Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

lunes, 23 de julio de 2012

El Chiquiárbol - María Rosa Finchelman

"Cuenticosas de Chiquimundo" de la argentina María Rosa Finchelman - fallecida en el 2005 - fue otro libro de cuentos infantiles populares en los 80. El primer relato, "El chiquiárbol", siempre me pareció muy tierno, y es la historia de un arbolito, que en lugar de crecer en el bosque como sus amigos de la infancia, crece en maceta para ser bonsai. 
El cuento toca temas importantes que de alguna u otra manera a todos nos duelen, como diría un amigo, un poquito en el costado: la soledad, el verse diferente, la búsqueda de aceptación de los pares, la necesidad de sentirse amado... claro está, con final feliz... La opinión ajena, sobre todo cuando somos pequeños, y, más tarde las comparaciones que nosotros mismos hacemos con quienes nos rodean, muchas veces nos confunden y no nos dejan ver lo especial en cada uno de nosotros. ¡Bien, vamos por el cuento entonces!
:D


El Chiquiárbol

Estaba dormidito. Pero, sin embargo, quería estirarse cada vez más, mientras sentía por todo su cuerpo, un agradable calorcito

Eso le gustaba al arbolito que todavía no había nacido y que estaba, (como un nene en su mamá), dentro de la tierra que lo cuidaba y alimentaba. Le preparaba para que saliese al mundo y pudiese jugar con sus ramas, así como los nenes juegan con sus manos y sus pies.

Pasaron unos días y poco a poco, el arbolito fue creciendo cada vez más, hasta que, con su débil y tierno tallito, rompió el último grano de tierra que lo cubría y salió a ver la luz... el sol... y todo lo que lo rodeaba.

- ¡Ah!... ¡Qué lindo!... Esto me gusta mucho - dijo el arbolito -. ¡Por fin!... ¡Por fin!... - Y parecía que cantaba una canción muy, muy alegre.

Pero resulta que él no era el único que cantaba. Se escuchaban muchos cantos parecidos al suyo y, sospechando lo que pasaba, se puso a mirar a su alrededor.

- ¡Es verdad!... Apenas se ven, porque son tan chiquitos como yo, pero parece que hoy también nacieron otros árboles. ¡Qué lindo!... Cuántos amigos voy a tener! - Y les gritó:

- ¡Chiquiárboles!... ¡Chiquiárboles!... ¡Miren!... ¡Aquí estoy yo!... Soy un árbol igual que ustedes... ¿Quieren que seamos amigos, ya que vivimos tan cerca? 

- ¡Sí; claro! "Ya" somos amigos - le contestaron los otros.

Y siguió un tiempo en el vivieron muy contentos, contándose cómo sentían crecer su tallo, sus ramas y sus hojitas.

Claro que conversaban más cuando no estaba el viejito; el buen viejo que les llevaba el agua que necesitaban para vivir. En esos momentos estaban tan ocupados calmando su sed, que se olvidaban de hablar. Por el hombre no se preocupaban, pues él no entendía su idioma y ni siquiera se imaginaba que estaban hablando. 

Un día, nuestro arbolito se dio cuenta, con sorpresa, de que el señor que los cuidaba, lo había estado tratando a él de una forma diferente que a los demás. A veces le daba agua a todos y a él no. A los demás los dejaba crecer a su antojo, y en cambio a él le cortaba algunas ramas. Además, lo sacó de la tierra que le había dado la vida, lo colocó en una especie de maceta muy grande y lo pegó (vaya a saber como) a una piedra dura y muda, muy antipática.

Parece que por eso él fue quedando petiso, mientras que los otros árboles se hacían altos y graciosos.

Al arbolito, todas esas cosas no le gustaban nada pero no lo decía. En cambio, los árboles empingorotados sí decían algo. Y eran cosas muy feas para el chiquiárbol.

Cada vez que él hablaba, le contestaban:

- Vos Callate, que nadie les habla a los chicos.

A veces eran todavía más crueles. Le decían:

- No te metas, mocoso malhecho. Nosotros no hablamos con seres deformes como vos.

- Salí de aquí jorobado. No sé cómo el señor que nos cuida te tiene aquí todavía, entre nosotros que somos tan lindos. Con tu presencia arruinás este jardín, que nosotros adornamos con nuestras copas espigadas y elegantes.

¡Eran muy malos! ¡Y el arbolito sufría mucho con todo lo que decían!

