En la 747a noche
Ella dijo:
"...
No tienes más que traerme de la cocina una fuente de porcelana en que
quepan, y ya verás que efecto tan maravilloso producen."
Y aunque
muy sorprendida de cuanto oía, la madre de Aladino fue a la cocina a
buscar una fuente grande de porcelana blanca muy limpia y se la entregó
al hijo. Y Aladino, que ya había sacado las frutas consabidas, se dedicó
a colocarlas con mucho arte en la porcelana, combinando sus distintos
colores, sus formas y sus variedades. Y cuando hubo acabado se las puso
delante de los ojos a su madre que quedó absolutamente deslumbrada,
tanto a causa de su brillo como de su hermosura. Y a pesar de que no
estaba muy acostumbrada a ver pedrerías, no pudo por menos de exclamar:
"¡Ya Alá! ¡Qué admirable es esto!" Y hasta se vio precisada, al cabo de
un momento, a cerrar los ojos. Y acabó por decir: "Bien veo al presente
que agradará al sultán el regalo, sin duda. Pero la dificultad no es
esa, sino que está en el paso que voy a dar, porque me parece que no
podré resistir la majestad de la presencia del sultán, y que me quedaré
inmóvil, con la lengua trabada, y hasta quizá me desvanezca de emoción y
de confusión. Pero aun suponiendo que pueda violentarme a mí misma por
satisfacer tu alma llena de ese deseo, y logre exponer al sultán tu
petición concerniente a su hija Badru'l-Budur ¿Qué va a ocurrir? Si,
¿Qué va a ocurrir? Pues bien, hijo mío, creerán que estoy loca, y me
echarán del palacio, o irritado por semejante pretensión, el sultán nos
castigará a ambos de manera terrible. Si a pesar de todo crees lo
contrario, y suponiendo que el sultán preste oídos a tu demanda, me
interrogará luego acerca de tu estado y condición. Y me dirá: "Si, este
regalo es muy hermoso ¡Oh mujer! ¿Pero quién eres? ¿Y quién es tu hijo
Aladino? ¿Qué hace? ¿y quién su padre? ¿Y con qué cuenta?" Y entonces me
veré obligada a decir que no ejerces ningún oficio y que tu padre no
era más que un sastre entre los sastres del zoco". Pero Aladino
contestó: "Oh madre, está tranquila. Es imposible que el sultán te haga
semejantes preguntas cuando vea las maravillosas pedrerías colocadas a
manera de frutas en la porcelana. No tengas, pues, miedo, y no te
preocupes por lo que va a pasar. ¡Levántate, por el contrario, y ve a
ofrecerle el plato con su contenido, y pídele para mí en matrimonio a su
hija Badru'l-Budur! Y no apesadumbres tu pensamiento con un asunto tan
fácil y tan sencillo. Tampoco olvides, además, si todavía abrigas dudas
con respecto al éxito, que poseo una lámpara que suplirá para mí a todos
los oficios y a todas las ganancias".
Y continuó
hablando a su madre con tanto calor y seguridad que acabó por
convencerla completamente. Y la apremió para que se pusiera sus mejores
trajes, y le entregó la fuente de porcelana, que se apresuró ella a
envolver en un pañuelo, atado por las cuatro puntas, para llevarla así
en la mano. Y salió de la casa y se encaminó al palacio del sultán. Y
penetró en la sala de audiencias con la muchedumbre de solicitantes. Y
se puso en primera fila, pero en una actitud muy humilde, en medio de
los presentes, que permanecían con los brazos cruzados y los ojos bajos,
en señal del más profundo respeto. Y se abrió la sesión del diván
cuando el sultán hizo su entrada, seguido de sus visires, de sus emires y
de sus guardias. Y el jefe de los escribas del sultán empezó a llamar a
los solicitantes, unos tras otros, según la importancia de las
súplicas. Y se despacharon los asuntos acto seguido. Y los solicitantes
se marcharon, contentos unos por haber conseguido lo que deseaban, otros
muy alargados de nariz, y otros sin haber sido llamados por falta de
tiempo. Y la madre de Aladino fue de estos últimos.
