Recién - habrán pasado quince minutos - leí un artículo titulado "Máximas y mínimas sobre estimulación de la lectura" escrito por Ricardo Mariño. En uno de los puntos menciona el cuento de J. L. Borges "Episodio del enemigo"...
Soy el tipo de persona que le teme un poco a Borges... Recuerdo en la facu haber leído algunos de sus cuentos cortos - en especial me acuerdo de "La casa del Asterión" - y eso debió haber bastado para que me olvidara de esa idea tan arraigada: "Borges no es para todos". Pero, lamentablemente, aún no ha sido así.
Busqué el cuento mencionado por Mariño; fue publicado en 1972 en el libro titulado "El oro de los tigres". ¿Me hará perderle el miedo a Borges? ¡Ya veremos! De momento sólo diré que me sorprendí con su simpleza... y con su significado... Pero no hablaré de esto último, que cada quién lo vea por sí mismo...
Episodio del enemigo
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana
lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con
un bastón, con un torpe bastón que en sus viejas manos no podía ser un
arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe
contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a
medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un
tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve
que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio
unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi
cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo
entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último
retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
-
Uno cree que los años pasan para uno - le dije -, pero pasan también
para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no
tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
- Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Le tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
- En verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato.
Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
- Precisamente porque ya no soy aquel niño - me replicó - tengo que matarlo. No se trata de una venganza, sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
- Puedo hacer una cosa - le contesté.
- ¿Cuál? - Me preguntó.
- Despertarme.
Y así lo hice.
¿Quien entonces es el enemigo?
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