Días atrás escuché decir al presidente de un país limítrofe, ante un conflicto con mi país, que estaba "dispuesto a tragar sapos y culebras", algo así como a callar improperios, a no caer en el uso de palabras bajas u ordinarias.
La expresión me recordó el cuento "Las hadas" de Charles Perrault, y ya verán por qué al leerlo.
Charles Perrault fue otro escritor/recopilador de cuentos de hadas o populares clásicos como, por ejemplo, Caperucita Roja. En "Las hadas" la propuesta que presenta es simple y típica de este tipo de cuentos: el bien siempre triunfa sobre el mal, así como la amabilidad y los buenos modales. :D
Las Hadas
Charles Perrault
Erase una vez una viuda que tenía dos hijas. La mayor era su vivo retrato, en carácter y en físico: era tan antipática y presuntuosa que la vida con ella era imposible. La hija menor, que por su dulzura y amabilidad se parecía a su padre, era una de las muchachas más bellas que se pueda imaginar.
Y como siempre nos sentimos atraídos por quien se nos parece, la madre adoraba a su hija mayor y al mismo tiempo sentía una fuerte antipatía por la menor. Hacía que comiese en la cocina y la obligaba a trabajar sin descanso.
Entre otras cosas, la pobrecilla tenía que ir dos veces a buscar agua a más de media milla de su casa.
Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer que le rogó que le diese de beber.
"Por supuesto, abuelita", dijo la bella joven; y, tras enjuagar bien la jarra, cogió agua de la zona de la fuente donde ésta era más clara y se la ofreció, sosteniendo la jarra para que la pobre mujer pudiese beber sin cansarse.
Después de haber bebido, la anciana le dijo: "Eres tan hermosa, buena y amable, que no puedo dejar de hacerte un regalo". Se trataba de un hada que había tomado el aspecto de una pobre campesina para ver hasta donde llegaba el buen corazón de la muchacha. "Mi regalo es que a cada palabra que pronuncies, te saldrá de la boca una flor o una piedra preciosa".
Cuando la joven volvió a casa, la madre la regañó porque se había retrasado en la fuente. "Os pido perdón, madre mía", dijo la pobrecilla, "por haber perdido tanto tiempo", y mientras pronunciaba estas palabras le salieron de la boca dos rosas y cuatro enormes diamantes. "¿Qué es lo que veo?", exclamó la madre asombrada. "Si no me equivoco, te salen de la boca perlas y diamantes. ¿Por qué, hija mía?" Era la primera vez que la llamaba así. La pobre muchacha, que era muy ingenua, le contó lo sucedido, no sin que le saliesen de la boca unos cuantos diamantes más.
"Bien, bien", dijo la madre "tengo que mandar a tu hermana. Francisca, hija, mira lo que le sale por la boca a tu hermana al hablar. ¿No te gustaría recibir el mismo regalo? Pues bien, no tienes más que ir hasta la fuente y cuando una pobre vieja te pida de beber, lo harás con mucha amabilidad".
"Lo que me faltaba", respondió la antipática joven, "ir a la fuente".
"¡Te ordeno que vayas!", dijo la madre, "¡y ahora mismo!"
La joven marchó a regañadientes, llevando consigo la mejor jarra de plata que había en la casa.
Cuando llegó a la fuente, vio salir del bosque a una dama espléndidamente vestida, que vino a pedirle de beber. Era el hada que se había aparecido a su hermana, pero que había adoptado las formas y traje de una princesa para ver hasta donde llegaba la mala intención de la joven.
"Os creeréis que he venido aquí para daros a beber", le dijo la maleducada llena de orgullo, "y que me he traído una jarra de plata para quitar la sed a la señora. ¿Sabéis lo que os digo? ¡Bebed con las manos, si queréis!"
"No eres muy amable", respondió el hada sin alterarse. "Pues bien, visto que eres tan poco cortés, te haré un regalo: a cada palabra que digas, te saldrá un sapo o una serpiente por la boca".
Cuando su madre la vio de vuelta, le gritó: "Y bien, hija mía, ¿cómo te ha ido?"
"Ha ido como ha ido", respondió la maleducada arrojando dos víboras y tres sapos: "¡Cielos!", exclamó la madre, "¿Qué es lo que veo? La culpa es de tu hermana y me las pagará".
Y corrió hasta ella para pegarle. La pobre niña echó a correr y se escondió en el bosque.
El hijo del rey, que volvía de cazar, se la encontró y al verla tan bella, le preguntó qué hacía tan sola en el bosque y por qué lloraba.
"¡Ay de mí, señor! Mi madre me ha echado de la casa."
El hijo del rey, viendo que de la boca le salían cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que le explicase la causa. La muchacha le contó todo al detalle. El hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que un don tal valía mas que cualquier dote que pudiese ofrecerle la muchacha, la llevó al palacio del rey, su padre, y se casó con ella.
Cuando llegó a la fuente, vio salir del bosque a una dama espléndidamente vestida, que vino a pedirle de beber. Era el hada que se había aparecido a su hermana, pero que había adoptado las formas y traje de una princesa para ver hasta donde llegaba la mala intención de la joven.
"Os creeréis que he venido aquí para daros a beber", le dijo la maleducada llena de orgullo, "y que me he traído una jarra de plata para quitar la sed a la señora. ¿Sabéis lo que os digo? ¡Bebed con las manos, si queréis!"
"No eres muy amable", respondió el hada sin alterarse. "Pues bien, visto que eres tan poco cortés, te haré un regalo: a cada palabra que digas, te saldrá un sapo o una serpiente por la boca".
Cuando su madre la vio de vuelta, le gritó: "Y bien, hija mía, ¿cómo te ha ido?"
"Ha ido como ha ido", respondió la maleducada arrojando dos víboras y tres sapos: "¡Cielos!", exclamó la madre, "¿Qué es lo que veo? La culpa es de tu hermana y me las pagará".
Y corrió hasta ella para pegarle. La pobre niña echó a correr y se escondió en el bosque.
El hijo del rey, que volvía de cazar, se la encontró y al verla tan bella, le preguntó qué hacía tan sola en el bosque y por qué lloraba.
"¡Ay de mí, señor! Mi madre me ha echado de la casa."
El hijo del rey, viendo que de la boca le salían cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que le explicase la causa. La muchacha le contó todo al detalle. El hijo del rey se enamoró de ella, y considerando que un don tal valía mas que cualquier dote que pudiese ofrecerle la muchacha, la llevó al palacio del rey, su padre, y se casó con ella.
En cuanto a la hermana, se hizo tan odiosa a todos que su propia madre la echó de la casa; y la muy mezquina, tras haber vagado sin encontrar a nadie que le diese albergue, se murió en lo más profundo de un bosque.
Moraleja
Las perlas y los diamantes
son muy amados por todos,
pero son más fascinantes
palabras y buenos modos.
Otra moraleja
Nuestro buen comportamiento
tenemos que cultivar,
porque llegado el momento
es fácil de recompensar.
Que no hay que ser mala más bien hay que ser buena onda
ResponderEliminarEstá muy padre la lectura aún que en el libro real aparecen cosas que no
ResponderEliminarHola
ResponderEliminarHola
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