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viernes, 27 de julio de 2012

La piedra de hacer sopa

Hay relatos que te marcan, sea porque te enseñaron algo o porque te movilizaron, y nunca los olvidas. Uno de esos, al menos para mí, es "La piedra de hacer sopa", un cuento tradicional belga cargado de ironía y humor.
Días atrás una charla de amigos me lo recordó y, revisando la biblioteca de la casa de mis viejos, encontré, sin ser lo que estaba buscando, el libro escolar en el cual lo había leído. 
Quise por tanto darle prioridad ante el resto de los cuentos y libros que tengo "a la espera de ser subidos al blog" y compartirlo hoy.


LA PIEDRA DE HACER SOPA


Érase que se era un soldado que volvía de la guerra. Llegó un día a un pueblo, un día en que frío soplaba el viento, el cielo era plomizo y el pobre soldado tenía hambre. Se detuvo ante una casa de las afueras y pidió algo para comer.

- No tenemos nada ni siquiera para nosotros. - le dijeron, de modo que el soldado siguió su camino.

Se detuvo en la casa siguiente y volvió a pedir un mendrugo de pan.

- No tenemos ni para nosotros mismos - le volvieron a decir.
- ¿Tenéis acaso una gran olla? - preguntó el soldado.
- Si, tenemos un gran caldero de hierro.
- ¿Tenéis un poco de agua? - siguió preguntando el soldado.
- Si, de eso hay mucho - le contestaron.
- Llenad el caldero de agua y ponedlo en el fuego - dijo el soldado -, pues yo tengo una piedra para hacer sopa.
-¿Una piedra para hacer sopa? - preguntaron -. ¿Qué es eso?
- Pues es una piedra con que se hace sopa - explico el soldado. Todos se reunieron en su torno para ver la maravilla.

La dueña de casa llenó la gran olla con agua y la colgó sobre el fuego. el soldado sacó una piedra de su bolsillo, una piedra que no parecía muy diferente de las que uno puede recoger en la calle, y la arrojó a la olla.

- Ahora, dejadla que hierva - dijo. De modo que todos se sentaron a esperar que el agua hirviera -. ¿Podrías darme un poquito de sal? - dijo el soldado.
- Por supuesto - dijo la mujer, y sacó la sal de un tarro. El soldado tomó un puñado lleno y lo puso dentro de la olla, ya que ésta era grande. Todos se sentaron de nuevo a esperar.
- Unas pocas zanahorias no vendrían mal en esta sopa - dijo el soldado con añoranza.
- Oh, si es por eso, tenemos algunas - dijo la mujer, y sacándolas de abajo de un banquillo, donde el soldado las había visto, se las entregó. 

De modo que pusieron las zanahorias en el caldero. Y mientras éstas hervían, el soldado les contaba las aventuras que había corrido.

- Unas pocas patatas vendrían muy bien, ¿no les parece? - dijo en eso el soldado -. Espesarían un poquito la sopa.
- Tenemos algunas papas - dijo la hija mayor de la familia -. Las traeré. 

De modo que pelaron las papas y las pusieron en la olla y siguieron esperando que ésta hirviera.

- Una cebolla da muy buen gusto - dijo el soldado.
- Corre a la casa de al lado y pídele al vecino una cebolla - dijo el granjero a su hijo menor. 

El chico así lo hizo y volvió con tres cebollas. Mientras todos esperaban, siguieron contando chistes y narrando historias.

- ... Y no he probado repollo desde que partí de casa de mi madre - decía el soldado.
- Corre a la huerta y arranca un repollo - dijo la madre. Y una niñita salió corriendo y volvió con un repollo, que agregaron al caldo.
- No tardará mucho - dijo el soldado.
- Sólo un poquito más - dijo la mujer, revolviendo el caldo con un gran cucharón.

En ese momento llegó el hijo mayor de la familia. Había salido de caza y traía dos conejos.

- ¡Justo lo que necesitamos para darle el toque final! - exclamó el soldado, y fue cosa de pocos minutos que los conejos estuvieron limpios y cortados dentro de la olla.
- ¡Hum! - dijo el cazador que tenía hambre -. ¡Huele a muy buena sopa!
- El viajero ha traído una piedra - le explicó el granjero a su hijo - y está preparando una sopa con ella.

Por fin la sopa estuvo lista, y a todos supo muy bien. Hubo suficiente para todos: el soldado y el granjero y su mujer, la hija y el hijo mayor, la niñita y el niñito.

- Es una sopa maravillosa - dijo el granjero.
- Es una piedra maravillosa - dijo su mujer.
- Lo es - dijo el soldado - y siempre os dará el mismo resultado si utilizáis la receta que os he dado hoy.

de modo que terminaron la sopa. Y cuando el soldado se despidió, le regaló a la dueña de casa la piedra para pagarle su hospitalidad. La buena mujer se lo agradeció muchísimo.

- No es nada - dijo el soldado, y se fue de la casa sin piedra.

Pero por fortuna, encontró otra justo antes de entrar al pueblo siguiente.



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