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miércoles, 4 de julio de 2012

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap V - Philip K. Dick

Viene de "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap IV - Philip K. Dick"


CAPÍTULO V


El pequeño haz de luz blanca iluminaba el ojo izquierdo de Rachael Rosen. El disco de malla metálica estaba adherido a su mejilla. La muchacha parecía serena. 

Rick Deckard estaba sentado en una posición que le permitía leer los dos medidores del aparato Voigt-Kampff.

—Describiré una serie de situaciones sociales, y usted expresará su reacción lo más rápidamente que pueda. Mediré el tiempo, por supuesto.
—Y también por supuesto, lo que yo diga no tendrá importancia. Sólo valdrá la reacción capilar y la del músculo ocular. Pero igualmente responderé. Quiero pasar por esto y... Adelante, señor Deckard.
Rick eligió la pregunta número tres.
—Le regalan una billetera de piel de becerro para su cumpleaños — inmediatamente las agujas saltaron a la zona roja, y luego regresaron.
—No la aceptaría —respondió Rachael—Y denunciaría a la policía a la persona que me la regalara.
Después de hacer una anotación, Rick pasó a la pregunta número ocho de la escala de perfiles del Voigt-Kampff.

—Tiene usted un niño pequeño que le muestra su colección de mariposas, y también el frasco donde las mata.
—Lo llevaría al médico —la voz de Rachael era baja pero firme. Nuevamente las agujas se movieron, pero menos. Rick hizo la correspondiente anotación y preguntó:

—Está viendo la TV. De pronto advierte que una avispa avanza por su brazo.
—La mataría —respondió Rachael; esta vez las agujas apenas registran un débil y corto temblor.
Rick escribió su observación y eligió cuidadosamente la pregunta siguiente.
—Encuentra en una revista la foto a página entera y a todo color de una chica desnuda —se detuvo.
—¿Es un test para saber si soy androide o si soy lesbiana? —preguntó ácidamente Rachael. Las agujas no se movieron.
—A su marido le gusta la foto —continuó Rick; no hubo respuesta. Y agregó—: La chica está tendida boca abajo sobre una enorme y bellísima piel de oso —los medidores no registraron cambios, y Rick piensa: una respuesta de androide, no ha reparado en el elemento principal, la piel del animal muerto. Se concentra en otros factores—Su marido cuelga la foto en la pared de su estudio — concluyó. Entonces la reacción se manifestó.
—Ciertamente no se lo permitiría —dijo Rachael.  
—Está bien —asintió Rick—Ahora está usted leyendo una novela escrita en los viejos tiempos, antes de la guerra. Los personajes visitan el muelle de pescadores de San Francisco. Sienten hambre, y entran en un restaurante. Uno de ellos pide langosta; el chef arroja una langosta a una olla de agua hirviente a la vista de los personajes.
—Dios mío —dijo Rachael—Pero eso es terrible, depravado. ¿Cómo pueden hacer eso? ¿Quiere usted decir, una langosta viva? 

Las agujas permanecieron inmóviles. La respuesta era formalmente correcta, pero simulada. 

—Ha alquilado una casita de troncos de pino en la montaña —continuó Rick—La zona es todavía exuberante. En la casa hay un gran hogar.
—Sí —respondió Rachael, impaciente.
—Alguien ha colgado viejos mapas en las paredes, grabados por Currier e Ives. Encima del hogar hay una cabeza de ciervo con grandes astas. La gente que la acompaña admira el ambiente y entre todos deciden...
—Yo no, si es que hay una cabeza de ciervo —interrumpió Rachael. Pero los medidores no han sobrepasado la zona verde.
—Ha quedado usted embarazada —dijo Rick— de un hombre que le ha prometido casamiento. Pero él se marcha con otra, con su mejor amiga. Usted aborta y...
—Jamás lo haría —respondió Rachael—Y por otra parte, no se puede. La condena es a perpetuidad y la policía vigila permanentemente. 

Las dos agujas se desplazaron al rojo con violencia.
—¿Cómo lo sabe? ¿Cómo sabe que es difícil obtener autorización para abortar? —preguntó Rick, con curiosidad.
—Todo el mundo lo sabe —repuso Rachael.
—Me pareció que hablaba usted por experiencia personal
—Rick miró los medidores, que mostraban intensas fluctuaciones—Una más.

