CAPÍTULO XIV
—¿Podemos hablar? —dijo Roy, señalando a Isidore. Pris, vibrante de júbilo, respondió:
—Sí. Hasta cierto punto —luego se dirigió a Isidore—: Perdón —se apartó con los Baty para decirles algo en voz baja. Luego los tres regresaron y se acercaron a J. R. Isidore, que se sentía incómodo y fuera de lugar—Os presento al señor Isidore —dijo Pris—, que ha estado cuidándome —las palabras estaban teñidas de una ironía casi maliciosa, que hizo parpadear a Isidore—¿Veis? Me ha traído comida natural.
—Comida —repitió Irmgard Baty mientras trotaba ágilmente hacia la cocina para averiguar de qué se trataba—Melocotones —dijo, mientras cogía un bol y una cuchara.
Dedicó una sonrisa a Isidore y comió a pequeños bocados, voraces y animales. Su sonrisa era distinta de la de Pris. Contenía una sencilla calidez y carecía de connotaciones veladas. Isidore la siguió a la cocina, atraído.
—Viene de Marte..., ¿no?
—Sí, abandonamos la partida —su voz subía y bajaba de tono; sus ojos azules, perspicaces, como de pájaro, centelleaban—Este edificio es horrible. No vive nadie más, ¿verdad? No hemos visto otras luces.
—Vivo arriba —dijo Isidore.
—Ah, pensé que vivía con Pris —no había desaprobación en la voz de Irmgard Baty. Sólo enunciaba un hecho.
—Cogieron a Polokov —dijo Roy Baty con amargura, pero sin dejar de sonreír. E inmediatamente en el rostro de Pris se desvaneció la alegría de haber encontrado a sus amigos.
—¿Ya alguien más?
—A Garland —continuó Roy Baty—Y a Anders y a Gitchel y hoy mismo, hace un rato, a Luba —dejaba caer las noticias como si perversamente le complaciera hacerlo—No creía que pudieran sorprender a Luba. ¿Recuerdas que te lo dije en la nave?
—De modo que quedamos...
—Sólo nosotros tres —agregó Irmgard, como urgida.
—Y por eso hemos venido —dijo Roy Baty en voz cálida y sonora. Cuanto peor era la situación, más a gusto parecía sentirse. Isidore no comprendía por qué.
—Dios mío —respondió Pris, afligida.
—Primero fue un investigador, un cazador de bonificaciones llamado Dave Holden —dijo Irmgard, y su boca parecía escupir veneno—Polokov estuvo a punto de matarlo.
—A punto —repitió Roy. Su sonrisa era inmensa.
—Y ahora está en el hospital —continuó Irmgard—, ese Holden. Pero sin duda le dieron su lista a otro cazador de bonificaciones, a quien Polokov también atacó, pero la cosa terminó con la muerte de Polokov. Y después el nuevo cazador persiguió a Luba. Esto lo sabemos porque ella logró comunicarse con Garland; él envió a una persona que capturó al cazador de bonificaciones y lo llevó al edificio de la calle Mission. Luba nos llamó después de que el hombre de Garland se llevara al cazador. Estaba segura de que todo marcharía bien y de que Garland lo mataría. Pero es evidente que algo anduvo mal en Mission. No sabemos qué, y tal vez jamás lo sabremos.
—Y el nuevo cazador de bonificaciones, ¿tiene nuestros nombres? —preguntó Pris.
—Lo más probable es que sí, querida —respondió Irmgard—Pero no sabe dónde estamos. Roy y yo no volveremos a nuestro apartamento. Tenemos en el coche todo lo que pudimos meter, y estamos decididos a instalarnos en uno de los pisos abandonados de este inmundo edificio.
—¿Y eso será lo mejor? —preguntó Isidore, reuniendo su valor—¿Estar todos en el mismo lu-lugar?
—Bueno, han atrapado a todos los demás —dijo Irmgard, con serenidad.
—Y ahora está en el hospital —continuó Irmgard—, ese Holden. Pero sin duda le dieron su lista a otro cazador de bonificaciones, a quien Polokov también atacó, pero la cosa terminó con la muerte de Polokov. Y después el nuevo cazador persiguió a Luba. Esto lo sabemos porque ella logró comunicarse con Garland; él envió a una persona que capturó al cazador de bonificaciones y lo llevó al edificio de la calle Mission. Luba nos llamó después de que el hombre de Garland se llevara al cazador. Estaba segura de que todo marcharía bien y de que Garland lo mataría. Pero es evidente que algo anduvo mal en Mission. No sabemos qué, y tal vez jamás lo sabremos.
