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miércoles, 6 de junio de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota VII - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota VI"

Nota: Algunos párrafos no son adecuados para niños, recuerden que es la versión original del relato que fuera luego popularizado y adaptado para ellos

En la 750a noche

Ella dijo:
"... Alá conserve la vida de nuestro glorioso sultán, y te guarde para la dicha que te espera, ¡oh hijo mío, Aladino!". Y al oír lo que acaba de anunciarle su madre, Aladino osciló de tranquilidad y contento, y exclamó: "Oh madre, ¡Glorificado sea Alá, que hace descender Sus gracias a nuestra casa y te da por hija a una princesa que tiene sangre de los más grandes reyes!" Y besó mucho la mano a su madre y le dio muchas gracias por todas las penas que tuvo que tomarse para la consecución de aquel asunto tan delicado. Y su madre le besó con ternura y le deseó toda clase de prosperidades, y lloró al pensar que su esposo el sastre, padre de Aladino, no estaba allí para ver la fortuna y los efectos maravillosos del destino de su hijo, el holgazán de otro tiempo.

Y desde aquel día pusiéronse a contar, con impaciencia extremada, las horas que les separaban de la dicha que se prometían hasta la expiración del plazo de tres meses. Y no cesaban de hablar de sus proyectos, sin olvidar que ayer estaban ellos mismos en la miseria, y que la cosa más meritoria a los ojos del Retribuidor, era sin duda alguna, la generosidad.

Y he aquí que de tal suerte transcurrieron tres meses. Y la madre de Aladino, que salía a diario para hacer las compras necesarias con anterioridad a las bodas, había ido al zoco una mañana y comenzaba a entrar en las tiendas haciendo mil pedidos grandes y pequeños, cuando advirtió una cosa que no había visto llegar. Vio, en efecto, que todas las tiendas estaban decoradas y adornadas con follaje, linternas y banderolas multicolores que iban de un extremo a otro de la calle, y que todos los tenderos, compradores y grandes del zoco, lo mismo ricos que pobres, hacían grandes demostraciones de alegría, y que todas las calles estaban atestadas de funcionarios de palacio, ricamente vestidos con sus brocados de ceremonia y montados en caballos enjaezados maravillosamente, y que todo el mundo iba y venía con una animación inesperada. Así es que se apresuró a preguntar a un mercader de aceite, en cuya casa se aprovisionaba, que fiesta, ignorada por ella, celebraba toda aquella alegre muchedumbre, y qué significaban todas aquellas demostraciones. Y el mercader de aceite, en extremo asombrado de semejante pregunta, la miró de reojo, y contestó: "Por Alá, que se diría que te estás burlando. ¿Acaso eres una extranjera para ignorar así la boda del hijo del gran visir con la princesa Badru'l.Budur, hija del sultán? Y precisamente esta es la hora en que ella va a salir al hammam, y todos los jinetes, ricamente vestidos con trajes de oro, son guardias que la darán escolta hasta el palacio".

Cuando la madre de Aladino hubo oído estas palabras del mercader de aceite, no quiso saber más, y enloquecida y desolada, echó a correr por los zocos, olvidándose de sus compras a los mercaderes, y llegó a su casa, adonde entró y se desplomó sin aliento en el diván, permaneciendo allí un instante, sin poder pronunciar una palabra. Y cuando pudo hablar, dijo a Aladino, que había acudido: "Ah, hijo mío, el Destino ha vuelto contra ti la página fatal de su libro, y he aquí que todo está perdido, y que la dicha hacia la cual te encaminabas se ha desvanecido antes de realizarse" Y Aladino, muy alarmado del estado en que veía a su madre, y de las palabras que oía, le preguntó: "¿Pero qué ha sucedido de fatal¡ Oh madre ¡Dímelo pronto!". Ella dijo: "¡Ay! Hijo mío, el sultán se olvidó de la promesa que nos hizo. Y hoy precisamente casa a su hija Badru'l-Budur con el hijo del gran visir, de ese rostro de brea, de ese calamitoso a quien yo temía tanto. Y toda la ciudad está adornada, como en las fiestas mayores, para la boda de esta noche". Y al escuchar esta noticia, Aladino sintió que la fiebre le invadía el cerebro y hacía bullir su sangre a borbotones precipitados. Y se quedó un momento pasmado y confuso, como si fuera a caerse, Pero no tardó en dominarse, acordándose de la lámpara maravillosa que poseía, y que le iba a ser más útil que nunca. Y se encaró con su madre, y le dijo con acento muy tranquilo: "Oh madre, ¡Por tu vida, se me antoja que el hijo del visir no disfrutará de todas las delicias que se promete gozar en lugar mío! No temas, pues, por eso, y sin más dilación, levántate y prepáranos la comida. Y ya veremos después lo que tenemos que hacer con asistencia del Altísimo".