Ha salido con un hombre que la invita a visitar su casa. Una vez allí le ofrece una copa. Mientras está bebiendo, de pie, ve el dormitorio: está decorado con atractivos cartelones taurinos, y se acerca a mirar. El la sigue, cierra la puerta, la rodea con el brazo y le dice...
—¿Qué es un cartelón taurino? —interrumpió Rachael.
—Un dibujo, generalmente muy grande, de colores, que muestra a un torero con su capa y a un toro que intenta atacarlo —Rick dudó—¿Qué edad tiene usted? —podía ser un factor importante.
—Dieciocho años —contestó Rachael—Está bien: él cierra la puerta y me abraza. ¿Qué dice entonces?
—¿Sabe usted cómo terminaban las corridas de toros?
—Me figuro que alguien quedaba herido... 
—Siempre mataban al toro, al final —Rick esperó, observando las agujas, que apenas palpitaron con inquietud; la reacción había sido débil—Una pregunta final, en dos partes —agregó—Usted ve una vieja película en la TV, anterior a la guerra. Los participantes en un banquete comen ostras crudas.
—Ugh —dijo Rachael. Las agujas se movieron vivazmente.
—El entrante consiste en perro cocido, relleno de arroz —continuó Rick. El desplazamiento de las agujas fue menor—¿Para usted las ostras son menos aceptables que la carne de perro? Evidentemente no —dejó su bolígrafo, apagó el haz de luz y le quitó de la mejilla el disco adhesivo—Usted es una androide —dijo—Este es el resultado del test —agregó, dirigiéndose a “ella” y a Eldon Rosen, que lo miraba con inquietud avasalladora. 

La cara del anciano se contraía plásticamente de furia. Rick prosiguió con su indagación:

—Es así, ¿verdad? —no hubo respuesta de ninguno de los Rosen—Nuestros intereses no están en conflicto —agregó, razonablemente—Que el test de VoigtKampff funcione bien es tan importante para ustedes como para mí.
—Ella no es androide —dijo Rosen.
—No lo creo —respondió Rick.
—¿Por qué habría de mentir? —preguntó Rachael con vehemencia—En todo caso mentiríamos al revés.
—Quiero un análisis de médula ósea —contestó Rick—Es posible determinar orgánicamente si alguien es o no un androide. Sé que es largo y doloroso, pero...
—En términos legales —dijo Rachael—, no puedo ser obligada a sufrir un análisis de médula. La corte no lo permite, por considerar que se trata de autoacusación. Y de todos modos, en una persona viva, no en el caso de un androide retirado, lleva largo tiempo. Usted puede aplicar ese maldito test de Voigt-Kampff a causa de los especiales, a los que hay que vigilar constantemente. Aprovechando que el gobierno debería ocuparse de esto, la policía ha logrado introducir el Voigt-Kampff. Pero lo que dijo usted antes es verdad: éste es el fin del test —la muchacha se puso en pie, se apartó y se detuvo de espaldas a él, con las manos en las caderas.
—La cuestión no es la legalidad del análisis de médula ósea —dijo Eldon Rosen con voz ronca—, sino el fracaso del test de empatía en el caso de mi sobrina. Puedo explicarle por qué sus respuestas son las de un androide. Rachael creció a bordo del Salader 3. Nació en él, y durante catorce de sus dieciocho años sólo supo de la Tierra lo que encontró en la videoteca y lo que el resto de la tripulación, nueve adultos, le contó. Y después, como recordará, cuando la nave había recorrido la sexta parte del camino a Próxima, inició el retorno. De lo contrario, Rachael habría tenido que esperar hasta una edad muy mayor para conocer la Tierra. 
—Y la policía podría retirarme —agregó Rachael por encima del hombro—En una redada me matarían. Lo sé desde mi llegada, hace cuatro años. Esta no es la primera vez que me aplican el Voigt-Kampff. En verdad, rara vez salgo de casa. El peligro es enorme, a causa de los controles policiales y las pinzas voladoras para capturar especiales no clasificados.
—Y androides —terminó Eldon Rosen—Aunque, naturalmente, eso no se le dice a la población. Se supone que debe ignorar la presencia de androides en la Tierra.
—No creo que los haya —respondió Rick—Sin duda la policía los ha cogido a todos, tanto aquí como en la Unión Soviética. Ahora la población es pequeña. Y tarde o temprano todo el mundo ha de pasar por los puntos de control establecidos al azar. O, por lo menos, eso era lo que cabía esperar.
—¿Cuáles son sus instrucciones en el caso de que el test clasifique como androide a un ser humano? —preguntó Eldon Rosen.
—Eso es asunto oficial —Rick empezó a guardar su equipo en la cartera, mientras ambos Rosen lo miraban en silencio—Pero, naturalmente, debo cancelar toda prueba subsiguiente. Si hay un fracaso, de nada sirve continuar —cerró de un golpe su cartera.
—Podríamos haberlo engañado —dijo Rachael—Nada nos obliga a admitir que el resultado ha sido incorrecto. O el resultado obtenido con los otros nueve sujetos elegidos. Nos habría bastado con dejarle seguir con las pruebas sin decir nada.
—Yo habría insistido en que me dieran una lista previa, en sobre cerrado, para comparar los resultados y obtener una confrontación concluyente.

