En la 760a noche
Ella dijo:
"...
Y cogió la lámpara maravillosa y la frotó como de ordinario. Y no dejó
el efrit de aparecer y de ponerse a sus órdenes y le dijo Aladino: "Oh
efrit de la lámpara, ante todo te felicito por el celo que desplegaste
en servicio mío. Y después tengo que pedirte otra cosa, según creo, más
difícil de realizar que cuanto hiciste por mí hasta hoy, a causa del
poder que ejercen sobre ti las virtudes de tu señora, que es esta
lámpara de mi pertenencia. ¡Escucha! Quiero que en el plazo más corto
posible me construyas, frente por frente del palacio del sultán, un
palacio que sea digno de mi esposa El Sett Badrú'l-Budur. Y a tal fin,
dejo a tu buen gusto, y a tu buen gusto, y a tus conocimientos
acreditados, el cuidado de todos los detalles de ornamentación y la
elección de materiales preciosos, tales como piedras de jade, pórfido,
alabastro, ágata, lazulita, jaspe, mármol y granito. Solamente te
recomiendo que en medio de ese palacio eleves una gran cúpula de
cristal, construida sobre columnas de oro macizo y de plata, alternadas,
y agujereada con noventa y nueve ventanas enriquecidas con diamantes,
rubíes, esmeraldas y otras pedrerías, pero procurando que la ventana
número noventa y nueve quede imperfecta, no de arquitectura sino de
ornamentación. Y no te olvides de trazar un jardín hermoso, con
estanques y saltos de agua y plazoletas espaciosas. Y sobre todo, oh
efrit, pon un tesoro lleno de dinares de oro en cierto subterráneo, cuyo
emplazamiento has de indicarme. Y en cuanto a los demás, así como en lo
referente a cocinas, caballerizas y servidores, te dejo en completa
libertad, confiando en tu sagacidad y en tu buena voluntad". Y añadió:
"En seguida que esté dispuesto todo, vendrás a avisarme" Y contestó el
genni: "Escucho y obedezco". Y desapareció.
Y he aquí
que añ despuntar del día siguiente, estaba todavía en su lecho Aladino,
cuando vio aparecerse ante él al efrit de la lámpara, quien después de
las zalemas de rigor, le dijo: "Oh dueño de la lámpara, se han ejecutado
tus órdenes. Y te ruego que vayas a revisar su realización". Y Aladino
se prestó a ello, y el efrit le transportó inmediatamente al sitio
designado, y le mostró frente por frente al palacio del sultán, en medio
de un magnífico jardín, y precedido de dos inmensos patios de mármol,
un palacio mucho más hermoso de lo que el joven esperaba. Y tras de
haberle hecho admirar la arquitectura y el aspecto general, el genni le
hizo visitar una por una todas las habitaciones y dependencias. Y
parecióle a Aladino que se habían hecho las cosas con un fausto, un
esplendor y una magnificencia inconcebibles; y en un inmenso subterráneo
encontró un tesoro formado por sacos superpuestos y llenos de oro que
se apilaban hasta la bóveda. Y también visitó las cocinas, las
reposterías, las despensas y las caballerizas, encontrándolas muy de su
gusto y perfectamente limpias; y se admiró de los caballos y yeguas, que
comían en pesebres de plata mientras los palafreneros los cuidaban y
les echaban el pienso. Y pasó revista a los esclavos de ambos sexos y a
los eunucos, formados por orden, según la importancia de sus funciones. Y
cuando lo hubo visto todo, y examinado todo, se encaró con el efrit de
la lámpara, el cual sólo para él era visible y le acompañaba a todas
partes, y hubo de felicitarle por la presteza, el buen gusto y la
inteligencia de que había dado prueba en aquella obra perfecta. Luego
añadió: "Pero te has olvidado, oh efrit, de extender desde la puerta de
mi palacio a la del sultán, una gran alfombra que permita que mi esposa
no se canse los pies al atravesar esa distancia" Y contestó el genni:
"oh dueño de la lámpara, tienes razón. Pero eso se hace en un instante".
Y efectivamente, en un abrir y cerrar de ojos, se extendió en el
espacio que separaba ambos palacios, una magnífica alfombra de
terciopelo, con colores que armonizaban a maravillas con los tonos del
césped y de los macizos.
Entonces Aladino, el el límite
de la satisfacción, dijo al efrit: "Todo está perfectamente ahora.
