocurre.
--¿Pasa algo? -preguntó Bogert, cambiando una mirada con
el general.
--¿Específicamente? ¡No! Pero no me gusta que Nestor 10
siga eludiéndonos. Es un mal asunto. Debe halagar su vanidoso sentido de
superioridad. Mucho me temo que su complejo no sea ya meramente el de obedecer
órdenes. Me parece que se está convirtiendo en una aguda necesidad neurótica,
para él, ir más allá que los humanos. Es una situación malsana y peligrosa.
Peter, ¿hizo usted lo que le pedí? ¿Ha establecido los factores inestables del NST-2
modificado siguiendo las líneas que le pedí?
--Está en marcha -respondió el matemático sin interés.
Susan lo miró durante un momento con rencor y se volvió
hacia el general.
--Nestor 10 se ha dado cuenta, desde luego, de lo que
estamos haciendo, general. No tiene necesidad alguna de morder el cebo en este
experimento, especialmente después de la primera vez, cuando tiene que haber
visto que el sujeto no corre peligro. Los otros no podían abstenerse; pero él
está fingiendo deliberadamente la reacción.
--¿Y qué cree usted que debemos hacer, doctora Calvin?
--Imposibilitarle, falsificar su reacción la próxima
vez. Repetiremos el experimento, pero con una modificación. Estableceremos unos
cables de alta tensión entre los robots y el sujeto, capaces de electrocutar
los modelos Nestor en cantidad suficiente para que no puedan saltar por encima
de ellos; el robot se dará cuenta de que tocar los cables significa la muerte.
--¡Alto! -exclamó súbitamente Bogert, indignado-. No
vamos a electrocutar dos millones de dólares de robots para localizar a Nestor
10. Hay otros medios.
--¿Está usted seguro? No hemos encontrado ninguno. De
todos modos, no se trata de electrocución. Podemos aplicar un contacto que
cortará la corriente en el momento de soltar el peso. Si el robot pisa los
cables, no será electrocutado. Pero el robot "no lo sabrá".
--¿Saldrá bien esto? -dijo el general con un brillo de
esperanza en los ojos.
--Creo que sí. En estas condiciones, Nestor 10 tiene que
permanecer en su silla. Puede recibir la orden de tocar los cables y morir,
porque la Segunda Ley de obediencia es anterior a la Tercera Ley de
autoconservación; pero esta orden no la recibirá, será meramente dejado a su
propio impulso, como todos los demás robots. En el caso de los robots normales,
la Primera Ley de la seguridad humana los llevará a la muerte aun sin haber
recibido orden expresa. Pero en el caso de nuestro Nestor 10, no. Sin la
Primera Ley completa, y sin haber recibido órdenes específicas, la Tercera Ley,
la de autoconservación, será la más fuerte y no tendrá más remedio que
permanecer en su sitio. Será una acción forzosa.
--¿Lo hacemos esta noche, entonces?
--Esta noche -dijo la doctora en psicología- si los
cables pueden tenderse a tiempo. Voy a explicar a los robots lo que vamos a
hacer.
Un hombre estaba sentado en una silla, inmóvil,
silencioso. Un peso caía sobre él, rápido; después, en el último momento, se
apartó a un lado bajo el sincronizado empuje de un súbito rayo de energía. Sólo
una vez... Y desde su silla plegable de la cabina de observación, la doctora
Susan Calvin se levantó de un salto, abriendo la boca horrorizada.
Sesenta y tres robots permanecían sentados inmóviles en
sus sillas, mirando con ojos de milano el hombre en peligro que tenían delante.
Ni uno de ellos se movió. La doctora Calvin estaba furiosa hasta casi lo
insoportable. Tanto más furiosa, por no atreverse a demostrarlo delante de los
robots, que iban entrando y saliendo uno a uno de la habitación. Comprobó la
lista. Ahora tenía que entrar el Veintiocho. Faltaban todavía veinticinco. Entró
el número Veintiocho, receloso.
--¿Cómo te llamas? -preguntó Susan, tratando de
conservar la calma.
Con una voz apagada e incierta, el robot contestó:
--No he recibido nombre todavía. Soy un NST-2 y ocupaba
el número veintiocho en la hilera. Tengo aquí una tira de papel que voy a
darle.
--¿Habéis estado ya aquí alguna otra vez?
--No.
--Siéntate. Vas a contestar a algunas preguntas, número
Veintiocho ¿Estabas en la Sala de Radiaciones del Edificio Dos hace unas cuatro
horas?
