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jueves, 19 de julio de 2012

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XVI - Philip K. Dick

Viene de "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap XV - Philip K. Dick"



CAPÍTULO XVI


En la enorme y suntuosa habitación del hotel, Rick leía las copias al carbón con los informes acerca de los androides Roy e Irmgard Baty. Esta vez disponía de fotos telescópicas, borrosas copias 3-D en color que apenas permitían ver los detalles. La mujer parecía atractiva; Roy Baty era otra cosa. Peor.

Había sido farmacéutico en Marte, leyó. O al menos había usado esa cobertura. Probablemente era en realidad un trabajador manual, un campesino, con aspiraciones de algo mejor. ¿Sueñan los androides?, se preguntó Rick. Era evidente: por eso de vez en cuando mataban a sus amos y venían a la Tierra. A vivir una vida mejor, sin servidumbre. Como Luba Luft, a cantar Don Giovanni y Le nozze en lugar de labrar un campo árido y sembrado de rocas, en un mundocolonia básicamente inhabitable. 

El informe agregaba:
“Roy Baty tiene un aire agresivo y decidido de autoridad ersatz. Dotado de preocupaciones místicas, este androide indujo al grupo a intentar la fuga, apoyando ideológicamente su propuesta con una presuntuosa ficción acerca del carácter sagrado de la supuesta Vida” de los androides. Además, robó diversos psicofármacos y experimentó con ellos; fue sorprendido y argumentó que esperaba obtener en los androides una experiencia de grupo similar a la del Mercerismo que, según declaró, seguía siendo imposible para ellos.” 

La descripción era patética. Un androide frío, duro, aspiraba a una experiencia que le resultaba inasequible a causa de un defecto deliberadamente incluido en su diseño. 

Sin embargo, Roy Baty no logró preocuparlo mucho. Según las notas de Dave, tenía cierta cualidad repulsiva. Baty había tratado de lograr la fusión. Como no pudo, organizó la matanza de varios seres humanos y la fuga a la Tierra. Y ahora, hoy mismo, había logrado como resultado que del grupo original de ocho sólo quedaran tres. Y éstos, los miembros principales del grupo ilegal, también estaban condenados. Si él fracasaba, alguien lo lograría. El tiempo y la marea, se dijo Rick. El ciclo de la vida y, al final, el último crepúsculo antes del silencio de la muerte. Un micro-universo completo. 

La puerta de la habitación se abrió violentamente.
— ¡Qué vuelo! —dijo Rachael Rosen, sin aliento. Vestía un largo abrigo sedoso y sostén y shorts de la misma tela. Traía su enorme bolso de piel, semejante al del cartero, y una bolsa de papel— Esta habitación es hermosa —miró su reloj— Menos de una hora; he venido deprisa —le dio la bolsa a Rick—He traído una botella. Bourbon. 
—El peor de los ocho está vivo. El que los organizó —le alcanzó el informe sobre Roy Baty; Rachael dejó la bolsa en el suelo y cogió el folio.
—¿Lo has localizado? —preguntó, después de leer.
—Tengo la dirección de un edificio en los suburbios. Es un lugar donde sólo puede haber algún especial deteriorado, un cabeza de chorlito, viviendo su versión de la vida.
—¿Y los demás?
—Son dos mujeres —le dio los informes, uno acerca de Irmgard Baty, y otro que se refería a un androide femenino llamado Pris Stratton.
—Oh —dijo Rachael al mirar el último. Arrojó lejos los folios, fue hasta la ventana y contempló el panorama de San Francisco—Pienso que ella podría derrotarte... O tal vez no, tal vez no te importe —estaba pálida y su voz temblaba.

De repente parecía curiosamente insegura.
—¿Qué quieres decir, exactamente? —recogió las copias y las estudió. Se preguntaba qué la habría turbado.
—Abramos el whisky —Rachael fue con la bolsa de papel al cuarto de baño y regresó con dos vasos. Su aire inseguro y preocupado no se disipaba. Rick advirtió la rápida lucha interior, sus veloces pensamientos: se veían en su ceño y en su expresión tensa—¿Puedes abrirlo? —pidió—Tú comprendes que vale una fortuna... No es sintético, es auténtico; de antes de la guerra.
Rick cogió la botella, la abrió y sirvió el bourbon.
—Dime qué te preocupa.
Rachael lo encaró con aire desafiante.
—Dime tú qué vamos a hacer en lugar de preocuparnos por esos tres Nexus-6 —se quitó el abrigo y lo llevó hasta el armario para colgarlo de una percha. Rick tuvo así la primera oportunidad de contemplarla detenidamente. 

