CAPÍTULO XI
—Supongo que sí —dijo Garland. Señaló con el dedo al cazador de
bonificaciones Phil Resch—Pero le advierto una cosa: no le gustará a
usted el resultado del test.
—¿Acaso sabe cuál será? —preguntó Resch, visiblemente sorprendido y algo disgustado.
—Con absoluta seguridad —contestó el inspector Garland.
—Está bien. Subiré a buscar el equipo del test de Boneli —se dirigió a la puerta, la abrió y dijo—: Volveré en unos minutos.
—¿Acaso sabe cuál será? —preguntó Resch, visiblemente sorprendido y algo disgustado.
—Con absoluta seguridad —contestó el inspector Garland.
—Está bien. Subiré a buscar el equipo del test de Boneli —se dirigió a la puerta, la abrió y dijo—: Volveré en unos minutos.
—Supongo que sí —dijo Garland. Señaló con el dedo al cazador de
bonificaciones Phil Resch—Pero le advierto una cosa: no le gustará a
usted el resultado del test.
—¿Acaso sabe cuál será? —preguntó Resch, visiblemente sorprendido y algo disgustado.
—Con absoluta seguridad —contestó el inspector Garland.
—Está bien. Subiré a buscar el equipo del test de Boneli —se dirigió a la puerta, la abrió y dijo—: Volveré en unos minutos.
Desapareció en el pasillo y la puerta se cerró.
—¿Acaso sabe cuál será? —preguntó Resch, visiblemente sorprendido y algo disgustado.
—Con absoluta seguridad —contestó el inspector Garland.
—Está bien. Subiré a buscar el equipo del test de Boneli —se dirigió a la puerta, la abrió y dijo—: Volveré en unos minutos.
Desapareció en el pasillo y la puerta se cerró.
El inspector Garland abrió el cajón derecho de su escritorio, buscó algo, y sacó un tubo láser que hizo girar hasta que apuntó a Rick.
—Eso no cambiará las cosas —dijo Rick—Resch ordenará un análisis postmortem de mi cuerpo, como el que le han hecho a Polokov. Y seguirá insistiendo en que usted y él mismo se sometan al... ¿Cómo es que se llama? Test de Arco Reflejo de Boneli.
El tubo láser no cambió de posición.
—Hoy ha sido un mal día —dijo Garland—Especialmente desde que entró
Crams con usted. Tuve una intuición, y por eso intervine — bajó el arma poco a
poco; por fin se encogió de hombros, la guardó nuevamente en el cajón, lo cerró y
se puso la llave en el bolsillo.
—¿Qué demostrarán los tests? —preguntó Rick.
—Resch es un maldito idiota —dijo Garland.
— Realmente, ¿no lo sabe?
—No, no lo sabe. No tiene la menor idea. De otro modo no podría trabajar
como un cazador de bonificaciones. Es una profesión para seres humanos, no para
androides —Garland señaló la cartera de Rick — Conozco a todos los demás
sospechosos a quienes usted debía someter al test y retirar —hizo una pausa y
continuó—: Todos vinimos de Marte en la misma nave. Resch no. Se quedó allá
una semana más, mientras le ajustaban la memoria sintética. Él —o mejor, esa cosa— guardó silencio.
—¿Y qué hará cuando lo sepa? —preguntó Rick.
—No tengo la menor idea —respondió Garland—Desde el punto de vista
intelectual, será interesante saberlo. Puede matarme, matarse, o quizá lo mate a
usted. Puede matar a cualquiera, humano o androide. He oído decir que esas cosas
ocurren cuando un androide posee una memoria sintética y cree que es un ser
humano.
—Pero usted está dispuesto a correr el riesgo...
—Escapar ya era un riesgo. Y también venir a la Tierra, donde ni siquiera se
nos considera animales, donde un gusano es más deseable que todos nosotros
juntos —Garland, irritado, tironeaba de su labio inferior—Usted se encontraría en
mejor posición si Resch lograra aprobar el test. Entonces el resultado sería
predecible: para él yo sería un andrillo que es preciso retirar cuanto antes. Pero no
será así, y usted correrá tanto peligro como yo, Deckard. ¿Sabe usted por qué me
equivoqué? No sabía que Polokov era un androide. Debe de haber llegado antes.
Sin duda ha sido así. En otro grupo, sin el menor contacto con el nuestro. Ya estaba
cómodamente instalado en la WPO cuando nosotros llegamos. Y yo pedí un
análisis que no tendría que haber pedido. Desde luego, Crams cometió el mismo
error.
