Blog de Literatura - Fomentando la Lectura

lunes, 2 de julio de 2012

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap IV - Philip K. Dick

Viene de "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap III - Philip K. Dick"



—Quizá me preocupa que pueda ocurrirme lo mismo que a Dave —conjeturó Rick Deckard—Un andrillo bastante inteligente para herirlo también a mí puede vencerme. Sin embargo, no era eso. 
—Veo que ha traído los datos de la nueva unidad cerebral —dijo el inspector Bryant, colgando el videófono.
—Sí, me enteré por los rumores. ¿Cuántos son los andrillos, y hasta dónde llegó Dave?
—Ocho, por ahora —dijo Bryant, mirando sus notas—Dave cogió a dos.
—¿Y los seis restantes están aquí, en California del Norte?
—Por lo que sabemos, Dave cree que sí, hablaba con él. Tengo sus anotaciones, estaban en su escritorio. Dice que aquí está todo lo que sabía —Bryant tocó una pila de papeles. Hasta ese momento no parecía dispuesto a entregarle las notas a Rick. Por alguna razón, continuaba hojeándolas, con el ceño fruncido, mientras se pasaba la lengua por los labios.
—No tengo nada que hacer —dijo Rick—Estoy listo para reemplazar a Dave.

Bryant, pensativo, replicó:

