Nota:
Algunas partes no son completamente adecuadas para niños, recuerden
que es la versión original del relato que fuera luego popularizado y
adaptado para ellos
En la 753a noche
"...
Y no quisieron dar fe a ninguna de sus palabras; y su madre le dijo con
voz confidencial: "Así ocurren siempre estas cosas, hija mía, pero
guárdate bien de decírselo a nadie, porque estas cosas no se cuentan
nunca. Y las personas que te oyeran te tomarían por loca. Levántate,
pues, y no te preocupes por eso, y procura no turbar con tu mala cara
los festejos que se dan hoy en el palacio en honor tuyo, y que van a
durar cuarenta días y cuarenta noches, no solamente en nuestra ciudad,
sino en todo el reino ¡Vamos hija mía! Alégrate y olvida ya los diversos
incidentes de esta noche."
Luego la reina llamó a sus
mujeres y les encargó que se cuidaran del tocado de la princesa; y con
el sultán, que estaba muy perplejo, salió en busca de su yerno, el hijo
del visir. Y acabaron por encontrarle cuando volvía del hammam. Y la
reina empezó a interrogar al asustado joven, acerca de lo que había
pasado. Pero no quiso él declarar nada de lo que hubo de sufrir, y
ocultando toda la aventura por miedo de que le tomaran a broma, le
rechazaran otra vez los padres de su esposa, se limitó a contestar: "Por
Alá, ¿Y que ha pasado para que me interroguéis con ese aspecto tan
singular?" Y entonces, cada vez más persuadida la sultana de que todo lo
que había contado su hija era en efecto de alguna pesadilla, creyó lo
más oportuno no insistir con su yerno y le dijo: "Glorificado sea Alá
por todo lo que pasó sin daño ni dolor. Te recomiendo, hijo mío, mucha
suavidad con tu esposa porque está delicada".
Y después de
estas palabras le dejó y fue a sus aposentos para ocuparse de los
regocijos y diversiones del día. Y he aquí lo referente a ella y a los
recién casados.
En cuanto a Aladino, que sospechaba lo que
ocurría en el palacio, pasó el día deleitándose al pensar en la broma
excelente de que acabada de hacer víctima al hijo del visir. Pero no se
dio por satisfecho y quiso saborear hasta el fin la humillación de su
rival. Así es que le pareció lo más acertado no dejarle un momento de
tranquilidad; y en cuanto llegó la noche cogió su lámpara y la frotó. Y
se le apareció el genni, pronunciando la misma fórmula que las otras
veces. Y le dijo Aladino: "Oh servidor de la lámpara, ve al palacio del
sultán y en cuanto veas acostados juntos a los recién casados, cógelos
con lecho y todo y tráemelos aquí, como hiciste la noche anterior". Y el
genni se apresuró a ejecutar la orden y no tardó en volver con su
carga. depositándola en el cuarto de Aladino para coger en seguida al
hijo del visir y meterle la cabeza en el retrete. Y no dejó Aladino de
ocupar el sitio vacío y de acostarse al lado de la princesa, pero con
tanta decencia como la vez primera. Y tras de colocar el sable entre
ambos, se volvió de cara a la pared y se durmió tranquilamente. Y al
siguiente día, todo ocurrió exactamente igual que la víspera, pues, el
efrit, siguiendo las órdenes de Aladino, volvió a dejar al joven junto a
Badru'l-Budur, y les transportó a ambos con el lecho a la cámara
nupcial del palacio del sultán.
Pero el sultán, más
impaciente que nunca por saber de su hija, después de la segunda noche,
llegó a la cámara nupcial en aquel mismo momento, completamente solo
porque temía el mal humor de su esposa, la sultana, y prefería
interrogar por sí mismo a la princesa. Y no bien el hijo del visir, en
el límite de la mortificación, oyó los pasos del sultán, saltó del lecho
y huyó fuera de la habitación para correr a limpiarse en el hammam. Y
entró el sultán y se acercó al lecho de su hija; y levantó las cortinas,
y después de besar a la princesa, le dijo: "Supongo, hija mía, que esta
noche no habrás tenido una pesadilla tan horrible como la que ayer nos
contaste con sus extravagantes pericias ¡Vaya! ¿Quieres decirme cómo has
pasado esta noche?" Pero en vez de contestar, la princesa rompió en
sollozos, y se tapó la cara con las manos para no ver los ojos irritados
de su padre, que no comprendía nada de todo aquello. Y estuvo esperando
él un buen rato para darle tiempo a que se calmase, pero como ella
continuara llorando y suspirando, acabó por enfurecerse y sacó su sable,
y exclamó: "¡Por mi vida que si no quieres decirme en seguida la
verdad, te separo de los hombros la cabeza!".