El robot tuvo dificultad en contestar; finalmente lo
hizo con un ronquido, como de una maquinaria que necesitase aceite.
--Sí, doctora.
--Había allí un hombre que estaba casi en peligro de
sufrir daño, ¿no?
--Sí, doctora.
--Y tú no hiciste nada ¿verdad?
--No, doctora.
--A aquel hombre pudo ocurrirle daño por causa de tu
inacción. ¿Sabes esto, verdad?
--Sí, doctora. No pude evitarlo, doctora. -Es difícil
imaginar una voluminosa figura metálica sin expresión gimiendo, pero casi lo
consiguió.
--Quiero que me digas exactamente por qué no hiciste
nada por salvarlo.
--Quiero explicárselo, doctora. No quiero que creas...,
que "nadie", crea... que soy capaz de causar daño a un ser humano.
¡Oh, no, esto sería horrible... e inconcebible!
--¡Por favor, no te excites, muchacho! No te censuro
nada. Quiero solamente que me digas qué pensabas en aquel momento.
--Doctora, antes de que todo aquello ocurriese, nos
dijiste que uno de los humanos estaría en peligro por aquel peso que se caía y
que tendríamos que cruzar unos cables eléctricos si queríamos intentar
salvarlo. Bien, esto no me hubiera detenido. ¿Qué es mi destrucción comparada
con la seguridad de un humano? Pero... se me ocurrió que si yo moría al ir a
salvarlo, estaría muerto sin objeto alguno y quizá algún día otro humano podría
sufrir un daño que no hubiera sufrido si yo hubiese estado todavía en vida. ¿Me
entiendes, doctora?
--¿Quieres decir que era una mera elección entre la
muerte del humano solo o la muerte de los dos?
--Eso es. Era imposible salvar al humano. Podía
considerársele muerto. En este caso era inconcebible que yo corriese a la
muerte..., sin haber recibido órdenes.
La doctora en psicología sacó un lápiz. Había oído la misma
historia con insignificantes variaciones veintisiete veces ya. La pregunta
crucial venía ahora.
--Oye -dijo-, tu punto de vista tiene sus razones, pero
no es lo que yo hubiera creído que eras capaz de pensar. ¿Se te ocurrió a ti?
--No -dijo el robot después de haber vacilado.
--¿A quién se le ocurrió, pues?
--Anoche estábamos hablando y uno de nosotros tuvo esta
idea, y nos pareció a todos razonable.
--¿A cuál?
El robot quedó sumido en profunda reflexión.
--No lo sé. Uno de nosotros.
--Nada más -dijo Susan con un suspiro.
El robot siguiente era el Veintinueve. Después vinieron
treinta y cuatro más. También el general Kallner estaba enojado. Durante una
semana estera toda la Hyper Base había estado inmovilizada, a excepción de
algún trabajo de papeleo sobre los asteroides subsidiarios del grupo. Y
entonces los representantes, o por lo menos la mujer, hacían proposiciones
inaceptables. Afortunadamente para la situación general, Kallner juzgaba
imposible poner de manifiesto abiertamente su cólera.
--¿Por qué no, general? -insistía Susan Calvin-. Es
evidente que la actual situación es desgraciada. La única forma cómo podemos
encontrar algún resultado en el futuro, o en lo que nos quede de futuro en este
asunto, es separar los robots. No podemos conservarlos juntos por más tiempo.
--Mi querida doctora Calvin -gruñó el general con una
voz que había alcanzado los registros bajos de un barítono-, no veo cómo alojar
separadamente sesenta y tres robots en este sitio...
--Entonces no puedo hacer nada -interrumpió Susan
levantado los brazos en un gesto de desesperación- Nestor 10 imitará lo que
hagan los demás robots o inducirá a los demás a no hacer lo que no puede hacer
él. Y en ambos casos, es un mal asunto. Estamos en pugna con el condenado robot
desaparecido y por ahora nos gana. Cada victoria suya agrava la anormalidad.
Se puso en pie con rígida determinación.
--General Kallner, si no puede separar los sesenta y
tres robots como le pido, me veo obligada a pedirle que los sesenta y tres sean
destruidos inmediatamente.
--¿Lo pide usted, verdad? -preguntó Bogert interviniendo
súbitamente con rabia-. ¿Y quién le da a usted derecho a pedir semejante cosa?
Estos robots permanecerán como están. Soy yo el responsable de ellos, no usted.