Llévame a casa" Y el efrit le cogió y le transportó a su cuarto, cuando
en el palacio del sultán los individuos de la servidumbre comenzaban a
abrir las puertas para dedicarse a sus ocupaciones.
Y
he aquí que en cuanto abrieron las puertas, los esclavos y los porteros
llegaron al límite de la estupefacción al notar que algo se oponía a su
vista, en el sitio donde la víspera se veía un inmenso meidán para
torneos y cabalgatas. Y lo primero que vieron fue la magnífica alfombre
de terciopelo que se extendía entre el césped lozano y casaba sus
colores con los matices naturales de flores y arbustos. Y siguiendo con
la mirada aquella alfombra, entre las hierbas del jardín milagroso
divisaron entonces el soberbio palacio construido con piedras preciosas,
y cuya cúpula de cristal brillaba como el sol. Y sin saber ya qué
pensar, prefirieron ir a contar la cosa al gran visir, quien, después de
mirar el nuevo palacio, a su vez fue a prevenir de la cosa al sultán
diciéndole: "No cabe duda, oh rey del tiempo ¡El esposo de Sett
Badrú'l-Budur es un insigne mago!" Pero el sultán le contestó: "Oh
visir, mucho me asombra que quieras insinuarme que el palacio de que me
hablas es obra de magia. Bien sabes, sin embargo, que el hombre que me
hizo el don de tan maravillosos presentes es muy capaz de hacer
construir todo un palacion en una sola noche, teniendo en cuenta las
riquezas que debe poseer y el número considerable de obreros de que se
habrá servido, merced a su fortuna. ¿Por medio de fuerzas naturales? ¿No
te cegarán los celos, haciéndote juzgar mal de los hechos, e
impulsándote a murmurar de mi yerno Aladino?" Y comprendiendo, por
aquellas palabras, que el sultán quería a Aladino, el visir no se
atrevió a insistir por miedo a perjudicarse a sí mismo, y enmudeció por
prudencia. Y he aquí lo referente a él.
En cuanto a Aladino...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
En la 761a noche
Ella dijo:
"...
En cuanto a Aladino, una vez que el efrit de la lámpara le transportó a
su antigua casa, dijo a una de las doce esclavas jóvenes que fueran a
despertar a su madre, y les dio a todas la orden de ponerle uno de los
hermosos trajes que había llevado, y de ataviarla lo mejor que pudieran.
Y cuando estuvo vestida su mandre, conforme el joven deseaba, le dijo
él que había llegado el momento de ir al palacio del sultán, para
llevarse a la recién casada y conducirla al palacio que había hecho
construir para ella. Y tras recibir las instrucciones necesarias, la
madre de Aladino salió de su casa acompañada por sus doce esclavas, y no
tardó Aladino en seguirla a caballo en medio de su cortejo. Pero,
llegados que fueron a cierta distancia del palacio, se separaron,
Aladino para ir a su nuevo palacio, y su madre para ver al sultán.
No
bien los guardias del sultán divisaron a la madre de Aladino, en medio
de las doce jóvenes que le servían de cortejo, corrieron a prevenir al
sultán, que se apresuró a ir a su encuentro. Y la recibió con las
señales del respeto y los miramientos debidos a su nuevo rango. Y dio
orden al jefe de los eunucos para que la introdujeran en el harén, a
presencia de Sett Badrú'l-Budur. Y en cuanto la princesa la vio y supo
que era la madre de su esposo Aladino, se levantó en honor suyo y fue a
besarla. Luego la hizo sentarse a su lado, y la regaló con diversas
confituras y golosinas, y acabó de hacerse vestir por sus mujeres, y de
adornarse con las más preciosas joyas con que le obsequió su esposo
Aladino. Y poco después entró el sultán, y pudo ver el descubrimiento,
entonces por primera vez gracias al nuevo parentesco, el rostro de la
madre de Aladino. Y en la delicadeza de sus facciones notó que debía
haber sido agraciada en su juventud, y que aún entonces, vestida como
estaba con su buen traje y arreglada con lo que más la favorecía, tenía
mejor aspecto que muchas princesas y mujeres de visires y emires. Y la
cumplimentó mucho por ello, lo cual conmovió y enterneció profundamente
el corazón de la pobre mujer del difunto sastre Mustafá, que fue tan
desdichada, y hubo de llenársele de lágrimas los ojos.