—Y el nuevo cazador de bonificaciones, ¿tiene nuestros nombres? —preguntó Pris.
—Lo más probable es que sí, querida —respondió Irmgard—Pero no sabe dónde estamos. Roy y yo no volveremos a nuestro apartamento. Tenemos en el coche todo lo que pudimos meter, y estamos decididos a instalarnos en uno de los pisos abandonados de este inmundo edificio.
—¿Y eso será lo mejor? —preguntó Isidore, reuniendo su valor—¿Estar todos en el mismo lu-lugar?
—Bueno, han atrapado a todos los demás —dijo Irmgard, con serenidad.
También ella parecía resignada a pesar de su agitación superficial. Todos eran extraños, pensó Isidore. Lo sentía, pero no podía explicárselo. Como si sus procesos mentales estuvieran afectados por un peculiar y maligno carácter abstracto. Excepto Pris, en todo caso, que estaba verdaderamente asustada. Pris parecía casi natural, pero...
—¿Por qué no te quedas con él? —dijo Roy—Podría darte alguna protección.
—¿Un cabeza de chorlito? —exclamó Pris—Yo no voy a vivir con un cabeza de chorlito.
—Me parece una tontería que te pongas snob en un momento como éste — respondió rápidamente Irmgard—Los cazadores de bonificaciones se mueven velozmente. Quizá trate de atacar esta noche, quizá le den un premio especial si termina con nosotros antes de...
—Por Dios, cerremos la puerta —dijo Roy, al tiempo que lo hacía con un golpe de la mano. Luego dio vuelta la llave—Pris, lo mejor es que te instales con Isidore, y que Irm y yo nos quedemos en el mismo edificio. Así podremos ayudarnos mutuamente. Tengo en el coche algún equipo electrónico que traje de la nave. Instalaré un par de micrófonos para que tú puedas oírnos, y nosotros a ti, y un sistema de alarma que cualquiera de los cuatro pueda poner en marcha. Es evidente que las identidades sintéticas no han funcionado, ni siquiera la de Garland. Desde luego, Garland metió la cabeza en el lazo cuando llevó a ese cazador de bonificaciones al edificio de la calle Mission. Fue un error. Y Polokov, en lugar de permanecer lo más lejos posible del cazador, fue a su encuentro. Nosotros no haremos nada de eso: nos quedaremos escondidos.
Parecía que no sentía la menor preocupación. El angustioso aprieto sólo excitaba en él una crepitante energía casi maníaca.
—Pienso... —continuó, inspiró con fuerza, y atrajo la atención de todo el mundo, incluso de Isidore—Pienso que si estamos vivos es por una razón. Porque si él tuviera alguna idea de dónde estamos, ya habría aparecido. Para cazar bonificaciones hay que trabajar rápido. En eso radica la eficacia.
—Si se demora —continuó Irmgard, acordando—, podemos escapar, como hemos hecho ahora. Creo que Roy tiene razón. Debe saber nuestros nombres, pero no nuestra situación. Pobre Luba... En la Opera, totalmente en descubierto, no era difícil atraparla.
—Ella lo quiso así —observó Roy—Pensaba que estaría más segura si se convertía en una figura pública.
—Tú le dijiste lo contrario.
—Sí —reconoció Roy—Y también le aconsejé a Polokov que no adoptara el rol de un hombre de la WPO. Y le dije a Garland que uno de sus cazadores de bonificaciones lo descubriría, como es muy probable que haya ocurrido —se mecía sobre sus talones; su rostro tenía expresión de profundidad.
—Entiendo po-por lo que ha dicho, señor Baty —dijo Isidore—, que usted es el lí-líder natural del grupo.
—Sí, es nuestro líder —dijo Irmgard.
—El organizó el viaje de Marte a la Tierra —explicó Pris.
—Entonces —continuó Isidore—, será mejor hacer lo que él sugiere —su voz estaba llena de tensión y de esperanza—Sería espléndido, Pris, que viniera a vivir conmigo. Yo podría dejar de ir a trabajar durante un par de días, para estar seguro de que todo marcha bien —y tal vez Milt, que era muy hábil, podría construir un arma. Algo ingenioso, capaz de matar a los cazadores de bonificaciones, sean como fueran.