--Y yo -añadió el general Kallner - soy el responsable
del Coordinador del Mundo..., y tengo que solucionar esto.
--En tal caso -saltó en el acto Susan Calvin- no me
queda otro camino que dimitir. Si es necesario para forzarle a usted a la
indispensable destrucción, daré publicidad al asunto. No fui yo quien dio su
aprobación a la manufactura de los robots modificados.
--Una palabra más, que viole las medidas de seguridad,
doctora Calvin -dijo el general pausadamente-, y ser usted inmediatamente
detenida.
Bogert sentía que el asunto se le escapaba de las manos.
Su voz se hizo melosa.
--Vamos, vamos, estamos portándonos como unos
chiquillos. No es más que cuestión de tiempo. Tiene que haber, con toda
seguridad, un medio de vencer un robot sin dimitir, encarcelar a nadie ni
destruir dos millones.
La doctora en psicología se volvió hacia él con rabia
contenida.
--No quiero que
existan robots descompensados. Tenemos un Nestor que está positivamente
descompensado, once que lo están potencialmente y sesenta y dos normales que
empiezan a estar sujetos a un ambiente descompensado. El único medio de
seguridad absoluta es su destrucción.
El zumbido de llamada se dejó oír en la puerta y los
tres se callaron, helando la creciente violencia de la discusión.
--¡Adelante! -gruñó Kallner.
Era Gerald Black, al parecer turbado. Había oído voces
encolerizadas
--He creído mi deber venir... -dijo-; hubiera
considerado indiscreto hablar de ello con nadie...
--¿Qué ocurre? No haga discursos...
--Alguien ha tocado las cerraduras del Compartimiento C
de la nave mercante. Hay rasguños recientes en ellas.
--¿El Compartimiento C? -exclamó Susan rápidamente-. ¿Es
el que encierra los robots, no? ¿Quién ha sido?
--Desde dentro -dijo Black lacónicamente.
--¿La cerradura no está estropeada, verdad?
--No, está bien. He estado cuatro días observando la
nave y nadie ha tratado de salir de ella. Pero he creído que debían saberlo
ustedes y no quería divulgar la noticia. Me he dado cuenta de la cosa
personalmente.
--¿Hay alguien allí, ahora? --He dejado a Robins y
Mcadams vigilando.
Hubo un silencio meditativo y la doctora dijo
irónicamente:
--¿Y bien...?
--¿Qué significa todo esto? -preguntó el general
rascándose la nariz.
--¿No está claro? Nestor 10 está proyectando marcharse.
La orden de "irse a paseo" lo domina anormalmente por encima de todo
cuanto podamos hacer. No me sorprendería que lo que le dejaron de la Primera
Ley no fuese suficientemente fuerte para vencerlo. Es perfectamente capaz de
apoderarse de la nave y fugarse en ella. Entonces tendremos a un robot loco en
una nave del espacio. ¿Qué sucederá después? ¿Tiene alguna idea? ¿Sigue usted
queriéndolos dejar tranquilos, general?
--Es absurdo -interrumpió Bogert, que había recobrado su
suavidad-. Todo esto por algunos rasguños en una cerradura.
--¿Ha completado usted el análisis que le pedí, doctor
Bogert, puesto que da usted su opinión?
--Sí.
--¿Puedo verlo?
--No.
--¿Por qué no? ¿O tengo que pedir esto por favor
también?
--Porque sería inútil, Susan. Le dije a usted por
adelantado que estos robots modificados son menos estables que los normales, y
mi análisis lo demuestra. Hay un número muy pequeño de probabilidades de
colapso en circunstancias extremas, que es muy improbable que se produzcan.
Dejémoslo en eso. No voy a darle a usted municiones para su absurda pretensión
de destruir sesenta y tres robots perfectos, sólo porque carece usted de
facultades para descubrir el Nestor 10 entre ellos.
Susan Calvin lo miró fijamente, con el desprecio pintado
en sus ojos.
--¿No omite usted un solo detalle en su eterna
dictadura, verdad?
--Por favor -suplicó Kallner irritado-. ¿Insiste usted
en que no es posible hacer nada más?
--No se me ocurre nada más general -respondió la
doctora-. Si hubiese alguna otra diferencia entre Nestor 10 y los robots
normales, diferencias que no afectasen a la Primera Ley... Aunque fuese una
sola diferencia. En envoltorio, contenido, especificaciones... -Súbitamente se
detuvo.
--¿Qué pasa?
