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domingo, 18 de septiembre de 2016

Canek - Ermilio Abreu Gómez - Los personajes (capítulo 1)

Kaan Ek (o Jacinto Canek), que en lengua Maya significa serpiente negra, fue un líder maya que falleció con apenas 31 años en 1761. Peleó contra el dominio español y falleció por esa causa. 
Ermilio Abreu Gómez, escritor mexicano nos trae "Canek", un poema en prosa publicado en 1940, y nos cuenta así su historia en 5 capítulos cortitos que subiré en estos siguientes días.
No conocía este autor. Nació en Yucatán, México, en 1894. Además de escritor fue historiador, docente y periodista. Falleció en 1971. 
Este autor mexicano fue otro de los pedidos de un lector del blog. 



Los personajes

Cuando llegaron ya estaban completos los nombres
de los pueblos que no lo tenían y los de los pozos,
sin que se pudiera saber por dónde habían pasado
caminando para ver si era buena la tierra…

DEL LIBRO DE LOS LINAJES MAYAS

Jacinto Canek se levantó antes de que amaneciera.

Por la noche había llovido tanto que el patio de su choza se anegó. Junto al brocal del pozo encontró a un indio. Canek le habló así:

—Ha llovido mucho, hijo, y lloverá otra vez porque esta es la lluvia de GIAIA. Giaia no fue hombre
de esta tierra, sino del Oriente; pero todo lo del Oriente pertenece en espíritu a Yucatán. Lloverá otra vez.

Aún no acababa de hablar Jacinto Canek cuando empezó a llover otra vez.

Se guarecieron debajo de una palma y Canek continuó:

—Has de saber que Giaia tuvo un hijo malo llamado Giaial. Giaial quiso matar a su padre. Los dioses antiguos hablaron al oído de Giaia y le dijeron palabras de venganza. Giaia entonces mató a su hijo Giaial; tomó su cuerpo, lo despedazó y lo guardó dentro de una calabaza, la cual depositó en la falda de un cerro. De vez en vez Giaia la tomaba entre sus manos y lloraba sobre ella llanto de dolor —porque mucho había querido al hijo muerto.Y sucedió un día que al tocar la calabaza vio que de ella salían peces. Tuvo miedo porque no entendió el símbolo de este suceso, y se alejó de aquel paraje. Entonces fueron al lugar cuatro hermanos, que eran huérfanos, y quisieron comer de aquellos peces. Quiso el destino que llegara a tiempo Giaia. Los hermanos huyeron y dejaron caer en la tierra la calabaza; y de sus pedazos brotaron torrentes de agua. Fue tanta que toda la comarca, en muchas leguas a la redonda, se inundó. Sobre aquellas aguas vinieron las nubes de la lluvia. Y todo fue cubierto, así por el agua de abajo, como por el agua de arriba; menos la tierra en que vivimos y unas islas lejanas que están por donde sale el sol.

Acabó de hablar Jacinto Canek y la lluvia siguió cayendo.

Pobre del niño Guy. Es el sobrino del dueño de la hacienda y nadie lo quiere. Parece tonto. Su familia
lo ha enviado al campo para que se asolee, coma cosas fuertes y se divierta. Esto es lo que dice su familia. En realidad lo han enviado al campo para que no estorbe; es tan flaco, dice tales cosas, se le ocurren tales ideas, piensa en tales simplezas, que su presencia molesta. Sus hermanos han llegado a decir que no es de la familia. Cuando Guy oye esto se le humedecen los ojos, pero entonces no dice nada. En la hacienda estará bien —dijeron sus tías: unas mujeronas altas y secas; las más estiradas de la casa, siempre pendientes de que la consola esté limpia, los candelabros luzcan tersos y las flores tengan agua. Lo trajeron y lo abandonaron. Lleva un mes de soledad. Canek es su amigo; le ha regalado un caracol marino; con él se entretiene horas y horas. Se lo pone en las orejas y se queda absorto, con los ojos grandes, luminosos, húmedos. Su alma se va por los caminos invisibles del viento y del mar. Entonces con sus dedos débiles, en la tierra roja, escribe unas palabras raras que Canek no se atreve a borrar.

