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domingo, 10 de junio de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota VIII - Las mil y una noches

Viene de "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota VII"

Nota: Algunas partes no son completamente adecuadas para niños, recuerden que es la versión original del relato que fuera luego popularizado y adaptado para ellos



En la 753a noche
"... Y no quisieron dar fe a ninguna de sus palabras; y su madre le dijo con voz confidencial: "Así ocurren siempre estas cosas, hija mía, pero guárdate bien de decírselo a nadie, porque estas cosas no se cuentan nunca. Y las personas que te oyeran te tomarían por loca. Levántate, pues, y no te preocupes por eso, y procura no turbar con tu mala cara los festejos que se dan hoy en el palacio en honor tuyo, y que van a durar cuarenta días y cuarenta noches, no solamente en nuestra ciudad, sino en todo el reino ¡Vamos hija mía! Alégrate y olvida ya los diversos incidentes de esta noche."

Luego la reina llamó a sus mujeres y les encargó que se cuidaran del tocado de la princesa; y con el sultán, que estaba muy perplejo, salió en busca de su yerno, el hijo del visir. Y acabaron por encontrarle cuando volvía del hammam. Y la reina empezó a interrogar al asustado joven, acerca de lo que había pasado. Pero no quiso él declarar nada de lo que hubo de sufrir, y ocultando toda la aventura por miedo de que le tomaran a broma, le rechazaran otra vez los padres de su esposa, se limitó a contestar: "Por Alá, ¿Y que ha pasado para que me interroguéis con ese aspecto tan singular?" Y entonces, cada vez más persuadida la sultana de que todo lo que había contado su hija era en efecto de alguna pesadilla, creyó lo más oportuno no insistir con su yerno y le dijo: "Glorificado sea Alá por todo lo que pasó sin daño ni dolor. Te recomiendo, hijo mío, mucha suavidad con tu esposa porque está delicada".

Y después de estas palabras le dejó y fue a sus aposentos para ocuparse de los regocijos y diversiones del día. Y he aquí lo referente a ella y a los recién casados.

En cuanto a Aladino, que sospechaba lo que ocurría en el palacio, pasó el día deleitándose al pensar en la broma excelente de que acabada de hacer víctima al hijo del visir. Pero no se dio por satisfecho y quiso saborear hasta el fin la humillación de su rival. Así es que le pareció lo más acertado no dejarle un momento de tranquilidad; y en cuanto llegó la noche cogió su lámpara y la frotó. Y se le apareció el genni, pronunciando la misma fórmula que las otras veces. Y le dijo Aladino: "Oh servidor de la lámpara, ve al palacio del sultán y en cuanto veas acostados juntos a los recién casados, cógelos con lecho y todo y tráemelos aquí, como hiciste la noche anterior". Y el genni se apresuró a ejecutar la orden y no tardó en volver con su carga. depositándola en el cuarto de Aladino para coger en seguida al hijo del visir y meterle la cabeza en el retrete. Y no dejó Aladino de ocupar el sitio vacío y de acostarse al lado de la princesa, pero con tanta decencia como la vez primera. Y tras de colocar el sable entre ambos, se volvió de cara a la pared y se durmió tranquilamente. Y al siguiente día, todo ocurrió exactamente igual que la víspera, pues, el efrit, siguiendo las órdenes de Aladino, volvió a dejar al joven junto a Badru'l-Budur, y les transportó a ambos con el lecho a la cámara nupcial del palacio del sultán.

Pero el sultán, más impaciente que nunca por saber de su hija, después de la segunda noche, llegó a la cámara nupcial en aquel mismo momento, completamente solo porque temía el mal humor de su esposa, la sultana, y prefería interrogar por sí mismo a la princesa. Y no bien el hijo del visir, en el límite de la mortificación, oyó los pasos del sultán, saltó del lecho y huyó fuera de la habitación para correr a limpiarse en el hammam. Y entró el sultán y se acercó al lecho de su hija; y levantó las cortinas, y después de besar a la princesa, le dijo: "Supongo, hija mía, que esta noche no habrás tenido una pesadilla tan horrible como la que ayer nos contaste con sus extravagantes pericias ¡Vaya! ¿Quieres decirme cómo has pasado esta noche?" Pero en vez de contestar, la princesa rompió en sollozos, y se tapó la cara con las manos para no ver los ojos irritados de su padre, que no comprendía nada de todo aquello. Y estuvo esperando él un buen rato para darle tiempo a que se calmase, pero como ella continuara llorando y suspirando, acabó por enfurecerse y sacó su sable, y exclamó: "¡Por mi vida que si no quieres decirme en seguida la verdad, te separo de los hombros la cabeza!".