—Dave utilizó la escala modificada de Voigt-Kampff para poner a prueba a los sospechosos. Usted comprende, debe comprender, que este test no es aplicable, específicamente, a las unidades cerebrales. Ningún test lo es. Todo lo que tenemos es la escala de Voigt, modificada por Kampff hace tres años —hizo una pausa meditativa—Dave la considera adecuada. Tal vez lo sea. Pero le sugeriría una cosa, antes de que empiece a perseguir a esos seis —nuevamente golpeó los papeles— Vuele a Seattle y hable con la gente de Rosen. Haga que le den una muestra representativa de los tipos de androide que emplean la nueva unidad Nexus-6.
—¿... para someterlos al Voigt-Kampff? —preguntó Rick.
—Parece tan fácil —dijo Bryant, medio para sus adentros.
—¿Cómo?
—Creo que yo mismo hablaré con la organización Rosen, mientras usted está en camino —agregó Bryant. Luego miró en silencio a Rick. Por fin gruñó, se mordió una uña, y finalmente puso en orden su decisión—Voy a estudiar con ellos la posibilidad de mezclar a los nuevos androides con seres humanos. Todo debería estar preparado para cuando usted llegue —señaló bruscamente a Rick, con aire severo—Es la primera vez que va a desempeñarse como un cazador de bonificaciones senior. Dave sabe mucho. Tiene años de experiencia.
—También yo —respondió Rick, tenso.
—Ha tenido misiones encargadas por Dave. El siempre resolvía qué casos confiarle. Pero ahora tiene en sus manos seis que él pensaba retirar, y uno de ellos disparó primero. Este. Max Polokov —Bryant hizo girar las notas para que Rick pudiera leer—Al menos, ése es el nombre que se da a sí mismo. Suponiendo que Dave tuviera razón. Todo, toda esta lista, se funda en esa suposición. Y sin embargo, la escala modificada de Voigt-Kampff sólo se le aplicó a los primeros tres, a los dos que Dave retiró y luego a Polokov. Este disparó contra Dave mientras le hacía el test.
—Lo que demuestra que Dave tenía razón —contestó Rick—De otro modo, Polokov no habría tenido ningún motivo.
—Vaya a Seattle —ordenó Bryant—No hable primero, yo me ocuparé. Y escuche —se puso en pie y encaró a Rick serenamente—Si cuando esté probando allí la escala Voigt-Kampff alguno de los humanos no logra pasar...
—Eso no puede ocurrir —respondió Rick.
—Un día, hace unas semanas, hablé con Dave de eso. El pensaba lo mismo. Yo había recibido un memorándum de la policía soviética, la WPO, que ha circulado en la Tierra y en las colonias. Un grupo de psiquiatras de Leningrado pidió a la WPO que aplicara el método de perfil de la personalidad más moderno y preciso para determinar la presencia de un androide, o sea la escala de VoigtKampff, a un grupo cuidadosamente seleccionado de pacientes humanos, esquizoides y esquizofrénicos. Especialmente aquellos que revelan lo que se denomina un “achatamiento del afecto”. Seguramente habrá oído hablar de eso...
—Es lo que mide la escala, específicamente —dijo Rick.
—Entonces, sabe por qué están preocupados.
—El problema ha existido siempre. Desde que por primera vez encontramos androides que se hacían pasar por humanos. Usted conoce el consenso de la opinión policial por el artículo de Lurie Kampff, escrito hace ocho años: El bloqueo de la asunción de roles en el esquizofrénico no deteriorado. Kampff distinguía entre la facultad empática disminuida del enfermo mental humano y la superficialmente similar, pero...
—Los psiquiatras de Leningrado —interrumpió Bryant— creen que una pequeña proporción de seres humanos no podría pasar la prueba de Voigt-Kampff. Si los sometiera usted al test en el curso de una tarea policial, quedarían clasificados como robots humanoides. Más tarde se descubriría el error, pero ya estarían muertos —calló, en espera de la respuesta de Rick.
—Pero esas personas deberían estar en...
—En instituciones —continuó Bryant—No podrían moverse en el mundo exterior, y ciertamente se advertiría que son psicóticos graves. Salvo si su enfermedad se hubiera manifestado reciente y bruscamente, y nadie la hubiera observado todavía. Esto podría ocurrir.
—Una vez en un millón —objetó Rick. Pero había comprendido. 
—Lo que le preocupa a Dave —dijo Bryant— es este aspecto del tipo avanzado Nexus-6. La organización Rosen nos había asegurado, como usted sabe, que era posible distinguir un Nexus-6 con el test corriente del perfil. Les creímos. Pero ahora debemos establecerlo por nuestra cuenta, como yo me imaginaba. Y eso es lo que hará usted en Seattle. Ya comprende que esto puede salir mal de las dos maneras: si no es posible catalogar a todos los robots humanoides, no tenemos un instrumento de análisis confiable y jamás descubriremos a los que ya se han escapado. Y si clasifica como androide a un sujeto humano... Sería lamentable — Bryant lo miró con frialdad—, aunque nadie, y ciertamente tampoco la Rosen Association, publicaría la noticia. En realidad, podemos permanecer inmóviles por
tiempo indefinido, aunque será necesario informar a la WPO, que a su vez avisará a Leningrado. Llegará un momento en que la cosa haga explosión, pero para entonces quizás hayamos desarrollado un test mejor —cogió el videófono— ¿Partirá ahora mismo? Utilice un coche del departamento y el combustible de nuestros surtidores.
—¿Puedo llevarme las notas de Dave Holden? —pidió Rick, poniéndose en pie—Querría leerlas por el camino.
—Esperaremos hasta que haya probado el test en Seattle —respondió Bryant.

Rick advirtió que el tono de su voz era curiosamente despiadado.

Cuando el coche aéreo del departamento de policía aparcó en el terrado del edificio de la Rosen Association en Seattle, una muchacha lo esperaba. Delgada, de pelo negro, con las nuevas y enormes gafas para filtrar el polvo, se acercó al coche con las manos hundidas en los bolsillos del largo abrigo a rayas de colores vivos. En su cara pequeña, de rasgos bien definidos, había una expresión de hosquedad.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rick al descender. La chica respondió oblicuamente.
—No sé. La forma en que nos trataron, supongo. No tiene importancia —le tendió la mano, que él cogió reflexivamente—Soy Rachael Rosen. Usted es el señor Deckard, ¿verdad?
—No ha sido idea mía.
—Bueno, es lo que nos dijo el inspector Bryant. Pero oficialmente usted es el departamento de policía de San Francisco, y no cree que nuestra actividad sea un servicio público —lo miró por debajo de sus largas pestañas oscuras, probablemente artificiales.
—Un robot humanoide es como cualquier otra máquina —respondió Rick— Puede oscilar entre el beneficio y el riesgo. Como beneficio no es nuestro problema.
—Pero sí como riesgo —dijo Rachael Rosen—¿Es verdad, señor Deckard, que usted es un cazador de bonificaciones? 