Entonces,
doblemente espantada, la pobre princesa se vio en la precisión de
interrumpir sus lágrimas; y dijo con su voz entrecortada: "Oh padre mío
bienamado ¡Por favor! No te enfades conmigo. Porque si quieres
escucharme ahora que no está mi madre para excitarte contra mí, sin duda
alguna me disculparás y me compadecerás y tomarás las precauciones
necesarias para impedir que me muerda de confusión y espanto. Pues si
vuelvo a soportar las cosas terribles que he soportado esta noche, al
día siguiente me encontrarás muerta en mi lecho. ¡Oh padre mío! Ten
piedad de mi, pues, y deja que tu oído y tu corazón se compadezcan de
mis penas y de mi corazón...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
En la 754a noche
Ella dijo:
"...¡Oh
padre mío! Ten piedad de mi, pues, y deja que tu oído y tu corazón se
compadezcan de mis penas y de mi emoción!". Y como entonces no sentía la
presencia de su esposa, el sultán, que tenía el corazón compasivo, se
inclinó hacia su hija, y la besó y la acarició y apaciguó su inquieta
alma. Luego, le dijo: "Y ahora, hija mía, calma tu espíritu y refresca
tus ojos. Y con confianza cuéntale a tu padre, detalladamente, los
incidentes que esta noche te han puesto en tal estado de emoción y de
terror". Y apoyando la cabeza en el pecho de su padre, la princesa le
contó sin olvidar nada, todas las molestias que había sufrido las dos
noches que acababa de pasar y terminó su relato añadiendo: "Mejor será,
oh padre mío bienamado, que interrogues también al hijo del visir a fin
de que confirme mis palabras!".
Y el sultán, al oír el
relato de aquella extraña aventura, llegó al límite de la perplejidad y
compartió la pena de su hija, y como la amaba tanto, sintió humedecerse
de lágrimas sus ojos. Y le dijo él: "La verdad, hija mía, es que yo solo
soy el causante de todo eso tan horrible que se sucede, pues te casé
con un pasmado que no sabe defenderte y resguardarte de esas aventuras
singulares.¡Porque lo cierto es que quise labrar tu dicha con ese
matrimonio y no tu desdicha y tu muerte. ¡Por Alá, que enseguida voy a
hacer que venga el visir y el cretino de su hijo, y les voy a pedir
explicaciones de todo esto! Pero, de todos modos, puedes estar tranquila
en absoluto, hija mía, porque no se repetirán esos sucesos. Te lo juro
por vida de mi cabeza". Luego se separó de ella, dejándola al cuidado de
sus mujeres, y regresó a sus aposentos hirviendo en cólera.
Y
al punto hizo ir a su gran visir y en cuanto se presentó entre sus
manos, le gritó: "¿Dónde está el entremetido de tu hijo?¿Y qué te ha
dicho de los sucesos ocurridos estas dos últimas noches?" El gran visir
contestó estupefacto: "No sé a qué te refieres, oh rey del tiempo. Nada
me ha dicho que pueda explicarme la cólera de nuestro rey. Pero si me lo
permites, ahora mismo iré a interrogarle". Y dijo el sultán: "Ve, y
vuelve pronto a traerme la respuesta" Y el gran visir, con la nariz muy
alargada, salió doblando la espalda, y fue en busca de su hijo a quien
encontró en el hammam dedicado a lavarse las inmundicias que le cubrían.