Entonces, doblemente espantada, la pobre princesa se vio en la precisión de interrumpir sus lágrimas; y dijo con su voz entrecortada: "Oh padre mío bienamado ¡Por favor! No te enfades conmigo. Porque si quieres escucharme ahora que no está mi madre para excitarte contra mí, sin duda alguna me disculparás y me compadecerás y tomarás las precauciones necesarias para impedir que me muerda de confusión y espanto. Pues si vuelvo a soportar las cosas terribles que he soportado esta noche, al día siguiente me encontrarás muerta en mi lecho. ¡Oh padre mío! Ten piedad de mi, pues, y deja que tu oído y tu corazón se compadezcan de mis penas y de mi corazón...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 754a noche

Ella dijo:
"...¡Oh padre mío! Ten piedad de mi, pues, y deja que tu oído y tu corazón se compadezcan de mis penas y de mi emoción!". Y como entonces no sentía la presencia de su esposa, el sultán, que tenía el corazón compasivo, se inclinó hacia su hija, y la besó y la acarició y apaciguó su inquieta alma. Luego, le dijo: "Y ahora, hija mía, calma tu espíritu y refresca tus ojos. Y con confianza cuéntale a tu padre, detalladamente, los incidentes que esta noche te han puesto en tal estado de emoción y de terror". Y apoyando la cabeza en el pecho de su padre, la princesa le contó sin olvidar nada, todas las molestias que había sufrido las dos noches que acababa de pasar y terminó su relato añadiendo: "Mejor será, oh padre mío bienamado, que interrogues también al hijo del visir a fin de que confirme mis palabras!".

Y el sultán, al oír el relato de aquella extraña aventura, llegó al límite de la perplejidad y compartió la pena de su hija, y como la amaba tanto, sintió humedecerse de lágrimas sus ojos. Y le dijo él: "La verdad, hija mía, es que yo solo soy el causante de todo eso tan horrible que se sucede, pues te casé con un pasmado que no sabe defenderte y resguardarte de esas aventuras singulares.¡Porque lo cierto es que quise labrar tu dicha con ese matrimonio y no tu desdicha y tu muerte. ¡Por Alá, que enseguida voy a hacer que venga el visir y el cretino de su hijo, y les voy a pedir explicaciones de todo esto! Pero, de todos modos, puedes estar tranquila en absoluto, hija mía, porque no se repetirán esos sucesos. Te lo juro por vida de mi cabeza". Luego se separó de ella, dejándola al cuidado de sus mujeres, y regresó a sus aposentos hirviendo en cólera.

Y al punto hizo ir a su gran visir y en cuanto se presentó entre sus manos, le gritó: "¿Dónde está el entremetido de tu hijo?¿Y qué te ha dicho de los sucesos ocurridos estas dos últimas noches?" El gran visir contestó estupefacto: "No sé a qué te refieres, oh rey del tiempo. Nada me ha dicho que pueda explicarme la cólera de nuestro rey. Pero si me lo permites, ahora mismo iré a interrogarle". Y dijo el sultán: "Ve, y vuelve pronto a traerme la respuesta" Y el gran visir, con la nariz muy alargada, salió doblando la espalda, y fue en busca de su hijo a quien encontró en el hammam dedicado a lavarse las inmundicias que le cubrían. Y le dijo: "¡Oh hijo de perro! ¿Por qué me has ocultado la verdad? Si no me pones en seguida al corriente de los sucesos de estas dos últimas noches, será éste tu último día". Y el hijo bajó la cabeza y contestó: "Ay, oh padre mío, solo la vergüenza me impidió hasta el presente revelarte las enfadosas aventuras de estas dos últimas noches y los incalificables tratos que sufrí, sin tener posibilidades de defenderme, ni siquiera de saber cómo, y en virtud de qué poderes enemigos nos ha sucedido todo eso a ambos en nuestro lecho". Y contó a su padre la historia con todos los detalles, sin olvidar nada. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y añadió: "En cuanto a mí, oh padre mío, prefiero la muerte a semejante vida. Y hago ante ti el triple juramento del divorcio definitivo con la hija del sultán. Te suplico, pues, que vayas en busca del sultán y le hagas admitir la declaración de nulidad de mi matrimonio con su hija Badrú'l-Budur. Porque es el único medio de que cesen esos malos tratos y de tener tranquilidad. Y entonces podré dormir en mi lecho, en lugar de pasarme las noches en los retretes"