De mala gana, Rick se encogió de hombros y asintió
—Considera que un androide es una cosa inerte —continuó la chica—Algo que se puede “retirar”, como se acostumbra decir.
—¿Ya está seleccionado el grupo? Me gustaría...

Rick se interrumpió cuando de repente vio los animales. Por supuesto que una poderosa corporación tenía que ser capaz de permitirse una cosa semejante, comprendió. Y en el fondo, había previsto sin lugar a dudas esa colección: no sentía sorpresa sino más bien una especie de ansiedad. Se apartó
de la muchacha en silencio y se dirigió a los corrales. Podía percibir los diversos olores de las criaturas que se movían o permanecían echadas, y de una que dormía, y aparentemente era un coatí. Nunca en su vida había visto un coatí. Conocía al animal por las películas 3-D que pasaba la televisión. Por alguna razón, el polvo había afectado a esa especie tanto como a las aves, de las que casi no quedaban sobrevivientes. Cogió automáticamente su gastado ejemplar del Sidney y buscó el coatí. Los precios estaban, desde luego, en bastardilla: como en el caso de los caballos percherón, no
había ninguno en el mercado, a cualquier precio. El catálogo Sidney se limitaba a reproducir la cifra de la última venta. Era astronómica. 

—Se llama Bill —dijo la chica desde atrás—Bill, el coatí. Lo compramos el año pasado a una corporación subsidiaria —señaló algo un poco más lejos.

Rick vio entonces una compañía de guardias armados con pequeñas ametralladoras Skoda de tiro rápido. Los ojos de los guardias estaban fijos en él. Y mi coche lleva bien a la vista las insignias de los vehículos policiales..., pensó. 

—Un fabricante de androides —observó, pensativo—invierte sus excedentes en animales vivos.
—Mire el búho —dijo Rachael Rosen—Allá. Lo voy a despertar —indicó una jaula a cierta distancia.

En su centro había un árbol muerto. Estaba a punto de decir que no había más búhos. O eso nos han dicho... Sidney los considera extinguidos en su catálogo. Llevan la E, esa letra pequeña y precisa. Mientras la muchacha se adelantaba, comprobó que estaba en lo cierto. Sidney jamás se equivoca, se dijo. ¿En qué otra cosa podemos confiar?
—Es artificial —exclamó de pronto con certeza. Pero su decepción era intensa y aguda.
—No —sonrió ella, y Rick vio que sus dientes pequeños y parejos eran tan blancos como negros eran el pelo y los ojos.
—Pero Sidney —objetó, tratando de mostrarle el catálogo, para probar sus palabras.
—No le compramos a Sidney —respondió Rachael—, ni a ningún vendedor de animales. Nuestras compras son privadas y no comunicamos el precio. Además, tenemos nuestros propios naturalistas. En este momento están trabajando en Canadá. Allá todavía quedan bosques relativamente grandes. Al menos, lo bastante para animales pequeños y alguna que otra ave.

Durante largo tiempo contempló al búho, que dormitaba en su rama. Mil pensamientos brotaron de su mente acerca de la guerra, de los días en que los búhos caían del cielo, muertos. Recordó que en su infancia había alcanzado a comprobar la extinción de una especie tras otra. Los periódicos anunciaban un día la desaparición de los zorros, el siguiente la de los tejones, hasta que la gente dejó
por último de leer aquellos perpetuos obituarios. 