Y le dijo: "¡Oh hijo de perro! ¿Por qué me has ocultado la verdad? Si
no me pones en seguida al corriente de los sucesos de estas dos últimas
noches, será éste tu último día". Y el hijo bajó la cabeza y contestó:
"Ay, oh padre mío, solo la vergüenza me impidió hasta el presente
revelarte las enfadosas aventuras de estas dos últimas noches y los
incalificables tratos que sufrí, sin tener posibilidades de defenderme,
ni siquiera de saber cómo, y en virtud de qué poderes enemigos nos ha
sucedido todo eso a ambos en nuestro lecho". Y contó a su padre la
historia con todos los detalles, sin olvidar nada. Pero no hay utilidad
en repetirlo. Y añadió: "En cuanto a mí, oh padre mío, prefiero la
muerte a semejante vida. Y hago ante ti el triple juramento del divorcio
definitivo con la hija del sultán. Te suplico, pues, que vayas en busca
del sultán y le hagas admitir la declaración de nulidad de mi
matrimonio con su hija Badrú'l-Budur. Porque es el único medio de que
cesen esos malos tratos y de tener tranquilidad. Y entonces podré dormir
en mi lecho, en lugar de pasarme las noches en los retretes"
Al
oír estas palabras de su hijo, el gran visir quedó muy apenado. Porque
la aspiración de su vida había sido ver casado a su hijo con la hija del
sultán, y le costaba mucho trabajo renunciar a tan gran honor. Así es
que aunque convencido de la necesidad del divorcio, en tales
circunstancias, dijo a su hijo: "Claro, hijo mío, que no es posible
soportar por más tiempo semejantes tratos, pero piensa en lo que pierdes
con ese divorcio ¿No será mejor tener paciencia todavía una noche,
durante la cual vigilaremos todos, junto a la cámara nupcial, con los
eunucos armado de sables y de palo? ¿Qué te parece?" El hijo
contestó:"Haz lo que gustes ¡Oh gran visir! padre mío. En cuanto a mí,
estoy resuelto a no entrar ya en esa habitación de brea".
Entonces
el visir separóse de su hijo, y fue en busca del rey. Y se mantuvo de
pie entre sus manos, bajando la cabeza. Y el rey preguntó: "¿Qué tienes
que decirme?". El visir contestó: "Por vida de nuestro amo, que es muy
cierto lo que ha contado la princesa Badru'l-Budur. Pero la culpa no la
tiene mi hijo. De todos modos no conviene que la princesa siga expuesta a
nuevas molestias por causa de mi hijo. Y si lo permites, mejor será que
ambos esposos vivan en adelante separados por el divorcio". Y dijo el
rey: "Por Alá que tienes razón. Pero a no ser hijo tuyo el esposo de mi
hija, la hubiese dejado libre a ella con la muerte de él. Que se
divorcien pues". Y al punto dio el sultán las órdenes oportunas para que
cesaran los regocijos públicos, tanto en el palacio como en la ciudad y
en todo el reino de China, e hizo proclamar el divorcio de su hija
Basru'l-Budur con el hijo del gran visir, dando a entender que no se
había consumado nada y que la perla continuaba virgen y sin perforar...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
En la 755a noche
Ella dijo:
"...
E hizo proclamar el divorcio de su hija Basru'l-Budur con el hijo del
gran visir, dando a entender que no se había consumado nada y que la
perla continuaba virgen y sin perforar. En cuanto al hijo del gran
visir, el sultán por consideración a su padre, le nombró gobernador de
una provincia lejana de China, y le dio orden de partir sin demora. Lo
cual fue ejecutado.
Cuando Aladino, al mismo tiempo que
los habitantes de la ciudad, se enteró, por proclama de los pregoneros
públicos, del divorcio de Badru'l-Budur, sin haberse consumado el
matrimonio y de la partida del burlado, se dilató hasta el límite de la
dilatación y se dijo: "Bendita sea esta lámpara maravillosa, causa
inicial de todas mis prosperidades. Preferible es que haya tenido lugar
el divorcio sin una intervención más directa del genni de la lámpara, el
cual, sin duda, habría acabado con ese cretino". Y también se alegró de
que hubiese tenido éxito su venganza sin que nadie, ni el rey, ni el
gran visir, ni su misma madre sospechara la parte que había tenido él en
todo aquel asunto. Y sin preocuparse ya, como si no hubiese ocurrido
nada anómalo desde su petición de matrimonio, esperó con toda
tranquilidad a que transcurriesen los tres meses del plazo exigido,
enviando al palacio en la mañana que siguió al último día del plazo
consabido, a su madre, vestida con los mejores trajes, para que
recordase al sultán su promesa.
Y he aquí que, en cuanto
entró en el diván la madre de Aladino, el sultán, que estaba dedicado a
despachar los asuntos del reino, como de costumbre, dirigió la vista
hacia ella y la reconoció en seguida. Y no tuvo ella necesidad de hablar
porque el sultán recordó por sí mismo la promesa que le había dado y el
plazo que había fijado. Y se encaró con su gran visir, y le dijo: "Oh
visir, Aquí está la madre de Aladino. Ella fue quien nos trajo hace tres
meses la maravillosa porcelana llena de pedrerías. Y me parece que, con
motivo de expirar el plazo, viene a pedirme el cumplimiento de la
promesa que le hice concerniente a mi hija. ¡Bendito sea Alá! que no ha
permitido el matrimonio de tu hijo, para que así haga honor a la palabra
dada cuando olvidé mis compromisos por ti". Y el visir que en su fuero
interno seguía estando muy despechado por todo lo ocurrido, contestó:
"Claro, oh mi señor, que jamás los reyes deben olvidar sus promesas.