Él tenía una impresión distinta, oscuramente vislumbrada, de un ser despiadado que llevaba un arma y una lista impresa, y desempeñaba mecánica, burocráticamente la tarea de matar. Un ser sin emociones y ni siquiera un rostro. Y que cuando moría era inmediatamente reemplazado por otro similar. Y así sucesivamente, hasta que murieran todas las personas vivas y reales.
Es increíble que la policía no pueda hacer nada, pensó. No puedo creerlo. Esta gente tiene que haber hecho algo. Quizás han regresado ilegalmente a la Tierra. La TV pide que denunciemos cualquier nave que aterrice fuera de los aeropuertos aprobados. Seguramente la policía los busca por algo como eso. Pero aún así, ya no se mataba deliberadamente a nadie. Era contrario al Mercerismo.
—Creo que le gusto al cabeza de chorlito —dijo Pris.
—No lo llames así, Pris —reprochó Irmgard, mirando compasivamente a Isidore—Piensa cómo podría llamarte él a ti. Pris no respondió. Su expresión se tornó enigmática.
—Empezaré a colocar los micrófonos —dijo Roy— Irmgard y yo nos quedaremos aquí. Tú, Pris, te instalarás con... el señor Isidore —se dirigió a la puerta, con movimientos sorprendentemente veloces para un hombre de tal corpulencia. La abrió con violencia y en ese instante Isidore tuvo una extraña y
breve alucinación: vio una estructura de metal, una caja de poleas, circuitos, baterías, engranajes, y luego la desaliñada figura de Roy Baty reapareció. Isidore estuvo a punto de reír, sofocó nerviosamente el impulso y se sintió aturdido.
—Un hombre de acción —observó Pris, abstraída—Es una lástima que no tenga más habilidad manual con las cosas mecánicas.
—Si nos salvamos —contestó Irmgard en tono severo—, será gracias a Roy.
—¿Valdrá la pena? —dijo Pris para sí misma. Luego se encogió de hombros y se dirigió a Isidore—Está bien, J. R. Me iré a su casa y podrá protegerme.
—A todos vosotros —respondió Isidore de inmediato.
—Empezaré a colocar los micrófonos —dijo Roy— Irmgard y yo nos quedaremos aquí. Tú, Pris, te instalarás con... el señor Isidore —se dirigió a la puerta, con movimientos sorprendentemente veloces para un hombre de tal corpulencia. La abrió con violencia y en ese instante Isidore tuvo una extraña y
breve alucinación: vio una estructura de metal, una caja de poleas, circuitos, baterías, engranajes, y luego la desaliñada figura de Roy Baty reapareció. Isidore estuvo a punto de reír, sofocó nerviosamente el impulso y se sintió aturdido.
—Un hombre de acción —observó Pris, abstraída—Es una lástima que no tenga más habilidad manual con las cosas mecánicas.
—Si nos salvamos —contestó Irmgard en tono severo—, será gracias a Roy.
—¿Valdrá la pena? —dijo Pris para sí misma. Luego se encogió de hombros y se dirigió a Isidore—Está bien, J. R. Me iré a su casa y podrá protegerme.
—A todos vosotros —respondió Isidore de inmediato.
En tono formal y solemne, Irmgard le dijo:
—Quiero que sepa, señor Isidore, que se lo agradecemos mucho. Pienso que es usted el primer amigo que hemos encontrado en la Tierra. Su actitud es muy noble, y ojalá podamos pagarle algún día —se acercó a él y lo cogió del brazo.
—¿No tiene alguna novela pre-colonial que pueda leer?
—¿Eh? —Irmgard Baty miró inquisitivamente a Pris.
—Esas revistas viejas —respondió Pris. Había reunido algunas cosas para llevarse e Isidore las cogió en sus brazos, con la peculiar alegría de haber alcanzado una meta.
—No, J. R. No trajimos ninguna, por las razones que le expliqué .
—Ma-mañana iré a una bi-bib lio teca —dijo, mientras salían al pasillo—Y traeré algunas, para que tenga algo en qué entretenerse además de esperar.
Condujo a Pris a su propio apartamento, escaleras arriba, oscuro, vacío, tibio y cerrado. Puso en el dormitorio las cosas de la muchacha, y encendió inmediatamente las luces, la calefacción y la TV con su único canal.
—¿No tiene alguna novela pre-colonial que pueda leer?
—¿Eh? —Irmgard Baty miró inquisitivamente a Pris.