Las proporciones de Rachael eran extrañas. La pesada mata de pelo negro parecía agrandar su cabeza; sus senos pequeños daban a su cuerpo un aspecto desgarbado y casi infantil. Los grandes ojos, las largas pestañas eran sin embargo de mujer adulta; allí terminaba la adolescencia. Rachael se paraba levemente sobre la punta de los pies, y sus brazos colgaban apenas doblados en la articulación: la actitud de un cazador alerta, quizás un Cro-Magnon. La raza de los cazadores esbeltos, pensó. Ni el menor exceso: vientre liso, trasero pequeño, senos aún más exiguos. El tipo céltico, anacrónico y atractivo. Debajo de sus shorts las piernas delgadas tenían un carácter neutro, asexuado, sin demasiadas curvas. Y sin embargo la impresión total era de belleza; eso sí, la de una muchacha, no la de una mujer. Excepto por la mirada aguda e inquieta. 

Bebió un sorbo. El sabor y el olor, fuertes, autoritarios, poderosos, se le habían tornado poco familiares, y tragó con dificultad. En contraste, Rachael apuró tranquilamente su bourbon.

Ahora, sentada en la cama, alisaba el cobertor, ausente. Su expresión era melancólica. Rick dejó su vaso en una mesilla y se sentó a su lado. La cama cedió bajo su peso, y Rachael cambió de posición.
—¿Qué es? —preguntó él. Se apoderó de su mano; estaba fría, levemente húmeda—¿Qué te ha turbado?
—Esa última Nexus-6 —respondió Rachael, con cierto esfuerzo—, es el mismo tipo que yo —cogió una hebra suelta del cobertor y empezó a formar una bolita—¿No leíste la descripción? Podría ser la mía. Tal vez vista y se peine de otra manera. Hasta puede que lleve una peluca. Pero cuando la veas comprenderás lo que te digo —se rió sardónicamente—Menos mal que la asociación explicó que soy una androide. De otro modo, te enfurecerías al ver a Pris Stratton. O creerías que soy yo.
—¿Y por qué eso te molesta tanto?
—Dios, estaré contigo cuando la retires.
—Tal vez no. Quizá no la encuentre.
—Conozco la psicología de los Nexus-6 —explicó Rachael—Por eso puedo ayudarte. Los últimos tres están juntos. Las dos mujeres rodean a ese androide trastornado que se hace llamar Roy Baty, y que prepara la defensa definitiva —sus labios se torcieron—Jesús —dijo.
—No te entristezcas —dijo él. Cogió su barbilla aguda, pequeña, ahuecando la palma de la mano, y alzó suavemente su cabeza hasta que estuvo a su altura. Se preguntaba cómo sería besar a una androide. Y se inclinó a besar los labios secos de Rachael. No hubo reacción; ella quedó impasible, como si no le importara. Y sin embargo él sentía que no era así. O tal vez fuera solamente lo que habría querido...
—Si lo hubiera sabido antes —dijo Rachael—, no habría venido. Me estás pidiendo demasiado. ¿Sabes lo que siento por esa androide? ¿Por Pris?
—Empatía —aventuró él.
—Algo parecido. Identificación. Dios mío, piensa en lo que podría ocurrir. En la confusión me retiras a mí, no a ella. Y Pris regresa a Seattle y vive mi vida. Nunca había sentido esto antes. Somos máquinas, estampadas como tapones de botella. Es una ilusión ésta de que existo realmente, personalmente. Soy sólo un modelo de serie.

Rick no pudo evitar cierta diversión. Rachael parecía tan morosamente sentimental...