Llegó a la hacienda doña Charo, una de las tías de Guy. Llegó remilgosa y asmática. Se pasaba el día tomando té y pastillas de menta. De pronto corrió desalada, en aspas las manos, apechugado el corpiño, arremangada la falda. Se refugió en la sala. Cien veces dijo que no quería ver más indios; y menos a uno que estaba ahí; horrible, enjuto, como piedra rota. Al decir horrible, se cubría la cara; se santiguaba y bisbiseaba:

—Tiene las manos sarmentosas; los ojos hinchados; los pies llagados; la piel agrietada.

Canek le dijo:

—Niña, es que trabaja en los hornos de cal; en los secaderos de tabaco, en las ciénagas y en las salinas.

Ni Canek ni nadie sabe quién es ni de dónde viene Exa. Una mañana apareció correteando entre los cerditos. Tenía la carita llena de tizne, las manos sucias y las piernas delgaduchas y pálidas. Al mediodía se le vio acarrear agua para los bebederos del corral. Hasta esparció en ellos manojos de azahares. Sonreía. Por la tarde, como no tenía qué hacer en el campo, se sentó junto a las indias en la cocina y se puso a desgranar maíz. 

Llenó su delantal de granos amarillos, blancos, negros, morados, azules. Los levantaba entre sus dedos. Sonreía. Por la noche se acurrucó en un rincón de la despensa. Al día siguiente renovó sus tareas; correteó entre los cerditos, acarreó agua y desgranó maíz. Solo hubo una variante: comió una tortilla untada de manteca que le dio Guy.

El padre Matías decía misa por las tardes. Además todas sus misas eran con sermón. En los sermones no hablaba de la liturgia ni de los milagros; prefería explicar en ellos cosas relativas a la injusticia de los hombres. La iglesia donde oficiaba se llenaba de gente; es decir, de indios.

Los ricos se quedaban en casa murmurando. A los que le llamaban la atención por su conducta contestaba:

—Has de saber que para esto tengo permiso del señor obispo.

Las limosnas que recogía para el culto las repartía entre los indios.

A los que le pedían explicaciones por esto, decía:

—Has de saber que el padre Matías le dio permiso al padre Matías para hacer la caridad del mejor modo posible.

Ya anochecido y por un atajo llegaron al pueblo Ramón Balam y Domingo Canché. Escapaban de la matanza que los blancos hacían entre los indios. Balam había recibido un machetazo en la espalda; sangraba. Jacinto Canek les dijo:

—Ya se cumplen las profecías de Nahua Pech, uno de los cinco profetas del tiempo viejo. No se contentarán los blancos con lo suyo, ni con lo que ganaron en la guerra. Querrán también la miseria de nuestra comida y la miseria de nuestra casa. Levantarán su odio contra nosotros y nos obligarán a guarecernos en los montes y en los lugares apartados. Entonces iremos, como las hormigas, detrás de las alimañas y comeremos cosas malas: raíces, granos, cuervos, ratas y langostas del viento. Y la podredumbre de esta comida llenará de rencor nuestros corazones y vendrá la guerra.

En la cocina de la tía Micaela hubo tertulia con motivo de la llegada de las lluvias orientales. Se juntaron cerca del fogón los amigos viejos: Ramón Balam, Domingo Canché, el nieto del difunto Juan José Hoil, Guy y Jacinto Canek. Exa atizaba el fogón donde se cocía el NIXTAMAL. Hablaron poco. La tía Micaela dijo:

—Estas lluvias tempraneras anuncian larga sequía.

Hay que llenar los aljibes y echar en ellos carbones encendidos para que se mueran las sabandijas del aire.

Después se levantó y deslió en unas jícaras bollos de POZOLE endulzado con miel. Llovía, y el agua
a borbotones iba por las ACEQUIAS del patio.


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