Tras
de lo cual se pusieron a departir los tres con toda cordialidad,
haciendo así más amplio conocimiento, hasta la llegada de la sultana,
madre de Badrú'l-Budur. Pero la vieja sultana estaba lejos de ver con
buenos ojos aquel matrimonio de su hija con el hijo de gentes
desconocidas; y era del bando del gran visir, que seguía estando muy
mortificado, en secreto, por el buen cariz que el asunto tomaba en
detrimento suyo. Sin embargo, no se atrevió a poner demasiado mala cara a
la madre de Aladino, y a pesar de las ganas que tenía de hacerlo; y
tras de las zalemas por una y otra parte, se sentó con los demás, aunque
sin interesarse en la conversación.
Y he aquí que
cuando llegó el momento de las despedidas, para marcharse al nuevo
palacio, la princesa Badrú'l-Budur se levantó y besó con mucha ternura a
su padre y a su madre, mezclando a los besos muchas lágrimas,
apropiadas a las circunstancias. Luego, apoyándose en la madre de
Aladino, que iba a su izquierda, y precedida por diez eunucos vestidos
con ropa de ceremonia, y seguida de cien jóvenes esclavas ataviadas con
una magnificencia de libélulas, se puso en marcha hacia el nuevo
palacio, entre dos filas de cuatrocientos jóvenes esclavos, y negros
alternados, que formaban entre los palacios, y tenían cada cual una
antorcha de oro en que ardía una bujía grande de ámbar y de alcanfor
blanco. Y la princesa avanzó lentamente en medio de aquel cortejo,
pasando por la alfombra de terciopelo mientras que a su paso se dejaba
oír un concierto admirable de instrumentos, en las avenidas del jardín y
en lo alto de las terrazas del palacio de Aladino. Y a lo lejos
resonaban las aclamaciones lanzadas por todo el pueblo, que había
acudido a las inmediaciones de ambos palacios, y unía el rumor de su
alegría a toda aquella gloria. Y acabó la princesa por llegar a la
puerta del nuevo palacio, en donde la esperaba Aladino. Y salió él a su
encuentro sonriendo; y ella quedó encantada de verle tan hermoso y
brillante. Y entró él en la sala del festín, bajo la cúpula grande con
ventanas de pedrerías. Y sentáronse los tres ante las bandejas de oro
debidas a los cuidados del efrit de la lámpara, y Aladino estaba sentado
en medio, con su esposa a la derecha y su madre a la izquierda. Y
empezaron a comer al son de la música que no se veía y que era ejecutada
por un coro de efrits de ambos sexos. Y badrú'l-Budur, encantada de
cuando veía y oía decía para sí: "En mi vida me imaginé cosas tan
maravillosas". Y hasta dejó de comer para escuchar mejor los cánticos y
el concierto de los efrits. Y Aladino y su madre no cesaban de servirla y
de echarle de beber bebidas que no necesitaba, pues ya estaba ebria de
admiración. Y fue para ellos una jornada espléndida que no tuvo igual en
los tiempos de Iskandar y de Soleimán...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y calló discretamente.
En la 762a noche
Ella dijo:
"... Y fue para ellos una jornada espléndida que no tuvo igual en los tiempos de Iskandar y de Soleimán.
Y
cuando llegó la noche levantaron los manteles e hizo al punto su
entrada en la sala de la cúpula un grupo de danzarinas. Y estaba
compuesto de cuatrocientas jóvenes hijas de mareds y de efrits, vestidas
como flores y ligeras como pájaros. Y al son de una música aérea se
pusieron a bailar varias clases de motivos, y con pasos de danza como no
pueden verse más que en las regiones del paraíso. Y entonces fue cuando
Aladino se levantó y cogiendo de la mano a su esposa se encaminó con
ella a la cámara nupcial con paso cadencioso. Y les siguieron
ordenadamente las esclavas jóvenes, precedidas por la madre de Aladino. Y
desnudaron a Badrú'l-Budur; y no le pusieron sobre el cuerpo más que lo
estrictamente necesario para la noche. Y así era ella comparable a un
narciso que saliera de su cáliz. Y tras de desearles delicias y
alegrías, les dejaron solos en la cámara nupcial. Y por fin pudo
Aladino, en el límite de la dicha, unirse a la princesa Badrú'l-Budur,
hija del rey. Y su noche, como su día, no tuvo par en los tiempos de
Iskandar y de Soleimán.