—Las hormigas no sienten lo mismo —dijo—, y son físicamente idénticas.
—Las hormigas no sienten. Eso es todo.
—Los gemelos idénticos humanos; ellos no...
—Pero se identifican mutuamente. He leído que tienen un lazo empático especial —Rachael se puso de pie y trajo la botella de bourbon; volvió a llenar su vaso y a beber con rapidez. Anduvo por la habitación con los hombros caídos durante un momento, tenía aún el ceño oscuro y fruncido. Luego, como si se hubiera deslizado allí por casualidad, se instaló nuevamente en la cama. Pero esta vez alzó las piernas y se estiró, apoyándose contra las grandes almohadas, suspirando—Olvida a los tres andrillos —dijo en voz fatigada—Estoy cansada, debe ser el viaje. Y todo lo que ha pasado hoy. Querría dormir —cerró los ojos— Tal vez, si me muero —murmuró—, volveré a nacer cuando la Rosen Association fabrique la próxima unidad de mi subserie —abrió los ojos y miró a Rick con ferocidad—, ¿Sabes realmente por qué he venido? ¿Por qué Eldon y los demás Rosen, los humanos, querían que estuviera contigo?
—Para observar —respondió él—Para saber exactamente qué impide al Nexus-6 aprobar el test de Voigt-Kampff.
—O diferenciarse de algún modo. Después elevaré un informe y la Rosen Association modificará los elementos DNS del baño de cigotas. Y entonces tendremos el modelo Nexus-7. Y cuando éste sea sorprendido, lo modificarán; y finalmente la empresa tendrá un tipo imposible de distinguir.
—¿Conoces el test del Arco Reflejo de Boneli?
—También piensan en los ganglios de la columna. Algún día el test de Boneli desaparecerá bajo el manto venerable del olvido —sonreía con inocencia, en contraste con sus palabras. 

Rick no podía discernir acerca del grado de seriedad de Rachael. El tema tenía suficiente importancia para hacer temblar al mundo, pero ella lo trataba alegremente. Tal vez, una característica androide: una carencia emocional, falta de sentimientos acerca del significado de lo que decía. Sólo definiciones huecas, formales, intelectuales, de cada término.

Además, Rachael había empezado el contraataque. Había pasado imperceptiblemente de quejarse de su condición a zaherir a Rick por la propia. 

—Vete al diablo —respondió él. Rachael se echó a reír.
—Estoy ebria. No puedo acompañarte. Si te vas —hizo un gesto de despedida— me quedaré a dormir, y luego me contarás qué ha ocurrido.
—No habrá ningún luego. Roy Baty me vencerá.
—No te puedo ayudar porque he bebido demasiado. De todos modos, ya conoces la verdad, la dura, irregular y resbalosa superficie de la realidad. Yo soy solamente una observadora y no intervendré para salvarte. No me importa que ganes tú o Roy Baty. Quiero estar yo misma a salvo —abrió mucho los ojos—Dios mío, siento empatía por mí misma. Y no quiero ir a ese derruido edificio suburbano —se estiró y cogió un botón de la camisa de Rick. Luego, con lentos y fáciles movimientos giratorios empezó a desabotonarle la camisa—No me atrevo. Los androides no sienten la menor lealtad recíproca, y esa maldita Pris Stratton me destruirá y ocupará mi lugar, ¿sabes? Quítate la chaqueta.
—¿Para qué?
—Para acostarte conmigo —respondió Rachael. 
—Me he comprado una cabra nubia negra —dijo—Debo retirar a esos tres andrillos para terminar mi tarea y volver a casa, con mi esposa —se puso de pie y dio la vuelta a la cama hasta la botella de bourbon. Se sirvió cuidadosamente un segundo vaso. Sus manos apenas temblaban, observó, probablemente por la fatiga; los dos estamos cansados, demasiado, para cazar a tres androides, dirigidos por el más temible. 

En ese instante comprendió que tenía un miedo manifiesto e invencible al androide principal. Todo dependía de Baty; todo había dependido de él desde el comienzo. Hasta ese momento solamente había encontrado y retirado a sus reemplazantes: faltaba el propio Baty. El miedo creció y lo rodeó por completo, ahora que le había permitido acercarse a su mente consciente.

—No puedo ir sin ti —dijo—Ni siquiera salir de aquí. Polokov vino a enfrentarme. Garland, en definitiva, también.
—¿Crees que Roy Baty vendrá? —Rachael dejó en la mesilla su vaso vacío, se incorporó, buscó algo en su espalda y desprendió su sostén. Se lo quitó. No lograba mantenerse erguida, y eso le hacía sonreír—En mi bolso tengo un objeto que nuestra fábrica automática de Marte produce como un... —hizo una mueca— dispositubo-dispositivo de seguridad de emergencia, cuando se hace la inspección de rutina de cada nuevo androide. Búscalo. Parece una ostra.

Rick empezó a buscar en el bolso. Como cualquier chica humana, Rachael tenía toda clase de objetos inconcebibles, y él revolvía interminablemente. Mientras tanto, ella se había sacudido las botas y corrido la cremallera de sus shorts. Ahora, se balanceaba sobre un pie, recogía con el otro la prenda caída y la arrojaba al otro extremo de la habitación. Luego caía sobre la cama, rodaba en busca de su vaso, al que accidentalmente derribó sobre la alfombra. 

