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viernes, 29 de noviembre de 2013

Martín Fierro - La vuelta de Martín Fierro - José Hernández - capítulos III, IV y V

Viene de "Martín Fierro - La vuelta de Martín Fierro - José Hernández - capítulos I y II"





III

De ese modo nos hallamos
empeñaos en la partida:
no hay que darla por perdida
por dura que sea la suerte,
335 ni que pensar en la muerte
sinó en soportar la vida.

Se endurece el corazon,
no teme peligro alguno;
por encontrarlo oportuno
340 alli juramos los dos
respetar tan solo á Dios:
de Dios abajo, á ninguno.

El mal es árbol que crece
y que cortado retoña;
345 la gente esperta ó visoña
sufre de infinitos modos:
la tierra es madre de todos,
pero tambien dá ponzoña.

Mas todo varon prudente
350 sufre tranquilo sus males;
yo siempre los hallo iguales
en cualquier senda que elijo:
la desgracia tiene hijos
aunque ella no tiene madre.

355 Y al que le toca la herencia,
donde quiera halla su ruina;
lo que la suerte destina
no puede el hombre evitar:
porque el cardo ha de pinchar
360 es que nace con espina.

Es el destino del pobre
un continuo safarrancho,
y pasa como el carancho,
porque el mal nunca se sacia
365 si el viento de la desgracia
vuela las pajas del rancho.

Mas quien manda los pesares
manda tambien el consuelo;
la luz que baja del cielo
370 alumbra al mas encumbrao,
y hasta el pelo mas delgao
hace su sombra en el suelo.

Pero por mas que uno sufra
un rigor que lo atormente,
375 no debe bajar la frente nunca,
por ningun motivo:
el álamo es mas altivo
y gime constantemente.
. . . . . . . . . . . . . . . . .

El indio pasa la vida
380 robando ó echao de panza;
la única ley es la lanza
a que se ha de someter;
lo que le falta en saber
lo suple con desconfianza.

385 Fuera cosa de engarzarlo
a un indio caritativo;
es duro con el cautivo,
le dan un trato horroroso,
es astuto y receloso,
390 es audaz y vengativo.

No hay que pedirle favor
ni que aguardar tolerancia;
movidos por su inorancia
y de puro desconfiaos,
395 nos pusieron separaos
bajo sutil vigilancia.

No pude tener con Cruz
ninguna conversacion;
no nos daban ocasion,
400 nos trataban como agenos:
como dos años lo menos
duró ésta separacion.

Relatar nuestras penurias
fuera alargar el asunto;
405 les diré sobre este punto
que á los dos años recién
nos hizo el cacique el bien
de dejarnos vivir juntos.

Nos retiramos con Cruz
410 a la orilla de un pajal:
por no pasarlo tan mal
en el desierto infinito,
hicimos como un bendito
con dos cueros de bagual.

415 Fuimos á esconder
allí nuestra pobre situacion,
aliviando con la union
aquel duro cautiverio;
tristes como un cementerio
420 al toque de la oracion.

Debe el hombre ser valiente
si á rodar se determina,
primero, cuando camina;
segundo, cuando descansa;
425 pues en aquellas andanzas
perece el que se acoquina.

Cuando es manso el ternerito
en cualquier vaca se priende;
el que es gaucho esto lo entiende
430 y há de entender si le digo,
que andabamos con mi amigo
como pan que no se vende.

Guarecidos en el toldo
charlábamos mano á mano;
435 eramos dos veteranos
mansos pa las sabandijas,
arrumbaos como cubijas
cuando calienta el verano.

El alimento no abunda
440 por mas empeño que se haga;
lo pasa uno como plaga,
ejercitando la industria
y siempre, como la nutria
viviendo á orillas del agua.

445 En semejante ejercicio
se hace diestro el cazador;
cai el piche engordador,
cai el pájaro que trina;
todo vicho que camina
450 va á parar al asador.

Pues alli á los cuatro vientos
la persecucion se lleva;
naide escapa de la leva,
y dende que el alba asoma
455 ya recorre uno la loma,
el bajo, el nido y la cueva.

El que vive de la caza
a cualquier vicho se atreve
que pluma ó cáscara lleve,
460 pues cuando la hambre se siente
el hombre le clava el diente
a todo lo que se mueve.

En las sagradas alturas
está el Maestro principal,
465 que enseña á cada animal
a procurarse el sustento
y le brinda el alimento
a todo ser racional.

Y aves, y vichos y pejes,
470 se mantienen de mil modos;
pero el hombre en su acomodo
es curioso de oservar:
es el que sabe llorar
y es el que los come á todos.