Así
es que cuando vio que se había levantado la sesión y que el sultán se
había retirado, seguido por sus visires, comprendió que no le quedaba
que hacer más que marcharse también ella. Y salió del palacio y volvió a
su casa. Y Aladino que en su impaciencia la esperaba en la puerta, la
vio volver con la porcelana en la mano todavía, y se extrañó y se quedó
muy perplejo, y temiendo que hubiese sobrevenido alguna desgracia o
alguna siniestra circunstancia, no quiso hacerle preguntas en la calle, y
se apresuró a arrastrarla a la casa, en donde, con la cara muy
amarilla, la interrogó con la actitud y con los ojos, pues de emoción no
podía abrir la boca. Y la pobre mujer, le contó lo que había ocurrido
añadiendo: "Tienes que dispensar a tu madre por esta vez, hijo mío, pues
no estoy acostumbrada a frecuentar palacios; y la vista del sultán me
ha turbado de tal modo, que no pude adelantarme a hacer mi petición.
Pero mañana si Alá quiere, volveré al palacio y tendré más valor que
hoy!" Y a pesar de toda su impaciencia, Aladino se dio por muy contento
al saber que no obedecía a un motivo más grave el regreso de su madre
con la porcelana entre las manos. Y hasta le satisfizo mucho que se
hubiese dado el paso más difícil sin contratiempos ni malas
consecuencias para su madre y para él. Y se consoló, al pensar que
pronto iba a repararse el retraso.
En efecto, al
siguiente día, la madre de Aladino se fue al palacio teniendo cogido por
las cuatro puntas el pañuelo que envolvía el obsequio de pedrerías...
En este punto de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
En la 748a noche
Ella dijo:
"...
En efecto, al siguiente día, la madre de Aladino se fue al palacio
teniendo cogido por las cuatro puntas el pañuelo que envolvía el
obsequio de pedrerías y estaba muy resuelta a sobreponerse a su timidez y
formular su petición. Y entró en el diván, y se colocó en primera fila
ante el sultán. Pero como la primera vez, no pudo dar un paso ni hacer
un gesto que atrajese sobre ella la atención del jefe de los escribas. Y
se levantó la sesión sin resultado, y se volvió ella a su casa con la
cabeza baja sin anunciar a Aladino el fracaso de su tentativa pero
prometiéndole el éxito para la próxima vez. Y Aladino se vio precisado a
hacer nueva procisión de paciencia, amonestando a su madre por su falta
de valor y de firmeza. Pero no sirvió de gran cosa, pues la pobre
mujer fue al palacio con su porcelana seis días seguidos y se colocó
siempre al frente del sultán aunque sin tener más valor ni lograr más
éxito que la primera vez. Y sin duda habría vuelto cien veces más tan
inútilmente, y Aladino habría muerto de desesperación y de eimpaciencia
reconcentrada si el propio sultán que acabó por fijarse en ella, ya que
estaba en primera fila a cada sesión del diván, no hubiese tenido la
curiosidad de informarse acerca de ella y del motivo de su presencia. En
efecto, al séptimo día, terminado el diván el sultán se encaró con su
gran visir y le dijo: "Mira esa vieja que lleva en la mano un pañuelo
con algo. Desde hace algunos días viene al diván con regularidad y
permanece inmóvil sin pedir nada ¿Puedes decirme a qué viene y qué
desea?" Y el gran visir, que no conocía a la madre de Aladino, no quiso
dejar al sultán sin respuesta, y le dijo: "Oh mi señor, es una vieja
entre las numerosas viejas que no vienen al diván más que para
pequeñeces. Y tendrá que quejarse sin duda de que le han vendido cebada
podrida, por ejemplo, o que le ha injuriado una vecina, o de que le ha
pegado su marido". Pero el sultán no quedó contento con esta explicación
y dijo al visir: "Sin embargo, deseo interrogar a esa pobre mujer.