—Esas revistas viejas —respondió Pris. Había reunido algunas cosas para llevarse e Isidore las cogió en sus brazos, con la peculiar alegría de haber alcanzado una meta.
—No, J. R. No trajimos ninguna, por las razones que le expliqué .
—Ma-mañana iré a una bi-bib lio teca —dijo, mientras salían al pasillo—Y traeré algunas, para que tenga algo en qué entretenerse además de esperar.
Condujo a Pris a su propio apartamento, escaleras arriba, oscuro, vacío, tibio y cerrado. Puso en el dormitorio las cosas de la muchacha, y encendió inmediatamente las luces, la calefacción y la TV con su único canal.
—Me gusta —dijo Pris en el mismo tono distante mientras recorría el lugar con las manos metidas en los bolsillos de su falda y una expresión de desagrado que no concordaba.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
—Nada —se detuvo ante la ventana, descorrió las cortinas y miró hacia afuera.
—Si piensa que la están buscando... —empezó Isidore.
—Es todo un sueño —dijo Pris—Provocado por las drogas que me dio Roy.
—¿Cómo?
—¿Usted cree realmente que los cazadores de bonificaciones existen?
—El señor Baty dijo que habían matado a sus amigos.
—Roy Baty es tan loco como yo —respondió Pris—Nuestro viaje ha sido desde un hospital mental de la Costa Este hasta aquí. Somos todos esquizofrénicos, con vidas emocionales defectuosas. Achatamiento de los afectos, le llaman a eso. Y tenemos alucinaciones de grupo.
—Ya me parecía que no era cierto —dijo él, con alivio.
—¿Y por qué le parecía?
—¿Usted cree realmente que los cazadores de bonificaciones existen?
—El señor Baty dijo que habían matado a sus amigos.
—Roy Baty es tan loco como yo —respondió Pris—Nuestro viaje ha sido desde un hospital mental de la Costa Este hasta aquí. Somos todos esquizofrénicos, con vidas emocionales defectuosas. Achatamiento de los afectos, le llaman a eso. Y tenemos alucinaciones de grupo.
—Ya me parecía que no era cierto —dijo él, con alivio.
—¿Y por qué le parecía?
Pris giró y lo miró intensamente. Su examen fue tan riguroso que Isidore enrojeció.
—Po-porque esas cosas no pueden ocurrir. El go-gobierno nunca mata a nadie, por ningún crimen. Y el Mercerismo...
—Pero si usted no es humano —dijo Pris—, todo es diferente.
—No es cierto. Incluso los animales, incluso las anguilas y los topos y las arañas y las serpientes son sagrados.
—Así que no puede ocurrir, ¿verdad? —dijo Pris, que continuaba mirándolo fijamente—Como usted dice, incluso los animales están protegidos por la ley. Toda forma de vida. Cualquier cosa orgánica que repta o se agita o cava trincheras o vuela o pone huevos o... —se interrumpió cuando Roy Baty abrió bruscamente la puerta y entró arrastrando unos cables.
—Los insectos son especialmente sagrados —dijo Roy, sin mostrarse incómodo por haberlos oído.
—Pero si usted no es humano —dijo Pris—, todo es diferente.
—No es cierto. Incluso los animales, incluso las anguilas y los topos y las arañas y las serpientes son sagrados.
—Así que no puede ocurrir, ¿verdad? —dijo Pris, que continuaba mirándolo fijamente—Como usted dice, incluso los animales están protegidos por la ley. Toda forma de vida. Cualquier cosa orgánica que repta o se agita o cava trincheras o vuela o pone huevos o... —se interrumpió cuando Roy Baty abrió bruscamente la puerta y entró arrastrando unos cables.
—Los insectos son especialmente sagrados —dijo Roy, sin mostrarse incómodo por haberlos oído.
Quitó un cuadro de la pared de la sala, puso en el clavo un pequeño objeto electrónico, retrocedió, lo miró y volvió a colocar el cuadro en su lugar
—Ahora la alarma —recogió el cable, que conducía a un complejo aparato. Con su sonrisa discordante lo mostró a Pris y a John Isidore—La alarma. Estos cables quedarán ocultos debajo de la alfombra; son antenas que pueden registrar la presencia de —vaciló— una entidad mental que no sea ninguno de nosotros cuatro.
—Entonces suena —dijo Pris—, ¿y qué? Tendrá un arma. No podemos caer sobre él y morderlo hasta que muera.