Pensó también en su necesidad de un animal verdadero. Una vez más se manifestaba el odio que le inspiraba su oveja eléctrica, que debía cuidar y atender como si estuviera viva. La tiranía de los objetos, pensó. Ella no sabe que yo existo.Como los androides, carece de la capacidad de apreciar la existencia de otro ser. Jamás había pensado antes en la semejanza entre los animales eléctricos y los
andrillos. Un animal eléctrico era una forma inferior, un robot de menor calidad. O a la inversa, un androide era una versión altamente desarrollada del seudoanimal.

Las dos ideas le resultaban repulsivas.

—Si Rosen vendiera ese búho —dijo—, ¿cuánto pediría?
—Jamás venderíamos nuestro búho —Rachael lo contempló con una mezcla de placer y piedad; la menos eso le pareció a Rick—Y aunque así fuera, nunca podría pagar el precio. ¿Qué animal tiene en su casa?
—Una oveja —respondió él—Una Suffolk de cara negra.
—Entonces debería sentirse satisfecho.
—Lo estoy —dijo él—Pero siempre he querido un búho, incluso antes de que todos murieran... Excepto el suyo —se corrigió.
—Nuestro programa actual prevé la obtención de otro búho —agregó ella—, para aparearlo con Scrappy —señaló al ave posada en su percha y que por un instante abrió los ojos, unas hendiduras amarillas que se desvanecieron cuando reanudó su reposo. El pecho del búho subió y bajó conspicuamente, como si el ave hubiese suspirado en su estado hipnagógico.

Apartándose de la imagen, que había agregado amargura a su anterior reacción de sorpresa y anhelo, Rick dijo: 

—Querría iniciar la prueba. ¿Podemos bajar?
—Mi tío recibió la llamada de su jefe y probablemente ya...
—¿Su tío? ¿Una corporación de estas dimensiones es un negocio familiar?

Rachael continuó su frase:

—... habrá reunido un grupo de androides y uno de control. Vamos —se dirigió al ascensor sin mirar atrás, metiendo nuevamente las manos en los bolsillos de su abrigo.

Rick vaciló un momento, con fastidio, antes de seguirla.

—¿Qué tiene usted contra mí? —preguntó mientras descendían. 

Ella reflexionó, como si no lo hubiera pensado antes.
—Pues bien —dijo—, usted, un funcionario de un pequeño departamento policial, tiene en este momento una situación única. ¿Comprende lo que quiero decir? —lo miró de costado, maliciosamente.
—¿Qué parte de la producción actual representan los androides equipados con el Nexus-6?
—El total —respondió Rachael.
—Estoy seguro de que la escala Voigt-Kampff puede descubrirlos.
—Y si no es así, tendremos que retirar del mercado todos los modelos de Nexus-6 —sus ojos negros ardían mientras se abrían las puertas del ascensor detenido—Y todo porque la policía no puede resolver una cosa tan simple como la detección de una minúscula cantidad de Nexus-6 que...

Un hombre mayor, pulcro y delgado, se acercó a ellos. Llevaba la mano extendida y una expresión de preocupación, como si todo hubiese empezado a desarrollarse con excesiva rapidez.

—Soy Eldon Rosen —dijo mientras daba un apretón de manos a Rick— Escuche, Deckard: usted sabe que no fabricamos nada aquí en la Tierra, ¿verdad? Simplemente no podemos llamar al sector de producción y pedir una serie distinta de artículos. No es que no nos propongamos o no queramos colaborar con ustedes. Sea como fuere, he hecho todo lo posible —su mano izquierda, temblorosa, rozó su pelo, que empezaba a ralear.

Rick indicó su cartera y dijo:

—Estoy listo para comenzar.

La nerviosidad de Rosen acrecentó su confianza en sí mismo. Me temen, pensó con asombro. Incluso Rachael. Probablemente podría obligarles a abandonar la producción de los modelos Nexus-6. Lo que yo haga en las próximas horas afectará el carácter de sus operaciones, y puede llegar a determinar el futuro de la Rosen Association aquí, en los Estados Unidos, en Rusia y en Marte.