Pero el caso es que cuando se casa a la hija, debe uno informarse acerca
del esposo, y nuestro amo, el rey, no ha tomado informe de este Aladino
y de su familia. Pero yo sé que es hijo de un pobre sastre, muerto en
la miseria, y de baja condición. ¿De dónde puede vernirle la riqueza al
hijo de un sastre?". El rey dijo: "La riqueza viene de Alá, oh visir".
El visir dijo: "Así es, oh rey, pero no sabemos si ese Aladino es tan
rico, realmente, como su presente dio a entender. Para estar seguros, no
tendrá el rey más que pedir por la princesa una dote tan considerable
que sólo pueda pagarla un hijo de rey o de sultán. Y de tal suerte el
rey casará a su hijo sobre seguro, sin correr el riesgo de darle otra
vez un esposo indigno de sus méritos". Y dijo el rey: "De tu lengua
brota elocuencia, oh visir. DI que se acerque esa mujer para que yo le
hable". Y el visir hizo una seña al jefe de guardias, que mandó avanzar
hasta el pie del trono a la madre de Aladino.
Entonces la
madre de Aladino se prosternó y besó la tierra por tres veces entre las
manos del rey, quien dijo: "Has de saber, oh tía mía, que no he olvidado
mi promesa. Pero hasta el presente no hablé aún de la dote exigida por
mi hija, cuyos méritos son muy grandes. Dirás, pues, a tu hijo, que se
efectuará el matrimonio de mi hija El Sett Badru'l-Budur cuando me haya
enviado lo que exijo como dote para mi hija, a saber: cuarenta fuentes
de oro macizo llenas hasta los bordes de las mismas especies de
pedrerías en forma de frutas de todos los colores y todos tamaños, como
las que me envió en la fuente de porcelana; y estas fuentes las traerán
al palacio cuarenta esclavas jóvenes, bellas como lunas, que serán
conducidas por cuarenta esclavos negros, jóvenes y robustos; e irán
todos formados en cortejo, vestidos con mucha magnificiencia, y vendrán a
depositar en mis manos las cuarenta fuentes de pedrerías. Y eso es todo
lo que pido mi buena tía. Pues no quiero exigir más a tu hijo en
consideración al presente que me ha entregado ya".
Y la
madre de Aladino, muy aterrada por aquella petición exorbitante, se
limitó a prosternarse por segunda vez ante el trono, y se retiró para ir
a dar cuenta de su misión a su hijo. Y le dijo: "Oh hijo mío, ya te
aconsejé desde un principio que no pensaras en el matrimonio con la
princesa Badru'l-Budur" Y suspirando mucho, contó a su hijo la manera
muy afable, desde luego, que tuvo para recibirla el sultán, y las
condiciones que ponía antes de consentir definitivamente en el
matrimonio. Y añadió: "¡Qué locura la tuya, hijo mío! Admito lo de las
fuentes de oro y las pedrerías exigidas, porque imagino que serás lo
bastante sensato para ir al subterráneo a despojar a los árboles de sus
frutas encantadas, pero ¿Quieres decirme cómo vas a arreglarte para
disponer de las cuarenta esclavas jóvenes y de los cuarenta jóvenes
negros? Ah, hijo mío, la culpa de esta pretensión tan exorbitante la
tiene también ese maldito visir, porque le vi inclinado al oído del rey,
cuando yo entraba, y hablarle en secreto. Créeme Aladino, renuncia a
ese proyecto que te llevará a la perdición sin remedio" Pero Aladino se
limitó a sonreír, y contestó a su madre: "Por Alá, oh madre, que al
verte entrar con esa cara tan triste creí que ibas a darme una mala
noticia. Pero ya veo que te preocupas siempre por cosas que
verdaderamente no valen la pena. Porque has de saber que todo lo que
acaba de pedirme el rey como precio de su hija, no es nada en
comparación con lo que realmente podría darle. Refresca, pues tus ojos, y
tranquiliza tu espíritu. Y por tu parte, no pienses más que en preparar
la comida, pues tengo hambre. Y deja para mí el cuidado de complacer al
rey..."
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Continúa la lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota IX"
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