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sábado, 2 de junio de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota V - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota IV"



En la 744a noche

Ella dijo:
"...Cuando se terminaron las provisiones de la bandeja, como la primera vez, Aladino no dejó de coger uno de los platos de oro e ir al zoco, según tenía por costumbre, para vendérselo al judío, lo mismo que había hecho con los otros platos. Y cuando pasaba por delante de la tienda de un venerable jeque mulsumán, que era un orfebre muy estimado por su probidad y buena fe, oyó que le llamaban por su nombre y se detuvo. Y el venerable orfebre hizo señas con la mano y le invitó a entrar un momento en la tienda. Y le dijo: "Hijo mío, he tenido ocasión de verte pasar por el zoco bastantes veces, y he notado que llevabas entre las ropas algo que querías ocultar; y entrabas en la tienda de mi vecino, el judío, para salir luego sin el objeto que ocultabas. Pero tengo que advertirte de una cosa que acaso ignores a causa de tu tierna edad. Has de saber, en efecto, que los judíos son enemigos natos de los musulmanes; y creen que es lícito escamotearnos nuestros bienes por todos los medios posibles. Y entre todos los judíos, precisamente ése es el más detestable, el más listo, el más embaucador y el más nutrido de odio contra nosotros los que creemos en Alá el Único. Así, pues, si tienes que vender alguna cosa, oh hijo mío, empieza por enseñármela, y por la verdad de Alá el Altísimo te juro que la tasaré en su justo valor, a fin de que al cederla sepas exactamente lo que hacer. Enséñame, pues, sin temor ni desconfianza, lo que ocultas en tu traje, ¡y Alá maldiga a los embaucadores y confunda al Maligno! ¡Alejado sea por siempre!"

Al oír estas palabras del viejo orfebre, Aladino, confiado, no dejó de sacar de debajo de su traje el plato de oro y mostrárselo. Y el jeque calculó a la primera ojeada el valor del objeto y preguntó a Aladino: "¿Puedes decirme, ahora, hijo mío, cúantos platos de esa clase vendiste al judío y el precio a que se los cediste?" Y Aladino contestó:"oh, tío mío, Por Alá que ya le he dado doce platos como éste a un dinar cada uno". Y al oír estas palabras, el viejo orfebre llegó al límite de la indignación y exclamó: "¡Ah maldito judío, hijo de perro, posteridad de Eblis!". Y al propio tiempo puso el plato en la balanza, lo pesó, y dijo: "Has de saber, hijo mío, que este plato es del oro más fino, y que no vale un dinar, sino doscientos dinares exactamente. Es decir, que el judío te ha robado a ti solo tanto como roban en un día, con detrimento de los musulmanes, todos los judíos del zoco reunidos" Luego añadió: "¡Ah hijo mío, lo pasado pasado está, y como no hay testigos, no podemos hacer empalar a ese judío maldito! De todos modos, ya sabes a qué atenerte en lo sucesivo. Y si quieres, al momento voy a contarte doscientos dinares por tu plato. Prefiero, sin embargo, que antes de vendérmelo, vayas a proponerlo y a que te lo tasen todos los mercaderes; y si te ofrecen más, consiento en pagarte la diferencia y algo más de sobreprecio" Pero Aladino que no tenía ningún motivo para dudar de la reconocida probidad del viejo orfebre, se dio por muy contento con cederle el plato a tan buen precio. Y tomó los doscientos dinares. Y en lo sucesivo no dejó de dirigirse al mismo honrado orfebre musulmán para venderle los otros once platos y la bandeja.