—Esto contiene una unidad Penfield —continuó Roy—Cuando la alarma entra en funcionamiento irradia un estado de ánimo, y en este caso el intruso sentirá pánico, salvo en el caso de que actúe con gran rapidez. Un pánico terrible. El volumen está en el punto máximo. Ningún ser humano podrá permanecer más de unos segundos. El terror conduce a una huida a ciegas, a movimientos circulares al azar, a espasmos musculares y neurales. Y esto nos dará la oportunidad de atacarlo. Tal vez. Todo depende de su capacidad...
—Y la alarma, ¿no nos afectará? —preguntó Isidore.
—Es verdad —dijo Pris a Roy Baty—Afectará a Isidore.
—Entonces suena —dijo Pris—, ¿y qué? Tendrá un arma. No podemos caer sobre él y morderlo hasta que muera.
—Esto contiene una unidad Penfield —continuó Roy—Cuando la alarma entra en funcionamiento irradia un estado de ánimo, y en este caso el intruso sentirá pánico, salvo en el caso de que actúe con gran rapidez. Un pánico terrible. El volumen está en el punto máximo. Ningún ser humano podrá permanecer más de unos segundos. El terror conduce a una huida a ciegas, a movimientos circulares al azar, a espasmos musculares y neurales. Y esto nos dará la oportunidad de atacarlo. Tal vez. Todo depende de su capacidad...
—Y la alarma, ¿no nos afectará? —preguntó Isidore.
—Es verdad —dijo Pris a Roy Baty—Afectará a Isidore.
—Y con eso, ¿qué? —respondió Roy, mientras instalaba el sistema—Los dos saldrán corriendo de aquí, aterrorizados. Eso nos dará igualmente tiempo para reaccionar. Y no matarán a Isidore, porque no está en su lista. Por eso podemos aprovechar su protección.
—¿No puedes hacer nada mejor, Roy? —dijo bruscamente Pris.
—No —contestó él—No puedo.
—Qui-quizá yo pueda co-conseguir un arma ma-mañana —dijo Isidore.
—¿Estás seguro de que la presencia de Isidore no activará la alarma? — preguntó Pris—Después de todo, él es..., sabes...
—He compensado sus emanaciones mentales —explicó Roy—La suma no alcanza para activar el sistema. Es necesaria la presencia de otro humano. Otra persona —rectificó con el seño fruncido, mirando a Isidore, consciente de lo que había dicho.
—Ustedes son androides —dijo Isidore; no le importaba, le era igual—Y ahora comprendo por qué los persiguen —agregó—En realidad, no son seres vivos —todo tenía sentido para él: los cazadores de bonificaciones, la muerte de sus amigos, el viaje a la Tierra, todas aquellas precauciones...
—Cuando usé la palabra “humano” —dijo Roy Baty—, me equivoqué.
—Es verdad, señor Baty. Pero para mí es lo mismo. Quiero decir, yo soy un especial. A mí tampoco me tratan demasiado bien. Por ejemplo, no puedo emigrar —dijo Isidore, hablando muy deprisa—Ustedes no pueden venir aquí, yo no...
—¿No puedes hacer nada mejor, Roy? —dijo bruscamente Pris.
—No —contestó él—No puedo.
—Qui-quizá yo pueda co-conseguir un arma ma-mañana —dijo Isidore.
—¿Estás seguro de que la presencia de Isidore no activará la alarma? — preguntó Pris—Después de todo, él es..., sabes...
—He compensado sus emanaciones mentales —explicó Roy—La suma no alcanza para activar el sistema. Es necesaria la presencia de otro humano. Otra persona —rectificó con el seño fruncido, mirando a Isidore, consciente de lo que había dicho.
—Ustedes son androides —dijo Isidore; no le importaba, le era igual—Y ahora comprendo por qué los persiguen —agregó—En realidad, no son seres vivos —todo tenía sentido para él: los cazadores de bonificaciones, la muerte de sus amigos, el viaje a la Tierra, todas aquellas precauciones...
—Cuando usé la palabra “humano” —dijo Roy Baty—, me equivoqué.
—Es verdad, señor Baty. Pero para mí es lo mismo. Quiero decir, yo soy un especial. A mí tampoco me tratan demasiado bien. Por ejemplo, no puedo emigrar —dijo Isidore, hablando muy deprisa—Ustedes no pueden venir aquí, yo no...
Después de una pausa, Roy Baty dijo lacónicamente:
—No le gustaría Marte. No se pierde usted nada.