Se levantó, pues, la madre de Aladino y preparó la comida, comiendo Aladino con apetito para retirarse a su habitación inmediatamente, diciendo:"¡Deseo estar solo y que no se me importune!" Y cerró tras de sí la puerta con llave, y sacó la lámpara mágica del lugar en que la tenía escondida. Y la cogió y la frotó en el sitio que conocía ya. Y en el mismo momento se le apareció el efrit esclavo de la lámpara y dijo: "Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo. ¿Qué quieres? Habla. Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro". Y Aladino le dijo: "¡Escúchame bien, oh servidor de la lámpara, pues, ahora ya no se trata de traerme de comer y de beber, sino de servirme en un asunto de mucha importancia! Has de saber, en efecto, que el sultán me ha prometido en matrimonio su maravillosa hija Badru'l-Budur, tras haber recibido de mí un presente de frutas de pedretía. Y me ha pedido un plazo de tres meses para la celebración de las bodas. Y ahora se olvidó de su promesa, y sin pensar en devolverme mi regalo, casa a su hija con el hijo del gran visir. Y como no quiero que sucedan así las cosas, acudo a ti para que me auxilies en la realización de mi proyecto". Y contestó el efrit: "Habla, oh amo Aladino. Y no tienes necesidad de darme tantas explicaciones. Ordena y obedeceré". Y contestó Aladino: "Pues esta noche, es cuanto los recién casados se acuesten en su lecho nupcial, y antes de que ni siquiera tengan tiempo de tocarse, los cogerás con lecho y todo y los transportarás aquí mismo, en donde ya veré lo que tengo que hacer". Y el efrit de la lámpara se llevó la mano a la frente y contestó: "Escucho y obedezco". Y desapareció...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 751a noche

Ella dijo:
"... Y el efrit de la lámpara se llevó la mano a la frente y contestó: "Escucho y obedezco". Y desapareció. Y Aladino fue en busca de su madre, y se sentó junto a ella y se puso a hablar con tranquilidad de unas cosas y de otras, sin preocuparse del matrimonio de la princesa, como si no hubiese ocurrido nada de aquello. Y cuando llegó la noche dejó que se acostara su madre, y volvió a su habitación, en donde se encerró de nuevo con llave, y esperó el regreso del efrit. Y he aquí lo referente a él.

¡He aquí ahora lo que atañe a las bodas del hijo del gran visir! Cuando tuvieron fin la fiesta y los festines y las ceremonias y las recepciones y los regocijos, el recién casado, precedido por el jefe de los eunucos, penetró en la cámara nupcial. Y el jefe de los eunucos se apresuró a retirarse y a cerrar la puerta detrás de sí. Y el recién casado, despues, de desnudarse, levantó las cortinas y se acostó en el lecho para esperar allí la llegada de la princesa. No tardó en hacer su entrada ella, acompañada de su madre y las mujeres de su séquito que la desnudaron, le pusieron una sencilla camisa de seda y destrenzaron su cabellera. Luego la metieron en el lecho a la fuerza, mientras ella fingía hacer mucha resistencia, y daba vueltas en todos sentidos para escapar de sus manos como suelen hacer en semejantes circunstancias las recién casadas. Y cuando la metieron en el lecho, sin mirar al hijo del visir, que estaba ya acostado, se retiraron todas juntas haciendo votos por la consumación del acto. Y la madre que salió la última, cerró la puerta de la habitación, lanzando un gran suspiro, como es costumbre.