Pero no la habría obtenido, pensó. Bryant tenía razón. Gracias a Dios que no he seguido cazando androides sobre la base del test. 

—También nosotros pensamos que lo haría —observó Eldon Rosen mirando a Rachael, que asentía—Habíamos estudiado esa posibilidad —reconoció.
—Este problema procede de su forma de operar, señor Rosen —dijo Rick— Nadie obligó a su organización a desarrollar los robots humanoides hasta un punto en que...
—Nosotros producimos lo que desean los colonos —repuso Eldon Rosen— Hemos seguido un principio, respetado por el tiempo, que ha justificado siempre el éxito comercial. Si nuestra empresa no hubiera construido modelos cada vez más humanos, otras lo habrían hecho. Conocíamos los riesgos existentes cuando desarrollamos la unidad cerebral Nexus-6. Pero el test de Voigt-Kampff era un fracaso antes de que distribuyéramos los nuevos androides. Si usted hubiese fallado en clasificar a un androide Nexus-6 como androide, si lo hubiese registrado como un ser humano... Pero no es eso lo que ha ocurrido —su voz era dura y penetrante—El departamento policial a que usted pertenece, así como otros puede haber retirado, y es probable que lo haya hecho, a verdaderos seres humanos de
capacidad empática no desarrollada, como mi sobrina. Su posición, señor Deckard, es muy grave en términos morales. La nuestra no lo es.
—En otras palabras —dijo agudamente Rick—, no me concederá usted la posibilidad de aplicar el test a un solo Nexus-6. Para anticiparse a ella ha presentado en primer término a esta chica esquizoide. 

Y mi test ha sido derrotado, pensó. Debí haberme negado. Pero ahora es demasiado tarde.

—Le hemos ganado, señor Deckard —dijo Rachael Rosen con voz serena y razonable, y se volvió hacia él, sonriendo.

Todavía no lograba comprender cómo la Rosen Association había logrado engañarlo tan fácilmente. Una corporación gigantesca como ésa atesoraba gran experiencia, poseía en realidad una especie de mente colectiva. Eldon y Rachael Rosen eran tan sólo los portavoces de esa entidad múltiple. Su error, evidentemente, había consistido en considerarlos como meros individuos. Era un error que no volvería a cometer. 

—Su jefe, el inspector Bryant —dijo Rosen—, hallará difícil comprender cómo sucedió que nos permitiera usted anular su método de prueba antes de comenzar el test —señaló el cielorraso, y Rick vio la lente de una cámara: el error cometido con los Rosen había sido registrado—Creo que lo más conveniente para todos — agregó Eldon— será que nos sentemos y... Podemos llegar a un acuerdo, señor Deckard —hizo un gesto afable—No hay motivo de preocupación. El modelo de androide Nexus-6 es un hecho. Así lo reconocemos en la Rosen Association, y creo que también usted lo reconoce ahora.  

Rachael se inclinó sobre Rick.

—¿Le gustaría ser dueño de un búho?
—Creo que jamás lo seré —comprendía perfectamente lo que ella había querido insinuar; sabía qué transacción se proponía realizar la Rosen Association. 