Al oír estas palabras de su hijo, el gran visir quedó muy apenado. Porque la aspiración de su vida había sido ver casado a su hijo con la hija del sultán, y le costaba mucho trabajo renunciar a tan gran honor. Así es que aunque convencido de la necesidad del divorcio, en tales circunstancias, dijo a su hijo: "Claro, hijo mío, que no es posible soportar por más tiempo semejantes tratos, pero piensa en lo que pierdes con ese divorcio ¿No será mejor tener paciencia todavía una noche, durante la cual vigilaremos todos, junto a la cámara nupcial, con los eunucos armado de sables y de palo? ¿Qué te parece?" El hijo contestó:"Haz lo que gustes ¡Oh gran visir! padre mío. En cuanto a mí, estoy resuelto a no entrar ya en esa habitación de brea".

Entonces el visir separóse de su hijo, y fue en busca del rey. Y se mantuvo de pie entre sus manos, bajando la cabeza. Y el rey preguntó: "¿Qué tienes que decirme?". El visir contestó: "Por vida de nuestro amo, que es muy cierto lo que ha contado la princesa Badru'l-Budur. Pero la culpa no la tiene mi hijo. De todos modos no conviene que la princesa siga expuesta a nuevas molestias por causa de mi hijo. Y si lo permites, mejor será que ambos esposos vivan en adelante separados por el divorcio". Y dijo el rey: "Por Alá que tienes razón. Pero a no ser hijo tuyo el esposo de mi hija, la hubiese dejado libre a ella con la muerte de él. Que se divorcien pues". Y al punto dio el sultán las órdenes oportunas para que cesaran los regocijos públicos, tanto en el palacio como en la ciudad y en todo el reino de China, e hizo proclamar el divorcio de su hija Basru'l-Budur con el hijo del gran visir, dando a entender que no se había consumado nada y que la perla continuaba virgen y sin perforar...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En la 755a noche

Ella dijo:
"... E hizo proclamar el divorcio de su hija Basru'l-Budur con el hijo del gran visir, dando a entender que no se había consumado nada y que la perla continuaba virgen y sin perforar. En cuanto al hijo del gran visir, el sultán por consideración a su padre, le nombró gobernador de una provincia lejana de China, y le dio orden de partir sin demora. Lo cual fue ejecutado.

Cuando Aladino, al mismo tiempo que los habitantes de la ciudad, se enteró, por proclama de los pregoneros públicos, del divorcio de Badru'l-Budur, sin haberse consumado el matrimonio y de la partida del burlado, se dilató hasta el límite de la dilatación y se dijo: "Bendita sea esta lámpara maravillosa, causa inicial de todas mis prosperidades. Preferible es que haya tenido lugar el divorcio sin una intervención más directa del genni de la lámpara, el cual, sin duda, habría acabado con ese cretino". Y también se alegró de que hubiese tenido éxito su venganza sin que nadie, ni el rey, ni el gran visir, ni su misma madre sospechara la parte que había tenido él en todo aquel asunto. Y sin preocuparse ya, como si no hubiese ocurrido nada anómalo desde su petición de matrimonio, esperó con toda tranquilidad a que transcurriesen los tres meses del plazo exigido, enviando al palacio en la mañana que siguió al último día del plazo consabido, a su madre, vestida con los mejores trajes, para que recordase al sultán su promesa.