No bien estuvieron solos los recién casados, y antes de que tuviesen tiempo de hacerse la menor caricia, sintiéronse de pronto elevados con su lecho, sin poder darse cuenta de lo que les sucedía. Y en un abrir y cerrar de ojos se vieron transportados fuera del palacio y depositados en un lugar que no conocían, y que no era otro que la habitación de Aladino. Y dejándoles llenos de espanto, el efrit fue a prosternarse ante Aladino, y le dijo: "Ya se ha ejecutado tu orden, oh mi señor. Y heme aquí dispuesto a obedecerte en todo lo que tengas que mandarme". Y le contestó Aladino: "Tengo que mandarte que cojas a ese joven y le encierres toda la noche en el retrete. Y ven aquí a tomar ordenes mañana por la mañana". Y el gemi de la lámpara contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a obedecer. Cogió, pues, brutalmente al hijo del visir y fue a encerrarle en el retrete metiéndole la cabeza en el agujero, Y sopló sobre él una bocanada fría y pestilente que le dejó inmóvil como un madero en la postura que estaba. ¡Y he aquí todo lo referente a él!"

En cuanto a Aladino, cuando estuvo solo con la princesa Badru´l-Budur, a pesar del gran amor que por ella sentía, no pensó ni por un instante en abusar de la situación. Y empezó por inclinarse ante ella, llevándose la mano al corazón, y le dijo con voz apasionada: "Oh princesa, sabe que aquí estás más segura que en el palacio de tu padre, el sultán. Si te hallas en este lugar que desconoces, sólo es para que no sufras las caricias de ese joven cretino, hijo del visir de tu padre. Y aunque es a mí a quien te prometieron en matrimonio, me guardaré bien de tocarte antes de tiempo y antes de que seas mi esposa legítima por el Libro y la Suna".

Al oír estas palabras de Aladino, la princesa no pudo comprender nada, primeramente porque estaba muy emocionada, y además porque ignoraba la antigua promesa de su padre y todos los pormenores del asunto. Y sin saber qué decir, se limitó a llorar mucho. Y Aladino, para demostrarle bien que no abrigaba mala intención con respecto a ella y para tranquilizarla, se tendió vestido en el lecho, en el mismo sitio que ocupaba el hijo del visir, y tuvo la precaución de poner un sable desenvainado entre ella y él, para dar a entender que antes se daría la muerte que tocarla, aunque fuese con las puntas de los dedos. Y hasta volvió la espalda a la princesa para no importunarla en manera alguna. Y se durmió con toda tranquilidad, sin volver a ocuparse de la tan deseada presencia de Badru'l-Budur, como si estuviese solo en su lecho de soltero.

En cuanto a la princesa, la emoción que le producía aquella aventura tan extraña, y la situación anómala en que se encontraba, y los pensamientos tumultuosos que la agitaban, mezcla de miedo y asombro, la impidieron pegar los ojos en toda la noche. Pero, sin duda, tenía menos motivo de queja que el hijo del visir, que staba en el retrete con la cabeza metida en el agujero y no podía hacer ni un movimiento, a causa de la espantosa bocanada que le había echado el efrit para inmovilizarle. De todos modos, la suerte de ambos esposos fue aflictiva y calamitosa para la primera noche de bodas...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

En la 752a noche

Ella dijo:
"... De todos modos, la suerte de amos esposos fue bastante aflictiva y calamitosa para una primera noche de bodas.
Y al día siguiente por la mañana, sin que Aladino tuviese necesidad de frotar la lámpara de nuevo, el efrit, cumpliendo la orden que se le dio, fue solo a esperar que se despertase el dueño de la lámpara. Y como tardara en despertar, lanzó varias exclamaciones que asustaron a la princesa, a la cual no era posible verla. Y Aladino abrió los ojos, y cuando hubo reconocido al efrit, se levantó del lado de la princesa, y se separó del lecho un poco, para no ser oído más que por el efrit, y le dijo: "Date prisa a sacar del retrete al hijo del visir, y vuelve a dejarle en la cama en el sitio que ocupaba. Luego llévalos a ambos al palacio del sultán, dejándolos en el mismo lugar de donde los trajiste. Y sobre todo vigílales para impedirles que se acaricien, ni siquiera que se toquen". Y el efrit de la lámpara contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró primero a quitar el frío al joven del retrete y a ponerle en el lecho, al lado de la princesa, para transportar en seguida a ambos a la cámara nupcial del palacio del sultán, en menos tiempo del que se necesita para parpadear, sin que pudiesen ellos ver ni comprender lo que les sucedía, ni a qué obedecía tan rápido cambio de domicilio. Y a fe que era lo mejor que podía ocurrirles, porque la sola vista del espantable genni, servidor de la lámpara, sin duda alguna les habría asustado hasta morir.