Sintió en su interior una tensión que no había experimentado hasta entonces, y que explotaba suavemente en todas las zonas de su cuerpo. La conciencia de lo que estaba ocurriendo se apoderó de él por completo. 

—Pero eso es precisamente lo que desea: un búho —dijo Eldon Rosen, que miró interrogativamente a su sobrina—Creo que no comprende.
—Por supuesto que comprende —repuso ella—Sabe con toda exactitud adonde lleva esto. ¿No es así, señor Deckard? —volvió a inclinarse sobre él, tanto que Rick percibió una suave fragancia y quizá su calidez—Pues prácticamente lo ha conseguido, señor Deckard; podríamos decir que el búho ya es suyo —y agregó, dirigiéndose a su tío—: Es un cazador de bonificaciones, ¿recuerdas? Por lo tanto, 
vive de las bonificaciones que gana, y no sólo del sueldo. ¿No es así, señor Deckard?

Rick asintió.
—¿Cuántos androides se han escapado esta vez? —preguntó Rachael.
—Eran ocho, originariamente. Dos ya han sido retirados. No por mí.
—¿Cuánto recibe por cada androide?
—Según —respondió Rick, encogiéndose de hombros. Rachael continuó:
—Si no dispone de un test, no tiene forma de identificar a los androides ni, por consiguiente, de cobrar sus bonificaciones. De modo que si abandona la escala de Voigt-Kampff...
—Otra nueva la reemplazará —dijo Rick—Ya ha ocurrido antes — exactamente, tres veces. Pero esta vez era diferente, porque el nuevo test, el instrumento analítico más moderno, ya estaba a su disposición.
—Naturalmente, el test de Voigt-Kampff terminará por ser anticuado —dijo Rachael—Pero todavía no. Estamos convencidos de que es apto para distinguir a los modelos equipados con el Nexus-6 y querríamos que, en su peculiar tarea, continuara usted trabajando sobre esta base —la chica lo miraba intensamente, balanceándose y con los brazos cruzados apretados; trataba de medir su reacción.
—Dile que puede quedarse con el búho —sugirió Eldon Rosen.
—Así es —dijo Rachael, sin dejar de mirarlo—El que ha visto en el terrado. Scrappy. Pero si conseguimos un macho, debe permitir que se aparee con ella. Y que quede bien en claro que la descendencia será nuestra.
—Dividiremos la nidada —propuso Rick.
—No —repuso instantáneamente Rachael, y Eldon Rosen negó con la cabeza en señal de apoyo a su sobrina—De ese modo tendría usted derecho a la única familia de búhos hasta el fin de los tiempos. Y hay otra condición: no puede cederlo en herencia. A su muerte, volverá a manos de la Rosen Association.
—Eso parece una invitación a que me maten —contestó Rick—Bonita forma de recuperar inmediatamente el búho... No puedo aceptar. Es demasiado peligroso.
—Usted es un cazador de bonificaciones —dijo Rachael—Sabe usar un arma láser. En este preciso instante lleva una. Si no es capaz de defenderse, ¿cómo piensa retirar a los seis andrillos Nexus-6 restantes? Son bastante más inteligentes que los viejos W-4 de la Gozzi Corporation.
—Pero yo los persigo a ellos —replicó Rick—En cambio, si acepto la cláusula de reversión, alguien me perseguiría a mí —no le gustaba la idea de que lo persiguieran. Había visto el efecto que esto provocaba incluso en los androides.
—Está bien —dijo Rachael—Cederemos en ese punto, y podrá legar el búho a sus descendientes. Pero insistimos en conservar la nidada completa. Si no está de acuerdo con esto, vuelva a San Francisco, reconozca ante sus superiores que el test de Voigt-Kampff, al menos en la forma en que usted lo aplica, no puede distinguir entre un andrillo y un ser humano. Y luego búsquese otro trabajo.
—Querría un poco de tiempo para decidir —dijo Rick.
—Está bien —respondió Rachael, y miró su reloj—Puede quedarse aquí.
—Media hora —agregó Eldon Rosen, como aclaración.  