--Se me ha ocurrido algo... Pienso... -Su mirada se hizo
distante y vaga-. Estos Nestors modificados, Peter..., ¿recibieron la misma
forma de impresión que los normales, verdad?
--Exactamente la misma.
--Y... ¿qué es lo que decía usted, Señor Black? -dijo
volviéndose hacia el joven doctor que en medio de la tormenta que habían
desencadenado sus noticias guardaba un discreto silencio-. Una vez, al quejarse
de la actitud de superioridad de Nestor, dijo usted que los técnicos le habían
enseñado todo lo que sabían.
--Sí, en Física etérea. No estaban al corriente de este
tema cuando llegaron aquí.
--Esto es verdad -dijo Bogert, sorprendido-. Ya le dije
a usted, Susan, que cuando hablé con los otros Nestors, los dos recién llegados
no habían aprendido todavía Física etérea...
--¿Y por qué ocurre esto? -preguntó Susan Calvin con
creciente excitación-. ¿Por qué no salen los modelos NST-2 impresos con Física
etérea en primer lugar?
--No se lo puedo decir -respondió Kallner-. Forma parte
del secreto. Pensamos que si fabricábamos un modelo especial con conocimientos
de Física etérea, empleábamos a doce de ellos, y poníamos los otros a trabajar en
un campo no coordenado, podíamos despertar sospechas. Los hombres que trabajan
con los Nestors normales podrían preguntarse por qué saben Física etérea. De
manera que nos limitamos a imprimir en ellos la capacidad de aprender sobre el
terreno. Sólo los que han venido aquí tienen esta impresión. ¿Es sencillo?
--Comprendo. Y ahora, por favor, retírense todos. Denme
una hora para mí.
Susan Calvin comprendía que no podía soportar el
suplicio por tercera vez. Su mente lo había examinado y rechazado con una intensidad
que le produjo náuseas. Le era imposible enfrentarse nuevamente con aquella
interminable hilera de robots. De manera que era Bogert quien interrogaba
ahora, mientras ella permanecía sentada con los ojos y la mente medio cerrados.
Entró el número Catorce. Faltaban todavía cuarenta y nueve.
--¿Qué número tienes en la hilera? -le preguntó Bogert,
levantando la vista de la hoja de papel.
--Catorce -dijo el robot mostrando su tarjeta numerada.
--Siéntate, muchacho. ¿Habías estado ya aquí antes?
-preguntó.
--No, señor.
--Bien, vamos a tener otro hombre en peligro de sufrir
daño en cuanto salgamos de aquí. Cuando salgas de esta habitación te llevarán a
un sitio donde esperarás tranquilamente a que se te necesite. ¿Comprendes?
--Sí, señor.
--Y, naturalmente, si un hombre está en peligro, tratarás
de salvarlo
--Naturalmente, señor.
--Desgraciadamente, entre el hombre y tú habrá un campo
de rayos gamma.
Silencio.
--¿Sabes lo que son los rayos gamma?
--¿Radiación de energía, señor?
La siguiente pregunta fue hecha en tono indiferente,
amistoso.
--¿Has trabajado ya con rayos gamma?
--No, señor -respondió el robot categóricamente.
--Pues..., verás, muchacho, los rayos gamma te matarán instantáneamente.
Destruirán tu cerebro. Este es un hecho que debes recordar. Naturalmente, tú no
querrás destruirte...
--Naturalmente. -Una vez más el robot parecía extrañado.
Lentamente, prosiguió-: Pero, señor, ¿si los rayos gamma están entre el hombre
en peligro y yo, cómo puedo salvarlo? Me destruiré yo sin ningún fin.
--Sí, eso es. -Bogert parecía preocupado por el asunto-.
Lo único que puedo aconsejarte, muchacho, es que si detectas radiaciones gamma
entre el hombre y tú, harás bien en permanecer sentado.
--Gracias, señor. ¿Sería inútil, verdad? -dijo el robot,
visiblemente aliviado.
--En efecto. Pero si no hubiese radiaciones gamma, la
cosa sería totalmente diferente, ¿no es eso?
--Naturalmente, señor, no hay duda
--Ahora puedes marcharte. El hombre que está aquí en la
puerta te llevará a tu sitio. Espera allí.
Una vez el robot se hubo marchado, Bogert se volvió
hacia Susan.
--Muy bien -dijo ella sinceramente
--¿Cree usted que podremos descubrir a Nestor 10
interrogándolos rápidamente sobre Física etérea?