Y he aquí que apenas el efrit transportó a los dos recién casados a la habitación del palacio, el sultán y su esposa hicieron su entrada matinal, impacientes por saber como había pasado su hija aquella noche de bodas, y deseosos de felicitarla y de ser los primeros en verla, para desearle dicha y delicias prolongadas. Y muy emocionados se acercaron al lecho de su hija, y la besaron con ternura entre ambos ojos diciéndole: "Bendita sea tu unión, oh hija de nuestro corazón. Y ojalá veas germinar de tu fecundidad una larga sucesión de descendientes hermosos e ilustres que perpetúen la gloria y la nobleza de tu raza ¡Ah! Dinos cómo has pasado esta primera noche y de qué manera se ha portado contigo tu esposo". Tras hablar así, se callaron aguardando su respuesta. Y he aquí que de pronto vieron que en lugar de mostrar un rostro fresco y sonriente, estaba ella en sollozos y les miraba con ojos muy abiertos, tristes y preñados de lágrimas.

Entonces quisieron interrogar al esposo, y miraron hacia el lado del lecho en que creían que aún estaría acostado; pero, precisamente en el mismo momento en que entraron ellos, había salido él de la habitación para lavarse todas las inmundicias con que tenía embadurnada la cara. Y creyeron que había ido al hammam del palacio para tomar el baño, como es costumbre después de la consumación del acto. Y de nuevo se volvieron hacia su hija y le interrogaron ansiosamente, con el gesto, con la mirada y con la voz, acerca del motivo de sus lágrimas y su tristeza. Y como continuara ella callada, creyeron que sólo era el pudor propio de la primera noche de bodas lo que la impedía hablar, y que sus lágrimas eran lágrimas propias de las circunstancias, y esperaron su momento. Pero como la situación amenazaba con durar mucho tiempo y el llanto de la princesa aumentaba, a la reina le faltó la paciencia y acabó por decir con tono malhumorado:"Vaya, hija mía ¿Quieres contestarme y contestar a tu padre ya? ¿y vas a seguir así por mucho rato todavía? También yo, hija mía, estuve recién casada como tú y antes que tú, pero supe tener tacto para no prolongar con exceso esas actitudes de gallina asustada. Y además, te olvidas de que al presente nos estás faltando el respeto que nos debes con no contestar a nuestras preguntas".

Al oír estas palabras de su madre, que se había puesto seria, la pobre princesa, abrumada en todos sentidos a la vez, se vio obligada a salir del silencio que guardaba, y lanzando un suspiro prolongado y muy triste, contestó: "¡Alá me perdone si falté al respeto que debo a mi padre y a mi madre, pero me disculpa el hecho de estar en extremo turbada, y muy emocionada y muy triste y muy estupefacta de todo lo que me ha ocurrido esta noche" Y contó todo lo que le había sucedido la noche anterior, no como las cosas había pasado realmente sino sólo como pudo juzgar acerca de ellas con sus ojos. Dijo que apenas se acostó en el lecho al lado de su esposo, el hijo del visir, había sentido conmoverse el lecho debajo de ella; que se había visto transportada en un abrir y cerrar de ojos desde la cámara nupcial a una casa que jamás había visitado antes; que la habían separado de su esposo sin que pudiese ella saber de que manera le habían sacado y reintegrado luego; que le había reemplazado durante toda la noche un joven hermoso, muy respetuoso, desde luego, y en extremo atento, el cual para no verse expuesto a abusar de ella, había dejado su sable desenvainado entre ambos, y se había dormido con la cara vuelta a la pared; y por último que a la mañana, vuelto ya al lecho su esposo, de nuevo se la había transportado con él a su cámara nupcial del palacio, apresurándose él a levantarse para correr al hammam con objeto de limpiarse un cúmulo de cosas horribles que le cubrían la cara. Y añadió: "Y en ese momento os vi entrar a ambos para darme los buenos días y pedirme noticias ¡Ay de mí! ¡Ya sólo me resta morir!" Y tras hablar así, escondió la cabeza en las almohadas, sacudida por sollozos dolorosos.

Cuando el sultán y su esposa oyeron estas palabras de su hija Badru´l-Budur, se quedaron estupefactos, y mirándose con los ojos en blanco y las caras alargadas, sin dudar ya de que hubiese ella perdido la razón aquella noche, en que su virginidad fue herida por primera vez. Y no quisieron dar fe a ninguna de sus palabras; y su madre le dijo con voz confidencial...

En este momento de su narración, Schherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente

¿Conseguirá Aladino a la princesa? Continúa su lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota VIII"

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