Hazla avanzar antes de que se retire con los demás". Y el visir contestó
con el oído y la obediencia, llevándose la mano a la frente. Y dio unos
pasos hacia la madre de Aladino, y le hizo seña con la mano para que se
acercara. Y la pobre mujer se adelantó al pie del trono, toda
temblorosa, y besó la tierra entre las manos del sultán, como había
visto hacer a los demás concurrentes. Y siguió en aquella postura hasta
que el gran visir le tocó en el hombro y la ayudó a levantarse. Y se
mantuvo entonces de pie, llena de emoción y el sultán le dijo: "Oh
mujer, hace ya varios días que te veo venir al diván y permanecer
inmóvil sin pedir nada. Dime, pues, qué te trae por aquí y qué deseas, a
fin de que te haga justicia". Y un poco alentada por la voz benévola
del sultán, contestó la madre de Aladino: "Alá haga descender sus
bendiciones sobre la cabeza de nuestro amo, el sultán. Oh rey del
tiempo. En cuanto a tu servidora, antes de exponer su demanda te
suplica que te dignes a concederle la promesa de seguridad pues de no
ser así, tendré miedo a ofender los oídos del sultán ya que mi petición
puede parecer extraña o singular". Y he aquí que el sultán, que era
hombre bueno y magnánimo, se apresuró a prometerle la seguridad, e
incluso dio orden de hacer desalojar completamente la sala a fin de
permitir a la mujer que hablase con libertad. Y no retuvo a su lado más
que a su gran visir. Y se encaró con ella y le dijo: "Puedes hablar, la
seguridad de Alá está contigo, oh mujer" Pero la madre de Aladino, que
habría recobrado por completo el valor, en vista de la acogida favorable
del sultán, contestó: "También pido perdón de antemano al sultán por lo
que en mi súplica pueda encontrar de inconveniente, y por la audacia
extraordinaria de mis palabras" Y dijo el sultán, cada vez más
intrigado: "Habla ya sin restricción, oh mujer, contigo están el perdón y
la gracia de Alá para todo lo que puedas decir y pedir."
Entonces
después de prosternarse por segunda vez ante el trono, y de haber
llamado sobre el sultán todas las bendiciones y favores del Altísimo, la
madre de Aladino se puso a contar cuanto le había sucedido a su hijo
desde el día que oyó a los pregoneros públicos proclamar la orden de que
los habitantes se ocultaran en sus casas para dejar paso al cortejo de
Sett Badru'l-Budur. Y no dejó de decirle el estado en el que se hallaba
Aladino, que hubo de amenazar con matarse si no obtenía a la princesa en
matrimonio.Y narró la historia con todos sus detalles desde el comienzo
al fin. Pero no hay utilidad en repetirla. Luego, cuando acabó de
hablar, bajó la cabeza, presa de gran confusión, añadiendo: "Oh rey del
tiempo ¡Y ya no me queda más que suplicar a Tu Altísimo que no sea
riguroso con la locura de mi hijo y me excuse si la ternura de madre me
ha impulsado a venir a transmitirte una petición tan singular!".
Cuando
el sultán, que había escuchado estas palabras con mucha atención, pues
era justo y benévolo, vio que había callado la madre de Aladino, lejos
de mostrarse indignado de su demanda, se echó a reír con bondad y le
dijo: "Oh pobre, ¿Qué traes en ese pañuelo que sostienes por las cuatro
puntas...?"
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
En la 749a noche
Ella dijo:
"... se echó a reír con bondad y le dijo: "Oh pobre, ¿Qué traes en ese pañuelo que sostienes por las cuatro puntas?"
Entonces
la madre de Aladino desató el pañuelo en silencio, y sin añadir una
palabra, presentó al sultán la fuente de porcelana en que estaban
dispuestas las frutas de pedrería. Y al punto se iluminó todo el diván
con su resplandor, mucho más que si estuviese alumbrado en su totalidad
con arañas y antorchas. Y el sultán quedó deslumbrado de su claridad y
le pasmó su hermosura. Luego cogió la porcelana de las manos de la buena
mujer, y examinó las maravillosas pedrerías, una tras otra, tomándolas,
en el límite de la admiración. Y acabó por exclamar, encarándose con su
gran visir: "¡Por vida de mi cabeza, oh visir mío, qué hermoso es todo
esto y qué maravillosas son esas frutas! 'Las viste nunca parecidas u
oíste hablar siquiera de la existencia de cosas tan admirables sobre la
faz de la tierra? ¿Qué te parece? ¡Di!" Y el visir contestó: "En verdad,
oh rey del tiempo, que nunca he oído hablar de cosas tan maravillosas.
