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lunes, 18 de noviembre de 2013

Martín Fierro - José Hernández - capítulos V y VI

Viene de Martín Fierro - José Hernández - capítulo IV



V

Ya andaba desesperao
aguardando una ocasion
que los indios un malon
nos dieran, y entre el estrago
hacérmeles cimarron
y volverme pa mi pago.

Aquello no era servicio
ni defender la frontera:
aquello era ratonera
en que es mas gato, el mas juerte:
era jugar á la suerte
con una taba culera

Allí tuito vá al revés:
los milicos son los piones,
y andan en las poblaciones
emprestaos pa trabajar;
los rejuntan pa peliar
cundo entran indios ladrones.

Yo he visto en esa milonga
muchos gefes con estancia,
y piones en abundancia,
y majadas y rodeos;
he visto negocios feos
a pesar de mi inorancia.

Y colijo que no quieren
la barunda componer:
para eso no ha de tener
el Gefe, aunque esté de estable,
mas que su poncho y su sable,
su caballo y su deber.

Ansina, pues, conociendo
que aquel mal no tiene cura,
que tal vez mi sepoltura
si me quedo iba á encontrar,
pensé en mandarme mudar
como cosa mas sigura.

Y, pa mejor, una noche
¡qué estaquiada me pegaron!
Casi me descoyuntaron
por motivo de una gresca.
Ay juna, si me estiraron
lo mesmo que guasca fresca!

Jamas me puedo olvidar
lo que esa vez me pasó;
dentrando una noche yo
al fortin, un enganchao,
que estaba medio mamao,
allí me desconoció.

Era un gringo tan bozal,
que nada se le entendia.
¡Quién sabe de ande seria!
Tal vez no juera cristiano,
pues lo único que decia,
es que era pa-po-litano.

Estaba de centinela
y, por causa del peludo,
verme mas claro no pudo
y esa jué la culpa toda.
El bruto se asustó al ñudo
y fi el pabo de la boda.

Cuanto me vido acercar:
“Quen vívore”, preguntó;
“Qué vívoras”, dije yo,
“Ha garto”, me pegó el grito.
Y yo dije despacito:
“Mas lagarto serás vos”.

Ay no mas ¡Cristo me valga!
rastrillar el jusi siento;
me agaché, y en el momento
el bruto me largó un chumbo;
mamao, me tiró sin rumbo,
que sinó, no cuento el cuento.

Por de contao, con el tiro
se alborotó el abispero;
los oficiales salieron
y se empezó la juncion;
quedo en su puesto el nacion,
y yo fi al estaquiadero.

Entre cuatro bayonetas
me tendieron en el suelo
Vino el mayor medio en pedo
y allí se puso á gritar:
“Pícaro, te he de enseñar
a andar reclamando sueldos”.

De las manos y las patas
me ataron cuatro sinchones.
Les aguanté los tirones
sin que ni un ¡ay! se me oyera
y al gringo la noche entera
lo harté con mis maldiciones.

Yo no sé porque el Gobierno
nos manda aquí á la frontera
gringada que ni siquiera
se sabe atracar á un pingo.
¡Si crerá al mandar un gringo
que nos manda alguna fiera!

No hacen mas que dar trabajo
pues no saben ni ensillar;
no sirven ni pa carniar:
y yo he visto muchas veces
que ni voltiadas las reses
se les querian arrimar.

Y lo pasan sus mercedes
lengüetiando pico á pico
hasta que viene un milico
a servirles al asao...
Y, eso sí, en lo delicaos
parecen hijos de rico.

Si hay calor, ya no son gente,
si yela, todos tiritan;
si usté no les dá, no pitan
por no gastar en tabaco,
y cuando pescan un naco
uno al otro se lo quitan.

Cuanto llueve se acoquinan
como perro que oye truenos.
¡Que diablos! Solo son güenos
pa vivir entre maricas,
y nunca se andan con chicas
para alzar ponchos ajenos.

Pa vichar son como ciegos,
ni hay ejemplo de que entiendan;
no hay uno solo que aprienda,
al ver un bulto que cruza,
a saber si es avestruza,
o si es ginete, ó hacienda.

Si salen á perseguir
despues de mucho aparato,
tuitos se pelan al rato
y vá quedando el tendal:
esto es como en un nidal
echarle güebos á un gato.


VI

Vamos dentrando recien
a la parte mas sentida,
aunque es todita mi vida
de males una cadena:
 a cada alma dolorida
le gusta cantar sus penas.

Se empezó en aquel entonces
a rejuntar caballada
y riunir la milicada,
teniéndola en el canton,
par una despedición
a sorprender á la indiada.

Nos anunciaban que iriamos
sin carretas ni bagages
a golpiar á los salvages
en sus mesmas tolderías;
que á la güelta pagarian
licenciándolo al gauchaje.

Que en esta despedicion
tuviéramos la esperanza,
que iba á venir sin tardanza,
sigun el Gefe contó,
un menistro ó qué sé yo...
que le llamaban Don Ganza.

Que iba á riunir el ejército
y tuitos los batallones
y que traiba unos cañones
con mas rayas que un cotín.
¡Pucha!... Las conversasiones
por allá no tenian fin.