Los dos miembros de la familia Rosen lo miraron aprensivamente y Rick pudo sentir la duplicidad de sus maneras. Con él habían entrado en la casa el vacío y la llamada al silencio de la ruina económica. Poseen un poder desmesurado, pensó Rick. Su empresa es considerada uno de los ejes del sistema industrial. En realidad, la manufactura de androides ha llegado a ligarse tanto con el desarrollo
de la colonización que si aquella se derrumbara, éste la seguiría a su vez. Naturalmente, la Rosen Association comprendía esto perfectamente. Y Eldon Rosen tenía plena conciencia de ello desde que Harry Bryant había llamado. 

—No hay motivo para preocuparse —dijo Rick mientras los dos Rosen lo guiaban por un amplio corredor muy iluminado. El mismo se sentía tranquilo. La situación le agradaba más que cualquier otra que pudiera recordar. Todos sabrían muy pronto lo que el método de prueba podía hacer, y lo que no podía—Si ustedes no tuvieran confianza en el test de Voigt-Kampff —observó—, probablemente su organización habría tratado de descubrir otro superior. Podría decirse que parte de la responsabilidad recae sobre la Rosen Association. Sí, gracias —le indicaron una habitación elegante, un salón alfombrado, con lámparas, divanes y mesas modernas donde estaban las últimas revistas e incluso, advirtió, el suplemento de febrero del catálogo Sidney, que él aún no había visto. En realidad, ese suplemento sólo aparecería dentro de tres días. Era obvio que la Rosen Association tenía una
relación especial con Sidney. Irritado, cogió la publicación.

—Esto significa una violación de la confianza pública. Nadie debe tener información anticipada de los cambios de precio. 

Y también, seguramente, violaba una ley federal. Pero en vano trató de recordarla.

—Me lo llevaré conmigo —dijo, y guardó el suplemento en su cartera. Después de una pausa, Eldon Rosen dijo con hastío:

—Nuestra política jamás ha sido la de obtener anticipación de nada como...
—Yo no soy un funcionario judicial —interrumpió Rick—Soy un cazador de bonificaciones —de su cartera extrajo el equipo Voigt-Kampff, y sentándose junto a una mesa baja de palo de rosa, empezó a preparar el sencillo instrumento poligráfico—Puede usted enviar al primer sujeto —le dijo a Eldon Rosen, que parecía aún más inquieto.
—Me gustaría mirar —dijo Rachael, sentándose—Nunca he visto realizar un test de empatía. ¿Qué mide este aparato?
—Esto —dijo Rick, sosteniendo en alto un disco chato, adhesivo, de donde partían varios cables—, mide la dilatación capilar en la región facial. Sabemos que ésta es una respuesta autónoma y primaria, lo que llamamos “vergüenza” o “rubor” ante un estímulo moralmente inquietante. Esto no se puede controlar voluntariamente, como ocurre en cambio con la conductividad de la piel, la respiración o el ritmo cardíaco —le mostró el otro elemento, de donde brotaba un fino haz de luz—Y esto registra la tensión en los músculos oculares. Al mismo tiempo que se produce el fenómeno del rubor hay generalmente un pequeño desplazamiento de...
—¿Y eso no se verifica en los androides?
—Aunque biológicamente podría llegar a darse, las preguntas-estímulo no generan estas respuestas.
—Hágame el test —dijo Rachael.
—¿Por qué? —dijo Rick, confundido. Eldon Rosen dijo con voz ronca:
—La hemos elegido como primer sujeto. Podría ser un androide. Esperamos que nos lo pueda decir —se sentó con varios movimientos torpes, sacó un cigarrillo, lo encendió y se quedó mirando fijamente.  

 Continúa la historia leyendo "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap V - Philip K. Dick"



No hay comentarios:

Publicar un comentario