—Maldición —dijo, y una vez más se puso de pie sin mucha estabilidad. En bragas, miraba a Rick, atareado con su bolso. Y con cuidadosa deliberación, abrió la cama, se metió dentro y se cubrió.
—¿Es esto? —Rick alzaba una esfera metálica con una palanquita.
—Eso provoca la catalepsia en los androides —dijo Rachael, con los ojos cerrados—Durante unos segundos. Suspende la respiración. También la tuya, pero los humanos pueden funcionar sin respirar ¿o transpirar? unos minutos. En cambio, el nervio vago de un androide...
—Ya sé. El sistema nervioso autónomo de un androide no puede abrir y cerrar el paso con tanta flexibilidad como el nuestro. Pero esto sólo puede servir para cinco o seis segundos.
—Bastante para salvarte la vida —murmuró Rachael, que se incorporó y se sentó en la cama—Si Roy Baty aparece, basta con apretar la palanquita. Y mientras él se queda helado, sin aire en la sangre, mientras sus células cerebrales se deterioran, lo matas con tu láser. 
—En tu bolso hay uno...
—Una imitación de juguete. Los androides no pueden usar un láser — Rachael bostezó, con los ojos nuevamente cerrados.

Rick se acercó a la cama.

Rachael se echó y se retorció hasta quedar boca abajo, con el rostro hundido en la blanca sábana bajera.

—Es una cama limpia, noble, virginal —dijo—Sólo una niña limpia, noble, virginal... —reflexionó—Los androides no pueden tener niños. ¿Es una pérdida grave?

Rick la desnudó del todo, dejando expuestas sus nalgas claras y frescas.
—¿Es una pérdida? —repitió ella—No puedo saberlo. ¿Cómo es tener un hijo? ¿Y cómo es nacer? Nosotros no nacemos, no crecemos. En lugar de morir de vejez o enfermedad nos vamos desgastando. Como hormigas, eso es lo que somos. No hablo de ti, sino de mí. Máquinas quitinosas, con reflejos, que no viven de verdad —movió la cabeza de lado y dijo en voz sonora—: ¡No estoy viva! No te vas a acostar con una mujer. No te decepciones, ¿quieres? ¿Alguna vez has hecho el amor con una androide?
—No —respondió él mientras se quitaba la camisa y la corbata.
—Me han dicho que es bueno si no piensas demasiado. Si lo piensas, no sale. Por razones... hm, fisiológicas. 

El la besó en el hombro desnudo.
—Gracias, Rick —dijo suavemente—Recuerda: ven y no pienses. No te pongas filosófico. Porque filosóficamente es aburrido. Para los dos.
—Más tarde iré a buscar a Roy Baty —dijo él—Y necesitaré que me acompañes. Sé que el láser que tienes en tu bolso es...
—¿Crees que retiraré a algún androide en tu lugar?
—Creo que, pese a lo que me has dicho, me ayudarás en todo lo que puedas. De otro modo no estarías ahora en esta cama.
—Me gustas —respondió Rachael—Si entrara en una habitación y viera un sillón tapizado con tu piel marcaría un punto muy alto en la escala de VoigtKampff.

Esta noche retiraré a una androide Nexus-6 que es exactamente igual a esta chica desnuda, pensó Rick mientras apagaba la luz. Dios mío, es lo que decía Phil Resch. Primero acuéstate con ella, luego mátala. 

—No puedo —dijo, retrocediendo.
—Yo quisiera —dijo Rachael. Le temblaba la voz.
—No es por ti. Es por Pris Stratton, y por lo que debo hacerle.
—No somos la misma. Y a mí no me importa Pris Stratton. Oye —Rachael giró y se incorporó: en la penumbra, Rick podía distinguir la figura elegante de pequeños senos—Ven, y yo me ocuparé de la Stratton, ¿quieres? No es posible estar tan cerca y que luego... 
—Gracias —replicó Rick. El agradecimiento, debido en parte al bourbon, sin duda, le hizo un nudo en la garganta. Dos, pensó. Sólo debo retirar a dos. A los Baty. ¿Lo haría Rachael? Evidentemente. Los androides pensaban y actuaban así. Y sin embargo, jamás había visto nada igual. 

—Ven a la cama. Pronto —ordenó Rachael. Rick se metió en la cama.
 

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