--Quizá , pero no es muy seguro. -Tenía las manos como
muertas en el regazo-. Recuerde que lucha con nosotros. Está en guardia. La
única manera de vencerlo es ser más listos que él, y, dentro de sus limitaciones,
puede pensar mucho más rápidamente que un ser humano.
--Bien, sólo para ver qué pasa; supongamos que a partir
de ahora hago a los robots algunas preguntas sobre los rayos gamma. Límites de
longitud de onda, por ejemplo.
--¡No! -exclamó Susan Calvin, mientras reaparecía la
vida en sus ojos-. Le sería demasiado fácil negar sus conocimientos y esto le
pondría en guardia contra la siguiente prueba..., que es nuestra verdadera
probabilidad. Siga, por favor, haciendo las preguntas como le he indicado,
Peter, y no improvise. Está perfectamente en su derecho preguntarles si han
trabajado ya con rayos gamma. Y trate incluso de parecer menos interesado
todavía.
Bogert se encogió de hombros y tocó el timbre que haría
entrar al número siguiente. La espaciosa Sala de Radiaciones estaba a punto una
vez más. Los robots esperaban pacientemente en sus células de madera, todas
ellas abiertas por el centro, pero separadas unas de otras. El general Kallner
se secó lentamente la frente con un enorme pañuelo, mientras Susan Calvin se
ocupaba con Black de los últimos detalles.
--¿Está usted seguro -preguntó- de que ninguno de los
robots ha tenido ocasión de hablar con los demás desde que han salido de la Cámara
de Orientación?
--Absolutamente seguro -insistió Black-. No han cambiado
una palabra --¿Y cada robot está en su célula indicada?
--Aquí está el plano.
La doctora permaneció un momento estudiándolo,
pensativa.
--¿Cuál es el plan de esta ordenación, doctora?
-preguntó el general asomándose por encima de su hombro.
--He pedido que me colocasen a los robots que me han
parecido faltar un poco a la verdad en las primeras pruebas, concentrados en un
lado del círculo. Esta vez voy a sentarme yo en el centro y quiero observarlos
particularmente.
--¿Va "usted" a sentarse allí?... -exclamó
Bogert.
--¿Por qué no? -preguntó ella, fríamente-. Lo que espero
ver puede ser instantáneo. No puedo correr el riesgo de poner a otro como
primer observador. Peter, usted estará en la cabina de observación y quiero que
se fije muy bien en el lado opuesto del círculo. General Kallner, he dispuesto
que se filme a cada uno de los robots, para el caso de que la observación visual
no fuese suficiente. Si es necesario, los robots tendrán que permanecer
sentados exactamente donde están hasta que la película haya sido revelada y
estudiada. Ninguno debe marcharse, ninguno debe cambiar de sitio. ¿Está claro?
--Perfectamente.
--Entonces, vamos a probar otra vez.
Susan Calvin estaba sentada en la silla, silenciosa, la
mirada inquieta. Un peso cayó precipitadamente hacia abajo, y se apartó a un
lado en el último momento bajo el empuje sincronizado de un súbito rayo de
energía. Un solo robot se puso en pie y avanzó dos paso. Y se detuvo. Pero la
doctora Calvin se había levantado ya y lo señalaba con el dedo.
--Nestor 10, ven aquí -gritó-. ¡Ven! ¡"Ven
aquí"!
Lentamente, a regañadientes, el robot avanzó otro paso. Sin
apartar la vista del robot, la doctora gritó, con todas las fuerzas de su voz:
--¡Qué todos los demás robots salgan inmediatamente de
esta habitación, pronto! ¡Sáquenlos en seguida y manténgalos fuera! A sus oídos
llegó el sordo rumor de unas fuertes pisadas, pero no apartó la vista.
Nestor 10, si es que era Nestor 10, avanzó otro paso, y
después, bajo la fuerza de un imperativo gesto, dos más. Estaba sólo a tres
metros de ella cuando, con voz ronca, dijo:
--Me han dado orden de perderme... -Otro paso. - No debo
desobedecer. No me han encontrado hasta... Me creería un fracasado. Me dijo...
Pero no es así... Soy poderoso e inteligente...
Las palabras salían fraccionadas. Otro paso.
--Sé mucho... Va a pensar... He sido descubierto...
Desgraciado... Yo no... Soy inteligente... Y con este dueño..., que es débil...