Pero esas trampas no enriedan
a los zorros de mi laya;
que esa ganza venga ó vaya,
poco le importa á un matrero.
Yo tambien dejé las rayas...
en los libros del pulpero.

Nunca juí gaucho dormido,
siempre pronto, siempre listo,
yo soy un hombre ¡qué Cristo!
que nada me ha acobardao,
y siempre salí parao
en los trances que me he visto.

Dende chiquito gané
la vida con mi trabajo,
y aunque siempre estuve abajo
y no sé lo que es subir,
tambien el mucho sufrir
suele cansarnos barajo

En medio de mi inorancia
conozco que nada valgo;
soy la liebre ó soy el galgo
a sigun los tiempos andan;
pero tambien los que mandan
debieran cuidarnos algo.

Una noche que riunidos
estaban en la carpeta
empinando una limeta
el Gefe y el Juez de paz,
yo no quise aguardar mas,
y me hice humo en un sotreta.

Me parece el campo orégano
dende que libre me veo;
donde me lleva el deseo
allí mis pasos dirijo
y hasta en las sombras, de fijo
que donde quiera rumbeo.

Entro y salgo del peligro
sin que me espante el estrago;
no aflojo al primer amago
ni jamas fi gaucho lerdo:
soy pa rumbiar como el cerdo
y pronto cai á mi pago.

Volvia al cabo de tres años
de tanto sufrir al ñudo,
resertor, pobre y desnudo,
a procurar suerte nueva,
y lo mesmo que el peludo
enderesé pa mi cueva.

No hallé ni rastro del rancho;
sólo estaba la tapera.
¡Por Cristo si aquello era
pa enlutar el corazon!
Yo juré en esa ocasion
ser mas malo que una fiera.

¡Quién no sentirá lo mesmo
cuando ansi padece tanto!
Puedo asigurar que el llanto
como una mujer largué.
Ay, mi Dios, si me quedé
mas triste que Jueves Santo!

Solo se oiban los aullidos
de un gato que se salvó:
el pobre se guareció
cerca, en una viscachera;
venia como si supiera
que estaba de güelta yo.

Al dirme dejé la hacienda
que era todito mi haber;
pronto debíamos volver,
sigun el Juez prometia,
y hasta entonces cuidaria
de los bienes la mujer.

Despues me contó un vecino
que el campo se lo pidieron,
la hacienda se la vendieron
pa pagar arrendamientos,
y qué sé yo cuántos cuentos;
pero todo lo fundieron.

Los pobrecitos muchachos,
entre tantas aficiones,
se conchavaron de piones.
¡Mas que iban á trabajar,
si eran como los pichones
sin acabar de emplumar!

Por ay andaran sufriendo
de nuestra suerte el rigor:
me han contado que el mayor
nunca dejaba á su hermano;
puede ser que algun cristiano
los recoja por favor.

¡Y la pobre mi mujer,
Dios sabe cuánto sufrió!
Me dicen que se voló
con no sé qué gavilan,
sin duda á buscar el pan
que no podia darle yo.

No es raro que á uno le falte
lo que á algun otro le sobre;
si no le quedó ni un cobre
sinó de hijos un enjambre,
qué mas iba á hacer la pobre
para no morirse de hambre

¡Tal vez no te vuelva á ver,
prienda de mi corazón!
Dios te dé su protecion
ya que no me la dió á mí,
y á mis hijos dende aquí
les echo mi bendición.

Como hijitos de la cuna
andaran por ay sin madre.
Ya se quedaron sin padre,
y ansi la suerte los deja
sin naides que los proteja
y sin perro que les ladre.

 Los pobrecitos tal vez
no tengan ande abrigarse,
ni ramada1 ande ganarse,
ni rincón ande meterse,
ni camisa que ponerse,
ni poncho con que taparse.

Tal vez los veran sufrir
sin tenerles compasion;
puede que alguna ocasion,
aunque los vean tiritando
los echen de algun jogón
pa que no esten estorbando.

Y al verse ansina espantaos
como se espanta á los perros,
iran los hijos de Fierro,
con la cola entre las piernas,
a buscar almas mas tiernas
o esconderse en algun cerro.

Mas tambien en este juego
voy á pedir mi bolada;
a naides le debo nada
ni pido cuartel ni doy,
y ninguno dende hoy
ha de llevarme en la armada.

Yo he sido manso, primero,
y seré gaucho matrero
en mi triste circustancia,
aunque es mi mal tan projundo,
nací y me he criao en estancia,
pero ya conozco el mundo.

Ya les conozco sus mañas,
le conozco sus cucañas,
sé como hacen la partida,
la enriedan y la manejan:
desaceré la madeja
 aunque me cueste la vida.

Y aguante el que no se anime
a meterse en tanto engorro,
o si no apretese el gorro,
o para otra tierra emigre;
pero yo ando como el tigre
que le roban los cachorros.

Aunque muchos cren que el gaucho
tiene alma de reyuno,
no se encontrará á ninguno
que no lo dueblen las penas
mas no debe aflojar uno
mientras hay sangre en las venas.

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