—Polokov estuvo a punto de liquidarme —observó Rick.
—Sí, tenía algo especial. No creo que hubiera poseído el mismo modelo de
unidad cerebral que nosotros. O tal vez ésta ha sido manipulada o mejorada, de
modo que era desconocida hasta para nosotros. Sea como fuere, el resultado era
muy bueno. Casi demasiado bueno.
—Cuando llamé a mi casa —dijo Rick—, no conseguí comunicación. ¿Por
qué?
—Todas las líneas de videófono son internas, y están conectadas con varios
despachos dentro del edificio. Esta es una empresa homeostática, Deckard; un
sistema cerrado separado del resto de San Francisco. Conocemos a los demás, pero
ellos no nos conocen. A veces alguna persona aislada llega hasta aquí, o traemos a
alguien, como hicimos con usted, para protegernos — señaló convulsivamente la
puerta — Aquí viene Phil Resch, muy contento con su equipo Boneli portátil. ¿No es
un encanto? Y sólo conseguirá destruir su propia vida, la mía y posiblemente
también la suya.
—Los androides no parecen capaces de ampararse unos a otros en momentos
difíciles.
—Tiene usted razón. Aparentemente carecemos de un don específico de los
humanos. Creo que se llama empatía.
Se abrió la puerta. Apareció Phil Resch con un objeto del que pendían cables.
—Aquí está —dijo, cerrando la puerta. Luego se inclinó y conectó el aparato.
La mano derecha de Garland apuntó a Resch, quien junto con Rick Deckard
se dejó caer. Mientras lo hacía. Resch disparó su tubo láser contra Garland.
El rayo láser, dirigido con una precisión que era fruto de años de
adiestramiento, partió la cabeza de Garland, que cayó sobre su escritorio. Su láser
miniaturizado rodó de su mano. El cuerpo resbaló del sillón y cayó de lado al suelo
pesadamente.
—No tuvo en cuenta que éste es mi trabajo —dijo Resch, poniéndose de pie —
Puedo prever lo que se propone hacer un androide. Supongo que a usted también
le ocurre —dejó su arma, se inclinó y examinó con curiosidad el cuerpo del
inspector—¿Qué le dijo mientras yo no estaba?
—Que era un androide. Y que usted — Rick se interrumpió, mientras su
mente calculaba, seleccionaba posibilidades y resolvía decir otra cosa— se daría
cuenta en unos minutos.
—¿Nada más?
—Que este edificio está infestado de androides.
—Eso hará difícil que usted y yo podamos salir de aquí. Por supuesto, yo
tengo autoridad para salir cuando quiero, incluso llevando un prisionero —
escuchó: no llegaba ningún ruido del exterior—Creo que nadie ha oído nada. Y no
hay micrófonos ni monitores, como tendría que haber —rozó cuidadosamente el
cuerpo caído con la punta del pie—Es notable la capacidad psiónica que se
desarrolla con este trabajo: yo sabía que estaba decidido a disparar antes de abrir la
puerta. Y me sorprende que no lo haya matado a usted.
—Estuvo a punto de hacerlo —dijo Rick—Me apuntó con un gran tubo láser
utilitario; pero era usted quien le preocupaba, y no yo.
—El androide huye cuando el cazador de bonificaciones persigue —dijo
Resch sin el más leve humor—A propósito, usted debería volver a la Opera y
sorprender a Luba Luft antes que nadie de aquí tenga la oportunidad de ponerla
sobre aviso. Tal vez debería decir ponerlo sobre aviso. ¿Los considera usted
objetos?
—Lo hacía, antes —respondió Rick—Cuando tenía problemas de conciencia
con mi trabajo. Me preservaba pensando que eran objetos. Pero ya no es necesario.
Está bien. Iré directamente a la Opera, suponiendo que usted pueda sacarme de
aquí.
—Deberíamos poner a Garland en su sillón —dijo Resch, y alzó el cuerpo. Lo
colocó ante el escritorio en una postura razonablemente natural, si no se miraba de
cerca. Apretó la tecla correspondiente del intercomunicador y dijo—: El inspector
Garland ordena que no se le pasen llamadas durante media hora. Está realizando
una tarea que no admite interrupciones.
—Muy bien, señor Resch.
Phil Resch soltó la tecla y dijo:
—Voy a esposarlo. Naturalmente, será sólo mientras estamos en el edificio:
cuando estemos en el coche aéreo quedará libre —extrajo unas esposas y las cerró
sobre la muñeca de Rick y sobre la propia—Vamos ahora. Terminemos con esto —
cuadró los hombros, respiró hondo y abrió la puerta del despacho.