Y he aquí que, en cuanto entró en el diván la madre de Aladino, el sultán, que estaba dedicado a despachar los asuntos del reino, como de costumbre, dirigió la vista hacia ella y la reconoció en seguida. Y no tuvo ella necesidad de hablar porque el sultán recordó por sí mismo la promesa que le había dado y el plazo que había fijado. Y se encaró con su gran visir, y le dijo: "Oh visir, Aquí está la madre de Aladino. Ella fue quien nos trajo hace tres meses la maravillosa porcelana llena de pedrerías. Y me parece que, con motivo de expirar el plazo, viene a pedirme el cumplimiento de la promesa que le hice concerniente a mi hija. ¡Bendito sea Alá! que no ha permitido el matrimonio de tu hijo, para que así haga honor a la palabra dada cuando olvidé mis compromisos por ti". Y el visir que en su fuero interno seguía estando muy despechado por todo lo ocurrido, contestó: "Claro, oh mi señor, que jamás los reyes deben olvidar sus promesas. Pero el caso es que cuando se casa a la hija, debe uno informarse acerca del esposo, y nuestro amo, el rey, no ha tomado informe de este Aladino y de su familia. Pero yo sé que es hijo de un pobre sastre, muerto en la miseria, y de baja condición. ¿De dónde puede vernirle la riqueza al hijo de un sastre?". El rey dijo: "La riqueza viene de Alá, oh visir". El visir dijo: "Así es, oh rey, pero no sabemos si ese Aladino es tan rico, realmente, como su presente dio a entender. Para estar seguros, no tendrá el rey más que pedir por la princesa una dote tan considerable que sólo pueda pagarla un hijo de rey o de sultán. Y de tal suerte el rey casará a su hijo sobre seguro, sin correr el riesgo de darle otra vez un esposo indigno de sus méritos". Y dijo el rey: "De tu lengua brota elocuencia, oh visir. DI que se acerque esa mujer para que yo le hable". Y el visir hizo una seña al jefe de guardias, que mandó avanzar hasta el pie del trono a la madre de Aladino.

Entonces la madre de Aladino se prosternó y besó la tierra por tres veces entre las manos del rey, quien dijo: "Has de saber, oh tía mía, que no he olvidado mi promesa. Pero hasta el presente no hablé aún de la dote exigida por mi hija, cuyos méritos son muy grandes. Dirás, pues, a tu hijo, que se efectuará el matrimonio de mi hija El Sett Badru'l-Budur cuando me haya enviado lo que exijo como dote para mi hija, a saber: cuarenta fuentes de oro macizo llenas hasta los bordes de las mismas especies de pedrerías en forma de frutas de todos los colores y todos tamaños, como las que me envió en la fuente de porcelana; y estas fuentes las traerán al palacio cuarenta esclavas jóvenes, bellas como lunas, que serán conducidas por cuarenta esclavos negros, jóvenes y robustos; e irán todos formados en cortejo, vestidos con mucha magnificiencia, y vendrán a depositar en mis manos las cuarenta fuentes de pedrerías. Y eso es todo lo que pido mi buena tía. Pues no quiero exigir más a tu hijo en consideración al presente que me ha entregado ya".

Y la madre de Aladino, muy aterrada por aquella petición exorbitante, se limitó a prosternarse por segunda vez ante el trono, y se retiró para ir a dar cuenta de su misión a su hijo. Y le dijo: "Oh hijo mío, ya te aconsejé desde un principio que no pensaras en el matrimonio con la princesa Badru'l-Budur" Y suspirando mucho, contó a su hijo la manera muy afable, desde luego, que tuvo para recibirla el sultán, y las condiciones que ponía antes de consentir definitivamente en el matrimonio. Y añadió: "¡Qué locura la tuya, hijo mío! Admito lo de las fuentes de oro y las pedrerías exigidas, porque imagino que serás lo bastante sensato para ir al subterráneo a despojar a los árboles de sus frutas encantadas, pero ¿Quieres decirme cómo vas a arreglarte para disponer de las cuarenta esclavas jóvenes y de los cuarenta jóvenes negros? Ah, hijo mío, la culpa de esta pretensión tan exorbitante la tiene también ese maldito visir, porque le vi inclinado al oído del rey, cuando yo entraba, y hablarle en secreto. Créeme Aladino, renuncia a ese proyecto que te llevará a la perdición sin remedio" Pero Aladino se limitó a sonreír, y contestó a su madre: "Por Alá, oh madre, que al verte entrar con esa cara tan triste creí que ibas a darme una mala noticia. Pero ya veo que te preocupas siempre por cosas que verdaderamente no valen la pena. Porque has de saber que todo lo que acaba de pedirme el rey como precio de su hija, no es nada en comparación con lo que realmente podría darle. Refresca, pues tus ojos, y tranquiliza tu espíritu. Y por tu parte, no pienses más que en preparar la comida, pues tengo hambre. Y deja para mí el cuidado de complacer al rey..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Continúa la lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota IX" 

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