Lento... Otro paso, y un brazo de metal se levantó, apoyándose súbitamente
sobre el hombro de Susan Calvin, que sintió que el terrible peso la aplastaba. Su
garganta se agarrotó y sintió que un estremecimiento de terror le recorría el cuerpo.
Oyó, vagamente, las siguientes palabras de Nestor 10:
--Nadie debe encontrarme. No tengo dueño... -La masa de
frío metal se apoyaba sobre ella, que sucumbía bajo su peso. Y entonces se
produjo un extraño sonido metálico y Susan cayó al suelo, mientras un brazo
reluciente se apoyaba sobre su cuerpo. No se movió. Ni Nestor 10 tampoco,
echado a su lado.
Y unos instantes después unos rostros se inclinaron
sobre ella.
--¿Está usted herida, doctora Calvin? -jadeaba Gerald
Black.
Susan movió lentamente la cabeza y levantando el brazo
metálico que la aplastaba, se puso en pie.
--¿Qué ha ocurrido?
--He bañado la sala con rayos gamma durante cinco segundos.
No sabíamos lo que ocurría, sólo en el último momento nos dimos cuenta de que
la agredía y no había tiempo más que para los rayos gamma. Se derrumbó al instante.
Pero no era suficiente para hacerle daño a usted. No se preocupe, todo ha
pasado ya.
--No me preocupo -dijo ella cerrando los ojos e inclinándose
a un lado. No creo haber sido agredida, exactamente. Nestor estaba
"tratando" solamente de hacerlo. Lo que quedaba en él de la Primera
Ley lo refrenaba todavía.
Dos semanas después de su primera reunión con el general
Kallner, Susan Calvin y Peter Bogert celebraron la última. En Hyper Base se
había reanudado el trabajo. La nave con sus sesenta y dos NST-2 normales había
salido para su destino, con una versión oficial del retraso de dos días. El
crucero del Gobierno estaba haciendo sus preparativos para llevar a la Tierra a
los dos técnicos en robótica.
Kallner lucía de nuevo el reluciente uniforme. Sus
guantes blancos deslumbraban, mientras les estrechaba la mano.
--Los otros Nestors modificados tendrán desde luego que
ser destruidos -dijo Susan Calvin.
--Lo serán. Cubriremos los turnos con robots normales o,
si es necesario, prescindiendo de ellos...
--Bien.
--Pero, dígame..., no me ha explicado... ¿Cómo lo
consiguió?
--¡Oh, eso!... -dijo Susan con una sonrisa de
complacencia-. Hubiera podido decírselo por adelantado si hubiese estado más
segura de que saldría bien. Nestor 10 tenía un complejo de superioridad que
cada vez iba siendo más fuerte. Le gustaba creer que tanto él como los demás
robots sabían más que los seres humanos. Para él iba cobrando importancia
creerlo. Esto lo sabíamos. Advertimos, por lo tanto, a cada robot por
adelantado que los rayos gamma los matarían, lo cual era verdad, y les
advertimos además que entre ellos y yo habría rayos gamma. De manera que cada
cual se quedó donde estaba, naturalmente. Por la lógica de Nestor 10 durante la
primera prueba, habían todos decidido que no tenía utilidad alguna tratar de
salvar una vida humana, puesto que ellos morirían antes de conseguirlo.
--Bien, sí, doctora Calvin, esto lo comprendo. Pero ¿por
qué abandonó su sitio Nestor 10?
--¡Ah!... El doctor Black y yo habíamos hecho un pequeño
arreglo. No eran los rayos gamma los que inundaban el espacio entre los robots
y yo, sino los infrarrojos. Rayos ordinarios de calor, absolutamente
inofensivos. Nestor 10 sabría que eran rayos infrarrojos inofensivos y se lanzó
adelante como esperaba que harían los demás bajo la compulsión de la Primera
Ley. Sólo una fracción de segundo demasiado tarde recordó que el NST-2 normal
puede detectar la radiación pero no puede identificar el tipo. Qué él sólo
pudiese identificar las longitudes de onda, por la instrucción que había recibido
en Hyper Base, bajo la dirección de meros seres humanos, era en aquel momento
demasiado humillante de recordar. Para los robots normales el área era fatal,
les habíamos dicho que lo sería, y sólo Nestor sabía que mentíamos.
Hizo una pausa, antes de terminar.
--Y por un solo momento olvidó, o no quiso recordar, que
otros robots pueden ser más ignorantes que los seres humanos. Su misma
superioridad lo perdió. Buenas tardes, general.
Continúa esta historia en
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