En todas partes había policías uniformados; ninguno prestó particular
atención a Phil Resch ni a Rick mientras atravesaban el pasillo hacia el ascensor.
—Lo que temo es que Garland tenga en el cuello una de esas piezas que
advierten de la muerte —dijo Resch mientras esperaban—Pero —se encogió de
hombros— la alarma ya debería de haber sonado... Esas cosas no valen de nada.
El ascensor llegó: varios hombres y mujeres de aire vagamente policial
descendieron y se dirigieron ruidosamente por los pasillos a sus diversas
ocupaciones sin prestar atención a Rick ni a Resch.
—¿Cree que su departamento policial me aceptaría? —preguntó Resch
mientras las puertas del ascensor se cerraban y ambos quedaban aislados. Oprimió
el botón del terrado y el ascensor subió silenciosamente —Después de todo, me he
quedado sin trabajo, para decir lo menos.
Con cautela, Rick respondió:
—No veo inconveniente, aunque ya tenemos dos cazadores de bonificaciones
— y pensó que debería decírselo, que no hacerlo era cruel y poco ético. Señor
Resch: usted es un androide. Me saca de este lugar, y ésta es su recompensa.
Enterarse de que es usted lo que para nosotros dos es una abominación, la esencia
misma de lo que nos hemos comprometido a destruir.
—No logro recobrarme —dijo Phil Resch— Me parece imposible. Durante tres
años he estado trabajando a las órdenes de un androide. ¿Cómo no tuve una
sospecha y no hice algo antes?
—Quizá no haya sido tanto tiempo. Tal vez se han infiltrado recientemente.
—Han estado aquí todo el tiempo. Garland es mi jefe desde el comienzo, hace
ya tres años.
—Por lo que él me dijo, llegaron juntos, en grupo, a la Tierra. Y eso no fue
hace tres años, sino unos pocos meses.
—Entonces en algún momento existió un Garland auténtico —respondió Phil
Resch—, que fue reemplazado —su rostro delgado se torció, esforzándose por
comprender—En caso contrario, debo pensar que me han colocado un sistema de
falsa memoria, y que mi idea de tres años con Garland es un recuerdo impreso —
su cara estaba convulsionada por el creciente sufrimiento— Pero sólo a los
androides les ponen memorias sintéticas; el método se ha revelado ineficaz en los
seres humanos.
El ascensor se detuvo. Las puertas se abrieron. Al frente se encontraba el
mínimo aeropuerto del departamento policial. La única presencia era la de los
coches aéreos aparcados.
—Este es mi coche —dijo Phil Resch abriendo la puerta y urgiendo a Rick a
entrar. Sentado ante los mandos encendió el motor y un momento más tarde se
elevaban con dirección al norte, hacia la Opera. Resch, preocupado, conducía
impulsado por sus reflejos. Su atención estaba centrada en una serie de reflexiones
cada vez más sombrías.
—Escuche, Deckard —dijo de repente—Después de retirar a Luba Luft
querría que usted... Usted sabe —su voz ronca y atormentada estalló—: Que me
aplique el test de Boneli o el de empatía. Tengo necesidad de saber.
—Podemos ocuparnos de eso más tarde —respondió evasivamente Rick.
—No quiere hacerlo, ¿verdad? —Phil Resch lo miró con perspicacia—Pienso
que usted sabe cuál será el resultado. Algo le ha dicho Garland, algún hecho que
yo ignoro.
—Va a ser difícil incluso para los dos juntos resolver el caso de Luba Luft. Yo
solo jamás podría. Deberíamos atender a eso antes que nada.
—No es solamente una falsa memoria —dijo Resch— Yo tengo un animal, no
un seudo-animal sino uno verdadero, una ardilla. Y quiero a esa ardilla, Deckard.
Todas las mañanas le doy de comer y limpio su jaula. Y por la noche, cuando
vuelvo del trabajo, la dejo en libertad en mi piso y ella corre por todas partes. Tiene
una rueda en la jaula. ¿Alguna vez ha visto correr una ardilla dentro de una rueda?
Corre y corre, y la rueda gira, pero la ardilla siempre está en el mismo lugar. Y sin
embargo, a Buffy eso le gusta.
—Supongo que las ardillas no son muy inteligentes —dijo Rick.
Continuaron el viaje en silencio.
Continúa la historia leyendo "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XII - Philip K. Dick"
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