Ambos Rosen se dirigieron hacia la puerta.
Ellos ya habían hablado, pensó Rick. Ahora le correspondía a él dar una respuesta. Cuando Rachael se disponía a cerrar la puerta, Deckard le habló con dureza:

—Estoy perfectamente atrapado. Tienen la prueba de que me he equivocado con usted. Saben que mi trabajo depende del test de Voigt-Kampff. Y además está ese maldito búho.
—Es suyo, ¿recuerda? —dijo Rachael—Le pondremos en la pata una cintila con su dirección y lo despacharemos a San Francisco. Lo recibirá en su casa cuando regrese del trabajo.
—Un momento —dijo Rick.
—¿Ya ha tomado su decisión? —preguntó Rachael, deteniéndose en la puerta.
—Querría hacerle otra pregunta del Voigt-Kampff. 

Rachael miró a su tío, que asintió. De mala gana, volvió a sentarse como antes.

—¿Para qué? —preguntó con las cejas elevadas por el desagrado y también por el temor. Rick advirtió, profesionalmente, la tensión de su cuerpo.

Nuevamente dirigió el haz de luz al ojo derecho de la muchacha y puso el disco adhesivo en contacto con su mejilla. Rachael estaba rígida. Su expresión de extremo disgusto no había desaparecido.

—Bonita cartera, ¿verdad? —dijo Rick mientras buscaba los formularios impresos del test—Es del departamento.
—Sí, ¿eh? —respondió Rachael, ausente.
—Es de piel de bebé —agregó Rick, acariciando la piel negra de la cartera— Cien por ciento genuina —vio que después de una pausa las agujas se pusieron a fluctuar con frenesí. La reacción había llegado tarde. El conocía el tiempo exacto de reaccionar, en fracciones de segundo. Sabía que no debía haber demora—Gracias, señorita Rosen. Eso era todo —recogió de nuevo su equipo.
—¿Se marcha? —preguntó Rachael.
—Sí. He terminado. Cautelosamente, Rachael preguntó:
—¿... y los otros nueve?
—El test ha funcionado adecuadamente en su caso —explicó Rick—Puedo deducir de esto que evidentemente es aún efectivo —se dirigió a Eldon Rosen, que estaba inerte, junto a la puerta—: ¿Ella lo sabe? —a veces no era así: en muchas ocasiones se los dotaba de una falsa memoria, con la errónea esperanza de que alterara las reacciones ante el test. 
—No —contestó Eldon Rosen—La hemos programado completamente. Pero creo que hacia el final ha empezado a sospechar —a la muchacha le dijo—: ¿No fue así, cuando él te pidió una nueva prueba? 

Rachael, muy pálida, asintió.
—No temas —le dijo Eldon Rosen—No eres un androide escapado ilegalmente. Eres propiedad de la Rosen Association, que te emplea como muestra para las ventas a futuros emigrantes —se acercó a la chica y apoyó la mano en su hombro. Rachael se apartó del contacto.
—Es verdad —observó Rick—No la retiraré, señorita Rosen. Buenos días — empezó a avanzar hacia la puerta, y se detuvo—¿El búho es real? 

Rachael dirigió una rápida mirada a su tío.

—Se marchará de todos modos —contestó Rosen—Da lo mismo. El búho es artificial. No quedan búhos.
—Hmmm —murmuró Rick, mientras salía al pasillo. Nadie dijo nada más. 

No había nada que decir. Así operan los grandes fabricantes de androides, se dijo Rick. De una manera sinuosa que jamás había observado anteriormente, demostraban un tipo nuevo de personalidad, compleja y extraña. No era difícil comprender que la justicia tuviera dificultades con el Nexus-6.

El Nexus-6. Finalmente lo había conocido. Rachael era un Nexus-6, sin duda alguna. El primer androide de ese tipo que he visto, se dijo. Y poco había faltado para que los Rosen minaran nuestra confianza en el test de Voigt-Kampff, único instrumento que permite descubrirlos. Casi lo habían logrado. La Rosen Association había hecho un buen trabajo, o al menos un buen intento, para
defender sus productos.

Y yo debo enfrentar a otros seis, para terminar la tarea, reflexionó Rick. Se ganaría cada centavo de esas bonificaciones. 

Suponiendo que llegara vivo al final. 

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