—Me preguntaba cuánto tardaría usted en darse cuenta —le dijo Pris a Isidore—Somos diferentes, ¿verdad?
—Eso es lo que perdió a Garland y a Max Polokov —afirmó Roy Baty— Estaban tan neciamente seguros de que podían pasar inadvertidos... Y Luba también.
—Son intelectuales —dijo Isidore; había comprendido, y eso lo excitaba y envanecía—Piensan de modo abstracto —gesticulaba y hablaba atropelladamente—, y no... Yo querría tener una inteligencia igual. Entonces podría pasar el test y no sería un cabeza de chorlito. Yo creo que son seres superiores. Podría aprender mucho de ustedes.
—Me preguntaba cuánto tardaría usted en darse cuenta —le dijo Pris a Isidore—Somos diferentes, ¿verdad?
—Eso es lo que perdió a Garland y a Max Polokov —afirmó Roy Baty— Estaban tan neciamente seguros de que podían pasar inadvertidos... Y Luba también.
—Son intelectuales —dijo Isidore; había comprendido, y eso lo excitaba y envanecía—Piensan de modo abstracto —gesticulaba y hablaba atropelladamente—, y no... Yo querría tener una inteligencia igual. Entonces podría pasar el test y no sería un cabeza de chorlito. Yo creo que son seres superiores. Podría aprender mucho de ustedes.
Después de una pausa, Roy Baty dijo:
—Terminaré de conectar la alarma.
—Todavía no comprende cómo salimos de Marte —dijo Pris en voz aguda y sonora—Ni lo que hicimos allá.
—Lo que no podíamos dejar de hacer —gruñó Roy.
—Todavía no comprende cómo salimos de Marte —dijo Pris en voz aguda y sonora—Ni lo que hicimos allá.
—Lo que no podíamos dejar de hacer —gruñó Roy.
Irmgard Baty estaba en la puerta. Lo advirtieron cuando habló.
—No creo que sea necesario preocuparse por el señor Isidore —dijo sinceramente. Se acercó a él y lo miró en la cara—A él tampoco lo tratan demasiado bien, como nos ha dicho. Y no le importa lo que hemos hecho en Marte. Nos conoce, no le disgustamos, y la aceptación emocional es todo para él. Para nosotros, es difícil comprenderlo. Sin embargo, así es —y agregó para él, acercándosele mucho y sin dejar de mirarlo—: Podría ganar mucho dinero si nos denuncia, ¿lo comprende? —se volvió y se dirigió a su marido—¿Ves? Comprende perfectamente, pero no dirá nada.
—Usted es un gran hombre, Isidore —dijo Pris—Un crédito para su raza.
—Si fuera un androide, nos denunciaría a eso de las diez de mañana, antes de ir a trabajar —dijo Roy—Estoy lleno de admiración —su tono era indescifrable, por lo menos para Isidore—Y nosotros imaginábamos que éste era un mundo enemigo, un planeta de caras hostiles —su risa parecía un ladrido.
—Yo no tengo miedo —declaró Irmgard.
—Pues tendrías que tener miedo hasta las suelas de tus zapatos —respondió Roy.
—Votemos —sugirió Pris—Como hacíamos en la nave cuando no estábamos de acuerdo.
—Está bien —dijo Irmgard—No diré nada más. Pero si dejamos esto, no creo que encontremos otro ser humano que nos acoja y nos ayude. El señor Isidore es un... —buscó la palabra.
—Especial —completó Pris.
—Usted es un gran hombre, Isidore —dijo Pris—Un crédito para su raza.
—Si fuera un androide, nos denunciaría a eso de las diez de mañana, antes de ir a trabajar —dijo Roy—Estoy lleno de admiración —su tono era indescifrable, por lo menos para Isidore—Y nosotros imaginábamos que éste era un mundo enemigo, un planeta de caras hostiles —su risa parecía un ladrido.
—Yo no tengo miedo —declaró Irmgard.
—Pues tendrías que tener miedo hasta las suelas de tus zapatos —respondió Roy.
—Votemos —sugirió Pris—Como hacíamos en la nave cuando no estábamos de acuerdo.
—Está bien —dijo Irmgard—No diré nada más. Pero si dejamos esto, no creo que encontremos otro ser humano que nos acoja y nos ayude. El señor Isidore es un... —buscó la palabra.
—Especial —completó Pris.
Continúa la historia leyendo ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XV - Philip K. Dick"
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