IV

475 Antes de aclarar el dia
empieza el indio á aturdir
la pampa con su rugir,
y en alguna madrugada,
sin que sintieramos nada,
480 se largaban á invadir.

Primero entierran las prendas
en cuevas como peludos;
y aquellos indios cerdudos
siempre llenos de recelos,
485 en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.

Para pegar el malon
el mejor flete procuran;
y como es su arma segura,
490 vienen con la lanza sola,
y varios pares de bolas
atados á la cintura.

De ese modo anda liviano,
no fatiga al mancarron;
495 es su espuela en el malon,
despues de bien afilao,
un cuernito de venao
que se amarra en el garron.

El indio que tiene un pingo
500 que se llega á distinguir,
lo cuida hasta pa dormir;
de ese cuidao es esclavo;
se lo alquila á otro indio bravo
cuando vienen á invadir.

505 Por vigilarlo no come
y ni aun el sueño concilia;
solo en eso no hay decidia;
de noche, les asiguro,
para tenerlo seguro
510 le hace cerco la familia.

Por eso habrán visto ustedes,
si en el caso se han hallao,
y sinó lo han oservao
tenganlo dende hoy presente,
515 que todo pampa valiente
anda siempre bien montao.

Marcha el indio á trote largo,
paso que rinde y que dura;
viene en direcion sigura
520 y jamas á su capricho:
no se les escapa vicho
en la noche mas escura.

Caminan entre tinieblas
con un cerco bien formao;
525 lo estrechan con gran cuidao
y agarran, al aclarar,
ñanduces, gamas, venaos,
cuanto ha podido dentrar.

Su señal es un humito
530 que se eleva muy arriba,
y no hay quien no lo aperciba
con esa vista que tienen;
de todas partes se vienen
a engrosar la comitiva.

535 Ansina se van juntando,
hasta hacer esas riuniones
que cain en las invasiones
en número tan crecido;
para formarla han salido
540 de los últimos rincones.

Es guerra cruel la del indio
porque viene como fiera;
atropella donde quiera
y de asolar no se cansa,
545 de su pingo y de su lanza
toda salvacion espera.

Debe atarse bien la faja
quien aguardarlo se atreva;
siempre mala intencion lleva,
550 y como tiene alma grande,
no hay plegaria que lo ablande
ni dolor que lo conmueva.

Odia de muerte al cristiano,
hace guerra sin cuartel;
555 para matar es sin yel,
es fiero de condicion;
no golpéa la compasion
en el pecho del infiel.

Tiene la vista del águila,
560 del leon la temeridá;
en el desierto no habrá
animal que él no lo entienda,
ni fiera de que no aprienda
un istinto de crueldá.

565 Es tenaz en su barbarie,
no esperen verlo cambiar;
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe:
el bárbaro solo sabe
570 emborracharse y peliar.

El indio nunca rie,
y el pretenderlo es en vano,
ni cuando festeja ufano
el triunfo en sus correrias;
575 la risa en sus alegrias
le pertenece al cristiano.

Se cruzan en el desierto
como un animal feroz;
dan cada alarido atroz
580 que hace erizar los cabellos;
parece que á todos ellos
los ha maldecido Dios.

Todo el peso del trabajo
lo dejan á las mujeres:
585 el indio es indio y no quiere
apiar de su condicion;
ha nacido indio ladron
y como indio ladron muere.

El que envenenen sus armas
590 les mandan sus hechiceras;
y como ni á Dios veneran,
nada á los pampa contiene:
hasta los nombres que tienen
son de animales y fieras.

595 Y son, ¡por Cristo bendito!
los mas desaciaos del mundo;
esos indios vagabundos,
con repunancia me acuerdo,
viven lo mesmo que el cerdo
560 en esos toldos inmundos.

Naides puede imaginar
una miseria mayor,
su pobreza causa horror;
no sabe aquel indio bruto
605 que la tierra no da fruto
si no la riega el sudor.


V

Aquel desierto se agita
cuando la invasion regresa;
llevan miles de cabezas
610 de vacuno y yeguarizo;
pa no aflijirse es preciso
tener bastante firmeza.

Aquello es un hervidero
de pampas, un celemin;
615 cuando riunen el botin
juntando toda la hacienda,
es cantidá tan tremenda
que no alcanza á verse el fin.

Vuelven las chinas cargadas
620 con las prendas en monton;
aflije esa destrucion;
acomodaos en cargueros
llevan negocios enteros
que han saquiao en la invasion.

625 Su pretension es robar,
no quedar en el pantano;
viene á tierra de cristianos
como furia del infierno;
no se llevan al gobierno
630 porque no lo hallan á mano.