Y he aquí que, enriquecidos de aquel modo, Aladino y su madre no abusaron de los beneficios del Retribuidor. Y continuaron llevando una vida modesta, distribuyendo a los pobres y a los menesterosos lo que sobraba de sus necesidades. Y entretanto, Aladino no perdonó ocasión de seguir instruyéndose, y afinando su ingenio con el contacto de las gentes del zoco, de los mercaderes distinguidos y de las personas de buen tono que frecuentaban los zocos. Y así aprendió en poco tiempo las maneras del gran mundo, y mantuvo relaciones sostenidas con los orfebres y joyeros, de quienes se convirtió en huésped asiduo. Y habitúandose entonces a ver joyas y pedrerías, se enteró de que las frutas que se había llevado de aquel jardín y que se imaginaba serían bolas de vidrio coloreado, eran maravillas inestimables que no tenían igual en casa de los reyes y sultanes más poderosos y más ricos. Y como se había vuelto muy prudente y muy inteligente, tuvo la precaución de no hablar de ello a nadie, ni siquiera a su madre. Pero en vez de dejar las frutas de pedrería tiradas debajo de los cojines del diván y por todos los rincones, las recogió con mucho cuidado, y las guardó en un cofre que compró a propósito. Y he aquí que pronto habría de experimentar los efectos de su prudencia de la manera más brillante y más espléndida.

En efecto, un día entre los días, charlando él a la puerta de una tienda con algunos mercaderes amigos suyos...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 745a noche

Ella dijo:
"...En efecto, un día entre los días, charlando él a la puerta de una tienda con algunos mercaderes amigos suyos, vio cruzar los zocos a dos pregoneros del sultán, armados de largas pértigas, y les oyó gritar al unísono en alta voz:"Oh vosotros todos, mercaderes y habitantes. De orden de nuestro amo magnánimo, el rey del tiempo y el señor de los siglos y de los momentos, sabed que teneís que cerrar vuestras tiendas al instante y encerraros en vuestras casas, con todas las puertas cerradas por fuera y por dentro, porque va a pasar, para ir a tomar un baño en el hammam, la perla única, la maravillosa, la bienhechora, nuestra joven ama Badru´l-Budur, luna llena de las lunas llenas, hija de nuestro glorioso sultán. Séale el baño delicioso. En cuanto a los que se atrevan a infringir la orden y a mirar por puertas o ventanas, serán castigados por el alfanje, el palo o el patíbulo. Sirva pues de aviso a quienes quieran conservar su sangre en su cuello".

Al oír este pregón público, Aladino se sintió poseído de un deseo irresistible por ver pasar a la hija del sultán a aquella maravillosa Badru´l-Budur, de quien se hacían lenguas en toda la ciudad y cuya belleza de luna y de perfecciones eran muy elogiadas. Así es que en vez de hacer como todo el mundo y correr a encerrarse en su casa, se le ocurrió ir a toda prisa al hamman y esconderse detrás de la puerta principal para poder, sin ser visto, mirar a través de la puerta principal para poder, sin ser visto, mirar detrás de las juntas y admirar a su gusto a la hija del sultán, cuando entrase. Y a poco rato de situarse en aquel lugar, vio llegar el cortejo de la princesa, precedido por la muchedumbre de eunucos. Y la vio a ella misma en medio de sus mujeres, cual la luna en medio de las estrellas, cubierta con sus velos de seda. Pero en cuanto llegó al umbral del hammam, se apresuró para taparse el rostro; y apareció con todo el respaldo solar de una belleza que superaba a cuanto pudiera decirse. Porque era una joven de quince años, más bien menos que más, derecha como la letra alef, con una cintura que desafiaba a la rama tierna del árbol ban, con una frente deslumbradora, como el cuarto creciente de la luna en el mes del Ramadán, con cejas rectas y perfectamente trazadas, con ojos negros, grandes y lánguidos, cual los ojos de la gacela sedienta, con párpados modestamente bajos y semejantes a pétalos de rosa, con una nariz impecable como labor selecta, una boca minúscula con dos labios encarnados, una tez de blancura, lavada en el agua de la fuente Salsabil, un mentón sonriente, dientes como granizos, de igual tamaño, un cuello de tórtola, y lo demás que no se veía por el estilo. Y de ella es de quien ha dicho el poeta:

"Sus ojos magos, avivados con khol negro, traspasan los corazones con sus flechas aceradas
A las rosas de sus mejillas roban los colores las rosa de los ramos
Y su cabellera es una noche tenebrosa, iluminada por la irradiación de su frente"