Ciertamente estas pedrerías son únicas en su especie. Y las joyas más
preciosas del armario del rey no valen, reunidas, tanto como la más
pequeña de estas frutas, a mi entender". Y dijo el rey: "Oh visir mío,
'No es verdad que el joven Aladino, que por mediación de su madre me
envía un presente tan hermoso, merece, sin duda alguna, mejor que
cualquier hijo de rey, que se acoja bien su petición de matrimonio con
mi hija Badru'l-Budur?"
A esta pregunta del rey, la
cual estaba lejos de esperarse, al visir se le mudó el color y se le
trabó la lengua y se apenó mucho. Porque desde hacía largo tiempo, le
había prometido el sultán que no daría a la princesa en matrimonio a
otro que no fuese un hijo que tenía el visir y que ardía de amor por
ella desde la niñez. Así es que, tras largo rato de perplejidad, de
emoción y de silencio, acabó por contestar con voz muy triste: "Si,oh
rey del tiempo. Pero Tu Serenidad olvida que ha prometido la princesa al
hijo de tu esclavo. Sólo te pido, pues, como gracia, ya que tanto te
satisface este regalo de un desconocido, que me concedas un plazo de
tres meses, al cabo del cual me comprometo a traer yo mismo un presente
más hermoso todavía que éste para ofrecérselo de dote a nuestro rey, en
nombre de mi hijo".
Y el rey, que a causa de sus
conocimientos en materias de joyas y de pedrerías, sabía bien que ningún
hombre, aunque fuese hijo de rey o de sultán, sería capaz de encontrar
un regalo que compitiese de cerca no de lejos con aquellas maravillas,
únicas en su especie, y con benevolencia le contestó: "Claro está, oh
visir mío, te concedo el plazo que pides. Pero has de saber que si al
cabo de esos tres meses no has encontrado para tu hijo una dote que
ofrecer a mi hija, que supere o iguale solamente a la dote que me ofrece
esta buena mujer en nombre de su hijo Aladino, no podré hacer más por
tu hijo, a pesar de tus buenos y leales servicios". Luego se encaró con
la madre de Aladino y le dijo con mucha afabilidad:" Oh madre de
Aladino, puedes volver con toda alegría y seguridad al lado de tu hijo y
decirle que su petición ha sido bien acogida y que mi hija está
comprometida con él en adelante. Pero dile que no podrá celebrarse el
matrimonio hasta pasados los tres meses para dar tiempo a preparar el
equipo de mi hija y hacer el ajuar que corresponde a una princesa de su
calidad".
Y la madre de Aladino, en extremo emocionada,
alzó los brazos al cielo e hizo votos por la prosperidad y la
dilatación de la vida del sultán y se despidió para volar llena de
alegría a su casa en cuanto salió del palacio. Y no bien entró en ella,
Aladino vio su rostro iluminado por la dicha y corrió hacia ella y le
preguntó muy turbado: "Y bien, oh madre ¿Debo vivir o morir?" Y la pobre
mujer, extenuada de fatiga, comenzó por sentarse en el diván y quitarse
el velo del rostro, y le dijo: "Te traigo buenas noticias, oh Aladino,
la hija del sultán está comprometida contigo para en adelante. Y tu
regalo, como ves, ha sido acogido con alegría y contento. Pero hasta
dentro de tres meses no podrá celebrarse tu matrimonio con
Badru'l-Budur. Y esta tardanza se debe al gran visir, barba calamitosa,
que ha hablado en secreto con el rey y le ha convencido para retardar la
ceremonia, no sé por qué razón. Pero ¡Inschalah! todo saldrá bien. Y
será satisfecho tu deseo por encima de todas las previsiones, oh hijo
mío". Luego añadió: "En cuanto a ese gran visir, oh hijo mío, que Alá le
maldiga y le reduzca al estado peor. Porque estoy muy preocupada por lo
que le haya podido decir al oído al rey. A no ser por él, el matrimonio
hubiera tenido lugar, al parecer, hoy o mañana, pues le han
entusiasmado al rey las frutas de pedrería al plato de porcelana".
Luego,
sin interrumpirse para respirar, contó a su hijo todo lo que había
ocurrido desde que entró en el diván hasta que salió, y terminó
diciendo: "Alá conserve la vida de nuestro glorioso sultán, y te guarde
para la dicha que te espera ¡Oh hijo mío, Aladino!".
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
¿Actuará el visir contra Aladino? Continúa su lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota VII"
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