Vuelven locos de contentos
cuando han venido á la fija;
antes que ninguno elija
empiezan con todo empeño,
635 como dijo un santiagueño,
a hacerse la repartija.

Se reparten el botin
con igualdá, sin malicia;
no muestra el indio codicia,
640 ninguna falta comete:
solo en esto se somete
a una regla de justicia.

Y cada cual con lo suyo
a sus toldos enderiesa;
645 luego la matanza empieza
tan sin razon ni motivo,
que no queda animal vivo
de esos miles de cabezas.

Y satisfecho el salvage
650 de que su oficio ha cumplido,
lo pasa por ay tendido
volviendo á su haraganiar,
y entra la china á cueriar
con un afan desmedido.

655 A veces á tierra adentro
algunas puntas se llevan;
pero hay pocos que se atrevan
a hacer esas incursiones,
porque otros indios ladrones
660 les suelen pelar la breva.

Pero pienso que los pampas
deben de ser los mas rudos;
aunque andan medio desnudos
ni su convenencia entienden;
665 por una vaca que venden
quinientas matan al ñudo.

Estas cosas y otras piores
las he visto muchos años;
pero si yo no me engaño,
670 concluyó ese bandalage
y esos bárbaros salvages
no podrán hacer mas daño.

Las tribus estan desechas;
los caciques mas altivos
675 estan muertos ó cautivos,
privaos de toda esperanza,
y de la chusma y de lanza
ya muy pocos quedan vivos.

Son salvages por completo
680 hasta pa su diversion,
pues hacen una juncion
que naides se la imagina;
recién le toca á la china
el hacer su papelon.

685 Cuando el hombre es mas salvage
trata pior á la muger;
yo no sé que pueda haber
sin ella dicha ni goce.
¡Feliz el que la conoce
690 y logra hacerse querer!

Todo el que entiende la vida
busca á su lao los placeres;
justo es que las considere
el hombre de corazon;
695 solo los cobardes son
valientes con sus mugeres.

Pa servir á un desgraciao
pronta la muger está;
cuando en su camino vá
700 no hay peligro que la asuste;
ni hay una á quien no le guste
una obra de caridá.

No se hallará una muger
a la que esto no le cuadre;
705 yo alabo al Eterno Padre,
no porque las hizo bellas,
sino porque á todas ellas
les dió corazon de madre.

Es piadosa y diligente
710 y sufrida en los trabajos:
tal vez su valer rebajo
aunque la estimo bastante;
mas los indios inorantes
la tratan al estropajo.

715 Echan la alma trabajando
bajo el mas duro rigor;
el marido es su señor,
como tirano la manda
porque el indio no se ablanda
720 ni siquiera en el amor.

No tiene cariño á naides
ni sabe lo que es amar;
¡ni que se puede esperar
de aquellos pechos de bronce!
725 yo los conocí al llegar
y los calé dende entónces.

Mientras tiene que comer
permanece sosegao;
yo, que en sus toldos he estao
730 y sus costumbres oservo,
digo que es como aquel cuervo
que no volvió del mandao.

Es para él como juguete
escupir un crucifijo;
735 pienso que Dios los maldijo
y ansina el ñudo desato:
el indio, el cerdo y el gato,
redaman sangre del hijo.

Mas ya con cuentos de pampas
no ocuparé su atencion;
debo pedirles perdon,
pues sin querer me distraje;
por hablar de los salvages
me olvidé de la juncion.
. . . . . . . . . . . . . . . . .

745 Hacen un cerco de lanzas,
los indios quedan ajuera;
dentra la china ligera
como yeguada en la trilla,
y empieza alli la cuadrilla
750 a dar güeltas en la era.

A un lao están los caciques,
capitanejos y el trompa
tocando con toda pompa
como un toque de fagina;
755 adentro muere la china,
sin que aquel círculo rompa.

Muchas veces se les oyen
a las pobres los quejidos,
mas son lamentos perdidos;
760 al rededor del cercao,
en el suelo, están mamaos
los indios, dando alaridos.

Su canto es una palabra
y de ay no salen jamas:
765 llevan todas el compas,
ioká-ioká repitiendo;
me parece estarlas viendo
mas fieras que satanas.

Al trote dentro del cerco,
770 sudando, hambrientas, juriosas,
desgreñadas y rotosas,
de sol á sol se lo llevan:
bailan aunque truene ó llueva,
cantando la mesma cosa.



Continua en Martín Fierro - La vuelta de Martín Fierro - José Hernández - capítulos VI, VII y VIII

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