Cuando la princesa llegó a la puerta del hammam, como no temía las miradas indiscretas, se levantó el velillo del rostro, y apareció así en toda su belleza. Y Aladino la vio, y en un momento sintió bullirle la sangre en la cabeza tres veces más de prisa que antes. Y sólo entonces se dio cuenta él, que jamás tuvo ocasión de ver descubierto rostro de mujer, de que podía haber mujeres hermosas y mujeres feas y de que no todas eran viejas semejantes a su madre. Y aquel descubrimiento, unido a la belleza incomparable de la princesa, le dejó estupefacto y le inmovilizó en un éxtasis detrás de la puerta. Y ya hacía mucho tiempo que había entrado la princesa en el hammam, mientras él permanecía aún allí asombrado y todo tembloroso de emoción. Y cuando pudo recobrar un poco el sentido, se decidió a escabullirse de su escondite y a regresar a su casa, ¡pero en qué estado de mudanza y turbación! Y pensaba: "¡Por Alá! ¿Quién hubiera podido imaginar jamás que sobre la tierra hubiese una criatura tan hermosa?¡Bendito sea Él que la ha formado y la ha dotado de perfección!" Y asaltado por un cúmulo de pensamientos, entró en casa de su madre y con la espalda quebrantada de emoción y el corazón arrebatado de amor por completo, se dejó caer en el diván, y estuvo sin moverse.

Y he aquí que su madre no tardó en verle en aquel estado tan extraordinario, y se acercó a él y le preguntó con ansiedad que le pasaba. Pero él se negó a dar la menor respuesta. Entonces le llevó la bandeja de los manjares para que almorzase; pero él no quiso comer. Y le preguntó ella: "¡Oh hijo mío! ¿Qué tienes? ¿Te duele algo? ¡Dime que te ha ocurrido!" Y acabó por contestar: "Déjame" Y ella insistió para que comiese, y hubo de instarle de tal manera, que consintió él en tocar a los manjares pero comió infinitamente menos que lo ordinario, y tenpia los ojos bajos, y guardaba silencio, sin querer contestar a las preguntas inquietas de su madre. Y estuvo en aquel estado de somnolencia, de palidez y de abatimiento hasta el día siguiente.

Entonces la madre de Aladino, en el límite de la ansiedad, se acercó a él, con lágrimas en los ojos, y le dijo: "Oh hijo mío, por Alá sobre ti, dime lo que te pasa y no me tortures más el corazón con tu silencio. Si tienes alguna enfermedad, no me la ocultes, y en seguida iré a buscar al médico. Precisamente está hoy de paso en nuestra ciudad un médico famoso del país de los árabes a quien ha hecho venir ex profeso nuestro sultán para consultarle. ¡Y no se habla de otra cosa que de su ciencia y de sus remedios maravillosos! ¿Quieres que vaya a buscarle?"

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente

En la 746a noche

Ella dijo:
"...¡Y no se habla de otra cosa que de su ciencia y de sus remedios maravillosos! ¿Quieres que vaya a buscarle?" Entonces Aladino levantó la cabeza, y con un tono de vos muy triste, contestó: "Oh madre, Sabe que estoy bueno y no sufro de enfermedad. Y si me ves en este estado de mudanza es porque hasta el presente me imaginé que todas las mujeres se te parecían y sólo ayer hube de darme cuenta de que no había tal cosa" Y la madre de Aladino alzó los brazos y exclamó: "Alejado sea el maligno ¿Qué estás diciendo Aladino?" El joven contestó: "Estate tranquila que sé ien lo que digo. Porque ayer vi entrar al hammam a la princesa Badru´l-budur, hija del sultán, y su sola vista me reveló la existencia de la belleza. Y ya no estoy para nada. Y por eso no tendré reposo ni podré volver en mí mientras no la obtenga de su padre, el sultán, en matrimonio"