Más todavía sufría cuando llegaba la primavera y miles y miles de pajaritos venían de muy lejos y entre risas y cantos, buscaban dónde hacer sus nidos. claro: se decidían siempre por los demás árboles, ninguna familia de pájaros eligió nunca al arbolito, pues él no tenía mucho lugar para que se le instalara un nido. ¡Y le hubiese gustado tanto tener un nido!... Los pájaros eran tan alegres... Tan cariñosos... ¡Y era tan lindo ver a las mamás empollar sus huevos!... ¡Era tan lindo ver de cerca cómo los pichincitos rompen desde dentro la cáscara del huevo que los guarda, para nacer!...

También lo entristecía mucho al arbolito no poder bailar como sus compañeros de lugar, cuando soplaba el viento, y ellos jugaban a hamacarse y a hacerles cosquillas con sus ramas a todos los que los rodeaban. ¡Se divertían tanto en esas ocasiones!... Pero él no podía mover sus ramas con el viento, pues eran cortitas y muy gruesas...

En estos momentos se quedaba tan quieto y mudo como la piedra a la que tenía pegado parte de su tronco, gordo y retorcido.

Lo que no podía entender, era por qué el viejito lo trataba en forma distinta que a los demás. No lo entendía... Pero con todo, a veces le parecía que lo quería más que a los otros. Por lo menos eso parecían decir sus ojos cuando se paraba a mirarlo, o cuando lo cuidaba, o le hacía esas cosas raras.


El arbolito se sentía cada vez más solo, más feo, más despreciado por los demás árboles. Ya ninguno le hablaba, y él tampoco se animaba a hablarles por miedo a que lo hicieran callar diciéndoles esas horribles cosas sobre su aspecto. Además, después de tantas primaveras en que ningún pájaro había hecho su nido en él, se había acostumbrado un poco a la soledad.

Un día vieron todos que se acercaba el viejito con unas personas que parecían ser muy importantes. 

- Deben venir a ver nuestra hermosura - dijo uno de los árboles más altos.

- Seguramente les hablaron de lo esbeltos que somos, y vienen a animarnos - dijo otro.

- Vendrán a ver cuántos pájaros nos eligieron para hacer sus nidos en nosotros... - dijo un tercero.

Y así siguieron las conversaciones, hasta que el grupo se fue acercando y los árboles - el petiso también - pudieron escuchar lo que decían esas personas tan importantes:

- Siempre tuve curiosidad de verlos - decía una señora muy aseñorada

- Hay que tener mucha paciencia, conocimientos y amor a los árboles para cultivarlos - decía un señor muy señorón.

- A mí me gustaría hacer lo mismo - decía una señorita muy aseñoritada.

Los árboles se estiraban para parecer más altos todavía y se miraban entre ellos con orgullo. El arbolito, en cambio, quería hacerse más chico para que nadie lo viera. Pero claro, no podía achicarse así como así.
A los árboles grandes les llamó la atención que el grupo de personas pasase delante de ellos sin mirarlos. Pero más grande fue la sorpresa cuando vieron que todos se paraban delante del arbolito al que siempre habían despreciado.

- Aquí está el árbol enano del que tanto les hablé - dijo el viejito.

- ¡Qué hermoso!

- ¡Qué adorable!

-¡Lo felicito! Este árbol enano es digno de que mucha gente lo vea. Como gobernador de esta provincia, lo invito a que lo agregue a la exposición de árboles enanos que recorrerá todo el país. Viajaré con usted de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, para que todos puedan admirar, no sólo a un árbol tan precioso, sino también el trabajo paciente y cariñoso de un hombre para con los árboles.

- Gracias, señor gobernador, gracias. Así lo haré.

Los árboles altos fueron los que, en ese momento, quedaron mudos como una piedra. Se dieron cuenta de los malos que habían sido con el arbolito. Se arrepintieron, le pidieron perdón, y desde ese mismo momento lo respetaron y quisieron como a cualquier otro habitante del lugar.

En cuanto al árbol enano, estaba loco de alegría. Ahora iba a ver mundo, a recorrer muchos y muy interesantes lugares, para después poder describírselos a sus amigos, los árboles que se quedarían ahí, esperándolo.

Pero sobre todo, estaba muy contento porque de ahora en adelante, iba a estar siempre con el viejito y conocería otros árboles y mucha gente que lo miraría con simpatía... con cariño...

Ya no se sentiría más solo.

Y gritó:

- ¡Jui, juí! ¡Viva!...

Claro que las personas no lo pudieron oír. Sólo un nenito se dio cuenta de lo que sentía y lo acarició con su manita, siendo este el comienzo de una nueva y hermosa vida para el arbolito.







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