Al día siguiente, después de
toda una noche de delicias, Aladino salió de los brazos de su esposa
Badrú'l-Budur, para hacer que al punto le pusieran un traje más
magnífico todavía que el de la víspera, y disponerse a ir a ver al
sultán. Y mandó que le llevaran un soberbio caballo de las caballerizas
pobladas por el efrit de la lámpara, y lo montó y se encaminó al palacio
del padre de su esposa, en medio de una escolta de honor. Y el sultán
le recibió con muestras del más vivo regocijo, y le besó y le pidió con
mucho interés noticias suyas y noticias de Badrú'l-Budur. Y Aladino le
dio la respuesta conveniente acerca del particular, y le dijo: "Oh rey
del tiempo, vengo sin tardanza para invitarte a que vayas hoy a iluminar
mi morada con tu presencia, y a compartir con nosotros la primera
comida que celebramos después de las bodas. Y te ruego que para visitar
el palacio de tu hija, te hagas acompañar del gran visir y de los
emires". Y el sultán para demostrarle su estimación y su afecto, no puso
ninguna dificultad al aceptar la invitación y se levantó en aquella
hora y en aquel instante, y seguido de su gran visir y de sus emires,
salió con Aladino.
Y he aquí que, a medida que el
sultán se aproximaba al palacio de su hija, su admiración crecía
considerablemente y sus exclamaciones se hacían más vivas, más
acentuadas, y más altisonantes. Y eso que aún estaba fuera del palacio.
¡Pero cómo se maravilló cuando estuvo dentro! No veía por doquiera más
que esplendores, suntuosidades, riquezas, buen gusto, armonía y
magnificencia. Y lo que acabó de deslumbrarle fue la sala de la cúpula
de cristal, cuya arquitectura aérea y cuya ornamentación no podía dejar
de admirar. Y quiso contar el número de ventanas enriquecidas con
pedrerías y vio que, en efecto, ascendían al número de noventa y nueve,
ni una más ni una menos. Y se asombró enormemente. Pero asimismo notó
que la ventana que hacía el número noventa y nueve, no estaba concluida y
carecía de todo adorno; y se encaró con Aladino y le dijo, muy
sorprendido: "Oh, hijo de Aladino, he aquí, ciertamente el palacio más
maravilloso que existió jamás sobre la faz de la tierra. Y estoy lleno
de admiración por cuanto veo. Pero, ¿Puedes decirme qué motivo te ha
impedido acabar la labor de esa ventana que con sus imperfecciones afea
la hermosura de sus hermanas?" Y Aladino sonrió y contestó: "Oh rey del
tiempo, te ruego no creas fue por olvido o por economía o por simple
negligencia por lo que dejé esa ventana en el estado imperfecto en que
la ves; porque la he querido así a sabiendas. Y el motivo consiste en
dejar a tu alteza el cuidado de hacer acabar esa labor, para sellar de
tal suerte, en la piedra de este palacio, tu nombre glorioso y el
recuerdo de tu reinado. Por eso te suplico, que consagres con tu
consentimiento la construcción de esta morada que por muy confortable
que sea, resulta indigna de los méritos de mi esposa, tu hija". Y
extremadamente halagado por aquella delicada atención de Aladino, el rey
dio las gracias y quiso que al instante se comenzara aquel trabajo. Y a
este efecto dio orden a sus guardias para que hicieran ir al palacio,
sin demora, a los joyeros más hábiles y mejor surtidos de pedrerías,
para acabar las incrustaciones de la ventana. Y mientras llegaban fue a
ver a su hija, y a pedirle noticias de su primera noche de bodas. Y sólo
con la sonrisa con que le recibió ella, y por su aire satisfecho,
comprendió que sería superfluo insistir. Y besó a Aladino, felicitándolo
mucho, y fue con él a la sala en que ya estaba preparada la comida con
todo el esplendor conveniente. Y comió de todo, y le parecieron los
manjares los más excelentes que había probado nunca, y el servicio muy
superior al de su palacio, y la plata y los accesorios admirables en
absoluto.
Entre tanto llegaron los joyeros y orfebres...
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Continúa la lectura en "Aladino y la lámpara maravillosa - Nota XI"
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