Al oír estas palabras, la madre de Aladino pensó que su hijo habpia perdido el juicio y le dijo: "El nombre de Alá sobre ti, hijo mío ¡Vuelve la razón! ¡Ah, pobre Aladino, piensa en tu condición y desecha esas locuras!" Aladino contestó: "Oh madre mía, no tengo para qué volver a la razón, pues no me cuento en el número de los locos. y tus palabras no me harán renunciar a mi idea de matrimonio con El Sett Badru´l-Budur, la hermosa hija del sultán. Y tengo más intención que nunca de pedírsela a su padre en matrimonio". Ella dijo: "Oh hijo mío, por mi vida sobre ti, no pronuncies tales palabras y ten cuidado de que no te oigan en la vecindad y transmitan tus palabras al sultán que te haría ahorcar sin remisión. Y además, si de verdad tomaste una resolución tan loca, ¿crees que vas a encontrar quien se encargue de hacer esa petición?". El joven contestó: "'¿Y a quién voy a encargar de una misión tan delicada estando tú aquí? Oh madre, 'Y en quién voy a tener más confianza que en ti? ¡Si, ciertamente, tú serás quien vaya a hacer al sultán esa petición de matrimonio!" Ella contestó: "Alá me preserve de llevar a cabo semejante empresa, oh hijo mío. Yo no estoy, como tú, en el límite de la locura ¡Ah! bien veo al presente que te olvidas de que eres hijo de uno de los sastres más pobres y más ignorados de la ciudad, y de que tampoco yo, tu madre, soy de familia más noble o más esclarecida. ¿Cómo, pues, te atreves a pensar en una princesa, que su padre no concederá ni aún a los hijos de poderosos reyes y sultanes?" Y Aladino permaneció en silencio un momento; luego contestó:"Sabe, oh madre, que ya he pensado y reflexionado largamente en todo lo que acabas de decirme; pero eso no m impide tomar la resolución que te he explicado, sino al contrario. Te suplico, pues, que si verdaderamente soy tu hijo y me quieres, me prestes el servicio que te pido. Si no, mi muerte, será preferible a mi vida; y sin duda alguna me perderás muy pronto ¡Oh madre mía! ¡Por última vez, no olvides que siempre seré tu hijo Aladino!"

Al oír estas palabras de su hijo, la madre de Aladino rompió en sollozos y dijo lacrimosa: "Oh hijo mío, ciertamente soy tu madre, y tu eres mi único hijo, el núcleo de mi corazón. Y mi mayor anhelo siempre fue verte casado un día, y regocijarme con tu dicha antes de morirme. Si, si quieres casarte, me apresuraré a buscarte mujer entre las gentes de nuestra condición. Y aun así, no sabré qué contestarles, cuando me pidan informes acerca de ti, del oficio que ejerces, de la ganancia que sacas, y de los bienes y tierras que posees. Y me azora mucho eso. Pero, ¿Qué no será tratándose, no ya de ir a gentes de condición humilde, sino a pedir para ti al sultan de China su hija única El Sett Badru'l-Budur? Vamos, hijo mío, reflexiona un instante con moderación. Bien sé que nuestros sultán está lleno de benevolencia, y que jamás despide a ningún súbdito suyo sin hacerle la justicia necesaria. También sé que es generoso en exceso y que nunca rehusa nada a quien ha merecido sus favores con alguna acción brillante, algún hecho de bravura o algún servicio grande o pequeño. Pero, ¿Puedes decirme en qué has sobresalido tú hasta el presente y qué títulos tienes para merecer ese favor incomparable que solicitas? Y además, ¿Dónde están los regalos que, como solicitante de gracias, tienes que ofrecer al rey en calidad de homenaje de súbdito leal a su soberano?" El joven contestó: "Pues bien, si no se trata más que de hacer un buen regalo para obtener lo que anhela tanto mi alma, precisamente creo que ningún hombre sobre la tierra puede competir conmigo en ese terreno. Porque has de saber, oh madre mía, que esas frutas de todos colores que me traje del jardín subterráneo y que creía eran sencillamente bolas de vidrio sin valor alguno, y buenas, a lo más, para que jugasen los niños pequeños, son pedrerías inestimables como no las posee ningún sultán en la tierra. ¡Y vas a juzgar por ti misma a pesar de tu poca experiencia en estas cosas! No tienes más que traerme de la cocina una fuente de porcelana en que quepan, y ya verás qué efecto tan maravilloso producen..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


¿Hablará la madre de Aladino con el sultán? Continúa su lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota VI"

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